-3-
3.
La casa del maestro Fu no estaba lejos del instituto, así que Marinette no tardó mucho en llegar. Aunque preocupada, se repitió en más de una ocasión que Tikki se pondría bien para intentar mantener la calma, al menos, lo suficiente como para no equivocarse de camino o tropezar y caer al suelo.
Pese a sus buenas intenciones, aporreó el timbre con desesperación en cuanto llegó a la puerta que daba a la calle. Se coló dentro en cuanto esta se abrió y en su frenética subida por las escaleras, mostrando una expresión demudada, sacó al Kwami del bolso para sostenerlos en sus manos. Tenía los ojos cerrados y se encogía contra su palma, pero Marinette se concentró en susurrarle palabras de ánimo.
Por fin llegó a la puerta del maestro, la que daba al salón de masajes que era el trabajo "oficial" del guardián. Agarró el picaporte, pero el cerrojo estaba echado, así que se puso a golpear la madera hasta que el hombrecillo la abrió.
—¡¿Ladybug?! —exclamó éste, con sus pobladas cejas canosas fruncidas—. ¡¿Q-qué haces aquí?!
—¡Es Tikki! ¡Está enferma! —chilló, empujando a su pequeña amiga hacia el hombre. Este echó un vistazo al Kwami, aún acurrucado en las manos de su portadora y lanzó una exhalación al techo.
—¡Vaya, qué cosas! —murmuró.
—¿Qué? ¡Tiene que ayudarla! —La chica intentó entrar, pero el maestro extendió sus cortas extremidades y se lo impidió—. ¡Pero, ¿se puede saber qué ocurre?!
—Chat Noir está aquí —anunció él y con su pulgar señaló su espalda—. Me temo que Plagg también está enfermo.
>>. Ha llegado tan solo unos minutos antes que tú.
—¿Chat Noir?
—Está des transformado, claro, así que... —Meditó unos instantes hasta que sus ojos rasgados se abrieron de par en par—. Un momento, Ladybug —Y desapareció de vuelta al interior.
Marinette sintió el impulso de seguirle, por puro miedo y preocupación, pero se contuvo. Al otro lado de esa puerta estaba Chat Noir desprovisto de su máscara, de modo que no podía verle.
Ni él a mí.
Ninguno podía saber la identidad secreta del otro, el maestro Fu se lo había dejado claro en muchas ocasiones aunque nunca había llegado a especificar los motivos concretos. Se había centrado en exponerle cuales serían las terribles consecuencias de que alguno de los dos rompiera esa regla: devolver sus prodigios para siempre, así que ella solita había llegado a la conclusión de que tanto secretismo era para protegerse de Lepidóptero. Era la explicación más lógica y ella jamás la pondría en duda. No solo no había intentado descubrir la identidad de su compañero, ni siquiera le dejaba darle pistas o se fijaba en qué dirección tomaba el chico cuando se separaban tras una pelea. No quería saber nada de nada.
Y por eso, saber que había estado a punto de cruzarse con Chat Noir en la calle, con el chico que se ocultaba bajo el antifaz y las orejas de gato, le provocó una punzada de temor en lo alto de la columna.
¡Cómo si no tuviera bastante!
Aunque lo más probable era que no le hubiese reconocido... O tal vez sí.
¿Lo habría sabido si se hubieran encontrado en la misma puerta?
Marinette alzó a Tikki en sus manos y ésta parpadeó esbozando una débil sonrisa. Su cuerpecito temblaba, de modo que la chica la acercó a su rostro y apretó sus labios con suavidad contra la cabecita del Kwami.
¿Los Kwami tienen fiebre?
De repente, el maestro abrió la puerta de par en par y con una mano le indicó que entrara.
—Adelante, Ladybug.
—Pero ¿y Chat Noir?
—Está todo listo.
La sala en la que tantas veces había estado en el pasado se veía distinta ahora que estaba partida por la mitad. El maestro había retirado el tatami de color crema que solía cubrir la mayoría del cuarto y había colocado la mesita baja en una esquina, con las velas multicolores prendidas. El biombo de papel con intrincados símbolos grabados estaba abierto y partía el cuarto en dos mitades iguales, desde la puerta hasta el aparador donde se ocultaba la caja de los prodigios.
El ventanal quedaba al otro lado, y la luz del sol entraba a raudales iluminando el suelo al descubierto, sacando reflejos de la tinta dibujada en los rollos de papel que colgaban de las paredes y especialmente, incidiendo en el papel del biombo, dibujando bordes y figuras. Marinette distinguió la figura de un chico sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, al otro lado.
El corazón le dio un vuelco y apartó la mirada.
Chat Noir...
No, el chico tras la máscara. Sin rostro y sin nombre para ella, pero que ahora se encontraba a apenas unos metros de distancia totalmente expuesto.
—Entrégame a Tikki —Marinette dejó a su querida amiga sobre las enjutas y callosas manos de Fu. Este le sonrió al ver su expresión atemorizada—. No te preocupes, Ladybug. Está en buenas manos.
—Gracias maestro.
—Enseguida os devolveré a vuestros kwamis en perfectas condiciones —Les aseguró mientras retrocedía hacia la puerta—. Esperad aquí y quedaos cada uno a un lado del biombo.
>>. ¡Nada de mirar! Ya sabéis lo que podría ocurrir.
Marinette asintió con la cabeza y esperó hasta que el maestro se marchó. Oyó que otra puerta se cerraba fuera del salón y ella misma lanzó un suspiro, agotada. Después retrocedió hasta el biombo y se sentó en el suelo dándole la espalda.
Por favor, Tikki, recupérate pronto pidió mentalmente mientras entrelazaba sus dedos y apretaba con fuerza.
—Hola, Ladybug —dijo entonces la voz al otro lado del papel. También oyó un movimiento, como si Chat Noir cambiara de postura, pero ella se quedó muy quieta, tensa como una estatua recubierta ya de moho por llevar años a la intemperie.
No sé si deberíamos hablar...
¿Era seguro? La voz de Chat Noir no le había sonado igual que siempre, quizás los trajes también modificaban el timbre de sus voces para que no pudieran reconocerse por ellas en la vida real.
—¿Estás ahí, bichito?
—Sí, estoy —cedió, casi al instante. El silencio le ponía de los nervios—. Hola, Chat Noir —saludó también. Sus ojos recorrieron el pedazo de estancia que estaba a su alcance; la librería del maestro, el dibujo floral del rollo de la pared, la llama de las velas, el gramófono y se preguntó entonces, para sí misma, si su compañero conocería el secreto que ocultaba ese objeto—. Menuda coincidencia que nuestros kwamis se hayan puesto enfermos a la vez, ¿verdad?
—Supongo —respondió él. No era su imaginación, la voz no parecía la de siempre—. Me he llevado un buen susto, la verdad. Plagg nunca se había puesto enfermo.
Puede que me suene diferente porque Chat Noir no suele mostrarse preocupado.
—Tikki sí, una vez, hace ya bastante tiempo —respondió ella. Se preguntó si él estaría girado observando su sombra, pero ella se forzó a quedarse como estaba. Repasó con sus ojos las líneas de la madera del aparador, los cantos rodados que decoraban su superficie—. Así fue como conocí al maestro, cuando Tikki me pidió que la trajera aquí.
>>. Me dijo que era un veterinario de especies exóticas, aunque yo debí sospechar de él. Curó a Tikki en un par de segundos usando sus manos y un gong.
—¿En serio?
—Sí. El maestro sabe lo que hace —le dijo, pretendiendo sonar segura y tranquila—. No te preocupes, los dos estarán bien en seguida.
Chat Noir calló por unos segundos y la chica se extrañó de la facilidad con que había podido hablarle de aquello. Esa vieja historia no entrañaba un peligro real, pues no contenía ningún detalle de su vida privada pero, solía detenerse a pensar con más prudencia todos los detalles antes de compartir algo con el chico. Le aterraba revelar algo que pudiera dejar su identidad al descubierto; la mayoría de las veces elegía no contarle nada en absoluto para estar tranquila.
Pero esta vez le había salido sin más, y ni siquiera estaba preocupada o ansiosa por ello.
—Bueno, ¿y tú cómo estás? —preguntó él, poco después—. ¿Estás bien o sigues helada por lo de ayer?
Marinette puso los ojos en blanco. Puede que la voz sonara diferente pero no había duda de que era su compañero.
—Veo que tus bobas bromas no provienen de tu traje.
—¡Eh, has sido tú la que me ha dicho que no me preocupe!
Sonrió a su pesar pero guardó silencio.
Su cabeza parecía estar llena de aire y embotada, quizás fuera a salir volando y esa era una sensación muy rara. Pero al mismo tiempo, la situación en la que se encontraba le resultaba de lo más normal; Chat y ella sin las máscaras charlando de tonterías.
Al menos la angustia por el malestar de Tikki parecía estar desapareciendo.
Ella estará bien, logró convencerse de eso, respirar hondo, y aflojar sus brazos en torno a sus piernas dobladas. Ahora ambas extremidades le ardían por culpa de la tensión pero poco a poco el alivio las fue suavizando.
No obstante fue inevitable que volviera a pensar en lo que había pasado en el instituto. De hecho, el recuerdo de ese humillante instante en el aula, a solas con Adrien, apareció ante ella como un flash cegador, como un jarro de agua fría que impactaba en su cuerpo, como un golpe seco en su espalda y una vocecilla dura y chismosa le susurró:
Espera, aún tienes algo por lo que sentirte mal.
Y también volvió la pena, la vergüenza e incluso un poco de rabia hacia ella misma por haberse atrevido a soñar, pero también hacia a Adrien. Y es que por encima de todo no paraba de recordar la reacción que había tenido el chico. Esa ligereza con que se había tomado la proposición, negándola al instante como si no hubiese tenido ninguna importancia. Me equivoqué, olvídalo. Tenía clavada en su cerebro esa sonrisa socarrona que le había dedicado al decir esa palabra odiosa.
Tontería.
¡Ni tan siquiera había tratado de detenerla cuando salió del aula al borde del llanto!
Jamás habría pensado de él que se burlaría así de sus sentimientos. Siempre pensó que Adrien era un chico bueno y respetuoso con los demás, puede que incluso demasiado para su edad; y aunque se había imaginado mil y una maneras en las que él la rechazaba, en todas ellas lo hacía de manera amable y cordial. Incluso pensó que él se preocuparía por no hacerla demasiado daño.
¡Eran buenos amigos!
No sabía si estaba más sorprendida u horrorizada por su comportamiento. Marinette se sentía estafada, como si Adrien hubiese estado fingiendo todo este tiempo ante ella y ahora hubiese mostrado su cara verdadera, en el peor momento posible. Aunque no quería pensar así, el dolor que sentía le impedía hacerlo de otro modo.
¿Qué se supone que haré mañana? Se preguntó, apretándose las mejillas con las manos. Seguro que él actúa como si nada hubiese pasado.
Tal vez para él no hubiera significado nada. ¡Era un modelo de gran fama! Debían declarársele cientos de chicas cada día, ¿por qué habría de preocuparse por una más? Aunque fuera su compañera de clase, su amiga... No, seguramente para él rechazar a chicas era tan normal como comprarse un croissant.
—Ladybug.
La chica cabeceó ante la llamada, demasiado metida en sus pensamientos. Casi se había olvidado de que no estaba sola.
—¿Sí?
—Estás muy callada, ¿va todo bien?
Marinette se frotó los ojos, estaba tan ofuscada por Adrien que ni pudo notar el tono preocupado de su compañero.
—Sí —respondió, cortante—. Y aunque no fuera así, ya sabes que no puedo contarte nada al respecto.
—Sí, sí... conozco el trato —murmuró él y resopló—. ¡Las identidades son lo más importante!
—Pues sí, lo son.
—Está bien, no me hables si no quieres pero... —Oyó un nuevo ruido a su espalda, un cuerpo que se removía contra la áspera madera de la base del biombo, el susurro de la ropa en el suelo y el ligero temblor del mueble contra su espalda—; ¿qué tal si nos damos la mano?
—¿Qué?
—La mano —insistió él y Marinette dio un respingo cuando, desde el otro extremo del biombo, apareció sobre el suelo una mano extendida. No tenía nada de especial, solo una mano grande, de un tono de piel algo más moreno que la suya. Sin anillos, reloj ni nada que pudiera distinguirla de muchas otras.
Y sin embargo se quedó mirándola como si fuera una araña enorme.
—¿Para qué quieres que nos demos la mano, Chat Noir?
—Es la primera vez que estamos juntos sin las máscaras ni los trajes —indicó él, pero ella meneó la cabeza. No era exactamente cierto. Ya estuvieron el uno frente al otro sin máscaras una vez durante su pelea contra DarkHowl—. Nos hemos dado la mano antes pero siempre con los guantes.
>>. Me gustaría poder tomar tu mano sin nada de por medio.
De hecho, durante aquella pelea y mientras permanecían con los ojos cerrados en el interior de aquel contenedor que se iba llenando de crema sí había habido un momento en que se rozaron las manos sin guantes. Tan solo un instante, las puntas de los dedos de ella habían rozado la palma de la mano de su compañero.
Aquel día fue muy estresante para ella y su recuerdo no hizo más que aumentar el nivel de frustración que ya sentía.
—Chat Noir, nuestros kwamis están enfermos —Le recordó con bastante seriedad—. ¿De verdad crees que es el mejor momento para esto?
>>. ¡Es una cosa muy seria! Sin nuestros kwamis no podemos proteger la ciudad de Lepidóptero. No sé tú, pero yo estoy muy preocupada por Tikki y no puedo perder el tiempo en...
—Tienes razón —La cortó él de pronto—. Lo siento —Retiró la mano y volvió a moverse detrás de ella, el biombo tembló y ahora sí estuvo segura de que el chico le daba la espalda—. Ha sido una tontería.
La palabra impactó con tanta fuerza en su cerebro que casi sintió que algo se derrumbaba dentro de ella.
Tontería.
Y no fue solo la palabra, sino el tono apesadumbrado y avergonzado que Chat había usado para decirla. Exactamente como ella se había sentido horas atrás en la escuela.
Oh no, se dijo, llevándose una mano a la boca.
Acababa de hacer sentir a Chat así como Adrien la había hecho sentir a ella y fue horrible descubrirlo. Porque ella no quería hacer sentir así a nadie, y menos a su amigo. Lo peor de todo fue que ya había oído antes ese tono de voz, ya que no era la primera vez que era dura con él de manera injusta, por estar asustada o preocupada. No, lo había hecho otras veces y aunque después se sentía culpable y se prometía no volver a hacerlo, acababa incumpliendo su promesa.
¿Por qué?
¿Por qué siempre hacía lo mismo?
—Chat Noir —murmuró con un hilillo de voz. Incluso tuvo que tragar saliva para pasar semejante conmoción—. L-lo siento mucho, de verdad, no quería decirte algo así, yo... —Cerró los ojos, echando hacia atrás la cabeza, presa de un profundo malestar—. Perdóname, por favor, no quería hacerte sentir mal.
—Está bien —dijo él de manera seca.
—No, no lo está. No quería acusarte de no estar preocupado por Plagg es que... —Se colocó de rodillas, sin dejar de sujetarse el rostro—; no es excusa, pero he tenido un día horrible y lo he pagado contigo.
—Yo no quería molestarte, Ladybug.
—Lo sé, lo sé, ¡lo siento!
—Bien —Pero era obvio que seguía enfadado. Cuando Chat se enfurruñaba solía necesitar algo de tiempo hasta que se le pasaba. Quizás era mejor guardar silencio y marcharse en cuanto el maestro apareciera con Tikki. Probablemente ya lo habría olvidado la próxima vez que se encontraran para luchar contra un nuevo enemigo.
Pero si no insistía, quizás él pensara que le daba igual. ¿No era eso lo que más le molestaba del incidente de Adrien, que ni siquiera hubiera intentado detenerla? Además Chat Noir no había hecho nada malo, él solo intentaba animarla como hacía siempre.
No podía dejar las cosas así y esperar que se resolvieran solas.
Avanzó con cuidado hasta el borde del biombo y extendió la mano al otro lado.
—Chat Noir —Le llamó con suavidad, pero él no respondió—. Lo siento de verdad.
>>. Pero sí que me gustaría que nos diéramos la mano.
—Déjalo.
—No quiero dejarlo —Movió la mano y hasta los dedos—. Por favor.
Esperó con el corazón encogido, al otro lado del biombo se había impuesto el silencio y eso no era una buena señal con ese chico. Ahora que lo pensaba, el día anterior le había herido al rechazar, una vez más, su rosa. Si bien ella no era culpable por no querer aceptar sus gestos románticos y sabía que tenía el derecho a rechazarlos, sí que reconocía que a menudo lo hacía con demasiada dureza. Incluso con cierta indiferencia que podía resultar incluso más dolorosa para él.
Marinette mantuvo su mano extendida durante unos segundos más, sintiéndose una tonta y temiendo que su ofensa hubiese sido demasiada esta vez, pero entonces, otra mano se posó sobre la suya y se cerró en torno a sus dedos. Sonrió con alivio e imitó el gesto, aferrándose al contacto.
—Gracias, gatito —murmuró—. ¿Me perdonas por ser tan bocazas?
—¿Tú me perdonas por ser tan pesado?
Apretó su mano como respuesta y se sentó más cerca del borde, dejando el brazo relajado, la mano suelta entre los dedos de su compañero y se limitó a mirar sus manos hasta que pudo calmarse un poco. Sin embargo, la duda se había instalado en su cerebro: ¿por qué era tan dura con él?
El día anterior ella pudo rechazar su rosa de un modo algo menos brusco, hablándole con sinceridad y sin salir huyendo a la primera de cambio. Se excusaba en que si era directa y firme en sus rechazos, Chat Noir no albergaría esperanzas inútiles pero la verdadera razón era que a ella le daba demasiado miedo contarle toda la verdad.
Y su excesiva confianza en él. En que quizás él no hablaba tan en serio como insinuaba sobre sus sentimientos, en que si se enfurruñaba, ya se le pasaría, de hecho, eso era justo lo que había pensado el día anterior cuando se encontraron para luchar contra Gélido.
Las cosas se han enfriado entre nosotros, mi Lady.
Y aún después de oír eso, ella siguió adelante con su plan como si nada. No se molestó en intentar arreglar nada, ni se interesó por los sentimientos de su compañero. No hizo nada, pero Chat Noir acudió en su ayuda y la salvó del ataque del villano como siempre.
Él dio el paso. Él se esforzó por ella.
Como ahora, pensó con los remordimientos mordiéndole el estómago al mirar sus manos unidas. Como siempre. Pasara lo que pasara, él estaba dispuesto a tenderle su mano.
Y mientras ella levantaba una barrera entre ellos, Chat no se rendía en su empeño por derribarla con su cálida amistad y devoción por ella. Y eso estaba mal, muy mal, porque en lo más profundo consideraba a Chat Noir su mejor amigo. Y no era así como se trataba a un amigo de verdad. Algún día, los buenos sentimientos del héroe por ella se agotarían y sería él quien se alejaría. Empezaría a distanciarse, a tratarla del mismo modo despegado en que ella se comportaba y, en ese instante, se dio cuenta de que lo pasaría muy mal llegado ese momento.
Porque en el fondo necesitaba a Chat Noir. No solo como su compañero para seguir luchando, sino por su presencia amigable y cercana, insistente y segura. Necesitaba sus ánimos y su inquebrantable confianza en ella. Y por sobre todas las cosas, necesitaba a Chat porque él era en quien más confiaba en el mundo entero.
¿Qué sería de Ladybug sin Chat Noir?
¿Qué será de mí si Chat se cansa de aguantarme?
Ante esa posibilidad que se presentó mucho más aterradora y real que nunca, Marinette se vio inundada por una asfixiante congoja y antes de darse cuenta, su otra mano se posó también sobre la del héroe y la apretó con fuerza.
—Eh... ¿mi lady? —murmuró él, sorprendido—. ¿Pasa algo?
—¡No! Es solo que... me alegra que estés aquí —Le explicó—. Quiero pedirte perdón por lo que pasó ayer.
—¿Ayer? —repitió él, confuso—. ¡Ah! ¿Por no hacer caso a mis instintos felinos y observar antes de atacar?
—Ah, bueno sí, también —Suspiró y se dijo que, ya puestos, se disculparía por todo—. Yo me refería a lo que pasó por la mañana.
>>. Cuando rechacé tu rosa.
—No hace falta —respondió él a toda prisa—. Entiendo por qué lo hiciste; estás enamorada de otro chico y me lo has dicho muchas veces, pero yo no hago caso.
—Creo que podría haberlo hecho de otro modo —resopló, compungida—. Creo que siempre puedo hacer las cosas de un modo mejor contigo, pero no lo hago.
>>. Desde el principio me he esforzado mucho en proteger mis sentimientos por ese chico, aun cuando sabía que no tenía demasiadas posibilidades de obtener su amor, yo me mantenía leal hacia ellos. Y mientras lo hacía te he herido muchas veces.
—Porque yo no dejaba de insistir aunque ya lo sabía.
—Ese chico me ha rechazado hoy —reveló, aunque no tenía intención de hacerlo. De pronto sintió que le debía a Chat mucha más sinceridad de la que le había estado dando y ahora no podía contenerse. La mano del chico se agitó entre las de ellas por la sorpresa—. Y ahora qué sé cuánto duele un corazón roto, me siento un ser horrible por habértelo hecho a ti.
—Mi corazón es más resistente de lo que piensas, bichito —le respondió, forzando una voz animosa—. Siento lo que te ha pasado, ¿cómo te encuentras?
—Triste, frustrada, avergonzada, enfadada —enumeró con, cada vez, menos pudor—. Chat Noir, si he sido más brusca contigo era porque no quería darte esperanzas en vano y pese a todo, me guiaban buenas intenciones.
>>. Pero me arrepiento mucho de la forma en que lo he hecho y eso está muy relacionado con mis sentimientos por ese chico. Ahora me veo como una tonta, alguien que ha recorrido un camino totalmente equivocado.
—¿A qué te refieres?
—Pues a que esos sentimientos y mi cobardía para declararme me causaban mucho dolor, mientras que estar contigo siempre me ha hecho feliz —respondió con rapidez. Notaba un apuro por hablar lo más rápido posible y es que era como si todo aquello se le estuviese revelando ahora y temía que se le escapara sino lo decía en voz alta—. Ayer solo me sentí bien cuando hicimos las paces y patinamos juntos para vencer a Gélido.
>>. Hay tantos días en los que me siento abrumada y perdida entre mi vida normal y me vida súper heroica que me desespero. A veces estoy en clase observando a ese chico, sabiendo que nada cambiará entre nosotros, pero sin dejar de sentir ese amor y entonces, desearía poder desaparecer. A lo mejor, irme a saltar por los tejados contigo y no preocuparme por nada. Sería feliz si pudiera hacerlo.
—¿P-piensas en mí... en tu vida normal?
—Pues claro que lo hago.
Guardaron silencio unos minutos en los que Marinette no quiso pensar en lo que acababa de decir. Era liberador hablar con Chat sin pensar, pero también le estaba resultando aterrador. Y el hecho de que ambos estuvieran al descubierto no mejoraba las cosas; sin su máscara se sentía vulnerable, pero a la vez podía dejar caer la barrera y ser más honesta.
A pesar de todo no dejaba de apretar la mano del chico, todavía le parecía posible salir volando.
—Ladybug —La llamó, entonces, con una voz muy seria—; no hace falta que respondas si no quieres pero ayer, cuando te pregunté si algo cambiaría entre nosotros si ese chico no existiera...
Marinette se tambaleó.
—Oh, Chat.
—¡Está bien, lo siento! —reculó él—. ¡Es verdad! Fue una pregunta inapropiada antes y ahora también.
>>. No respondas, ha sido...
—No lo sé.
—¿Eh?
La chica cogió mucho aire y después lo empujó a través de sus labios entreabiertos lo más despacio que pudo. Sus ojos parpadearon, le picaban, y recorrieron una vez más el cuarto. Quiso fijarse en el relajante tono crema que hacían los destellos del sol en el color de las paredes, en la solidez del artesonado de madera que cubría el techo, en el dulce aroma que provenía de las velas silenciosas.
La mano de Chat Noir no la había soltado en ningún momento, ni siquiera había aflojado su agarre. Permanecía cálida y paciente, como él.
—No sé si las cosas serían distintas si él no existiera —contestó. Otra vez tenía ese nudo en la garganta que no la dejaba hablar con fuerza, pero esperaba que él la oyera igualmente—. Si quieres saberlo, os conocí más o menos a la vez y no sé, tal vez si te hubiese conocido a ti primero...
>>. Quizás no habría cambiado nada. Lo siento, gatito, pero esta es la respuesta más sincera que puedo darte: no lo sé.
Y de nuevo el silencio. Supuso que esa no era la respuesta que él esperaba, mucho menos la que deseaba oír. Marinette había buscado en su interior, había tratado de imaginar ese mundo alternativo sin Adrien, sin sus sentimientos por él de por medio, sin que ese chico perfecto fuera una barra de medida en la que todos los demás quedaban por debajo de la suela de su zapato.
Un mundo donde hubiera conocido y convivido con Chat Noir sin el influjo del modelo; luchando mano a mano y compartiendo tantas cosas. Quizás habría sido más comprensiva con sus acercamientos, quizás sus coqueteos tontos le habrían hecho gracia, quizás si hubiera podido prestarle toda su atención algo en ella palpitaría diferente.
Pero, ¿cómo saberlo ahora?
—Es perfecta —dijo Chat de repente. La chica dio un respingo y volvió la cabeza, le pareció que él estaba también de perfil, mirando hacia ese lugar donde estaban sus manos unidas—. Esa respuesta me parece puerrrrfecta, bichito.
A la chica se le escapó una carcajada espontánea, cuando su corazón saltó exaltado, pero por alguna razón al segundo siguiente sus ojos se llenaron de lágrimas y lo que soltó fue un sollozo lastimero.
¿Qué me pasa? Se preguntó, asustada por la intensidad de sus emociones. Se tapó la cara con sus manos y el llanto se desparramó sobre sus rodillas y el suelo de la sala. Sabía que debía controlarse, pero no era capaz.
¿Lloraba por Chat, por Adrien, por sí misma?
¡No tenía ni idea! Pero se estaba ahogando entre sus propias lágrimas.
—Ladybug, cierra los ojos.
—¿Eh?
—Ciérralos.
Marinette no entendió hasta que por el rabillo del ojo captó el movimiento de la figura al otro lado del papel. Soltó un chillido histérico y apretó los párpados con todas sus fuerzas. Se quedó congelada cuando sintió la presencia del chico justo frente a ella.
¡Se ha vuelto loco!
—¡¿Qué se supone que haces?!
—Tranquila, yo también los he cerrado —Las manos de Chat se posaron, con gran dificultad, en sus brazos y de ahí viajaron hasta sus codos y después, a sus hombros.
—¡¿Qué pretendes, gato tonto?!
—Eso me ha ofendido —le contestó en broma. Las manos, posadas en los hombros, le dieron un pequeño apretón—. ¿Pretendías que me quedara quieto oyendo a mi lady llorar de ese modo?
—Esto no es buena idea.
—Solo tenemos que mantener los ojos cerrados —No había el menor atisbo de preocupación en su voz mientras sus manos bajaban por la espalda de la chica, acariciándola con calma, hasta que un brazo rodeó su cintura y la atrajo hacia él. Marinette tembló, asustada, cuando se encontró apoyada contra el torso del chico—. Solo intento abrazarte.
>>. ¡Es más difícil de lo que parece sin ver nada!
Ella alzó la cabeza y le llegó el sonido del corazón del héroe, como el murmullo de un riachuelo y la hizo sonrojar. La otra mano del chico volvió a subir para rozarle el pelo con adorable torpeza, mas ella no supo qué hacer.
Su sentido de la responsabilidad la instaba a alejarse de esos brazos y mandar al temerario chico al otro lado del biombo. Aunque tuvieran los ojos cerrados podía suceder cualquier cosa.
¿Qué diría el maestro si los encontraba así?
¡Esto no está bien, Chat Noir!
Aunque lo cierto era que ella se sentía cada vez mejor. Llevaba un par de días muy duros, pero como no podía hablar de ello con nadie, tampoco había podido buscar consuelo para sus penas. Agradecía el cariño de Tikki, pero no era lo mismo que sentir el consuelo de otra persona en forma de abrazo.
Se retorció sobre el suelo para apoyarse en él y estiró los brazos que posó, esperaba que con acierto, en los hombros del chico. Subió la cabeza y también la acomodó ahí, con suavidad, pero todavía temblando. Puede que sí sintiera pena por sí misma. Por haber sido tan injusta. Una vez más, el chico cuyo amor había despreciado era quien la consolaba.
Al pensar eso, las lágrimas le arañaron con saña los ojos y gimió de dolor.
—Gracias por haber sido tan sincera conmigo —Le susurró en el oído.
—Gracias por seguir aquí.
Ahora ese aquí tenía un significado más real e importante. Su presencia se había hecho mucho más sólida; sentir sus brazos envolviéndola, su pecho sosteniéndola, su calor rodeándola era una experiencia nueva y sorprendente. Marinette se sintió del todo a salvo con él, sabía que Chat Noir jamás la haría daño, ni la traicionaría, ni la abandonaría.
Podía entregarse a su abrazo porque nada malo ocurriría.
Respiró hondo recostándose más sobre él y su mano se movió sola hasta la nuca del chico, rozó con sus dedos las puntas de su pelo y sintió que la angustia comenzaba a retirarse. Las lágrimas también se desvanecieron de sus ojos, aunque su rostro seguía húmedo.
Cuando Chat se echó hacia atrás, sintió su mano enmarcando el lado derecho de su mandíbula y escuchó su respiración muy cerca de ella. El rostro le ardió por tanta cercanía pero al no ver nada, no se sintió inundada por la vergüenza.
—Siempre estaré aquí para ti, mi lady —Le dijo. Su voz sonó tan cerca que sus oídos vibraron. La frente del chico rozó la de ella y le resultó un gesto demasiado dulce como para apartarse de él—. Incluso si no puedes decirme que es lo que te ocurre, siempre podrás contar conmigo.
Conmovida, bajó las manos de los hombros hasta posarlas en su pecho, notando la suavidad de la ropa. Alzó un poco más su cara, casi sin pensar y sintió el suave contacto que hicieron las puntas de sus narices. Algo parecido a una descarga la hizo boquear.
—Tú también puedes contar conmigo, Chat —Susurró sin darse cuenta.
No había más sonidos en la habitación que sus latidos acelerados. Marinette se dio cuenta de que estaban realmente solos, sin la presencia de sus Kwamis por una vez.
También fue consciente de la posición en la que se encontraban y en lo agradable que resultaba dejarse ir en la intimidad que los unía. Una intimidad que solo existía entre ellos. Durante las peleas contra los villanos era habitual que se tocaran, se agarraran o que incluso cayeran el uno sobre el otro. No sentía malestar ni incomodad ante el contacto de su compañero, quizás por eso ahora era tan natural estar juntos. ¿Había diferencia? Nunca había pensado en ello pero el contacto de Chat Noir era el único que toleraba en todas sus formas.
Y ahora, sentir su mano cubriendo su mejilla, o su nariz pegada a la de ella parecía algo normal, aunque hiciera que su corazón pegara botes en el pecho. Era normal lo que se decían y también lo cómodo que resultaba ese silencio.
No sentía miedo, ni incertidumbre; así de absoluta era su confianza en él.
—Ladybug —murmuró él. Y ahora su voz sonó pesada, relajada hasta el extremo. Un hormigueo se adueñó de ella cuando los labios del chico depositaron un beso sobre su cara, en algún minúsculo pedacito de piel perdido entre su nariz y su mejilla. Ella sonrió, cerrando sus manos en torno a los pliegues de la camisa, alzó un poco más el rostro y creyó sentir algo, mucho más ligero que un roce, sobre sus labios.
Dio un respingo, nerviosa.
¿Ha sido un beso? Se preguntó.
Pero en ese momento, oyeron con absoluta claridad unos pasos acercándose desde el otro lado de la puerta.
—¡El maestro! —exclamó ella, retrocediendo. Del susto estuvo a punto de abrir los ojos, pero apretó las manos contra su cara con tanta fuerza que se hizo daño—. ¡Vuelve a tu sitio!
Antes de que terminara su orden, la presencia del chico despareció y ella abrió los ojos. Frente así estaba la pared, el aparador, el gramófono. Y a su espalda, el biombo se movió y se atrevió a mirar. La sombra del chico sin rostro había regresado al otro lado, le pareció que temblaba y también se tapaba la cara con las manos.
Se giró, estática, hacia delante y con la cara roja. Respiraba muy deprisa porque todavía sentía el cosquilleo en su piel, en sus labios...
¿Me ha besado? Volvió a preguntarse.
El maestro Fu apareció en la habitación antes de que descubriera la respuesta, traía a Tikki en sus manos que parecía muy recuperada. A su lado había otro Kwami; el de Chat Noir claro, pequeño, de color negro y con aspecto de gatito inocente pero que mostraba una sonrisa de los más maliciosa.
—¡Ladybug! —exclamó Tikki, saltando a sus manos. La chica la estrujó contra su mejilla.
—¡Tikki! ¿Estás bien?
—¡Sí, mucho mejor! ¡El maestro nos ha curado en un momento!
—Sí, sí, yo también estoy muy bien —comentó Plagg—. ¿Y mi portador?
—Estoy aquí atrás —Marinette sintió un escalofrío al oír de nuevo su voz. Fue más bien como un latigazo en el fondo de su vientre. Plagg salió volando hacia la voz—. ¡Cómo me alegro de verte!
—¿Dónde está mi queso?
—Nada de queso en unas cuantas horas, Plagg —determinó Fu moviendo un dedo con severidad, después se volvió hacia las chicas—. Bien, todo ha ido como la seda.
>>. Ambos Kwamis tenían un empacho. Me parece que os estáis excediendo a la hora de alimentarlos, de modo que será mejor que reduzcáis las dosis de comida
—¡Qué osadía! —Se quejó Plagg, pero nadie le hizo mucho caso.
—Será mejor que tú salgas primero, Ladybug —le aconsejó Fu.
Marinette asintió, colgándose su mochila de nuevo y con Tikki en sus manos.
—Gracias, maestro —le dijo y sin volverse añadió—. Chat Noir —Vaciló un instante—. Gracias por la charla.
—Gracias a ti, bichito.
—¿Bichito? —repitió el maestro. Marinette sintió que enrojecía de nuevo, así que se despidió y salió corriendo de la habitación y después, escaleras abajo.
No se detuvo hasta estar de vuelta en la calle.
Respiró hondo el aire del exterior y volvió su rostro hacia los rayos de sol. Tikki la observó con curiosidad tras meterse en su bolso.
—¿Ha pasado algo, Marinette?
—¿A-algo? ¡No, no! ¡¿Q-qué iba a pasar?!
—No lo sé, pareces diferente.
¿Diferente?
Luchó contra los nervios que esa palabra le produjeron y echó a andar. Le aseguró a su Kwami que todo era por lo mucho que se había preocupado por ella, no estaba preparada para hablar de lo que había pasado con Chat Noir.
Ni siquiera ella sabía bien qué había ocurrido.
.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro