PIPER XLIV
Piper no sabía gran cosa sobre el Mediterráneo, pero estaba segura de que no debían caer heladas en julio.
A los dos días de travesía marina desde Split, las nubes grises engulleron el cielo. Las olas se encresparon. Una fría llovizna cayó sobre la cubierta y formó una capa de hielo en las barandillas y las cuerdas.
—Es el cetro—murmuró Nico, levantando el antiguo bastón—. Tiene que serlo.
Piper tenía sus dudas. Desde que Jason y Nico habían vuelto del palacio de Diocleciano, se habían mostrado nerviosos y reservados. Algo grave había pasado allí: algo que Jason no quería contarle.
Los colores de Nico se habían vuelto aún más confusos de lo que ya eran, caóticos, descontrolados. Había amargura y odio a niveles terribles, pero lo más inquietante es que no parecían dirigirse hacia nadie más que a sí mismo. La vergüenza también inundaba su ser.
Tenía sentido que el cetro hubiera provocado el cambio climático. La esfera negra que tenía en la parte superior parecía absorber el color del aire. Las águilas doradas de su base emitían un brillo frío. Supuestamente, el cetro podía controlar a los muertos, y sin duda desprendía malas vibraciones. El entrenador Hedge le había echado un vistazo, había palidecido y había anunciado que se retiraba a su camarote a consolarse con sus vídeos de Chuck Norris. (Aunque Piper sospechaba que estaba enviando mensajes Iris a su novia Mellie; el entrenador había estado muy intranquilo con ella últimamente, aunque se negaba a contarle a Piper lo que ocurría).
De modo que sí... tal vez el cetro pudiera causar una extraña tormenta de lluvia helada, pero Piper no creía que fuera el motivo. Temía que estaba sucediendo otra cosa: algo todavía peor.
—No podemos hablar aquí arriba—decidió Jason—. Aplacemos la reunión.
Se habían congregado todos en el alcázar para debatir la estrategia a seguir conforme se acercaban a Epiro, pero saltaba a la vista que no era un buen lugar para reunirse. El viento barría la escarcha a lo largo de la cubierta. El mar se agitaba debajo de ellos.
A Piper no le molestaban las olas. El balanceo y el cabeceo del barco le recordaban cuando hacía surf con su padre en la costa de California. Pero notaba que Hazel no se encontraba bien. La pobre chica se mareaba incluso en aguas tranquilas. Parecía que estuviera intentando tragarse una bola de billar.
—Tengo que...—Hazel sufrió arcadas y señaló abajo.
—Sí, vamos.
Nico le dio un beso en la mejilla, cosa que sorprendió a Piper. Él apenas hacía gestos de afecto, ni tan sólo con su hermana. Parecía que aborreciera el contacto físico. Besar a Hazel... era como si se estuviera despidiendo de ella.
—Te acompañaré abajo—se ofreció Frank a la vez que rodeaba la cintura de Hazel con el brazo y la ayudaba a bajar la escalera.
Piper esperaba que estuviera bien. Las últimas noches, desde el enfrentamiento con Escirón, las dos habían pasado mucho tiempo hablando largo y tendido. Ellas eran las dos únicas chicas del grupo, y eso era bastante duro. Habían compartido anécdotas, se habían quejado de las costumbres groseras de los chicos y habían derramado lágrimas por Annabeth. Hazel le había contado cómo se controlaba la Niebla, y a Piper le había sorprendido lo mucho que se parecía a cuando ella usaba su embrujahabla. Piper se había ofrecido a ayudarla en todo lo que pudiese. A cambio, Hazel había prometido entrenarla en el arte de la esgrima: una disciplina en la que Piper era un desastre. Piper sentía que tenía una nueva amiga, algo estupendo... suponiendo que vivieran lo bastante para disfrutar de su amistad.
Nico se sacudió el hielo del pelo. Miró el cetro de Diocleciano con el entrecejo fruncido.
—Debería guardar esto. Si realmente está alterando el tiempo, a lo mejor llevándolo abajo sirva de algo...
—Claro—dijo Jason.
Nico miró a Piper y a Leo, preocupado por qué dirían cuando él no estuviera. Piper percibió que levantaba la guardia, como si se estuviera replegando en sí mismo, como cuando se había sumido en un trance mortal en la vasija de bronce.
Cuando se hubo marchado, Piper escrutó el rostro de Jason. Tenía los ojos llenos de preocupación. ¿Qué era lo que había sucedido en Croacia?
Leo sacó un destornillador de su cinturón.
—Adiós, reunión de equipo. Parece que nos hemos quedado solos otra vez.
"Solos otra vez"
Piper recordó cierto día de finales de diciembre en Chicago, cuando los tres habían aterrizado en Millennium Park en su primera misión.
Leo no había cambiado mucho desde entonces, salvo que ya parecía más cómodo con su papel de hijo de Hefesto. Siempre había tenido demasiado nervio. Ahora sabía cómo usarlo. Sus manos siempre estaban en movimiento, sacando herramientas de su cinturón, manipulando mandos, toqueteando su querida esfera de Arquímedes. Ese día la había desinstalado del panel de control y había apagado a Festo para someterlo a mantenimiento: algo relacionado con el cambio de los cables de su procesador para actualizar el control del motor con la esfera, significara lo que significase.
En cuanto a Jason, estaba más delgado, más alto y más agobiado. Su cabello que antes le llegaba hasta la espalda ahora alcanzaba la altura de sus piernas, aún más greñudo inclusive. El surco que Escirón le había hecho en el lado izquierdo de la cabeza también resultaba interesante, como un rayo ingobernable. Sus gélidos ojos amarillos parecían haber envejecido, llenos de preocupación y responsabilidad.
Piper sabía lo que sus amigos rumoreaban sobre Jason: que era demasiado perfecto y demasiado estirado. Si eso había sido cierto en algún momento, ya no lo era. En ese viaje había sido maltratado, y no sólo físicamente. Las adversidades no lo habían debilitado, pero lo habían curtido y lo habían ablandado como el cuero: como si se estuviera convirtiendo en una versión más confortable de sí mismo.
¿Y Piper? Sólo podía imaginarse lo que Leo y Jason pensaban cuando la miraban. Desde luego, no se sentía la misma persona que había sido el invierno anterior.
La primera misión de rescate de Hera parecía haber tenido lugar hacía siglos. Muchas cosas habían cambiado en siete meses. Se preguntaba cómo los dioses podían soportar vivir miles de años. ¿Cuántos cambios habían experimentado ellos? No era de extrañar que los dioses del Olimpo parecieran un poco locos. Si Piper hubiera vivido a lo largo de millones de años, se habría vuelto chalada... o quizá ya lo estaba.
Se sorprendió meditando sobre sus propias emociones, con su Soul Eye refulgiendo tan intensamente que se asemejaba a fuego carmesí sobre la mitad de su rostro, pero aún incapaz de percibir los colores de su mismo ser.
Aquel extraño poder, aquel regalo de los cielos, indudablemente podría hacer que alguien enloqueciese. Ver los colores reales de mucha gente era triste y deprimente, había tanta falsedad y desprecio oculto tras amigos y familiares que vivir feliz en la ignorancia se volvía un deseo, casi una necesidad.
No obstante, otros colores eran espectáculos tan dignos de presenciarse que Piper no los cambiaría por nada del mundo. Desde el poderoso y refulgente amor, hasta el ardiente orgullo y la implacable determinación. Y, claro estaba, el miedo.
Esa era una emoción cuya relación con Piper era complicada.
Para nadie era ya secreto que la relación de Piper con su padre era complicada, y como toda adolescente que a duras penas comprende qué o quién es, que recién empieza a entender su lugar en el mundo, descargó esa frustración en la primera acción rebelde que le satisfizo.
El problema, por supuesto, era que dicha acción radicaba en la tortura, en el infligir dolor a un individuo hasta que se viese inmerso en el terror más absoluto. Los colores que comenzaba a desprender su alma entonces eran lo que le seguía a la perfección.
Pero... desde que había terminado su primera misión y permanecido en el Campamento Mestizo, y más aún, desde que la relación con su padre había mejorado, esos impulsos habían menguado al punto de amenazar con desaparecer por completo.
En ocaciones regresaba su deseo por violencia, pero era algo tan pasajero que la menor distracción podía hacer que se olvidase por completo de aquel placer hedonista.
Había llegado a preguntarse si aquella locura no habría sido realmente tan sólo el deseo de atención de una niña que crecía sin la atención suficiente de un padre, y con la ausencia total de una madre.
Pero las palabras que una vieja ninfa le había dedicado en Roma la seguían incordiando: "El bien y el mal se debaten en tu naturaleza. La pregunta es, cuando el momento llegué, ¿cuál de los dos lados abrazarás?"
Quizá realmente no estuviese loca, quizá sólo fuese una realmente mala persona en el fondo de su ser, aunque se esforzase por ayudar a sus amigos y al mundo por fuera. ¿Por qué hacía lo que hacía?
¿Era una buena persona quien cometía actos heroicos movido por deseos egoístas que sólo buscaban alimentar una obsesión?
¿Estaba ella luchando por sus amigos o por ella misma?
¿Había una diferencia si al final se cumplía su cometido?
Contempló la fría lluvia. Habría dado cualquier cosa por estar otra vez en el Campamento Mestizo, donde el clima era moderado incluso en invierno. Las imágenes que había visto en su daga últimamente no le permitían albergar muchas ilusiones.
Jason le apretó el hombro.
—Oye, todo irá bien. Estamos cerca de Epiro. Sólo queda un día más, si las indicaciones de Nico son correctas.
—Sí—Leo toqueteó la esfera y pulsó una de las joyas de su superficie—. Mañana por la mañana llegaremos a la costa occidental de Grecia. Luego otra horita tierra adentro, y zas: ¡La Casa de Hades! ¡Me compraré una camiseta de recuerdo!
—Sí...—murmuró Piper.
Ella no ardía en deseos de volver a sumirse en la oscuridad. Todavía tenía pesadillas con el ninfeo y el hipogeo de debajo de Roma. En la hoja de Katoptris, había visto imágenes parecidas a las que Leo y Hazel habían descrito a partir de sus sueños: una hechicera pálida con un vestido de oro cuyas manos tejían luz dorada en el aire como seda en un telar; un gigante envuelto en sombras que recorría un largo pasillo bordeado de antorchas, y que a medida que pasaba por delante de ellas las llamas se apagaban. Había visto una enorme caverna llena de monstruos—cíclopes, Nacidos de la Tierra y extrañas criaturas—que los rodeaban a ella y a sus amigos y los superaban drásticamente en número.
Cada vez que veía esas imágenes, oía una voz en su mente que repetía un verso una y otra vez.
—Chicos—dijo—, he estado pensando en la Profecía de los Siete.
Hacía falta algo gordo para desviar la atención de Leo de su trabajo, pero eso lo consiguió.
—¿Qué pasa con la profecía?—preguntó—. Algo... positivo, espero.
Ella volvió a colocarse el tirante de la cornucopia. A veces el cuerno de la abundancia parecía tan ligero que se olvidaba de él. Otras, era como un yunque, como si estuviera emitiendo malos pensamientos.
—En Katoptris veo a todas horas a Clitio: el gigante rodeado de sombras—dijo Piper—. Sé que su debilidad es el fuego, pero en mis visiones apaga las llamas adondequiera que va. Todas las luces son absorbidas por su nube de oscuridad.
—Me recuerda a Nico—dijo Leo—. ¿Crees que son parientes?
Jason frunció el entrecejo.
—Oye, amigo, dale un respiro a Nico. ¿Qué pasa con el gigante entonces, Piper? ¿En qué estás pensando?
Ella y Leo se cruzaron una mirada de desconcierto, como si estuvieran pensando: "¿Desde cuándo Jason defiende a Nico di Angelo?". Piper decidió no hacer comentarios.
—No paro de pensar en el fuego—dijo—. Esperamos que Leo venza al gigante porque es...
—¿Un genio?
—Ejem, digamos que "inflamable". El caso es que me preocupa un verso de la profecía: "Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer".
—Sí, lo sabemos—aseguró Leo—. Vas a decir que yo soy el fuego. Y que Jason es la tormenta.
Piper asintió con la cabeza a regañadientes. Sabía que a ninguno de ellos le gustaba hablar del asunto, pero todos debían haber intuido que era la verdad.
El barco se inclinó hacia estribor. Jason se sujetó al pasamanos helado.
—¿Así que te preocupa que uno de nosotros ponga en peligro la misión y que destruya el mundo sin querer?
—No—dijo Piper—. Creo que hemos estado interpretando ese verso de forma equivocada. El mundo... la tierra. En griego, la palabra equivalente sería...
Vaciló, pues no quería pronunciar el nombre en voz alta, ni siquiera en el mar.
—Gaia...—los ojos de Jason brillaron con un interés repentino—. ¿Quieres decir "Bajo la tormenta o el fuego, Gaia debe caer"?
—Ah...—Leo sonrió de oreja a oreja—. Me gusta mucho más tu versión, ¿sabes? Porque si Gaia cae vencida ante mí, don Fuego, será perfecto.
—O ante mí... la tormenta—Jason le dio un beso—. ¡Es genial, Piper! Si estás en lo cierto, es una noticia estupenda. Sólo tenemos que averiguar cuál de nosotros destruirá a Gaia.
—Tal vez—a ella le inquietaba que se hicieran ilusiones—. Pero, veréis, es la tormenta o el fuego...
Desenvainó a Katoptris y la dejó sobre el tablero de mando. Enseguida la hoja parpadeó y mostró la silueta oscura del gigante Clitio recorriendo un pasillo y apagando antorchas.
—Me preocupa Leo y la pelea contra Clitio—dijo—. Ese verso de la profecía me hace pensar que sólo uno de vosotros puede tener éxito. Y si la parte de "la tormenta o el fuego" está relacionada con el tercer verso, "un juramento que mantener con un último aliento..."
No terminó la frase, pero por las expresiones de Jason y Leo, entendieron a qué se refería. Si su interpretación de la profecía era correcta, o Leo o Jason vencería a Gaia. El otro moriría.
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