
🐾 III
— Cuándo dijiste que haría frío, olvidaste decir que estaría nevando. —le reclamé.
Llevábamos veinte minutos de encontrarnos en la estación, apenas un día de conocernos y ya tendríamos nuestra primera discusión. Tomaríamos el tren rumbo a su ciudad de origen y mi maleta ya había sido subida. Empaque tan solo algunos abrigos pensando que efectivamente sería "fresco" como dijo antes de irse.
— Le dije que trajera ropa abrigadora. El invierno entra en cuatro días oficialmente en Busan. Los inviernos son crudos. —dijo, mientras subían también las suyas.
— ¡Suban todos, el tren partirá! —gritó una de las ayudantes con su impecable uniforme.
— Suba ya... Podrá comprar abrigos extra cuando lleguemos.
— No subiré. —me crucé de brazos, mirándole en la puerta y los demás vagones.
— ¿Por qué?
— ¿Que tal que hay zombies a bordo y el apocalipsis se desata dejándonos como últimos sobrevivientes y tenemos que repoblar la tierra? —molesté, haciendo berrinche.
Ah, ese bonito color iluminó sus mejillas. Puso sus ojos en blanco y con aparente fastidio caminó hacia mi bufando para empujarme dentro del vagón de pasajeros. No tardamos mucho en encontrar nuestros asientos, y en cuánto ambos pusimos la vista en el asiento de la ventanilla nos miramos con desafío. Corrí hacia él, pero el infame tramposo se agachó y pasó por debajo de mi brazo para llegar primero y robarlo.
— ¡Pero si eres un ladrón! ¡Yo iba a sentarme ahí! —hablé con acento sin querer. ¿Quién se creía este niño? ¿Que porque era así de lindo con su abriguito afelpado le iba a dejar mi lugar? No, ¡ni hablar!
— Aquí hay otro asiento, ¿por que quiere el mío? Yo llegué primero además. —dijo.
— ¡¿Primero?! ¡Pero si me lo has robado vilmente! —seguí. Y continuaría con mis reclamos de no ser por...
— Señor, deben sentarse por favor. —dijo una señorita de uniforme amarillo y rojo.
— Ya oyó... Siéntese. —completó el truhán.
Me trague mis comentarios, y de mala gana, regañadientes y brazos cruzados, me senté en el asiento del pasillo. Ah, esto era injusto. Ahora tendría que aguantar dos horas de viaje en este fastidioso lugar. Y lo peor... ¡El baño estaba justo enfrente! Tendría que soportar cada que los pasajeros se levantaran a usarlo y andarán chocandome el brazo.
— ¡No! ¡Quiero la ventana! ¡La ventana! ¡La ventana! ¡La ventana! —comenzó a chillar un mocoso que venía entrando colgándose y jalando el brazo a su pobre madre.
No... No... Por favor no, por favor no, ¡por favor no! Que se vayan en el vagón siguiente...
— Este es nuestro asiento. —dijo la madre.
¡¿Era mucho pedir?! ¡Dios!
Para mi suerte, la madre y su engendrito se sentaron en el asiento detrás de nosotros. ¡No podía ser mejor! Si como no...
El tren echó andar al poco rato. Al menos podía distraerme viendo una película o escuchando música durante el trayecto. La señorita de uniforme pasó revisando con uno de sus compañeros los boletos y preguntando si no necesitaba algo. A lo cual yo le pedí unas pastillas para el mareo. Realmente no me agrada andar en estos transportes por tiempos muy prolongados. Convivir con demasiada gente me molestaba y resultaba perjudicial para mi estómago también. La señorita amablemente dijo que buscaría algo y se fue. Me puse los audífonos pretendiendo dormir un rato. Y lo habría hecho, de no ser por...
— ¡Señor! ¡Señoor! —el mounstrito comenzó a zarandearme la manga de mi fabulosa chaqueta. Me volví a quitar los audífonos.
— ¿Qué quieres? —espeté. El mocoso se quedó mirándome con sus enormes ojos, parecía asustado.
— Oye... —me reprendió mi chico apple-pay. Levanté una ceja en su dirección ante su repentino tuteo nuevamente. — No tiene que ser tan grosero. —recompuso. Había una libreta en su regazo y un bolígrafo. Me ignoró negando con la cabeza y continuó con lo que hacía. Como sea...
— Tú... ¿Que querías? —pregunté.
— E-es que el señor de cabello de oro le estaba hablando. —balbuceó. Mire al chico que ahora parecía estar molesto, mirando por la ventanilla.
¿Se había molestado conmigo? Ni siquiera sabía su nombre aún para llamarle.
— Hey... Oye... —piqué su brazo con mi dedo un par de veces hasta que volteara a verme. El mocoso de antes se levantó de nuevo hacia nuestros asientos y jaló con su pequeña mano el suéter del chico. A él si le hizo caso.
— Señor, el señor que se parece a Elsa de Frozen le llama. —le dijo.
¿Que yo qué? ¡Mocoso insolente!
Iba a decirle a su madre que le apretara un poco su bufandita cuando la inigualable sonrisa y risa del chico apareció. Pero si hasta su risa era hermosa. ¿Había algo feo en ese chico? Si, seguro, nadie podía ser tan perfecto. Seguro tenía un nombre espantoso... como Brian o Jaime.
— ¿Gracias...?
— Ji hee. —dijo el mocoso con una leve reverencia.
— Gracias, Ji hee. Pero si el señor quiere hablarme para eso tiene boca. —le dijo.
¿Qué? ¿Es enserio? ¿Ahora los dos estarían en mi contra? Genial. Ellos comenzaron a hablar, así que yo encendí la tableta para ver algo.
— ¿Cuántos años tienes? —escuché que le preguntó.
— ¡Cumpliré siete en unos meses señor!
— Que lindo, espero sea un feliz día. —le contestó.
— Señor... ¿Cómo se llama usted? Yo le dije mi nombre y mamá dice que no debo hablar con desconocidos. —dijo. Que genio. Ese dato si me interesaba. Continúe pasando los programas mientras fingía no oírles.
— Me llamo, Jimin. —contestó.
— Joder... —se me salió decir.
¡Hasta su nombre era hermoso! Un dedo extra, si seguro tenía un dedo extra en el pie. Volteé, ambos se me quedaron viendo.
— ¡Señor Jimin, el señor de cabello de nieve dijo una palabrota! —me acusó. Jimin volvió a mirarme feo. Oh...
— Perdón. No había nada bueno en la programación. —me excuse. Nuevamente me ignoró.
— ¿Señor, Jimin?
— ¿Si? —el mocoso se le acercó a la oreja para cuchichearle algo.
— ¿El señor de cabello de nieve es su esposo? —alcancé a oír.
¿Pero qué?
— ¡No! —contestamos ambos al mismo tiempo. Bueno, al menos no fui el único ofendido.
— Entonces, si no le molesta, ¿podría ser mi omega cuando sea grande? Usted es muy lindo y mi mami dijo que seré un alfa muy, muy alto. —añadió, haciendo énfasis con sus escuálidos brasitos.
¿Pero qué se creía ese engendro de...?
— Me encantaría. —contestó Jimin, extendiendo su mano hasta alcanzar y revolver el cabello opaco de ese mocoso.
Suficiente, estaban denigrando mi autoestima. Estaba por ponerme los audífonos nuevamente cuando la señorita de uniforme regresó. Perfecto, ya me estaban dando agruras del coraje.
— Es la única que encontré señor. —dijo.
— Esta bien, gracias.
— ¿No tiene más de esas señorita? —escuché hablar a la señora tras de mi.
— Me temo que no señora, el señor tiene la última.
— Oh, está bien, gracias. —dijo desanimada.
— ¿Se siente mal? —le preguntó Jimin, auténticamente interesado. ¿Había dicho antes que es un angelito?
— No, es para, Ji hee, olvidé las suyas en casa y le dan malestar los viajes largos.
¿Si? Pues yo lo veía hable y hable como guacamayo. Miré por sobre mi hombro, para mi sorpresa el mocoso estaba teniendo arcadas y se frotaba la barriga. Con razón se había quedado callado. Que mal por el, bu, bu, bu. Abrí mi botella de agua dispuesto a tomarme mi medicamento antes de ponerme igual. Siempre me revolvía el estómago los viajes largos también. Pero la pesada mirada de mi chico cabellos de oro me hizo dejar la pastilla a medio camino.
— ¿Qué? —pregunté.
— ¿Podría dársela? Mire cómo está el pobre. —abogó.
— ¿Y yo qué? Yo la pedí, es mía. —le dije,mientras me echaba la pastilla a la boca y bebía mi agua. Él apretó sus bonitos labios y se volvió cruzándose de brazos.
Agh... Eso era, era bipolar.
Me puse los audífonos por tercera ocasión e intenté descansar. Ah pero el destino deseaba hacer mi día muy, muy, muy largo. Volvía a sentir que me jalaban la manga.
— ¿Señor? —oí. Arranqué los audífonos de mis orejas realmente molesto.
— ¡¿Qué?!
Y lo que recibí, no fue una respuesta...
El mocoso vomito sobre mi hombro y el asiento. ¡Me vomitó encima!
¡Detesto los niños!
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— Se le ve bien. —mencionó, Jimin luego de unos minutos.
Estaba burlándose de mí. Podía notar cuanto estaba aguantándose las ganas de carcajearse, por como mordía su labio inferior y sus mejillas se abultaban. Le lancé una mirada totalmente en desacuerdo.
Había tenido que ponerme su suéter afelpado, porque el engendro del mal vomitó mi ropa y mi maleta estaba en la zona de equipaje. Nos reubicaron a unos asientos cuyos dueños no llegaron. Para mi suerte, lejos, muy lejos de otro niño a la redonda. ¿Ven lo que les digo? Los niños y yo, no congeniamos. Había pasado sólo la primera hora de viaje y realmente no veía como este día podía empeorar.
— ¿Sigue molesto?
— ¿Tú que crees? —espete. Él suspiró.
— Lo siento. —musitó.
Aunque quisiera enojarme, admito que quizá lo merecía y él no tenía la culpa. Metió su mano en su maleta de mano y sacó una bolsa de golosinas de colores en forma de pandas. Me llamó la atención que mientras se las llevaba a su bonita boca, los suertudos eran sólo los pandas rojos. Él se dio cuenta que le miraba y algo cohibido acercó la bolsa hacia mí.
— ¿Quiere? —ofreció.
— No me gustan los dulces, gracias. —dije, negando con la cabeza. Él se encogió de hombros y siguió disfrutando de sus golosinas.
No era para tanto. Quizá si me estaba comportando, infantilmente para variar. Quedaba menos de una hora para llegar, al menos, debíamos socializar. ¿Qué se supone que haría al llegar allá? ¿Improvisar? Apenas ahora supe su nombre y ya iba a conocer a sus padres. Debíamos hablar.
— ¿Oye?
— ¿Oiga? —hablamos al mismo tiempo. Él sonrió. — Usted primero. —dijo, dándome la palabra. Infle mis mejillas tomando aire y luego soltándolo comencé.
— ¿No crees que deberíamos preguntarnos algunas cosas antes de conocer a tus padres? —comenté.
— De hecho, yo iba a decirle lo mismo. —me dijo.
— Listo pregunta lo que quieras, soy un libro abierto.
— ¿Cuántos años tiene?
— Espera un momento, se supone que somos pareja, no hace falta que que sigas llamándome así frente a tus papás, ¿de acuerdo?
— De acuerdo. Dime entonces, apuntaré todo. —dijo con una sonrisa, tomando el mismo bolígrafo y libreta de hace rato. De alguna forma parecía que me estaba entrevistando.
— 25 años.
— Yo tengo 22...
— Lo sé. Está en el cuestionario que llenaste. También sé que gozas de una plena salud, que trabajas en una tienda de música y que tu celo dura seis días.
— Oh, cierto. —dijo tímido. Rascó su ceja antes de seguir. — ¿Dónde se supone que nos conocimos y comprometimos?
— No soy bueno con eso, inventa algo romántico, como que me viste pasar y te enamoraste a primera vista de mi genialidad. —dije jactándome.
— Que humilde. —dijo sarcástico, aunque estaba sonriendo. Le sonreí de vuelta. Miró sus apuntes y llevó la punta del bolígrafo a su boquita. — Hmm... ¿Cuál es su nombre? El verdadero.
Saqué la mano del bolsillo delantero de su calentito suéter para ofrecersela.
— Min YoonGi. —dije presentándome. Él la aceptó.
— Park Jimin. —respondió sonriente.
— Que lindo. —balbucee. Aunque no sólo me referí a su nombre.
— Gracias.
— ¿Puedo preguntar algo más?
— Seguro.
— ... ¿Por qué me elegiste a mí? —inquiri. Era una duda razonable. Que un chico lindo llegue y te diga así cómo así que lo embaracen es raro, más considerando que soy un extraño. — Cuéntamelo, en confianza, si seremos una pareja deberé saber todo de ti, eso incluye por qué me has elegido.
Ding, dong, ding, un punto para, Min.
— De acuerdo. —suspiró. — Hace un año me mudé a Seúl para terminar mi carrera. Todo iba bien, hasta que me di cuenta de que eso no era lo mío hace un par de meses y la abandoné. Mis padres dijeron que debía volver antes de volverme un "descarriado libertino" o no seguirían enviándome dinero para ayudarme a pagar mis rentas. Dijeron que la única manera en que me permitirían que me quedara, es, si estuviera unido a mi pareja y me casara. —contó.
Ya entiendo. Pero...
— ¿Y qué tiene que ver un hijo? —indagué. Él me miró y pareció sonrojarse.
— De verdad quiero uno. Amo a los bebés, adoro a los pequeños. Tengo muchos sobrinos, y soy bueno con ellos. —sus ojos se iluminaban al hablar de ello. Parecía sincero. — Tengo un amigo, que ha usado este servicio desde hace un tiempo. Él me dio una tarjeta y me aconsejó intentarlo. No perdía nada de todas formas. —dijo, restándole importancia. — Si se negaba, de cualquier forma le habría pedido este favor. Aún sin bebé. Por eso se lo agradezco. —me miró directo a los ojos. Ah, eran tan hermosos.
— ¿A cualquiera en el negocio? —pregunté. Me movía la curiosidad. Sin saber por qué, me sentiría algo desilusionado si decía que sí.
— ¿Lo del bebé? Yo... A decir verdad... —miró a sus manos como el otro día. — Yo, yo lo elegí a usted entre todos. Porque...
— ¿Por qué? —la emoción de mi animal interno había regresado moviendo la cola.
— Porque... Es de mi estatura... —finalizó.
Oh...
Que cruel. Igual, ñe, no es tan lindo como parece. Lo arruinas, Park.
F por Min...
Picale a la estrellita, es gratis.
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MIN∆BRIL
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