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O4


Santo y glorioso día fresco.

Por fin, después de tres días en donde parecía que el cielo se rompería a pedazos y aplastaría la tierra, hay un sol deslumbrante y un clima que te permite andar con ropa lo suficientemente delgada, sin sudar, ni tener frío, o algún desnivel.

Lo agradezco, agradezco este clima porque después del aviso de mi compañera en el que tendría que salir más temprano de Lovers e ir a casas para rentarme como una máquina de juegos, había estado yendo a pie, ya que como se es de notar, no tengo un automóvil. ¿La razón? Soy de ese tipo de gente estúpida que prefiere caminar, pero cuando hay mal clima o tiene una flojera enorme cargando en sus hombros, literalmente chilla por un auto. Pero no solo eso, va más allá mi flojera o el mal clima para no tener un auto.

¿Y mi guardaespaldas? mi jefe, es lo suficientemente listo para obtener un aparato que avisará a mi guardaespaldas si algo me sucede, pero no para contratar un guardaespaldas lo suficientemente bueno para protegerme. Además de que no se preocupa mucho siendo que tiene la excusa de "es un hombre fuerte, hábil, imponente y sabe defenderse". Bien, Giesler, déjeme recordarle que yo, Ethan Park, no soy Jackie Chan para lanzar una patada voladora y esquivar disparos. Sé que, sencillamente, solo quiere joderme más como usualmente busca desquitarse de mí con algo hábil para que no se note.

A este punto de mi caminata, estoy tan perdido en mis pensamientos y en formar una terrible, histórica y sobre todo con mucha acción, película en la que yo soy el protagonista, el cual es capaz de hacer cosas tan increíbles como esquivar disparos, saltar de techo en techo y conquistar un hermoso coprotagonista con labios a morir, cuerpo a morir y un lenguaje atrapante, sumando de una voz sugerente. Esto último, inevitablemente me hizo pensar en el muchacho de cubrebocas.

Han pasado otros cuatro días en donde no lo he visto, en donde sin importar el lugar en el que esté o lo que esté haciendo, él llega a estrellarse entre las paredes de mi mente. Provoca que la curiosidad rasguñe mis entrañas y que su voz, además de su cuerpo, creen una atmósfera a mi alrededor.

Se supone que no debería ser un martirio el recordarle, puesto que es un cliente con uno de los cuerpos más hermosos -sino es que el más hermoso- que yo he visto antes. También me es necesario destacar su voz, una voz que es capaz de hacer sonar interesante hasta la cosa más banal o inmadura. Sin embargo, siendo yo un hombre caliente, que disfruta del sexo - y de su trabajo-, es completamente ilógico el tener una erección mientras me preparo un café, cuando voy a comprar los víveres, e incluso, por más ridículo que sea, tener una erección mientras ando por el pasillo de decoraciones para el hogar, mirando los aromatizantes y espejos para el baño, es obvio que no es para nada normal.

Entonces, es aquí cuando quiero golpearme contra las paredes o la cosa más cercana y dura (además de mi polla) para hacerme entender, que este tipo que es un cliente, un cliente que ha ido solo dos veces, que no he visto su cara y no se su nombre, que no... NO puede tenerme de esta manera. Ansiando estar otra vez entre sus piernas, probar nuevas cosas y escuchar sus inquietudes.

Porque sí, por más descabellado que suene, he estado intrigado por querer escuchar más de su vida. Esto va contra mis reglas, lo recalco nuevamente, he tenido esa regla de no preguntar, no indagar y no pedir o incitar por saber sobre la vida de mis clientes, no más de saber un lujoso fetiche para complacerlos; mantuve esa regla intacta por muchos años. Pero, justo debe llegar este pequeño -sobre todo, nótese el sarcasmo- muchacho con cuerpo de Dios griego y voz de una extraña, pero muy evidente representación de Afrodita. Con solo oír una sílaba, es como tener el orgasmo en la punta de su lengua -hablando en representación afónica-.

Ahora que soy consciente de esta cosa rara de permanecer atrapado en mi mente, en mis pensamientos, en este remolino dentro de mi cabeza que revuelve todo y me deja tiradas por ahí unas cuantas cosas para prestarles atención. Este estado vegetal. Es cuando me doy cuenta de que me he pasado dos calles de donde se supone que debía ser mi siguiente cita.

Me detuve con un largo bufido abandonando mis labios, giré sobre mis talones y regresé las dos calles que había dejado atrás. Obviamente, esta vez me mantuve mirando las casas y números en ellas para poder llegar a mi destino.

La primera vez en salir a una cita (de éstas que tendré más a menudo) específicamente el día después de mi encuentro con el muchacho de cubrebocas, tenía los nervios de punta. Estaba nervioso, aunque por más que yo aparentaba seguridad y lograra fingir estabilidad, el nerviosismo y principios de ansiedad no abandonaban mi anatomía. Hacían cosquillas insoportables en mi estómago. Aún tengo muy presente la anécdota que Anny me contó sobre esta mujer que fue secuestrada y asesinada. El mundo no es un lugar seguro y nadie sabe que mentes perversas habitan cuando sale o se oculta el sol.

Otra vez estoy teniendo este miedo, a pesar de que pasé ya por varias citas durante estos tres días. Y, justamente, vuelvo a pensar en este chico castaño de capucha roja, que llegó a mí por la inseguridad y tal vez miedo que me dejó ver la primera vez, ya que la segunda fue algo parecido a la duda, posiblemente cuestionándose o autocriticándose si lo que hacía era correcto.

Justo, antes de doblar la esquina en una tienda que parece ser uno de estos mini super, choco con algo y todo pensamiento en mi cabeza parece distorsionarse, parece huir. Pero ¿es este producto de mi imaginación? ¿es esto un juego de mi mente? ¿será que estoy volviéndome loco?

La persona con la que acabo de chocar, no es nada más, ni nada menos, que este muchacho del cubrebocas, con la gran excepción de que no tiene un cubrebocas. Antes de que yo pudiera ver su rostro, él tomó el cuello de su camiseta y la hizo hacia arriba hasta tapar lo suficiente su boca, para después girarse. Siendo demasiado rápido, pero pude recordar esos profundos ojos suyos y su revoltoso cabello negro.

Me lleva la chingada.

─ ¿Me seguiste? ─soltó con voz inquieta, jugueteando con la angustia. No era ningún producto de mi imaginación, era él. Su voz, de nuevo, su voz es está grabada en mi cabeza.

Traté de relajar los músculos de mi cuerpo que de repente estaban rígidos, respiré hondo y me quedé en silencio durante un rato, tratando de recobrar el sentido a esta situación.

La ciudad es grande, lo suficientemente grande como para tener de excusa que es completamente irracional esta situación de encontrarme al ocupante de mis pensamientos, al hombre parte de esta inestabilidad mental, al tipo que he visto dos veces -ahora tres- y que es mi cliente. Mi cliente. Soy un gigoló y me acabo de encontrar a mi cliente en la calle, cuando no tenía una cita con él. ¿Por qué es raro?, es la primera vez que me veo con un cliente en una cuestión totalmente fuera del sexo. Esto fue una casualidad, una casualidad muy absurda.

Me cago en ti y en toda su extensión, destino.

Recordé que soy un hombre en sus veintiseis años, que debo comportarme maduro, y que, sobre todo, debo demostrar que no me hace perder el control. Lo que me lleva a recordar que dijo algo y yo no he contestado.

─ ¿Perdón? ─creí percibir que estaba a punto de correr. Pero seguía ahí, como si de un momento a otro el piso hubiera tragado sus pies para convertirse en cemento duro, encerrando sus pies y mantenerlo inmóvil.

─ ¿Me seguiste? ─repitió.

Traía una chaqueta posiblemente de imantación de piel de color camel, ya que se veía delgada y fácil de llevar. Portaba un pantalón de mezclilla ceñido a su cuerpo, unas botas Timberland y con lo que se cubría era una playera de color blanco. Me di la oportunidad de observarle, noté que llevaba una bolsa en la mano, con artículos de limpieza. Lo que alcanzaba a ver de su piel era suficiente para dejarme observar un blanquecino bronceado, algo así como café con leche, pero muy claro, su cabello negro y apenas ondulado brillaba por el sol y parecía ser suave, lo suficientemente suave para darme la necesidad de hundir mis dedos en sus hebras, lo cual, está claro que no hice o haré.

─ ¿Qué? ─logré articular cuando sus palabras perforaron por fin mi cabeza para hundirse y verles el sentido.

─ ¿Cómo sabes dónde vivo? ─atacó nuevamente.

─ No, no, no. Estás confundiendo la situación, chico ─moví mis manos a los lados para hacer más notoria mi negación ante la clara acusación como psicópata o acosador ─. Tengo un cliente por aquí, en esta calle.

Su cuerpo pareció relajarse y algo parecido a la vergüenza atacó su mirada. Se giró levemente sin apartar la camiseta de su cara y soltó un suspiro.

Yo pensaba que posiblemente tendría alguna malformación como para insistir en cubrir su rostro (aún lo dudo) en algún momento también pensé sobre un grano, tenia hasta la más absurda excusa. No lo sé, todas las ideas posibles en mi cabeza podrían encajar bien con él, ya que su situación es inseguridad consigo mismo, la autoestima. Tal vez tendría que esperar a que él lo revele en algún momento.

Bufó una risa y cerró los ojos mientras tomaba su sien con su otra mano, lucía gracioso.

─Que vergüenza ─murmuró ─. Solo que es demasiado raro encontrarte por aquí.

Este chico debe trabajar en algo que le produzca bien o posiblemente sea rico, no sé, incluso pensaría que es un modelo, de no ser porque no he visto su rostro y tiene baja autoestima. Aunque, la última posiblemente no tiene mucho que ver, y ya que no conozco su rostro, ni su nombre, ¿tal vez sea un hombre del mundo de la fama y por ello se oculta para evitar problemas?

No suena tan descabellado.

─Créeme que estoy igual ─confesé.

Llevé mi mano para acomodar mis gafas de sol y pasar mis cabellos hacia atrás. Agradecí que mi razón estuviera casi intacta como para permitirme fingir estabilidad, para poder fingir que no me descolocó el verlo fuera de Lovers, como para que mi voz sonara lo suficientemente segura y sorprendida para algo casual. Aunque esto no tenga nada de casual.

─ Entonces... ─asintió ─. ¿Un cliente por aquí?, ¿también eres de esos que van a las casas?, ¿será de otro trabajo?

Si no fuera porque tiene la camiseta encima de su rostro, podría sentirme más relajado de hablar con él como si fuera un encuentro casual. En el fondo, los recuerdos de nuestros encuentros recorren como una película mi cabeza y de pronto ya no siento la brisa fresca, sino un calor expandiéndose por mi cuerpo.

«Cálmate, Ethan. No eres un adolescente, tienes veintiseis años, no puedes estar en una situación tan hormonal como esta.»

Traté de imaginar y pensar las cosas más desagradables. Como, por ejemplo, el señor Giesler, la muerte de uno de los personajes en American Horror Story y mi vecina, la señora Carmen, que podría ser como mi abuelita, de no ser que casi me gruñe cada que me ve.

─No. No es otro trabajo, es lo mismo ─dije, de repente con incomodidad recorriendo mi estómago ─. No lo hacía. Eso de ir a sus casas. Pero se presentó la oportunidad y creo que me es cómodo caminar ─le sostuve la mirada ─. Además, según lo que sé, es más cómodo para los clientes el hacer algo así en sus casas. Sin necesidad de ir al lugar de "mala muerte" que es Lovers ─aclaré con un poco de disgusto.

Lovers no era un lugar de mala muerte. Estaba cansado de oír que lo denominaran así y que, a pesar de sus comentarios, siguieran yendo porque les parecía atractiva la idea del "peligro" que pudiera existir en el lugar.

─Entiendo ─pareció meditar lo que acababa de decir y lo que diría próximamente ─. Creo que, entonces como conoces por acá ─comenzó ─. Sería más fácil pedir cita para que vayas a mi departamento, ¿no? ─le "vi" sonreír, nuevamente sus mejillas subieron─. Sí, creo que pediré cita. Bueno, entonces, ¿nos vemos pronto? ─sonrió una vez más, podía decir que esta vez sus ojos se arrugaban ─. Espero que no tan pronto como lo de hoy, me siento algo desconcertado aún.

Asentí, compartiendo que estaba igual que él con respecto a este encuentro. Pero sus palabras, estaban retumbando en mi cabeza: "Sería más fácil pedir cita para que vayas a mi departamento, ¿no?". ¿Por qué me tiene tan nervioso y me inquietó la idea?

No pude responder, el castaño ya estaba lo suficientemente lejos de mí para poder reaccionar o despedirme. Si seré imbécil.




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