JASON XXVIII
Jason veía dos opciones: luchar o hablar.
Normalmente, frente a una espeluznante señora de seis metros con pelo de medusa, habría optado por luchar.
Pero como había llamado "hermano" a Percy, dudó.
—Jackson, ¿conoces a esta... individua?
Percy frunció el ceño.
—No sé quien es, ni me importa. He matado a suficientes de mis hermanos como para que me interese en conocer sus nombres.
La mujer pálida arañó el disco metálico con las uñas y emitió un sonido chirriante digno de una ballena torturada.
—Claro que no me conoce—dijo suspirando—. ¿Por qué iba a esperar que mi propio hermano me reconociera? ¡Soy Cimopolia!
Percy y Jason se cruzaron una mirada.
—¿Es eso importante, gusano?—siseo Percy—. Sin importar que clase de monstruo, ninfa o diosecilla menor seas, no debiste meterte en mi camino...
—¿Qué tal si nos calmamos un poco?—pidió Jason rápidamente, con el mejor tono conciliador que fue capaz—. Le pido que no le haga mucho caso al loco tipo pescado, ha estado bajo mucha presión últimamente...
La diosa centró toda su atención en Jason. Señaló con el dedo índice y recorrió su contorno en el agua. Jason notó que el espíritu del aire capturado ondeaba a su alrededor como si le estuvieran haciendo cosquillas.
—Jason Grace—dijo la diosa—. Hijo de Zeus.
—Sí. Soy amigo de Jackson.
Cim entornó los ojos.
—Así que es verdad... Estos tiempos propician extrañas amistades e inesperadas enemistades. Los romanos nunca me adoraron. Para ellos suponía un miedo indescriptible: una señal de la ira más temible de Poseidón. ¡Ellos nunca adoraron a Cimopolia, la diosa de las tempestades violentas!
Giró su disco. Otro rayo de luz verde destelló hacia arriba, revolvió el agua e hizo que las ruinas retumbasen.
—Por supuesto que no—escupió Percy—. La fuerza naval de roma me da asco. Tenían una barca de remos, pero la hundí. Y hablando de tormentas violentas, tienes exactamente tres segundos para detenerte antes de que...
—¿Antes de que qué, pececillo?
—¡Por el amor de Júpiter Optimo Máximo! ¡Cálmente ustedes dos!—insistió Jason—. Ejem, supongo que no detendrás la tempestad si te lo pedimos amablemente.
—No—convino la diosa—. A estas alturas al barco le falta poco para hundirse. Me asombra que haya aguantado tanto. Tiene una magnífica factura.
De los brazos de Jason salieron volando chispas contra el tornado. Pensó en Piper y en el resto de la tripulación, que trataban frenéticamente de salvar el barco. Al bajar allí, él y Percy habían dejado a los demás indefensos. Tenían que actuar pronto.
Además, el aire de Jason se estaba viciando. No estaba seguro de que fuera posible consumir un ventus aspirándolo, pero, si iba a tener que luchar, más valía que se enfrentase a Cim antes de que se quedase sin oxígeno.
El caso es que luchar contra una diosa en su terreno no podía ser fácil. Aunque consiguieran acabar con ella, no tenían ninguna garantía de que la tormenta cesara.
—Bueno... Cim—dijo—, ¿qué podríamos hacer para que cambiaras de opinión y dejaras marchar a nuestro barco?
Cim le dedicó aquella horripilante sonrisa de extraterrestre.
—¿Sabes dónde estás, hijo de Zeus?
Jason estuvo tentado de contestar: "Debajo del agua".
—¿Te refieres a estas ruinas? ¿Un palacio antiguo?
—Por supuesto—asintió Cim—. El palacio original de mi padre, Poseidón.
Percy emitió un breve silbido.
—Por eso lo he reconocido. El nuevo hogar de nuestro padre, en el Atlántico, se parece a esto.
—No lo sé—dijo Cim—. Nunca me han invitado a ver a mis padres. Sólo puedo vagar por las ruinas de sus antiguos dominios. Mi presencia les resulta... inquietante.
Hizo girar otra vez la rueda. El muro del fondo del edificio se desplomó y lanzó una nube de sedimento y algas por la estancia. Afortunadamente, el ventus hizo de ventilador y apartó los restos de la cara de Jason.
—¿Inquietante?—dijo Jason—. ¿Tú?
—Mi padre no me recibe en su corte—dijo Cim—. Limita mis poderes. ¿La tormenta de arriba? Hacía una eternidad que no me divertía tanto, ¡pero sólo es una pequeña muestra de lo que puedo hacer!
—Considérate afortunada—bufó Percy—. Poseidón me quiere muerto desde el verano pasado. El propio hermano Hades tuvo que ir a salvarme...
—¿Crees que eso es castigo, pececillo? Una muerte rápida es poca cosa. A mi me dio en matrimonio sin mi consentimiento—replicó Cim—. Me entregó como un trofeo a Briareo, un hecatónquiro, como recompensa por apoyar a los dioses en el pasado.
Percy alzó una mueca.
—¿Briareo? Es un buen sujeto, lo liberé de Alcatraz.
—Sí, lo sé—los ojos de Cim brillaron fríamente—. No soporto a mi marido. No me hizo ninguna gracia que volviera.
—Ah. Entonces... ¿está Briareo por aquí?—preguntó Percy.
La risa de Cim sonó como el parloteo de un delfín.
—Está en el Monte Olimpo, en Nueva York, reforzando las defensas de los dioses. Tampoco es que vaya a servir de mucho. Lo que quiero decir, querido hermano, es que Poseidón nunca me ha tratado con justicia. Me gusta venir aquí, a este antiguo palacio, porque me alegra ver sus obras en ruinas. Dentro de poco su nuevo palacio tendrá el aspecto de este, y los mares se embravecerán sin control.
Percy miró a Jason.
—Esta es la parte en la que nos dice que trabaja para Gaia.
—Sí—dijo Jason—. Y que la Madre Tierra le ha ofrecido un trato mejor cuando los dioses hayan sido destruidos, bla, bla, bla—se volvió hacia Cim—. Eres consciente de que Gaia no cumplirá sus promesas, ¿verdad? Está utilizándote, del mismo modo que está utilizando a los gigantes.
—Me conmueve tu preocupación—dijo la diosa—. Por otra parte, los dioses del Olimpo nunca me han utilizado.
Percy soltó un bufido.
—Al menos los dioses del Olimpo lo están intentando. Después de la última guerra los obligué a hacerlo por medio de un juramento sagrado. Empezaron a prestar más atención a los demás dioses. Muchos tienen ahora cabañas en el Campamento Mestizo. Les dedicamos ofrendas en cada comida, banderas, estandartes, reconocimiento, como todo dios debería.
—¿Y he recibido yo esas ofrendas?—preguntó Cim.
—¿Has enviado algún mestizo al campamento?
—Ahórrate las palabras, pececillo—el pelo de tentáculos de medusa de Cim flotó hacia él, como si estuviera impaciente por paralizar a una nueva víctima—. He oído muchas cosas sobre el gran rey de los semidioses. Los gigantes están obsesionados con capturarte. Debo decir... que no veo a qué viene tanto revuelo.
—¿A caso quieres morir, hermanita? Debo advertirte que otros lo han intentado antes. Últimamente me he enfrentado a muchas diosas: Niké, Aclis, incluso la mismísima Nix. Comparada con ellas, tú no eres nada. Además, te ríes como un delfín.
Los delicados orificios nasales de Cim se ensancharon. Jason preparó los puños.
—Oh, no te voy a matar—dijo Cim—. Mi parte del trato consistía sólo en llamar tu atención. Pero hay alguien aquí que tiene muchas ganas de matarte.
Encima de ellos, en el filo del tejado roto, apareció una silueta oscura: una figura todavía más alta que Cimopolia.
—El hijo de Poseidón—tronó una voz profunda.
El gigante descendió flotando. Nubes de líquido viscoso oscuro—veneno, quizá—salían rizándose de su piel azul. Llevaba un peto verde moldeado con forma de bocas hambrientas y sus manos empuñaban las armas de un retiarius: un tridente y una red con pesos.
Jason nunca había coincidido con ese gigante en concreto, pero había oído historias sobre él.
—Polibotes—supuso—, el reverso de Poseidón.
El gigante sacudió sus rastas. Una docena de serpientes empezaron a nadar, libres; eran de color verde lima y tenían una especie de corona de volantes alrededor de la cabeza. Basiliscos.
—Efectivamente, hijo de Roma—dijo el gigante—. Pero, si me disculpas, tengo un asunto más urgente que tratar con Perseus Jackson. Le he seguido la pista a través del Helheim. Y aquí, en las ruinas de su padre, pienso aplastarlo de una vez por todas.
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