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Los opuestos se atraen. Crean un vínculo en movimiento constante. Lo que a ti te gusta, lo que la otra persona disfruta, todo esto los lleva a compartir momentos diferentes. A acompañarse mutuamente en actividades que no disfrutan realmente, pero que resisten por el cariño que se tienen.

Nunca antes había pensado en lo que se sentiría el coincidir genuinamente con alguien. En pasar un momento realizando algo que ambas partes adoran. En el lazo que esto crea. En el cosquilleo contante en tu estómago debido a la emoción de sentir que esa persona te entiende. Te comprende de verdad. No sabía que todo aquello podía ser posible hasta que tuve la oportunidad de compartir toda una noche y parte de la mañana junto a Willow.

Los opuestos se atraen, pero los iguales conectan. Esa fue la conclusión a la que llegué.

Me removí sobre la madera fría al escuchar unos golpes distantes. Sentía la boca pastosa y el cuello rígido. Intenté abrir los ojos, pero solo logré entreabrir el derecho. La imagen de Willow babeando sobre el brazo que estaba utilizando como almohada encima del escritorio me hizo sonreír.

Lamí mis labios. Nos habíamos quedado dormidas en las sillas y utilizado la pequeña mesa para apoyar nuestras cabezas. No era una posición agradable, pero estábamos tan agotadas que no pudimos ni levantarnos para descansar en nuestras respectivas camas.

Willow dejó escapar un pequeño ronquido y unas risas retumbaron a nuestras espaldas. Me incorporé de inmediato y giré la cabeza. Esta me dio vueltas y una punzada de dolor se apoderó de ella. Llevé una mano hacia mi sien y presioné.

—¿Qué ha sucedido aquí?

El tono divertido en la voz de Ginevra me hizo saber que lucíamos como me sentía. Un desastre. Foster se encontraba de pie junto a ella. Los observé a ambos mientras intentaba recomponerme. Ellos parecían ser diferentes, como Ellis y yo, pero de alguna manera, sus diferencias se entrelazaban y formaban una armonía. Una que funcionaba al cien por ciento. Los tres lo hacían.

—Me parece que Willow la ha tomado de rehén —respondió Foster acercándose a la nombrada. Empujó su hombro levemente—. Gardner, despierta.

—¿A qué hora durmieron? —preguntó la pelirroja—. Willow tiene el sueño demasiado pesado, dudo que podamos despertarla.

Mi vista viajó hacia el reloj rosado que colgaba sobre la puerta. Eran las siete de la mañana. Aún tenía tiempo para prepararme y asistir a mi primera clase del día, me faltaban energías, pero por primera vez en mucho tiempo me sentía viva.

Contemplé el vestido rojo que colgaba desde el perchero de tubo colocado en el costado izquierdo del cuarto y sonreí. Lo habíamos terminado a tiempo y, aunque habíamos realizado un modelo más sencillo, las casi catorce horas de trabajo habían valido la pena.

—No estoy segura —respondí con la garganta reseca—. Creo que hace una hora.

Willow me había mencionado que compartía la habitación con Ginevra y que ella se encontraba con Foster, pero no había regresado durante la noche. Tampoco hice demasiadas preguntas respecto al tema. Solo esperaba no haber sido la razón por la que había terminado durmiendo en otro lugar.

Luego de haber preparado el café para mantenernos despiertas y organizado mis cosas sobre el escritorio de Ginevra, solo recordaba haberme sentado, pedirle instrucciones a Willow sobre qué tipo de falda tenía que hacer y las medidas de su hermana. Una vez iniciamos, no paramos ni un segundo. Hablamos un poco entre puntadas, cortes y confecciones, pero ambas estábamos demasiado concentradas en terminar a tiempo, por lo que la mayoría de la noche se basó en un silencio. Un silencio agradable.

—Te ha tenido toda la noche, ¿qué ha sucedido? Me mandó un mensaje, pero no demasiados detalles.

Se acercó a Willow, le quitó el cabello del rostro con delicadeza y se inclinó para susurrarle algo al oído. Foster se dejó caer sobre una de las camas con el celular en mano y yo estiré mi brazo para alcanzar la botella de agua en el suelo. Le di un sorbo y el líquido ayudó a calmar la picazón en mi garganta.

—Arruiné el vestido de mi hermana —balbuceó Willow desde la misma posición—. Heather me escuchó cuando tropecé en el baño y se ofreció a ayudarme. Creo que la mandaron los Dioses.

El calor se instaló en mis mejillas. La respiración de Willow se volvió pausada nuevamente y otro ronquido se le escapó. La desesperación que decoraba su rostro la noche anterior se había esfumado por completo, ahora sus gestos desprendían tranquilidad. Bostecé y luché por mantener mis ojos abiertos.

—No creo que vaya a despertarse, —comentó Ginevra—, vinimos para desayunar juntos, ¿quieres acompañarnos? Nuestro amigo llegará en unos minutos con un par de facturas y sándwiches.

—Se merece una semana de desayunos por haber soportado a Willow —agregó Foster.

—No me gustaría incomodar.

De repente me hice consciente de la situación en la que me encontraba. Había pasado la noche con una compañera a la que apenas conocía, para luego conversar en mi pijama amarillo de girasoles junto a su novia y no había dicho o hecho algo vergonzoso, aún... Thomas y Ellis estarían orgullosos.

¡Ellis! No le había avisado en dónde estaría. Esperaba no haberla preocupado. Rebusqué en los bolsillos de mi buzo por mi celular y desbloqueé la pantalla. Ningún mensaje o llamada de ella. ¿No había notado mi ausencia al regresar? O ¿no había regresado en absoluto?

No podía tratarse de lo último.

—Míranos, —señaló ella—, creo hablar por todos al decir que estamos bastantes cómodos con tu presencia y nos gustaría recompensarte de alguna manera por haber ayudado a Willow.

Me fije en Foster que descansaba sobre una de las camas. Se había quitado los zapatos y el saco marrón que llevaba esa mañana. Willow seguía dormida sobre los retazos de tela en el escritorio y Ginevra me observaba con una sonrisa en el rostro. Su voz era como una canción de cuna para mis oídos, dulce y relajante, tenía tanto sueño que podría haberme dormido escuchándola. Esto me llevó a notar lo relajada que yo me sentía junto a ellos.

Ni siquiera me molestaba el hecho de que seguramente lucía como un Zombie en ese momento. Mi estómago gruñó. Moría de hambre.

—Creo que esa es tu respuesta, Gini —dijo él y luego me miró por sobre su celular—. Tienes hambre, nosotros comida. La pregunta aquí es ¿tienes tiempo?

Una media sonrisa tiró de mis labios. Un comentario de esos, en cualquier otro momento, me habría provocado nerviosismo y empujado a responder con la primer tontería que se me cruzase por la cabeza, pero no en ese instante, ellos lograron que la usual ansiedad provocada al conocer nuevas personas desapareciera.

—Tengo tiempo, gracias. Solo iré a lavarme el rostro primero.

Cuando me puse de pie y traté de realizar un paso, la puerta del dormitorio se abrió. Los ojos verdosos del joven siguieron mis torpes movimientos por evitar caerme hasta que terminé de boca en el suelo. El ruido sordo de la máquina de coser al chocar contra la madera hizo que Willow y Foster se pusieran de pie de un salto. Me dolieron las costillas, el aire dejó mis pulmones por unos segundos y la quijada me ardió.

—¡Heather! —exclamó Ginevra mientras se apresuraba a desenredar el cable que conectaba la máquina de coser con el pedal. El causante de mi caída. No había notado que lo tenía envuelto en la pierna antes de pararme e intentar dar ese primer paso— ¿Estás bien? Saúl, ayúdame.

—¡Heather! ¿Qué ha pasado? ¿Por qué estás en el suelo? Oh, Dios, ¿estás bien? ¿Tu cuerpo ha dejado de funcionar por ayudarme toda la noche? ¡Lo siento mucho! De verdad, lo siento.

Las palabras atropelladas de Willow, quien se encontraba ahora de cuclillas frente a mi rostro, me hicieron reaccionar. Parpadeé y me lagrimearon los ojos. Mi capacidad atlética era realmente inexistente. No pude evitar la caída, apoyar mis manos, ni evitar pasar vergüenza frente a ellos.

¿Por qué? ¿Por qué debía suceder algo como aquello? ¡¿Por qué no podía mantener una maldita interacción con desconocidos sin quedar en ridículo?!

¿Por qué era tan torpe?

—¿Brezo? ¿Qué hace ella aquí?

Levanté la cabeza con lentitud. Me encontré con unos zapatos negros en cuyo brillo podías reflejarte sin problema. La gabardina negra de su pantalón de vestir estaba libre de arrugas y el saco del mismo color complementaba a la perfección su figura alta y de contextura delgada.

El chico del laundromat se encontraba parado frente a la puerta. La trenza azul que le había visto aquella mañana no se encontraba a la vista, la había escondido entre sus rizos castaños, pero sus ojos... esos ojos verdosos e intensos, fue lo único que necesité para reconocerlo. No lo había notado en la lavandería porque vestía completamente distinto, pero era el chico del laundromat y...

—El chico del árbol —proferí sorprendida.

Realicé una mueca, el estómago me dolió.

—¿Se conocen? —preguntó Willow, intercalando la mirada entre ambos.

Él me contemplaba desde lo alto en silencio. Su mirada no reflejaba nada, ¿en qué pensaba? Un rizo le cubrió el ojo derecho y quise moverlo. Ese brillo particular en sus iris merecía mayor exposición.

—¿Es la chica de la paleta? —inquirió Foster a mis espaldas.

—¿De la paleta? —cuestionó Willow confundida—. Saúl, ella es Heather, la creadora de los girasoles.

—Lo se.

—¿Lo sabes?

No sabía a donde dirigir la mirada. La cabeza me daba vueltas y el cuerpo me dolía. La tranquila mañana se había vuelto caótica en cuestión de segundos y, a pesar del dolor, luchaba por no cerrar los ojos y caer dormida en el suelo mientras ellos intentaban llegar a un acuerdo de quién era el desastre amarillo tirado en medio de la habitación. Necesitaba que se abriera la tierra y me tragase.

Ginevra suspiró.

—¿Me ayudan a levantarla primero?

—¡Cierto! —exclamó Willow tendiéndome la mano— ¿Estás bien?

Deje salir un gruñido al estirar la mía. Joder, me dolían demasiado las costillas. Me aferré a ella y empujé con mi mano libre. Llené mis pulmones de aire y terminé de levantarme con un poco de dificultad.

—Estoy bien. —Limpié polvo invisible de mi pantalón evitando hacer contacto visual—. Lamento haber causado tanto caos.

Repiqueteé los dedos de mi mano derecha sobre mi muslo. Dios. La incomodidad que había creído inexistente junto a ellos, apareció finalmente. Me asfixió por un segundo. Sin embargo, al levantar la vista del suelo me encontré con expresiones entre divertidas y realmente preocupadas.

Solté aire y luego, como si hubiéramos llegado a un acuerdo, explotamos a carcajadas. El dolor en mi estómago se intensificó, pero me fue imposible el controlarme. Me había caído de bruces en el suelo y había provocado que la máquina de coser sufriera la misma suerte. Mi suerte inexistente.

—Lo siento, Heather —jadeó Ginevra, intentando recobrar la compostura—. Me recordaste a las incontables veces en las que Willow tropezó de la misma manera.

—Creí que Willow era torpe, —añadió Foster—, pero ahora entiendo que la relación entre máquinas de coser y diseñadoras es complicada.

—¡Te lo dije! —exclamó la nombrada con su dedo índice apuntando hacia el frente—. Nos concentramos demasiado en la magia que nuestras manos crean y olvidamos prestar atención al resto.

Me sentí identificada con esa ultima frase. Algo de verdad había en ella, me había tropezado en varías oportunidades de esa forma, aunque, en ninguna de esas ocasiones había acabado de esa manera.

—¿Tienen un botiquín de primeros auxilios? —interrumpió el joven del laundromat cerrando la puerta detrás suyo. Él no reía. El tono de su voz era profundo, sereno y desinteresado, tal y como lo recordaba—. Se lastimó el mentón.

Saúl... Así lo había llamado Ginevra. Por alguna razón, tuve el impulso de llamarlo por su nombre. Deseaba pronunciar en ese instante esas dos sílabas, esas cuatro letras, pero no me atreví. No lo hice porque él no se había dirigido a mí en ningún momento y porque no sabía qué decirle realmente. No podía simplemente decir su nombre y estaba muy cansada como para pensar correctamente.

Por lo tanto, me decidí a esperar el momento oportuno mientras Willow me alcanzaba el antiséptico y un apósito, la caída me había provocado un raspón en la quijada, eso explicaba el ardor.

Suspiré.

El momento que esperaba no llegó ese día. Saúl dejó el desayuno sobre uno de los escritorios y se despidió con la excusa de que debía encontrarse con sus padres. Me descubrí deseando que fuera cierto. Me sentía un poco culpable. Tal vez le había arruinado la mañana. Existía la posibilidad de que le incomodase el desayunar con una desconocida.

Una a la que había atrapado observándolo en el primer encuentro, una que le había prácticamente obligado a ingerir una paleta en el segundo y había causado un alboroto en el tercero.

Yo tampoco habría querido compartir una mañana conmigo.

¡Hola, hola, pequeños girasoles!

He reescrito este capítulo unas miles de veces y por eso la súper tardanza
:(no me terminaba de convencer 😭

Espero que lo disfruten un poquito y dejen sus estrellitas ✨

Del 10 al 60:

¿Cuánto les gusta Ginevra?

Gracias por pasarse 💛 Tengan un bonito día, tarde, noche 🌻

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