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Cuando era pequeña solía contemplar la Luna a través de la ventana de cualquier rodado y pensar que se desplazaba conmigo. Tenía la absurda creencia de que siempre me seguiría donde fuese para no dejarme desprotegida en la oscuridad de la noche. Sin embargo, toda fantasía en algún punto llega a su fin. Crecí y aprendí que la Luna no es mas que el único satélite natural que orbita la Tierra.
Aunque me había decepcionado un poco aquel gran descubrimiento que mi yo de diez años había realizado mientras leía obligada una revista de ciencias para niños, a veces, aún me atrapaba a mí misma observándola ilusionada. Esperando paciente por algún suceso mágico porque si una esfera brillante y flotante no te hace pensar en la magia y sentirte esperanzado aun teniendo pruebas científicas que demuestran lo contrario, ¿qué otra cosa lo hará?
Esa noche de domingo, mientras me dirigía junto a mi familia al hogar de mis abuelos paternos, decidí otorgarle una nueva oportunidad. Deseé, como cuando era pequeña, que aquel objeto luminoso me regalase un pedacito de su magia y evitase que el cumpleaños de mi padre se convirtiese en un desastre gigantesco, al igual que el resto de las reuniones familiares que habíamos tenido ese último año.
Mis padres habían decidido recogerme en la universidad a pesar de que esta quedaba una hora al norte de nuestro hogar y la casa de mis abuelos una hora y media hacía el este.
Mi padre, Julián, conducía con una sonrisa en su rostro. Jamás lo había escuchado protestar por tener que conducir esas más de dos horas debido al desvío realizado para buscarme. Mis abuelos habían emigrado de Argentina cuando él era un niño, trayendo consigo las costumbres de aquel país, incluyendo los almuerzos y cenas familiares de los domingos. Era imposible escapar de ellos, aún más al tratarse de un cumpleaños.
—¿Sabes que la Luna no posee luz propia? —preguntó mi hermano menor, Milo, al pillarme observándola.
No me sorprendió el repentino comentario. Estaba acostumbrada a ellos, aunque, seguía maravillándome que a sus seis años supiese más de lo que yo alguna vez llegué a saber a su edad e incluso algunos datos que a mis dieciocho años aún no había descubierto. Era medio frustrante ser la mayor y no poder actuar como una fuente de información para él porque Milo había decidido invertir los roles.
Volteé a observar ese par de adorables ojos verdes claros tan distintos a los míos. Él había heredado los ojos de mi padre. Yo los tenía café como los de mi madre.
Sonreí.
—¿Estás diciendo que su luz no se debe a que es mágica? —pregunté interesada por su respuesta.
Deseaba que me respondiese con un «Si», que por un segundo revaluara todo lo que sabía, empujara la información al fondo de su cerebro y decidiera jugar a pretender conmigo. No lo hizo. Me analizó en silencio, arrugó la nariz y rio negando con la cabeza. El sonido de su risa dulce e infantil era como miel para mis sentidos.
—No, Heather. Solo refleja la luz solar, ¿no lo sabías? Lo he leído hoy en un libro que tomé prestado de la biblioteca.
Su eufórica respuesta me enterneció.
Su pasatiempo preferido era poder inculcar a las personas con su dote de sabelotodo, por esa razón decidía fingir ignorancia. Él no lo hacía para molestar o incomodar, simplemente disfrutaba de repartir información que le parecía interesante y a mí me encantaba la manera en la que sus ojitos brillaban al hacerlo. Milo era como un niño dotado. Se había saltado un año en la primaria porque mi madre así lo había querido. Podría haber hecho que se saltara dos, tres e incluso cuatro, pero mi padre se había encargado de detenerla.
Él quería que Milo viviese los procesos de socialización acordes a su edad para evitar que creciera sin haber disfrutado de su niñez. Esto creaba discusiones y desacuerdos entre ellos a menudo, sin embargo, era capaz de soportarlo porque tampoco quería que mi hermano viviese ese tipo de vida. Mi madre dejo de insistir demasiado gracias a las calificaciones sobresalientes de Milo y a que él estudiaba por puro placer.
—Has destruido mi sueño de poder convertirme en una superheroina utilizando el poder de la Luna, renacuajo.
Mi padre rio al volante.
—Eso es imposible, Lynn —me corrigió Milo.
Le di un suave empujón en el hombro.
—Te he dicho que no me llames Lynn, pequeño sabelotodo.
—¿Tú puedes ponerme todos estos apodos raros y yo no puedo llamarte por tu segundo nombre? —refunfuñó.
—¿Por qué no? —intervino mi madre por primera vez desde que me habían recogido de la universidad—. Lynn es un bonito nombre y lo escogí para ti luego de meses de indecisión. Deberías apreciarlo más.
Una razón más para odiarlo, quise decirle. Me contuve porque no deseaba arruinar nuestro momento en familia y porque nunca había sido lo suficiente valiente para contestarle. Vivíamos para complacerla.
—¿Estas segura de que no fue porque tú te llamas así? —preguntó mi hermano sin intención de sonar irrespetuoso. Era la simple curiosidad hablando por él.
El nombre de mi madre Lyn Anne. Se escribía un poco distinto al mío, se pronunciaba igual. No odiaba tener el mismo nombre, pero mi madre había pasado tanto tiempo intentando moldearme a su manera que el ser llamada como ella por mi hermano me provocaba rechazo. Temía ser vista como solo la sombra de ella y perder mi individualidad por completo. Dejar de existir como Heather y terminar engullida por lo que Lyn Anne esperaba de mí.
—Si, Lyn. Nathaniel ha sacado a relucir un magnífico punto —apoyó papá.
Arrugué la nariz y pateé el asiento de mi padre.
—No lo llames Nathaniel, lo hace sonar viejo y mi hermanito tiene solo seis añitos. —Me giré para tomar la mano de Milo y agregué—: aunque a veces actúe como un viejo de noventa.
Todos reímos a excepción de Lyn. Papá aumentó el volumen de la radio cuando una canción de las spice girls resonó en el interior del auto. Las letras: so tell me what you want, what you really, really want, hicieron eco en mis oídos.
Dime lo que quieres, lo que realmente quieres...
🌻
Al estacionar fuera de la casa de mis abuelos divisé el auto negro de mi tío Mateo, hermano mayor de mi padre. Había viajado cinco horas desde Boston con su familia para poder festejar el cumpleaños de su hermano. Siempre intentábamos estar juntos en cada celebración. En algunas ocasiones en su casa y otras en Nueva Jersey. En los últimos meses habíamos celebrado la mayoría de los días festivos en casa de mis abuelos porque ya estaban un poco mayores para manejar durante tanto tiempo.
El color azul intenso de la madera que mi abuelo le había permitido escoger a Milo años atrás, fue lo primero en atrapar mis ojos. El maravilloso y cuidado jardín de mi abuela pasaba desapercibido ante aquel vibrante color. Sonreí cuando el aroma a galleta recién horneada provocó que mi estómago se regocijara deseoso por probarlas.
—¿Cómo ha estado mi nieta preferida? —preguntó mi abuela cuando nos adentramos aún mas en la calidez de su hogar.
Me permití observar los alrededores. Todo seguía igual. Un living con gigantescos sillones de cuero marrón apuntando hacia el televisor junto a ventanales cubiertos por unas cortinas con figuras geométricas de varios colores. Unos cuantos cuadros colgaban en la entrada y en la cocina de estilo abierto separada de la sala por una barra de desayuno. Las paredes estaban pintadas de un amarillo pastel muy suave.
Desde niña mi color favorito ha sido el amarillo y por esa razón lo habían escogido, para poder complacerme. Solían complacer a sus nietos mas allá del límite imaginario establecido por nuestros respectivos padres. No podía quejarme.
—¡Abuela! —chilló mi prima Danielle desde la cocina—. Me has llamado tu preferida cuando he llegado.
Su cabello rosa llamó mi atención. Lo llevaba de un verde brillante la última vez que la había visto.
—Todos lo son —contestó mi abuela con una sonrisa. Unas cuantas arrugas se le formaron alrededor de los ojos.
—Yo aún más, ¿verdad? —susurré solo para ella, al tiempo en que Danielle gritaba: «solo tienes tres nietas y un nieto».
Mi abuela me regaló un guiño cómplice antes de dirigirse hacia la cocina junto a mis padres. Decidí acercarme a observar el cuadro que habían colgado entre los dos ventanales. Se trataba de dos girasoles enfrentados bajo la luz del crepúsculo.
Lo había realizado el verano anterior en un día de playa. Mis abuelos se encontraban sentados sobre la arena bajo un espléndido atardecer, uno que creaba sombras sobre sus cuerpos y escondía las miradas llenas de ternura que se dirigían. No había podido resistirme. La inspiración me había golpeado tan fuerte que mis manos comenzaron a moverse por sí solas sobre el blanco papel.
Me entusiasmaba saber que a ellos les gustó lo suficiente como para colgarlo a la vista de todos. Aunque, estaba segura de que podría hacer un dibujo a lápiz de un circulo y ellos lo habrían amado por el simple hecho de ser mio.
—¡Heather! —la voz de Marielle, melliza de Dani, se alzó por sobre las voces de los demás—. Ven a ayudar con los cubiertos.
Dejé de observar el cuadro cuando la mano de mi hermano hizo contacto con la mía.
—Es de mis favoritos —murmuró.
A veces sentía que Milo era el único ser en el planeta que me conocía de verdad, lo cual era absurdo porque aún era un niño, pero uno que la mayoría del tiempo parecía saber lo que pensaba y, sin intención, terminaba por decir o hacer cosas que lograban calentarme hasta el alma cuando más lo necesitaba.
—Tú eres mi favorito —le dije dándole un toque a su nariz con mi dedo índice. Él la arrugó incomodo— ¿Me acompañas a ayudar con la mesa?
Asintió con la cabeza y dirigió el camino tironeando de mi brazo hacia la cocina. Saludamos a mi tío Mateo y a las mellizas, quienes nos avisaron que tía Ashley había quedado varada en Los Ángeles luego de que su vuelo se cancelara. Su ausencia me puso ansiosa.
Tía Ashley es la charlatana de la familia y la mejor en cuanto a llenar silencios incómodos y especialista en dirigir los comentarios de mi madre, con respecto a temas escolares y el futuro de cada joven en la familia, hacia otros temas de conversación, como lo hermoso que ha estado el clima últimamente.
No era demasiado sutil, pero solía funcionar.
Saludé a mi abuelo con un beso en la mejilla y decidí ayudar a Marie a colocar los cubiertos, vasos y ensaladas en la mesa redonda. Mi abuela nos hizo saber que el pastel de arroz, el preferido de mi padre, estaba listo y todos nos apresuramos a tomar asiento. No pude evitar cerrar los ojos al dar el primer bocado. La comida de la universidad no era tan mala, pero no había nada que se comparase a la comida de mi abuela.
—¿Les gusta? —preguntó la grandiosa cocinera.
—Está delicioso —respondimos las mellizas, Milo, mi padre y yo al unísono. Lo que provocó una risa de parte de todos que murió cuando decidimos continuar devorando el festín que teníamos en frente.
Sentí alivio al notar que ya casi habíamos terminado y el ambiente animado no se había visto interrumpido por algún argumento sin sentido. Dani y Marie acaparaban toda la atención con la cantidad de anécdotas que tenían sobre el campamento de ingeniería al que habían asistido hacía un par de semanas.
—Creímos que todos serían raritos —comentó Danie—, pero fue bastante asombroso el llegar y toparnos con modelos de Calvin Klein utilizando sus uniformes de trabajo.
—Habrían estado aún mejor si simplemente utilizaban ropa interior de Calvin Klein, pero nos conformamos con lo que nos toca —agregó Marie haciéndonos reír. Incluido su padre, que luego de varios años, había entendido lo imposible de intentar corregir a sus niñas en cuanto a sus comentarios hormonales.
Ambas estaban por graduarse en ingeniería de software e iban camino a realizar sus licenciaturas. Estaba orgullosa de las mentes tan brillantes que abundaban en mi familia, aunque aquello provocase que muchas veces me sintiese como la oveja negra. No tenía malas calificaciones, pero todo mi buen desempeño académico era producto de los constantes regaños de mi madre y de horas y horas de estudio resultantes en cero vida social.
Marie y Danie eran lo suficientemente inteligentes como para mantener un equilibrio entre sus estudios y todo lo demás. En muchas ocasiones, deseé poder ser un poquito más como alguna de ellas, pero con lo mal que me estaba yendo últimamente dudaba que aquello fuese posible.
—¿Qué tal tu comienzo universitario, Heather? —preguntó Marie disparando mis alarmas internas— ¿Algún chico de quien tío Julián deba preocuparse?
Danie pateó la pantorrilla de su hermana por debajo de la mesa y está dio un pequeño salto en su lugar antes de mirarla confundida. Tuvieron un momento telepático de hermanas mellizas cuando la realización de lo que acaba de hacer se estampó en la cara de Marie quien ahora me miraba un tanto apenada.
La atención se posó en mí. Esperaban una respuesta de mi parte, ¿por qué estaba volviendo todo más raro de lo que debía ser? Era solo una maldita pregunta. Miré de reojo a mi madre quien fingió observar el color rojo de sus uñas. Maldición. Esperaba el momento perfecto para entrometerse en la conversación.
—B-bien...
—Tu adaptación está siendo un poco lenta, ¿no crees? —interrumpió finalmente antes de que pudiese agregar algo más—. Me encontré a tu profesor de Marketing esta tarde y me ha dado a entender que no eres demasiado participativa y entregas los trabajos un tanto sobre la hora.
—Lyn, ¿quién no ha entregado trabajos sobre la hora en sus días escolares? Me preocuparía que los entregase el mismo día en el que se lo asignaron. —intervino papá en mi defensa intentando bromear un poco para no llevar la conversación a un nivel de no retorno.
—No cuando ya eres un adulto, Julián —replicó mi madre.
Los demás se mantuvieron en silencio porque habían aprendido que el intervenir en este tipo de situaciones solo ayudaba a incrementar los dotes argumentativos de mi madre. Suponía que trabajar en el area de ventas en la compañía de su padre le había otorgado tal habilidades con los años. Habilidades demoníacas, les llamaba.
Suspiré.
—Una adulta cuya madre sigue yendo a vigilar en la escuela a pesar de recibir constantes actualizaciones vía mensajes. Entonces dime, madre ¿soy una adulta o no lo soy? porque sinceramente comienzo a cansarme de no tenerlo en claro.
—¡Heather Lynn! —me reprendió poniéndose de pie.
La mano de Milo se posó sobre mi derecha. No había notado el repiqueteo nervioso que mis dedos habían comenzado sobre mi muslo. Milo buscó mi palma y entrelazó sus dedos con los míos. Intentaba calmarme, y a pesar de que no había mencionado ni una palabra, entendí ese intercambio silencioso y confortador. Necesitaba mantenerme apacible, no era el momento ni el lugar para comenzar una guerra nuclear con la mujer que me había dado la vida.
¿Qué me sucedía? Responderle a mi madre de esa manera no era algo normal en mí.
Inhalé una gran cantidad de aire y balbuceé una disculpa. Luego, abuela interrumpió el momento al preguntar si estábamos listo para el pastel, obteniendo un «si» en unísono de parte de todos. Bueno, casi todos.
El clima pronosticaba una tormenta de regaños al llegar a casa y no existía sombrilla capaz de cubrirme.
¡Hola, pequeños girasoles! 🌻
A mi pequeño, pero hermoso grupito de lectoras, siento muchísimo la tardanza, tuve dos semanas súper ocupadas 🥺
Gracias por leer a este intento de escritora 💛
El próximo capítulo será agridulce (/.\)
Les amoooooo🌻💛
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