ANNABETH LIV
Annabeth había visto cosas raras, pero nunca había visto coches cayendo del cielo.
Cuando el techo de la caverna se vino abajo, la luz del sol la deslumbró. Atisbó fugazmente el Argo II flotando en lo alto. Debía de haber usado las ballestas para abrir un agujero en el suelo.
Pedazos de asfalto del tamaño de puertas de garaje cayeron en la cueva, junto con seis o siete coches italianos. Uno se habría estrellado con la Atenea Partenos, pero la reluciente aura de la estatua actuó como un escudo de energía, y el coche rebotó.
Un Fiat 500 de vivo color rojo se estrelló directamente contra Aracne, atravesó el suelo de la cueva y desapareció en la oscuridad, llevándose al monstruo consigo.
Aracne se cayó, chillando como un tren de mercancías camino de una colisión, pero sus gemidos se apagaron rápidamente. Alrededor de Annabeth, más escombros perforaron el suelo y lo llenaron de agujeros.
La Atenea Partenos permaneció intacta, aunque el mármol de su pedestal estaba repleto de fracturas. Annabeth estaba totalmente cubierta de telarañas. Hebras de seda de araña le colgaban de los brazos y las piernas como los hilos de una marioneta, pero, milagrosamente, ningún escombro la había alcanzado. Quería creer que la estatua la había protegido, aunque sospechaba que simplemente había tenido suerte.
El ejército de arañas había desaparecido. O habían vuelto volando a la oscuridad o se habían caído en la sima. Cuando la luz del día inundó la caverna, los tapices de Aracne que cubrían las paredes se convirtieron en polvo, una visión casi insoportable para Annabeth, sobre todo cuando el tapiz que los representaba a ella y a Percy se destruyó.
Sin embargo, nada de eso le importó cuando oyó la voz de Percy procedente de arriba:
—¡Annabeth!
—¡Aquí!—dijo sollozando.
Todo el terror que había experimentado pareció irse con un grito ensordecedor. Cuando el Argo II descendió, vio a Percy inclinado por encima de la barandilla. Su sonrisa era mejor que todos los tapices que había visto en su vida.
La sala siguió temblando, pero Annabeth consiguió liberarse de su prisión cuando suficientes de los hilos fueron rotos por los escombros. Aún así, no consiguió ponerse en pie. El suelo bajo ella parecía estable de momento. Su mochila, que debía de haber perdido en medio de la pelea, había desaparecido, junto con el portátil de Dédalo. Su cuchillo de bronce, que la había acompañado desde que tenía siete años, tampoco estaba; probablemente se había caído en el foso. Pero a Annabeth le daba igual. Estaba viva.
Se acercó muy lentamente al gran agujero que había abierto el Fiat 500. Unas paredes de roca dentada se hundían en la oscuridad hasta donde a Annabeth le alcanzaba la vista. Aquí y allá sobresalían pequeñas cornisas, pero la semidiosa no vio nada encima de ellas: sólo hilos de seda de araña que caían por los lados como guirnaldas de espumillón.
Annabeth se preguntaba si Aracne le había dicho la verdad con respecto a la sima. ¿Había caído la araña al Helheim? Trató de contentarse con esa posibilidad, pero la idea la entristecía. Aracne había hecho cosas preciosas. Había sufrido durante una eternidad. Y ahora sus tapices se habían destruido. Después de todo eso, caer al Infierno le parecía un castigo demasiado severo.
Annabeth apenas se percató de que el Argo II se quedó flotando a unos doce metros del suelo. Una escalera de mano descendió de la embarcación, pero Annabeth se quedó aturdida, mirando a la oscuridad. De repente, Percy apareció a su lado y entrelazó sus dedos con los de ella.
La apartó con delicadeza del foso y la rodeó con los brazos. Ella sepultó su rostro en el pecho de él y rompió a llorar.
—Ya pasó—dijo Percy—. Estamos juntos.
No dijo "Estás bien" ni "Estamos vivos". Después de todo lo que habían pasado el último año, sabía que lo más importante era que estuvieran juntos. Ella lo amó por decir eso.
Sus amigos se reunieron a su alrededor. Nico di Angelo también estaba presente, pero Annabeth tenía la mente tan confusa que no le sorprendió. Le pareció lógico que estuviera con ellos.
—Cuantas puñaladas...—Leo se arrodilló al lado de ella y examinó la enorme cantidad de heridas sobre su cuerpo—. Oh, Annabeth, ¿qué te ha pasado?
Ella empezó a explicárselo. Le costaba hablar, pero continuó, y las palabras le salieron con más facilidad. Percy no le soltó la mano, lo que le hizo sentirse más segura. Cuando hubo terminado, sus amigos estaban boquiabiertos de asombro.
—Dioses del Olimpo—dijo Jason—. Has hecho todo eso sola. Y con el tobillo roto.
—Bueno... una parte con el tobillo roto.
Leo aplaudió.
—Sabía que la espada te sería útil... eso o te mataría, pero como estás viva, asumo que te fue útil.
Percy sonrió.
—Sabía que eras buena, pero Hera bendita... lo has conseguido, Annabeth. Generaciones enteras de hijos de Atenea lo intentaron y fracasaron. ¡Has encontrado la Atenea Partenos!
Todos contemplaron la estatua.
—¿Qué hacemos con ella?—preguntó Frank—. Es enorme.
—Tendremos que llevárnosla a Grecia—dijo Annabeth, mientras Percy comenzaba a limpiarle y vendarle las heridas—. La estatua es poderosa. Tiene algo que nos ayudará a detener a los gigantes.
—"El azote de los gigantes es pálido y dorado"—citó Hazel—. "Obtenido con dolor en un presidio hilado".—miró a Annabeth con admiración—. Era la guarida de Aracne. Conseguiste detener a la tejedora.
"Con mucho dolor"—pensó Annabeth.
Leo levantó las manos. Formó un marco con los dedos alrededor de la Atenea Partenos como si estuviera tomando medidas.
—Bueno, puede que haya que cambiar algunas cosas de sitio, pero creo que podremos meterla por la compuerta de la cuadra. Si sobresale por el extremo, puede que tenga que taparle los pies con una bandera o algo por el estilo.
Annabeth se estremeció. Se imaginó a la Atenea Partenos sobresaliendo del trirreme con un letrero sobre el pedestal en el que pusiera: CARGA PESADA.
Entonces pensó en los otros versos de la profecía: "Los gemelos apagarán el aliento del ángel, que posee la llave de la muerte interminable".
—¿Y vosotros, chicos?—preguntó—. ¿Qué ha pasado con los gigantes?
Percy le relató el rescate de Nico, la aparición de Baco y Shiva y la pelea contra los gigantes en el Coliseo. Nico no dijo gran cosa. Parecía que el pobre hubiera deambulado por el desierto durante seis semanas. Percy le explicó lo que Nico había descubierto sobre las Puertas de la Muerte y que debían ser cerradas por los dos lados. Pese a la luz del sol que entraba a raudales por arriba, las noticias de Percy hicieron que la caverna volviera a parecer oscura.
—Así que el lado mortal está en Epiro—dijo ella—. Por lo menos es un sitio al que podemos llegar.
Nico hizo una mueca.
—El otro lado es el problema. El Tártaro.
La palabra pareció resonar por la estancia. El foso situado detrás de ellos expulsó una ráfaga de aire frío. Entonces Annabeth lo supo con certeza. Efectivamente, la sima llegaba hasta el Helheim.
Percy también debió de intuirlo. La apartó un poco más del borde. Annabeth tenía telarañas colgadas de los brazos y las piernas que arrastraba como si fuera la cola de un vestido de novia. Deseó tener su daga para cortar esa porquería, porque se negaba a acercar su demasiado flexible espada a su propio cuerpo. Estuvo a punto de pedirle a Percy que hiciera los honores con Contracorriente, pero él se adelantó, diciendo:
—Baco dijo no sé qué sobre que mi viaje sería más movido de lo que yo esperaba. No sé por qué...
La estancia crujió. La Atenea Partenos se inclinó hacia un lado. La cabeza quedó atrapada en uno de los cables de refuerzo de Aracne, pero la base de mármol que había debajo del pedestal se estaba desmoronando.
A Annabeth le entraron náuseas. Si la estatua se caía en la sima, todo su trabajo no habría servido para nada. Su misión fracasaría.
—¡Sujetadla bien!—gritó Annabeth.
Sus amigos la entendieron en el acto.
—¡Zhang!—gritó Leo—. ¡Llévame al timón, rápido! El entrenador está allí solo.
Frank se transformó en un águila enorme, y los dos alzaron el vuelo hacia el barco.
Jason rodeó a Piper con el brazo y se volvió hacia Percy.
—Enseguida vuelvo a por vosotros.
Invocó el viento y salió disparado por los aires.
—¡El suelo no aguantará!—advirtió Hazel—. El resto de nosotros debemos llegar a la escalera.
Columnas de polvo y telarañas salieron disparadas de los agujeros del suelo. Los cables de refuerzo de seda temblaron como enormes cuerdas de guitarra y empezaron a partirse. Hazel se abalanzó sobre la parte inferior de la escalera de cuerda e indicó a Nico con la mano que la siguiera, pero él no estaba en condiciones de correr.
Percy agarró más fuerte la mano de Annabeth.
—Todo irá bien—murmuró.
Ella miró arriba y vio que unas cuerdas con garfios salían disparadas del Argo II y envolvían la estatua. Una atrapó el cuello de Atenea como un lazo. Leo gritaba órdenes desde el timón mientras Jason y Frank volaban frenéticamente de cuerda en cuerda, tratando de atarlas bien.
Nico acababa de llegar a la escalera de mano cuando Annabeth notó que un intenso dolor le subía por la pierna herida. Lanzó un grito ahogado y tropezó.
—¿Qué pasa?—preguntó Percy.
Ella trató de dirigirse a la escalera tambaleándose. ¿Por qué se movía hacia atrás? Las piernas le resbalaron y cayó de bruces.
—¡El tobillo!—gritó Hazel desde la escalera—. ¡Córtalo! ¡Córtalo!
Annabeth tenía el cerebro embotado del dolor. ¿Que se cortara el tobillo?
Al parecer, Percy tampoco entendía lo que Hazel quería decir. Entonces algo tiró de Annabeth hacia atrás y la arrastró hacia el foso. Percy se lanzó. Le agarró el brazo, pero el impulso también lo arrastró.
—¡Ayúdalos!—gritó Hazel.
Annabeth vislumbró que Nico cojeaba en dirección a ellos, mientras Hazel trataba de desenredar su espada de la caballería de la escalera de cuerda. Sus otros amigos seguían concentrados en la estatua, y el chillido de Hazel se perdió entre el griterío general y los retumbos de la caverna.
Annabeth sollozó al llegar al borde del foso. Sus piernas cayeron por el agujero. Comprendió demasiado tarde lo que estaba pasando: estaba enmarañada en la seda de araña. Debía cortarla inmediatamente. Había pensado que no era más que una cuerda suelta, pero con todo el suelo cubierto de telarañas, no se había fijado en que uno de los hilos le envolvía el pie... y el otro extremo iba directo al foso. Estaba unido a algo pesado escondido en la oscuridad, algo que la estaba atrayendo hacia sí.
—No—murmuró Percy, con una mirada de súbita comprensión—. Mi lanza...
Pero no podía alcanzar a Contracorriente sin soltar el brazo de Annabeth, y la chica se había quedado sin fuerzas. Annabeth se deslizó por el borde. Percy cayó con ella.
El cuerpo de Annabeth se estrelló contra algo. Debió de desmayarse unos instantes a causa del dolor. Cuando recobró la vista, se dio cuenta de que se había caído hasta la mitad del foso y estaba colgando sobre el vacío. Percy había conseguido agarrarse a un saliente situado a unos cuatro metros por debajo de la superficie de la sima. Se sujetaba con una mano y aferraba la muñeca de Annabeth con la otra, pero los tirones de la pierna de ella eran demasiado fuertes.
"No hay escapatoria"—dijo una voz en la oscuridad más abajo—. "Yo me voy al Infierno, pero tú te vienes conmigo".
Annabeth no estaba segura de si había oído realmente la voz de Aracne o si sólo había sonado en su cabeza.
El foso se sacudió. Percy era lo único que impedía que ella se cayese. Estaba sujeto por poco a un saliente del tamaño de un estante.
Nico se inclinó por encima del borde de la sima estirando la mano, pero se encontraba demasiado lejos para ayudarles. Hazel estaba llamando a gritos a los demás, pero aunque la oyeran por encima del caos reinante, no llegarían a tiempo.
Annabeth notaba la pierna como si se le estuviera desprendiendo del cuerpo. El dolor lo bañaba todo de rojo. La fuerza del inframundo tiraba de ella como una siniestra fuerza de la gravedad. No tenía fuerzas para luchar. Sabía que estaba demasiado abajo para que la salvaran.
—Suéltame, Percy—dijo con voz ronca—. No puedes subirme.
Él tenía el rostro pálido del esfuerzo. Annabeth podía ver en sus ojos que sabía que era inútil.
—Jamás...—dijo Percy. Miró a Nico, cuatro metros más arriba—. ¡En el otro lado, Nico! Os veremos allí. ¿Lo entiendes?
Los ojos de Nico se abrieron desorbitadamente.
—Pero...
—¡Llévalos allí!—gritó Percy—. ¡Prométemelo!
—Yo... te lo prometo.
Debajo de ellos, la voz se rió en la oscuridad. "Sacrificios. Preciosos sacrificios para despertar a la diosa".
Percy agarró más fuerte la muñeca de Annabeth. Él tenía la cara demacrada, llena de arañazos y manchada de sangre, y el cabello cubierto de telarañas, pero cuando la miró fijamente, a ella le pareció que nunca había estado más guapo.
—Seguiremos juntos—prometió Percy—. No te separarás de mí. Nunca más.
Fue entonces cuando ella entendió lo que pasaría. "Un viaje sólo de ida".
—Mientras estemos juntos—dijo ella.
Oyó que Nico y Hazel seguían pidiendo ayuda a gritos. Vio la luz del sol muy por encima, tal vez la última luz del sol que viera en la vida.
Entonces Percy soltó el pequeño saliente y juntos, tomados de la mano, él y Annabeth cayeron en la oscuridad infinita.
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