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Deslicé con cuidado la punta del lápiz sobre la hoja blanca de mi cuaderno preferido. El cabello rizado de mi nuevo personaje tomaba forma con cada pequeño y desordenado trazo. Me detuve sobre la oreja y alejé mi cabeza un poco para observar el dibujo a medio terminar.

Le faltaba algo... algo como... el rostro completo. Suspiré agotada y repiqueteé los dedos de mi mano en la rodilla que mantenía doblada sobre el colchón. Pensaba en los rasgos que tendría. El color de sus ojos, la forma de su labios, la curvatura de su nariz. Si agregaría desperfectos perfectos como lunares y/o pecas. Me froté los ojos con el dorso de la mano en la que aún sostenía el lápiz. La tarea que me había auto impuesto para avanzar con mi arte y dejar de realizar simples garabatos me estaba resultando bastante complicada.

Mi pierna derecha se balanceaba perezosa por fuera de la cama cuando me fije en que una de las cejas se asemejaba a un gusano peludo, mientras la otra parecía una lombriz. Transformé el balanceo en una patada, mi pie se estampó contra el bolso deportivo dejado por mi compañera de cuarto en el pequeño pasillo que separaba nuestras camas y un gruñido se originó en mi garganta.

—¡Hey! —exclamó Ellis quitando la vista del espejo que colgaba sobre la puerta del baño. Acababa de atar su largo cabello color chocolate en una ajustada cola de caballo. Sus ojos furiosos se dirigieron al bolso y luego chocaron con los míos antes de lanzarme una advertencia—: Si la ensucias tendrás que lavarla. Estoy cansada de visitar la lavandería cada vez que una de tus pinturas emprende camino hacia una de mis prendas. No quiero tener que preocuparme por marcas de zapatillas también.

—Serian marcas de borceguíes —corregí estirando la pierna.

La trenza roja aún estaba desatada por lo que se podía observar a través de la lengüeta la media rayada de colores que decidí combinar con mis pantalones de gabardina verde esmeralda y un suéter de lana color granate. Sonreí recordando el momento en que mi hermano menor, Milo, me las obsequió por haberme graduado de la escuela secundaria con honores. Mis calificaciones siempre habían sido sobresalientes. No tenía memorias de algún instante de mi vida en el que no hubiera obtenido la mayor calificación de mi clase, pero desde que había comenzado la universidad, dudaba de poder continuar así.

—No te hagas la lista, Heather Lynn —masculló Ellis.

Hundí la cabeza en el cuaderno para evitar el cepillo lanzado por mi mejor amiga. Este rebotó en la pared a mis espaldas y cayó en el hueco diminuto que había entre la cama y la cómoda blanca de cuatro cajones que habíamos logrado encajar bajo la ventana.

Nos alegramos demasiado al percatarnos de que el espacio entre nuestras camas era idóneo para la cómoda, debido a que las habitaciones eran del tamaño de una celda con los metros cuadrados suficientes para encajar dos camas, un escritorio chiquito al costado de la puerta de entrada y un ropero junto a la puerta del baño que compartíamos con el cuarto a nuestra izquierda.

Estábamos conectadas a esa habitación debido al baño que nos asegurábamos de mantener cerrado con seguro. No pensábamos que las niñas de alado constituyeran un peligro hacia nuestra seguridad, pero en ese mes de clases no habíamos tenido tiempo de conocerlas aún.

Miré a Ellis una vez más, había reemplazado su usual ropa de clima cálido por unos pantalones deportivos largos de color negro y una camiseta de mangas largas que se pegaba a su cuerpo como una segunda piel.

—No llevas tus usuales pantalones cortos, los que parecen de basquetbol a pesar de que juegas voleibol. Ni tus musculosas ajustadas que me provocan un escalofrío cada vez que te veo ¿El clima de otoño ha llegado a tu mundo finalmente? porque aquí comenzó hace unas semanas —dije para molestarla un poquito.

Después de todo, me encontraba despierta dos horas antes del comienzo de mi clase debido a sus entrenamientos matutinos. Estos me estaban convirtiendo en una persona gruñona cuya vida comenzaba a volverse dependiente del café. Y no porque yo tuviera que asistir a ellos, sino, por la falta de respeto hacia mis horas de sueño que Ellis poseía. Se movía como un elefante por la habitación, haciéndome imposible el dormir.

Ellis giró sobre sus talones para quedar frente mío, el movimiento ocasionó que su lacio cabello se deslizara hacia el hombro y volviera a su posición inicial detrás de la nuca. Me dolía la cabeza cada vez que observaba lo mucho que lo estiraba para evitar que algunos mechones se levantaran rebeldes.

—Primero, —enumeró levantando su dedo índice—, tus bromas no tienen gracia. Segundo, hoy entrenamos afuera. Por mucho amor que le tenga a esos pantalones debo evitar resfriarme.

—¿El torneo ha comenzado?

—El próximo sábado. —Me apuntó con el dedo—. Irás.

No era una pregunta.

—¿Jugarás?

—Por supuesto, soy demasiado buena para permanecer en la banca.

—Y bastante humilde —ironicé.

Sabía que lo era, aunque mis conocimientos deportivos fueran tan escasos como mis habilidades de socialización, había presenciado conversaciones que otras personas mantenían sobre las jugadoras luego de los partidos amistosos de práctica jugados contra las universidades cercanas. El número de su camiseta era mencionado con regularidad junto a elogios destacando lo grandiosa que era para tratarse de una estudiante de primero.

Que Ellis estuviera alcanzando sus sueños tan rápido me llenaba de orgullo y me provocaba nostalgia. Ya no éramos las niñas de cinco años que fantaseaban con vivir juntas en una mansión repleta de animales. Ahora... éramos universitarias. La simple palabra mandaba un escalofrío por mi espalda. Universitarias. Había deseado poder llamarnos de esa manera desde que mi madre me habló de todo lo que podría alcanzar si entraba en una buena universidad y seguía los planes que habíamos pactado desde que tenía uso de razón.

Por mucho tiempo creí, que una vez ahí y con Ellis a mi lado, todos esos esfuerzos realizados en el pasado; Las noches y horas de estudios. Las clases extracurriculares que no me permitían respirar. Los regaños y castigos impuestos por mi madre. Deseé sentir que todo ese trabajo había valido la pena, pero por mucho que tratara, por mucho que lo anhelara, ese sentimiento no llegaba. No había más que un hueco creciendo a pasos agigantados en mi interior. Un hueco que lejos de permitirme respirar, me ahogaba.

—¿Vienes conmigo? —preguntó colgándose el bolso al hombro.

Me encogí de hombros. No tenía nada que hacer. Me levanté de la cama, tomé mi boina color granate y el celular de la cómoda. Seguí a Ellis hacia la puerta de entrada con el cuaderno entre mis manos. Aún era demasiado temprano por lo que los pasillos de la universidad se encontraban un tanto desérticos. Estábamos bajando las escaleras cuando mi celular se alumbró junto al sonido de una nueva notificación. El profesor de Recursos Humanos había subido notas de un trabajo individual a la plataforma de alumnos.

Llené mis pulmones de aire.

—¿Cuándo dejarás de ser tan inteligente, Heather Lynn? —inquirió Ellis espiando por sobre mi hombro.

Cerré los ojos. Estaba acabada.

—Me colocó B negativa, Ellis. ¡Una B! y ¡negativa! —Dejé caer mi mano, derrotada. Bajamos el último escalón y doblamos a la izquierda—. Lo único que escribió como observación es que necesito ejemplificar más, ¿por qué no deja eso aclarado en la consigna? No soy una jodida adivina —gruñí.

—Creo que estas exagerando un poquitín.

—Mi madre lo verá —le recordé—. Me llamará en una hora o vendrá a visitarme.

—Cambia la contraseña de tu cuenta, es solo para alumnos. Te lo he menciona demasiadas veces.

—«Acceso libre» fue la condición para que yo pudiera compartir habitación contigo. No podía permitir que me quitara eso también.

Ellis bufó cruzándose de brazos.

—A veces olvido lo gallina que eres, Heather. Deberías oponértele por una vez en tu vida.

Bajé la cabeza y apresuré el paso dispuesta a no seguir con aquella conversación. No era tan sencillo como responderle a la mujer que me había atormentado desde el nacimiento con un simple «no quiero». Ir en contra de sus deseos acarreaba consecuencias mayores a una simple prohibición. Oponerme destruiría algo mucho más valioso que mis insignificantes deseos. No era capaz de hacerlo. No era lo suficientemente valiente para enfrentarme a ello. Prefería continuar con los planes acordados y resistir porque eso era lo único que sabía hacer. Resistir.

Atravesamos el portón de madera en silencio. El frío me acarició las mejillas y apreté el cuaderno sobre mi pecho. No contaba con que la temperatura bajase tan bruscamente, debería de haber chequeado el clima antes de salir. Fruncí la nariz. Estaba segura de que debía estar poniéndose roja, al igual que mis orejas.

—Este clima terminará por convertirme en un bloque de hielo —murmuré rechinando los dientes.

—Desearía haber nacido en Florida o California. Nueva Jersey es demasiado fría en invierno —agregó una voz a nuestras espaldas— ¿Café?

La persona que completaba nuestro grupo pequeño de tres personas, Thomas Reed, se encontraba ahora de pie frente a nosotras, con su perfecta melena negra recogida en lo alto. Vestía uno de sus usuales buzos de Adidas azul marino y un pantalón deportivo gris. Preparado para entrenar junto al equipo de béisbol de la ULC. La negrura de sus ojos iluminada por el brillo de su sonrisa nos observaba. Detuvimos nuestros pasos. Ellis estiró el brazo y tomó uno de los vasos descartables con café que nos ofrecía.

—Thom, Thom —Saludó—. Eres nuestro salvador.

Thomas guiñó un ojo y las mariposas en mi estómago revolotearon alegres.

—Cappuccino con tres de azúcar —dijo agitándolo levemente antes de entregármelo.

Le sonreí, agradeciendo la calidez que el vaso le otorgaba a mi mano. Di un sorbo y un sonido de placer se me escapó. La sonrisa de Thomas se agrandó. Ese gesto genuino era una de las razones por la que mi corazón latía apresurado cuando lo veía. Como si quisiera saltar de mi cuerpo para ir al encuentro del suyo. No estaba segura del momento en el que había comenzado a sentirme de esa manera, pero era consciente de que mis sentimientos por él nunca serían correspondidos. No cuando en su mente solo existía una persona.

Thomas abrió el bolso que llevaba colgado y sacó mi bufanda favorita. Una con rayas anchas de tonos amarillos y marrones. Era lo suficientemente larga como para cubrir dos personas al mismo tiempo. La había olvidado en su habitación luego de que lo visitáramos para llevar a cabo nuestra noche habitual de juegos y películas. Lo que terminó por convertirse en una pijamada cuando nos aseguramos de que su compañero de cuarto no regresaría a dormir. No lo conocíamos lo suficiente.

Él desenvolvió la bufanda y se acercó para rodearme el cuello con ella. Despacio y con delicadeza, acomodó mi cabello antes de realizar el nudo. Su tacto gentil provocó que el calor se asentara en mis mejillas y el frío se volviera más intenso al alejarse.

—Gracias —susurré antes de darle otro sorbo al café, consiente de la cercanía que aún manteníamos.

—Odias el frío y jamás te abrigas, Lynn.

—No es a propósito, Thom —repliqué haciendo uso del apodo que sabía le molestaba. Él entornó los ojos sin dejar de mirarme.

—Es una despistada —intervino Ellis—. Mi madre dice que no se le olvida la cabeza porque la tiene unida al cuello.

Le propiné un leve codazo en las costillas, ella rió y comenzó a andar nuevamente.

—Llegaremos tarde.

Soplé el vapor y miré a Thomas a través de este. Había regresado a su lugar inicial. Las manos en los bolsillos de su pantalón y la sonrisa intacta. Realizó un movimiento con la cabeza para indicarme que caminara. 

Pasamos el comedor y biblioteca escuchando a Ellis hablar sobre lo mucho que le emocionaba el comenzar la liga de voleibol universitaria. Lo había deseado desde que se interesó en el deporte a los diez años y la universidad de Lake City había sido su única opción desde un principio.

El campus de la universidad era bastante grande, la mayoría de los edificios se encontraban separados y las residencias de estudiantes estaban un tanto alejadas de donde se impartían las clases. Lo que nos obligaba a caminar por los senderos de piedras y sus jardines incluso durante el invierno crudo para moverse de un lugar a otro. Toparse con Thomas durante el día era un tanto imposible debido a que estudiaba Derecho en el extremo opuesto a la Facultad de Economías (donde nosotras hacíamos Administración de Empresas).

—Estaré bajo el árbol —les avisé una vez llegamos.

Ambos equipos compartían la cancha de béisbol un día a la semana porque esos días solo realizaban ejercicios físicos. Ellos dejaron caer sus bolsos sobre el pasto. Ellis se despidió con un abrazo y salió trotando hacia su entrenador. Thomas se acercó y me entregó una bolsita de papel.

—Pasé por la panadería que te gusta esta mañana, —dijo—, compré el aburrido budín de vainilla que amas. Recompensa por acompañarnos, aunque detestes todo lo relacionado a los deportes.

Me puse de puntitas y le estampé un beso en la mejilla.

—Eres el mejor, gracias.

—Lo se. —afirmó dando pasos hacia atrás—. Nos vemos en una hora.

Sonreí mientras lo veía alejarse y unirse a los demás.

No imaginaba un mundo sin ese par.

🌻¡Hola, hola, pequeños girasoles!

•¿Cómo están? Espero que la vida los trate bonito.

•¿Me dejan una estrellita y comentarios si les gusto y sino también? ✨

•¿Críticas?

🌻Gracias por pasarse 🥺
Les amooo 💛

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