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➡️ PRIMERA PARTE.


Era oficial: la Reina Amelia había muerto.

Y aunque las causas de su muerte aún no habían sido reveladas —y tampoco lo serían pronto—, absolutamente todos y cada uno de los habitantes de S. habían empezado a lamentarse y a llorar la muerte de aquella mujer. Las hadas mayores lloraba en silencio de sólo pensar que su amada reina no estaba para darle alegría al reino, las hadas menores ya no jugaban en las calles a las canicas y todos esos otros juegos, y las calles lucían tan tristes como el mismo ambiente que emanaba todo el reino.

Y de solo pensar que así reaccionaban los ajenos a la muerte de la dama, imaginar el estado emocional y psicológico de los miembros de la Familia Real luego de pasar este trágico hecho, era simplemente difícil de hacer; porque sólo eso se podía hacer: imaginar, imaginar e imaginar un poco más. Tras la muerte de la Reina Amelia ningún miembro de la Familia Real había dado indicios o alguna señal de que siguiera respiraban todavía.

Todos se habían encerrado. Especialmente el Rey y el Príncipe.

Nadie supo de ellos por un buen tiempo, al menos en lo que iba de tres o seis meses. Los sirvientes no daban información alguna sobre el estado de la familia, y mucho menos los demás podían permitirse si quiera intentar descubrirlo por su cuenta.

Con la ausencia del Rey y otros familiares, las consecuencias del descuido hacia el reino empezaron a emerger con el pasar de los tiempos de manera lenta, pero poco a poco cada vez más notoria. S. daba indicios de entrar en una situación precaria y lamentable en poco tan tiempo, en una situación donde absolutamente todo sería una pesadilla misma. Habría hambre, enfermedad, caos, pobreza, muerte...

Pero nadie quería eso, claramente. Vivir tan sólo con la mínima idea de que en cualquier momento el mundo a tu alrededor podría transformarse en un mundo de hambruna, destrucción y muerte por doquier, era ya de por sí horrible para la gente de S., por lo que decidieron hacerse escuchar.

Decenas de cartas llegaban a diario a la oficina del Rey, quien simplemente parecía ignorar todo para continuar en su labor de ocultarse de absolutamente todo el mundo. Ignoraba todo, y muchos rumores decían que ni siquiera leí los mensajes que sus seguidores le enviaban. O al menos así hasta que una carta llegó personalmente a sus manos en forma de amenaza, de advertencia.

«...o tendremos que notificar a la Corte Blanca su reciente descuido hacia sus deberes como gobernante de S., su Alteza. Y créame cuando le digo que ninguno de nosotros le gustaría perder a alguien más de la Familia Jung».

Aquella carta parecía haber sido el empuje gusto y necesario para que el Rey despertara y tomara de nuevo las riendas de su papel como líder de S., haciendo innecesaria de la idea de notificar a la Corte Blanca más allá del riesgo de que la Familia Jung podría perder cualquier papel importante o demás.

Tras el Rey retomar sus labores y deberes -y obviamente haberse disculpado por descuidarlos-, las cosas parecieron mejorar. Y aunque las cosas no habían vuelto a la normalidad, el color parecía volver a pintar con su brocha el ambiente de la ciudad.

Aunque puede que lo hacía hasta incluso de manera literal.

Los niños volvían jugar entre sí incluso cuando la lluvia caía a montones sobre ellos, los adultos pasaron la etapa y continuaron sonriendo. Sin duda, todo había cambiado e incluso volvía un poquito a la normalidad, aparentemente.

Aparentemente.

Todos creían que volvía a ser el reino de antes, hasta que el primer homicidio en siglos hizo acto de presencia. Las víctimas habían sido tres Hadas de Tierra, no pasarían de tener dos o tres años de haber sido creadas y fueron encontradas brutalmente asesinadas en la Fuente de las Cuatro Razas. Sus pequeños cuerpos habían sido golpeados, quemados y apuñalados hasta el punto de dejarlas -además de irreconocibles para sus familiares - destrozadas y como unas muñecas de trapo viejo. Les habían arrancado las alas de su cuerpo, así como también les habían cosido los ojos y abierto sus estómagos de par en par, dejando a perfecta vista el panorama de sus intestinos y sangre caerse de las enormes y profundas heridas. Los cuerpos yacían exhibidos en la estatua del Ángel mientras una mensaje grabado en fuego relucía en el suelo a los pies de la fuente.

«...y de la irtaer gensra al coupre, ance le da el rolf de».

Nadie logró entender el mensaje. Y como era de esperarse, el miedo empezó a comerse de a poco a la gente, por dentro, y lento.

*°*

—Hagan rondas, y busquen cuánto antes a Kim Namjoon—escuchó a su padre ordenar tras la puerta que daba a su despacho. Acercó la oreja un poco más la superficie—. Eviten asustar a las hadas más de lo que ya están, y que nadie responda pregunta alguna, ¿se entendió?

—Entendido, mi Señor—respondió alguien a los pocos segundos. «Kim Seokjin».

—Y quiero a Jeon Jungkook encargado de la seguridad de mi hijo—agregó a sus órdenes—. No quiero que lo deje solo ni un segundo; de ser necesario, pongan un cama extra en el cuarto de mi hijo.

Hoseok frunció el ceño, sintiéndose sinceramente molesto ante la idea de tener a alguien cuidándolo de arriba a abajo. Y no porque se creyera lo suficientemente grande y seguro en sus poderes como para cuidar de sí mismo, porque ni al caso; a duras penas lograba manejar lo básico de sus poderes sin estar a punto de incendiar algo. Y aunque las clases intensivas que su padre le hacía tomar estaban ahí, desde la muerte de su madre era más difícil controlar sus poderes. Su maestro decía que sus emociones estaban más desordenadas que antes, y que él no sabía cómo transformarlas en una energía estable que pudiese usar a su favor.

Y quizás era cierto.

Pero ese no era el punto, sino que Hoseok no quería un guardaespaldas que estuviese pegado a él como garrapata. No lo quería cuando bien sabía que este bien podría estar ayudando en la investigación del homicidio de las tres hadas, además de que podría estar patrullando S. junto con los demás. Tener al guardaespaldas a su lado era absolutamente ridículo, pues él no salía del castillo, y el castillo de por sí tenía guardias por todos sus rincones.

¡Es un gasto rídiculo e innecesario!

—Disculpe, mi Señor, pero Jeon Jungkook aún no está apto para tomar una responsabilidad de ese calibre. El Joven Jeon es estudiante de la Academ...

—Pero es el mejor de su generación, ¿o he escuchado mal?—interrumpió el mayor, Hoseok casi pudo imaginarse a su padre con una ceja alzada y los brazos cruzados por sobre su pecho.

No hubo respuesta alguna.

—Quiero a ese muchacho al cuidado de mi hijo, que sea lo más pronto posible—ahogó una maldición tras escuchar a su padre afirmar aquello.

—Entendido, ahora mismo mandaré a unos hombres a buscar al joven Jeon—respondió Kim Seokjin con voz monótona, sin mayor expresión que unos pequeños tintes de cansancio que a duras penas eran perceptibles.

—Perfecto. Eso era todo.

Despegó su oreja de la puerta y miró con una seria mueca de molestia la superficie de la misma, como si esta fuese su madre o fuese a darle una solución al disgusto que implicaría tener un guardaespalda.

Bajó la mirada hasta la palma de sus manos, ahí donde unos pequeños hilillos de color oro corrieron por sus venas hasta perderse en las llema de sus dedos. Recordó los momentos donde su poder había salido de control por pequeños momentos, logrando herir muchas veces a una o más personas en su camino, quemando a veces pequeñas partes de los lugares donde practicaba.

Por más que intentara, no podía controlar su poder. Eso lo volvía peligroso. Y al ser peligroso, no podía usarlo.

«Y si no puedo usarlo, no puedo protegerme ni a mí mismo»

El guardeespalda no era una opción.

Aunque seguía siendo ridículo.

Hoseok soltó un suspiro pesado y giró sus pies con la intención de irse a otro lado, pensando que la conversación de su padre con el Jefe de la Guardia Encantada había terminado.

—Mi Señor...—la voz de Kim Seokjin le sorprendió. Se acercó rápidamente a la puerta, intentando oír lo siguiente que se diría.

—¿Falta algo, Seokjin?—cuestionó su padre. No hubo respuesta—. ¿Entonces?

—Me preguntaba...—empezó diciendo; su voz se escuchó algo dudosa—. ¿Qué haremos con la Corte Blanca y la hadas del reino? La Corte Blanca está esperando un informe sobre el fallecimiento de la reina Amelia, y nuestra gente cada vez se pregunta más sobre qué sucedió con esta—explicó, soltando cada palabra con cuidadosa lentitud.

—¿Que qué haremos?—preguntó en respuesta—. Del informe me encargó yo, tú haz tu trabajo y aleja a toda hada curiosa que busque saber cómo murió mi esposa. Eso no les concierne a ninguno de ellos—escupió con notorio odio en cada una de sus palabras.

Era de esos odios en forma de virus que entraban al huésped, y en cuestión de tiempo visten a todas las células y emociones de aquel que lo alberga, transformándolo en un ser casi completamente diferente e irreconocible. De esos virus que se esconde bien, que no da señales de estar presente sino hasta que lo ves con tus propios ojos, haciendo de las suyas en el cuerpo de su huésped. Manejándolo como un muñeco.

Y Hoseok se preguntó en qué momento aquel virus había llenado el ser de su padre.

*°*

«Eso no les concierne a ninguno de ellos»

A pesar de que ya habían pasado unos pocos días desde que había oído la corta conversación de su padre con Kim Seokjin, y ya tenía a aquel guardeespalda sobre sí, las palabras de su progenitor seguían grabadas en su cabeza como si fuese una marca hecha a fuego.

Nunca había escuchado a su padre usar aquel tono y sentimiento para referirse a su gente, a aquellos que habían estado en cada momento y que, prácticamente, eran la razón del por qué estaba ahí ahora mismo. Siempre le había escuchado alegre y amoroso, simpático y risueño cuando de hablar con o sobre su gente se trataba; pero ahora...

«¿Por qué el odio estaba presente?» Se preguntó.

Hoseok soltó un suspiro pesado, mirando los hilillos dorados que recorrían toda su mano, como pequeños gusanitos que hacían carreras para ver quién llegaba primero a la punta de sus dedos. Evito recordar el poco manejo que tenía sobre sus poderes.

En su lugar alzó la mirada hacia al extenso jardín con el que contaba el jardín, notando el extenso repertorio de plantas y pequeños animalillos inofensivos que habían allí. Acomodó la capa sobre sus hombros y quitó la capucha de su cabeza, empezando a caminar hacia una pequeña sección del jardín que estaba dedicada a un par de flores mundanas que JiEun había logrado encontrar hace un par de semanas. No sabía su nombre, pero la flor le parecía de lo más cuchi; tenia pétalos blancos y un centro amarillo, dando así una pequeña imagen pura e inocente; aunque también alegre.

Sonrió, agachándose para acariciar los pétalos de la flor con cuidado, temiendo que incluso aquel gesto, pudiese lastimarla.

«Tan pequeña, delicada y...»

¡Buh!aquel grito repentino hizo a su cuerpo perder la estabilidad y cayó de golpe contra el suelo a su izquierda, un grito salió de sus labios. Poco segundos después una risa se escuchó por todo el jardín.

Apretó sus labios entre sí, cerrando los ojos mientras empezaba a contar hasta diez, quizás hasta cien. Su corazón latiendo felozmente dentro de su pecho, poco a poco dejaba de hacerlo por el susto que se había dado, para empezar a hacerlo por la pequeña mota de molestia que iba creciendo en su interior.

«...diez, once, doce, trece, catorce...»

—¡Ojalá hubieses visto tu cara! ¡De todas las veces que te he asustado, esta vez fue épica!

«....veinte, cincuenta...»

—¡De las mejores caras que has puesto, Hoseok!

Abrió los ojos de a poco, ya cuando sintió que su enojo había bajando lo suficiente como para que no quisiese estrangular con sus propias manos al chico frente a él.

Tks, estúpido—murmuró levántandose, sacudiendo un poco la ropa para quitar cualquier cosa que se hubiese pegado a ella—. ¿Que no te enseñaron a respetar a tus superiores, Jeon? No soy amigo tuyo para que me hables de tal forma—reprochó en un tono serio, mirando de igual forma al chico frente a sus ojos, quien le miraba burlón y juguetón.

Pff, tenemos la misma edad—se excusó, haciendo un ademán con la mano quitándole importancia al asunto—. Además, dormimos en la misma habitación, te he visto en boxers y...—el chico calló con una mueca divertida luego captar la mirada casi asesina que Hoseok le mandaba, y esperaba surgiera efecto.

Dio media vuelta en su lugar con la intención de alejarse del contrario, de quien había descubierto desde el primer día que se conocieron, que el chico tenía un -desagradable- pasatiempo asustando y molestando a todo ser vivo que se le cruzara por delante. Y por todo ser vivo, nos referimos especialmente en Hoseok.

—¿Y bien?—preguntó Jungkook llegando a su lado, con las manos a la espalda y sonriendo con aparentemente inocencia.

—¿Y bien qué? ¿Qué quieres?—no pudo evitar mostrar su molestia.

—¿Qué haremos hoy? Ayer fuimos al estanque a jugar con las hadas de agua que, por cierto, son desagradables como ellas solas—hizo una mueca de disgusto—. Fuimos a la Biblioteca de Gisgli, intentamos ayudar a JiEun en el jardín y terminamos matando al menos una docena de rosas. Y...

—Correción: mataste a esas rosas.

—Si no lo recuerdo así, no pasó así—canturreó—. Entonces, ¿qué haremos?—volvió a preguntar

A pocos pasos de llegar a la pequeña fuente que tenía el jardín, Hoseok detuvo sus pasos. Miró las pequeñas hadas de agua que jugaban con los peces en el agua, y mordisqueo su labio inferior pensando en una idea para entretener y distraer a Jungkook aunque sea un momento.

«Ir con la cocinera Jae no es buena idea, JiEun no está y... ¿Pintura, quizás?»

—Juguemos algo—propuso, recordando todas las veces que logró perder a los guardias y demás servidumbre del castillo, en el jardín del mismo. No habían sido muchas veces que lo hizo, pero sí fueron las suficientes como para darle la confianza de que podía perder a Jungkook el tiempo suficiente para estar solo un momento.

«Si logré perder a Seokjin, JiEun, Jihyo y todos los demás dentro del jardín, Jungkook no será la excepción», sonrió para sí mismo, gustándole aquella idea.

—¿Jugar algo?—asintió burlándose un poco del desconcierto del chico—. ¿A qué? ¿El escondite? No vas a perderme de esa forma—dijo en un tono repentinamente serio.

Pero Hoseok sólo sonrió más.

—No es al escondite, es a Las Traes. ¿Y quién dijo que intentaré perderte? Es sólo un juego—aclaró, se encogió de hombros. Jungkook le miró dudoso, era claro que sabía que intentaría perderle entre las plantas y arbustos del jardín. Se lo esperaba.

—De acuerdo, pero empiezas t...

—Maravilloso. Las traes tú—y dicho eso, salió corriendo.

Cruzó algunos arbustos, pasó junto algunos árboles y flores que habían dispersos por ahí. Evitó detenerse junto a la pequeña cabaña donde se guardaban las cosas de jardinería y demás. Pudo escuchar los pasos veloces de Jungkook siguiéndole un poco más atrás de él.

Apresuró el pasó y dobló a la izquierda, entrando en una pequeña sección de enormes árboless que JiEun cuidaba junto con Chan. Eran árboles e «felicità», una especie de árboles que emanaban felicidad -como su nombre lo decía-. Por lo general se usaban pequeñas ramas de ellos para hacer té y dárselo a quien pasara por un mal momento, pues se decía que sus propiedades ayudaban y traían buena suerte a quien lo consumiera.

«O algo así, no recuerdo lo que dijo Chan al respecto», hizo una pequeña mueca.

Derecha, izquierda, izquierda, derecha. Izquierda, recto, derecha.

Los pasos de Jungkook ya no se escuchaban cerca de él, por lo que decidió detenerse en ese mismo momento. Pequeñas gotas de sudor se deslizaban por su rostro y cuello, perdiéndose entre sus ropas hasta el punto de hacerlo sentirse pegajoso. Afincó sus manos en sus rodillas, intentando controlar y regular su propia respiración, que era un lío total.

«Se me va a salir el corazón... ¡Hace mucho no hacía esto!» se burló de sí mismo, riéndose un poco al ver cuán cansado se sentía por tan sólo haber corrido unos pocos minutos.

Una vez hubo calmado su respiración y su corazón se hubiese calmado dentro de su pecho, Hoseok se reincorporó y miró a su alrededor; la entrada al laberinto estaba enfrente suyo, a pocos centímetros de él, y tras suyo y a sus lados sólo habían más árboles de «felicità».

No entraría al laberinto, siempre que lo hacía terminaba perdiéndose por horas y horas entre sus paredes hechas de arbustos y encantos mágicos. Y terminaba desesperado y frustrado al no encontrar la salida.

En su lugar se sentó ahí mismo, recostando su espalda junto a uno de los árboles, y sacó un pequeño libro que cogió de la Biblioteca de Gisgli el día anterior.

"La Corte Blanca: Mitos de los Cuatro Reinos de Etra"

Abrió el libro en su primera página, y se dedicó a leerlo con toda la calma y tranquilidad que sentía en ese mismo momento; Jungkook tardaría un buen rato encontrarlo.

Pasó de página y siguió leyendo.

«...y tras la disputa entre los cuatro príncipes por ver quién tomaría el lugar de su padre, los Ancianos tomaron la decisión de dividir la tierra en cuatro partes iguales, formando así los cuatro reinos que conocemos hoy: Sea, Feuer, Terra y Vento.

Y aunque esta decisión se esperaba fuese la solución entre la rivalidad de los cuatro príncipes, sólo fue la base que empezó una guerra por territorio y poder...»

Siguiente página. Siguió leyendo.

«...y Jimin, el mayor de los hijos del rey, pocos decían que era, por mucho, el peor de los cuatro. Pues antiguas hadas de la época aseguraban que aquel que tachara a su rey de ser una "bestia" insaciable, era condenado a una de las muertes más crueles por las que un hada pudiese pasar.

Aunque muchos se referían al Rey de Feuer como Él, con la oculta intención de asimilarlo como un demonio reencarnado»

"Crack".

El sonido de algunas ramas romperse se escuchó, por lo que alzó inmediatamente la mirada -temiendo que Jungkook ya le hubiese encontrado- y buscó a su alrededor cualquier señal de su guardeespalda. Y aunque no encontró nada, logró percibir el fallido intento de alguien por esconderse tras la entrada al laberinto.

—¡Hey, quédate ahí!—gritó al instante.

Inmediatamente cerró el libro a su lado para acercarse a la entrada al laberinto, logrando escuchar una respiración acelerada, como si el contrario estuviese asustado.

Asomó la cabeza hacia el interior, volteo a la izquierda y fue conde lo vio. Completamente agachado y hecho bolita no muy lejos de él, estaba un chico de cabellera roja, al cual no se le podía ver el rostro. Vestía ropas completamente blancas, la única excepción era la pequeña capa roja que resaltaba mayormente en él.

Notó que estaba temblando. Y se preocupó, quizás le había asustado.

Miró hacia atrás un momento, asegurándose de que ni Jungkook ni nadie más estaba cerca antes de intentar acercarse al chico. Se arrodilló enfrente de él, notando la intención del chico por hacerse más pequeño en su lugar.

—¿Estás bien? ¿Estás herido?—preguntó en un susurro, intentando mirarle el rostro al chico o algún indicio de que estaba lastimado. No lucía herido, aunque tampoco recordaba conocerle.

El chico negó.

—¿Qué haces aquí? ¿Te has perdido? O...—lo que sea que iba a decir quedó en el aire al pensar que podía ser alguna de las hadas de afuera que se había colado al interior del castillo. Temió que se hubiese escabullido para chismosear o algo más.

«Pero no tendría sentido, del otro lado del laberinto hay, al menos, once guaridas vigilando aquel lado. Si se hubiese colado por ahí, sí o sí le hubiesen visto », señaló para sí mismo. Aunque poco le había aclarado, porque le dejó con dudas.

—¿Eres algún conocido de Jungkook o algo?—preguntó de nuevo. Volvió a negar—, ¿Quién eres?—aquella pregunta pareció ser suficientemente para que el chico alzara la cabeza de poco, dejando el escondite que había creado para mirar a su alrededor asustado, como si temiera que alguien los estuviesen escuchando, y aquel alguien le fuese a lastimar por hablar.

Una vez pareció asegurarse que no había nada, habló.

—Kim... Kim Taehyung-murmuró lo suficientemente alto para que le escucharan—. Soy Kim Taehyung..., Príncipe.

—Kim Taehyung...—pronunció el nombre del contrario, saboreando cada sílaba en su boca tras mirar el rostro del contrario.

Era, sin duda alguna, un chico de quizás uno o dos años menor que él. Tenía los ojos de un suave color azul marino, pestañas largas, una tez lisa y blanca donde —aparte de que hacía destacar el azul de sus ojosž se podían percibir unos pocos lunares en su rostro, —había uno en la nariz, otro en el labio inferior y otro debajo de su ojo derecho—...

—¿Cómo has llegado aquí?—notó un repentino nerviosismo en el chico.

—Yo... bueno...

—¿Eres familiar de alguien?—preguntó. Quizás era el hijo de Jae, o el hermano menor de Seokjin...

—¡S-Sí!—afirmó el chico, relamiendo sus labios antes de hacerlo—. Había... había venido a visitar a mi hermano—Seguro es el hermano menor de Seokjin, eso explicaría probablemente el que los guardias lo hayan dejado pasar», supusó Hoseok, no muy seguro de ello—. Creí que podría venir a verle, no le he visto en...

-—Hoseok, ahí estás!—escuchó el grito de Jungkook a sus espaldas. El chico enfrete suyo calló y miró en dirección al guardeespaldas—. Te estrangularía si pudiera por esto, pero claramente no puedo y...

Inhaló aire antes de voltear e intentar reprochar al chico, pero el castaño se adelantó poniéndose en una posición casi por completo de alerta, con una mano en el mango de la espada que llevaba a su costado tras ver a Taehyung.

—¿Quién es él? ¿Qué hace aquí? ¿Ha intentando herirle?—preguntó de golpe, mirando al de cabellera roja como si representara ser una posible amenaza.

Por un momento creyó que Jungkook podría estar analizándolo, y que luego lo dejaría ser al ver que no era una amenaza. Pero no, para Jungkook aquel chico ya era una amenaza de la cual debía estar alerta.

—Es Taehyung, y si no hubieses gritado e interrumpido, sabría mejor el porqué está aquí—reprochó.

—Llevo media hora buscándole—se excusó el joven sin quitar su mirada de Taehyung.

Hoseok suspiró y miró de nuevo a Taehyung.

—¿Dices que vienes a buscar a tu hermano?—el chico asintió—. Bien, vamos, te llevaré a la cocina y...

—No puede llevar a un desconocido al castillo, Príncipe—dijo con repentina formalidad en su tono—, el chico podría estar mintiendo.

—¡Dijo que venía a ver a su hermano, Jungkook! No seas grosero, además, las hadas no pueden mentir, idiota—murmuró aquello último—. Como sea—se dirigió al contrario—. Ve, iremos a la cocina y ahí Jae te dirá dónde está tu hermano, ella siempre sabe dónde están todos.

Hyo_Byung / Hbyuss. ♡

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