HAZEL XXIX
A Hazel le gustaba la naturaleza, pero subir por un acantilado de sesenta metros de altura, por una escalera sin barandilla y con un turón malhumorado en el hombro no le hacía tanta gracia. Sobre todo cuando podría haber ido montada en Arión hasta la cumbre en unos segundos.
Jason iba detrás de ella para poder atraparla si se caía. Hazel valoraba el gesto, pero la pronunciada caída seguía siendo igual de espeluznante.
Cometió el error de mirar a su derecha. El pie casi le resbaló y un puñado de grava se desprendió de la pared. Galantis chilló alarmada.
—¿Estás bien?—preguntó Jason.
—Sí...—a Hazel le latió con fuerza el corazón contra las costillas—. Perfectamente.
No tenía espacio para volverse y mirarlo. Tenía que confiar en que él no la dejaría despeñarse. Como podía volar, Jason era el compañero lógico. Aun así, deseó que hubiera sido Frank el que estuviera detrás de ella, o Nico, o Piper, o Leo. O... bueno, puede que el entrenador Hedge no. Pero con Jason Grace no sabía a qué atenerse.
Desde que había llegado al Campamento Júpiter, había oído historias acerca de él. Los campistas hablaban con reverencia del hijo de Zeus que había ascendido de lo más bajo de la Quinta Cohorte hasta convertirse en pretor, los había llevado a la victoria en la batalla del monte Tamalpais y luego había desaparecido. Incluso entonces, después de todos los sucesos de las dos últimas semanas, Jason parecía más una leyenda que una persona. A ella le había costado tomarle simpatía, con sus gélidos ojos amarillos y su cautelosa reserva, como si calculara cada palabra antes de decirla. Hazel tampoco podía olvidar que él había estado dispuesto a dar por perdido a su hermano Nico cuando se habían enterado de que estaba cautivo en Roma.
Jason había pensado que Nico era el cebo de una trampa. No se había equivocado. Y ahora que Nico estaba a salvo, Hazel veía que la cautela de Jason había tenido razón de ser. Aun así, no sabía exactamente qué pensar de ese chico. ¿Y si se veían en apuros en lo alto del acantilado y Jason decidía que salvar a Hazel no era lo más conveniente para la misión?
Miró arriba. No podía ver al ladrón desde allí, pero intuía que estaba esperando. Hazel estaba segura de que podría hacer aparecer suficientes piedras preciosas y oro para impresionar al más codicioso atracador. Se preguntaba si los tesoros que invocaba seguirían trayendo mala suerte. Nunca había sabido con certeza si la maldición se había roto cuando había muerto. Esa parecía una buena oportunidad para averiguarlo. Cualquiera que robara a unos semidioses inocentes ayudado por una tortuga gigante se merecía unas cuantas maldiciones de las buenas.
Galantis saltó de su hombro y se adelantó corriendo. Miró atrás y ladró con impaciencia.
—Voy lo más rápido que puedo—murmuró Hazel.
No se quitaba de encima la sensación de que la comadreja estaba deseando verla fracasar.
—Esto... lo de controlar la Niebla...—dijo Jason—. ¿Has tenido suerte?
—No—reconoció Hazel.
No le gustaba pensar en sus fracasos: la gaviota que no había podido convertir en dragón; el bate de béisbol del entrenador Hedge que se había negado a transformarse en un perrito caliente. Simplemente le costaba convencerse de que cualquiera de esas cosas fuera posible.
—Ya lo conseguirás—dijo Jason.
Su tono la sorprendió. No era un comentario hecho de paso para quedar bien. Parecía sinceramente convencido. Ella siguió subiendo, pero se lo imaginó mirándola con aquellos penetrantes ojos amarillos y la mandíbula prieta en actitud de seguridad.
—¿Cómo puedes estar seguro?—preguntó.
—Simplemente, lo estoy. Tengo mucho instinto para las cosas que puede hacer la gente; por lo menos, los semidioses. Hécate no te habría elegido si no creyera en tu poder.
Ese comentario debería haber hecho sentirse mejor a Hazel, pero no fue así.
Ella también tenía mucho instinto para la gente. Entendía las motivaciones de la mayoría de sus amigos; hasta las de su hermano, Nico, quien no era fácil de entender.
¿Y Jason? No tenía ni idea. Todo el mundo decía que era un líder nato. Ella lo creía. Allí estaba, haciéndola sentirse como un miembro valioso del equipo, diciéndole que era capaz de cualquier cosa. Pero ¿de qué era capaz Jason?
Hazel no podía confesarle a nadie sus dudas. Frank tenía un temor reverencial a ese chico. Piper estaba perdidamente enamorada de él. Leo era el mejor amigo de Jason. Hasta Nico parecía seguir su ejemplo sin rechistar.
Sin embargo, Hazel no podía olvidar que la aparición de Jason había sido la primera maniobra de la diosa Hera en la guerra contra los gigantes. La reina del Olimpo había soltado a Jason en el Campamento Mestizo, lo que había dado comienzo a toda aquella serie de episodios para detener a Gaia. ¿Por qué Jason primero? Algo le decía que él era el elemento clave. Y también sería la última jugada.
"Bajo la tormenta o el fuego, el mundo debe caer". Eso decía la profecía. A Hazel le daba miedo el fuego, pero temía todavía más las tormentas. Jason Grace podía provocar unas tormentas colosales.
Miró arriba y vio el borde del acantilado a sólo unos metros por encima de ella.
Llegó a lo alto jadeando y sudorosa. Un largo valle en pendiente se extendía hacia el interior, salpicado de olivos descuidados y cantos rodados de piedra caliza. No había ni rastro de civilización.
A Hazel le temblaban las piernas de la ascensión. Galantis parecía impaciente por explorar. El turón se puso a chillar y a tirarse pedos, y se internó corriendo en los arbustos más cercanos. Mucho más abajo, el Argo II parecía un barco de juguete en el canal. Hazel no entendía que alguien hubiera podido disparar una flecha con precisión desde tanta altura, teniendo en cuenta el viento y el resplandor del sol en el agua. En la boca de la ensenada, la inmensa silueta del caparazón de la tortuga relucía como una moneda bruñida.
Cuando Jason se unió a ella en lo alto, se le veía en perfecto estado a pesar de la ascensión.
—¿Dónde...?—empezó a decir.
—¡Aquí!—dijo una voz.
Hazel se sobresaltó. A sólo tres metros de distancia apareció un hombre con un arco y un carcaj al hombro y un viejo rifle de francotirador en las manos. Llevaba unas botas de piel altas, unos pantalones de cuero y una camisa de estilo pirata. Su cabello rubio rizado parecía el de un niño y sus chispeantes ojos azules eran bastante cordiales, pero un pañuelo rojo cubría la mitad inferior de su cara.
—¡Bienvenidos, pececillos!—gritó el bandido, apuntándoles con su rifle—. ¡La bolsa o la vida!
Hazel estaba segura de que el hombre no estaba allí hacía un segundo. Simplemente apareció como si hubiera salido de detrás de una cortina invisible.
—¿Quién eres?—preguntó Hazel.
El bandido se rio.
—¡Escirón, quién si no!
—¿Quirón?—preguntó Jason—. ¿Cómo el centauro?
El bandido puso los ojos en blanco.
—Es-ci-rón, amigo mío. ¡Hijo de Poseidón! ¡Extraordinario ladrón! ¡Individuo sin igual! Pero eso no importa. ¡No veo ningún objeto de valor!—gritó, como si fuera una excelente noticia—. Supongo que eso significa que queréis morir.
—Espera—dijo Hazel—. Tenemos objetos de valor. Pero si te los entregamos, ¿qué garantía tenemos de que dejarás que nos marchemos?
—Oh, siempre tienen que preguntar eso—dijo Escirón—. Te prometo por la laguna Estigia que en cuanto me deis lo que quiero, no os dispararé. Os mandaré de vuelta por ese acantilado.
Hazel miró a Jason con recelo. Pese a haberlo jurado por la laguna Estigia, no le tranquilizaba la forma en que había hecho la promesa.
—¿Y si luchamos contra ti?—preguntó Jason—. No puedes atacarnos y secuestrar nuestro barco al mismo...
¡BANG! ¡BANG!
Ocurrió tan rápido que el cerebro de Hazel tardó un instante en asimilarlo.
Volutas de humo salían de un lado de la cabeza de Jason. Justo encima de su oreja izquierda, un surco le atravesaba el pelo como la franja de un coche de carreras. La boca del arma de Escirón humeaba, apuntaba en dirección al Argo II.
Hazel se atragantó de la impresión dilatada.
—¿Qué has hecho?
—¡Oh, no te preocupes!—dijo Escirón riéndose—. Si pudieras ver hasta allí (cosa que no puedes hacer), verías un agujero en la cubierta entre las zapatillas del grandullón, el del arco.
—¡Frank!
Escirón se encogió de hombros.
—Si tú lo dices... Sólo era una demostración. Podría haber sido mucho más grave.
Hizo girar su rifle. El percutor se reajustó, y a Hazel le dio la impresión de que el arma acababan de recargarse por arte de magia.
Escirón miró a Jason arqueando las cejas.
—¡Bueno! En respuesta a tu pregunta: sí, puedo atacaros y secuestrar vuestro barco al mismo tiempo. Munición de Bronce Celestial. Mortal para los semidioses. Vosotros dos moriréis primero: bang, bang. Luego podría cargarme tranquilamente a vuestros amigos del barco. ¡El tiro al blanco es mucho más divertido cuando se hace con blancos vivos que corren y gritan!
Jason se tocó el surco que la bala le había abierto en el pelo. Sus ojos se oscurecieron, sus músculos se hincharon y su puño comenzó a refulgir.
Lo siguiente que Hazel notó era que Escirón se había estrellado contra una gran roca, formando un cráter a su alrededor.
—Muy lento, pequeñín—gruñó Jason, ahora era su cuerpo el que humeaba.
Escirón se puso tambaleantemente en pie, sus ojos se dilataron como los de un gato.
—Entonces así va a ser...
Jasón dio un fuerte pisotón, una lluvia de escombros salió despedida a toda velocidad en dirección al bandido.
Entonces resonó una serie de disparos, el polvo se despejó y Escirón demostró estar en perfecto estado.
Jason cargó contra él a toda velocidad, convirtiéndose en nada más que un borrón gigantesco.
Un nuevo sonido hizo temblar el cielo, y el hijo de Zeus cayó al suelo rodando, el hombro izquierdo le sangraba. Resbaló y casi se desempeñó por el acantilado, aferrándose desesperadamente a un saliente mientras respiraba con dificultad.
—O eres el sujeto más valiente al que me haya enfrentado, o el más estúpido—rió Escirón—. Debo decir, creo que es la primera vez que alguien intenta detener mis disparos corriendo directamente hacia ellos.
Se inclinó sobre el saliente y apuntó.
—No te preocupes, haré esto rápido... ¿eh?
Jason parecía haberse desvanecido en el aire. No obstante, Escirón se volvió sobre sí mismo y disparó a toda velocidad.
Jason dio un poderoso salto, evitando la primera ráfaga de proyectiles, y conectó un puñetazo de tal magnitud que hizo temblar toda la montaña.
El rifle del bandido estalló en mil pedazos.
El hijo de Zeus tomó a su enemigo por el cuello y lo levantó con dureza.
—Deberías aprender a cerrar tu boca cuando... ¿qué estás...?
BANG
Jason cayó al suelo, con ambas piernas cubiertas de agujeros.
Escirón sonrió victorioso, sosteniendo un par de anticuadas pistolas de chispa para duelos en cada mano.
—¿Quién sigue...?
Se volvió hacia Hazel.
Le temblaron los tobillos. Frank era el mejor tirador que Hazel conocía, pero la puntería de ese bandido no era humana.
—¿E-eres hijo de Poseidón...?—logró preguntar—. Por la forma en que disparas, habría dicho que eres hijo de Apolo.
El ladrón sonrió, y las arrugas de alrededor de sus ojos se acentuaron.
—¡Vaya, gracias! Sólo es fruto de la práctica. La tortuga gigante es cosa de mi familia. ¡No puedes ir por ahí domando tortugas gigantes sin ser hijo de Poseidón! Claro que podría arrollar vuestro barco con un maremoto, pero es muy difícil. Y ni de lejos tan divertido como cazar por sorpresa y disparar a la gente.
Hazel trató de recobrar el dominio de sí misma y de ganar tiempo, pero resultaba difícil mirando los tambores humeantes de las pistolas de chispa.
—Esto... ¿para qué es el pañuelo?
—¡Para que nadie me reconozca!—contestó Escirón.
—Pero... te has presentado—murmuró Jason en el suelo—. Eres Escirón.
Los ojos del bandido se abrieron mucho.
—¿Cómo has...? Oh, sí, supongo que tienes razón—bajó una pistola y se rascó un lado de la cabeza con la otra—. Qué descuido. Perdonad. Me temo que me falta un poco de práctica. Es lo que tiene resucitar. Dejadme volver a intentarlo.
Niveló sus pistolas.
—¡La bolsa o la vida! ¡Soy un bandido anónimo! ¡No necesitáis saber mi nombre!
"Un bandido anónimo". Algo hizo clic en la memoria de Hazel.
—Teseo—comprendió—. Él te mató.
Escirón dejó caer los hombros.
—Vamos a ver, ¿por qué tenías que mencionarlo? ¡Nos estábamos llevando muy bien!
Jason frunció el entrecejo, estaba sangrando mucho.
—¿Conoces... la historia de este... sujeto?
Ella asintió con la cabeza, aunque no recordaba con claridad los detalles.
—Teseo se lo encontró en el camino a Atenas. Escirón mataba a sus víctimas con... esto...
¿Algo relacionado con la tortuga? Hazel no se acordaba.
—¡Teseo era un tramposo!—se quejó Escirón—. No quiero hablar de él. Ahora he resucitado. Gaia me prometió que podría quedarme en la costa y robar a todos los semidioses que quisiera, ¡y eso es lo que voy a hacer! A ver..., ¿por dónde íbamos?
—¿Ibas a dejarnos marchar...?—aventuró Hazel.
—Hum...—dijo Escirón—. No, estoy seguro de que no era eso. ¡Ah, claro! La bolsa o la vida. ¿Dónde están vuestros objetos de valor? ¿No tenéis ninguno? Entonces tendré que...
—Espera—dijo Hazel—. Tengo nuestros objetos de valor. Al menos puedo conseguirlos.
Escirón apuntó a la cabeza de Jason con una pistola de chispa.
—¡Pues manos a la obra, querida, o el próximo disparo cortará algo más las piernas de tu amigote!
Hazel apenas necesitó concentrarse. Estaba tan preocupada que el suelo rugió debajo de ella y enseguida produjo una abundante cosecha; los metales preciosos afloraron a la superficie como si la tierra estuviera deseando expulsarlos.
Se vio rodeada de un montón de tesoros que le llegaban hasta las rodillas—denarios romanos, dracmas de plata, antiguas joyas de oro, relucientes diamantes, topacios y rubíes—, suficientes para llenar varios sacos de basura.
Escirón se rio de regocijo.
—¿Cómo demonios has hecho eso?
Hazel no contestó. Pensó en todas las monedas que habían aparecido en la encrucijada delante de Hécate. Allí había todavía más, las riquezas ocultas de varios siglos procedentes de todos los imperios que habían reclamado esa tierra: griego, romano, bizantino y muchos otros. Esos imperios habían desaparecido y no habían dejado más que una costa yerma al bandido Escirón.
Esa idea la hizo sentirse pequeña e impotente.
—Toma el tesoro—dijo—. Y déjanos marchar.
Escirón se rio entre dientes.
—He dicho "todos" vuestros objetos de valor. Tengo entendido que guardáis algo muy especial en ese barco: cierta estatua de oro y marfil de unos doce metros de alto.
El sudor empezó a secarse en el cuello de Hazel, y un escalofrío le recorrió la columna.
Jason trató con dificultad de levantarse. A pesar del arma que le apuntaba a la cara, sus ojos eran duros como piedras.
—La estatua no es negociable.
—¡Tienes razón, no lo es!—convino Escirón—. ¡Debe ser mía!
—Gaia te ha hablado de ella—supuso Hazel—. Te ha ordenado que la robes.
Escirón se encogió de hombros.
—Puede. Pero me dijo que podría quedármela. ¡Es difícil dejar pasar una oferta como esa! No pienso volver a morir, amigos míos. ¡Pienso vivir una larga vida como un hombre muy rico!
—La estatua no te servirá de nada—dijo Hazel—. No si Gaia destruye el mundo.
Las bocas de las pistolas de Escirón vacilaron.
—¿Cómo?
—Gaia te está utilizando—dijo Hazel—. Si robas la estatua, no podremos vencerla. Planea borrar a todos los mortales y los semidioses de la faz de la Tierra y dejar que sus gigantes y monstruos tomen el poder. Así que, ¿dónde gastarás tu oro, Escirón? Suponiendo que Gaia te deje vivir.
Hazel dejó que asimilara sus palabras. Suponía que a Escirón no le costaría creer en traiciones, siendo un bandido.
Se quedó callado diez segundos.
Finalmente, las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos al sonreír volvieron a aparecer.
—¡Está bien!—dijo—. Soy razonable. Quedaos la estatua.
Jason parpadeó.
—¿Podemos irnos?
—Una sola cosa más, pececillos—dijo Escirón—. Yo siempre exijo una muestra de respeto. Antes de dejar marchar a mis víctimas, insisto en que me laven los pies.
Hazel no estaba segura de haberle oído bien. Entonces Escirón se quitó sus botas de piel, una detrás de la otra. Sus pies descalzos eran las cosas más repugnantes que Hazel había visto en su vida... y había visto cosas muy repugnantes.
Estaban hinchados, arrugados y blancos como el papel, como si hubieran estado remojados en formaldehído durante siglos. Mechones de pelo marrón brotaban de cada uno de sus dedos deformes. Las uñas puntiagudas de sus dedos eran verdes y amarillas, como un caparazón de tortuga.
Entonces notó el olor. Hazel no sabía si en el palacio de su padre en el Helheim había habido una cafetería para zombis, pero, de ser así, debía de oler como los pies de Escirón.
—¡Bueno!—Escirón retorció los repugnantes dedos de sus pies—. ¿Quién quiere el izquierdo y quién quiere el derecho?
La cara de Jason se quedó casi tan blanca como aquellos pies.
—Nos estás... jodiendo.
—¡En absoluto!—dijo Escirón—. Lavadme los pies y habremos terminado. Os enviaré de vuelta por el acantilado. Lo prometo por la laguna Estigia.
Hizo la promesa tan a la ligera que en la mente de Hazel se activaron todas las alarmas. "Pies". "Os enviaré de vuelta por el acantilado". "Caparazón de tortuga".
Recordó la historia, y todas las piezas que faltaban encajaron. Se acordó de cómo Escirón mataba a sus víctimas.
—¿Nos das un segundo?—preguntó Hazel al bandido.
Los ojos de Escirón se entornaron.
—¿Para qué?
—Bueno, es una decisión importante—respondió ella—. El pie izquierdo o el derecho. Tenemos que hablar.
Advirtió que él sonreía bajo el pañuelo.
—Por supuesto—dijo—. Soy tan generoso que podéis tomaros dos minutos.
Hazel salió del montón de joyas. Llevó a Jason todo lo lejos que se atrevió: unos quince metros acantilado abajo, una distancia a la que esperaba que estuvieran fuera del alcance del oído.
Incluso ella tuvo que admitir que fue un tanto gracioso ver a Jason arrastrándose con las manos mientras sus piernas parecían queso suizo.
—Escirón despeña a sus víctimas por el acantilado—susurró.
Jason frunció el entrecejo.
—¿Qué?
—Cuando te arrodillas para lavarle los pies—dijo Hazel—. Así es como mata. Cuando estás desprevenido, mareado por el olor de sus pies, te da una patada y te tira por el borde. Las víctimas caen en la boca de su tortuga gigante.
Jason tardó un momento en digerirlo, por así decirlo. Miró por encima del acantilado, donde el enorme caparazón de la tortuga relucía bajo el agua.
—Entonces tenemos que luchar—dijo Jason.
—Ya vimos cono terminó eso—señaló Hazel—. Nos matará a los dos.
—Entonces estaré preparado para volar. Cuando me tire, flotaré en el aire. Y cuando te tire a ti, te atraparé.
Hazel negó con la cabeza.
—Si te da una patada lo bastante fuerte y lo bastante rápido, tú también te quedarás aturdido para volar. Y aunque puedas volar, Escirón tiene la vista de un tirador. Te verá caer. Si flotas, te disparará en el aire.
—Entonces...—Jason apretó los puños—. Espero que tengas otra idea.
A escasa distancia, la comadreja Galantis salió de entre los arbustos. Rechinó los dientes y miró a Hazel como diciendo: "¿Y bien? ¿Tienes alguna idea más?".
Hazel calmó sus nervios, tratando de evitar que saliera más oro del suelo. Se acordó del sueño que había tenido en el que aparecía su padre. La voz de Hades: "Los muertos ven lo que creen que van a ver. Igual que los vivos. Ese es el secreto".
Comprendió lo que tenía que hacer. Detestaba la idea más de lo que detestaba a la comadreja flatulenta y los pies de Escirón.
—Por desgracia, sí—dijo Hazel—. Tenemos que dejar que Escirón gane.
—¿Qué?—preguntó Jason.
Hazel le contó el plan.
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