La cobra y un barrio interesante
De lo único que daba gracias era que mi padre no quería hacer un festejo por la boda y Baioled, obviamente, aborrecía la idea. Sabía que ese día sería para ella el peor día de su vida, así que intenté por todos los medios convencer a mi padre de que esto era una mala idea, pero no logré nada.
Cuando Den se enteró de que Baioled y yo nos íbamos a casar, se puso furioso, su rostro se enrojeció y sus puños se apretaron. Estuvimos a punto de ir a los golpes. Él me culpaba a mí de todo lo que estaba pasando, como siempre.
Mi madre intentó convencer a Baioled de que al menos se hiciera un almuerzo o una cena en honor a nuestra unión matrimonial, pero ella se negó y yo también. No quería saber nada de esto y seguía sin entender por qué mi padre nos obligaba a esto.
Mi padre me llamó a su oficina. Estaba en los establos, luchando por desenredar el cabello de Sombra. Al ver que era una tarea imposible, decidí ir a la oficina de mi padre.
Cuando entré lentamente en la oficina, ahí estaba también Baioled, con la mirada centrada en sus manos, entrelazadas en su regazo. Yo miré a mi madre, que me observaba con una expresión preocupada.
— Ambos se han negado rotundamente a cualquier festejo para su boda, así que solo he mandado a buscar al juez, quien debe estar a punto de llegar.
Mis ojos se abrieron de par en par, sorprendido por las palabras de mi padre. ¿Quiere decir que la boda ya estaba decidida?
—Padre, ¿por qué no reconsideras lo que te dije? Te aseguro que esta no es la mejor decisión
—Desthan, ya hablamos de eso, así que cállate y siéntate.
Suspiré y me senté junto a Baioled. Lucas solía decir que la vida no me odiaba, pero yo estaba seguro de lo contrario. Casarme con la mujer que amaba, pero que ella me odiara, era la prueba definitiva.
—A partir de esta noche dormirán juntos. Baioled se cambiará a tu habitación, Desthan. Mañana ordenaré que lleven ahí sus cosas.
Yo miré con estupefacción a mi madre por sus palabras. Baioled también la miró sorprendida, pero no dijo nada.
—¿También querrán que finjamos ser una parejita feliz? Esto ya roza lo absurdo.
¿Qué seguía? ¿Citas románticas obligatorias? ¡Por favor! Preferiría enfrentarme a una orca. Mi padre se levantó de un salto y golpeó su escritorio con tal fuerza que los papeles volaron por los aires. Me miró con una furia que me heló la sangre.
¿Por qué siempre reaccionaba así? ¿Acaso quería darme un infarto?
— Suficiente, Desthan. Ya me tienes harto, ¡HARTO!, ¿ME OÍSTE? Siempre quejándote por todo, estás acabando con mi paciencia.
Yo bajé la mirada al suelo, mis zapatos me eran más interesantes en ese momento. Ya no era anormal que mi padre gritara, pero seguía doliendo.
—Basta, Alfret. Gritando no solucionamos nada.
—Aymar, tu hijo me saca de mis casillas. Aparte de ser un inútil, se la pasa quejándose por todo.
—Te prohíbo que hables así de NUESTRO hijo.
Yo con cada discusión de mis padres quería desaparecer, aveces pensaba que yo fui alguien no planeado y por eso mi padre no me quería o sólo era tal vez por ser como soy que no me quería.
Unos toques en la puerta interrumpieron a mis padres de su "amable" conversación. Mi padre suspiró, y volvió a sentarse. Mi madre lo fulminó con la mirada, pero se quedó callada cuando él dio el permiso para que entrara el que estaba tocando.
El juez que supongo nos iba a casar entró, un señor que yo conocía muy bien. Me miró sorprendido y luego recompuso su máscara de indiferencia, cuando yo lo miré con el ceño fruncido.
Solo me faltaría que se le vaya la lengua a este y diga cosas que no quiero que mis padres sepan, aunque pensándolo bien, él no podría decir nada, ni aunque quisiera, el juramento de sangre que había hecho se lo impedía.
Luego de los saludos correspondientes y una larga lista de palabrería sin sentido, al menos para mí, nos tocó firmar el acta matrimonial. Dudé en firmar, pero la mirada fulminante de mi padre hizo que lo hiciera.
Oficialmente era casado, ¡Viva! Que se note lo feliz que estoy, tanto que quiero echarme a llorar hasta morirme. Vale, estoy exagerando, pero estaba seguro al cien por cien de que esto sería lo peor que me podría pasar.
El juez nos felicitó y salió de la oficina de mi padre apresurado diciendo que tenía que ir a otro lado. Mi padre empezó con sus sermones (otra vez) pero yo no lo oía. El señor Souza, el juez, se veía demacrado y eso me interesaba más que oír los mismos sermones de vieja gallina clueca de mi padre.
Así que salí de su oficina, aún bajo sus gritos de amenaza de que si me atrevía a salir me castigaría. ¿Cuándo no lo había hecho? Por lo tanto, si me iba a penalizar una vez más, al menos que valiera la pena el castigo.
Fui corriendo atrás del señor Souza y cuando lo vi, grité su nombre. Él se dio la vuelta y me miró con sorpresa. Yo llegué hasta él y me incliné, sosteniéndome en mis rodillas, tratando de regular mi respiración. ¡Qué rápido era este señor!
—¿Necesita saber algo de los documentos de su matrimonio, señor?
Yo me enderezé y lo miré mal. ¿Señor? ¡Ja! Me mata de la risa. Se estaba burlando de mí, lo podía ver en el brillo de sus ojos llenos de picardía.
—No se burle. Y no, no me interesa saber las ridiculeces que mi padre me hace cometer. Quiero saber cómo está su hija. No he podido saber de ella estos últimos días.
Él suspiró, borrando todo brillo de burla en su mirada. La mirada que ahora me daba era la de un padre destrozado y angustiado. Él tenía una hija de seis años que estaba enferma. Hace un año la conocí en un parque y desde entonces, siempre he estado al tanto de su salud.
Así fue como conocí al señor Souza, gracias a su pequeña princesa Tamara. Él era un juez prestigioso y respetado, pero la enfermedad de su hija lo había llevado a endeudarse con personas indebidas.
Cuando él me contó que estas personas lo estaban amenazando, los busqué y les pagué. Yo tenía dinero aparte de mis padres, puesto que me dedicaba a ayudar a una hechicera a hallar hierbas medicinales y a fabricar diferentes pociones con ella, y ella me pagaba el 50% de las ganancias.
Aised era una mujer que sabía cómo moverse en el mundo de los negocios de pociones y tenía muchos clientes que acudían a ella desde muy lejos. Yo la conocí por casualidad y desde entonces nos convertimos en algo así como socios.
Ella era una hechicera de magia blanca, pero cedió su magia a otra persona cuando era una niña, quedando solo como una simple humana más. Sin embargo, no se arrepentía de haberlo hecho, porque cedió su magia a su hermano, salvando así su vida.
Era por ello que ella necesitaba ayuda para buscar las diferentes plantas para crear sus pociones y también necesitaba a alguien que la protegiera cuando iba de excursiones por el bosque a buscar dichas plantas, porque a veces el lugar donde iba era peligroso.
Un día la encontré en el la noche en un callejón, ella estaba en problemas a causa de unos bandidos que la tenían acorralada y yo la salvé y así fue como yo me convertí en su ayudante y por así llamarlo, en su guarda espaldas.
—Ha estado mejorando, pero los doctores no me dan muchas esperanzas de que se cure por completo. En verdad, ya no sé qué hacer, Desthan.
Yo lo miré con pena. Él ya había sacrificado mucho por la salud de su hija, pero los doctores no encontraban una cura para Tami, solo la sometían a largos tratamientos sin resultados.
—¿Entonces, qué podemos hacer?
—Los doctores solo dicen que hay que tener paciencia y fe, pero ya estoy perdiendo ambos.
—Iré a hablar con Aised. Sé que usted desconfía de la veracidad de sus pociones, pero yo le aseguro que en verdad funcionan, jamás sugeriría algo que pudiera dañar a Tami.
Él me miró indeciso. No era la primera vez que teníamos esta conversación, pero él tenía miedo de que en vez de que Tami mejorara, empeorara con las pociones.
—Está bien, habla con ella. A estas alturas ya estoy dispuesto a todo, cada día veo peor a mi hija.
Yo asentí y me despedí de él, fui directo a buscar a Aised. Ella vivía en un barrio bastante peligroso, un barrio donde los guardias del rey muy poco entraban, era un nido de bandidos y asesinos, donde lo que mandaba era la ley del más fuerte.
Más de una vez ya había tenido peleas con alguno de ellos y se podría decir que gracias a que casi siempre les ganaba, me había creado una reputación entre ellos, más de una vez a Aised le tocó curarme las heridas causadas por ellos y más de una vez tuve que quedarme a dormir en su casa a causa de eso.
Y eso solo me llevaba a estar castigado luego, pero ya ni me importaba, total, estar castigado para mí era algo habitual desde que tengo uso de razón, por eso era considerado como la oveja negra de la familia Brenovich.
En el barrio, de día era casi normal; casi, porque incluso a plena luz del sol, se sentían escalofríos. En las calles solo había gente ocupada en sus tareas diarias, pero entre las sombras, había gente vigilando y, a la menor oportunidad, salían a atacar.
—Oye cobra.
Me detuve ante el llamado. Sí, así me decían en este barrio, según ellos porque mi comportamiento asemejaba a una serpiente cobra. Miré hacia la muralla que estaba a mi costado; ahí estaba un chico que siempre se lo podía ver subido a cualquier cosa, por eso yo le decía 'mono', cosa que él odiaba.
—¿Qué hay mono?.—Pregunté sonriendo burlón, Antuan salto de la muralla al camino empedrado y me miró mal.
—¿Qué hay, mono?—Pregunté sonriendo burlón. Antuan saltó de la muralla al camino empedrado y me miró con desagrado.
—¡Deja de llamarme así!
—Pues deja de actuar como uno entonces. ¿Aised está en su casa o se fue a su negocio?
—Está en su casa, Henry la custodia esta vez.
—Vale, nos vemos, mono.
Él me mostró el dedo del medio y volvió a subir en la muralla. Yo continué mi camino. En ese barrio, el 10% me ignoraba, el 30% me servían por una paga considerable el 20% me respetaban. El 10% me temía y el 30% restante me odiaba a muerte.
¿Qué sería de mi vida sin un equilibrio perfecto? En fin, según Aised, una vida digna de un mafioso. Yo le llamaba una vida complicada digna de un idiota como yo.
Llegué y saludé a Henry que estaba sentado arriba del tejado de la casa de Aised. A esta gente le gustaba las alturas en serio, como dije el 30% me servían cuando les convenía. Yo les pagaba y ellos vigilaban a Aised y hacían otros encargos, además de que me servían de protección cuando estaba aquí.
Ya que tenía enemigos dispuestos a arrancarme pedazo a pedazo con mil gusto, pero por el momento, tenía una tregua frágil con ellos. Aunque con esta gente nunca se sabía y era mejor tener más de diez ojos en la espalda, incluso con mis propios aliados.
Hablé largo rato con Aised y ella me prometió que encontraría una solución para Tami. Confiaba en que lo haría, no en vano era una mujer conocida y famosa por sus habilidades en pociones. Estaba seguro de que lo lograría y yo me encargaría de ayudarla en lo que fuera necesario.
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