FRANK LXX
A pesar del calor del mediodía y de la tormenta de energía mortal que no paraba de bramar, un grupo de turistas estaba trepando por las ruinas. Afortunadamente, no eran muchos, y no se fijaron en los semidioses.
Después de las multitudes de Roma, Frank había dejado de preocuparse por si reparaban en ellos. Si habían podido pilotar su buque de guerra hasta el Coliseo romano disparando con las ballestas y no provocar atascos de tráfico, suponía que podrían hacer cualquier cosa.
Nico iba primero. En la cumbre de la colina, saltaron un viejo muro de contención y cayeron en una trinchera excavada. Finalmente llegaron a una puerta de piedra que daba directamente a la ladera de la colina. La tormenta mortal parecía originarse justo encima de sus cabezas. Al mirar los tentáculos de oscuridad que se arremolinaban, Frank se sintió como si estuviera atrapado en el fondo de un retrete después de tirar de la cadena. Eso no le ayudó a calmar los nervios.
Nico se volvió hacia el grupo.
—A partir de aquí, la cosa se pone fea.
—Maravilloso—dijo Leo—. Porque hasta ahora me he estado mordiendo la lengua.
Nico le lanzó una mirada furibunda.
—Veremos lo que te dura el sentido del humor. Recordad que aquí es adonde venían los peregrinos para estar en contacto con sus antepasados muertos. Bajo tierra puede que veáis cosas difíciles de mirar o que oigáis voces que intenten desviaros a los túneles. Frank, ¿tienes las galletas de cebada?
—¿Qué?
Frank había estado pensando en su abuela y su madre, preguntándose si ellas se le podrían aparecer.
—Yo tengo las galletas—dijo Hazel.
Sacó las galletas de cebada mágicas que habían preparado con los cereales que Triptólemo les había dado en Venecia.
—Comed—recomendó Nico.
Frank masticó su galleta de la muerte e intentó no atragantarse. Le recordó una pasta hecha con aserrín en lugar de azúcar.
—Qué rica...—dijo Piper. Ni siquiera la hija de Afrodita pudo evitar hacer una mueca.
—Está bien—Nico se tragó lo que le quedaba de galleta—. Esto debería protegernos del veneno.
—¿Veneno?—preguntó Leo—. ¿Me he perdido el veneno? Porque me encanta el veneno.
—Pronto—le prometió Nico—. No os separéis, y tal vez consigamos no perdernos ni volvernos locos.
Y después de poner esa nota positiva, Nico los llevó bajo tierra.
El túnel formaba una suave pendiente en espiral, y el techo se sostenía con arcos de piedra blancos que recordaban a Frank la caja torácica de una ballena.
A medida que andaban, Hazel recorría la mampostería con las manos.
—Esto no formaba parte de un templo—susurró—. Esto era... el sótano de una casa solariega construida en los últimos tiempos del poder griego.
A Frank le inquietaba que Hazel supiera tanto sobre un lugar subterráneo sólo con estar allí. Que él supiera, nunca se había equivocado.
—¿Una casa solariega?—preguntó—. Por favor, no me digas que nos hemos equivocado de sitio.
—La Casa de Hades se encuentra debajo de nosotros—le aseguró Nico—. Pero Hazel tiene razón: los niveles superiores son mucho más recientes. Cuando los arqueólogos excavaron este sitio por primera vez, creyeron que al fin habían encontrado el Necromanteion. Luego se dieron cuenta de que las ruinas eran demasiado recientes, así que llegaron a la conclusión de que no era el lugar correcto. Habían acertado la primera vez. Sólo que no cavaron lo bastante hondo.
Doblaron una esquina y se detuvieron. Delante de ellos, el túnel terminaba en un enorme bloque de piedra.
—¿Un derrumbamiento?—preguntó Jason.
—Una prueba—dijo Nico—. Hazel, ¿quieres hacer los honores?
Hazel dio un paso adelante. Posó la mano sobre la roca, y el guijarro entero se deshizo en polvo.
El túnel se sacudió. El techo se llenó de grietas. Por un terrible instante, Frank se imaginó que todos acabarían aplastados bajo toneladas de tierra: una decepcionante forma de morir, después de todo lo que habían pasado. Entonces los rumores cesaron. El polvo se asentó.
Una escalera se adentraba todavía más en la tierra dando vueltas, y más arcos regulares sostenían el techo abovedado, unos al lado de otros, tallados en piedra negra pulida. Los arcos descendentes hicieron que Frank se marease, como si estuviera mirando un espejo que mostrara reflejos infinitos. En las paredes había toscos dibujos de ganado desfilando hacia abajo.
—No me gustan las vacas—murmuró Piper.
—A mí tampoco—dijo Frank.
—Es ganado de Hades—explicó Nico—. En realidad es sólo un símbolo de...
—Mirad—Frank señaló con el dedo.
Justo en el primer escalón de la escalera relucía un cáliz dorado. Frank estaba convencido de que no se encontraba allí un momento antes. La copa estaba llena de líquido verde oscuro.
—Bravo—dijo Leo sin gran entusiasmo—. Supongo que es nuestro veneno.
Nico recogió el cáliz.
—Estamos en la antigua entrada del Necromanteion. Odiseo vino aquí, y muchos otros héroes, buscando consejos de los muertos.
—¿Les recomendaron los muertos que se marcharan corriendo?—preguntó Leo.
—A mí no me importaría—reconoció Piper.
Nico bebió del cáliz y luego se lo ofreció a Jason.
—¿Recuerdas que me preguntaste si confiaba en ti y si estaba dispuesto a arriesgarme? Pues ahí tienes, hijo de Zeus. ¿Cuánto confías tú en mí?
Frank no sabía de qué estaba hablando Nico, pero Jason no vaciló. Tomó la copa y bebió.
Se la pasaron entre todos y cada uno bebió un sorbo de veneno. Mientras esperaba su turno, Frank procuró que no le temblaran las piernas ni se le revolviera el estómago. Se preguntaba qué habría dicho su abuela si hubiera podido verlo.
"¡Qué tonto eres, Fai Zhang!"—lo habría regañado probablemente—. "Si todos tus amigos bebieran veneno, ¿tú también lo beberías?"
Frank bebió el último. El sabor del líquido verde le recordó el del jugo de manzana estropeado. Apuró el cáliz, y la copa se convirtió en humo entre sus manos.
Nico asintió con la cabeza, aparentemente satisfecho.
—Enhorabuena. En el supuesto de que el veneno no nos mate, deberíamos poder orientarnos por el primer nivel del Necromanteion.
—¿Sólo el primer nivel?—preguntó Piper.
Nico se volvió hacia Hazel y señaló la escalera.
—Después de ti, hermana.
Enseguida Frank se sintió totalmente perdido. La escalera se bifurcaba en tres direcciones distintas. En cuanto Hazel eligió un camino, la escalera volvió a bifurcarse. Serpentearon por túneles interconectados y criptas toscamente labradas que parecían todas iguales; las paredes estaban llenas de nichos polvorientos que en el pasado podían haber albergado cadáveres. En los arcos de encima de las puertas había pintadas vacas negras, álamos blancos y lechuzas.
—Creía que la lechuza era el símbolo de Atenea—murmuró Jason.
—La lechuza es uno de los animales sagrados de Hades—dijo Nico—. Su grito es un mal augurio.
—Por aquí—Hazel señaló una puerta que parecía igual que las demás—. Es la única que no se hundirá encima de nosotros.
—Buena elección, entonces—dijo Leo.
Frank empezó a sentirse como si estuviera abandonando el mundo de los vivos. Notaba un hormigueo en la piel, y se preguntó si sería un efecto secundario del veneno. El saquito con el palo parecía pesar más en su cinturón. Con el espectral fulgor de sus armas mágicas, sus amigos parecían fantasmas trémulos.
El aire frío le rozaba la cara. A Frank le había parecido oír voces susurrando en los pasillos laterales, haciéndole señas para que se desviara, se acercara y las escuchara.
Finalmente llegaron a un arco con calaveras humanas grabadas... o tal vez eran calaveras humanas incrustadas en la roca. A la luz morada del cetro de Diocleciano, las huecas cuencas oculares parecían parpadear.
Frank casi dio con la cabeza contra el techo cuando Hazel le posó una mano en el brazo.
—Esta es la entrada al segundo nivel—dijo—. Voy a echar un vistazo.
Frank ni siquiera se había dado cuenta de que se había situado delante de la puerta.
—Ah, sí...—le dejó paso.
Hazel recorrió las calaveras labradas con los dedos.
—No hay trampas en la puerta, pero... aquí pasa algo raro. Mi sentido subterráneo es... poco claro, como si alguien estuviera oponiéndose a mí, ocultando lo que hay delante de nosotros.
—¿La hechicera sobre la que Hécate te advirtió?—aventuró Jason—. ¿La que Leo vio en su sueño? ¿Cómo se llamaba?
Hazel se mordió el labio.
—Puede que sea mejor no decir su nombre. Pero permaneced atentos. De una cosa estoy segura: de ahora en adelante, los muertos son más fuertes que los vivos.
Frank no estaba seguro de cómo sabía ella eso, pero le creyó. Las voces de la oscuridad parecían susurrar más alto. Vio movimientos fugaces entre las sombras. Por la forma en que sus amigos miraban a su alrededor, supuso que ellos también estaban teniendo visiones.
—¿Dónde están los monstruos?—preguntó en voz alta—. Creía que Gaia tenía un ejército vigilando las puertas.
—No lo sé—dijo Jason. Su piel pálida estaba verde como el veneno del cáliz—. Preferiría un combate cara a cara.
—Ten cuidado con lo que deseas, amigo—Leo invocó una bola de fuego con la mano, y por una vez Frank se alegró de ver las llamas—. Personalmente, espero que no haya nadie en casa. Entramos, buscamos a Perseus y a Annabeth, destruimos las Puertas de la Muerte y salimos. Bueno, podemos parar en la tienda de regalos.
—Sí—dijo Frank—. Eso es lo que va a pasar.
El túnel se sacudió. Cayeron escombros del techo.
Hazel agarró la mano de Frank.
—Nos ha ido por poco—murmuró—. Estos corredores no aguantarán mucho más.
—Las Puertas de la Muerte acaban de abrirse otra vez—dijo Nico.
—Ocurre cada quince minutos—observó Piper.
—Cada doce—le corrigió Nico, aunque no explicó cómo lo sabía—. Más vale que nos demos prisa. Percy y Annabeth están cerca. Están en peligro. Lo presiento.
A medida que se adentraban en el lugar, los pasillos se ensancharon. Los techos se alzaban hasta los seis metros de altura, decorados con recargadas pinturas de lechuzas posadas en ramas de álamos. El espacio de sobra debería haber hecho sentirse mejor a Frank, pero lo único en lo que podía pensar era en la situación táctica. Los túneles eran lo bastante grandes para dar cabida a enormes monstruos, incluso a gigantes. Había rincones sin visibilidad por todas partes, perfectos para emboscadas. Su grupo podía ser flanqueado o rodeado fácilmente. No dispondrían de buenas opciones de retirada.
El instinto de Frank le dictaba que saliera de esos túneles. Si no había monstruos visibles, sólo significaba que estaban escondidos, esperando para tenderles una trampa. Frank era consciente de ello, pero no podía hacer gran cosa al respecto. Tenían que encontrar las Puertas de la Muerte.
Leo acercó el fuego a las paredes. Frank vio grafitis de la antigua Grecia grabados en la piedra. No sabía leer griego antiguo, pero supuso que eran oraciones o súplicas dirigidas a los muertos, escritas por peregrinos hacía miles de años. El suelo del túnel estaba sembrado de fragmentos de cerámica y monedas de plata.
—¿Ofrendas?—aventuró Piper.
—Sí—dijo Nico—. Si querías que aparecieran tus antepasados, tenías que hacer una ofrenda.
—No hagamos ninguna ofrenda—propuso Jason.
Nadie le llevó la contraria.
—A partir de aquí el túnel es inestable—advirtió Hazel—. El suelo podría... bueno, seguidme. Pisad exactamente donde yo pise.
Avanzó. Frank iba justo detrás de ella, no porque se sintiera especialmente valiente, sino porque quería estar cerca si Hazel necesitaba su ayuda. Podía percibir el peligro, muy cerca.
Fai Zhang.
Se paró en seco. Esa voz... Parecía provenir de al lado, como si alguien le estuviera susurrando al oído.
—¿Frank?—susurró Jason detrás de él—. Espera un segundo, Hazel. ¿Qué pasa, Frank?
—Nada—murmuró Frank—. Yo...
Pilos, dijo la voz. Te espero en Pilos.
Frank se sintió como si el veneno estuviera subiéndole por la garganta. Había estado asustado muchas veces. Incluso se había enfrentado al dios de la muerte.
Sin embargo, esa voz le aterraba de otra forma. Resonaba hasta en sus huesos, como si lo supiera todo de él: su maldición, su historia, su futuro.
Su abuela siempre había sido partidaria de honrar a sus antepasados. Era una tradición china. Había que apaciguar a los fantasmas. Había que tomárselos en serio.
Frank siempre había pensado que las supersticiones de su abuela eran ridículas. Estaba cambiando de opinión. No le cabía duda: la voz que hablaba con él era de uno de sus antepasados.
—No te muevas, Frank—Hazel parecía alarmada.
Él miró abajo y se dio cuenta de que había estado a punto de salirse de la fila.
Para sobrevivir, deberás guiar, dijo la voz. En la brecha deberás asumir el mando.
—¿Guiar a dónde?—preguntó en voz alta.
Entonces la voz se desvaneció. Frank podía notar su ausencia, como si de repente la humedad hubiera descendido.
—¿Grandullón?—dijo Leo—. ¿Quieres hacer el favor de no ponernos de los nervios? Gracias.
Todos los amigos de Frank lo estaban mirando con preocupación.
—Estoy bien—consiguió decir—. Era sólo... una voz.
Nico asintió.
—Te lo advertí. No hará más que empeorar. Deberíamos...
Hazel levantó la mano para pedir silencio.
—Esperad aquí todos.
A Frank no le gustaba la idea, pero ella avanzó a grandes pasos sola. Él contó hasta veintitrés cuando Hazel regresó con el rostro macilento y pensativo.
—La sala de delante da miedo—advirtió—. Que no cunda el pánico.
—Esas dos cosas no son compatibles—murmuró Leo. Pero siguieron a Hazel hasta la caverna.
El lugar parecía una catedral circular, con un techo tan alto que se perdía en la penumbra. Docenas de nuevos túneles partían en distintas direcciones, y en cada uno resonaban voces fantasmales. Lo que puso nervioso a Frank fue el suelo. Era un espantoso mosaico de huesos y piedras preciosas: fémures humanos, huesos de caderas y costillas retorcidas fundidos en una superficie lisa, salpicada de diamantes y rubíes. Los huesos formaban figuras, como contorsionistas esqueléticos dando volteretas y acurrucándose para proteger las piedras preciosas: una danza de muerte y riquezas.
—No toquéis nada—dijo Hazel.
—No pensaba hacerlo—murmuró Leo.
Jason escudriñó las salidas.
—Y ahora, ¿en qué dirección?
Por una vez, Nico no parecía seguro.
—Esta debería ser la sala donde los sacerdotes invocaban a los espíritus más poderosos. Uno de estos pasillos accede al interior del templo, hasta el tercer nivel y el altar del mismísimo Hades. Pero ¿cuál será...?
—Ese—Frank señaló con el dedo. En una puerta situada en el otro extremo de la sala, un espectral legionario romano les hacía señas. Poseía una cara brumosa y poco definida, pero Frank tenía la sensación de que el fantasma lo estaba mirando directamente a él.
Hazel frunció el entrecejo.
—¿Por qué esa?
—¿No veis el fantasma?—preguntó Frank.
—¿Fantasma?—dijo Nico.
De acuerdo... si Frank estaba viendo un fantasma que los hijos del inframundo no podían ver, desde luego algo iba mal. Notaba como si el suelo vibrase debajo de él. Entonces se dio cuenta de que efectivamente estaba vibrando.
—Tenemos que llegar a esa salida—dijo—. ¡Vamos!
Hazel estuvo a punto de abalanzarse sobre él para detenerlo.
—¡Espera, Frank! El suelo no es estable, y bajo tierra... No estoy segura de lo que hay bajo tierra. Tengo que buscar un camino seguro.
—Pues date prisa—la apremió él.
Sacó su arco y acompañó a Hazel todo lo rápido que se atrevió. Leo lo siguió con dificultad para ofrecerles luz. Los otros vigilaron la parte trasera. Frank sabía que estaba asustando a sus amigos, pero no podía evitarlo. En lo más profundo de su ser, sabía que sólo disponían de unos segundos antes de que...
Delante de él, el fantasma del legionario se evaporó. Unos rugidos monstruosos resonaron en la caverna: docenas, tal vez cientos de enemigos procedentes de todas partes. Frank reconoció el grito ronco de los Nacidos de la Tierra, el chillido de los grifos, los guturales gritos de guerra de los cíclopes; sonidos que recordaba de la batalla de la Nueva Roma, amplificados bajo tierra, reverberando en su cabeza.
—¡No te detengas, Hazel!—ordenó Nico.
Sacó el cetro de Diocleciano de su cinturón. Piper desenvainó su espada y Jason adoptó su forma de batalla cuando los monstruos entraron en la caverna en avalancha.
Una vanguardia de Nacidos de la Tierra con seis brazos por monstruo lanzó una descarga de piedras que hizo añicos el suelo de huesos y piedras preciosas. Una grieta se extendió a través del centro de la estancia directamente hacia Leo y Hazel.
No había tiempo para advertencias. Frank se abalanzó sobre sus amigos, y los tres se deslizaron a través de la caverna y cayeron en el borde del túnel de los fantasmas mientras pasaban volando rocas por encima de sus cabezas.
—¡Vamos!—gritó Frank—. ¡Vamos, vamos!
Hazel y Leo se metieron atropelladamente en el único túnel en el que no parecía que hubiera monstruos. Frank no estaba seguro de que fuera una buena señal.
Dos metros más adentro, Leo se volvió.
—¡Los otros!
Toda la caverna se sacudió. Frank miró atrás, y su valor se vino abajo. Una nueva sima de quince metros de ancho dividía la caverna; sólo dos tambaleantes tramos de suelo de huesos la cruzaban. El grueso del ejército de monstruos estaba en el otro lado, aullando de frustración y lanzando todo lo que encontraban, incluidos miembros del ejército. Algunos intentaban cruzar los puentes, que crujían y se agrietaban con su peso.
Jason, Piper y Nico se quedaron en el lado más cercano de la sima, lo que era positivo, pero estaban rodeados de un cerco de cíclopes y perros del infierno. De los pasillos laterales no paraban de salir monstruos, mientras en lo alto los grifos daban vueltas, sin inmutarse ante el suelo que se desmoronaba.
Los tres semidioses jamás llegarían al túnel. Aunque Jason intentara llevarlos volando, serían abatidos.
Frank se acordó de la voz de su antepasado: "En la brecha deberás asumir el mando".
—Tenemos que ayudarles—dijo Hazel.
Los pensamientos se agolpaban en la mente de Frank, haciendo cálculos de combate. Veía exactamente lo que ocurriría: dónde y cuándo serían vencidos sus amigos, y cómo morirían los seis en la caverna... a menos que Frank introdujera un cambio en la ecuación.
—¡Nico!—gritó—. El cetro.
Nico levantó el cetro de Diocleciano, y el aire de la caverna emitió un brillo morado. De la sima y de las paredes salieron fantasmas: una legión romana entera totalmente equipada para la batalla. Empezaron a adoptar forma física, como cadáveres andantes, pero parecían confundidos. Jason gritó en latín y les ordenó que formaran filas y atacaran. Los no muertos se limitaron a andar entre los monstruos arrastrando los pies, provocando una confusión momentánea, pero el efecto no duraría mucho.
Frank se volvió hacia Hazel y Leo.
—Vosotros dos, seguid adelante.
Los ojos de Hazel se abrieron mucho.
—¿Qué? ¡No!
—Tenéis que seguir—era lo más difícil que Frank había hecho en su vida, pero sabía que era la única posibilidad—. Buscad las puertas. Salvad a Annabeth y Percy.
—Pero...—Leo miró por encima del hombro de Frank—. ¡Al suelo!
Una andanada de rocas se estrelló en lo alto, y Frank se precipitó en busca de cobijo. Cuando consiguió levantarse, tosiendo y cubierto de polvo, la entrada del túnel había desaparecido. Una sección de pared entera se había desplomado, dejando una pendiente de escombros humeantes.
—Hazel...
La voz de Frank se quebró. Tenía que confiar en que ella y Leo estuvieran vivos al otro lado. No podía permitirse pensar lo contrario.
La ira aumentó en su pecho. Se volvió y arremetió contra el ejército de monstruos.
...
Quiero pedirles una disculpa, gente.
Al ritmo que voy, no voy a ser capaz de publicar el último libro de la serie para cuando termine con esta parte, sino que se va a tardar algún tiempo más.
Obviamente llegará pronto, pero no será inmediato.
Así que, les pregunto una vez más. ¿Quisieran seguir con el formato de un capítulo al día para aminorar un poco la espera? ¿O preferirían volver a los dos capítulos diarios?
Yo los leo.
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