O9
Una sonrisa de conejo fue lo que recibí como confirmación de que no era producto de mi imaginación y él de verdad estaba aquí. Sentado con una pierna sobre la otra y su codo recargado en la mesa mientras sostenía su barbilla.
Su mirada fue suficiente para hacerme perder el equilibrio en uno de los pasos, pero por suerte, solo fue un desliz que me llevó a improvisar y sostenerme del suelo, meneando y llevando mi mano a mi zona íntima, mordiendo mi labio e invitando a los clientes a jadear.
Debía esmerarme más en la danza, la razón era que el pelinegro de cabellos revoltosos me miraba y, de alguna manera, el conocerlo me hizo querer demostrar algo, como si quisiera impresionarlo, quería su sola atención para mí. Me hizo querer golpearme contra la pared, debía recordarme una y otra vez que Constantinne solo era un cliente más y no tenía por qué impresionarlo, no había razón, no obtendría un premio a cambio de ello, solo éramos cliente y prostituto.
Pero eso no cambió la energía que aumenté en el baile, en el espectáculo que estaba dando. En el momento en el que volví a cruzar miradas con él, me encontré con sus ojos llenos de lujuria y su labio entre sus dientes. Solo me incitó a comenzar a quitarme la ropa.
Ahora era cuando cobraba venganza por la tortura que me causó al quitarse la ropa tan lentamente. Llevé mis manos al saco y lo comencé a sacar mientras movía mis caderas hacia el frente, recargando mi cabeza hacia atrás, simulando estar dando embestidas; lo boté lejos y pasé a acariciar mi formado cuerpo por arriba de la camisa, jugando con mis dedos entre los botones mientras los iba desabotonando, intercalando movimientos de caderas con los de mi cabeza para seguir el ritmo a pesar de estar en un solo lugar.
Una vez dejé desabrochada mi camisa por completo, llevé mi mirada al castaño de nuevo y con mis dedos acaricié desde mi cuello, por mis clavículas, en medio de mi pecho, girando mi mano para llevar la punta de mis dedos por mi abdomen en dirección a mi intimidad, llegué hasta mi pantalón y tomé la hebilla en mi mano para jugar con mis caderas. La camisa salió, las luces cambiaron de color, mis ojos seguían sobre los suyos.
Ahora mismo quería que solo estuviéramos él y yo, hacer que dejara de morder sus labios para invadir su boca con mi polla, después hacerlo chillar por la misma dentro de él. Quería estamparlo contra la mesa y penetrarlo mientras esa mirada que ahora tenía permaneciera en contacto con mis ojos. Quería perderme en esos orbes bañados en ese intenso deseo debido a mí. Esa mirada que quería devorarme.
Golpeé mis caderas y enterré mis pulgares dentro de la orilla de mi pantalón, acariciando mi pelvis. Saqué el cinturón deslizándolo por mis caderas, aventando el mismo lejos a donde sea que estuvieran mis demás pertenencias. Una sonrisa se delineó en mis labios cuando observé cómo el muchacho parecía cambiar su postura. Había una erección ahí. Lo sabía.
Comencé a desabrochar mi pantalón, jugueteando con el cierre y la orilla, dando giros para que no vieran demasiado mientras bajaba poco a poco lo prenda. Luego, me detuve, la música cambió de ritmo y ahora solo se escuchaba una respiración, simulando ser la mía, tenía la barbilla en lo alto y una mirada para tentar al público, una sonrisa ladina decoró mi rostro y la música volvió. Abrí por completo el cierre y tomé la orilla de mi boxer, bajé unos cuantos centímetros y mi mirada de nuevo sobre Constantinne.
Las luces y la música se apagaron, tomé mis ropas y la bata que Anny me estaba entregando, salí a paso rápido detrás del escenario y escuché cómo nuevamente encendían las luces, los jadeos molestos y reclamos no se hicieron esperar. Mi corazón latía con fuerza, de pronto sintiéndome nervioso por lo que acababa de hacer, como si hubiera sido mi primera vez en ese escenario.
─ Lo hiciste bien, como siempre ─halagó Anny.
Estaba sudado y tenía un intenso dolor en medio de mis piernas, necesitaba un baño con agua fría urgente. Mi habitación estaba demasiado lejos del salón principal donde hacían los bailes y no quería caminar tanto para aliviar mi dolor.
Además, mi cabeza no quería razonar una solución para mi polla que no fuera el tener los labios de Constantinne chupándola. No estaba pensando con coherencia.
No noté la presencia de Scar entrando para entablar una ligera conversación con Anny sobre las personas que pedían de mi presencia en alguna habitación. Anny, sin duda alguna, rechazando esas ofertas. Ella sabía de sobre que no me gustaba lidiar con ese tipo de gente "no me importa cuanto cueste lo quiero para mí". Aunque, la voz de ese hombre de cabello castaño oscuro, ojos verdes y apenas barba de candado que se conectaba de sus patillas hasta el bigote sobre sus delgados labios me llamó, enfocando sus ojos verdes sobre mí, extrañado.
─Park, tu celular está sonando ─dijo, logrando que saliera de mi transe, tomando el aparado entre mis manos.
─ ¿Hmm?, ah, sí. Gracias, Scar.
Bendito sea el Dios que me concedió esta oportunidad o maldito sea el diablillo que me está dando la invitación de pecar e irme a un inminente futuro en el infierno.
Brooks Constantinne estaba llamándome. Lo sabía porque después de haberlo confundido con Aitor decidí agendar su número.
─Habla Park ─contesté como si no tuviera interés en verlo, tenerlo de rodillas a la altura de mi ingle, con sus labios brillando por mi causa. Normal.
─ Hey, bailaste bien ─habló con un tono demasiado provocador para mí ─. ¿Recuerdas que te dije que nos viéramos mañana?, ¿qué tal si nos vemos ahora?, ¿puedes? ─comenzó a preguntar, tentándome ─. Sé que tienes una dolorosa erección y no sé... Tal vez podría ayudarte con eso.
Gemí ante la idea y el aire me faltó, llevé mi vista a Anny quien ahora me miraba con una mezcla de curiosidad y asco, mientras que Scar estaba inescrutable. Respiré recordándome qué era vital para que yo siguiera viviendo, aunque en este momento, podría morir por sus labios. Jodida mierda.
─ ¿Dónde estás? ─mi voz sonó más ronca e inestable de como hubiese querido.
─En los baños, creo que son los únicos aquí po-
─Voy para allá ─interrumpí.
Colgué escuchando un "te espero" de su parte y me levanté con la bata sobre mis hombros, olvidando mi camisa en donde traté de descansar anteriormente.
No me importaban esas intensas miradas, ya que iba con la bata abierta, sin camisa y los pantalones desabrochados, con una enorme erección, caminando lo más rápido que podía a los baños del salón para encontrarme con el mismísimo causante de mis otras tantas erecciones.
Llegué a los baños, abrí la puerta de una y observé al pelinegro recargado en el lavabo acomodando sus cabellos mientras se miraba al espejo. Y su mirada oscura se enfocó justo en mi a través del reflejo. No era el único, por lo cual gruñí en rabia.
─ Fuera ─ordené, y no sé si fue mi mirada o mi tono de voz, pero salieron del lugar como alma que lleva el diablo.
El pelinegro se giró mostrando esa sonrisa de conejo que era tierna y seductora al mismo tiempo. Mierda, esos malditos labios estaban matándome, los quería ya.
No podía obligarlo a nada, pedirle sería demasiado vergonzoso para mí siendo que él aún no sabe hacer nada, mi única solución y muy satisfactoria era el penetrarlo contra el lavabo. Santa mierda, no quería ser cuidadoso ahora, pero debía, claro que debía.
─ ¿Quieres ayudarme con la erección?
─ ¿Me ayudarás tú con la mía? ─preguntó.
─ Es un trato ─solté ─. Bájate los pantalones ─ordené. El pelinegro negó ─. ¿Por qué?
─ Hay algo que he estado pensando en hacer desde que me viste sin el cubrebocas ─se encogió de hombros, caminó hasta mí, me rodeó y fue esta la puerta, donde cerró la misma bloqueándola al público, volviendo hasta encararme ─. Si no lo hago bien, detenme y dime cómo hacerlo.
Sus manos sostuvieron mi ropa desaliñada, tirando de ella al mismo tiempo en que sus rodillas se apoyaban en el suelo, estando frente de mi eje erecto y sensible ante el tacto.
Madre mía. Bendita mi suerte.
─D'yavol, uydi ot menya (diablo, alejate de mí) ─murmuré ganando una mirada cargada de deseo por parte de Constantinne.
Tomó mi pene en su mano, en el momento en que su piel rozó con la mía jadeé de alivio; comenzó a subir y bajar con lentitud. Sin embargo, se llevó mi respiración y casi caigo cuando se atrevió a darle una lamida a mi glande.
─Parece que te gusta.
─No sabes cuánto ─revelé en un jadeo.
Constantinne sonrió y volvió a lamer la punta como si de una paleta de tratase. Sí, sin duda alguna, Constantinne era oral, Constantinne era muy oral.
Tomó la base sin mover más su mano, se relamió los labios en espera de algo que yo no sabía y fruncí mi ceño. Quedé sorprendido con el hecho de que hundiera mi hombría dentro de su boca. Comenzó a succionar y chupar, jugando con su lengua, haciéndome pensar que realmente trataba de hacerlo bien y base a sus esfuerzos el aire comenzó a faltarme.
No importaba si sus movimientos eran torpes, inexpertos, estaba muy consciente de lo que hacía y lo mucho que estaba disfrutando. Siendo un completo principiante estaba entregándome el cielo con su boca.
─Blya der'mo (jodida mierda).
Estaba hundiéndola hasta su garganta y daba arcadas de vez en cuando, pero la sensación de su húmeda boca devorándome estaba matándome, su velocidad era mínima, suponía trataba de acostumbrar el tamaño a su pequeña boquita de gatito.
─Lo estás haciendo malditamente bien.
Tiré mi cabeza hacia atrás cuando hizo algo con su lengua, lo cual causó una desbordante corriente eléctrica recorriendo todo mi cuerpo. Demasiada satisfacción para mí, demasiado bueno.
─Der'mo, der'mo... (mierda, mierda) ─un siseo tardando entre mis dientes.
No era la velocidad correcta, pero sí la humedad, si la temperatura, la succión, la persona. Iba a venirme y no llevaba ni dos minutos dentro de su boca. Pero luego, lo cálido se fue con un "pop", había dejado de chuparme la polla y yo abrí los ojos para verle.
─ ¿Quieres venirte en mi boca? ─preguntó con voz ronca.
─ ¿Hmm?
─ ¿Quieres venirte en mi boca? ─repitió.
─ ¿Puedo? ─pregunté desconcertado.
Él extendió sus comisuras como si una polla no estuviera enfrente de su rostro, dejó salir una risita y negó con su cabeza en medio de esta.
─ Claro que puedes ─respondió con burla ─. Mira, yo me ofrecí para ayudarte con tu problemita, lo que es darte placer. Es más, puedes hacer lo que quieras con mi boca ─se encogió de hombros─. Después de todo, es un tú por tú, ¿o me cobrarás por chupartela? ─negué rápidamente ─. Bien, haz lo que quieras ─abrió su boca.
─ ¿Seguro? ─pregunté con cautela. Él asintió.
Bien, este es el asunto; soy un hombre de veintiséis años el cual ha trabajado como gigoló ha cierta edad, muchos años de trabajo, he buscado desde siempre el placer de las personas, tratado que sientan la satisfacción suficiente para liberar su estrés y posiblemente regresar por más.
Soy un buen ciudadano, una buena persona, que no tira basura en la calle y que, si puede da las monedas que le sobran a las personas que lo necesitan, no soy avaro, no soy chismoso, soy buena persona, lo repito, soy buena persona. Sin embargo, aún por todas mis buenas obras, no puede ser posible que tenga tanta puta suerte en este preciso momento.
El muchacho cumplió mi deseo de una mamada y, aunque es su primera vez y le costó, ahora me da la oportunidad de penetrar su boca a la forma y el ritmo que yo quiera. Esto debía ser obra de mi imaginación y la lujuria que carcomía mi piel, que se apoderaba de mi racionalidad.
En esos cuantos segundos en donde él tenía su boca abierta apenas, ofreciéndola y yo no hacía nada más que mirarlo con mi erguido falo a centímetros de sus belfos. Noté que era verdad. Supe que esto no era un espejismo y, cuando tomé su barbilla para rozar mi punta con su labio inferior en una necesidad abrumadora, tuve a ciencia cierta, la poderosa prueba de que mi mayor fantasía en estos locos días era real.
─ Si es demasiado para ti, golpea mi pantorrilla.
No fui de prisa, por más que lo quisiera. Me introduje lentamente entre sus labios, rozando con mi glande sus belfos, produciendo débiles jadeos de entre los míos y sonoros siseos. Necesitaba entrar de una sola embestida, ahogarlo, permitirme ver mi extensión en su abultada garganta.
No podía hacerlo, primero porque el lastimarlo es algo que me aterraba, desde que lo conocí hasta este punto. Segundo, porque el que no le guste y que por esta razón la vergüenza o algo como el despecho rellene su cuerpo, convirtiéndose en la razón de no tener su presencia ante mí nunca más. Tercera, la posibilidad de que el número en su puerta sea una señal de que estoy entregándome en cuerpo y alma a un ser de los infiernos, al cual voy a estar condenado toda una eternidad. Tres razones totalmente validas que me mantenían en esta pequeña línea de la razón y el salvajismo.
Pero él no estaba quejándose y llegué al final de su garganta, luego me retraje para volver a embestir, siendo esta vez más duro, abrupto, rudo. Y él no estaba golpeando mi pantorrilla.
Santos infiernos.
Comencé a embestir de forma rápida, certera, tocando su campanilla e incluso más a dentro, sintiendo como mi pene era tragado de una forma deliciosa a una velocidad placentera para mí. Grato, cómodo, delicioso, estaba perdiendo la cabeza en este pecaminoso acto.
Sin embargo, algo me detuvo a continuar moliendo su boca contra mi pene y fue el hecho de haber escuchado una arcada. El miedo de haberlo lastimado me hizo abrir los ojos para encontrarme con los suyos.
Santa mierda.
Sus ojos brillaban en algo extraño, una combinación que no podría describir por completo, inefable. Una mirada que no iba a olvidar jamás.
Continué, con nuestras miradas conectadas, penetrando su boca, observando cómo sus labios rojos e hinchados rodeaban mi pene. Podía sentir las corrientes eléctricas ir por mi punta, recorrer mi extensión, azotar mis testículos, remolinar en mi vientre y expandirse por lo que quedaba de mi cuerpo. Azotes rápidos de placer y cosquillas que se hundían en mis venas.
Si esta era una prueba del infierno para tentarme y así caer rendido en su penumbra llena de sufrimiento y castigo para los pecadores. Entonces, éste es un ángel caído del cielo y acabo de rendirme ante su condena.
Me vine dentro de su boca.
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