TERCERA PERSONA L
Shiva, el dios de la destrucción, se volvió divertido hacia el palco del emperador.
—No mentías cuando dijiste que tenías una gran fiesta—cantó alegre—. Parece que el viaje valió la pena...
Baco hizo una reverencia.
—¿Cuándo te he decepcionado, viejo amigo?—dijo—. Cuando acabemos con esto, hay que ponernos al corriente en mi restaurante. La casa invita.
Shiva movió los cuatro brazos en círculos para calentar los músculos.
—¿No está tu panteón en una guerra o algo así?
—Eh, nimiedades, nada que no se pueda ignorar con una buena copa de vino.
Shiva soltó una carcajada.
—Entonces por mi está bien...
El dios se volvió hacia el grupo de semidioses.
—Tú, niña, distrae al grandote pelo-morado mientras yo golpeo al grandote pelo-verde, ¿de acuerdo? ¡De acuerdo!
Piper no alcanzó a protestar para cuando el extravagante dios hindú ya se había abalanzado sobre Oto.
Efialtes se volvió contra ella.
—Perdona por la interrupción. Ahora es cuando te toca morir.
Piper no tenía idea de que se proponía a hacer el tal Shiva, pero decidió que si el dios quería agarrarse a puñetazos con uno de los gigantes, no se lo impediría.
Encaró a Efialtes, decidida a ganar tiempo para que ya fuesen Percy, Jason o el propio Shiva pudiesen asistirla.
Extendió los brazos hacia los lados y sonrió a su oponente.
—"¡Se sanguinario, osado y sin temor, ríete de cualquiera y su poder: ningún hombre nacido de mujer de Macbeth podrá ser el vencedor!"—recitó—. Macbeth, acto cuatro, escena uno.
—Muy bien, niña... hagámoslo—sonrió Efialres, avanzando hacia ella.
Piper respondió de la misma forma, haciéndose con un largo pedazo de madera roto a forma de espada y lo que podría ser una puerta partida en dos como escudo, todo desprendido de la utilería destruida esparcida por el coliseo.
A pesar de encontrarse frente a un enemigo que duplicaba su tamaño, Piper no dudó y se lanzó de frente contra él.
Efialtes desvió sin problemas el primer golpe de Piper y buscó conectar un puñetazo. Ella alzó su escudo, pero este fue reducido a astillas de inmediato.
La joven se ladeó para evitar el impactó y balanceó su brazo derecho en un arco descendente con el madero, pero Efialtes no tuvo problemas en recibir el golpe como si no fuese nada. El arma improvisada se partió a la mitad.
El hombro herido aún le dolía, y aunque ignoraba el dolor, estaba definitivamente agotada.
El gigante lanzó otro puñetazo, Piper lo esquivó con un salto hacia el costado y arrojó una andanada de cuchillos directos al rostro de su oponente.
Nuevamente, nada dio resultado.
Un nuevo puñetazo se estrelló en su estómago, haciéndola doblarse y vomitar sangre mientras salía despedida, sólo para quedar inmóvil a varios metros de su enemigo. Esta vez no se levantó.
En el lado opuesto del coliseo, Shiva se había plantado ante Oto con una sonrisa de oreja a oreja, aplaudía con dos de sus brazos mientras hacía gesto de ánimo con los otros dos.
—Muy bien, grandulón. Escuché que te gusta bailar, así que, por favor... ¡Bailemos hasta morir!
El dios extendió sus dos brazos inferiores. Luego, gritó mientras se golpeaba el pecho con sus dos brazos superiores a la vez!
—¡¡HAAAAH!!
Con un bramido, Shiva comenzó a moverse con un ritmo inusual.
EL MOVIMIENTO DE SUS PIES IBA AL RITMO DEL COSMOS, UNA DANZA QUE SÓLO ÉL PODÍA EJECUTAR.
COMO TAL, ¡ERA UN IMPREDECIBLE E INCREÍBLEMENTE MORTAL BAILE DE GUERRA!
¡¡¡TA KI TA TATIN GI NA TOMU: TESORO SAGRADO DEL SVARGA!!!
Percy se reincorporó tembloroso y viendo doble.
—¿Por qué hay un hombre morado danzarín?—preguntó confundido—. ¿Qué tan fuerte me golpeé?
Jason apretó los dientes para lidiar con el dolor.
—En realidad... casi creo que no estás alucinando—murmuró.
—¿Cómo estás tan seguro?
—Porque yo también lo veo...
Oto hizo una mueca mientras veía los veloces movimientos del dios.
Shiva le sonrió en respuesta. Las sombras cubrían su rostro y pecho, dejando ver solamente una sonrisa y ojos brillantes de aspecto aterrador.
Baco comenzó a aplaudir, dio palmadas, pisó con fuerza y cantó a todo pulmón mientras un coro de voces invisibles le acompañaba con la fuerza de mil altavoces.
TA
KI
TA
TA
TIN
GI
NA
THOM
TA
TIN
GI
NA
THOM
Los pies del dios se deslizaron suavemente sobre el suelo mientras el deva giraba y movía los brazos, siempre con una gran sonrisa.
Luego, impulsándose sólo con su pie derecho, Shiva salió disparado en una carga frontal sin dejar de moverse erráticamente ni por un segundo.
Oto gruñó y trató ge golpearlo, Shiva lo esquivó fácilmente y lo golpeo a tal velocidad que el gigante sintió que era impactado desde múltiples ángulos distintos al mismo tiempo.
El monstruo gruñó de dolor y retrocedió torpemente mientras Shiva volvía a tomar distancia con un salto.
—¡¡Maldito entrometido!!
¡¡KAMAITACHI: SOUJIN!!
¡¡¡ESPADA DE DANZA DIVINA: FILOS GEMELOS!!!
Dos hojas de vació volaron cruzadas contra el dios, pero este las evadió con un simple movimiento.
Oto se lanzó entonces con una poderosa patada descendente, pero el resultado fue el mismo. Shiva giró sobre sí mismo, esquivó el embate, y conectó su propia patada en la espalda de su adversario.
El dios sonrió, y mientras Oto se balanceaba aturdido, volvió golpearlo a diestras y siniestras con puñetazos, codazos y patadas a toda velocidad.
¡¡TA
TIN
GI
NA
THOM!!
Oto abrió mucho la boca, con la mirada perdida en el cielo mientras sentía un dolor inimaginable a causa de los despiadados ataques.
"Esta es la primera vez que ni mis Harite, ni mis patadas, ni nada de lo que haga funciona"—pensó—. "Shiva es... simplemente demasiado para mí... Pero, si Efialtes me ayudase..."
—He-hermano...—balbuceó, pidiendo auxilió.
Fue silenciado por el rugido de la multitud y los gritos de guerra del propio Shiva.
—¡¡ORA, ORA, ORA, ORA, ORA, ORA!! ¡¡Vamos por todo!!
Miró fugazmente a Baco en el palco.
—¡¡No pierdas el ritmo!!—ordenó—. ¡¿Lo has entendido?!
El dios del vino respondió con una carcajada y subiendo el volumen de su cántico.
¡¡TA
KA
VI
MI
TA
KA
TA!!
TA
KI
TA
TA
TIN
GI
NA
THOM
Shiva se lanzó nuevamente sobre su oponente, Oto no supo como responder cuando se vio rodeado por múltiples reflejos de velocidad.
Lo siguiente que supo era que estaba siendo ahogado por una nueva infinidad de ataques.
¡¡TA
KA
DI
MI
TA
KI
TA!!
Shiva asestó un cabezazo, luego una patada lateral y después un poderoso derechazo.
Oto se balanceó torpemente, con los ojos perdidos, pero fue incapaz de caer al suelo, el baile de Shiva lo mantenía en pie a base de golpes.
"Así que este será el lugar de mi muerte..."—pensó el gigante—. "Con el control del mundo en juego, ante los ojos de tanto público; siendo molido a golpes por el dios de la destrucción, será como yo muera"
Una sonrisa se extendió en su rostro.
"Esto es demasiado bueno"—rió—. "A un bruto como yo le da igual. Mátame, sin importar como, mientras sea bailando"
La intensidad de los puñetazos sobre su cuerpo se multiplicó. Más golpes, más velocidad y más fuerza. Fue golpeado de pies a cabeza y antes de darse cuenta, su carne comenzó a llenarse de quemaduras.
Shiva estaba en llamas. Su intenso baile había causado que su cuerpo se sobrecalentase y entrase en combustión.
Ese es uno de los secretos del Destructor del Savarga.
¡¡¡TĀNDAVA: DANZA DE REENCARNACIÓN!!!
Oto ya no podía pensar, sólo era consciente de la radiante sonrisa de su enemigo y de los millones de puñetazos que caían sobre su cuerpo cada microsegundo.
"¿Cuánto tiempo va a seguir con esto?"—preguntó, a nadie en particular—. "Yo realmente.... ¿Quería compararme con estos dioses?"
Shiva levantó en alto su pierna derecha, apoyándose en el cuerpo del gigante para elevarse por los aires.
—¡¡Parece que mi baile es el superior!!—el deva alzó su pierna izquierda completamente extendida—. ¡¡¡Acabemos con esto!!!
Bajó su pie en llamas a toda velocidad, trazando un arco de fuego desde la cabeza hasta la cintura de oto.
¡¡¡KRTTIVĀSĪ: DANZA LLAMEANTE DE LA GARRA DEL TIGRE!!!
Un enorme pilar de sangre y fuego salió disparado como un géiser desde el cuerpo del monstruo hasta el cielo, y, tan rápido como vino, se fue.
Oto cayó al suelo, con el cuerpo echando humo y la piel carbonizada.
Shiva movió los pies alegremente y señaló a su rival mientras sonreía cubierto en llamas.
—¿Y bien? ¿Qué piensas? ¿Acaso mi baile te enardeció?
El público estalló en vítores.
El dios soltó una carcajada y miró al cielo, donde una enorme sombra se cernía sobre el coliseo.
—Justo a tiempo para el golpe de gracia...
Mientras Shiva y Oto danzaban, Piper había caído noqueada a los pies de Percy y Jason.
Ambos chicos se pusieron en pie como pudieron y miraron directamente a Efilates.
Percy trató de pensar. Habían sido derrotados con demasiada facilidad luchando por separado. Necesitaban otra estrategia.
Durante todo aquel viaje, Percy se había sentido responsable de guiar y proteger a sus amigos. Estaba seguro de que Jason se sentía igual. Habían trabajado en pequeños grupos con la esperanza de correr menos peligro. Habían luchado de forma individual; cada semidiós había hecho lo que mejor se le daba. Pero Hera los había convertido en miembros de un grupo de siete por un motivo. Las pocas veces que Percy y Jason habían colaborado—invocando la tormenta en el fuerte Sumter o llenando el ninfeo—, Percy se había sentido más seguro, más capaz de resolver problemas, como si durante toda su vida hubiera sido un cíclope y de repente se hubiera despertado con dos ojos.
—Atacaremos juntos—dijo—. Bronce y oro juntos; tal vez así tarde un poco más en regenerarse. Nos dará tiempo hasta que el danzarín morado venga al rescate.
Jason sonrió irónicamente, como si acabara de descubrir que moriría de una forma vergonzosa.
—¿Por qué no?—dijo—. Pero no estamos en condiciones de dar pelea. A mi me falta un brazo y tu no te ves nada bien. No lograremos nada amenos...
—Que haya mucho viento—propuso Percy—. Y debajo de la palestra hay tuberías de agua.
Jason lo entendió enseguida. Se rió, y Percy sintió que brotaba una chispa de amistad. Ese chico pensaba igual que él en muchos aspectos.
—¿A la de tres?—dijo Jason.
—¿Por qué esperar?
Salieron disparados al mismo tiempo. El gigante se preparó para cargar contra ellos, pero Percy hizo que una tubería de agua estallara a sus pies y sacudiera el suelo. Jason lanzó una ráfaga de viento contra el pecho de Efialtes. El gigante del pelo morado se cayó hacia atrás.
La multitud rugió en señal de aprobación, pero Percy sospechaba que Efialtes sólo estaba aturdido. Disponían de unos segundos en el mejor de los casos.
El monstruo se recompuso y atacó.
Los semidioses retrocedieron hacia el agua, Efialtes se precipitó hacia ellos antes de darse cuenta de que embestir contra una gran masa de agua para enfrentarse a un hijo de Poseidón tal vez no fuese buena idea.
Intentó detenerse demasiado tarde. Los semidioses rodaron a cada lado de él, y Jason invocó el viento y aprovechó el impulso del gigante para lanzarlo al agua. Mientras Efialtes luchaba por salir a la superficie, Percy y Jason atacaron como uno solo. Se abalanzaron sobre el gigante atravesaron su cráneo con su lanza y puño.
Pedazos de su cerebro volaron en todas direcciones. Percy revolvió el lago hasta transformarlo en un remolino. La carne de Efialtes trató de cobrar forma otra vez, pero cuando su cabeza asomó del agua, Jason invocó un rayo y lo convirtió en polvo.
De momento, todo iba bien, pero no podían contener eternamente al gigate. Percy estaba cansado tras tanto tiempo en la pelea. Le dolía cada parte del cuerpo por los golpes recibidos. Notaba que sus fuerzas estaban decayendo.
En ese preciso instante, el agua estalló con violencia. Efialtes se alzó rugiendo airadamente.
Percy y Jason aguardaron mientras el monstruo avanzaba pesadamente hacia ellos. Al parecer, ser licuado por un remolino no había hecho más que darle renovada energía. En sus ojos había un brillo asesino. El sol de la tarde relucía en su cabello trenzado con monedas. Hasta las serpientes de sus pies parecían enfadadas, enseñando los colmillos y siseando.
Jason invocó otro rayo, pero Efialtes esquivó la explosión, que terminó derritiendo una vaca de plástico de tamaño real. Apartó de un golpe una columna de piedra como si fuera un montón de bloques de construcción de juguete.
Jason y él hicieron frente al ataque del gigante. Se abalanzaron alrededor de Efialtes, lanzando golpes, tajos y estocadas en un remolino de oro y bronce, pero el gigante resistía cada uno de sus embates.
—¡No me rendiré!—rugió Efialtes—. ¡Habéis arruinado mi espectáculo, pero Gaia destruirá vuestro mundo!
Percy dio un salto y atravesó el cuello del gigante con su lanza. Efialtes ni se inmutó. El monstruo hizo un barrido con su mano abierta como si estuviese espantando una mosca y derribó a Percy. El chico cayó con fuerza sobre la mano con la que sostenía el tridente, y Contracorriente se le escapó con gran estruendo.
Jason trató de aprovechar la oportunidad. Se situó al alcance del gigante y le lanzó un puño al pecho, pero Efialtes consiguió parar el golpe y con su otra mano darle un martillazo en la cabeza. Jason se tambaleó, mirando el hilo de sangre que le caía entre los ojos. Efialtes le dio una patada y lo mandó hacia atrás.
Efialtes se elevaba por encima de Percy y Jason, alzando un pie sobre sus cabezas. Percy tenía entumecido el brazo con el que manejaba el tridente. Jason se quedó inmóvil en el suelo, viendo el mundo oscurecerse a su alrededor. Su plan había fracasado.
Percy miró a Baco, pensando en la maldición final que dedicaría al dios del vino, cuando vio una figura en el cielo sobre el Coliseo: un gran óvalo oscuro que descendía rápidamente.
Oto gritó mientras se consumía vivo en un infierno causado a base de puñetazos, tratando de avisar a su hermano, pero su rostro medio fundido sólo conseguía pronunciar:
—¡Ah-am-muuu!
—¡No te preocupes, hermano!—dijo Efialtes, con la mirada fija en los semidioses—. ¡Les haré sufrir!
El Argo II giró en el cielo, ofreciendo su costado de babor, y en sus ballestas brilló fuego verde.
—Oye—dijo Percy—. Mira detrás de ti.
Se apartó rodando por el suelo, arrastrando a Jason consigo mientras Efialtes se volvía y rugía con incredulidad.
Percy cayó en una trinchera cuando la explosión sacudió el Coliseo.
Cuando volvió a salir, el Argo II estaba aterrizando.
Efialtes yacía carbonizado y gemía en el suelo; el calor del fuego griego había quemado la arena de alrededor y había formado un halo de cristal. Oto se revolcaba también medio hecho cenizas, tratando de recuperar su forma, pero de los brazos para abajo parecía un charco de avena quemada.
Percy se acercó a Jason dando traspiés y le dio una palmada en el hombro. La multitud fantasmal los ovacionó mientras el Argo II desplegaba su tren de aterrizaje y se posaba en el suelo de la palestra. Leo se hallaba al timón, y Hazel y Frank sonreían a su lado. El entrenador Hedge bailaba por la plataforma de disparo, dando puñetazos al aire y gritando:
—¡Así se hace!
Percy se volvió hacia Shiva, quien sonreía alegre como si estuviese en un concurso de baile en lugar de en una batalla a muerte.
Aún así, se produjo un entendimiento entre ambos.
Percy arrojó su lanza con las últimas fuerzas que le quedaban, y sus tres horcones fueron a encajarse directamente en el cráneo ablandado y quemado de Oto.
El gigante se deshizo en cenizas.
Shiva recogió el tridente y lo hizo girar de un lado para otro a toda velocidad entre sus cuatro brazos.
—Como adoro estas cosas—rió—. Una lástima que no traje el mío. Toma, te lo devuelvo...
Arrojó el arma al cielo antes de darle una patada lateral. Sus filos atravesaron limpiamente a Efialtes, quien también se deshizo en polvo.
Los fantasmas prorrumpieron en vítores y lanzaron confeti espectral mientras Baco se paseaba por el estadio con los brazos levantados triunfalmente, como si el hubiese hecho algo, regocijándose por la veneración que le dedicaban. Sonrió a los semidioses.
—¡Eso es espectáculo, amigos míos! Y desde luego que he hecho algo. ¡He llamado a mi viejo compañero de fiesta!
Shiva chocó puños con él.
—Extrañaba tus reuniones, pequeño Baco, hacia mucho tiempo que mi sangre no hervía de esta forma.
Mientras los amigos de Percy desembarcaban de la nave, los fantasmas relucieron y desaparecieron. Nico bajó con dificultad del palco del emperador al tiempo que las reformas mágicas del Coliseo empezaban a convertirse en bruma. El suelo de la arena se mantuvo sólido, pero por lo demás el estadio no parecía haber albergado una buena masacre durante mucho tiempo.
—Bueno—dijo Baco—. Ha sido divertido. Tenéis mi permiso para continuar vuestro viaje.
—¿Su permiso?—gruñó Percy débilmente.
—Sí—Baco arqueó una ceja—. Aunque puede que tu viaje sea un poco más movido de lo que esperas, Peter Johnson.
—Jackson—lo corrigió Percy automáticamente—. ¿A qué se refiere con "mi" viaje?
Shiva y Baco se miraron entre ellos.
—¿No se lo vas a decir?—preguntó el dios hindú, casi parecía compadecerse.
Baco se lo pensó.
—Puedes probar en el aparcamiento de detrás del monumento a Víctor Manuel II—dijo finalmente—. Es el mejor sitio para abrirse paso. Bueno, adiós, amigos. Ah, y buena suerte con el otro asuntillo.
Ambos dioses se evaporaron en una nube de bruma que desprendía un ligero olor a jugo de uva. Jason corrió al encuentro de Piper, quien seguía inmóvil en el suelo.
El entrenador Hedge se acercó a Percy trotando, seguido de Hazel, Frank y Leo.
—¿Ese era Baco?—preguntó Hedge—. ¡Adoro a ese sujeto!
—Estáis vivos—observó Percy, mirando a los demás—. Los gigantes dijeron que estabais presos. ¿Qué ha pasado?
Leo se encogió de hombros.
—Otro plan brillante de Leo Valdez. Te sorprendería lo que se puede hacer con una esfera de Arquímedes, una chica que puede detectar cosas bajo tierra y una comadreja.
—Yo era la comadreja—dijo Frank con aire taciturno.
—Básicamente, activé un tornillo hidráulico con el artilugio de Arquímedes—explicó Leo—, que va a quedar espectacular cuando lo instale en el barco, por cierto. Hazel detectó el camino más fácil para salir a la superficie. Hicimos un túnel lo bastante grande para que pasara una comadreja, y Frank trepó con un sencillo transmisor que yo hice deprisa y corriendo. Después, sólo hubo que conectar con los canales por satélite favoritos del entrenador Hedge y decirle que viniera con el barco a rescatarnos. Una vez que nos tuvo a bordo, encontraros fue fácil, gracias al divino espectáculo de luces del Coliseo.
Percy entendió un diez por ciento de la historia de Leo, pero le pareció suficiente, ya que tenía una pregunta más acuciante.
—¿Dónde está Annabeth?
Leo hizo una mueca.
—Sí, respecto a eso... Sigue en problemas, creo. Herida, con la pierna rota, tal vez... al menos, según la visión que Gaia nos mostró. El siguiente paso es rescatarla.
Dos segundos antes, Percy había estado a punto de caerse redondo. Pero en ese momento un subidón de adrenalina recorría su cuerpo. Quería estrangular a Leo y preguntarle por qué el Argo II no había ido primero a rescatar a Annabeth, pero pensó que sonaría un poco desagradecido por su parte.
—Explícame en qué consistía la visión—dijo—. Cuéntamelo todo.
El suelo tembló. Las tablas de madera empezaron a desaparecer, y la arena comenzó a caer a los fosos del hipogeo que había debajo.
—Hablemos a bordo—propuso Hazel—. Será mejor que despeguemos mientras podamos.
Partieron del Coliseo y viraron hacia el sur por encima de los tejados de Roma.
Alrededor de la Piazza del Colosseo, el tráfico estaba paralizado. En el lugar se había congregado una multitud de mortales, que debían de estar preguntándose por las extrañas luces y sonidos procedentes de las ruinas. Por lo que Percy pudo apreciar, ninguno de los espectaculares planes de destrucción de los gigantes había tenido éxito. La ciudad lucía el mismo aspecto que antes. Nadie parecía reparar en el enorme trirreme griego que se elevaba en el cielo.
Los semidioses se reunieron alrededor del timón. Jason tenía el brazo izquierdo inmovilizado, pero con suerte y algo de medicina divina volvería a ser utilizable en algunos días. Piper estaba bastante peor, con varias costillas rotas y multitud de daños internos, no obstante, aparentemente no era la primera vez que la hija de Afrodita se hacía pedazos el cuerpo en combate. Hazel permanecía en popa, dando de beber Néctar a Nico. El hijo de Hades apenas podía levantar la cabeza. Su voz era tan débil que Hazel tenía que inclinarse cada vez que hablaba.
Frank y Leo relataron lo que había ocurrido con las esferas de Arquímedes y las visiones que Gaia les había mostrado en el espejo de bronce. Rápidamente decidieron que la mejor pista con la que contaban para encontrar a Annabeth era el críptico consejo que Baco les había dado: el monumento a Víctor Manuel II, fuera lo que fuese. Frank empezó a teclear en el ordenador del timón mientras Leo pulsaba furiosamente los botones de los mandos murmurando: "Monumento a Víctor Manuel II. Monumento a Víctor Manuel II". El entrenador Hedge intentó ayudar peleándose con un plano callejero de Roma boca abajo.
Percy se arrodilló junto a Jason y Piper.
—¿Qué tal el... todo?
Piper sonrió.
—"El que se quita veinte años de vida, se quita otros tantos de temor a la muerte"—citó—. Sanaré... los dos lo habéis hecho estupendamente.
Jason dio un codazo a Percy.
—No formamos un mal equipo, tú y yo.
—Pasable—convino Percy, trató de sonar frío, pero una sonrisa tiraba de sus labios.
—¡Aquí está!—gritó Leo, señalando su monitor—. ¡Frank, eres increíble! Estoy poniendo rumbo.
Frank se encogió de hombros.
—Yo sólo he leído el nombre en la pantalla. Un turista chino lo incluyó en Google Maps.
Leo sonrió a los demás.
—Sabe leer chino.
—Y tú chorrocientos mil idiomas más—dijo Frank.
—¿A quién le importa?
—Chicos—terció Hazel—. Siento interrumpir vuestra sesión de peloteo, pero deberíais oír esto.
Ayudó a Nico a levantarse. El chico siempre había sido pálido, pero entonces su piel parecía leche en polvo. Sus ojos púrpura estaban hundidos y oscurecidos, le recordaron a Percy unas fotos que había visto de prisioneros de guerra liberados, que en esencia es en lo que Nico se había convertido.
—Gracias...—dijo Nico con voz ronca. Sus ojos se movieron con nerviosismo alrededor del grupo—. Había perdido la esperanza...
Durante la última semana, día más, día menos, a Percy se le habían ocurrido muchos comentarios mordaces que podría hacerle a Nico cuando volvieran a coincidir, pero al verlo allí, tan frágil y tan triste, el instinto protector de Percy entró en acción.
—Fuiste muy insensato.
Nico se esforzó por sonreír, pero fue incapaz. Se limitó a mirar tristemente a la nada, no rehuyendo del contacto como Percy, sino simplemente incapaz de concentrarse realmente en algo, como si hubiesen mil voces en su cabeza tirando de su alma en cada dirección imaginable.
—Solamente... hice lo que era correcto... como hermano mayor...—apretó un poco más la mano de Hazel—... al cuidar la espalda... de mi hermana.
Percy frunció el ceño.
—Sí, no obstante, fuiste derrotado...
El tono de Nico se tornó amargo.
—Nunca más...—logró decir, con los ojos humedecidos, como si estuviese al borde del llanto—. Percy... juro... que yo... nunca más perderé ante nadie. Como hermano mayor de Hazel... no seré derrotado... así es como tú me enseñaste a actuar.
Percy guardó silencio, mientras que Nico perdía el equilibrio. Hubiese caído si Hazel no se hubiese aferrado a él con más fuerza.
—Aún así... tal vez en esta ocasión fui muy insensato...—reconoció el chico.
—Hmph... te lo buscaste tú solo, hermano.
Percy le sonrió, genuinamente feliz y aliviado de haberlo salvado. Le tendió una mano y le ayudó a Hazel a sostenerlo.
Nico esta vez consiguió sonreír, muy pero muy levemente.
—También te extrañé... Percy.
Tras un breve momento de alegría, Percy volvió a fruncir el ceño.
—Sabías que los dos campamentos existían desde el principio—dijo—. Podrías haberme dicho quién era el primer día que llegué al Campamento Júpiter, pero no lo hiciste.
Nico casi se desplomó, pero Percy lo ayudó a sentarse con la espalda recargada en el timón.
—Lo siento... Percy. Descubrí el Campamento Júpiter el año pasado. Mi padre me llevó allí... aunque no estaba seguro del motivo. Me dijo que los dioses habían mantenido los campamentos separados durante siglos y que no podía decírselo a nadie. No era el momento oportuno. Pero dijo que sería importante para mí que supiera...
Se dobló, presa de un ataque de tos.
Hazel le sujetó los hombros hasta que pudo levantarse de nuevo.
—Yo... yo pensaba que mi padre se refería a Hazel—continuó Nico—. Yo necesitaría un lugar seguro al que llevarla. Pero ahora... creo que quería que supiera de la existencia de los dos campamentos para poder entender lo importante que era vuestra misión... y por eso bajé al Tártaro para detener a los titanes. Y allí las encontré...
El aire se cargó de electricidad: literalmente, ya que Jason empezó a echar chispas.
—¿Las Puertas de la Muerte?—preguntó Percy.
Nico asintió.
—Fui tonto. Pensé que podría instaurar el orden y protegerlos todos como hizo mi padre... pero caí de lleno en la trampa de Gaia. Sus fuerzas ya tomaron el Helheim en su totalidad. Las ciudades... los palacios... todo se ha ido. Sólo queda un páramo desértico... rocas... acantilados... demonios y monstruos... lo que hizo allí abajo, cuando no quedó nadie para proteger el infierno... es lo mismo que Gaia le hará a todos los reinos...
Trató de continuar, pero lo que tenía que decir debía de ser demasiado terrible. Se volvió hacia Hazel.
Ella posó la mano en el brazo de su hermano.
—Nico me ha dicho que las Puertas de la Muerte tienen dos lados: uno en el mundo de los mortales y otro en el Helheim. El lado mortal del portal está en Grecia. Se encuentra muy bien vigilado por las fuerzas de Gaia. Allí es donde llevaron a Nico al mundo de arriba. Luego lo trasladaron a Roma.
Piper debía de estar nerviosa, porque su cornucopia expulsó una hamburguesa con queso.
—¿En qué parte de Grecia exactamente está esa puerta?
Nico respiró de forma ruidosa.
—En la Casa de Hades. Es un templo subterráneo que está en Epiro. Puedo señalarlo en un mapa, pero... el lado mortal del portal no es el problema. En el otro lado, el puente entre los reinos divinos fue bloqueado para que nadie pudiese entrar desde el Valhalla... sólo salir a él. La única forma de entrar a las Puertas de la Muerte... es a través del centro. En... en...
Una sensación de frío recorrió la espalda de Percy como una araña.
—El Tártaro—aventuró—. La prisión de los dioses.
Nico asintió con la cabeza.
—Me arrastraron al pozo... lo tomaron como su base... Percy. Allí abajo... habían cosas...
La voz se le quebró.
Hazel frunció los labios.
—El Tártaro...—murmuró—. Ningún humano ha entrado y ha vuelto con vida. Es la cárcel de máxima seguridad de las deidades, donde están encerrados los antiguos titanes y los demás enemigos de los dioses. Si fue tomada por Gaia y sus reos fueron liberados...
Su mirada se desvió hacia su hermano. Le dio su lanza negra.
Nico se apoyó en ella como si fuera el bastón de un anciano.
—Ahora entiendo por qué Hades no ha podido cerrar las puertas—dijo—. Incluso si no hubiese una guerra en los cielos... ni siquiera toda la vanguardia de los dioses bastaría para retomar el Tártaro. Por esa razón tampoco el dios de la muerte, el mismísimo Tánatos, se acercaría a ese sitio.
Leo miró desde el timón.
—A ver si lo adivino. Tenemos que ir allí.
Nico negó con la cabeza.
—Es imposible. Yo soy hijo de Hades, y he sobrevivido por poco. Las fuerzas de Gaia me superaron enseguida. Son tan poderosas allí abajo... que ningún semidiós tendría posibilidades. Yo casi me volví loco.
Los ojos de Nico parecían de cristal hecho añicos. Percy se preguntó con tristeza si algo se habría roto para siempre dentro de él.
—Entonces iremos a Epiro—dijo Percy—. Cerraremos las puertas por ese lado.
—Ojalá fuera tan fácil—dijo Nico—. Hay que controlar las puertas por los dos lados para que se cierren. Es como un doble sello. Quizá... y sólo quizá... si los siete combatierais juntos podríais vencer a las fuerzas de Gaia en el lado de los mortales... en la Casa de Hades. Pero a menos que luchéis a la vez como un equipo... un equipo lo bastante fuerte para vencer a las legiones de monstruos en su territorio...
—Tiene que haber una forma—dijo Jason.
Nadie propuso ninguna idea brillante.
Percy notó que se le estaba revolviendo el estómago. Entonces se dio cuenta de que el barco entero estaba descendiendo hacia un gran edificio parecido a un palacio.
"Annabeth". Las noticias de Nico eran tan terribles que Percy se había olvidado por un momento de que ella seguía en peligro, cosa que le hizo sentirse increíblemente culpable.
—Ya resolveremos más tarde el problema del Tártaro—dijo—. ¿Es ese el monumento a Víctor Manuel II?
Leo asintió con la cabeza.
—¿No dijo Baco algo sobre el estacionamiento de la parte de atrás? Pues allí está. Y ahora, ¿qué?
Percy se acordó del sueño sobre la sala oscura y la voz susurrante del monstruo al que llamaban "su señoría". Recordó lo afectada que Annabeth había vuelto del fuerte Sumter después de su encuentro con las arañas. Percy había empezado a sospechar lo que podía haber en aquel templo: literalmente, la madre de todas las arañas. Si estaba en lo cierto, y Annabeth había estado sola allí abajo, atrapada con esa criatura durante horas, con la pierna rota... Llegados a ese punto, a Percy le daba igual si Annabeth debía completar su misión en solitario o no.
—Tenemos que sacarla—dijo.
—Pues sí—convino Leo—. Pero... ejem...
Parecía que quisiera decir: "¿Y si llegamos tarde?".
Cambió de tema sabiamente.
—Hay un estacionamiento en el camino.
Percy miró al entrenador Hedge.
—Baco dijo algo sobre "abrirse paso". Entrenador, ¿le queda munición para las ballestas?
El sátiro sonrió como una cabra loca.
—Pensaba que no me lo ibas a preguntar nunca.
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