TERCERA PERSONA XXXIV
Más tarde le contaron lo que pasó. Él sólo recordaba los gritos.
Según Reyna, el aire descendió a bajo cero a su alrededor. El suelo se ennegreció. Lanzando un grito horrible, Nico descargó una oleada de dolor e ira sobre todos los presentes en el claro. Reyna y el entrenador experimentaron el viaje de Nico por el Helheim, su captura por parte de los gigantes, los días que había pasado consumiéndose en aquella vasija de bronce. Sintieron la angustia que Nico había sufrido durante su travesía en el Argo II y su encuentro con Cupido en las ruinas de Salona.
Oyeron su desafío tácito a Bryce Lawrence, alto y claro: "¿Quieres secretos? Ahí van".
Los spartoi se desintegraron y quedaron reducidos a cenizas. Las rocas del túmulo se tiñeron del blanco de la escarcha. Bryce Lawrence se tambaleó agarrándose la cabeza; los dos orificios nasales le sangraban.
—Muy bien...—murmuró el legado de Orco—. Así es como lo quisiste.
Bryce lanzó una estocada con su pilum que Nico esquivó ladeando el cuerpo hacia la izquierda, impulsándose hacia delante con el puño derecho en alto. El romano le recibió con una sonrisa en el rostro, tomando el golpe y saliendo despedido de espaldas sin dar señales de dolor.
Los pies del legado se deslizaron sobre el suelo, levantando una densa cortina de polvo que más pronto que tarde se transformó en una violenta explosión. Bryce atacó desde el epicentro del caos, usando los escombros para ocultar el avance de su lanza. Nico blandió su bidente a dos manos, desviando las estocadas de su oponente unas tras otras a toda velocidad.
El hijo de Hades estaba en trance, consumido por un aura sombría que danzaba sobre su piel. Con una señal de la mano, el suelo a sus pies estalló, y decenas de huesos de animales muertos emergieron de entre las entrañas de la tierra y salieron disparadas hacia donde su oponente como una andanada de mortales proyectiles. Bryce alzó una mano de igual forma, ejerciendo su propio control sobre los muertos, y un nuevo estallido sacudió el campo de batalla.
Nico golpeó el suelo con su lanza, despejando la nube de humo. Bryce le sonreía cruelmente desde no muy lejos, recargándose el pilum sobre el hombro con aire despreocupado.
—Muere—ordenó el hijo de Hades, cargando frontalmente a toda velocidad.
Haciendo rugir los vientos, el bidente del chico se transformó en un gigantesco torbellino de destrucción que devoraba el suelo a su paso, en curso de colisión directa con el romano.
¡¡¡PERSÉFONE ROA: ROMPE TORMENTAS!!!
Una gran grieta se abrió en la tierra con varias decenas de metros de profundidad, pero el legado de Orco se mantenía intacto, habiendo esquivado la terrible arremetida con un ágil salto.
Bryce balanceó su lanza, la cual se deformó en pleno vuelo hasta tornarse en una cadena de hierro que se envolvió alrededor del arma de Nico cuando este intentó protegerse del golpe. Eso, no obstante, no impidió al rey de los fantasmas exhalar un grito de guerra y dar un tirón hacia atrás, lanzando su vidente lejos de sí.
La fuerza arrancó del suelo a los pies del romano, poniéndolo en curso de colisión directa con el puño de Nico, que se estrelló con fuerza sobre su abdomen en dos ocaciones antes de que el legado de Orco lo detuviese, atrapando el brazo de su oponente con una de sus manos.
Con la mano opuesta, Bryce dejó ir un devastador movimiento de martillazo sobre la cabeza de Nico, estrellándolo contra el suelo tan violentamente que creó un considerable cráter a su alrededor, y sin darle la oportunidad de recuperarse, le tomó por la camisa y le hizo girar velozmente antes de arrojarlo contra un árbol cercano, partiendo el tronco del mismo por la mitad.
El romano dio alcance a su presa nuevamente, tomándole por detrás de la cabeza para estrellarlo en reiteradas ocaciones contra el suelo, una y otra y otra vez. Nico, finalmente, se las arregló para aferrarse con una mano al brazo de su oponente, y con un bramido hizo que una capa de escarcha cubriese la piel de su oponente, quien le soltó y retrocedió aturdido.
Perdido en sus pensamientos, el hijo de Hades lanzó un golpe tras otro sin medir sus fuerzas, lanzando la cabeza de Bryce de un lado a otro, arrancándole dientes y haciéndole escupir sangre a chorros mientras este retrocedía torpemente.
Nico concluyó su combo con un rodillazo ascendente, echando el resto del cuerpo hacia atrás en un movimiento extremadamente veloz.
¡¡¡CORNUCOPIA: CUERNO DE LA ABUNDANCIA!!!
Bryce salió despedido de espaldas como una bala de cañón, doblado sobre sí mismo mientras sufría arcadas de vomito sanguinolento. No obstante, con gran habilidad, el legado de Orco detuvo su avance en seco, arrancó el bidente de Nico del suelo y lo arrojó como un jabalina de regreso hacia su propietario.
El rey de los fantasmas se limitó a atrapar su lanza en el aire y darle la vuelta para blandirla otra vez. Su figura de ojos ensombrecidos se cernía sobre su oponente, lenta e imparable, como la muerte misma, fría, despiadada e inexorable.
El romano recuperó su pilum y se lanzó con una estocada frontal. Nico desapareció frente a sus ojos, reapareciendo de entre la oscuridad con la lanza en alto con la que conectó un poderoso golpe descendente.
¡¡¡PERSÉFONE TITÁN: DESTRUCTOR DE LA TIERRA!!!
Escombros volaron en todas direcciones. Ambos oponentes se hallaban cara a cara, con las lanzas entrecruzadas, mirándose frente a frente con odio en sus ojos. Entonces Nico se dobló de dolor. Bryce le asestó un rodillazo en el estómago para sacarlo de balance y procedió a intentar conectar un puñetazo. Nico lo detuvo atrapando el golpe con su mano izquierda, balanceando su cuerpo para trazar un arco con su bidente.
El romano evitó ser partido en dos al dar un gran salto en el momento preciso, aterrizó a espaldas de su rival, esquivó el golpe consiguiente y volvió a rodear a su rival mientras arrojaba su lanza, ahora en forma de cadena.
Con un tirón, Bryce comenzó a arrastrar a Nico por el campo de batalla, golpeándolo y haciéndolo rebotar contra la tierra, las rocas y los arboles. Su puño se estrellaba contra la carne del hijo de Hades, haciendo del sonido de los músculos aplastados y los huesos partidos el único que se escuchaba a kilómetros de distancia.
Nico hizo un gran esfuerzo, hinchando los músculos y rugiendo como animal. Las cadenas que lo retenían se partieron en pedazos, y balanceando todo su peso sobre las puntas de su lanza, consiguió impactar de lleno en la cabeza de su rival. Sangre voló por el cielo y pedazos de carne salpicaron el campo de batalla.
El hijo de Hades buscó conectar otro golpe. Bryce lo detuvo interponiendo su brazo, tomó un segmento de su cadena partida y la usó para aferrarse al brazo izquierdo de su rival, haciéndolo girar en el aire y estrellándolo contra el suelo.
Nico sintió algo romperse en su interior. Intentó levantarse, pero el pie de su oponente firmemente plantado sobre su espalda se lo impidió.
—Eso fue todo...—sonrió Bryce, respirando con dificultad y sudando profusamente—. Tus secretos... rey de los fantasmas... no me satisfacen...
Entonces las piernas de Bryce comenzaron a arder. Su piel, carne y músculo se desintegró entre llamas negras hasta convertirse en nada más que huesos. El legado de Orco retrocedió gritando en pánico, con el rostro crispado de dolor. Nico se reincorporó, se acercó a él con paso resuelto y agarró la placa de probatio de Bryce, arrancándosela del cuello.
—No eres digno de esto—gruñó.
La tierra se abrió bajo los pies de Bryce. El chico se hundió hasta la cintura.
—¡Basta!
Bryce arañaba la tierra y los ramos de flores de plástico, pero su cuerpo seguía hundiéndose.
—Prestaste juramento ante la legión—la respiración de Nico formaba vaho con el frío—. Has quebrantado sus normas. Has infligido dolor. Has matado a tu propio centurión.
—¡Yo... yo no he hecho nada! Yo...
—Deberías haber muerto por tus delitos—continuó Nico—. Ese era el castigo. En cambio, fuiste desterrado. No deberías haber vuelto. Puede que a tu padre, Orco, no le gusten las promesas rotas, pero a mi padre, Hades, no le gustan ni un pelo los que se libran de sus castigos.
—¡Por favor!
Esas palabras no significaban nada para Nico. En el inframundo no había clemencia. Sólo había justicia.
—Ya estás muerto—dijo Nico—. Eres un fantasma sin lengua ni memoria. No compartirás ningún secreto.
—¡No!—el cuerpo de Bryce se oscureció y se llenó de humo. Se sumió en la tierra hasta el pecho—. ¡No, soy Bryce Lawrence! ¡Estoy vivo!
—¿Quién eres?—preguntó Nico.
El siguiente sonido que brotó de la boca de Bryce fue un susurro parloteante. Su rostro se volvió borroso. Podría haber sido cualquiera, un espíritu anónimo entre millones.
—Esfúmate—ordenó Nico.
El espíritu se disolvió. La tierra se cerró.
Nico miró atrás y vio que sus amigos estaban a salvo. Reyna y el entrenador lo miraron fijamente, horrorizados. A Reyna le sangraba la cara. Aurum y Argentum daban vueltas como si sus cerebros mecánicos se hubieran cortocircuitado.
Nico se desplomó.
Sus sueños no tenían sentido, cosa que casi era un alivio.
Una bandada de cuervos daba vueltas en un cielo oscuro. Luego los cuervos se convirtieron en unos caballos que galopaban entre las olas.
Vio a su hermana Bianca sentada en un pabellón comedor con las cazadoras de Artemisa. Sonreía y se reía con su nuevo grupo de amigas. Luego Bianca se transformó en Hazel, quien besó a Nico en la mejilla y dijo:
—Quiero que seas una excepción.
Vio a la arpía Ella con su abundante pelaje, las plumas rojas y los ojos como el café oscuro. Se posó en el sofá del salón de la Casa Grande. A su lado estaba Seymour, la cabeza de leopardo disecada. Ella se balanceaba de un lado a otro, dando de comer Cheetos al leopardo.
—El queso no es bueno para las arpías—murmuró. A continuación arrugó la cara y recitó uno de los versos de la profecía que había memorizado—: "La puesta del sol, el último verso"—dio de comer más Cheetos a Seymour—. El queso es bueno para las cabezas de leopardo.
Seymour asintió rugiendo.
Ella se transformó en una ninfa de las nubes morena embarazada de muchos meses, retorciéndose de dolor en una litera de un campamento. Clarisse La Rue estaba sentada a su lado, secando la cabeza de la ninfa con un paño húmedo.
—Todo irá bien, Mellie—dijo Clarisse, aunque parecía preocupada.
—¡No, nada va bien!—protestó Mellie—. ¡Gaia está despertando!
La escena cambió. Nico estaba con Hades en las colinas de Berkeley el día que el dios lo llevó por primera vez al Campamento Júpiter.
—Ve con ellos—instó Hades—. Preséntate como un hijo de Plutón. Es importante que establezcas esa relación.
—¿Por qué?—preguntó Nico.
Hades se esfumó. Nico se encontró otra vez en el Helheim, ante Aclis, la diosa del sufrimiento. Tenía las mejillas manchadas de sangre. Le brotaban lágrimas de los ojos y goteaban en el escudo de Hércules que tenía sobre el regazo.
—¿Qué más puedo hacer por ti, hijo de Hades? ¡Eres perfecto! ¡Cuánto dolor y sufrimiento!
Nico resolló.
Sus ojos se abrieron de golpe.
Estaba tumbado boca arriba mirando la luz del sol entre las ramas de un árbol.
—Gracias a los dioses.
Reyna se inclinó por encima de él, con la mano fría sobre su frente. El corte sangrante de su cara había desaparecido del todo.
A su lado, el entrenador Hedge fruncía el entrecejo. Desgraciadamente, Nico tenía una vista privilegiada de sus orificios nasales.
—Bien—dijo el entrenador—. Sólo unas cuantas aplicaciones más.
Levantó una gran venda cuadrada cubierta de una untosa sustancia marrón y la pegó a la nariz de Nico.
—¿Qué es...? Uf.
La sustancia pegajosa olía a tierra abonada, astillas de cedro, jugo de uva y una pizca de fertilizante. Nico no tenía fuerzas para quitársela.
Sus sentidos empezaron a funcionar otra vez. Se dio cuenta de que estaba tumbado en un saco de dormir fuera de la tienda. Sólo llevaba puestos sus calzoncillos y un montón de asquerosas vendas cubiertas de esa sustancia marrón por todo el cuerpo. Los brazos, las piernas y el pecho le picaban a causa del barro seco.
—¿Está... está intentando plantarme?—murmuró.
—Es medicina deportiva con un poco de magia natural—dijo el entrenador—. Una afición mía.
Nico trató de centrarse en la cara de Reyna.
—¿Has autorizado tú esto?
Ella parecía a punto de desmayarse de agotamiento, pero logró sonreír.
—El entrenador Hedge te ha salvado por los pelos. La poción de unicornio, el néctar... No podíamos usar nada de eso. Te estabas esfumando.
—¿Esfumando...?
—No te preocupes por eso ahora, muchacho—el entrenador Hedge acercó una pajita a la boca de Nico—. Bebe un poco de Gatorade.
—No... no quiero...
—Vas a beber—insistió el entrenador.
Nico bebió un poco de Gatorade. Le sorprendió la sed que tenía.
—¿Qué me ha pasado?—preguntó—. ¿Y Bryce... y los esqueletos...?
Reyna y el entrenador se cruzaron una mirada de preocupación.
—Tengo buenas y malas noticias—dijo Reyna—. Pero primero come algo. Vas a necesitar recuperar las fuerzas antes de oír las malas noticias.
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