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El girasol parecía marchitarse con el pasar de los días. Ya no se trataba simplemente de una flor quebrada, ahora tenía oscuridad en sus puntas y opaques en su centro. La vida que en un principio había buscado otorgarle, lo había abandonado. El dibujo continuaba como lo había dejado, en cuanto a líneas se refiere, pero la esencia, aquello que pretendía expresar, había cambiado. Desaparecido.
Quedando una flor privada del sol.
Despojada de su fuente vital de energía. Un acto de absoluta crueldad.
Habían pasado tan solo dos semanas desde el día en el que había decidido dibujar en la pared del Laundromat y lo que me había parecido algo sencillo de arreglar, ya no era posible, no sin cubrirlo en su totalidad y volver a empezar.
No tenía arreglo.
Me dejé caer sobre el suelo junto a los asientos de metal. El azulejo blanco enfrió las puntas de mis dedos. La garganta me ardió. Necesitaba distraer a mi mente. Esta era la razón por la que finalmente había decidido volver a la lavandería para arreglar mi error pasado, pero la distracción terminó por volverse un peso más sobre la carga en mis hombros. Esa que deseaba ignorar y pretender no existía.
Me negaba a pensar en lo que esta nueva percepción del dibujo significaba.
No quería pensar.
Busqué en el bolsillo delantero de mi delantal un chupetín de fresa y lo desenvolví. No podía quitar la vista del dibujo. Sacudí la cabeza cuando empecé a imaginar la pintura marrón expandiéndose hasta resbalar por la flor que apuntaba hacia abajo como si de una herida se tratara.
Me froté los ojos con las palmas de la mano y metí el dulce a mi boca, pero el sabor no realizó estragos en mi paladar. Me supo a vacío. Algo complicado de explicar. No estaba segura de si se debía a la llamada que había atendido de mi madre temprano en la mañana o algo mayor. Un sentimiento más extenso. Uno que se escondía en los lugares más recónditos de mi interior, uno sin un punto de partida definido, ni un punto final, porque la incertidumbre y confusión lo abarcaba casi en su totalidad.
Y al dejar que el miedo, la inseguridad e indecisión reinen sobre todo lo demás, se tornó difícil poner en palabras lo que me sucedía, quería y necesitaba.
Deseaba que la bruma dejara de nublarme los sentidos, pero también temía que esto sucediera.
Me había convertido en una contradicción andante.
Quité el chupetín de mi boca y me abracé las rodillas contra el pecho. Las campanas del lugar retumbaron en mis oídos. Volteé a fijarme en la persona que acababa de ingresar. El foco de luz se reflejó como un punto brillante en sus ojos y estos me recorrieron con lentitud. La oscuridad de sus prendas armonizaba con el dibujo y la palidez en su piel resaltó bajo la luz blanca. Incluso en esa situación, seguía pareciéndome un ser tan único como imperturbable. Difícil de leer y comprender.
—Una vez leí, —le dije—, que percibes el arte de acuerdo con cómo te sientas en el momento. —Apunté la pared con la cabeza— ¿Qué ves ahí?
Saúl no paró de observarme.
—Un girasol roto.
Reí sin ganas.
—Es una respuesta demasiado vaga para todo el tiempo que pasas observando, ¿no lo crees?
Realizó dos pasos. Pude distinguir la pausa en su respiración y el roce de su chaqueta al moverse más cerca.
—Un arcoíris intentando esconder una tormenta en lugar de indicar el final de esta.
El latir de mi corazón aumentó. Su voz se volvió baja, como si se tratara de un secreto sentenciado a no dejar esas cuatro paredes y desaparecer entre el sonido de las lavadoras.
Supuse que ya no hablaba únicamente del dibujo. En realidad, no lo había hecho en ningún momento.
—Y los arcoíris no esconden tormentas, Heather. Debes resistir el mal clima si anhelas presenciar el estallido de color al final. Las nubes negras no desaparecen si las ignoras.
Contuve la respiración a la mención de mi nombre. La manera en la que lo dijo, tan cuidadosa y suave, fue como si el pronunciarlo con brusquedad fuese a provocar el desvanecimiento de este. Como si decirlo estuviese reservado para ocasiones especiales y temiese romperme al no utilizarlo correctamente. Nunca me habían llamado así.
Le sonreí. No pude evitarlo. Empezaba a creer que Saúl escondía un superpoder. De lo contrario, no tenía forma de explicar el efecto que sus palabras y presencia poseían sobre mí.
—Me llamaste Heather.
Sus labios se curvaron levemente.
—Eres extraña.
—Ya lo había escuchado antes, tendrás que ser más original.
Saúl terminó de acercarse y se sentó a mi lado en el suelo.
—Eres estrafalaria.
La tela de su pantalón rozó ligeramente la de los míos.
—Eres excéntrica.
La curva en sus labios creció.
—Eres estrambótica.
Me reí. Ni siquiera me sabía su significado.
—Eres paradójica.
Me perdí en su sonrisa. Antes, había estado segura de que sería electrizante, sin embargo, mi imaginación no se acercaba ni un poquito a la realidad. Chispeante y elocuente. Capaz de encender una llamita en tu interior y mantenerte calentita en tus momentos más difíciles. Una medicina para ocasiones grises y de bajones.
Un girasol al cual voltear en días nublados.
—Eres inverosímil.
«Inverosímil», esa sí me la sabía.
—Ya puedes parar, —pedí, chocando mi hombro ligeramente contra el suyo—. Tú ganas.
Esa pequeña interacción me hizo tan bien que no quise detenerme a preguntar el porqué del cambio de actitud en Saúl, me permití disfrutarlo en su totalidad. El motivo no importaba cuando la consecuencia me hacía vibrar los sentidos, como si de mi canción favorita se tratase.
El dibujo empezaba a recobrar sus colores y la forma sombría a resultarme atrayente.
Nos quedamos mirándolo por lo que me parecieron horas. Ninguno mencionó palabra alguna. Nuestros cuerpos permanecieron a una corta distancia, tanto que si uno de los dos decidía realizar algún movimiento acabaría tocando al otro.
—¿Piensas borrarlo? —preguntó al fijarse en los potes de pintura junto a la pared.
—La idea era arreglarlo.
—¿Arreglar qué?
Me miró. Desde esa posición seguía siendo más alto que yo.
—No lo sé.
Me contempló como si aquello fuese a darle la respuesta que ambos buscábamos. Esa de la que ni siquiera yo estaba segura. Como si fuera un experto en desenterrar secretos y sentimientos. La mano me picó, deseaba mover el pequeño rulo cubriendo su ojo derecho.
El silencio ocupó cada espacio del lugar hasta que la puerta de cristal volvió a abrirse obligándonos a girar la cabeza. Willow ingresó seguida de Foster y Ginevra. Estos últimos lucían agotados. Ambos cargaban una bolsa de mi tienda favorita de telas en cada mano.
—¿Qué hacen? ¿Listos para una tarde llena de costura?
Willow se sentó con las piernas entrelazadas frente nuestro, lo hizo en un solo movimiento. Quise aplaudirle la acción, si yo intentaba sentarme de ese modo terminaría de bruces en el suelo.
—Esperando a las tortugas —respondió Saúl.
Luego de haber planeado todo para la fiesta de Halloween durante el almuerzo del día anterior, acordamos juntarnos en la mañana de ese sábado. Había decidido arreglar el dibujo antes de dirigirme hacia la habitación de ellas, pero después de haberle respondido el mensaje a Willow en el cual se interesaba por mi ubicación, decidió que pasarían por donde me encontraba al finalizar la compra de los materiales porque quedaba camino hacia nuestras habitaciones.
Por eso no me había sorprendido la presencia de Saúl, su actitud sí, pero eso era un tema aparte.
—Tortuga es como lucirás la noche de Halloween si sigues molestando a tu costurera —replicó Willow.
—Creí que mi disfraz estaba listo y solo necesitaban tomarme las medidas para algunos posibles arreglos —contrarrestó él.
Tenía razón. Habíamos quedado en que Saúl utilizaría el disfraz que originalmente sería para Thomas y Ginevra el de Ellis porque eran los que más se asemejaban a las complexiones de mis amigos. Solo quedaba confeccionar uno para Foster y Willow.
—Solo nos prestas atención cuando te hes ventajoso, eres un fastidio —rezongó ella chocando su bota blanca contra la zapatilla de Saúl.
Ginevra y Foster asintieron dándole la razón. Escondí una sonrisa, no deseaba ser atacada con un mal humor repentino. Aun no sabía en qué nivel de cercanía nos encontrábamos y no quería arruinar nuestra pequeña proximidad al unirme a los demás en sus ataques grupales. Me mantendría imparcial.
—Por cierto, bonito arte, —señaló la pelirroja—, y buenos días.
Le devolví el saludo y agradecí su comentario, aunque todavía dudaba de la veracidad de este.
—¿Recién lo terminas? —quiso saber Foster—. La pintura parece llevar varios días seca.
—Lo he hecho hace un par de semanas, vine a arreglarlo —admití.
Metí el chupetín a mi boca y esperé mientras los tres le echaban un vistazo. Saúl permaneció a mí lado en silencio. Observaban el girasol y, sin embargo, yo era quien se sentía bajo una lupa gigante. Willow inclinó un poco la cabeza, Foster frunció el entrecejo y Ginevra solo sonrió.
—No te diré que no lo cambies porque es decisión tuya lo que decidas hacer con este, pero me gustaría tomarle una fotografía, así como está, y no tengo mi cámara conmigo ¿podrías esperar hasta esta tarde? —pidió Foster.
Parpadeé lento.
Por un segundo, olvidé cómo respirar. Foster Watts quería fotografiar una de mis creaciones ¡Foster Watts! El fotógrafo prodigio del que muchos diarios locales solían hablar desde que era tan solo un adolescente y, sin embargo, no podía aceptarlo, porque a pesar de que me negaba a admitirlo, aquel dibujo contenía mucho de mí. Mirarlo era descubrirme. Quedarme al desnudo. Y tal vez no todos llegarían a verlo de ese modo, tal vez no todos lograrían comprender lo mucho que significaba para mí, pero yo sí lo sabía y esto era razón suficiente para no querer aceptar.
—Formará parte de mi colección personal, no lo publicaré en ningún lado —prometió al notar mi indecisión.
Mi convicción tambaleó ante su mirada suplicante. No comprendía por qué deseaba fotografiar una obra tan quebrada e indefinida, tampoco quise preguntárselo porque temía lo que su respuesta pudiera decir de mí.
—Claro. He perdido demasiado tiempo por lo que no podré hacerlo ahora mismo. Seguro se verá mucho mejor en una de tus fotografías.
Sonrió.
—Lo dudo. No le haría justicia.
Mi estómago se contrajo, ¿acaso era la única incapaz de ver algo bueno en aquel dibujo?
Decidí no darles demasiada importancia a esos nuevos pensamientos y dirigirme junto a ellos hasta nuestro edificio. En el camino, Willow no dejó de lamentarse por las montañas de trabajos que debía realizar y los conjuntos que debía coser. Ginevra la escuchaba con esmero y hacía comentarios solo cuando Willow se detenía a respirar.
Advertí como Foster pretendía estar fastidiado, aunque prestaba especial atención a cada palabra. Saúl se encontraba presente, pero me daba la impresión de que muy pocas veces lo estaba realmente. Dejé de caminar cuando me hallé ansiando el poder meterme a su cabeza y descubrir lo que sucedía ahí dentro.
Fue un segundo extraño. Un pensamiento intrusivo muy impropio. Él se detuvo un paso mas adelante. Parpadeé con la imagen de su persona llenando cada recoveco de mi memoria.
—¿Sucede algo? —me preguntó.
¿Cómo contestar esa pregunta cuando tú mismo desconoces la respuesta?
Negué con la cabeza y continué con mi camino.
Un camino forjado con piedras difíciles de modificar porque es más sencillo recorrer lo familiar que construir algo nuevo.
🌻
Lead Paint and Salt Air, de Aaron West, sonaba a un volumen bajo en mi habitación. Ellis había decido volver a casa de sus padres ese fin de semana, por lo que no necesité preguntarle si podía invitar a algunas personas, también dudaba de que respondiera el mensaje si lo hacía.
—I walk alone in the mist of the evening, —canté bajito—. Under the glow of the paramount sign...
—¿Saúl ya acaparó el parlante nuevamente? —preguntó Willow ingresando a la habitación desde el baño. Cargaba con las telas que habían comprado y algunos materiales—. Sé las canciones de memoria y ni siquiera escucho esa música.
—Yo no he tocado nada —se defendió él desde su lugar junto a la puerta.
—A sad open Mic, I've been playing this damn songs... —paré al notar sus miradas sobre mí.
Ginevra rió.
—Tenemos a otra fanática —advirtió Foster—. Volverán loca a Willow. Muchísimas gracias por eso. Es a lo que aspiro en la vida.
Ella rodó los ojos con molestia. Dejó las cosas sobre mi cama y se paró delante mío.
—¿Tú también? —Levantó los brazos como buscando una explicación en el aire—. Todas sus canciones suenan demasiado triste, ¿por qué escuchan música tan deprimente?
—I've picked up smoking again, 'Cause I like how it makes all the days go by fast —cantó Saúl y me recordó a nuestro primer encuentro en la lavandería.
No supe si cantó esa parte porque se sentía identificado con esas letras y no pudo evitar pronunciarlas o porque de verdad estaba con un muy buen humor y solo deseaba molestar a Willow.
—¿Ves? Deprimente —enfatizó ella—. Apuesto a que ni siquiera pueden escoger una canción como la más dolorosa del álbum.
—Bloodied Up in a Bar Fight —respondí de inmediato.
Al mismo tiempo Saúl dijo:
—The Thunderbird Inn.
Nos miramos. Sus ojos parecían tener grabados las palabras «Estas equivocada» en ellos y los míos le dejaban saber exactamente lo mismo.
—El hecho de que el vagabundo primero le pida monedas, —comenzó él realizando un paso hacia mí—, pero luego, al mirarlo directo a los ojos, se disculpe diciéndole que Dios tiene un plan para él y que todo estará bien. Haciéndole comprender lo patético que luce es una de las partes más poéticas, patéticas y depresivas del álbum.
—Por supuesto que concuerdo con todo lo que dices, —contrarresté de inmediato—, pero en Bloodied Up ¡Joder! Fue a la cárcel por haber defendido a un compañero, tiene la nariz rota y se da cuenta de lo solo que está al saber que ya no puede molestar a su mamá, ni a su hermana. La manera en la que canta esa última estrofa es tan... tan... increíblemente dolorosa que se cuela por tu pecho y te apuñala el corazón.
El verde en sus ojos brilló. Su pecho se movió con una fuerte inspiración y una leve sonrisa se dibujó en su rostro. Me cosquillearon los dedos. Necesitaba inmortalizar esa imagen y empezaba a asustarme lo seguido que aquello estaba sucediéndome.
Foster carraspeó sobre la cama y rompimos nuestro contacto visual.
—¿Concordamos en que todas las canciones son tristes entonces? —apuntó Willow.
Compartimos una mirada antes de responder:
—Puede ser...
—¿Podemos cambiar la música y empezar a coser?
Asentimos derrotados.
Me había dejado llevar. Siempre había deseado poder hablar de las cosas que me gustaban con alguien, pero hasta ese momento no había encontrado gente que compartiera mi sentimiento y de a poco, iba descubriendo lo liberador que era.
Mis momentos junto a ellos se sentían como estar en medio de un campo de girasoles gigantes.
¡Hola, hola, girasoles! 🌻
¿Cómo han estado? Yo me he perdido por mucho tiempo, pero de a poco estoy volviendo.
¿Algo que decir sobre Saúl en este capítulo?
Muchas gracias a las personitas que aún me leen y a las que van llegando✨ se merecen todo lo bueno en esta vida.
Les amoooo 💛
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