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2.

Durante todo ese día, Adrien había tenido la sensación de ser observado. Notaba una repentina punzada en la nuca que arrasaba en la piel desnuda y le provocaba un calambre que viajaba por todo su cuerpo haciendo que se estirara y, obligado por esa sensación, mirara a su alrededor con curiosidad.

En fin, no era algo nuevo para él.

Estaba habituado, por ser modelo para una marca tan famosa como la de su padre era normal que la gente le mirara cuando paseaba por la calle. Siempre percibía ojos puestos en él. Incluso le había pasado en el instituto durante sus primeros días allí, el resto de estudiantes se quedaba mirándole o trataba de acercarse para hacerse fotos con él, por la novedad de compartir pasillos con una celebridad. Por suerte todo el mundo parecía haberse acostumbrado a su presencia o eso creía él, sin embargo, ese día había vuelto a sentirse objeto de un sinfín de miradas fijas que le seguían allá a donde fuera.

No obstante, ni una sola vez descubrió a nadie mirándole. Quizás se estaba volviendo un paranoico.

Es por ese anuncio se explicó a sí mismo.

Su número de fans había aumentado mucho tras la salida del comercial sobre el perfume con su nombre y la ciudad estaba repleta de carteles y vallas publicitarias con su cara. Era esperable que su número de admiradores creciera y solía repetirse que debía tener paciencia.

Además no le gustaba quejarse por esos asuntos porque entonces Plagg se reía de él.

Cuando llegó el final de las clases, Adrien recogió sus cosas y caminó hacia la puerta del aula junto a Nino, pero al llegar a ella volvió a notar esa punzada. Se irguió y giró la cabeza a toda prisa. La mayoría de sus compañeros ya habían salido, pero Nathaniel aún estaba en su mesa tan concentrado en su dibujo que no había notado la campana de salida. Juleka y Rose seguían sentadas en sus asientos charlando entre risitas y Marinette estaba recogiendo algo que se le había caído al suelo.

Todo normal.

Entonces, ¿qué está pasando?

—¿Pasa algo? —preguntó Nino, pero él se encogió de hombros sin saber qué responder.

A su espalda oyó un golpe y se percató de que a Marinette se le acababa de caer la mochila al suelo. La vio resoplar y agacharse para recogerlo todo.

—¿Está bien? —se preguntó Adrien. Conocía la adorable torpeza que se apoderaba a veces de su amiga pero ese día la había visto demasiado patosa.

—No sé, pero ya sabes cómo es Marinette.

—Sí, especial —dijo él. Nino abrió los ojos de par en par y el otro le miró confuso—. ¿Qué? ¿No me dijiste tú eso una vez?

—¡Ah, sí! —Nino soltó una risita nostálgica—. Fue hace mucho —En aquel tiempo pasado en que su mejor amigo había estado colgado de Marinette, Adrien aún se reía al recordarlo. La cita en el zoo y el absurdo plan que los dos habían ideado para que Nino pudiera declararse a la joven—. Aquel día me di cuenta de que Alya era mi chica ideal.

Lo dijo con una sonrisa de lo más cursi, cosa que conmovió al rubio porque era un romántico y aquella historia le parecía muy tierna. Y también interesante. De hecho, no habían sido pocas las veces en que había pensado en ella y se había hecho todo tipo de preguntas con respecto al amor, los sentimientos y cómo estos pueden llegar a cambiar en poco tiempo. Aunque no era precisamente eso lo que a él mismo le había ocurrido en su nada interesante vida sentimental.

—Debió ser algo sorprendente, ¿no? —Le preguntó—. Es decir, a ti te gustaba Marinette desde hacía un tiempo y de repente, te diste cuenta de que en verdad te gustaba Alya.

—Tampoco fue tan de repente —aclaró Nino, moviendo los brazos—. Alya y yo éramos grandes amigos de antes.

—Pero nunca habías pensado en ella como novia, ¿verdad?

—No. Hasta esa tarde, no.

—¿Y qué cambió?

Nino abrió la boca pero se quedó callado, parpadeando y mirando la pared que tenían en frente. Lentamente fue frunciendo el ceño y también los labios.

—¡Vaya! No sabría decirte, colega —reveló él mismo un tanto sorprendido—. Estuvimos horas encerrados en una jaula, hablamos de muchas cosas y, quizás fue la situación de peligro o que estábamos solos ¡No lo sé! Pero después de esa tarde ya no tuve dudas.

>>. Ella era mi chica.

—¿Así sin más?

—Así es el amor, tío —le dijo, ahora sí sonriendo—. No tiene lógica, no se puede explicar y es diferente para cada uno. A veces ocurre de repente, otras veces tardas años en notarlo y otras, lo ves claro cuando está a punto de escapársete de las manos.

>>. Lo único que sé es que si tiene que ser, será.

Adrien meditó sobre esas palabras, le parecieron muy sabias aunque no supo si las entendía del todo. Aun así, se esforzó en recordarlas. Y también en creer en ellas.

Si tiene que ser... pensó. Espero que mi amor con Ladybug sea de los que tienen que ser.

—¡Auuu! —El gritito de Marinette llamó su atención. La chica estaba ahora sentada en el suelo, frotándose la cabeza que debía haberse golpeado contra la mesa.

—Debería ir a echarle una mano, ¿no crees? —preguntó Adrien.

—Buena idea —Nino, en cambio, se giró hacia la puerta aún sonriente—. Yo me voy a buscar a mi chica.

>>. ¡Hasta mañana!

Adrien le sonrió, con un poquito de envidia coloreando sus mejillas. Debía ser genial poder decir algo así: mi chica. Tener a alguien a quien en ir a buscar tras las clases para pasar el rato haciendo algo divertido, sin dudas sobre lo que sientes, sin miedo ante un posible rechazo.

Hizo una mueca sin querer porque eso le hizo recordar el día anterior. El asunto de Kagami, la pista de hielo, Ladybug... No estaba seguro de que conclusiones había sacado en claro de todo eso, salvo que aún no estaba listo para rendirse y renunciar a sus sentimientos por la heroína. Por un lado reafirmarse en ellos le hacía sentir bien, más seguro; por otro, tenía la impresión de que había complicado las cosas con su compañera de esgrima para nada.

Hizo a un lado esos pensamientos y se acercó a su amiga.

—Marinette, ¿estás bien? —La chica dio un respingo al oír su voz, y del bote que dio se golpeó de nuevo la cabeza contra la madera. Adrien se inclinó, preocupado—. ¿Necesitas ayuda?

—¿Eh? ¡No! No, no, no —Metió a toda prisa y de mala manera los objetos que seguían en el suelo en su mochila y se puso en pie, aun frotándose la coronilla—. Soy un desastre —se lamentó con una mueca.

Él le sonrió con calma.

—Claro que no —repuso él a toda prisa. Le tendió la mano para que bajara al suelo y ella la aceptó a pesar de que solo los separaba un escalón. La mano de Marinette era cálida y suave, le gustaba que ella siempre la tomara cuando se la ofrecía sin reserva alguna aunque tuvo que soltarla cuando estuvieron frente a frente—. Ayer lo pasamos genial, ¿verdad?

—Sí, ¡sí, claro! —Su expresión vaciló un poco, pero se repuso tan deprisa que él no tuvo ocasión de preguntar—. ¿Y Kagami y tú habéis vuelto a hablar?

—No, supongo que la veré en la próxima clase de esgrima.

—Ya —Bajó la vista, pero Adrien se dio cuenta de que no paraba de mover la punta del pie. Su rostro estaba contraído, algo encendido y su mano se cerraba en torno al pequeño bolsito que siempre llevaba pegado a su cadera.

—¿Ocurre algo?

—Bueno, es que c-creo que ayer, tal vez, hubo un m-malentendido —murmuró con bastante dificultad. Adrien parpadeó confuso y aunque parecía que la chica no había terminado de hablar, las palabras no encontraban su camino. No obstante, no quiso apresurarla con preguntas aunque se quedó algo preocupado.

¿Malentendido?

¿A qué podía estar refiriéndose?

Adrien repasó todo lo que había ocurrido en la pista de hielo y lo único que se le ocurrió, tal vez porque Plagg había caído en el mismo error, fue el momento en que ella había salido corriendo al baño y él la siguió para asegurarse de que estaba bien.

Si se trataba de eso... ¿Marinette pensaba, como Plagg había dicho, que iba detrás de ella?

Observó el rostro cada vez más rojo de su amiga y se percató de que ésta no era capaz de mirarle a los ojos.

¡Quizás ella también lo interpretó mal!

Tal vez pensaba que las había invitado a las dos, a Kagami y a ella, a la pista con intenciones deshonestas. Como si pretendiera jugar con los sentimientos de ambas chicas.

¡Oh, no, no!

—Verás, es que ayer, cuando dijiste que la p-próxima vez podríamos ir s-solos, tú y yo, pues...

Marinette se trabó varias veces, claramente incómoda, con los hombros encorvados y algo temblorosos.

¡No, no! Se dijo el chico. Apretó los puños, nervioso. No quería que por ninguna razón Marinette se sintiera mal por su culpa. Pero era más que evidente que el día anterior había hecho algo que la había confundido. ¡Seré torpe!

No solo fue tras ella cuando abandonó la pista, sino que además sugirió que la próxima vez fueran solos y ella debió creer que la estaba invitando a salir. Él ya sabía que no interesaba a su amiga de ese modo, ella misma se lo había dejado claro en una ocasión y además...

Está Luka.

Por alguna razón le había llevado también a la cita, claro. ¿A Marinette le gustaba Luka? No lo había pensado hasta ese momento pero tenía sentido. ¡Lo que estaba claro era que él, Adrien, no le gustaba más que como amigo y por eso la había incomodado con sus torpezas sociales!

Tenía que hacer algo para arreglarlo cuanto antes.

—¡Oh, eso! —dijo él, rápidamente, intentando mostrarse despreocupado aunque por dentro estaba a punto de estallar—. Lo siento mucho, de verdad, fue una tontería proponer algo así.

>>. No tienes que preocuparte.

—¿Una tontería?

—Sí, claro —Sonrió al tiempo que hacía un gesto superfluo con la mano—. ¿Tú y yo solos? No tendría sentido.

>>. Escucha, no es necesario que me digas que no.

—No iba a... —Marinette parpadeó y retiró la mirada, su rostro se ensombreció de golpe—. Iba a decirte que, en realidad, sí me apetecía ir solo contigo a la... —meneó la cabeza llevándose las manos a los brazos, apretándolas con fuerza y respirando hondo—. Pero supongo que sí. Es una tontería —Su mirada se movió hacia la puerta y de un tirón levantó la mochila del suelo—. ¡Tengo que irme!

>>. Acabo de recordar que... que tengo... bueno, ¡adiós!

Giró sobre sus talones y salió corriendo sin mirar atrás. Lo hizo tan deprisa que Adrien se quedó pasmado, no pudo decir una palabra antes de que ella desapareciera de su vista, ni tan siquiera un escueto adiós.

Permaneció estático, mirando la puerta con el ceño fruncido y sin saber qué había pasado. ¿Había ido mal? Creía haberle dejado claro que no tenía intenciones deshonestas con ella, que había dicho lo que ella quería oír pero no estaba seguro.

Tenía una mala sensación en el estómago.

Qué raro. El modo en que le había mirado, tan solo por un segundo antes de buscar la salida con sus ojos, había sido muy extraño.

—Ahora sí que la has hecho buena —declaró una voz.

Adrien dio un respingo y miró su mochila, pero Plagg no estaba ahí. Buscó por todas partes y le encontró echado sobre su mesa. Miró hacia la puerta, pero Marinette la había dejado cerrada por suerte.

—¡¿Qué haces ahí a la vista?! Marinette podría haberte visto.

—Estaba demasiado distraída con su corazón roto como para fijarse en mí.

—¿Corazón roto? —repitió él, acercándose a la mesa. Plagg apenas se movió, estaba tumbado sobre la madera en una postura lánguida y apenas alzó sus pupilas verdes cuando Adrien estuvo ante él y apoyó las manos—. ¿Marinette? ¿De qué estás hablando?

Plagg entornó sus ojillos hacia él.

—¿Ni siquiera te has dado cuenta de lo que ha pasado? —le espetó y soltó un eructo que hizo temblar su pequeño estómago repleto de queso. El espíritu hizo una mueca mientras se lo frotaba—. ¿No has visto su cara de pena?

—¿Pena? No era pena. Estaba incómoda porque pensó que yo la había invitado a salir —Le explicó. Por supuesto él no era el único que se perdía en las sutilezas de las relaciones sociales, aunque Plagg tenía una excusa por ser un Kwami.

Pero, de todos modos, ese día se mostró mucho más tajante de lo normal.

—Estaba nerviosa porque venía a decirte que sí quería salir contigo.

—¡Eso es absurdo! Marinette no siente eso por mí.

—Bueno, ahora seguro que no —convino el otro, haciendo una nueva mueca—. Le has dicho que la idea de que salgáis juntos te parece una tontería.

—No he dicho eso, yo solo... —Adrien calló repasando la conversación pero solo hizo que se sintiera más confuso—. ¿Desde cuándo te preocupas tanto por mis asuntos amorosos, Plagg?

—¿Cómo no hacerlo? Si no hablas de otra cosa —le respondió de mala gana.

El chico frunció el ceño; en verdad, Plagg se estaba comportando de una manera un poco rara. Solía tomarse las reglas a la ligera pero nunca había sido tan imprudente como para salir a la vista cuando había más gente cerca. Llevaban hablando unos minutos y no había mencionado su queso, eso sin contar las innumerables muecas que hacía, su falta de movimiento, su seriedad

—¡Dios mío, Plagg! ¡No estarás enfermo, ¿verdad?!

El Kwami abrió la boca pero apenas le salió un jadeo. Se revolcó sobre la mesa y Adrien corrió a cogerlo entre sus manos para mirarle bien. El pequeño volvió a eructar y después soltó un alarido.

—¿Sabes qué? No me siento muy bien.

—¿Demasiado queso?

—¡No! ¡Es algo más grave! —Plagg se frotó el estómago apretando los ojos—. ¡Llévame con el maestro Fu! ¡Él sabrá qué me pasa!

Adrien, asustado, pegó un bote.

—¡Sí, claro! —exclamó. Metió a Plagg con cuidado en su bolsillo y echó a correr hacia la puerta de la clase—. Tranquilo, enseguida estaremos allí.

Por suerte, el maestro le había dado su dirección aquella vez que le visitó en su casa por si se presentaba alguna emergencia. Bien, aquello lo era. Tendría que pensar un modo de escapar de su guardaespaldas porque de ningún modo podía fallar a Plagg.

.

.

Marinette había atravesado la puerta del instituto a toda velocidad, sin mirar hacia ningún lado y del mismo modo había bajado las escaleras hasta la acera. Rodeó el edificio y no dejó de correr hasta que no distinguió una pequeña abertura en la calle que daba paso a un estrecho callejón.

Se coló dentro con el pecho ardiéndole, no sabía si por la carrera o por la vergüenza que sentía. Tenía un nudo en la garganta que debía ser del tamaño de su puño porque no podía respirar bien y las lágrimas le ahogaban la mirada. Se apoyó en la pared, dejó caer la mochila y después ella misma se deslizó hasta el suelo. Apoyó la cabeza en el muro y trató de respirar, como alguien que lleva buceando horas y creyó que moriría ahogada, dio grandes bocanadas de aire pero eso no hizo desaparecer el dolor.

Tikki salió revoloteando de su bolso y se apoyó en sus rodillas.

Marinette la miró a través de la humedad que se amontonaba en sus pestañas y sollozó.

—Tikki...

—Lo lamento, Marinette.

—Ha dicho que es una tontería —repitió ella y el dolor se multiplicó por su cuerpo—. Cree que la idea de que estemos juntos es una... ¡Tontería! —Se tapó la cara con las manos y lloró sin control—. ¿Cómo ha podido decir algo así?

—No ha sido exactamente... —La voz de Tikki flaqueaba—; quizás no se daba cuenta de lo que decía.

—Sí se daba cuenta —replicó ella. No dejaba de oír esas palabras, de ver esa sonrisa de indiferencia que Adrien le habría mostrado—. Estaba preparada para un rechazo pero no para que se burlara de mí.

—No se ha burlado de ti, Marinette.

¿No se había burlado? ¡Pero si apenas había podido contener la risa!

Ahora Adrien Agreste debía estar pensando que ella era la chica más tonta y patética del universo. ¿Cómo se le había ocurrido si quiera que alguien como él querría salir con ella?

Y más teniendo a la maravillosa y perfecta Kagami al lado para elegir.

¿Cómo he sido tan tonta?

—Marinette —Tikki la llamó a media voz, recostada sobre sus rodillas, achicaba los ojos como si le costara verla en la oscuridad—; siento haberte convencido para que hablaras con él.

>>. En verdad creí que...

Entonces, la vocecilla de Tikki se apagó y la Kwami cayó rodando por sus piernas hasta posarse, sin fuerzas, en su regazo.

—¡Tikki! —Marinette la atrapó entre sus manos y la miró—. ¡¿Qué te ocurre?!

—No me siento muy bien.

—¡¿Vuelves a estar enferma?! —Sintió miedo al verla tan débil, pero por suerte esta vez sabía lo que tenía que hacer. Se puso en pie, cogiendo su mochila y colocó a su amiga con delicadeza en su pequeño bolso. Se pasó el brazo por los ojos para quitar los restos de lágrimas—. Tranquila, Tikki, te llevaré con el maestro ahora mismo.

Salió del callejón y miró a su alrededor, desorientada.

¿Por qué había estado tan preocupada por lo que Adrien pensara de ella? Si no hubiese perdido el tiempo llorando por él se habría dado cuenta antes de que Tikki no estaba bien.

Una vez que decidió la ruta más rápida, echó a correr sin más.

La pena y la vergüenza por su actuación en el instituto se borraron de su memoria, ahora lo único que importaba era que Tikki se recuperara lo antes posible.

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