O7
Fue un largo tiempo desde la última vez me permití observar para tratar de grabarlo en mi mente, mucho tiempo que las cosquillas no picaban en mis manos ante la necesidad de tocarlo, ante una salvaje necesidad de dibujarlo.
Cuando adolescente, observaba por horas cada minúsculo detalle, lo grababa en mi mente, como si fuera una fotografía en mi memoria que me permitía trazarlo en papel con el delgado grafito de mis lápices más baratos. Aquellas ilustraciones decoraban las tétricas paredes de mi habitación, con el fin de dar más vida a ese oscuro lugar.
Ahora mismo, las entrañas se enredaban en mi interior y las manos me picaban, mis ojos no se alejaban y me encontraba tan inmerso observando cada pequeño rincón. Sentía que al parpadear iba a desvanecer, huiría de mi vista, como si al no prestarle atención fuera a marchitarse y perder aquella belleza.
Ver su rostro completo me descolocó, me dejó mal, estaba atónito.
De alguna forma me era difícil concentrarme en una zona específica de su delicado rostro aunque mi vista cayó primero en aquellos delgados cerezos. Brillantes, rosados y muy apetecibles de invadir hasta lo más profundo, saboreando todo en su interior. Quizá deslizar mi índice desde aquel lunar situado bajo su labio inferior, rodeando la comisura de los mismos y finalizar en el mismo punto de partida, o bien, alzar la yema hacia su nariz semi-bulbosa donde justo había otro par de lunares, uno en la fosa nasal derecha y el otro un más arriba, pero del lado contrario, en el puente, escondido por el cubrebocas en su momento. Sin duda poseía unas facciones tiernas e ingenuamente inocentes que no hacían más que calentarme conforme diferentes escenarios resaltaban en mi cabeza, en especial aquellos donde sus labios yacían hinchados y rojizos por el esfuerzo de contener mi pene entre ellos. Esas ideas causaron reacciones físicas en mi, no hacía falta decir que de su rostro salía un gesto sorprendido acompañado de un sutil jadeo.
─ ¿No te gusto? ─preguntó el pelinegro con dificultad, aún no salía de él, acababa de correrme y de pronto me sentía erecto y dispuesto a seguir. Me encontraba en negación, estaría loco al aceptar que su rostro completo logró excitarme ─. No te gusto ─afirmó.
Negué rápidamente sin dejar de observarle, escudriñando su rostro entero. Grabé en mi cabeza la textura de su piel, sus lunares, incluso esa cicatriz casi imperceptible en una de sus mejillas, para finalmente volver a enfocarme en sus ennegrecidos orbes.
Intenté formular palabra alguna, sintiéndome incapaz de hacerlo, hablar parecía tan fuera de mi entendimiento de un momento a otro. Así que, lo único que alcancé a hacer, fue llevar mi mano a su mejilla y acariciar su labio con mi dedo pulgar. Suave.
─ Constantinne Brooks.
─ ¿Hmm?
─ Mi nombre es Constantinne y me apellido Brooks.
Constantinne Brooks. Nunca antes había oído ese nombre y tampoco reconocía su cara. Entonces, no era modelo o alguna estrella de farándula, pero era digno de ser uno.
Un hombre tan hermoso, tan impactante como él merecía ser presumido en carteleras, ser el personaje principal de una película romántica. Con estas facciones suyas suaves y varoniles a la vez, teniendo un rostro joven resaltando posiblemente una peligrosa ingenuidad, pero ciertamente demostrando en ellas -de alguna manera- un poderoso carácter. Del tipo de chico que puede reírse a carcajadas por alguna cosa muy tonta y ensartarte un puño si le haces enojar. Me estaba jodiendo tan mal.
No cruzamos palabra, me permitía observarle, no hacía ningún pequeño movimiento y yo, ciertamente, tampoco. Permaneció sentado sobre mi polla, mientras parpadeaba revoloteando sus negras y tupidas pestañas, esperando por algo de mí y yo, más distraído en contar los lunares decorando su piel, encontré un sepulcral silencio y la ubicación de los más visibles.
Uno en la mejilla, otro en el cuello, uno en la frente casi al comienzo de sus hebras revueltas, otro en la clavícula. Recordé, con una extraña sensación, que yo también poseía un lunar al comienzo de mi cabello, en el cuello y la clavícula.
─ Es un nombre bonito ─alcancé a decir ─. Me gusta ─continué ─. Te queda, eres bonito.
Bonito era muy poco, bonito no era una palabra para un hombre. Pero la sonrisa que creció en sus labios me hizo saber que no importaba si no tenía los sinónimos indicados para expresar su belleza. Ahora menos. Tenía una sonrisa encantadora, sus ojos se achicaron un poco cuando su hilera de dientes salió. Tenía dos más grandes que los otros, los delanteros, una imperfección que solo logró hacerlo más perfecto. Inaudito, no puede ser justo que tenga esa sonrisa, rodeada por esos labios tan malditamente calientes.
─ ¿Sin palabras?
─No entiendo ─formulé con dificultad mientras los choques eléctricos se creaban en mi cabeza para volver a la realidad. Un cliente ─. ¿Por qué el cubrebocas?
─Oh ─balbuceó ─. Tenía que estar seguro ─asintió mientras llevaba sus manos a mi pecho desnudo y lo acariciaba.
De pronto me dio vergüenza estar desnudos. Mira, un gigoló que le da vergüenza estar desnudo y dentro de un cliente. Tomé la cobija que había apartado por ahí y rodeé sus caderas con ella para cubrir nuestras partes bajas. Un rubor creció en sus mejillas por mi acción y yo me abofeteé internamente por observarle demasiado.
─Si no era mi cuerpo el problema, entonces... era mi rostro. Las personas con las que salgo ven mi rostro, conocen mi rostro y deciden que les gusto. Pero luego está esta situación en la que me despierto todas las mañanas y me paro frente al espejo con esa cosita rasguñando mis entrañas por la inseguridad de que de pronto deje de ser bonito y la persona con la que esté decida lo mismo para solo dejarme con el corazón hecho añicos ─miraba mi pecho mientras seguía pasando sus manos por ahí ─. Entiendo que algo carnal puede ser tan íntimo como uno quiera, creo que solamente está ese problema de que yo quiero algo serio. Una relación de verdad en donde no importe tanto el físico, porque sé que sí, tal vez sea bonito, pero también sé que posiblemente eso sea efímero. No, más bien, eso es efímero. Dejaré de ser bonito y no quedará más que mi alma y esas ganas infinitas de entregar amor.
Tengo veinticuatro años y disfruto de mi vida lo más que puedo, pero estaba esta sensación de que no estaba cumpliendo con algo en mí, de que de verdad necesitaba algo para lograr verme bonito y poder confiar en alguien para entregarme de esta manera. No, no me mires de esa manera, te he dicho que no me importaba tener mi primera vez así; pero como te dije, uno hace este tipo de cosas tan íntimo como quiera, yo solo quiero superar ese sentimiento y encontrar que puedo hacerlo sin problema con alguna persona con la que vaya a salir y tener planes a futuro, sanos.
Quiero ser un adulto normal, tener una relación normal y disfrutar bien sin ese miedo de que al desnudarme no llegue a quererme. Aunque, primero antes de toda la cosa sería, quiero experimentar, quiero saber lo que puede gustarme y lo que no, encontrarme lo suficientemente bien conmigo como para realizar cosas.
Un rubor corrió nuevamente por su rostro y la sonrisa nació otra vez, llenó sus pulmones de aire después de decirme todas esas cosas y le sonreí de manera afable para intentar calmarlo, aunque no me estuviera mirando.
─Entonces, no es mala idea seguir como lo hemos estado haciendo ahora ─esta vez llevó sus ojos hacia los míos ─. ¿No?, ¿te molestaría seguir viniendo?
Cuidó la mueca de vergüenza que quería aparecer, pero apenas pude ver un poco me sentí como fuera de mí.
Él realmente usaba la mascarilla por la inseguridad y el miedo a estar completamente desnudo ante alguien. Esta persona cree que de pronto dejará de ser bonito si lo observan por completo. Bien podría terminar con esa inseguridad diciéndole que ni su cuerpo, ni su cara tienen algún problema.
Es bellísimo, este hombre tiene una belleza inexplicablemente adorable y caliente al mismo tiempo. Tener esos labios, esos ojos, esas pestañas... y tal vez estaba siendo repetitivo, pero es imposible ser tan hermoso así nada más.
─ ¿Me estás preguntando eso en serio? ─solté, mientras llevaba mis manos a sus caderas y las dejaba ahí. Su piel quemaba contra la mía.
─ Sí, bueno. El hecho de que te pague para hacer esto que hacemos, no quiere decir que te guste lo que hacemos ─asintió, reflexionando sus propias palabras y creyendo totalmente en ellas ─. Te preocupas por mi comodidad, yo me preocupo por tu comodidad.
Sonreí. Primera vez que me dicen algo así.
─Bien. No me molestaría seguir viniendo ─concluí ─. ¿Vendré seguido? ─pregunté, al mismo tiempo que buscaba mi celular, el reloj digital descansaba dentro de mi bolsillo por decisión propia y mi pantalón se encontraba perdido en el suelo. Me di cuenta de que la música seguía sonando al fondo.
─Sí ─respondió ─. Más seguido ─aclaró. Pareció entender lo que buscaba porque me alcanzó el celular.
─Gracias ─sonreí, mirando la hora después, detonando la sorpresa en expresión. Mi intención de hacer tiempo con conversación fue en vano al notar cuarenta minutos restantes aún.
─Parece que aún tenemos bastante tiempo, ¿no? ─agregó el pelinegro, con su intrusa mirada en los grandes y marcados números de la pantalla ─. ¿Lo hacemos de nuevo?
Aquella cuestión desató un rubor cubriendo sus mejillas, sonriendo orgulloso a pesar de eso. Asentí encantado con poder observar sus expresiones finalmente y mi éxtasis creció al encontrar un travieso salto, inesperado, con sus bellos labios delineando exquisitos gemidos.
No me di cuenta cuando la lluvia azotó las calles. Lucía bien desde la ventana, refiriéndome más al ventanal compuesto por pequeños rectángulos verticales que ocupaba casi toda una pared en la sala de mi hogar, donde un sillón azul rey me recibía para observar la calle y jugar con la canasta que adherí en la pared de enfrente; a veces leía o dibujaba en mis tiempos libres. Aunque ahora, específicamente, permanecía con la vista pegada al cristal lleno de gotas, degustando un yogur natural, perdido en mis pensamientos.
La voz de Billie Eilish protagonizando Ocean eyes arrullaba mi corazón, escapando de los altavoces distribuidos en el living. Aun así, seguía escuchando la lluvia, todo vibrando en sintonía, dando una atmosfera que difícilmente podría describir.
Recordé, más tarde que temprano, el hecho de que muy pocas veces en mi vida me he encontrado intranquilo. Fue bizarro reconocerlo, sabiendo la lucha que ejercía día a día por conseguir al menos algo de comer.
Hui del ventanal a observar mi alrededor. Mi apartamento era moderno, simple, casi podría decir que minimalista, mi buen gusto me hacía el favor al destacar las comodidades suficientes sin alardear de mis ahorros. Comodidades por las que trabajé durante muchos años.
Soy un gigoló, de los mejores pagados en Lovers. Mi tarifa era dividida en dos, la mitad era mía y reconocía que ante la cantidad que recibo y he ahorrado podría tener un apartamento más grande, darme más lujos al vivir solo y sin responsabilidades. Sin embargo, por más que vagué en la idea de ir por algo más, sé que no soy tan codicioso como para abandonar este rinconcito de recuerdos, de esfuerzo, de todo el trabajo que ejercí para obtener este pequeño -aunque no tanto como el de Constantinne- departamento. Simplemente, no pensaba mucho en eso.
No me aprovechaba estúpidamente de mi dinero, a pesar de haber sido prácticamente pobre desde mi nacimiento. Sabía lo que era sufrir sin él, lo que me ha costado, lo que me ha traído el necesitarlo.
Dos días corrieron desde mi encuentro con el pelinegro en su departamento, dos días desde que vi su rostro por completo, dos días desde que tuve la intensa necesidad de devorar una boca y aunque estaba derritiéndome por hacerlo, no lo hice.
Su rostro aún estaba grabado en mi mente y, eso no solo fue porque me quedé observándolo durante un largo tiempo. Estoy casi cien porciento seguro que aún sino lo observará durante mucho tiempo, su rostro se habría quedado impregnado en mi memoria. Así como ahora que se dibujaba en las gotas de rocío y las grisáceas nubes.
Estaba intrigado, porque este chico dos años menor a mi -si no recordaba mal- se mantenía incrustado en mi mente, pensándolo todos estos días, desde que llegó a Lovers, la sensación de su piel perteneciente a la mía. Concluí, que nunca había visto un hombre que llevara sensualidad y ternura en sí mismo sin ningún problema, jugando con la brecha de inseguridad, racionalismo e inteligencia. Debía ser solo la impresión.
Justo en el momento más relajado e inmerso de mis profundos pensamientos, el tono de llamada de mi celular que es nada más y nada menos que Wrong de Max Schneider me llamó a buscarle. Claro está que no me asusté, la razón de que esté en el suelo después de saltar como gato era alguna que no iba a explicarme en este momento.
Corrí por el aparato que estaba junto al reproductor de música, desconecté el bluetooth y contesté.
─Park.
─Ethan, necesito de ti y tus caderas maravillosas ─soltó una voz femenina conocida para mi tímpano.
─Anny, eso suena demasiado raro, explícate ─respondí jadeando por el aire que no tenía y una mueca en mi cara, de un momento a otro la idea de que me dijera el hacer un trío con ella y su novia me pareció un tanto desagradable. Esa rubia chismosa era como una hermana para mí. ─Bien, ¿recuerdas a Mark? ─zumbe un "Ajá" como respuesta ─. Bueno. Pues... se rompió una pierna. Literalmente. La tiene fracturada.
─ ¿Y mi ayuda para? ─hubo un momento largo de silencio y caí en cuenta ─. Mark es bailarín en lovers.
─Exacto.
─Quieres que lo suplante.
─Exacto.
─Tendré que bailar de nuevo.
─Ding, ding, ding. Tres de tres, tu premio es un automóvil último modelo. Ah, lo siento. ¿Unos patines de cuatro rueditas?
Llevé mi mano sobre mi rostro y la pasé por el mismo con obvio estrés, el cual comenzaba a acumularse en mi espalda.
Ser bailarín en Lovers no es malo, lo hice durante mucho tiempo. Soy un buen bailarín, pero permanecer con una erección mientras bailo a mujeres y hombres con las hormonas alteradas no es algo muy agradable; es doloroso sentir la tela rozándome la erección y llega un momento después del baile en que me siento tan de mal humor que me cuesta liberarme.
─Bien, pero tendrás que hacer algo por mí.
─Lo que sea. Suéltalo.
─Pon mi número para ir a las citas, quiero atenderlas yo. Nada de que tu trabajo es ese, yo me aburro mucho y quiero hablar con mis citas antes de verlas ─hablé de forma rápida y escuché tacones caminar del otro lado, seguido de un "Hola, mi amor" ─. Además, quiero mi chofer ya.
─Eish ─escuché un pequeño jadeo, hice un mohín ─. Espera, amor ─balbuceó mi amiga y estuve dispuesto colgar ─. Bien, está bien, trato hecho, pero seguirás llevando el reloj que te di por si algo sucede ─un jadeo más y otra expresión de asco en mi rostro.
─ Sí, sí, ahora lárgate a coger con tu novia. Qué asco tener que ser testigo del coito de mi enana hermana adoptiva ─terminé la llamada con desagrado, agradeciendo en cierta parte que Núria comenzara a distraerla porque la orillo a responder de prisa sin pensar mucho. Un suspiro se liberó de mis labios y caminé a mi habitación, vería unos cuantos capítulos de Flash y dormiría.
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