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ANA LA DE AVONLEA

Mi vida cambió radicalmente el día que Ana decidió que nuestra enemistad acababa y empezamos a ser mejores amigos. Por supuesto que yo deseo mucho más, pero después de cinco años sintiendo su desprecio y sin que se dignara a hablarme, cada vez que escucho mi nombre en sus labios, soy el hombre más feliz de la tierra.

Ana se ha convertido en una alta y delicada muchacha de dieciséis años, que siempre tiene opinión, sobre todo, cuando nos reunimos los del Club de Debates.

Muchas de sus amigas me buscan para divertirse un poco, pero Ana no es así, aunque yo no le diría que no a lo que fuese que ella me pidiese. Mientras tanto, no intimo con ninguna de esas chicas que se me insinúan, pero sueño con perderme entre las piernas de la pelirroja, hacerla gemir mi nombre y que alcancemos el orgasmo escondidos en algún establo, sin embargo, sé que eso no pasará en un futuro próximo.

Somos cada vez más, los jóvenes que queremos dejar huella en Avonlea y decidimos crear una Sociedad de Fomento con el propósito de embellecer nuestro pueblo y fomentar el turismo. Yo estoy entusiasmado con la idea y los demás aprecian cualquier cosa que signifique reuniones ocasionales y en consecuencia algo de «diversión». Ahora, respecto al «fomento», nadie, excepto Ana y yo, tiene una idea muy clara al respecto. Hemos conversado y planeado todo hasta que en nuestra mente existe una Avonlea ideal.

Lo mejor de mi nueva amistad con Ana es que puedo vagar con ella cuando me la encuentro, muchas veces acompañada y otras tantas ella sola. Prefiero la intimidad de nuestras conversaciones, no obstante, también disfruto compartiendo su compañía con alguna amiga.

Incluso no he podido salir airoso de complacer a dos bandos con ideas contrarias, como fue la tarde que Ana y Jane discutieron sobre si utilizar la fuerza con los niños en clase era necesario o no. Ana era contraria al uso de los azotes en clase y Jane era partidaria de darles una buena azotaina. Al final, les hice saber que para mí el castigo corporal sería el último recurso. Por supuesto que ambas jovencitas parecían desilusionadas conmigo, pero es muy difícil estar siempre a la altura de las expectativas de Ana Shirley.

Me gusta enseñar, sin embargo, disfruto muchísimo de mis fines de semana en nuestro pueblo. Puedo discutir con mis amigos de todo lo que me sucede en la semana y Ana y yo intentamos darnos consejos para sobrellevar a algunos alumnos. Además, la Sociedad de Fomento tiene cada vez más actividad y yo me deleito como un niño planeando todas y cada una de las acciones y ayudando a llevarlas a cabo. Me han elegido como presidente y Ana Shirley es la secretaria, además, casi todos nuestros amigos son fomentadores, por lo que las reuniones cada quince días en casa de alguno de los miembros son siempre esperadas por todos.

A mí me va genial en la escuela y a mi amada también, con excepción del pequeño Anthony Pye, pero que se puede esperar de un Pye. Aunque otro alumno, Paul Irving, compensa por todas las dificultades que podría encontrarse.

He aprendido muchísimo más desde las primeras semanas que en todos mis años de colegio, sin embargo, no puedo evitar soñar con llegar a ser un médico. Lo he hablado con Ana y le he dicho que opino que es una profesión magnífica y que un hombre debe luchar por algo durante toda su vida. Yo quiero luchar contra la enfermedad, el dolor y la ignorancia. Quiero hacer en el mundo mi parte de trabajo real y honesto, contribuir en algo a la suma de la inteligencia humana que han venido acumulando todos los hombres de bien desde el comienzo de los siglos. Los hombres que han vivido antes que yo, han hecho tanto por mí, que quiero demostrar mi gratitud haciendo algo por los que vendrán después. Me parece que es la única manera de cumplir con las obligaciones hacia la raza.

Con Ana puedo hablar de cualquier cosa porque ella me entiende, aunque no coincidamos siempre con nuestras ideas, al menos nos comprendemos y apoyamos, como verdaderos camaradas.

A Ana, por el contrario, le gustaría contribuir a la vida con algo de belleza, le gustaría hacer que los demás pudieran ser más felices y alegres gracias a ella y darles pequeñas alegrías que nunca hubieran disfrutado de no haber nacido.

Yo sé que todos los días cumple su ambición y así se lo hice saber. Ana es una de esas criaturas que iluminan por naturaleza. Además de que es una joven excepcional, no le tiene miedo al trabajo y siempre cumple con su deber.

Un claro ejemplo de ello es la forma en que convenció a Marilla para que adoptase a los mellizos de seis años, a pesar de que sabía el trabajo extra que esto supondría. Esos gemelos son unos verdaderos trastos, o por lo menos Davy, el varón. Nunca se está quieto y tiene a Marilla de los nervios.

Sé que la primera semana que llegaron los mellizos a las Tejas Verdes fue muy dura, ya que Davy se portaba mal constantemente. Pero Ana tiene muy buena mano con los niños y los mellizos la adoran y, concretamente, Davy haría cualquier cosa por agradarle, aunque tengo que reconocer que es un verdadero diablillo.

A pesar de que veía a Ana todos los fines de semana, nunca me cansaba de escuchar las historias de su vecino, el señor Harrison, y las diabluras de Davy. Algún día me gustaría tener hijos y sé que Ana sería la perfecta madre, solo espero que no sean tan traviesos como el mellizo.

Todo iba bien con nuestra Sociedad de Fomento, hasta que los Pye se confundieron al pintar el edificio del Salón del pueblo de azul brillante, en vez de verde. Ese color, combinado con el tejado rojo, era espantoso y corrí a las Tejas Verdes en cuanto me enteré. Me encontraba en casa estudiando cuando me lo contó un empleado de mi padre. Por el camino me encontré con Fred Wright y hallamos a Diana Barry, Jane Andrews y Ana Shirley en el patio de la casa. Eran la desgracia personificada.

Todos en Avonlea se enfadaron con los Pye, aunque tuvimos que pagar al pintor. La buena noticia fue que, al contrario de lo esperado, la simpatía pública se volcó en nuestro favor. La gente pensó en el vehemente y entusiasta grupo que había trabajado tan duro por llevar a cabo un proyecto tan mal terminado.

La señora Lynde nos dijo que siguiéramos adelante y demostráramos a los Pye que realmente había gente en el mundo que podía hacer las cosas sin equivocarse. El señor Major Spencer nos mandó decir que sacaría todos los troncos que había a lo largo del camino frente a su granja y lo cubriría de césped. La señora de Hiram Sloane fue un día a la escuela y llamó a Ana misteriosamente al vestíbulo, para decirle que si la «sociedad» quería plantar geranios en el cruce de los caminos para la primavera, no debían preocuparse por su vaca, pues ella se encargaría de que el vagabundo animal se mantuviera dentro de los límites convenientes.

Yo no tuve problema alguno en el colegio. Los chicos me respetaban y querían a partes iguales y no tuve necesidad de castigar físicamente a ninguno. Para Ana no fue siempre tan sencillo, según me contó, estaba teniendo un día horrible debido a un dolor de muelas. Me dijo arrepentida cómo había llamado torpe a Bárbara Shaw por haberse tropezado, haciéndola llorar. También castigó a St. Clair Donnell por llegar tarde porque estaba ayudando a su madre con una tarta de ciruelas, pero lo peor estaba por venir, hizo tirar a Joseph un trozo de tarta al fuego, aunque no era un trozo de tarta, sino fuegos artificiales.

A pesar de que Ana me contó con todo lujo de detalles, cómo los cohetes estallaron como truenos y las ruedas se movían locamente de un lado a otro, no puedo realmente imaginármelo. Transcurrió una hora antes de que se restaurara la tranquilidad.

Después del almuerzo, Anthony Pie tuvo la desfachatez de esconder un ratón en el escritorio de Ana. Ella, que se encontraba en un estado de ánimo pésimo, cogió su puntero y azotó al niño.

Ana, cuya conciencia despertó de improviso, se sintió avergonzada, arrepentida y amargamente mortificada. Su enfado se había desvanecido y hubiera dado cualquier cosa por poder hallar el alivio de las lágrimas. Aunque contra todo pronóstico, el niño empezó a encariñarse con su profesora después de este episodio.

La pelirroja volvió a sorprendernos a todos solucionando el problema de una valla publicitaria sin que ninguno de los miembros de la Sociedad de Fomento supiese nunca cómo lo hizo.

Yo iba a visitar a mi Ana constantemente los fines de semana antes del verano y estudiábamos juntos, muchas veces iba caminando, e incluso llegué a ir en bicicleta. Me había aprendido el camino a su casa de memoria y podía ir incluso con los ojos cerrados.

A veces, cuando me encontraba a Ana mirándome soñadora, estaba seguro de que le parecía apuesto. Además, sé que lo soy porque muchas muchachas me habían dicho varias veces que era muy varonil y que les gustaban mis ojos claros y mis anchas espaldas. No quiero parecer vanidoso, pero un chico se da cuenta cuando una joven lo mira y le parece atractivo lo que ve.

Pero también sé que no soy el tipo de hombre con el que Ana sueña desde niña. Diana me ha descrito con pelos y señales cómo es el hombre ideal para mi amada y yo no me parezco en nada. Debía ser muy alto y distinguido, de ojos melancólicos e inescrutables, y voz suave y simpática.

Aun así, no pierdo la esperanza y me digo a mí mismo que eso solo son fantasías de una niña con una gran imaginación e influenciada por los libros.

Lo que sí puedo asegurar, es que Ana ya no es una niña y, aunque, a diferencia de muchas de sus amigas, ella no ha tenido encuentros íntimos con el sexo opuesto y ni siquiera ha besado a un chico, a veces me mira como si no fuese yo el único de la sala que siente una atracción casi dolorosa por el otro.

Si me pidiesen que describiera mi ideal de mujer, la respuesta correspondería punto por punto a Ana, incluyendo hasta las siete pecas que tanto la mortifican. Solo soy un muchacho, pero un muchacho tiene sus sueños como todos, y en los míos hay siempre una joven de grandes y límpidos ojos grises y rostro tan fino y delicado como una flor.

También he decidido que mi futuro debe de ser digno de sus virtudes. Hasta en la tranquila Avonlea se encuentran tentaciones. La juventud de White Sands es algo alocada y cada vez soy más popular en todas partes. No obstante, quiero ser digno de la amistad de Ana y hasta, algún día, de su amor; y cuido mis palabras, pensamientos y actos tan celosamente como si ella fuera a juzgarlos. Ejerce sobre mí la inconsciente influencia de toda joven cuyos ideales son altos y puros, influencia que perdurará mientras ella continúe siendo fiel a esos ideales y que desaparecerá si faltara a ellos. Así que desde hace años que decidí luchar y esperar por esta chica, no intimo con nadie y me tengo que conformar con pensar en ella cuando me doy alivio.

El principal encanto de Ana consiste en que nunca cae en los defectos de tantas jóvenes de Avonlea; los pequeños celos, las rivalidades, la lucha por ser preferidas. Ana se mantiene apartada de todo eso, no intencionadamente, sino simplemente porque no entra dentro de su impulsiva naturaleza ni de sus aspiraciones.

Pero nunca se me ocurriría traducir en palabras mis pensamientos; tengo muy buenas razones para saber que Ana cortaría despiadada e indiferentemente todo intento de brote de sentimentalismo; o se reiría de mí, lo que es diez veces peor. Sí, Ana era una joven, pero aún no se permitía a ella misma el experimentarlo.

Por eso, cuando se me pasan pensamientos románticos al estar junto a ella, siempre le hablo de la S.F.A., la Sociedad de Fomento de Avonlea, para no cometer una estupidez. Realmente hemos conseguido muchas cosas últimamente y cada vez nos respetan más en el pueblo. Lo único que se nos resistía era el hacer desaparecer la vieja casa de Boulter, pero hasta eso se arregló con la ayuda del mal tiempo, puesto que un rayo le cayó y la quemó.

Después de dos años como maestro, ya era hora de ir a la universidad, así que me decidí a ello aun sabiendo que Ana no me seguiría. Mi padre fue el que me impulsó a hacerlo, porque aunque no lo admitiera en voz alta, el irme y dejar a Ana en Avonlea parece una acción casi imposible.

Mi padre tiene razón, lo que tenga que pasar, pasará, independientemente de que me vaya a estudiar a la universidad. Además, desde hace dos años somos grandes amigos y podremos escribirnos largas cartas todas las semanas.

Quizás el irme lejos, haga que Ana me aprecie un poco más y adquiera sentimientos que ahora mismo no siente por mí, aunque yo me muera para que sea así.

***

Fue una sorpresa cuando me enteré de que Ana renunció a la escuela para irse a la universidad igual que yo, una vez más el destino unía nuestros caminos y no podía ser, en estos momentos, más feliz.

Aunque no pude ver a Ana tanto en todo el verano como me hubiese gustado, disfruté mucho de las tardes que paseamos.

Aún faltan quince días para partir con Ana hacia Redmond y estamos organizando una boda. La nuestra no, para mi desgracia, sino la de la señorita Lavender y el señor Irving en la Morada del Eco. No somos muchos los invitados, pero el simple hecho de saber que Ana estaría conmigo en esta boda íntima hizo que la noche anterior me costara conciliar el sueño.

Cuando la boda acaba, el señor Irving y su recién estrenada esposa se van a tomar el tren de la tarde a Bright River. Por supuesto que ayudo a las chicas a tirar arroz.

Me voy a hacer un recado, pero le prometo a Ana que la recogeré en cuanto termine para acompañarla a su casa. Cuando regreso, me encuentro a Ana sentada bajo el álamo plateado esperando por mí.

—¿En qué piensas, Ana? —pregunto al llegar.

Había dejado el coche en el camino y caminado hasta donde mi amada se encontraba.

—En la señorita Lavender y en el señor Irving. ¿No es hermoso cómo ha sucedido todo, cómo se han reunido después de todos estos años de separación e incomprensión? —responde soñadoramente.

—Sí, es hermoso, pero ¿no hubiese sido aún más hermoso si no hubiera habido separación e incomprensión, si hubieran recorrido de la mano todo el camino de la vida, sin otros recuerdos que los mutuos? —le respondo, sin dejar de mirarle a la cara.

Por un instante, noto cómo Ana no puede sostenerme la mirada, mientras se tiñen de rojo sus pálidas mejillas. Mi corazón se acelera y recibo un rayo de esperanza con la mayor de las alegrías.

Sé que mi Ana no me aceptará aún, pero me gustaría que comprendiese que el romance no llega con pompa y esplendor como un caballero andante, se deslizaba a nuestro lado calladamente como un viejo amigo, se revela en prosa, hasta que una repentina iluminación que recorre sus páginas traiciona el ritmo y la música. El amor se desprende naturalmente de una hermosa amistad, cuál una rosa de corazón dorado de su tallo.

Además de esta anhelada aceptación, también necesito sentir su cuerpo y hacerla mía, ya soy un hombre y desde que me enamoré de esta mujer, he renunciado a la compañía femenina, lo que no quiere decir que mi cuerpo no la necesite y, a veces, me cueste controlar mis impulsos de abrazarla o besarla.

Sin embargo, sé que aún no está preparada para darse cuenta de tales cosas, así que no digo nada más, aunque en silencio imagino la historia de los cuatro años siguientes. Cuatro años de trabajo feliz, y luego el galardón del útil conocimiento y de una novia ganada.

Tras nosotros, la casita de piedra queda en las sombras y yo disfruto del camino de vuelta junto a mi Ana. 

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