TERCERA PERSONA XI
De no haber sido por el caballo, Piper habría muerto.
Jason cargó a travez de la carretera convertido en nada más que una mancha borrosa que se cernió sobre Percy con el puño izquierdo en alto.
¡¡¡AKŌSOKU JABU: NEAR LIGHTSPEED JAB!!!
0.01 SEGUNDOS
El golpe sacudió el viento violentamente, no obstante, Percy había evadido el ataque con un ligero quiebro hacia la izquierda.
Sin perder el tiempo, el hijo de Poseidón se alzó sobre su oponente, apuntando su tridente con la mirada oscurecida.
Su lanza bajó en dirección al cráneo de Jason, sin embargo, el hijo de Zeus aún no había terminado. Ladeó su cuerpo a toda velocidad y alzó su pierna derecha en una poderosa patada.
¡¡¡KAMI NO ONO: HACHA DIVINA!!!
Percy detuvo su ataque en seco, retrocedió levemente y arqueó su espalda mientras flexionaba las piernas. El ataque de Jason le pasó milímetros por encima, sacudiendo su cabello.
Ambos volvieron a ponerse en guardia al instante. El primer intercambió duró sólo un segundo, pero Piper no daba crédito a la velocidad con la que luchaban los chicos.
—¡Basta!—chilló.
Por un momento, Jason prestó atención a su voz. Sus ojos se volvieron hacia ella, lo que Percy aprovechó para atacar lanzando una estocada a su oponente. Los horcones de su lanza perforaron la piel de Jason e hicieron brotar sangre a chorros.
Por suerte, el enorme cuerpo de Jason era resistente, por lo que en lugar de ser partido por la mitad, la fuerza del impacto se limitó a hacerlo retroceder algunos pasos mientras se agarraba las heridas con fuerza.
—¡Perseus!—gritó Piper—. Jason es tu amigo. ¡Suelta el arma!
El brazo con el que Percy sujetaba el tridente descendió. Piper podría haberlo controlado, pero desgraciadamente Jason se recompuso y volvió a atacar lanzando un grito de guerra.
¡¡¡METEOR JAB: GRUPO DE METEORITOS CREPUSCULARES!!!
Puñetazos llovieron sobre Percy, quien respondió plantándose firme en su sitio y liberando un torrente de ataques salvaje como un maremoto.
¡¡¡ANFITRITA: OLAS IRACUNDAS!!!
El puño metálico de Jason chocó contra el tridente de Percy una y otra vez, oro contra bronce. Saltaron chispas. Los combatientes se volvieron borrosos y la calzada tembló.
Jason era más rápido y fuerte, pero poseía mucho menor rango y agilidad que Percy, lo que mantuvo el combate parejo.
Piper se devanó los sesos en busca de algo que le fuese de ayuda para hacer reaccionar a sus compañeros.
—¡Perseus!—gritó—. ¡Eres el rey de los semidioses! ¡Esto es indigno de ti!
La velocidad de Percy disminuyó ligeramente. Piper se tardó demasiado en darse cuenta de su error.
—¡No!
Jason balanceó todo su peso en un brutal puñetazo que impactó directamente en el rostro de su oponente.
0.00000001 SEGUNDOS
El cuerpo de Percy salió despedido de espaldas varios metros y terminó abriendo un cráter en la tierra del campo. Jason arremetió contra él nuevamente, a pesar de que Percy se había dejado de mover tras el golpe.
Por un terrible instante Piper se quedó sin habla. Parecía que Gaia le estuviera susurrando:
"Tienes que escoger a uno. ¿Por qué no dejas que Jason lo mate?".
—¡No!—gritó—. ¡Detente, Jason!
El chico se quedó paralizado, con su enorme pie a centímetros sobre de la cara de Percy, como si hubiese estado apunto de aplastarle el cráneo.
Jason se volvió hacia ella. La luz dorada de sus ojos parpadeaba de forma vacilante.
—No puedo detenerme. Uno debe morir.
Había algo en su voz... No era Gaia. No era Jason. Quienquiera que fuese hablaba titubeando, como si no estuviera hablando en su lengua natal.
—¿Quién eres?—preguntó Piper.
La boca de Jason se torció en una espantosa sonrisa.
—Somos los eidolon. Volveremos a vivir.
—¿Eidolon?—los pensamientos se agolpaban en la mente de Piper. Había estudiado toda clase de monstruos en el Campamento Mestizo, pero no conocía esa palabra—. ¿Eres... eres un fantasma?
—Él debe morir.
Jason centró de nuevo su atención en Percy, pero este se había recuperado más rápido de lo que cualquiera podría creer. Lanzó una estocada incluso estando en el suelo y Jason retrocedió cuando en su cuello se abrieron tres profundos agujeros sangrantes.
El chico se balanceó con torpeza, sin poder respirar correctamente y perdiendo mucha sangre.
Percy se reincorporó de golpe y lanzó una serie de estocadas, los brazos, piernas y tronco de Jason se llenaron de cortes antes de que con un barrido de su tridente a los pies, Percy lo derribase de espaldas.
La cabeza de Jason chocó contra el asfalto y emitió un sonido espantoso. Con un chasquido y una explosión de vapor, su cuerpo regreso a su tamaño natural.
—¡Basta!—volvió a gritar Piper, pero su voz carecía de poder de persuasión.
Estaba gritando de pura desesperación.
Percy levantó a Contracorriente sobre el pecho de Jason.
A Piper le subió el pánico por la garganta. Quería atacar a Percy con sus cuchillos, pero sabía que sería inútil. Lo que lo controlaba disponía de la destreza de Percy. Era imposible que pudiera vencerlo en combate.
Piper se obligó a concentrarse. Infundió a su voz toda la ira que sentía.
—Detente, eidolon.
Percy se quedó paralizado.
—Mírame—ordenó Piper.
El hijo del dios del mar se volvió. Sus ojos eran dorados en lugar de azules, y su rostro, pálido y cruel... en realidad, no distaba mucho del Percy normal.
—No has escogido—dijo—. Así que este morirá.
—Eres un espíritu del Valhalla—supuso Piper—. Has poseído a Perseus Jackson, ¿verdad?
Percy se rió burlonamente.
—Viviré de nuevo en este cuerpo. La Madre Tierra lo ha prometido. Iré adonde me plazca y controlaré a quien desee.
Una oleada de frío invadió a Piper.
—Leo... eso es lo que le pasó a Leo. Estaba siendo controlado por un eidolon.
El ser que había adoptado la forma de Percy se rió fríamente.
—Demasiado tarde lo descubres. No puedes confiar en nadie.
Jason seguía sin moverse, un charco de sangre se formaba a su alrededor. Piper no disponía de ayuda ni de forma de protegerlo.
Detrás de Percy algo emitió un susurro en el trigo. Piper vio la punta de un ala negra, y Percy empezó a volverse hacia el sonido.
—¡No le hagas caso!—gritó la chica—. Mírame.
Percy obedeció.
—No puedes detenerme. Mataré a Jason Grace.
Detrás de él, Blackjack surgió del campo de trigo, moviéndose con sorprendente sigilo para un animal tan grande.
—No lo matarás—ordenó Piper. Pero no estaba mirando a Percy. Clavó los ojos en los del pegaso, concentrando todo su poder en sus palabras y esperando que Blackjack lo entendiera—. Lo dejarás sin sentido.
La embrujahabla de Piper embargó a Percy. Cambió el peso a la otra pierna con aire indeciso.
—¿Yo... lo dejaré sin sentido?
—Oh, lo siento—Piper sonrió—. No hablaba contigo.
Blackjack se empinó sobre las patas traseras y bajó el casco delantero sobre la nuca de Percy.
Percy se desplomó en la calzada al lado de Jason.
—¡Oh, dioses!—Piper corrió hacia los chicos—. Blackjack, no lo has matado, ¿verdad?
El pegaso resopló. Piper no hablaba caballo, pero el mensaje del animal era claro: "Venga ya. Conozco mi fuerza".
No se veía a Tempestad por ninguna parte. Al parecer, el corcel del rayo había regresado al lugar donde vivían los espíritus de la tormenta los días despejados.
Piper comprobó el estado de Jason. Se desangraba, y rápido, además dos golpes en la cabeza en dos días no podían ser buenos para él. A continuación examinó la cabeza de Percy, podía sentir las fracturas en su cráneo causadas por el golpe de Jason, su cabello estaba empapado de sangre. Ambos estaban vivos, pero sus colores se desvanecían rápidamente.
—Tenemos que llevarlos al barco—le dijo a Blackjack—. ¡Rápido!
El pegaso asintió meneando la cabeza. Se arrodilló en el suelo de forma que Piper pudiera echar a Percy y a Jason sobre su lomo. Después de hacer un gran esfuerzo (los chicos inconscientes pesaban mucho), los sujetó razonablemente bien, se montó en la grupa de Blackjack y partieron hacia el barco.
Los demás se quedaron un tanto sorprendidos cuando Piper regresó a lomos de un pegaso con dos semidioses al borde de la muerte. Mientras Frank y Hazel se ocupaban de Blackjack, Annabeth y Leo ayudaron a llevar a Piper y a los chicos a la enfermería.
—A este paso, vamos a quedarnos sin Néctar —gruñó el entrenador Hedge mientras les curaba las heridas—. ¿Cómo es que nunca me invitáis a esas excursiones violentas?
Piper estaba sentada al lado de Jason. Se sentía mejor después de beber un trago de Néctar y agua, pero todavía estaba preocupada por los chicos.
—Leo, ¿estamos listos para zarpar?—preguntó Piper.
—Sí, pero...
—Pon rumbo a Atlanta. Te lo explicaré luego.
—Pero... Está bien.
El chico se marchó a toda prisa.
Annabeth tampoco llevó la contraria a Piper. Estaba demasiado ocupada examinando el daño que Percy tenía en la cabeza.
—¿Qué le ha golpeado?—preguntó.
—Jason—respondió Piper—. Y... también Blackjack.
—¿Qué?
Piper trató de explicárselo mientras el entrenador Hedge aplicaba pasta curativa a los chicos y les vendaba las heridas. A ella nunca le habían impresionado las dotes de Hedge como enfermero, pero el sátiro debía de haber hecho algo bien. O eso o los espíritus que poseían a los chicos también los habían hecho extraordinariamente resistentes. Los dos gimieron y abrieron los ojos.
A los pocos minutos, Jason y Percy estaban incorporados en sus camas y podían hablar formando frases completas. Los dos tenían recuerdos vagos de lo ocurrido. Cuando Piper les describió el duelo que habían protagonizado en la carretera, Jason hizo una mueca.
—Me han dejado inconsciente dos veces en dos días—murmuró—. Menudo semidiós—lanzó una mirada a Percy con aire avergonzado—. Lo siento, Percy. No quería atacarte.
La camiseta de Percy estaba echa jirones. Tenía el cabello más despeinado de lo normal. A pesar de ello, consiguió soltar un tembloroso bufido despectivo.
—No es la primera vez. Tu hermana mayor una vez me molió a golpes en el campamento.
—Sí, pero... yo podría haberte matado.
—O yo podría haberte matado a ti—dijo Percy.
Jason se encogió de hombros.
—Tal vez, si en Kansas hubiera habido mar.
—No necesito mar...
—Chicos—los interrumpió Annabeth—, seguro que se os hubiera dado de maravilla mataros, pero ahora tenéis que descansar.
—Comamos primero—dijo Percy—. Por favor. Y tenemos que hablar. Baco ha dicho algunas cosas que no...
—¿Baco?—Annabeth levantó la mano—. De acuerdo. Tenemos que hablar. En el comedor. Dentro de diez minutos. Decídselo a los demás. Y, por favor, Percy... cámbiate de ropa. Es molesto que cada conjunto nuevo que te conseguimos acabe cubierto de sangre.
Leo cedió otra vez el timón al entrenador Hedge, después de hacer prometer al sátiro que no los llevaría a la base militar más próxima "por diversión".
Se reunieron alrededor de la mesa del comedor, y Piper explicó lo que había ocurrido a la altura del indicador que rezaba TOPEKA 51: su conversación con Baco, la trampa que Gaia les había tendido y los eidolon que habían poseído a los chicos.
—¡Claro!—Hazel dio un manotazo en la mesa, y Frank se sobresaltó tanto que se le cayó el burrito que sostenía—. Eso mismo es lo que le pasó a Leo.
—¡QED! No fue culpa mía—Leo exhaló—. No provoqué la Tercera Guerra Mundial. Simplemente me poseyó un espíritu malvado. ¡Es un consuelo!
—Pero los romanos no saben eso—dijo Annabeth—. ¿Y por qué iban a creernos?
—Podríamos ponernos en contacto con Reyna—propuso Jason—. Ella nos creería.
Al oír la forma en que Jason pronunció su nombre, como si fuera una cuerda de salvamento que lo uniera al pasado, a Piper se le encogió el corazón.
Jason se volvió hacia ella con un brillo esperanzado en los ojos.
—Tú podrías convencerla, Pipes. Sé que podrías.
Piper se sintió como si toda la sangre del cuerpo le estuviera bajando a los pies. Annabeth la miró compasiva, como diciendo: "Los chicos no se enteran de nada". Incluso Hazel hizo una mueca.
—Podría intentarlo—dijo sin demasiada convicción—. Pero por el que tenemos que preocuparnos es por Octavio. En la hoja de la daga lo vi haciéndose con el control del pueblo romano. No estoy segura de que Reyna pueda detenerlo.
La expresión de Jason se ensombreció. Piper no disfrutó en lo más mínimo echándole un jarro de agua fría, pero los otros romanos—Hazel y Frank—asintieron con la cabeza.
—Ella tiene razón—dijo Frank—. Esta tarde, cuando estábamos explorando, hemos vuelto a ver águilas. Estaban muy lejos, pero se acercaban rápido. Octavio está en pie de guerra.
Hazel hizo una mueca.
—Es la oportunidad que Octavio ha deseado siempre. Intentará hacerse con el poder. Si Reyna se opone, él dirá que es blanda con los griegos. Respecto a las águilas... Es como si pudieran olernos.
—Y así es—dijo Jason—. Las águilas romanas pueden buscar a los semidioses por su olor mágico mejor aún que los monstruos. Este barco puede ocultarnos un poco, pero no del todo... al menos, no de ellas.
Leo acarició la cabeza de su paloma mientras conectaba un cable a la parte posterior de su cuello, buscando hacerse con el registro en video del patrullaje de Esperanza.
—Genial—murmuró—. Debería haber instalado una cortina de humo que hiciera que el barco oliese a una delicia de pollo gigante. Recordadme que la invente la próxima vez.
Hazel frunció el entrecejo.
—¿Qué es una delicia de pollo?
—Amiga...—Leo movió la cabeza con gesto de asombro—. Es verdad. Te has perdido los últimos setenta años. Pues una delicia de pollo, mi joven padawan...
—Da igual—lo interrumpió Annabeth—. Lo importante es que nos va a costar explicarles la verdad a los romanos. Aunque nos creyeran...
—Tienes razón—Jason se inclinó hacia delante—. Deberíamos seguir avanzando. Cuando lleguemos al Atlántico, estaremos a salvo... Al menos de la legión.
Parecía tan abatido que Piper no sabía si sentir lástima o estar resentida con él.
—¿Cómo puedes estar seguro?—preguntó—. ¿Por qué no iban a seguirnos?
Él negó con la cabeza.
—Ya oíste lo que Reyna dijo de las tierras antiguas. Son demasiado peligrosas. A los semidioses romanos les han prohibido ir durante generaciones. Ni siquiera Octavio podría sortear esa norma.
Frank tragó un bocado de burrito como si se hubiera vuelto de cartón en su boca.
—Entonces, si vamos allí...
—Seremos fugitivos además de traidores—confirmó Jason—. Cualquier semidiós romano tendría derecho a matarnos nada más vernos. Pero yo no me preocuparía por eso. Si cruzamos el Atlántico, renunciarán a perseguirnos. Darán por supuesto que moriremos en el Mediterráneo: el Mare Nostrum.
Percy soltó un bufido.
—Si no podemos contar con el pececillo, ¿qué carta nos queda?
Los otros semidioses se quedaron mirando sus platos.
—Entonces habrá que planificar—suspiró Percy—. El señor B habló de los gemelos de la profecía de Ella. Dos gigantes. Efialtes y Oto.
—Dos gigantes gemelos, como los que Piper vio en su daga...—Annabeth deslizó el dedo por el borde de su taza—. Recuerdo una historia sobre unos gigantes gemelos. Intentaron llegar al monte Olimpo apilando montañas.
Frank estuvo a punto de atragantarse.
—Estupendo. Unos gigantes que pueden usar montañas como bloques de construcción. ¿Y dices que Gaia los resucitó para que se cargaran a Baco?
—Eso mismo, chico—dijo Percy—. Tampoco creo que podamos contar con su ayuda. Exigió un tributo, y aunque respeto eso, dejó muy claro que sería un precio que no podríamos pagar.
Se hizo el silencio alrededor de la mesa. Solamente se oía al entrenador Hedge en la cubierta cantando una canción de marineros, pero como no sabía la letra, se limitaba a tararearla.
Piper no podía evitar la sensación de que Baco tenía que ayudarles. Los gemelos gigantes estaban en Roma. Estaban guardando algo que los semidioses necesitaban: algo metido en aquella vasija de bronce. Fuera lo que fuese, tenía la sensación de que contenía la respuesta para cerrar las Puertas de la Muerte: "la llave de la muerte interminable". También estaba segura de que no podrían vencer a los gigantes sin la ayuda de Baco. Y si no lo conseguían en un período de cinco días, Roma sería destruida, y el hermano de Hazel, Nico, moriría.
Por otra parte, si la visión en la que Baco le ofrecía una copa de plata era falsa, tal vez las otras visiones tampoco tuvieran por qué hacerse realidad; sobre todo la que auguraba el ahogamiento de ella, Percy y Jason. Tal vez simplemente fuera simbólica.
"La sangre de una semidiosa"—había dicho Gaia— "y la sangre de un semidiós. Piper, querida, elige qué héroe morirá contigo".
—Quiere a dos de nosotros—murmuró Piper.
Piper detestaba ser el centro de atención. Podía parecer extraño, viniendo de una hija de Afrodita, pero había presenciado cómo su padre, la estrella cinematográfica, lidiaba con la fama durante años. Se acordaba del momento en que Afrodita la había reconocido en la hoguera, delante del campamento entero, sometiéndola a un cambio radical que la había convertido en una reina de la belleza. Había sido el momento más incómodo de su vida. Incluso allí, en presencia de sólo otros seis semidioses, Piper se sentía expuesta.
"Son amigos míos"—se dijo—. "No pasa nada".
Pero tenía una sensación extraña, como si más de seis pares de ojos estuvieran observándola.
—Hoy, en la carretera, Gaia me dijo que necesitaba la sangre de dos semidioses: una chica y un chico. Me... me pidió que eligiera qué chico moriría.
Jason le apretó la mano.
—Pero ninguno de nosotros ha muerto. Nos has salvado.
—Lo sé. Es sólo que... ¿Por qué iba a querer ella algo así?
Leo silbó bajito.
—Chicos, ¿os acordáis de la Casa del Lobo? ¿Y de nuestra princesa del hielo favorita, Quíone? Ella habló de derramar la sangre de Jason y dijo que mancharía el lugar durante generaciones. Tal vez la sangre de semidiós tenga algún poder.
—Ah... ya veo.
Percy dejó caer su trozo de pizza y se quedó mirando al vacío.
—¿Percy?
Annabeth le agarró el brazo.
—Eso es un problema—murmuró—. No me agrada—miró a Frank y Hazel—. ¿Os acordáis de Polibotes?
—El gigante que invadió el Campamento Júpiter—dijo Hazel—. El enemigo de Poseidón al que le diste un porrazo en la cabeza con una estatua de Término. Sí, creo que me acuerdo.
—Tuve un sueño cuando volábamos a Alaska—dijo Percy—. Polibotes les decía a las gorgonas que quería que me hicieran prisionero pero que no me mataran. Decía: "Lo quiero encandenado a mis pies para poder matarlo en el momento oportuno. Su sangre regará las piedras del monte Olimpo y despertará a la Madre Tierra".
Piper se preguntó si el termostato de la habitación se había estropeado porque de repente no podía parar de temblar. Era la misma sensación que había experimentado en la carretera a las afueras de Topeka.
—¿Crees que los gigantes usarían nuestra sangre... la sangre de dos de nosotros...?
—No lo sé—Percy rodó los ojos—. Pero hasta que lo averigüemos, no podemos permitirnos caer prisioneros.
Jason gruñó.
—En eso estoy de acuerdo.
—Pero ¿cómo lo averiguamos?—preguntó Hazel—. La Marca de Atenea, los gemelos, la profecía de Ella... ¿Cómo encaja todo?
Annabeth pegó las manos al borde de la mesa.
—Piper, ¿le has dicho a Leo que ponga rumbo a Atlanta?
—Sí—respondió Piper—. Baco nos dijo que debíamos buscar a... ¿Cómo se llamaba?
—Forcis—suspiró irritado Percy.
Annabeth se le quedó mirando.
—¿Lo conoces?
Percy se encogió de hombros.
—Es un antiguo dios marino de antes de la época de mi padre. No he coincidido con él, pero supuestamente es hijo de Gaia. Sigo sin entender qué hará un dios del mar en Atlanta.
Leo resopló.
—¿Qué hace un dios del vino en Kansas? Los dioses son raros. En fin, deberíamos llegar a Atlanta mañana al mediodía, a menos que pase algo más.
—Ni se te ocurra mencionarlo—murmuró Annabeth—. Se está haciendo tarde. Deberíamos irnos todos a dormir.
—Espera—dijo Piper.
Una vez más, todos la miraron.
Se estaba acobardando rápidamente, preguntándose si su instinto se habría equivocado, pero se obligó a hablar.
—Queda una última cosa—dijo—. Los eidolon, los espíritus que poseyeron a Percy y a Jason. Siguen aquí, en esta habitación.
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