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A. ¿Cuáles son los tres factores que, según el orador, provocarán una crisis en el mercado laboral del 2030?
Releí la pregunta por milésima vez. Sabía la respuesta de memoria porque había mirado unas veinte veces el video que el profesor de Recursos Humanos nos había dejado. Sin embargo, no era capaz de redactar una respuesta y no podía utilizar sus palabras exactas porque el programa contra plagio con el que contaba la plataforma de la universidad me habría atrapado de inmediato.
Las palabras parecían flotar en mi cabeza, pero rehusarse a salir de ella.
Pateé la almohada junto a mis pies en la cama, esta cayó al suelo seguida de un par de libros. Suspiré. No sabía qué más hacer. Me sentí una inútil. Solo eran un par de preguntas, debería de haber podido responderlas sin problema luego de mirar el video. No era una tarea difícil. Froté mis ojos con la manga de mi suéter naranja y gruñí.
¡Todo era un desastre! Moría de sueño y de hambre...
Eran casi las ocho de la mañana, tenía clases dentro de una hora y me había pasado toda la noche despierta con la vista fija en esas cuatro miserables preguntas. Ni siquiera había sido capaz de escribir mi nombre y Ellis no se encontraba ahí para ayudarme.
No había regresado de su salida con sus compañeras de equipo. Pasar toda la noche fuera, no era algo que acostumbrase hacer, aunque empezaba a pensar que no era la primera vez. Al parecer no siempre llegaba tarde y se dirigía a entrenamientos por la mañana mientras yo dormía, hubieron ocasiones en las que no regresó y no lo había notado hasta la noche en la que me había quedado ayudando a Willow.
Le había mandando un mensaje a mitad de la noche, al no obtener respuesta traté llamándola una hora más tarde. No me contestó, por lo que había decidido dejarle otro par de mensajes. Desbloqueé mi celular. Aún no tenía respuesta de ella. Deje salir una palabrota y marqué a Thomas con la esperanza de que él supiese algo de Ellis. Contestó al segundo tono.
—¡Lynn! —saludó enérgico. Podía imaginármelo con una gigantesca sonrisa en el rostro— ¿Sucede algo?
No comprendía como algunas personas podían tener tanta energía por las mañanas.
—¡Thom, Thom! ¿Sabes algo de Ellis?
Guardó silencio por un momento.
—La he visto en la cafetería hace unos minutos. Debe seguir allí, ¿por qué?
Mi cuerpo se relajó. Saber que se encontraba segura ayudó a aliviar mis nervios, pero esto dio paso a otro tipo de emoción, ¿por qué no podía tomarse un par de segundos para responderme un mensaje y calmar mi preocupación?
El presentimiento de que me ocultaba algo me secó la garganta. Solíamos decírnoslo todo. Sacudí la cabeza. Debía agradecer que nada malo le había sucedido. Quizás había decidido pasar la noche junto a sus compañeras de equipo para trabajar en construir un lazo de confianza entre ellas y se le había descargado el celular, eso fue lo que me dije a mí misma para convencerme de que todo estaba bien entre nosotras.
—¿Lynn?
—¿Almorzaremos juntos mañana? —pregunté. Hablar sobre lo que me preocupaba por teléfono no me pareció una buena idea—. Hay algo que quiero preguntarte.
—Como cada viernes —prometió—. Te veré en la misma mesa de siempre, debo ir a clases ahora. Que tengas un lindo día, Lynn.
Una sonrisa tiró de mis labios. No podía esperar. Con el pasar de los días, debido a las clases, trabajos y los exámenes que se aproximaban, se volvía aún más difícil el encontrarnos y me hacía falta una buena dosis de Thomas Reed. Incluso, me era difícil coincidir con Ellis y compartíamos habitación.
—¡Ahí estaré!
Deje el celular sobre la cama luego de despedirme. No era necesario que le siguiese dando vueltas a la situación con Ellis. Me dije que ella era su propia persona, no necesitaba reportarse conmigo todos los días y podía hacer de su vida lo que quisiese. Entonces, ¿por qué sentía que algo no andaba bien? ¿Por qué parecía haber una lejanía entre nosotras? ¿Qué había cambiado en las últimas semanas?
El repentino pensamiento de que quizás me estuviese evitando me dolió. Si había hecho algo para molestarla me habría gustado que me lo dijese en lugar de pasarse noches fuera, sin avisarme, ni responder mis mensajes, porque existía ese tipo de confianza entre nosotras. Jamás nos habíamos ocultado algo antes o eso era lo que creía. Tal vez me encontraba en una relación unilateral en la que yo le confesaba hasta la cosa más minúscula que me pasaba y ella... ella solo cosas superficiales. Quizás me había estado engañando a mí misma todo este tiempo.
¿Había sido siempre así y no lo había notado hasta que comenzamos a compartir una habitación?
Sacudí la cabeza. Necesitaba librarme de ese tipo de ideas, no me llevarían a ningún lado y solo provocarían que me ahogase en inseguridades.
Tres golpes sobre la madera me obligaron a levantar la mirada. Me puse de pie y caminé de manera perezosa hacia la entrada. Pensé en la única persona que podría encontrarse tocando la puerta un jueves tan temprano y la emoción regresó a mi rostro.
—¿Te has olvidado las llaves nuevamente? —pregunté mientras abría, acostumbrada a que Ellis se las olvidase cada vez que salía de la habitación. Después volteé sin esperar respuesta para ir por mi laptop. Me pareció la excusa perfecta para no bombardearla a preguntas y provocar que se cerrara en sí misma—. Has llegado en el momento perfecto. Te necesito, estoy estancada en un trabajo que debo de entregar hoy. Mi madre me aniquilará y...
—¿Brezo?
Me congelé a medio camino. Esa voz no pertenecía a Ellis y existía una sola persona en el planeta que se rehusaba a llamarme por mi nombre real. Giré lentamente sobre mis talones con el corazón en la garganta.
—¿Saúl?
Parpadeé presa de la sorpresa por encontrarlo parado bajo el umbral. Tragué saliva. Vestía completamente de negro. Llevaba un buzo que reconocí de inmediato y el cabello castaño revuelto. La trenza le caía sobre el ojo derecho junto a algunos rizos rebeldes. Intenté enfocar la vista. Veía un tanto borroso por haberme quedado despierta toda la noche, pero era él. Saúl Lynch.
Maldición.
Le acababa de confesar a una persona a la que había visto un par de veces por unos cuantos minutos que necesitaba ayuda para terminar un trabajo y mi madre me asesinaría si no lo entregaba. Estiré las mangas de mi buzo. Comenzaba a pensar que Saúl era sinónimo de: cómo hacer vivir situaciones embarazosas a Heather West y disfrutar en el proceso.
Me mordí el labio inferior.
No sabía que decir, ni hacer. La situación entera era demasiado extraña para ser real. Las veces en las que habíamos coincidido había terminado por hacer el ridículo y solo le había hecho pasar situaciones incómodas. Luego de nuestro último encuentro, no esperaba verlo tan pronto. Por lo que tenerlo ahí me ponía nerviosa. Me volvía consciente de cada gesto realizado y palabra pronunciada.
Él me contemplaba desde la entrada con una expresión indescifrable y no pude evitar preguntarme cómo es que algunas personas poseen la habilidad de lucir imperturbables. Mis gestos solían delatarme la mayoría del tiempo. Siempre había deseado tener esa súper habilidad para dejar de ser tan transparente frente a los demás.
—¿Has venido por tu suéter? —indagué insegura cuando entendí que él no se molestaría en hablar primero y porque fue la única razón que se me ocurrió para su repentina presencia— ¿Cómo averiguaste en qué parte del campus me hospedo?
—No lo hice —respondió un tanto ansioso por dejarme saber que no era lo que creía.
Recordé tarde que podría habérselo preguntado a Willow, pero no parecía ser esa la razón. Incliné la cabeza y lo observé aún más confusa. Esperaba por una explicación, pero esta no llegaría con facilidad, por lo que realicé un paso hacia él, le indiqué que pasara y cerré la puerta a nuestras espaldas. Me arrepentí al instante. No conocía a Saúl realmente. Solo sabía lo poco que me había comentado mi padre sobre su familia, también que era amigo de Willow,
tenía una hermana menor y parecía gustarle mi banda favorita.
¿Era esto suficiente para dejarle entrar en la intimidad de mi cuarto universitario?
Los ojos de Saúl se pasearon por la habitación. No le tomó demasiado tiempo el recorrerla, sin embargo, se detuvo unos momentos en los dibujos pegados sobre mi pared. Me cohibió un poco la manera en la que parecía analizarlos, como si fuera un crítico aclamado por el público a punto de decidir si mis humildes obras eran lo suficientemente buenas para ser expuestas en alguna galería importante.
Sabía que no lo eran.
Me aclaré la garganta y su mirada chocó con la mía nuevamente. Creí vislumbrar nerviosismo en sus ojos, pero no fui capaz de confirmarlo por el rápido cambio en su expresión.
—¿Es está la habitación de la jugadora de voleibol que utiliza la camiseta número veintidós?
Oh.
—Oh... ¿De Ellis?, si —respondí entre tartamudeos. No me esperaba esa pregunta. Buscaba a Ellis, ¿por qué la buscaba?— ¿Por qué buscas a Ellis? —pregunté finalmente.
Joder. Sentía a mi cerebro entrar en una especie de cortocircuito. Con cada segundo transcurrido se deterioraba más. Solo esperaba se debiera a las pocas horas de sueño y no algo permanente.
—Supongo —contestó él encogiéndose de hombros. El número veinte en el brazo izquierdo de su buzo llevándose toda mi atención—. Quería pedirle que me autografiara una camiseta.
Solo entonces noté la bolsa de papel que sujetaba con su mano derecha.
—¿Eres un fan? —inquirí presa del asombro. No me agradaba caer en estereotipos, pero Saúl no lucía como alguien al que le gustase el deporte en general.
Negó con la cabeza.
—Mi hermana Mila. Es su cumpleaños la próxima semana, Foster ha vomitado la que había hecho firmar luego de uno de sus partidos y...
Se detuvo abruptamente, como si hubiese recordado que no necesitaba dar demasiada información y debería volver a responder con no más de dos palabras ¡Que exasperante! Por lo menos, había descubierto finalmente lo que hacía ese día en el Laundromat, también que el tono de su voz cambiaba al mencionar a su hermana.
—¿Cuántos años cumple? —indagué— ¿Los festejará? ¿Viven en el complejo de departamentos en el que los encontré? Me gustaría hacerle un regalo por haberme ayudado ese día.
Saúl retrocedió un paso. Quise golpearme y desaparecer. Debía aprender a mantener la boca cerrada. Nuestra relación era inexistente, no estaba en ninguna posición de preguntarle sobre su hermana y vida privada. Repiqueteé los dedos de mi mano derecha sobre mi muslo.
—Volveré otro día —avisó él.
Con esas palabras el impulso de torpeza que me caracterizaba se activó. No quería que se fuera de esa manera, no sin ayudarlo antes. Él lo había hecho con anterioridad. Tal vez sin intención o por pena, pero lo cierto era que me había ayudado con las carpetas. También había logrado llenarme de inspiración. Una que hacía mucho no sentía, aunque él no estuviese al tanto de eso.
—¡Saúl, espera! —exclamé. La desesperación en mi voz me hizo sentir idiota—. Puedes dejar la camiseta, me aseguraré de pedírselo a Ellis y entregársela a Willow, si te parece bien.
Él aparentó pensárselo por un muy corto segundo.
—No necesitas molestarte con esto.
—No es molestia. Quiero hacerlo por todos los problemas que te causé.
Levantó una ceja e inclinó la cabeza ¿confundido?
—¿Problemas?
¿Qué acababa de decir?
—D-digo...
Inspiré.
No estaba segura de lo que intentaba decir ¿Disculparme por lo que creía haber hecho mal? No había hecho nada malo realmente, ¿por qué sentía la necesidad de disculparme?
Debía cerrar la boca. Debía callarme. Debía dejar de ser tan torpe, pero las palabras escaparon de mi boca una tras otra como si el envase en el que intentaba mantenerlas encerradas para dejar de hacer el ridiculo hubiera rebalsado de repente.
—Nos hemos visto solo un par de veces y ya te he obligado a comer una paleta, arruinado una mañana con tus amigos y otra con tu hermana. Te viste obligado a prestarme tu suéter y una de mis carpetas te ha golpeado...
—Pero no fuiste tú, ¿cierto? —interrumpió.
—¿Qué?
—Las carpetas... Alguien que plasma sus sentimientos en el papel de una manera tan especial no podría haber lanzado esa parte de sí mismo por la ventana, ¿me equivoco? —Tensó la mandíbula y bajó el tono de su voz—. El o la causante de mostrar tal indiferencia ante estos debería ser el avergonzado, no tú.
—¿Q-qué?
Me faltaba el aire.
—No me debes nada, Brezo, pero si dejar la camiseta aquí evitará que sigas reteniéndome contra mi voluntad, lo haré.
—¿Q-qué?
Contempló la pantalla de la computadora por unos segundos, después me miró, el verde en sus ojos parecía brillar con destellos dorados. Era la primera vez que observaba algo tan... único.
—Si escribirlo no funciona, intenta grabar mientras respondes la pregunta en voz alta, luego transcribes la respuesta.
Puso la bolsa sobre el escritorio y caminó hacia la puerta para luego desaparecer tras esta.
El corazón me latía desbocado.
«El causante de mostrar tal indiferencia ante estos debería ser el avergonzado, no tú», esa frase se repitió como bucle en mi cabeza.
No lo comprendía. Saúl lucía como alguien a quien le irritaba mi presencia, pero de alguna manera terminaba diciendo o haciendo algo para consolarme. Aunque no fuese esa su intención.
Me puse de cuclillas.
Quería llorar y no entendía la razón. Me maldije por ser de esa manera. Tan débil. Tan sensible. Para nada fuerte, ni valiente. Incapaz de asimilar lo que sucedía conmigo. Incapaz de mirar dentro mio para encontrar la respuesta.
Sabía que Saúl tenía razón, pero me rehusaba a admitirlo... porque era más sencillo estar del lado de mi madre.
¡Hola 🌻 !
¿Cómo han estado?
¿Me dejan una estrellita? 💫💛
Del 100 al 365, ¿cuánto les agrada Saúl?
Gracias por leer 💛🌻 Les amo!
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