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PERCY XLVII


Las cosas se torcieron enseguida. Los gigantes desaparecieron en dos nubes de humo idénticas. Volvieron a aparecer en mitad de la sala, cada uno en un lugar distinto. Percy echó a correr hacia Efialtes, pero se abrieron unas ranuras bajo sus pies, y unas paredes metálicas subieron disparadas a cada lado y lo separaron de sus amigos.

Las paredes empezaron a acercarse a él como los lados de unos alicates. Percy dio un gran salto y escapó del predicamento. Atisbó fugazmente a Piper saltando a través de fosos en llamas en dirección a Nico, que seguía aturdido e indefenso y estaba siendo acechado por un par de leopardos.

Mientras tanto, Jason embistió contra Oto, quien arrojó a un lado su lanza, levantó los puños y lanzó un gran suspiro, como si prefiriera bailar El lago de los cisnes a matar a otro semidiós.

Percy captó todo eso en una fracción de segundo, pero no podía hacer gran cosa. Aterrizó en un bosquecillo de árboles de madera contrachapada pintados que salieron de la nada. Los árboles cambiaban de posición cuando él intentaba correr entre ellos, de modo que taló todo el bosque con Contracorriente.

—¡Maravilloso!—gritó Efialtes, exultante. Estaba ante su tablero de control a unos veinte metros a la izquierda de Percy—. Lo consideraremos un ensayo de vestuario. ¿Suelto a la hidra en la plaza de España?

Movió una palanca, y Percy miró detrás de él. Una jaula que había estado colgado arriba de él se elevó hacia una compuerta en el techo. En tres segundos desaparecería. Si Percy atacaba al gigante, la hidra asolaría la ciudad.

Soltando un juramento dio un poderoso salto, se elevó por sobre la jaula y partió las cadenas que suspendían a la hidra con un golpe de su tridente. La jaula se cayó de lado. La puerta se abrió rompiéndose, y el monstruo salió justo delante de Percy.

—¡Eres un aguafiestas, Jackson!—gritó Efialtes—. Muy bien. Lucha aquí, si quieres, pero tu muerte no será ni de lejos tan espectacular sin las masas aclamando.

Percy bufó exasperado y se lanzó a toda velocidad contra el monstruo. Rodó por el suelo mientras las ocho cabezas escupían ácido, se recompuso y lanzó una lluvia de estocadas frontales.


¡¡¡ANFITRITA: OLAS IRACUNDAS!!!


Apuñaló incontables veces al monstruo antes de atravesarle el corazón limpiamente.

En el estrado, Piper montaba guardia al lado de Nico mientras los leopardos avanzaban. Apuntó con la cornucopia y disparó una carne asada a la cazuela por encima de las cabezas de los felinos. Debía de oler muy bien, porque los leopardos echaron a correr tras ella.

A unos cinco metros a la derecha de Piper, Jason luchaba contra Oto a puñetazo limpio. En su forma de batalla, Jason tenía más o menos al mismo tamaño que su oponente, por lo que la pelea parecía pareja.

Mientras tanto, Efialtes se reía pulsando botones en su tablero de control, acelerando las cintas transportadoras y abriendo al azar jaulas de animales.

—¡Ya lo sé!—gritó Efialtes alegremente—. ¡Podemos empezar por las explosiones a lo largo de la Via Labicana! No podemos hacer esperar eternamente a nuestro público.

Percy se abalanzó sobre la consola de Efialtes. Él no tenía la destreza de Leo con las máquinas, pero sabía romper cosas.

Su tridente se chocó con fuerzas contra el aparato, saltaron chispas y a él casi se le disloca el hombro. El tablero de control ni siquiera parecía dañado.

Más jaulas se desprendieron de sus cadenas y dejaron en libertad a dos cebras y una manada de hienas. Al otro lado de la sala, cayeron sacos de arena alrededor de Piper y Nico. Piper intentó poner a Nico a cubierto, pero uno de los sacos le dio en el hombro y la abatió.

—¡Piper!—gritó Jason.

Echó a correr hacia ella, olvidándose por completo de Oto, quien recogió su lanza y apuntó a Jason por la espalda.

—¡Cuidado!—gritó Percy.

Jason era rápido de reflejos. Cuando Oto arrojó la lanza, Jason se volvió sobre sí mismo y lanzó una poderosa patada, cambiando la dirección del proyectil. El arma voló a través de la sala y perforó el costado de Efialtes.

—¡Oto!—Efialtes se desplomó del tablero de control, aferrando la lanza—. ¿Quieres hacer el favor de no matarme?

—¡No ha sido culpa mía!

Percy también arrojó su lanza, la cual fue a enterrarse en el cuello de Oto, derribándolo de espaldas.

Jason corrió al lado de Piper. Tenía el hombro torcido en una extraña posición, pero se limpió el polvo y murmuró:

—Estoy bien.

Nico se incorporó junto a ella, mirando a su alrededor desconcertado, como si acabara de darse cuenta de que se había perdido una batalla.

Desgraciadamente, los gigantes no habían muerto. Efialtes se reincorporó y lanzó una mirada asesina a Percy.

Al otro lado de la sala, Oto se levantó.

—¡Percy!—gritó Jason—. ¡Los controles!

Percy se puso en movimiento. Encontró de nuevo a Contracorriente en su bolsillo, destapó la lanza y se abalanzó sobre el tablero de control. Dio una fuerte estocada en la parte superior de la mesa y decapitó los mandos en medio de una lluvia de chispas de bronce.

—¡No!—dijo Efialtes gimiendo—. ¡Habéis arruinado el espectáculo!

Percy se volvió demasiado despacio. Efialtes blandió su lanza como si fuera un bate y le golpeó en el pecho. El chico salió despedido y cayó de rodillas, con el estómago convertido en lava del dolor.

Jason corrió a su lado, pero Oto fue a por él moviéndose con pesadez. Percy consiguió levantarse y se encontró junto a Jason. En el estrado, Piper seguía tratando de proteger a Nico, quien apenas estaba consciente.

Los gigantes estaban curándose, fortaleciéndose por momentos, a diferencia de Percy.

Efialtes sonrió como pidiendo disculpas.

—¿Cansado, Perseus Jackson? Te he dicho que no podéis matarnos, así que supongo que estamos en un punto muerto. Un momento... ¡no es verdad! ¡Porque nosotros sí que podemos mataros a vosotros!

—Es la primera cosa sensata que dices en todo el día, hermano—gruñó Oto.

Los gigantes se pusieron en guardia.

—No nos rendiremos—gruñó Jason—. Os cortaremos en pedazos como Zeus hizo con Cronos.

—Querrás decir, "Aplastaremos el cráneo"—dijo Percy—. Pero, sí. Estáis muertos. Me da igual si tenemos a un dios de nuestra parte o no.

—Pues es una lástima—dijo una voz nueva.

A su derecha, otra plataforma descendió del techo. Apoyado despreocupadamente en un bastón con una piña en el extremo, había un hombre con una camiseta de campamento morada, unos pantalones cortos color caqui y unas sandalias con calcetines blancos. Levantó su sombrero de ala ancha, y sus ojos emitieron un brillo morado.

—No me gustaría pensar que he hecho un viaje especial para nada.

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