ANNABETH XXIV
Después de penetrar en el frente tormentoso, anduvieron con paso lento durante lo que le parecieron horas, solamente con la luz que desprendían las hojas de bronce celestial de Percy.
Annabeth sólo podía ver aproximadamente un metro y medio por delante de ella. Las Tierras Oscuras le recordaban extrañamente a San Francisco, donde vivía su padre: aquellas tardes de verano cuando el banco de niebla se acercaba como relleno de embalaje frío y húmedo y engullía el barrio de Pacific Heights. La diferencia era que allí, en el Infierno, la niebla era tan oscura que parecía hecha de tinta.
Salían rocas de la nada. Aparecían fosos a sus pies, y Annabeth no se cayó por los pelos. Unos rugidos monstruosos resonaban en la penumbra, pero Annabeth no sabía de dónde venían. Lo único de lo que estaba segura era de que el terreno seguía descendiendo.
La única dirección permitida en el Helheim parecía ser hacia abajo. Cada vez que Annabeth desandaba un sólo paso, sentía cansancio y pesadez, como si la gravedad aumentara para desanimarla. Suponiendo que todo el foso fuera el cuerpo de Tártaro, Annabeth tenía el mal presentimiento de que estaban bajando por su garganta.
Estaba tan obsesionada con la idea que no se fijó en el saliente hasta que fue demasiado tarde.
—¡Cuidado!—gritó Percy.
Intentó agarrarle el brazo, pero ella ya se había caído.
Afortunadamente, sólo era una pequeña depresión. La mayor parte estaba ocupada por una especie de cápsula. Cayó en blando sobre una superficie caliente y elástica, y estaba dando gracias a su suerte... cuando abrió los ojos y se encontró mirando a través de una brillante membrana dorada una cara mucho más grande.
Gritó y se agitó, y cayó del montículo de lado. El corazón le palpitaba en el pecho.
Percy la ayudó a levantarse.
—¿Estás bien?
Ella no se atrevía a contestar. Si abría la boca, podría gritar otra vez, y eso sería poco digno. Era una hija de Atenea, no una víctima gritona de una película de terror.
Pero dioses del Olimpo... Acurrucado dentro de la burbuja membranosa que tenía delante, había un titán completamente formado, con una armadura dorada y la piel del color de un centavo pulido. Tenía los ojos cerrados, pero su expresión era tan ceñuda que parecía a punto de lanzar un espeluznante grito de guerra. A pesar de la ampolla, Annabeth podía percibir el calor que irradiaba de su cuerpo.
—Hiperión—siseó Percy—. Odio a ese sujeto...
De repente, a Annabeth le empezó a doler una vieja herida que había sufrido en el hombro. Durante la batalla de Manhattan, Percy había luchado contra ese titán en el principal estanque de Central Park: agua contra fuego. Había sido la primera vez que Percy había invocado un huracán, algo que Annabeth no olvidaría jamás.
—Creía que lo habías partido por la mitad.
—Sí—convino Percy—. Gaia lo está resucitando. Con las Puertas de la Muerte bajo su control, puede hacer lo que le venga en gana con nuestros viejos enemigos.
Annabeth recordó las explosiones que Hiperión había provocado y a cuántos sátiros y ninfas había destruido antes de que Percy y Grover lo detuvieran.
Estaba a punto de proponer que reventaran la burbuja de Hiperión cuando él despertó. Parecía listo para salir en cualquier momento y ponerse a quemarlo todo a su paso.
Entonces miró a Adamantino, y su mueca se tornó en una de terror.
—Creo que me recuerda—sonrió el dios con cierto orgullo—. ¿Cómo te va, solecito?
—¿Lo... lo conoces?—preguntó Annabeth.
Adamantino bufó.
—Ignorando el hecho de que es mi tío, sí, lo conozco—rió—. Es uno de los titanes que liberé del Tártaro durante la rebelión contra Zeus. Y aunque nuestro plan falló, no creo que haya olvidado cómo es que incluso Tifón estaba sujeto a mi voluntad.
Los labios de Hiperión se movieron en un intentó de articular palabra:
"T-tú... s-se supone que estás muerto..."
Adamantino hizo crujir los nudillos.
—Esto lo voy a disfrutar.
Balanceó su guadaña a toda velocidad. Si hubiera estado apuntando a Annabeth o a Percy, los habría partido por la mitad. En cambio, atravesó la ampolla monstruosa, que estalló en un géiser de caliente lodo dorado.
Annabeth se limpió el fango de titán de los ojos. Donde había estado Hiperión sólo quedaba un cráter humeante.
—Si Gaia quiere resucitar a los líderes de los Titanes, tendrá que hacerlo en otro lado—su expresión se endureció—. El reino de mi hermano no es un laboratorio donde pueda hacer sus experimentos con la vida y la muerte...
Hizo una mueca, y luego se echó a reír, como si hubiese recordado un detalle divertido, pero no lo compartió.
—Eso me dio una idea. Será mejor que sigamos—decidió—. Si Hiperión estaba regresando, nada impide que otros también lo hagan.
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