| 9 |
El fuerte sonido provocado por el pote de pintura siendo estampado contra la pared me despertó. El corazón empezó a latirme desesperado. Al abrir los ojos pude ver como pintura amarilla salpicaba sobre la frazada y el suelo.
—Distracciones. —La voz de mi madre activó mis alarmas internas. Me apresuré a ponerme de pie y la observé desorientada—. Puras distracciones.
No tuve tiempo de comprender lo que sucedía cuando sus movimientos se dirigieron hacia mi escritorio, desde donde tomó mis carpetas para luego caminar hacia la ventana, abrirla y lanzar todo por esta. Parpadeé lento. Algunas hojas quedaron esparcidas por el suelo, el resto había desaparecido.
—¿Qué...
No pude terminar de formular una pregunta. No entendía lo que sucedía y las palabras no salían de mi boca. Mis piernas reaccionaron finalmente y corrí hacia la ventana en el momento en que ella tomó la última carpeta que descansaba a los pies de mi cama.
—¡Mamá!
—Te he dado muchas oportunidades, Heather —me advirtió. Su intensa mirada provocó que me encogiera en el lugar—. No solo estas fallando en tus estudios, ahora me contestas también.
Levantó otro pote de pintura y lo estampó contra el suelo. El azul marino creó un charco sobre la alfombra marrón. Negué con la cabeza ¿qué estaba pasando?
—Distracciones. Todas estas boberías son puras distracciones que no te conseguirán nada en la vida, Heather Lynn. Me desharé de todo.
—¿Lyn? ¿Qué está sucediendo?
Mi padre observaba la escena bajo el umbral de la puerta. Sus ojos se abrieron de par en par al entender lo que pasaba. Deseé que nos ignorara y no interviniera, pero sabía que aquello no sería posible.
—Lyn. —Su tono de voz se volvió serio— ¿Qué estás haciendo?
—Lo mejor para asegurar el futuro de nuestra hija —fue la respuesta que le dio antes de caminar fuera de la habitación con mi carpeta aún entre sus manos.
Corrí tras ella, ignorando el intento de mi padre por detenerme, solo para acabar presenciando el momento en que ella abría el grifo de la cocina y tiraba mi carpeta bajo el flujo de agua. Se me revolvió el estómago ante la imagen de las hojas empapándose. Aproveché el segundo en que desapareció por el pasillo para tomar lo que quedaba de esta, pero la pesadilla no terminó ahi. Ella regresó mucho antes de que pudiera recomponerme con mi padre siguiéndole los talones. Lucía furiosa. Retrocedí un paso.
—Míralo bien, —demandó sosteniendo lo que reconocí como el ensayo de más de cuatro mil palabras que había realizado en mi último año de secundaria—, ¿qué es lo que deseas desde pequeña?
Tomé aire. El sonido de mis cosas siendo estampadas contra la pared de mi habitación aún resonaba en mis oídos.
—Excelencia —respondí apretando sobre mi pecho las hojas mojadas.
—¿Cómo se consigue esa excelencia?
—Trabajando duro.
—Exacto. Con trabajo duro, sin distracciones.
Asentí porque fue lo único que fui capaz de hacer en ese momento.
—Lyn Anne —la voz de mi padre se alzó con cansancio sobre la de ella—. Es suficiente.
Mi madre volteó con tanta brusquedad que por un segundo temí llegase a romperse el cuello.
—Julian, debes dejar de quebrantar mi autoridad delante de nuestros hijos. —Dio un paso hacia él con las manos sobre sus caderas—. Te he advertido que el dejarle tener pasatiempos absurdos como el dibujo haría que su desempeño disminuyera.
—Su desempeño no ha disminuido. Estás convirtiendo un pequeño problema en uno gigantesco. No es siquiera un problema.
Mi madre levantó los brazos, estaba lista para replicar y empezar lo que sería una discusión interminablemente dolorosa.
—Tienes razón, madre —interrumpí incapaz de seguir escuchándolos discutir. El nudo en mi garganta me obligó a tragar y respirar hondo.
Pensé en mi hermano y agradecí que había decidido quedarse en casa de mis abuelos. Aún así, me dolía presenciar este tipo de situaciones. La culpa me comía desde adentro cuando yo era la causante de ellas.
—No volverá a pasar —continué intentando esconder el temblor de mis labios—. Se me ha dificultado un poco el comienzo escolar. La dinámica en la universidad es demasiado distinta y creo que esto me ha jugado en contra, pero fue mi error no dar lo mejor de mí desde un comienzo. Tienes razón.
Las palabras brotaron de mi boca de manera mecánica. Mi padre negó con la cabeza, sin embargo, mi objetivo se mostraba satisfecha.
—No más pasatiempos sin sentido, Heather Lynn. —Apreté los dientes—. Necesitas enfocar toda tu atención en lo que importa de verdad para alcanzar esa excelencia, ¿entendido?
—Entendido.
Mi padre me indicó que me retirara. No deseaba hacerlo porque estaba segura de que la discusión entre ellos continuaría y necesitaba quedarme para intervenir de alguna forma, pero mis piernas traicioneras ya se encontraban caminando en dirección a la salida. No tenía las fuerzas necesarias para regresar a mi habitación. La carpeta que sostenía entre mis brazos era una de las tantas en donde guardaba mis dibujos y diseños. No me atrevía a ingresar en mi cuarto y encontrarme con todo lo que de verdad me importaba destruido.
Me culpé por haber sido lo suficientemente ilusa y creer que mi pronóstico de la noche anterior había sido erróneo y no necesitaba prepararme para ninguna tormenta arrasadora porque, luego de la cena con mi familia, mi madre se dirigió a dormir sin mencionar ni una palabra respecto al pequeño argumento que habíamos tenido.
Se había tratado de una alegría pasajera.
Tal vez, si hubiese aceptado el que mi padre se desviara para dejarme en la universidad en lugar de dirigirme junto a ellos hacia nuestro apartamento, nada de esto habría sucedido. Sin embargo, existía la posibilidad de que mi madre se hubiese desecho de mis cosas igualmente y yo no habría estado presente para intentar salvar lo que pudiese.
Inhalé una gran cantidad de aire una vez afuera.
El viento de otoño se sentía frío sobre la piel desnuda de mis brazos. No me detuve a debatir si debería volver por una chaqueta. No podía regresar. Necesitaba descubrir si era posible salvar algo de todo lo que mi madre había tirado desde mi habitación. Las piernas me temblaban con cada paso realizado. Lo único que me empujaba a no dejarme caer en la acera eran las personas presentes. Decidí llamar a Ellis, la necesitaba como soporte emocional ahí conmigo.
Detuve mis pasos, saqué mi celular del bolsillo de mi pantalón y presioné sobre su contacto. El aparato sonó un par de veces, me desesperé al pensar que no obtendría respuesta de su parte, pero cuando estuve por colgar su agitada voz resonó por los altavoces.
—¿Heather?
—¿Puedes venir hasta mi departamento? —fue lo primero que salió de mi boca.
No me sentía preparada para dar explicaciones y aún me costaba hablar sin titubear. Debería haber estado acostumbrada a las repentinas actitudes de mi madre, pero lo cierto era que dolían con la misma intensidad cada vez.
Hubo un momento de silencio en el que solo escuché el pesado respirar de Ellis y un par de pelotas salpicar en el fondo. Al parecer la había atrapado en medio de uno de sus miles de entrenamientos.
—¿Ha sucedido algo malo?
—Mi mamá ha tenido otro de sus ataques y no me vendría mal un poco de compañía —expliqué a medias.
—Mierda, Heather. Lo siento mucho... —Cerré los ojos porque sabía que no se disculpaba por lo que me pasó, sino por lo que diría a continuación—. Ahora mismo no puedo porque estoy en medio de un entrenamiento, el sábado tenemos un partido importante y sabes que me nombraron parte del equipo titular hace poco, debo dar el ejemplo, pero iré al terminar, ni siquiera me ducharé.
Dijo todo de manera atropellada. En lo único que pude pensar fue en lo apurada que estaba por volver a la cancha. Me habría gustado tenerla ahí conmigo. Sentía como la presión en mi pecho aumentaba con cada segundo que pasaba y no sabía por cuánto tiempo sería capaz de mantenerme en control, pero no podía hacerle esto. No había quedado en la calle, no se había enfermado nadie, no era una urgencia en realidad y sus entrenamientos eran tan importantes para ella como, incluso más, que mis estupidos dibujos, por lo que le aseguré que estaría bien y me disculpé por haberla molestado antes de colgar.
Guardé el celular en mi bolsillo y bajé la vista hacia mis pantalones al sentir la suavidad de la tela.
—Maldición —murmuré entre dientes.
Aún me encontraba vestida con mi pijama amarillo de franela y algodón. Inhalé y abracé la carpeta sin preocuparme por la humedad que el papel estaba dejando en mi remera. Continué rodeando, con piernas temblorosas, el complejo de apartamentos. Necesitaba llegar a la parte del jardín en donde suponía habían caído gran parte de mis cosas.
Al llegar me encontré con una niña de cuclillas entre los arbustos. Un par de hojas que reconocí como mías descansaban sobre estos. En el suelo, junto a la niña, estaban mis cuatro carpetas colocadas uno encima de la otra. Algunos papeles sobresalían de estas. Me maldije por no haber usado folios y haberlos guardado con mayor cuidado en lugar de tirarlos dentro de las carpetas con la promesa de que los organizaría luego.
Ella levantó la cabeza cuando reparó en mi presencia. Sus ojos me recordaron a la pradera que habíamos visitado junto a mi familia el año anterior. Un verde magnífico. No encontraba las palabras para describirlos. Las pecas esparcidas por su rostro lucían como escogidas cuidadosamente por un artista, especialmente para ella.
Intenté sonreírle, pero por la mueca que realizó era posible que mi intento de sonrisa terminase luciendo como un gesto de dolor.
—¿Te encuentras bien? —preguntó incorporándose. Llevaba un uniforme deportivo azul marino, lo que me hizo extrañar la compañía de Ellis aún más. Estaba segura de que no sería capaz de mantenerme cuerda por más tiempo— ¿Son tuyos? Juro que iba a devolverlos, solo estoy intentando alcanzar el que quedó atascado entre las dos ramas al fondo.
No pude responderle. No quería hacerlo. Sabía que al intentarlo no sería capaz de contener el llanto. No deseaba llorar delante de una niña y arruinarle la mañana. Terminé por sentarme junto a las carpetas en el pasto. Ella se agachó lo suficiente para poder mirarme directo a los ojos.
—¿Eres brezo? Mi hermano vio tu firma y dijo que pertenecía a Brezo. Es un nombre extraño, ¿no crees? Bonito, pero extraño.
Me hablaba con una suavidad abrasante. Me pregunté si así se comportaba normalmente o lo hacía porque entendía que podría romperme con cualquier minúsculo acto de brusquedad. Me sentía impotente con el nudo en la garganta creciendo a pasos agigantados. Me sentí un fracaso.
¿Cómo era posible que terminase siendo consolada por niños todo el tiempo?
—No llores, —pidió apoyando su manito sobre mi brazo—. Tus dibujos estarán bien, mi hermano sabrá que hacer, él siempre lo arregla todo. Hasta un corazón roto, palabra de Scout.
Esto último me hizo reír, ocasionando que las lagrimas traspasasen la represa que intentaba mantener en pie y se deslizasen furiosas por mis mejillas.
—L-lo siento.
—No te disculpes por llorar, es algo normal. Lo hago todo el tiempo.
Estaba por responderle cuando una voz masculina interrumpió el momento.
—Mila Rose, olvidé preguntarte de qué sabor quieres por lo que traje limón y fresa. —El chico levantó lo que parecían ser paletas de helado en el aire y las bajó en cuanto notó mi presencia— ¿Brezo?
—T-tú. —Fue lo único que logré pronunciar al reconocer la trenza azul que caía sobre su frente.
El joven del laundromat estaba parado a unos centímetros de distancia detrás de su hermana. Sus cejas se juntaron en el centro al recorrerme con la mirada. Sus ojos verdosos se detuvieron en el objeto que aún mantenía apretado sobre mi pecho. Realicé cortas respiraciones en un intento por desaparecer la presión en mi garganta. Debía tomar mis carpetas, ponerme de pie y escapar rápidamente, pero no lograba hacer funcionar mis piernas.
La niña, cuyo nombre parecía ser Mila Rose, dio un salto hacia su hermano y le quitó el helado de limón. Él no se inmutó, se mantuvo mirándome con una expresión difícil de interpretar.
¿Estaba enojado por haberme acercado a su hermana al ser una completa desconocida? ¿Sentía vergüenza ajena de verme en ese estado? ¿Había interrumpido un momento de hermano mayor y hermana menor y deseaba que me largase? O, oh, por Dios... ¿le habría caído alguna de las carpetas en la cabeza? Rogué porque no fuese esta última.
Por un momento lo único que se escuchaba a nuestro alrededor era el sonido del envoltorio del helado al ser abierto y los casi silenciosos sollozos que intentaba acallar por completo. Seguía sin ser capaz de pronunciar palabra alguna, incluso al verlo caminar en mi dirección y estirar el brazo con el que sostenía el helado extra.
—Es de fresa, te ayudará —dijo. Todo mi interior se agitó.
Estaba citándome y esto sólo ocasionó que el flujo de lágrimas creciera aún más, pero luché para contenerme y esbozar una pequeña sonrisa en agradecimiento. No me lo esperaba en absoluto. No tenía idea de quiénes eran esos hermanos, ni qué hacían ahí, pero eso no era algo que me preocupase en ese instante. Estiré mi brazo para tomar la paleta de su mano al mismo tiempo en que Mila decía:
—Son hermosos.
Mi mirada viajó hasta ella, su comentario me había dejado un poco desorientada, ella pareció notarlo porque agregó:
—Tus dibujos.
Oh.
—Oh... gracias. —Sorbí mi nariz, dejé la carpeta sobre mis rodillas y me limpié las lagrimas con mi mano libre—. Gracias por juntarlos por mí, siento si alguno te ha golpeado.
De repente su expresión se tornó seria, como si hubiese recordado algo importante.
—La persona que los tiró debería ser más cuidadosa. Si golpeaba a alguien podrían demandarlo o algo así es lo que dijo Saúl cuando uno de ellos le golpeó el brazo. ¿Verdad, Saúl?
El nombrado volteó y creí ver un tinte de vergüenza en sus ojos. Por alguna razón, eso me divirtió.
—Por favor, hazlo, demándala. Te lo suplico, Saúl —imploré disfrutando el finalmente pronunciar su nombre. Me asustó descubrir que, aunque lo decía en broma, no me desagradaba la idea.
—Mila Rose, deberíamos irnos si quieres llegar a tu entrenamiento a tiempo.
Ignoró completamente mi comentario anterior y mi molesta presencia.
—Pero no podemos irnos y dejarla así, mírala. —La niña me apuntó dramáticamente. Me agradó su actitud hasta que dijo—: Parece un ciervo todo mojado, con frío y asustado ¡Está en pijamas!
Saúl suspiró con cansancio.
—No es nuestro trabajo el rescatar a ciervos perdidos, ¿recuerdas? Lo hemos hablado.
—Pero, Saúl.
—Mila Rose.
Ambos se sostuvieron la mirada. Ninguno parecía querer perder el argumento que habían empezado sobre mi persona/ciervo. Hasta parecían haber olvidado que me encontraba delante de ellos y tal vez lucía como un ciervo perdido y asustado, pero continuaba siendo una joven adulta capaz de tomar mis propias decisiones y no necesitaba que algún desconocido las hiciera por mí. Aunque, siendo honesta, en ese momento me sentía incapaz de hacerlo. Por lo que suspiré derrotada mientras quitaba el envoltorio de la paleta y esperaba a que ellos acabaran con su duelo de miradas.
Le di una mordida al helado, el frío me congeló el cerebro y provocó un escalofrío en todo mi cuerpo. No era buena idea comer algo helado en ese tipo de clima y con mi escasez de prendas, sin embargo, no pude detenerme. Los dulces de fresa siempre ayudaban a quitar mi mente de cosas negativas porque me concentraba demasiado en el delicioso sabor realizando maravillas en mi paladar.
Lamí mis labios y di un respingo al sentir algo cubriendo mis hombros. No se en qué momento Saúl caminó hasta estar a unos milímetros de distancia, ni porqué decidió cubrirme con el suéter negro que llevaba puesto, pero estaba demasiado sorprendida como para mencionar algo al respecto.
—Listo. Ahora solo parece un ciervo perdido ¿Podemos irnos?
Parpadeé. Mila lo observaba con los labios fruncidos, se negaba a perder la discusión tan absurda que ambos sostenían. Saúl se mantuvo a mi lado observándola. Lo escuché exhalar. Debía conocerla lo suficiente como para entender que no recibiría una respuesta negativa tan fácilmente. Ella alzó una de sus cejas y dio un paso en mi dirección.
—¿Quieres venir con nosotros, Brezo? —inquirió sin siquiera pensar en los miles de escenarios catastróficos en los que podría desembocar el invitar a un desconocido a hacer algo contigo. La inocencia y amabilidad que desprendía era demasiado para mi estabilidad emocional.
—Oh, no... gracias, pero creo que me quedaré aquí un rato más.
—¿Estas segura? Mi hermano dice que, a veces, si te quedas por demasiado tiempo en un lugar los insectos podrían comerte entera.
Abrí los ojos. Debería de haberme sentido aturdida por lo que acaba de decirme, pero fue imposible una vez mi corazón empezó a latir desenfrenado en mi interior. Recordaba las medias que llevaba Saúl aquel día y las letras de una de mis canciones favoritas.
Sonreí.
—Tal vez, —le dije—, o puede que, si me quedo por demasiado tiempo la noche me lleve a casa.
La mirada de Saúl buscó la mía. El entendimiento recorrió sus facciones. El entusiasmo me atravesó y se extendió hasta las puntas de mis dedos. Me encontraba incapaz de esconder la sonrisa que se había formado en mi rostro.
—Aarón West and the Roaring Twenties —susurramos al unísono.
¡Hola, hola, pequeños girasoles! 🌻
Del 100 al 200, ¿cuánto les agrada Mila?
Comentarios para Saúl:
¿Críticas?
Gracias por leer a este intento de escritora 🥺💛🌻 Les amoooooo!
¡Que tengas un bonito fin de semana!
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro