18
La rutina regresó más rápido de lo que pensé y no me di cuenta del tiempo que me llevé yendo al ritmo en el que íbamos. Conmigo yendo al departamento de Constantinne diariamente desde las dos de la tarde, para joderlo mientras él decía mi nombre en leves susurros, convirtiéndose en audibles gemidos desesperados e insaciables mientras de apoco me enterraba más en su interior y...
Contrólate, Ethan Park.
Estás en un lugar público.
Tomé la caja de galletas y la tiré en el carrito, con la esperanza de que leyendo de lo que estaban hechas se irían los pensamientos que no debían estar ahora en mi cabeza.
Era inevitable. Tenía años que no me pasaba esto de pensar un poco, de dejar volar solo un poco mi imaginación y luego boom, tienda de acampar en mis pantalones, no, tienda de circo. Prácticamente debía tener todo el tiempo la cara de la señora Carmen para no ponerme duro.
¿Pero por qué carajos mi cuerpo reacciona como el de un adolescente?
Recuerdo cuando más joven, que siempre tenía erecciones, por cualquier cosa, por ver el culo de mujeres u hombres, por ver cómo una mujer o un hombre pasaba su mano por algún parte de su cuerpo. No sé, en ese momento era ridículo porque mis hormonas estaban alborotadas y mi imaginación (siendo que empezaba en el mundo del gigoló) se dejaba llevar.
Pero ahora, pensar en el pelinegro era una aseguración de que mi pene se pondría duro. Su rostro me recordaba cada una de las cosas que hemos estado haciendo en su apartamento y, ahora que se supone estoy enseñándole a ser gigoló, es mucho más excitante.
¿Por qué?
Fácil. Al llegar a su departamento demando una posición, le indico como debe hacerlo, que debe hacer, decir, como debe lucir, incluso cuando puede gemir y el momento en el que puede culminar. Era subjetivo, determinar el cómo y tiempo de cada una de aquellas cosas, pero, así como había personas que gustaban del ruido y lenguaje sucio, existían otras tantas que preferirían lo silencioso y controlado. Y, nosotros los gigolós sabíamos eso, nos convertíamos en los amantes ideales para nuestros clientes. Por lo que teníamos largas pláticas de las reglas de un gigoló, comportamientos, consejos y rutas.
Él terminaba agotado.
Ser un gigoló no es nada fácil.
Regla 1
Cuidar tu apariencia.
Los gigolós debemos tener un cuerpo agradable a la vista, dependiendo de los gustos de las personas y sí, esto será un poco estereotipado, pero es completamente hipócrita que alguien diga que no se fija ni un poco en el físico. Al menos una cosa debe gustarle y en mí, si no es mi apariencia, será mi pene.
Entonces, cuerpo ejercitado, vestimenta agradable -como oufits perfectamente seleccionados, trajes o disfraces- dependiendo del cliente, cabello peinado impecablemente, sonrisa encantadora, gestos seductores...
El señor Giesler, padre del actual dueño, nos regañó incontables veces cuando tenía a alguno de nosotros como el postre favorito de sus allegados. De no cumplir con alguna mínima cosa, sentía su caliente palma en mi nuca, su aliento cerca de mi rostro y esa mirada penetrante mientras con voz ronca y demandante -que parecía gentil y no lo era en lo absoluto- repetía la marcada frase "esto no es un amante de en sueño, muchacho", marcando cada palabra cuando con un chasquido de dedos nos hacía pagar nuestros errores.
Regla 2
Cuidar tu lenguaje.
El lenguaje no solo es el habla, mon amour. Es mucho más que eso, pues también podemos comunicarnos físicamente. Lo que no decimos con palabras, lo podemos decir con una expresión en la cara, un sonido o un mínimo movimiento de manos.
Aquí es donde debemos cuidar el tener algún gesto que logre parecer descortés. Pues posiblemente, en algún momento de la carrera, vendrá alguien diciéndote algo como "me gusta comer mientras me meten los dedos" o algo posiblemente más grotesco.
Dependerá de ti también el querer aceptar ciertas cosas. Aunque seas gigoló y te estén pagando, no pueden obligarte a realizar actividades que no son de todo tu agrado. Sobre todo, nadie es tu dueño.
Aconsejaba al chico con lo que sabía yo no podía tener. Él no trabajaba por contrato para nadie, además de que esto lo hacía por su libertad personal, para amarse a sí mismo. Esto era un paso a romper las cadenas de su inseguridad, para evitar la cárcel que cualquier hombre quisiera imponer sobre él.
Obviamente, podrás poner tus reglas y lo privilegios que quieres dar a los clientes. Dependerá también el costo que quieras dar para ciertas cosas.
─ ¿Es necesario todo eso? ─preguntó el castaño interrumpiendo la larga plática que estaba dándole.
─Claro que sí. ¿Cómo crees que estoy en los mejores gigolós de Lovers? Soy el favorito.
─Eish, no creo poder recordar todo eso.
─Con el tiempo podrás acostumbrarte. Como te dije, no todo es sexo en diferentes posiciones. Para complacer a las personas, muchas veces tienes que llevar su tipo ideal.
─Oh, yo no hice que hicieras nada de eso.
Caminé entre los pasillos tomando más artículos que ocuparía y necesitaba, mi cabeza aun nadando en los recuerdos de estos últimos días. Revisé mi reloj y apresuré mi paso al notar que llegaría tarde a mi cita con Constantinne si no me apuraba.
Otra cosa, que en especial siento que es realmente agradable.
La puntualidad.
He llevado esto de la puntualidad a casi un extremo, lo tengo muy presente, esto de no perder el tiempo, de saber sobre él y cuántas cosas puedo hacer en una sola hora. No me gusta desperdiciar mi tiempo al menos que ya haya terminado todas las actividades que debía hacer en un día. De todos modos, por mucho que apreciara mi tiempo, no tenía realmente cosas muy importantes que hacer, por lo que esas horas era muy posible que me la pase comiendo snacks y viendo series.
Netflix te amo.
Literalmente corrí con las bolsas del mercado hasta mi casa, agradecía, nuevamente, tener condición física para no agitarme y agotarme tanto con lo que acababa de hacer.
─Retomemos.
Regla 3
Siempre observar al cliente.
Otro hecho que se verá estereotipado, pero es que muchas veces, la forma en que se viste, como se comporta, camina e incluso en la que respira, dirá mucho de cómo quiere tener relaciones sexuales y si es o no sospechoso de cometer algo desagradable. En la mayoría de los casos, no de todos.
Por eso debes hacer simples preguntas y recordarle tus reglas.
Aunque, por ejemplo, en Lovers entregamos documentos con las reglas y privilegios que tiene cada prostituto en el lugar.
─ ¿Tú me observaste? ¿Dedujiste que era virgen?
─No. De hecho, me sorprendí mucho cuando me lo dijiste.
─ ¿Por qué?
─No tenías la apariencia de alguien que podría ser virgen. Más bien, tenías la apariencia de esos chicos malos ligadores de chicas por montón que aparecen en las películas. Tal vez tu forma de vestir.
─ ¿Ves películas para adolescentes? ─se burló ─. La verdad es que desde niño he sido todo un geek.
─Me he dado cuenta.
─ ¿En qué?
─Tus muñequitos en los estantes de tu habitación y el póster de Iron Man. Es algo realmente perturbador tener al señor Stark ahí, viéndome mientras tenemos sexo.
─ ¡No son muñequitos!, son figuras de acción.
Cuando terminé de bañarme, corrí directo a mi armario, tomé las prendas que usaría y traté de escombrar lo más posible mi recámara. El tiempo antes de las dos era limitado por andar distraído.
Distraído en mis recuerdos que atormentaban igualmente mi camino rumbo a la casa de Constantinne, conservé la cara de la señora Carmen permaneciendo en mi memoria como un intento de anti-excitación. Sin embargo, me vi frustrado al optar por un taxi, pues mi viaje se vio costoso: la representación de Constantinne siendo follado sobre el sofá viejo en color mostaza de la señora apareció ante mi -el que conocía cuando me dejó entrar por necesitar alguien que le ayudara y, no volví al lugar cuando supo de mi trabajo-, con su cabeza apoyada en esas tejidas carpetas que decoraban no solo el sillón, sino más partes de su casa y eso me imposibilitó el mantenerme sereno. Pensamientos que me hicieron sentir sucio, pero caliente a pesar de todo.
El cielo ya no estaba tan descompuesto, al menos hoy no se asomaron las gotas de lluvia y lo agradecía. Aunque, preferiría traer conmigo siempre un paraguas, desde la última vez en la cual llegué empapado a la casa de Constantinne, enojado porque ningún taxi quiso atenderme al estar mojado. Las burlas de Constantinne no faltaron en cuanto me plante frente a su puerta, siendo compensado después con sexo en la bañera.
Subí las escaleras de a poco, viendo con una sonrisa aplastada en mis labios, los edificios contiguos al de Constantinne. Ya no estaba esa sensación de estar perdiendo algo al ascender los escalones, no supe nunca a qué se debía. Estaba alegre al pensar que no existía más. Era intranquila.
Mi mano se dirigió con intención de tocar la puerta, ese número diabólico estando en mi vista, alejándose en cuanto la madera se movió y un pelinegro distraído se asustó al verme frente a él
─ ¿Qué haces aquí? ─preguntó.
Levanté mi brazo observando mi reloj.
─Son las dos.
Constantinne suspiró y llevó su mano sobre su cara. Me permití observarlo; llevaba una camiseta blanca, encima una chaqueta roja, lo conjugaba con un pantalón de mezclilla clara ajustados y unas botas timberland color camel. Le quedaba demasiado bien. Siempre sabía lucir bien.
─Lo siento, Ethan ─habló ─. Se me olvidó decirte que hoy no vinieras, tengo que ir a comprar un traje y eso para la boda ─continuó ahora poniendo su mirada sobre mí ─. De veras. ¿Tienes ya un traje?
─Oh... ─pasé mi mano por mi cuello, de pronto sintiéndome incómodo ─. No, como nos vamos el jueves, supuse que podría comprarlo después.
Constantinne negó.
─Vamos, acompáñame y así compras lo que sea necesario.
Asentí antes de que pudiera jalarme del brazo y comenzar a bajar las escaleras. Traté de mantenerme neutral, con mi gesto aparentemente indiferente, pero no podía hacerlo, no cuando de repente miraba cómo Constantinne sonreía diciéndome que combinar trajes sería algo cursi y tal vez funcione para que sea más creíble la relación; después, me dijo que un vino se le vería bien a él y a mí uno azul marino.
─Realmente soy un asco eligiendo trajes ─mencionó Constantinne, dentro del taxi, camino a el centro comercial─. Uso el típico negro cuando debo estar de gala en un evento de la universidad o trato de ponerme ropa que parezca formal, ya sabes, pantalón de mezclilla y saco nunca falla.
─No soy muy diferente a ti. Las únicas veces que he usado traje son para presentarme en los bailes... ─silencié un momento indicando con la mirada de lo que hablaba. No es que me avergonzara frente a la mujer que teníamos como taxista, pero de pronto me era más cómodo no decir.
─ ¿No has ido a otro tipo de eventos? ¿Una boda?
─No. Mis colegas no se casan, ellos están plenamente dedicados a sus trabajos y no sé. Anny aún no decide casarse con su novia, por lo cual, una boda no y otro evento... Por lo regular iba vistiendo algún otro conjunto ─aclaré, con su mirada puesta en el gesto que indicaba hablaba de algo sugerente ─. No iba a divertirme, sino a trabajar. Giesler escogía a varios y entre ellos estaba yo para cumplir con el deber.
─ ¿Giesler? ─preguntó el castaño.
─Rafael Giesler ─aclaré, ganando su sorprendida mirada ─. Sí, ya sé, era un importante empresario y dueño del lugar en el que trabajo también. Ahora, el que está a cargo es Alexander, me hace la vida de cuadritos.
Asintió y me regaló una sonrisa al llegar a nuestro destino. Era el guía situado a mi izquierda, ya que no sabía dónde se encontraba lo necesario, nunca llegaba tan lejos de dos calles a mi casa por cuenta propia. Pronto, una gran tienda de trajes y vestidos se posó en mi vista. Constantinne continuó hablando de cómo luciríamos si lleváramos trajes combinados.
─Tal vez deberíamos hacer algo con nuestros cabellos ─dijo, observando los diferentes trajes en los maniquíes ─. Podrías teñírtelo, no es que no me guste el color que tienes, pero la curiosidad por verte con otro me tienta ─miraba un azul aqua con decoraciones de flores en reja en el saco, mientras mencionaba de su curiosidad y luego con una sonrisa acarició la tela ─. Este es bonito.
Le miré subiendo mis cejas.
─Sí, lo sé. Está horrible.
─Tú sin duda no deberías teñírtelo ─aclaré mirando otros trajes junto con él, la señorita nos divisó y sus tacones se escucharon acercarse ─. Y ya lo tienes rizado, no puedo imaginarte con el cabello lacio. Me gusta cómo te ves, no necesitas cambiar nada para lucir bonito.
─ ¿Puedo ayudarlos en algo? ─atendió la señorita, ocupando lugar justo al frente de nosotros.
─Oh, sí ─dijo Constantinne ─. Ambos necesitamos trajes, pero no sabemos cuáles nos quedarían bien.
─ ¿Evento?
─Una boda.
La señorita levantó sus cejas con sorpresa. Una de dos: o pensó que era boda entre nosotros o se le paró una mosca en la frente y quiso espantarla.
─Mi hermana se casa ─notó lo mismo que yo. Pareció incomodarse por ello.
─Oh, claro. Síganme.
Con aquel susurro la señorita nos llevó a un área donde los trajes eran más visibles, me dejé llevar entre los tipos, los colores y las telas, variedad de temáticas se me ocurrieron simplemente con apreciarlos.
─ ¿Cuáles son sus medidas? ─preguntó.
Constantinne y yo nos miramos, levantamos los hombros y la señorita suspiró.
─ ¿Podría hacernos unos a la medida? ─anticipó Constantinne, la señorita asintió y nos llevó a distintos espacios, donde nos dejaron hacer lugar sobre plataformas.
Conmigo, llegó un hombre el cual tenía varios alfileres sujetos a su ropa y una cinta métrica en su mano. Sus manos se movieron sacando medidas de mi cuerpo, pude notar como en algún punto de la medición, él miró mi retaguardia y sus cejas se elevaron. ¿Cómo no sentirme orgulloso de mi culo de durazno? Aunque, por más grande que sea, igual me gusta más el de Constantinne.
Igual es grande, redondo y suave, he mordido varias veces sus nalgas mientras lo preparaba, encontré que no podía resistirme a pegar mi mejilla mientras hundía levemente mi dentadura sobre su carne y había aprendido que eso le gustaba a él. No solo eso, suspirar cerca de su agujero lo volvía loco, lamer su piel lo hacía gemir, besar y dejar arrastrar mis labios por sus redondos glúteos mientras hundía mis dedos en su rosado botón. Era sin duda alguna tremendamente excitante el estar en esa posición con Constantinne y más cuando...
─Ethan... ─susurró la voz de Constantinne, llamando mi atención, salí de mis fantasías y recuerdos para mirarle. Estaba asomándose a la orilla de los espejos con un gesto preocupado.
─ ¿Mande? ─me giré de lado cuando el hombre acabó de medirme y se fue a regañadientes.
Constantinne puso su mano en su boca y rió bajo, con su otra mano señaló un punto de mi cuerpo. Comencé a bajar y...
Mierda.
─ ¿Vamos al baño? ─preguntó ─. He oído que agrandaron el espacio de los cubículos. Solo en lo que tienen nuestros trajes.
Encogiéndose de hombros tiró de mis dedos para entrelazar nuestras manos y correr conmigo detrás.
Santa mierda.
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