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El sol de medio día se sentía pesado sobre mis hombros. Antes había deseado que sus rayos me bañaran de pies a cabeza con su calidez, pero ese domingo aquel calor no me permitía respirar.
Me cubrí la nariz con la bufanda y continué mi camino hacia la pasarela de madera que conformaba la costanera detrás de los departamentos. Estaba agotada. Deseaba dormir por un tiempo y despertar con la vida resuelta. Sin embargo, esto era imposible y debía enfrentar a mi amigo tarde o temprano. Incluso si prefería que fuese más adelante y no en ese preciso instante.
Me detuve frente a un poste de luz apagado. Una nube cubrió el sol y aproveché para llenar mis pulmones de aire frio. El ambiente grisáceo empezaba a resultarme agradable.
—¡Lynn!
Thomas trotó desde el otro lado de la costanera. Se había dejado el cabello suelto y este se movía libremente con el viento. Su buzo azul me pareció muy desabrigado para ese clima. Su característico aroma invadió mi nariz cuando sus brazos se envolvieron inquietos a mi alrededor. Me mantuve inmóvil. No pude corresponder aquella muestra de afecto y esto me preocupó.
Estaba dejando que lo acontecido en los días anteriores me afectase en una medida muy grande. Esa no era yo. Rompió nuestro abrazo y sus hombros cayeron derrotados a los lados.
—Thomas —saludé.
—Siento que no te he visto en años, ¿cómo estás?
¿Iba a pretender que nada había pasado?
—Bien. Muy bien.
De maravilla.
—¿Comiste algo? ¿Vamos a almorzar en algún sitio?
Ah.
No podía soportarlo.
—Thomas... ¿vas a decirme qué sucede?
Su conflictiva mirada se perdió en algún punto a mis espaldas. Me recordó a cuando éramos niños y Thomas rompía algunos de mis juguetes sin querer. Su aflicción lo volvía incapaz de mirarme a los ojos hasta poder enmendar su error.
—Yo... —Intentó realizar contacto visual, pero terminó desviándose hacia el suelo—. Lo siento, Lynn. No me corresponde.
—Bien. Entiendo.
Entendía. De verdad lo hacía. Quería poder decirle que todo estaba bien. Agarrarlo del brazo y llevarlo hacia el puesto de tacos sobre el parque de cerveza en Hudson Exchange. Quería poder perderme en su mirada café y olvidar todo lo demás. Sentir su tacto sobre la piel desnuda de mis manos y reírme junto a él de algún chiste bobo. Quería poder ser nosotros otra vez.
Pero ese era el problema: quería PODER hacerlo, no lo deseaba realmente en ese momento. Estaba enfadada y no tenía intenciones de ocultarlo como lo hubiese hecho en otras ocasiones. Estaba agotada y no tenía fuerzas para seguir escondiendo mis emociones. Necesitaba dejarlas salir. Mostrar cómo me sentía al cien por ciento.
Hacerles comprender que a mí también me duele, que yo también siento. Y era consciente de que esto no se debía solo a lo de Thomas y Ellis, pero me hallaba incapaz de dirigir mis fuerzas hacia la causa mayor, entonces empecé, equivocadamente, por el lugar más sencillo. Sabía que podría llegar a arrepentirme en un futuro no muy lejano, pero en ese instante no me importó.
—Lynn...
—Thomas, lo cierto es que nunca imaginé que en nuestra amistad llegaría el momento en el que tuviésemos que escoger lados y me duele saber que esto no solo ha pasado, pero que también soy la única que aún desconoce la razón. —Di un paso hacia atrás, necesitaba espacio para pensar—. Mis dos mejores amigos me hicieron a un lado, me dejan pesando que he hecho algo malo y ni siquiera me dan la oportunidad de disculparme. No puedes pretender que no sienta que ustedes se escogieron y solo me consideran un mal tercio en esta relación.
—No, Lynn. Por favor, no pienses así...
Sonaba dolido. Apreté mis puños, no era justo.
—Entiendo que puede haber secretos entre ustedes, tanto como yo puedo tenerlos con alguien más, pero ignorarme sin siquiera tener el decoro de dejarme saber que necesita un tiempo lejos de mí, es un golpe bajo.
Me tomó de la mano. Sus dedos fríos trazaron círculos ansiosos sobre mi palma.
—Yo... —Se despeinó el cabello con la mano libre—. Demonios, no sé qué hacer. Me duele verte molesta conmigo.
—No estoy molesta por guardar el secreto de Ellis, eso lo entiendo, pero estuviste evitando estar a solas conmigo por esto y me mentiste cuando podías ser sincero desde un principio sin revelar sus razones.
—Lo sé. Tienes razón, soy un idiota.
—Lo eres.
—¿Me perdonas? Por favor.
El café en sus ojos lucía más claro bajo la luz del sol. Thomas se mordió el labio inferior y apretó el agarre en mi mano, como si temiese que al soltarme fuese a desaparecer. A diferencia de Ellis, con quien a lo largo de nuestras vida habíamos discutido en incontables ocasiones, con Thomas nunca lo habíamos hecho. Estábamos entrando en un terreno desconocido y ninguno estaba seguro de cómo manejar esta situación, de cómo continuar sin rompernos, ni qué sucedería si esto llegase a ocurrir.
—Lynn, por favor...
El sonido de su voz entrecortada. La preocupación en sus ojos. La tensión en sus hombros, todo esto me debilitó. No disfruté verlo así. Lo atraje hacia mí y lo estrujé en mis brazos. Sentí a mi cuerpo relajarse bajo la calidez del suyo y su aroma tan familiar me aflojó los sentidos.
—Lamentó de verdad todo esto. —susurró en mi oído—. La conoces, solo necesita tiempo.
¿Tiempo para qué? quise preguntarle, pero me tragué las palabras. No iba a obtener una repuesta.
—Thomas, necesito volver a casa. Estoy media castigada —mentí a medias.
Estaba al precipicio de ser desheredada por mi madre, aunque esto me importase muy poco, ella no se encontraba en casa para vigilarme ese día. Solo necesitaba descansar de todas las sensaciones provocadas por su presencia. No podía relajarme junto a él. Mis pensamientos chocaban uno con el otro creando estallidos en mi cabeza.
—¿Qué pasó?
Noté el arrepentimiento al descubrir que me habían sucedido cosas y él no tenía conocimiento de esto.
—Larga historia. No necesitas acompañarme, si me ve contigo iniciará otra discusión.
Él dudó.
—Lo siento tanto.
—No te preocupes. Ve, nos vemos mañana en la universidad —aseguré y añadí—: Si puedes, no hay problema sino, digo por lo que ahora eres novio de Grace y debes dedicarle tiempo. Felicidades, otra vez.
¿Qué había sido eso? Había sonado como un robot roto.
—No somos novios —aclaró, ¿por qué lo hacía? —. Nos estamos conociendo.
—Entiendo. Bueno, nos vemos. —Lo despedí con un beso en la mejilla—. Ve.
—¿Puedo acompañarte hasta la entrada?
Negué con la cabeza.
—Bien, nos vemos, Lynn.
Se movió lento por la pasarela, renitente a abandonar el lugar. Al llegar a la esquina me despidió nuevamente con un gesto de mano y desapareció hacia la derecha.
Solté aire contenido.
A mi lado, una persona rozó su brazo contra mi hombro deteniendo sus pasos.
—¿Te encuentras bien?
El humo de un cigarrillo formó hondas en el aire antes de desvanecerse por completo.
—Eso creo.
—Él te gusta.
No era una pregunta y, sin embargo, me apresuré a contestar:
—No lo hace.
Me congelé por un instante. Lo había negado y muy de prisa.
—No lo hace... —repitió despacio, casi saboreando aquellas palabras—. Dame tu número.
Volteé a verlo. Los rayos del sol obstruyeron mi vista por un instante. Entrecerré los ojos para acostumbrarme a estos. Su media sonrisa me tomó desprevenida, aún más que su petición.
—¿Qué?
—Te enviaré algo.
Parpadeé perpleja. Saúl acababa de pedir mi número. Esto me resultaba más sorprendente que el último campo de girasoles que había visitado con mi hermano.
Sacó el celular del bolsillo delantero de su pantalón. Lo sostuvo en alto con una mano, esperando. En la otra descansaba un cigarrillo. Le dicté mi número en voz alta todavía confundida por encontrarlo ahí, por la serenidad en su mirada y sus labios curvados ligeramente en una imperceptible sonrisa.
Mi celular vibró en el bolsillo. Lo saqué curiosa por descubrir aquello tan importante que condujo a Saúl a preguntar por mi número y abrí los ojos escéptica.
—Si esto es una broma, permíteme decirte, es una muy cruel.
Él le dio una bocanada al cigarro.
—¿Por qué lo sería?
El humo se escurrió por sus labios y descubrí que el color castaño de su pelo se asemejaba al rubio bajo el sol.
—¿Es de verdad? —Miré mi celular y luego a él— ¿Es una entrada real?
La emoción empezó a abrirse paso por mi cuerpo. Me cosquillearon el estómago, los dedos y las piernas.
—Las compré desde la página oficial, tienen que ser reales.
Pude percibir el tono de diversión.
—¿Por qué?
Saúl dio un paso hacia atrás para poder recargarse sobre el barandal de hierro, aquel que prevenía que cayéramos al agua. Su sombra alargada y distorsionada se dibujó en la madera de la pasarela.
—Cuando salieron a la venta compré dos, una para Foster, pero no podrá ir. —Se encogió de hombros—. Prefiero que un verdadero fan las use.
Me mordí el labio. Quería gritar y dar saltos de la emoción, pero logré contenerme tras los pensamientos innecesarios que llegaron uno tras otro.
—¿Iremos juntos? —Me mordí el labio inferior—. Nu-nunca he ido a un concierto, ni hecho algo parecido, mucho menos sola. Probablemente acabe perdida.
El momentáneo silencio se sintió eterno. Saúl le dio otra bocanada al cigarro y quise arrancar aquello de sus labios.
—Era la idea —respondió alejándose de la barandilla.
—¿De verdad?
Sonreí.
—Si, Brezo. De verdad.
Intentó mostrarse fastidiado, pero era evidente que toda la situación lo entretenía.
—Iré a ver Aarón West —susurré aún sin creerlo.
—Iremos —corrigió él.
Mi sonrisa se agrandó.
—Gracias, de verdad. Esto es increíble. No tengo palabras.
—No es nada comparado a lo que hiciste por Mila —mencionó bajito y luego añadió—: Si sigues sonriendo así te dolerán las mejillas.
Me reí.
Saúl era realmente impredecible e increíble en partes iguales.
—Si sigues aspirando esa cosa enfermarás —contrarresté.
Algo se transformó en su expresión. Un gesto apenas visible. La aceptación de algo que no puedes cambiar. Me arrepentí al instante de las palabras que había dejado salir, aún sin comprender el peso de estas realmente.
Saúl inhaló humo nuevamente, se inclinó hasta quedar a mi altura y exhaló con lentitud sobre mi rostro. El olor a tabaco, contrario a lo que imaginaba sucedería, no me disgustó.
—Ahora, ambos lo haremos.
Me mostré molesta.
—No deberías hacer eso, podría ser alérgica o tener problema en los pulmones.
Él entreabrió la boca perplejo y, cuando entendió el significado de mis palabras, soltó una fuerte carcajada. Tan espontánea y real que me obligué a reprimir el deseo de inmortalizar aquel sonido. No lo comprendía. No entendía como mis sentidos podían abrirse de esa manera ante las repentinas acciones y gestos de Saúl.
—Me recordaste a mi hermana y como suele usar mis palabras en mi contra —confesó—, pero tienes razón. Lo siento.
—Quisiera una paleta en este momento. —Suspiré, balanceándome sobre mis talones.
—¿Para callarme o evitar que llene mis pulmones de humo?
—Ambos. Ya he comprobado que no eres alérgico, ni nada por el estilo.
Estaba bromeando y ya lo había superado, pero recordar aquel bochornoso encuentro seguía provocándome vergüenza, ¿cómo se me pudo haber ocurrido el meter una paleta a la boca de un desconocido?
Saúl apagó el cigarrillo sobre el metal y arrojó la colilla en el pasto. Después, me observó.
—Debería volver —dijo.
—Yo igual.
Ninguno se movió.
—Debo alimentar a Mila —añadió realizando solo un paso.
—Yo a mi estómago.
—¿Quieres... —No terminó la pregunta—. Olvídalo. Nos vemos mañana, supongo.
—¿Qui-quieres hacer algo en la tarde? —pregunté de repente y el corazón me latió desbocado—. Con nuestros hermanos, como una cita de juegos. Sería una pena que no volvieran a verse luego de lo mucho que se divirtieron ayer.
Él escondió una sonrisa.
—Creí que estabas castigada —contestó dejando al descubierto que había escuchado parte de mi conversación con Thomas.
—Súper castigada, —admití parándome de puntitas—, pero se fue a un viaje de negocios y mi padre me deja ser.
Saúl metió las manos en sus bolsillos delanteros y caminó en dirección a la puerta de metal que daba hacía el complejo.
—En ese caso, te llamaré.
Volteé y lo descubrí despidiéndose de espaldas con una mano en alto. Algo se movió en mi pecho.
Hola 🌻 ✨
¿Amamos a Saúl o amamos a Saúl?
¿Tienen teorías de lo que sucede con Ellis? 🤭
Les amoooo 💛 Gracias por leer!
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