
GIGANTOMAQUIA LIII
Teseo era un héroe con una particular filosofía personal con respecto a la acción de tomar vidas. Atacaría sólo si lo atacaban primero. Y, siempre que fuera posible, derrotaría a sus enemigos de la misma manera que intentaran derrotarlo a él. ¿Qué le pegaban con un garrote? Teseo les quitaría el garrote y los mataría con él. ¿Qué lo ataban a un pino? Él los ataría a dos pinos. Aquel sistema le parecía justo, y además divertido. Sólo sentía no haber podido matar a la bandida Fea con su propia cerda gigante. Pero, en fin, aquella filosofía sólo era aplicable hasta cierto punto.
Una tarde, Teseo andaba caminando por la cima de un acantilado de treinta metros de altura (porque los héroes hacen esas cosas). El mar relumbraba allí abajo, y él notaba la agradable calidez del sol en el rostro. Estaba tan tranquilo y relajado que Teseo empezó a inquietarse.
Por suerte, a unos quince metros por delante de él, un bandido salió dando un brinco de detrás de una roca y gritó:
—¡La bolsa o la vida!
El tipo llevaba la ropa negra y polvorienta, unas sandalias de cuero (no tan buenas como las de Teseo) y un sombrero también negro de ala ancha. Un pañuelo le cubría la parte inferior de la cara. Y apuntaba a Teseo con una ballesta.
Teseo sonrió.
—Tío, me alegro de verte.
El tipo bajó la punta del arma.
—¿Sí?
—¡Sí! Me aburría.
El bandido parpadeó.
—Ah... bueno, vale. ¡Esto es un atraco! Dame todo lo que tengas: la espada, la maza, y desde luego esas sandalias. Se ven estupendas.
—Supongo que no habrá manera de evitar un enfrentamiento, ¿verdad? Es que estoy intentando no matar a nadie a menos que me ataque.
El bandido se echó a reír.
—¿Tú, matarme a mí? ¡Muy buena esa! Mira, vamos a hacer una cosa: si me lavas los pies como muestra de respeto, no te mataré. Me llevaré tus cosas, pero te dejaré con vida. Es mi última oferta.
La mención del lavado de pies avivó la memoria de Teseo.
—Ah, mi madre me habló de ti. Tú debes de ser Escirón.
El salteador hinchó el pecho.
—¡Pues claro que sí! ¡Soy famoso! ¡Escirón, hijo de Poseidón! ¡El número seis de la lista de "Los Diez Bandidos más Ricos"!
—Oye, que yo también soy hijo de Poseidón—dijo Teseo—. No querrás robar a un hermano, ¿verdad?
—Los parientes son mis víctimas favoritas. Venga, ¡lávame los pies! Aquí, justo al borde del acantilado, es un buen sitio. No te preocupes, que no voy a tirarte.
Teseo se asomó al borde. Treinta metros más abajo, una gigantesca forma redonda se movía bajo las olas.
—¿Eso de ahí es una tortuga enorme?
—Sí. Es mi mascota.
—¿Y come seres humanos? Es decir, si tiraras a tus víctimas por este acantilado, cómo has dicho que no harías, ¿se las comería?
—Mi tortuga es una hembra. Se llama Molly. Y por supuesto que no come seres humanos. ¡Qué tontería!
Como si tener una tortuga gigante llamada Molly no fuera ya una tontería.
Escirón volvió a apuntarlo con la ballesta.
—Venga, ¡lávame los pies o muere! Hay un cubo y un trapo detrás de esa roca. Y trae el espray desinfectante, que vas a necesitarlo.
Teseo dejó con cuidado las armas y fue a por los trastos para lavarle los pies a Escirón, con este apuntándolo en todo momento con la ballesta. Al final se arrodilló delante del bandido.
—Que te diviertas.
Escirón plantó el pie izquierdo en una roca, colocándose de tal manera que Teseo le diera la espalda al mar. Con una rápida patada, podría tirarlo al abismo.
Por suerte, Teseo ya se lo esperaba.
Silbando, empezó a desabrochar las sandalias de Escirón. El bandido tenía los dedos de los pies peludos y con sustancias desconocidas incrustadas. En las grietas de la uña del dedo gordo, unas algas verdes estaban ya a punto de crear una sociedad agrícola.
La asquerosidad de aquellos pies distrajo a Teseo, pero como este siempre estaba distraído, no importó. Notó que Escirón tensaba la pierna y, justo antes de que el bandido le propinara una patada, nuestro héroe se dejó caer a un lado. Escirón se tambaleó, perdió el equilibrio, y Teseo le plantó el pie en el culo y lo tiró por el acantilado.
—¡Aaaaaahhh!—exclamó Escirón; luego aleteó con los brazos, pero por desgracia los hijos semidioses de Poseidón no eran conocidos por el poder de volar.
La tortuga gigante asomó la cabeza a la superficie y abrió sus enormes fauces.
—¡No, Molly!—gritó de nuevo—. ¡Que soy yo!
Ñam.
Por lo visto, a Molly no le importaba morder la mano que le daba de comer... ni tampoco tragarse el resto del cuerpo.
Teseo se lavó las manos con el espray desinfectante y prosiguió su camino.
Para Escirón, la muerte fue una experiencia más bien desagradable.
—N-no... no voy a perder contra ti—murmuraba Hazel, mientras luchaba por ponerse en pie—. No he atravesado la mitad del mundo para esto... No...
—¿No qué?—cuestionó Escirón, sonriendo divertido mientras mostraba cómo en su mano izquierda sostenía despreocupadamente la spatha de su oponente—. La victoria es mía.
El público se removió ansioso.
—¡¡¿ESO ES...?!!
—Te la he robado—se regocijó el bandido—. ¡¡Lo siento, pero no lo siento!!
Hazel miró sus manos, sin comprender en qué momento había perdido su arma.
—Ah... No... ¡¡No puede ser!!
—¡¿QUÉ HA PASADO?!—preguntó Hipólito—. ¡¿CÓMO?! ¡¿EN QUÉ MOMENTO ESCIRÓN HA TOMADO CON SUS MANOS LA ESPADA DE HAZEL LEVESQUE?!
—¡¡Escirón no se ha acercado a Hazel!!—bramó Frank, comenzando a dejarse llevar por el miedo—. ¿Cómo fue que le quitó la espada? A menos que... a menos que el poder que Gaia le dio...
—¡¡ESPEREN UN MOMENTO!! ¡¿EL PODER QUE LA MADRE TIERRA LE CONCEDIÓ A ESCIRÓN NO ERA "HACER APARECER ARMAS INFINITAMENTE"?!
El hijo de Poseidón se rió a carcajadas.
—¡¡No crean lo que les dice un criminal, idiotas!!
Lanzó la spatha con fuerza, con el arma perdiéndose entre la multitud de monstruos. Acto seguido, apuntó un revolver hacia la cabeza de la derribada semidiosa.
—Nunca creas más de la mitad de lo que dicen lo demás. Por eso siempre es engañada la gente común.
Tiró del gatillo, volándole la cabeza a su rival.
El público murmuraba.
"Esta reacción..."—analizó el bandido—. "¿Es otra ilusión? ¿En qué momento...?"
Miró por sobre su hombro hacia atrás. Hazel estaba allí, mirándole fijamente con aquellos ojos dorados.
—¿Tú eres la verdadera? ¿U otra ilusión?—cuestionó Escirón—. Seas lo que seas, cuando te dispare voy a saberlo.
Hazel no reaccionó.
—¿Qué pasa? Si estás tan lejos no me vas a poder derrotar—insistió el semidiós—. ¡Ven con todo!
—No, aquí estoy bien—decidió Hazel—. Yo también pensé en hablar un poco sobre mí. Como ya lo sabes, mi poder es la magia que crea ilusiones. Además, no son sólo simples ilusiones. Si te golpean, realmente te hieren. Son ilusiones que influyen en la realidad.
El público comenzó a inquietarse.
—¿Qué sucede...?—cuestionaban los monstruos.
—¿Por qué Hazel se está explicando?—se preguntaba Frank—. Si expone sus habilidades podría quedar en desventaja.
La hija de Hades continuaba con su explicación.
—Este también es el punto débil de mi magia, la imagen de la ilusión, el movimiento, en realidad no soy yo la que le está controlando. La ilusión que ves es la que te estás imaginando—explicó—. Si me crees débil, aparecerá la ilusión de una yo débil. Si me crees inmortal por ver que no había muerto aunque me disparaste, aparece la ilusión de una yo inmortal.
Una segunda voz susurró en el oído de Escirón:
—Exacto. Todas las ilusiones que has visto hasta ahora...
—Eran una imagen mía que tú solito te has imaginado—concluyó una tercera voz.
El bandido hizo aparecer una nueva pistola en su mano izquierda. A sus dos lados, dos copias de Hazel habían aparecido.
—¡Mierda!
Disparó con ambas manos, sacándole el cerebro a ambas apariciones. Hazel aún le miraba desde la distancia.
"¡¿Ella aún está allí?!"
—¿Por qué...?—preguntó—. Las ilusiones... ¡¿No era que no se podían mostrar más de dos en el mismo momento?!
Dos nuevas versiones de Hazel aparecieron a su espalda.
—Exactamente—dijo la de la derecha—. Sin embargo...
—Hasta ahora sólo podía hacer que vieses una ilusión porque tú tenías el concepto normal de que el humano es sólo uno—completó la de la izquierda.
El bandido se volvió y les disparó a ambas. Tres más hicieron acto de presencia.
—Pero ahora tú has comprendido mejor todo escuchando mis palabras, y la magia de la cual no estabas seguro está tomando forma. Y tú estás imaginando...
Más cuerpos, más personas, más Hazel. La hija de Hades, como una horda de muertos vivientes, se adueñó de todo el campo de batalla, rodeando a Escirón desde todos los ángulos.
—La magia para crear ilusiones. Si tú lo reconoces claramente e imaginas eso, como la ilusión también puede demostrar la ilusiones, entonces la ilusión crea una nueva ilusión, y la ilusión de la ilusión crea otra nueva ilusión, siendo infinita.
El hijo de Poseidón empezó a disparar sumido en la desesperación. Clones de Hazel morían despedazados, pero más y más se alzaban para tomar su lugar, mirándole fríamente.
—Hasta nunca, Escirón.
—¡¿D-DOS HÉCATES?!—exclamó Hipólito, mientras los espectadores contemplaban como el cuerpo de Encélado era consumido por las mágicas llamas de la diosa.
El monstruo dio un traspié, tosiendo un chorro de sangre. La dama de la noche reía a carcajadas.
—¿Y bien? ¿Te sorprende verme?
Encélado arrojó con violencia a la copia de Hécate que tenía en la mano y se giró sobre sí mismo a toda velocidad, mandando a la segunda aparición de la diosa a volar por los aires de una patada. Para rematar, trazó un arco con su lanza, abriendo un profundo corte en el pecho de la primera Hécate antes de que esta cayese al suelo, dejándola noqueada, con los ojos en blanco y desangrándose.
—¡Vaya, qué sorpresa!—se burló la segunda versión de la diosa—. ¿Aún puedes moverte así en tu condición? Muy impresionante, gigante.
El hijo de Gaia frunció el ceño, sudando a chorros. Le costaba respirar, cada movimiento representaba una insufrible agonía, pero debía seguir luchando, todo fuese por el despertar de su madre.
—Esto es parte de tu magia, ¿correcto? Un duplicado tuyo, creado con la Niebla...
La diosa sonrió de oreja a oreja.
—¡Bien pensado!—felicitó—. Mi magia puede alterar la realidad, crea a partir de lo que ya existe y le da nueva forma. Todo este tiempo has luchado contra ese duplicado mío, a quien le arrancaste el brazo, quien te ha quemado hasta los huesos, contra quien peleaste a muerte era sólo un banco de Niebla. ¡No era yo! ¡¡Estoy completamente ilesa!!
Ares abrió los ojos como platos.
—¡E... espera un segundo! ¿Estás diciendo que todo este tiempo ha estado usando una doble de cuerpo?
—¡¡QU-QU-QU-QUÉ VUELCO!! ¡¡VAYA VUELTA DE SITUACIÓN!! ¡HÉCATE ESTÁ ILESA, MIENTRAS QUE ENCÉLADO ESTÁ GRAVEMENTE HERIDO! ¡LA BRECHA ES MUY GRANDE!
El gigante se aferró a su ardiente lanza y exhaló una bocanada de humo.
—Engáñame una vez y la culpa es tuya... engáñame dos veces y la culpa es mía... ¡Engáñame tres veces y te arrancaré la cabeza!
"¿Cómo puede ser que yo, nacido para destruir a la mismísima diosa de la sabiduría, haya caído tan bajo? ¡¿Cómo?!"
—¡Muere! ¡Muerte a los dioses! ¡¡Muerte al Olimpo!!
Encélado, encendido en ira, se abalanzó sobre su oponente a toda velocidad. Hécate apuntó sus antorchas gemelas y sonrió entretenida.
—¡¡Muy bien!!
Ambos oponentes chocaron en el campo de batalla, liberando una explosión de fuego de magnitudes bíblicas en todas direcciones. Las llamas se tragaron el campo de batalla, rugiendo como un poderoso incendio. El fin del primer combate estaba cerca, y sólo uno de los dos combatientes saldría de entre el infierno que se había desatado en la acrópolis de Atenas.
—¡ENCÉLADO VA NUEVAMENTE A LA OFENSIVA! ¡Y ESTA VEZ CONTRA LA VERDADERA HÉCATE!
Peribea hizo una mueca.
"El brazo izquierdo de Encélado está completamente destruido, además de eso, tiene muchas heridas por todo el cuerpo. ¡No pasar mucho antes de que quede fuera de la pelea!"
—¿Por qué vas a la ofensiva...?
Lanza y antorchas chocaron en el centro de la arena. Hécate balanceó su cuerpo y asestó una poderosa patada que le arrancó el arma de las manos al gigante. Mientras la lanza del gigante giraba por el cielo a toda velocidad, la diosa de la magia dio un salto y apuntó a matar directamente contra el cráneo de su oponente.
Encélado sonrió satisfecho.
Exhalando una última llamarada, el gigante envolvió la cabeza de su enemiga con un pilar de fuego. Hécate retrocedió mientras lanzaba un ensordecedor grito de dolor. La piel se le caía y los ojos le habían estallado a causa del extremo calor.
Finalmente, Encélado atrapó su lanza, que seguía en el aire hasta ese momento, y con un certero golpe atravesó el corazón de la dama de la noche.
Se hizo el silencio.
—¿Últimas palabras, diosa?—cuestionó el monstruo, retorciendo su arma entre la carne de su derrotada rival.
Hécate se quedó inmóvil, con la mirada perdida, sangrando por el pecho y la boca. Temblaba sin poder controlarse. Luchaba, con suma dificultad, por pronunciar un susurro final.
—G-gr... gra...
Encélado se rió a carcajadas.
—¿Qué dices?
—Gracias...
La sonrisa del monstruo se desvaneció. Un escalofrío recorrió su columna.
—¿Qué...?
—Gracias por creerme.
El cuerpo de la diosa se desvaneció como una suave brisa, y una ardiente antorcha atravezó de extremo a extremo el cuerpo del gigante, haciendo estallar sus costillas, consumiendo sus músculos y colapsando sus órganos.
Encélado se desplomó, sin fuerzas, temeroso. Podía sentir la vida escapándosele de las manos. Podía sentir el mundo desapareciendo a su alrededor.
—Me... engañaste... ¿de nuevo?
Hécate dejó caer su antorcha. Cubierta de sangre, exhausta y falta de un brazo.
—Claro que lo hice...—jadeó—. Yo soy la de verdad.
—Siempre... siempre estuve luchando contra ti... Y tu doble, ese sólo apareció al final... cuando ya te había derrotado... de ese modo me hiciste cambiar de objetivo... fallé...
La diosa rió débilmente.
—Por supuesto que fallaste... ¿qué más se puede esperar de un gigante?
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