Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

TORMENTA EN EL COLEGIO

Tengo ganas de volver a la escuela. Tres años es mucho tiempo, sobre todo para un muchacho de casi catorce años como yo.

Los últimos meses que pasé en Nueva Brunswick han sido los más aburridos de mi, hasta ahora, plácida existencia. Lo único que hice estos últimos meses, fue ayudar a talar árboles a mis primos mayores, aprender francés, puesto que mi tía no sabe hablar inglés, y pasar el rato con alguna chica.

Mi padre enfermó hace casi cuatro años y me tuve que ir a Alberta para acompañarlo. Como no he ido al colegio mientras la granja de mi familia estuvo arrendada, aún sigo en el cuarto texto, pero haré lo posible para ser el mejor de la clase, como siempre, y avanzaré rápidamente.

Me gusta Alberta porque también viven de la agricultura y la vida es tranquila, al igual que en nuestra isla. Aunque eché de menos mi casa y mis amigos, hice algunos nuevos, no obstante, siempre supe que en cuanto la salud de mi padre mejorase, volvería.

—Por fin has vuelto, Gilbert —me saluda Charlie Sloane.

—Sí, ya iba siendo hora —le contesto y me sitúo a su lado para ir juntos a la escuela.

—Hace poco ha llegado una chica nueva al pueblo y es muy lista. Ya no lo tendrás tan fácil para ser siempre el primero en clase —me informa Charlie.

—Sí, he oído hablar de ella —le hago saber, ya que me la habían nombrado en las dos últimas cartas que he recibido en Nueva Brunswick.

—¡Gilbert! —me saluda Julia Bell, una chica con la que, la última vez que vine de visita, pasé una tarde memorable.

—Hola, Julia —le devuelvo el saludo un poco distante, para que no se crea que, por haber pasado juntos algo de tiempo, tiene algún derecho sobre mí o exista algo entre nosotros.

—¡Vaya! Has crecido un montón —me dice, sonriente, y algo me dice que una de estas tardes repetiremos nuestro encuentro, ahora podría demostrarle que he mejorado como amante.

Tardamos unos segundos en llegar a la escuela. Me siento en el que había sido mi sitio la última vez que estuve allí, sin preguntar si alguien se estaba sentando en ese lugar. Unos segundos después, Ruby Gillis se sienta delante de mi sitio, a pesar de que en ese lado solo nos sentamos los chicos, ya que las chicas se sientan en el otro.

Me cae bien Ruby, siempre nos hemos llevado de maravilla y me escribió algunas cartas el tiempo que viví en Alberta y los últimos meses en Nueva Brunswick, a las cuales yo también respondí. Ella es la primera chica a la que besé, aunque desde el principio tuvimos claro los dos que solo sería algo de una tarde.

Siempre me ha gustado atormentar a las chicas y ellas me prestan más atención de lo que deberían cuando lo hago, así que para no perder la costumbre, intento prender, disimuladamente, la larga trenza rubia de Ruby Gillis. En cuanto Ruby se levanta repentinamente, tiene que sentarse de nuevo. Creo que me pasé un poco y que pensó que le arrancaban el cabello.

Ruby, sin poderlo remediar, se echa a llorar. Menos mal que puedo esconder el alfiler a tiempo y hago como que estoy estudiando la lección de historia.

En cuanto la conmoción se calma, miro a mi alrededor y veo a la criatura más hermosa que he visto en la vida. Tiene el cabello rojo, una pequeña barbilla puntiaguda y unos grandes ojos que nada tienen que ver con los de las demás niñas de la escuela de Avonlea. Nadie me dijo que Ana Shirley fuese una criatura tan exquisita.

Cuando nuestras miradas se cruzan, no lo puedo remediar y le guiño un ojo a la pelirroja con indecible regodeo. Puedo notar que ella se sorprende y le hace un comentario a Diana Barry. Sí, al menos he llamado su atención. Solo por eso, ha valido la pena hacer llorar a la pobre Ruby.

Sin embargo, ese es el único momento en el que Ana Shirley me tiene en cuenta, el resto del tiempo que no atiende al maestro y sus explicaciones, se lo pasa mirando hacia el lago que se puede ver desde la escuela.

No me gusta mucho el hecho de que la pelirroja me ignore, por lo que intento llamar su atención, sin tener éxito después de varios intentos. No estoy acostumbrado a fracasar cuando me empeño en que una niña me mire. Ella debe mirarme, así que me inclino a través del pasillo, alzo la punta de la larga trenza roja de Ana y digo con un murmullo:

—¡Zanahorias! ¡Zanahorias!

Nada más pronunciar esas palabras me arrepiento, sobre todo, cuando Ana me mira de hito en hito. Además, hace más que mirarme. Salta sobre sus pies y me fulmina con una indignada mirada, cuyo relámpago se ve rápidamente apagado por coléricas lágrimas.

—¡Niñato mezquino y odioso! ¡Cómo te atreves...! —exclama, apasionadamente.

Y luego, ¡paf! Ana me da con su pizarra sobre mi cabeza, partiendo la pizarra en dos pedazos.

La escuela de Avonlea siempre ha gozado con las escenas. Esta es una muy especial. Todos dicen «¡oh!», con horrorizada delicia. Diana emite sonidos entrecortados. Ruby Gillis, que es algo histérica, comienza a llorar y Tommy Sloane deja que se le escape todo su equipo de grillos mientras observa la escena con la boca abierta.

El señor Phillips baja del estrado y coloca su pesada mano sobre el hombro de Ana.

—Ana Shirley, ¿qué significa esto? —dice, encolerizado.

Ana no responde. Sé que no he hecho algo así en la vida, pero, de repente, tengo la necesidad de defender a Ana Shirley y reconocer ante todo el colegio que la he llamado «zanahoria».

—Fue culpa mía, señor Phillips. Me burlé de ella —le explico, resueltamente, al maestro, aunque él no me presta atención.

—Lamento ver a una alumna mía mostrar ese carácter y tal espíritu de venganza. Ana, vaya frente al pizarrón por el resto de la tarde —dice en tono solemne, como si el hecho de ser alumno suyo desarraigara todas las malas pasiones del corazón de los pequeños e imperfectos mortales.

Solo tengo que echarle una fugaz mirada a Ana para percatarme de que ella hubiera preferido mucho más ser azotada a recibir este castigo, bajo el cual su sensible espíritu sufre más aún. Ella solo obedece, con la cara blanca y el gesto adusto.

El señor Phillips coge una tiza y escribe en el pizarrón, sobre la cabeza de la niña: «Ana Shirley tiene muy mal carácter. Ana Shirley debe aprender a reprimirse». Y lo dice en voz alta, de manera que hasta los más pequeños, que no saben leer, lo comprendan.

Ana está toda la tarde de pie, con la leyenda sobre su cabeza. Ni llora ni se doblega. Parece que tiene el corazón tan lleno de rabia que la sostiene entre el dolor de su humillación. Con ojos llenos de resentimiento y mejillas enrojecidas, enfrenta por igual la consoladora mirada de Diana, los indignados movimientos de cabeza de Charlie Sloane y las maliciosas sonrisas de Josie Pye.

En lo referente a mí, ni siquiera me mira. He metido la pata y jamás me volvería a mirar. Yo no puedo estar más arrepentido y sé que esta acción va a acarrearme muchísimos problemas. No volveré a molestar a una chica.

Cuando termina la clase, Ana sale con la cabeza muy alta. Trato de detenerla en la puerta para disculparme.

—Siento muchísimo haberme burlado de tu pelo, Ana. De verdad. No te enfades para siempre —murmuro, contrito.

Ana sigue, desdeñosa, sin mirar o dar muestras de haberme oído. Ella se va con Diana. Hasta donde sé, son vecinas y parece que se llevan muy bien. Quizás si hablo con Diana, ella interceda por mí para que Ana me perdone.

Nunca me he disculpado cuando he molestado a alguna de las chicas, pero esta vez tengo la terrible necesidad de ser perdonado por ese ángel de pelo del color del fuego llamado Ana Shirley.

Es posible que el episodio hubiera terminado sin más tormentos, si no hubiera ocurrido otra desgracia. Pero cuando los acontecimientos comienzan a sucederse, nada los detiene.

***

Los colegiales de Avonlea solemos pasar la pausa del mediodía cogiendo miel en el bosque de abetos del señor Bell y en el gran campo de pastoreo. Aunque debemos tener los ojos puestos en la casa de Helen Wright, donde se hospeda el maestro. Cuando le vemos salir, corremos hacia el colegio; pero como la distancia a recorrer es tres veces mayor que la del sendero del señor Wright, tenemos muchas posibilidades de llegar, agitados y cansados, con tres minutos de retraso.

En este día, el señor Phillips es atacado por uno de sus repentinos arrebatos de reforma y anuncia, antes de almorzar, que espera encontrar a los alumnos en sus asientos al volver. Quien llegue tarde, será castigado.

Todos los chicos y algunas niñas vamos al bosque con la sana intención de «tomar un bocado». Pero las nueces y la miel son seductoras y tientan; retozando y comiendo, pasamos el tiempo y, como de costumbre, lo que nos vuelve a la realidad es el grito de Jimmy Glover desde lo alto de un patriarcal abeto:

—¡Vuelve el maestro!

Las niñas, que están en el suelo, corren primero y se las arreglan para llegar a tiempo al colegio. Nosotros, los muchachos, que debemos deslizarnos presurosos de las copas de los árboles, llegamos más tarde. Ana, que no hacía otra cosa que vagar por el extremo más alejado del campo, hundida en la yerba hasta la cintura cantando en voz baja, con una corona de flores en la cabeza, cuál pagana divinidad de los campos, es la última en salir. Pero la niña puede correr como una gacela, de manera que nos sobrepasa en la puerta y entra en el aula entre nosotros, en el preciso instante en que el señor Phillips cuelga su sombrero.

El rapto reformista del señor Phillips ha pasado y no quiere molestarse en castigar a una docena de alumnos, no obstante, es necesario hacer algo para salvar las apariencias; de manera que busca un «chivo expiatorio» y lo encuentra en Ana, que se deja caer en su asiento con la respiración alterada y su olvidada corona de flores colgando cómicamente de una oreja, dándole aspecto de disolución y paganismo. Parece una diosa y si por mí fuese, le haría un retrato como se ve ahora para colgarlo en mi cuarto y así poder mirarla cuando me despierto después de pasarme la noche soñando con sus labios sobre los míos, como ha pasado estos últimos días.

—Ana Shirley, ya que parece tan amiga de la compañía de los varones, le daremos el gusto esta tarde. Quítese esas flores y siéntese junto a Gilbert Blythe —dice, sarcásticamente.

Los otros muchachos empiezan a reírse tontamente. Diana, palideciendo de piedad, quita la guirnalda de los cabellos de Ana y le da un apretón de manos. La niña contempla al maestro como si se hubiera convertido en piedra.

—¿Ha oído lo que le he dicho, Ana? —dice, severamente, el señor Phillips.

—Sí, señor —contesta lentamente la niña—, pero creí que no lo decía en serio.

—Le aseguro que sí. Obedezca —ordena utilizando todavía la inflexión sarcástica que todos nosotros odiamos.

Durante unos instantes, Ana parece pensar lo contrario. Entonces, comprende que no queda escapatoria, se levanta arrogante, cruza el pasillo, se sienta junto a mí y hunde el rostro entre los brazos.

No sé qué hacer, se nota que todo su ser bulle de vergüenza, ira e indignación. En el fondo, tiene razón, la eligieron para castigarla de entre una docena de alumnos igualmente culpables, aunque considero que lo peor es que la hiciesen sentar a mi lado.

Al comienzo, los otros escolares miran, murmuran, se ríen a escondidas y se dan codazos, sin embargo, como Ana no levanta la cabeza y yo trabajo en los quebrados como si me absorbieran toda mi alma, pronto vuelven a sus tareas y la niña es olvidada.

No me puedo girar a mirarla, si lo hago sé que no voy a poder dejar de hacerlo. Contemplar a Ana se ha vuelto uno de mis pasatiempos favoritos, tanto, que ayer tuve que rechazar a Julia Bell cuando quiso repetir lo que habíamos hecho hacía dos días. No puedo tener sexo con una chica cuando cierro los ojos y veo a mi pelirroja.

Cuando el señor Phillips llama a la clase de historia, Ana debía haberse ido a su asiento habitual, sin embargo, no se mueve y el señor Phillips no se da cuenta. Yo no me quejo, sé que no debo mirarla, pero me encanta la sensación que siento cuando sé que está a tan solo unos centímetros de mí.

Una vez, cuando nadie mira, aprovecho y le deslizo bajo la curva del brazo de Ana un pequeño corazón de caramelo con la leyenda dorada «eres dulce». De inmediato, ella alza la cabeza, toma el caramelo cuidadosamente con la punta de los dedos, lo deja caer al suelo, lo hace polvo con el tacón y reasume su posición, sin dignarse a echarme una mirada.

Le he dado ese caramelo para poder hacer las paces, aun así, ella lo pisotea sin pestañear siquiera, por lo que no intento hablar con ella durante el resto de la clase. Sí, me había equivocado cuando llamé zanahorias a su pelo, pero intenté defenderla del maestro y luego le pedí perdón. Si la han sentado en clase a mi lado, no ha sido en absoluto culpa mía.

Cuando termina la clase y salen todos, Ana se dirige a su asiento y saca ostentosamente cuanto allí tiene y apila sobre su rota pizarra sus libros, cuadernos, lapiceros, tinta, la Biblia y aritmética.

Puedo escuchar que le dice a Diana que no volverá más al colegio y se me hace un nudo en el estómago. No puede ser verdad, ir al colegio sin Ana Shirley ha perdido todo su encanto.

Ruby Gillis, que la pudo ver mientras se levantaba para sentarse junto a mí, comenta con nosotros, cuando regresamos a nuestras casas, que nunca había visto algo así, que estaba blanca, con unas horribles manchitas rojas.

Yo no presto mucha atención a la conversación, me siento triste y desesperanzado. ¿Qué sucederá si Ana no vuelve al colegio? Significaría que no la volvería a ver todas las mañanas como he hecho en los últimos días.

Me gusta ver a Ana Shirley, me gusta demasiado, y el hecho de que ella no quiera ni mirarme, no me importa. Ahora lo veo claro, me muero porque alguien, preferiblemente la pelirroja, escriba nuestros nombres junto a la palabra "Atención" en las paredes del porche y no junto al de Julia Bell.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro