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Capítulo 1 - Un mal presentimiento

CORREGIDO.

En un perfecto prado, repleto de amapolas, una pequeña niña caminaba con dificultad, llevaba un hermoso traje rojo de florecillas amarillas con unos zapatos de charol, daba pequeños pasos por temor a caerse, pero estaba demasiado ilusionada admirando como los coloridos globos, que sostenía en su mano izquierda, tiraban de ella hacia el cielo. Era una cría de no más de 3 años, de cabello castaño miel y ojos de un verde intenso. Volvió la mirada hacia su madre cuando escuchó la voz de ésta llamándola...

- Andrea, no te alejes demasiado – le advirtió la mujer mientras esta sonreía, dándose la vuelta despacio, pues tenía miedo de volver a perderse. En los últimos días se había perdido tres veces: La primera vez, el pasado lunes, cuando perseguía a un extraño conejillo blanco por el bosque, se había metido rápidamente en su madriguera, y la niña observó sorprendida que se había alejado demasiado. Se pasó un buen rato llorando en la hierba, antes de que su madre la encontrara. La segunda vez, dos días después, jugaba en la orilla con los pececillos, cuando escuchó la voz de su madre rogándole que no la perdiera de vista, la pequeña se había distraído con una mariposa y había corrido tras ella, pues tenía la extraña sensación de que esta la llamaba. Y la última vez, había sido el día anterior, cuando paseaba por las vías del tren junto a su madre, la mujer se había quedado detrás recogiendo algunas flores para ponerlas posteriormente sobre la mesa de la cocina, mientras la niña quedó envuelta por el suave sonido que hacía el viento contra los pétalos de las margaritas, se agachó junto a ellas y alargó la mano para arrancarla, pero pronto se percató de que no era una buena idea, pues de esa manera la florecilla moriría. Así que tan sólo la dejó en su lugar, levantó la vista y se percató de que su madre había continuado el camino hacia la casa, se puso en pie rápidamente y corrió hacia ella, pues a pesar de todo sabía que volvería a encontrar la casa, siempre lo hacía.

Emily se sentó delicadamente junto a su esposo, le resultaba agradable verle descansar junto a aquel hermoso roble donde se habían visto por primera vez, sonrió al recordar el día en el que aquel magnífico hombre le había pedido matrimonio...

Aquel día daba clases en el bosque a todos aquellos pequeños críos del pueblo, estos solían escuchar con atención sus historias sobre piratas. Llevaba un blanco vestido de seda, y su cabello estaba suelto al viento, bastante largo cabe destacar. En aquel momento levantó la vista divertida y se percató de que había una persona observándola, aquella penetrante mirada de ojos esmeralda. Sonrió cautivada mientras el joven ensanchaba su sonrisa.

· Señorita Forbes – La llamó mientras se mordía el labio de esa forma tan especial que la ponía tan nerviosa. Su cabello estaba peinado hacia atrás, pero su rebelde flequillo se resistía a quedarse en el lugar en que había sido peinado. Sonrió al percatarse de este detalle, mientras él seguía caminando hacia ella – Me preguntaba si... - continuó, llegando hasta la mujer que amaba, arrodillándose y levantando en alto una pequeña caja - ¿seríais vos tan amable de casaros con éste malvado pirata? – Preguntó dedicando hacia su amada aquella pícara sonrisa que le caracterizaba.

Dirigió su mano hacia el hombre al que amaba y acarició dulcemente su cabello, intentando peinar su rebelde flequillo, pero este no estaba dispuesto a obedecer y rápidamente volvía a su lugar de origen.

En aquel momento, la chica perdió su sonrisa, pues acababa de percatarse de que él lloraba, una delgada lágrima había brotado de sus ojos y recorría su rostro lentamente. En las últimas semanas William solía llorar en sueños cada noche, pero ella no sabía que sucedía, pues el siempre insistía en que no era nada importante.

El muchacho abrió los ojos y miró hacia su amada, acababa de despertar de aquella pesadilla que tanto se repetía, siempre el mismo sueño, siempre de la misma forma, y siempre sin ella, siempre frente a su tumba.

- ¿otra vez ese sueño? – preguntó la joven, observando como él se levantaba de la hierba y se acicalaba las ropas.

- No es nada – volvía a repetir él como de costumbre, intentando evitar la mirada de la joven.

Emily lo miró desairada, preparada para entablar una fuerte discusión con él, pero en ese momento ambos miraron hacia atrás, donde una niña pequeña lloraba a pleno pulmón, pues había perdido sus globos, que ahora subían hacia el cielo cada vez más y más alto. William corrió hacia ella y la cogió entre sus brazos para calmarla, la niña lloró con más fuerza entonces, pero al sentir la nariz de su padre frotándose con la suya no pudo evitar sonreír y olvidar su pérdida. El hombre siempre sabía cómo hacer que la niña dejase de llorar, pues para ella, su padre era el mejor del mundo, era su héroe.

- Ven – dijo tras poner a la pequeña en el suelo y caminar hacia las amapolas que crecían junto a ellos – vamos a coger algunas para tu madre – sugería, cogiendo algunas flores y formando un ramillete con ellas – formaremos un hermoso ramo.

Andrea sonrió y caminó hacia su padre, agachándose después junto a él y arrebatándole el ramo que éste había formado, pues era ella quien quería regalar aquello, se levantó con dificultad y miró divertida e ilusionada hacia la mujer que la había dado a luz.

- Ve, llévaselas – Le animó una voz tras ella, mientras la pequeña caminaba hacia su madre, que la miraba conmovida, admirando como su preciosa hija sentía tanto amor hacia ella.

La pequeña levantó el ramo de flores hacia Emily, mientras esta se agachaba frente a la niña, agarraba las flores y le daba un fuerte beso en la mejilla.

William tan sólo podía observar lo que sucedía desde la distancia, parecía conmovido, pues sonreía enamorado, a causa de aquellas dos muchachitas que significaban tanto para él. Viendo aquella escena, no parecía el mismo hombre que atacaba barcos y mataba despiadadamente, desde que había conocido a Emily Forbes sentía que algo dentro de su inquebrantable corazón había cambiado. Agarró con fuerza su colgante, mientras su expresión se tornaba triste, pues acababa de presenciar un recuerdo que no le pertenecía...

"Una bella mujer de ojos grises, con cabellos negros como la noche y labios rosados y carnosos, lucía un largo vestido blanco de seda, bajo su garganta un pequeño colgante con una gema esmeralda en el centro se vislumbraba. Sonreía dichosa hacia su pequeño hijo de apenas 3 años de edad, de cabello rubio y ojos verdes, pronto cumpliría 4. La felicidad llegó a su punto más alto, al pensar en la idea de permanecer en una vida mortal junto a su familia, ya no había razón para seguir huyendo, ahora nada ni nadie volvería a separarlos. Observó dichosa como su esposo, el gran guerrero Takakuma en antaño, caminaba hacia ella con su hermoso muchacho junto a él, ambos sonreían felices.

Pero antes de que pudiese llegar hasta ellos, algo extraño sucedió, su hermosa joya, aquella que colgaba de su cuello, se encendió como si tuviese un hilo de luz en su interior. La agarró preocupada mientras observaba como su pequeño hijo levantaba la mano hacia ella, como si temiese que algo malo sucediese, y entonces lo vio, sobre su pequeña y delicada muñeca, un viejo brazalete se vislumbraba. Miró a su esposo en busca de explicaciones, necesitaba saber la razón de que hubiese decidido cederle el brazalete al pequeño de aquella manera, pero no pudo pronunciar palabra, porque en aquel momento se percató asustada de que alguien agarraba su colgante, una sombra oculta, algo invisible tiraba de él y la empujaba al vacío. Levantó la vista hacia su esposo, el cual miraba hacia ella alarmado, y hacia su pequeño hijo, que corría hacia ella, pero ya era demasiado tarde, la muerte la había encontrado, y ahora se llevaría su alma. Dejó escapar una última lágrima por su delicado rostro mientras sentía su cuerpo caer hacia atrás por aquel alto acantilado, pronto caería al mar, y se perdería en el fondo"

... dejó caer la joya contra su pecho tan pronto como se percató de que aquel recuerdo no era suyo, si no de su anterior propietaria. Tragó saliva preocupado mientras volvía la mirada hacia el acantilado que se hallaba a escasos metros de ellos. Y entonces se percató de algo en lo que no había reparado hasta entonces, aquella mujer, la muchacha de su visión le resultaba extrañamente familiar, aquella hermosa mujer de pelo azabache y ojos grises era igual que su madre.

Y entonces, antes de que pudiese darse cuenta, recuerdos de su niñez vinieron a su mente, recuerdos que previamente él creía olvidados...

William se encontraba en el viejo cobertizo de su padre, era pequeño, pues no podía percibir las distancias y magnitudes de la misma forma con las que lo hacía en el presente. Miraba con curiosidad hacia la mesa de trabajo de su progenitor, pues un extraño colgante con una hermosa gema esmeralda en el centro resplandecía de manera extravagante sobre ella. Se acercó a ella con sigilo, temiendo que su padre pudiese descubrirlo en cualquier momento si hacía el menor ruido, ya le había reñido en otras ocasiones por estar husmeando donde no debía. Llegó hasta la mesa, poniéndose de puntillas para observar la joya que pertenecía a su madre, justo en el mismo instante que su padre miraba hacia él.

- Johan – le llamó, mientras agarraba la joya de la mesa y la escondía en su mano. El niño le miró temeroso, con miedo a que aquel hombre pudiese causarle daño. Pero para su sorpresa, éste se agachó junto a él y abrió la mano obsequiándole con aquel pequeño colgante – éste es mi regalo para ti – Aclaró, haciendo que el pequeño lo mirase sin comprender, pues su padre no había vuelto a ser amable con él desde la muerte de su madre en aquel acantilado. Aún podía recordar como la mujer caía hacia atrás hacia el abismo, despeñándose por las afiladas rocas, no debía haber sido una muerte agradable para ella.

El niño agarró el colgante mientras observaba como su padre limpiaba sus manos, dubitativo sobre sus viejas y gastadas ropas. Entonces observó con detenimiento como el hombre volvía de nuevo aquella melosa voz hacia él...

- Hijo – lo llamó por primera vez desde aquella tragedia – perdóname – añadió, sacando entonces un viejo revolver de su chaqueta y pegándose un tiro limpio en la cabeza, haciendo que su pequeño hijo mirase hacia él con los ojos abiertos como platos, admirando al hombre que yacía muerto en el suelo junto a él, rodeado de toda aquella sangre.

Tragó saliva al recordar aquello, sabía que era un recuerdo de su niñez, pero no recordaba en que momento de su vida había ocurrido, pues siempre había estado al cuidado de aquel viejo maestro al que debía servir. Recordaba como si fuese ayer que aquel hombre lo había recogido de la calle y le había dado cobijo, pero no podía recordar por qué, no sabía la razón exacta ni la forma en la que había llegado hasta aquel hombre, no tenía ni idea de cómo había sido su vida antes de llegar a él.

Sonrió entonces, al recordar los buenos momentos que había vivido junto a aquel viejo que tantas cosas le había enseñado sobre la vida.

Pero antes de que pudiese sentirse aliviado al recordar como su perro Philip había agarrado el vestido de la señora Thomson dejándola en enaguas, una extraña visión volvió a envolverle, algo que aún no había sucedido, pero que sucedería muy pronto, pues su pequeña hija tenía 3 años y en unos pocos meses cumpliría los 4.

"Una mujer con un blanco vestido de seda se encontraba de frente en aquel acantilado, apenas podía vislumbrarse de quien se trataba, pues ella estaba de espaldas. Su cabello negro azabache al viento se movía de aquí a allá, las olas chocaban con fuerza contra las rocas haciendo bastante espuma, dejando en el ambiente un fuerte olor a sal.

William bajó la mirada,percatándose de que su pequeña hija Andrea jugueteaba con su brazalete,seguramente la cría lo habría cogido de la caja del desván, sabía que tenía quehaberla escondido mejor – pensó –. Volvió entonces la mirada hacia la mujer quetenía frente a él, pues acababa de comprender que aquella mujer era su esposa.Caminó hacia ella, temeroso de que algo pudiese sucederle, pero ya erademasiado tarde, el señor de la muerte acababa de aparecer frente a él. Aquelser sin rostro profirió una fuerte carcajada, haciendo que la joven se diese la

vuelta y quedase sorprendida por aquel extraño ser que la miraba con ojos vacíos.

· Ella me pertenece ahora – Aseguró mientras levantaba su lanza y daba un fuerte golpe en el suelo, haciendo que una fuerza superior, una fuerza invisible empujase a Emily y la tirase por el precipicio.

· ¡Nooooohhh! – Exclamó William lanzándose hacia ella, intentando coger su mano, pero ya era demasiado tarde, tan sólo pudo rozarla y observar como ella caía al vacío, hundiéndose en aquellas turbias aguas.



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