PIPER XLIV
Piper necesitaba un milagro, no un cuento para dormir. Pero justo entonces, paralizada por la conmoción mientras el agua negra le rodeaba las piernas, recordó la leyenda que Heracles había mencionado: la historia del diluvio.
No la historia de Noé, sino la versión cherokee que su padre solía contarle, con los fantasmas danzarines y el esqueleto de perro.
Cuando ella era pequeña, se acurrucaba al lado de su padre en su gran butaca. Contemplaba el litoral de Malibú a través de las ventanas, y su padre le contaba la historia que había oído al abuelo Tom en la reserva de Oklahoma.
—Un hombre tenía un perro—comenzaba siempre su padre.
—¡No puedes empezar un cuento así!—protestaba Piper—. Tienes que decir "Érase una vez".
Su padre se reía.
—Pero es un cuento cherokee. Son muy sencillos. En fin, un hombre tenía un perro. Cada día, el hombre llevaba el perro a la orilla del lago para que bebiera agua, y el perro ladraba furioso al lago, como si estuviera enfadado con él.
—¿Estaba enfadado?
—Ten paciencia, tesoro. Al final, el hombre se enfadó con su perro por ladrar tanto y lo regañó. "¡Perro malo! Deja de ladrarle al agua. ¡Es sólo agua!" Para su sorpresa, el perro lo miró fijamente y empezó a hablar.
—Nuestro perro sabe decir "Gracias"—terció Piper—. Y sabe ladrar "Fuera".
—Algo parecido—convino su padre—. Pero ese perro pronunciaba frases enteras. El perro dijo: "Dentro de poco vendrán las tormentas. Las aguas subirán, y todo el mundo se ahogará. Puedes salvarte a ti y a tu familia construyendo una balsa, pero primero tendrás que sacrificarme. Debes lanzarme al agua".
—¡Qué horror!—dijo Piper—. ¡Yo nunca ahogaría a mi perro!
—El hombre debió de decir algo parecido. Pensó que el perro mentía... o sea, cuando se recuperó de la sorpresa de ver que su perro había hablado. Protestó, pero el perro dijo: "Si no me crees, mírame la nuca. Ya estoy muerto".
—¡Qué pena! ¿Por qué me cuentas esto?
—Porque tú me lo has pedido—le recordó su padre.
Efectivamente, había algo en el cuento que fascinaba a Piper. Lo había oído docenas de veces, pero no dejaba de pensar en él.
—En fin—dijo su padre—, el hombre agarró al perro por la nuca y vio que la piel y el pelo se le estaban deshaciendo. Debajo sólo había huesos. El perro era un perro esqueleto.
—Qué asco.
—Estoy de acuerdo. Así que, con lágrimas en los ojos, el hombre se despidió de su fastidioso perro esqueleto y lo lanzó al agua, donde se hundió rápidamente. El hombre construyó una balsa y cuando llegó el diluvio, él y su familia sobrevivieron.
—Sin el perro.
—Sí. Sin el perro. Cuando las lluvias disminuyeron y la balsa tocó tierra, el hombre y su familia eran las únicas personas vivas que quedaban. El hombre oyó sonidos que venían del otro lado de una montaña (como si hubiera miles de personas riéndose y bailando), pero cuando corrió a la cima, no vio nada abajo, salvo el suelo lleno de huesos: miles de esqueletos de personas que habían muerto con el diluvio. Se dio cuenta de que los fantasmas de los muertos habían estado bailando. Ese era el sonido que había oído.
Piper aguardó.
—¿Y...?
—Y nada. Fin.
—¡No puedes acabar así! ¿Por qué bailaban los fantasmas?
—No lo sé—dijo su padre—. A tu abuelo nunca le pareció necesario explicarlo. A lo mejor los fantasmas se alegraban de que una familia hubiera sobrevivido. A lo mejor estaban disfrutando de la otra vida. Son fantasmas. ¿Quién sabe?
Piper no estaba nada satisfecha con la conclusión. Tenía muchas preguntas sin contestar. ¿Encontró otro perro la familia? Estaba claro que no todos los perros se habían ahogado, porque ella tenía uno.
No se quitaba el cuento de la cabeza. No volvió a mirar a los perros de la misma forma, preguntándose si uno de ellos podría ser un perro esqueleto. Y no entendía por qué la familia tenía que sacrificar a su perro para sobrevivir. Sacrificarte a ti mismo para salvar a tu familia le parecía un acto noble: algo digno de un perro.
De nuevo, en el ninfeo de Roma, mientras el agua negra le subía hasta la cintura, Piper se preguntaba por qué Heracles había mencionado ese cuento.
Deseó tener una balsa, pero se temía que correría la misma suerte que el perro. Estaba muerta.
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