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21


Acurrucarse con Constantinne ya no era tan incómodo. Su calor corporal, el tenerlo enredado en mi cuerpo, oler su característico perfume y acariciar su piel distraídamente. Era demasiado cómodo, esta sesión de mimos después del sexo me resultaba extrañamente reconfortante. Llenadora.

─No quiero ir, Ethan.

Seguía moviendo sus dedos por mi pecho desnudo, formando figuras con la punta de sus dígitos, cálida textura de su piel contra la mía. Llevaba corrientes eléctricas sin siquiera saberlo.

─Tienes que ─respondí, sin mirar nada más que el pulcro techo.

─No tengo qué ponerme ─se excusó.

─Trajiste más ropa que yo. Luce como si fuéramos a quedarnos un mes ─acusé, respingó.

Con una risa nasal, me levanté abandonando su lado y dirigiéndome a su maleta decorando el suelo, levantándola la dejé en la cama y abrí la misma, comenzado a hurgar entre las prendas. Entre mis dedos sentí la suavidad de una camisa, seguramente sería fácil de llevar por lo cómoda que se sentía en mis dedos -yo más que nadie sabía lo incomodo que era llevar una camisa del porte de una segunda y seca piel- por lo que Constantinne no se sentiría peor con su conjunto. Encontré también, un saco estilo chaqueta, no era el típico de corte de traje y lo conjugué con un pantalón donde las rodillas y muslos se encontraban rasgados. Luciría presentable y jodidamente caliente.

─Esto luce bien ─pronuncié, dejando las prendas en la cama, acomodadas como si estuvieran sobre su cuerpo.

En lugar de acercarse a ver las prendas que escogí por él, se removió entre las sábanas, ocultándose más debajo de ellas. Lucía tan infantil como un niño pequeño sin ganas de asistir al colegio. Justo como en las películas. Me reí suavemente, golpeando su talón tres veces con mi dedo índice y corazón.

Al verme ignorado, continue hurgando su maleta, encontrándome con un bolso de color negro, era de este tipo de bolso para hombre. Dentro tenía accesorios y maquillaje. Mis labios formaron una "o" al distinguir una gargantilla, percibiendo aretes largos de cadena y un fogoso lápiz labial de color rojo. ¿Lo haría usar aquellos accesorios o sería demasiado para este día? No había notado antes que el pelinegro usaba aretes y desee verlo usar alguno que otro.

─Levántate y entra a ducharte ─dije.

Los ojos de Constantinne se asomaban por sobre la orilla de la sábana. Tenía esa mirada otra vez, de esa manera caliente.

─ ¿Qué? ─solté.

─No puedo concentrarme en mi angustia y estrés por encontrarme a mi familia si estás parado completamente desnudo frente a mí, mientras eliges las prendas que usaré en la cena de mi hermana. Los cabellos negros y la expresión ceñuda que habías puesto solo lograron calentarme más.

Dejando perezosamente su guarida de angustia, caminó sensualmente rumbo al baño haciéndome sonreír, giró apenas su cabeza apoyando su mano en el marco de la puerta. Su delicioso y redondo culo me saludó lujuriosamente, haciendo reaccionar a mi polla con su descarada pose.

─Podemos bañarnos juntos para acortar tiempo ─invitó ─, O para joder otra vez antes de la cena.

Acepté gustoso.

La vez que Constantinne me habló sobre la buena posición económica de sus padres, realmente imaginé algo como una bonita casa de dos pisos y un par de autos bonitos esperándolos para ir a sus costosos edificios. Sin embargo, ante la presencia de dos enormes rascacielos con importantes y atrayentes logos, señalados por el delgado y lindo dedo de Constantinne, me di cuenta que mi imaginación se había quedado corta. Muy corta.

Aun así, los edificios no me impresionaron tanto como la casa donde se celebraría la fiesta -aparentemente pequeña- de compromiso.

Al principio, pensé fielmente que la casa estaba dentro de una privada, rodeada de interminables rejas, mostrando un amplio y gran verde por todos lados. Después, la construcción apareció ante mí codiciosamente elegante, haciéndome comparar el antiguo hogar -si es que así podía llamársele- de Constantinne con la casa blanca. Era un lugar desmedido, inusitado, gigantesco. Era demasiado para una zona urbana, demasiado para mí.

No importaba mi gran impresión ante lo que parecía un palacio de princesa, en vez de una modesta casa, porque Constantinne permanecía más concentrado mirando su celular de forma aburrida. Me sentí minúsculo por un momento.

─Aquí a la derecha ─habló Constantinne, el taxista se detuvo frente a un gran portón, permitiendo que el pelinegro abriera la ventana y estirara su mano hasta presionar el botón de un pequeño aparato en una de las columnas de piedra. Una voz femenina pidió su presentación ─. Brooks Constantinne.

─ ¡Niño Brooks! ─gritó la voz, Constantinne sonrió ─ ¡Bienvenido!

La puerta no tardo en abrirse después de un pitido, el taxista se adentró al lugar sin mucha maniobra. El camino que recorría era de grandes piedras decorándole, con bonitos árboles en las laterales, siendo magníficamente espacioso después de esa vistosa barrera entre el camino y el amplio "jardín". No tenía palabras para describirlo.

Tuve una extraña sensación y las ganas de correr como un niño pequeño por encima del pasto fueron grandes, yo nunca había corrido descalzo por el pasto. Pero ver esta espaciosa zona, con los árboles perfectamente distribuidos y el enorme cielo azul, era como si las plantas de mis pies precisaran de sentir el verde.

─Constantinne ─llamé bajito, el castaño me miró ─. ¿Podemos bajar?

─Falta poco para llegar.

─Quiero caminar.

Constantinne sonrió y asintió, paró el taxi, bajamos de él y lo pagó. De alguna manera esto también le sirvió a él, porque comenzó a verse menos tenso, menos hostigado. Estando lado a lado, apenas separados, se vio más tranquilo.

─Constantinne ─volví a llamar, el zumbó un "hmmm" ─. Tengo que advertirte que no voy a avisarte cuando haga algo, es decir, si te abrazo, beso o toco tu mano, partes de tu cuerpo, no te sorprendas. Sería raro que un novio se sorprendiera por las muestras de afecto públicas de su novio. Necesito que me tengas la confianza suficiente para intervenir de la forma que más conveniente vea.

Constantinne rió y comenzó a asentir.

─Seguro, trataré de no hacer eso. Y sabes que confío totalmente en ti.

Descaradamente extendí mi mano aferrándola en la suya, saltó asustado haciéndome reír. Seguramente, habría saltado también si no me hubiera preparado todo el camino.

─Te dije.

Él bufó.

Nuestras manos siguieron entrelazadas hasta la puerta de la enorme casa, la cual estaba sin duda llena de personas y la dificultad para caminar apareció de pronto. No podía dar un paso sin oler los perfumes caros que no eran de mi gusto, estaba acostumbrado a mi suave perfume a frutas dulces y los aromatizantes de otoño cálido o pino floral.

Constantinne estando al frente mío y por las personas en el lugar, tuvo que separar sus dedos de los míos para caminar mejor, llevando su mirada cada tanto hacia mí para percatarse que estuviera siguiéndole. Con una sonrisa le indicaba lo seguiría hasta donde fuera necesario. Mis ojos se desviaban a observar lo que restaba, notando que posiblemente sería un lugar que Anny adoraría por el espacio y estilo.

Eso, hasta que una voz femenina y podría decir que agradable se escuchó gritar desde la parte de arriba.

─ ¡Constantinne!

Ahora se convirtieron en dos voces femeninas.

Dos mujeres, una alta y otra baja, una castaña y otra pelirroja caramelo. Aquellas corrieron todo el camino escaleras abajo, para esquivar a las personas de perfumes caros y tomar al pelinegro entre sus brazos. Lo estrujaron fuerte para después pasar sus labios tintados por todo el rostro de Constantinne. Él estuvo desorientado, apenado y sonrió lleno de esas emociones, pero estaba este brillo en él, ese brillo de alegría y nostalgia vivida que me dijo que ellas eran sus parientes.

─Hola ─balbuceó Constantinne ─. Que bien se ven.

─Tú igual, hermanito ─habló la castaña.

─Te extrañamos muchísimo, Coco ─siguió la pelirroja abrazando de nuevo al pobre desorientado chico.

─Y yo a ustedes ─su voz tembló y posé mi mano sobre su cadera llevando mi mirada sobre las chicas.

Eran como la versión femenina de Constantinne, pero no más bonitas que él, de los tres Constantinne sin duda era el más bonito. Sin embargo, no diría eso en voz alta.

─Carolina, Cecilia... ─señaló a la pelirroja, después a la castaña ─. Él es Ethan, mi novio.

Mi sonrisa apareció para recibir a aquellas mujeres como mis supuestas cuñadas, Constantinne no perdió tiempo para acercar su calor y conectarlo con el mío, su cabeza se posó en mi hombro y mi manó peinó sus cabellos como un cariño. Una risita salió de los labios del pelinegro cuando sus hermanos abrieron exageradamente sus bocas y pasaron desvergonzadamente su mirada por toda mi anatomía.

─También es un gusto conocerlas, señoritas Brooks ─burlé. Constantinne rió.

─Perdón, perdón, perdón... ─disculpó la pelirroja ─. ¿Constantinne, de dónde lo sacaste?

─Que pregunta tan descortés, Carolina ─acusó Cecilia ─. Pero sí. ¿De dónde lo sacaste? Quiero dos, por favor.

Constantinne y yo nos reímos. Si supieran.

─ ¿Quieren algo de beber? Podemos deslizarnos por ahí y platicar ─invitó la pelirroja.

Constantinne asintió, mirándome para que le siguiera, estuve cerca de él tanto como me era posible a través de la gente.

Aquellos a nuestro alrededor usaban trajes, vestidos, conjuntos extravagantes, excusas que pudieran hacerlos ver bien entre todos esos pares de ojos. Pero en todos se notaba algo, el dinero, tenían naturalmente el alardeo de poseer tantas tierras y ganar tanto en sus trabajos, esa naturaleza de ver quién es más rico y no lo digo solo por verlos moverse, lo que decían llegó a irritarme, porque no dejaban de competir con risas aparentemente amistosas.

Cuando la mirada de Constantinne estuvo sobre mí, me dedicó una preciosa sonrisa, la cual se atrevió a aniquilar todo el enojo que comenzaba a acumularse, se esfumo con esa brillante dentadura de conejo.

Las hermanas Brooks nos llevaron a una habitación donde había tres grandes sillones extendidos por la misma, estábamos en el segundo piso y la ventana detrás del mueble hacía lucir el gigantesco jardín trasero. Dentro de la habitación se encontraba un grupo de mujeres, jóvenes y platicadoras. Constantinne y yo nos sentamos cuando la puerta de la habitación se cerró.

─A ver, ahora sí ─soltó una chica, estaba sentada junto a Cecilia─. Cuéntenos cómo se conocieron, chicas.

El silencio se extendió por la habitación, el intercambió de miradas con Constantinne me hizo ver que tanto él como yo no entendíamos en absoluto lo ocurrido, levantó los hombros y miró a las mujeres. Todas ellas nos miraban fijamente.

─ ¿Perdón? ─dijo él.

─Cuéntenos cómo se conocieron, chicas ─repitió.

Había un problema aquí, más bien dos: el primero era que nosotros no habíamos acordado nada de cómo nos conocimos (según la historia del novio perfecto) y dos: nos estaban llamando chicas por ser gays.

─Lo siento ─hablé ─, pero no somos mujeres por ser gays, que nos gustan los hombres no significa que tomamos el rol de una mujer ─continué, omitiendo obviamente que también me gustaban las mujeres ─. Es distinto la identidad sexual a la orientación sexual.

Tanto las mujeres como Constantinne demostraron la incomodidad en sus rostros, me importó solamente que él estuviera bien, por lo que mi mano escurrió hasta tomar la suya y continúe hablando.

─Respondiendo a tu pregunta, Constantinne y yo nos conocimos...

─Él es bailarín ─me interrumpió ─. Lo tiene de pasatiempo y lo conocí en un evento de baile.

No era del todo mentira, pero la forma en la que lo dijo fue demasiado nerviosa, por lo que apreté su mano para darle fuerza.

─ ¿Y qué pasó? ¿Cómo se dio la cosa entre ustedes?

Él pareció entrar en pánico. Sus titubeos fueron evidentes. Me tomé la libertad de poder hacerlo en su lugar, tratando de imaginar algo sorprendente que pudiera salvarnos de esta situación y fuera lo suficientemente interesante, pero al mismo tiempo realista.

─A Constantinne le cuesta hablar de eso, es penoso ─dije ─. Mientras yo bailaba, Constantinne llegó al lugar y se estableció en una de las mesas, yo no lo había visto hasta un momento en el que encontré mi mirada con la suya ─las imágenes de él mientras yo estaba el escenario vinieron a mí ─. El escenario estaba lo suficientemente cerca del público y la luz era la indicada para iluminar su rostro ─sonreí ─. Pensé que quien debería estar en el escenario era él, en ese momento lucía tan hermoso que quería que las personas en el lugar lo observaran, pero a la vez quería llevármelo para que nadie lo viera. Eso fue lo mío, cuando terminé y fui a camerinos, Constantinne llegó gritando a mi algo como "señor, eso fue genial. Por favor, fírmeme un autógrafo".

Me gané unas risas por parte de las mujeres y un golpe por parte de Constantinne.

─ ¡Eso es mentira!

─Sí es mentira, fue más como un "Señor, estuviste increíblemente genial. Señor, estoy enamorado de usted" ─gané un golpe más ─. Después del baile me lo encontré en la mesa de bocadillos y le invité a salir mientras él comía un cupcake.

La plática se mantuvo en cosas como los preparativos de la boda, dónde sería la luna de miel, qué tan cara era cada cosa (para presumir y que hicieran un costeo de las próximas bodas). Con risas de parte de las mujeres y una que otra de parte de Constantinne o mía.

Nos mantuvimos al margen y agradecí a la fuerza sobrenatural que controla la existencia, no nos hicieran más preguntas de nuestra relación. De no ser así Constantinne explotaría de los nervios.

Mi mirada se paseaba por su rostro, estando sentado a mi lado y yo hasta el extremo del sillón, era mucho más fácil verlo siendo que estaba justo frente a mí para observar a las mujeres en la habitación. Sus cabellos cayendo un poco por sus ojos, su piel decorada por pocos lunares, sus labios durazno, la vestimenta que yo mismo elegí -y se veía tan malditamente caliente-, esa sonrisa de conejo que de repente se asomaba o los asentimientos pequeños que daba cuando estaba de acuerdo en algo, cuando se quedaba con los labios entreabiertos por la concentración que ejercía en algo en específico. Estaba concentrado en él y todo lo que era él, hasta que su mirada se posó en mí y dijo algo que no alcancé a oír, que mi cerebro no alcanzó a entender. Sencillamente porque su rostro era el espectáculo que quería observar.

─ ¿Perdón?

─Preguntaba qué es lo que haces además de bailarín ─me recordó Cecilia, la miré, Constantinne entró en pánico.

Traté de buscar algo en lo que fuera bueno aparte de tener el poder de hacer temblar los cuerpos de las personas en pura excitación, otra cosa lo suficientemente buena para no ser juzgado o mal entendido.

─Porque si mi hermano se casa contigo. ¿Cómo se mantendrán?

Me sentí de repente chiquito, como si estuviera siendo brutalmente interrogado, aunque solo fuera una pregunta. De pronto, me encontré sumamente inservible por no tener una carrera como todas las mujeres y hombres en esta casa. Me cohibí, pero no lo demostré.

─ Cecilia ─regañó Constantinne ─. Yo tengo mis carreras, no habrá necesidad.

Busqué alguna profesión de la que no me hicieran demasiadas preguntas y pudiera responder sin dilema. Porque no me iba a arriesgar a quedar como un imbécil enfrente de estas personas y menos hacer algo que pudiera avergonzar al castaño. De pronto recordé la profesión del padre de Violete en American Horror Story, primera temporada.

─Psicología. Soy psicólogo. Además, planeo abrir una academia de baile, varias si es posible.

La puerta se abrió justo cuando sus hermanas parecían tener más preguntas que hacerme, un hombre que parecía ser el novio de una de las damas de honor entró avisando del brindis en aquella cara fiesta de apariencias vacías, de las cuales Constantinne constantemente llegó a quejarse sin ser totalmente especifico, simplemente detestando las personas presumidas.

Salimos de la habitación entre ese grupo de mujeres para combinarnos con el grupo de perfumes y relojes de oro, yo con esa incomodidad amarrando mi garganta. Sentirse pequeño por primera vez duele un poco. Sentirse inservible, incapaz, sin valor, mi mundo se convirtió de pronto en algo tan minúsculo y estaba parado aquí fingiendo ser lo que no estaba destinado a llevar.

Porque simplemente era un gigoló.


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