Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

TERCERA PERSONA LII


Eran, sin duda alguna, los refuerzos más extraños de la historia militar romana. Hazel iba montada en Arión, que se había recuperado lo bastante para llevar a una persona a la velocidad de un caballo normal, aunque maldijo sobre sus doloridos cascos durante todo el trayecto cuesta abajo.

Frank se transformó en un legendario Pájaro Bermellón Chino, un fénix—algo que a Percy seguía pareciéndole injusto— y se elevó por encima de ellos. Tyson corría colina abajo, blandiendo su maza y gritando: "¡Hombres poni malos! ¡UH!", mientras Ella revoloteaba alrededor de él, recitando datos del Almanaque del viejo granjero.

En cuanto a Percy, se dirigió a la batalla montado en la Señora O'Leary con un carro lleno de pertrechos de oro imperial que hacían ruido y tintineaban detrás, y el estandarte del águila dorada de la Duodécima Legión elevado por encima de él.

Rodearon el perímetro del campamento, cruzaron el Pequeño Tíber por el puente situado más al norte y penetraron en el Campo de Marte en el margen oeste de la batalla. Una horda de cíclopes estaba fustigando a los campistas de la Quinta Cohorte, quienes trataban de mantener sus escudos juntos para permanecer con vida.

Al verlos en peligro, a Percy le embargó una oleada de ira protectora. Aquellos eran los chicos que lo habían acogido. Eran su familia. Y eran su pueblo.

—¡Quinta Cohorte!—gritó—. In omnia paratus!

Cargó contra el cíclope más cercano. Lo último que el monstruo vio fueron las fauces de la Señorita O'Leary.

Después de que el cíclope fuese partido a la mitad—y permaneciera muerto, gracias a la Muerte—, Percy saltó de su perra infernal y se abrió paso violentamente a estocadas entre los otros monstruos.

Tyson embistió contra la líder de los cíclopes, Ma Gasket, ataviada con su vestido de malla salpicado de barro y decorado con lanzas rotas.

La cíclope miró boquiabierta a Tyson y dijo:

—¿Quién...?

Tyson la golpeó tan fuerte en la cabeza que la cíclope dio una vuelta y se desplomó.

—¡Señora cíclope mala!—rugió—. ¡El general Tyson le ordena que se muera!

Volvió a golpearla, y Ma Gasket se desparramó en todas direcciones en la forma de carne, hueso y órganos aplastados.

Entre tanto, Hazel embestía de acá para allá montada en Arión, atravesando a un cíclope tras otro con su spatha, mientras Frank cegaba a los enemigos con sus garras.

Una vez que todos los cíclopes a menos de cincuenta metros hubieron quedado reducidos a cadáveres, Frank se posó delante de sus tropas y se transformó en humano. Su insignia de centurión y su corona mural relucían en su chaqueta de invierno.

—¡Quinta Cohorte!—gritó—. ¡Venid a por vuestras armas!

Los campistas se recuperaron de la impresión y se apiñaron en torno al carro. Percy hizo todo lo que pudo por repartir las armas rápidamente.

—¡Vamos, vamos!—los apremiaba Dakota como loco mientras bebía sorbos de refresco de su termo—. ¡Nuestros compañeros necesitan ayuda!

Al poco rato la Quinta Cohorte estaba equipada con nuevas armas, escudos y cascos. No lucían un aspecto precisamente uniforme. De hecho, parecía que hubieran estado de compras en un saldo del Rey Midas, pero de repente se convirtieron en la cohorte más poderosa de la legión.

—¡Seguid el águila!—ordenó Frank—. ¡A la batalla!

Los campistas prorrumpieron en vítores. Cuando Percy y la Señorita O'Leary avanzaron, toda la cohorte los siguió: cuarenta guerreros dorados que relucían intensamente clamando sangre.

Embistieron contra una manada de centauros salvajes que estaban atacando a la Tercera Cohorte. Cuando los campistas de la Tercera vieron el estandarte del águila, se pusieron a gritar como locos y lucharon con renovada energía.

Los centauros estaban perdidos. Las dos cohortes los machacaron como un torno. Pronto no quedaron más que montones de cuerpos y diversos cascos y cuernos. Percy esperaba que Quirón le perdonara, pero aquellos centauros no eran como los ponis de fiesta que él había conocido. Eran de otra raza. Había que vencerlos.

—¡Formad filas!—gritaron los centuriones.

Las dos cohortes se juntaron, y su adiestramiento militar entró en acción. Con los escudos unidos, marcharon a la batalla contra los nacidos de la tierra.

Pila!—gritó Frank.

Cien lanzas se alzaron. Cuando Frank gritó: "¡Disparen!", surcaron el aire; una ola de muerte que atravesó a los monstruos de seis brazos. Los campistas desenvainaron sus espadas y avanzaron hacia el centro de la batalla.

Al pie del acueducto, la Primera y la Segunda Cohorte estaban intentando rodear a Polibotes, pero estaban siendo castigadas duramente. Los nacidos de la tierra que quedaban lanzaban una cortina de piedras y barro tras otra. Los karpoi—aquellos pequeños y horribles espíritus de los cereales mezcla de Cupido y de piraña— corrían entre la alta hierba secuestrando a campistas al azar y apartándolos de la fila. El gigante Polibotes no paraba de sacudirse basiliscos del pelo. Cada vez que uno caía, los romanos huían presas del pánico. A juzgar por sus escudos corroídos y los penachos humeantes de sus yelmos, habían descubierto el veneno y el fuego de los basiliscos.

Reyna se elevaba por encima del gigante y bajaba en picado con una jabalina cada vez que desviaba su atención de las tropas situadas en el suelo. Su capa morada restallaba con el viento. Su armadura dorada relucía. Polibotes agitaba su tridente y blandía su red, pero Scipio era casi tan ágil como Arión.

Lo que el resto no podía ver era la batalla mental que se libraba entre ambos enemigos. Dentro de sus cabezas, ambos habían simulado cientos de escenarios de batalla distintos y se habían preparado para ellos.

Cada movimiento que alguno realizaba, era el resultado de una cantidad de prueba y error multiplicado por miles.

Finalmente, el gigante consiguió lanzar su red y atrapar al pegaso de la joven. Reyna evitó el golpe y rodó por el suelo antes de reincorporarse.

—¡Scipio!

El corcel relinchó y se revolvió en el suelo. Ella se volvió hacia el monstruo y desenvainó su espada.

Polibotes no le permitió descanso y descargó una devastadora estocada con su tridente que hizo estallar el suelo ante él. Sin embargo, cuando el polvo se despejó, Reyna estaba perfectamente, habiendo esquivado el ataque con facilidad habiéndose ladeado tan sólo unos centímetros.

—Nadie se mete con mi pegaso.

Sus ojos reflejaban un profundo miedo que se las arreglaba para ocultar.

"Así que... esto es un dios gigante..."—pensó la joven.

Polibotes respondió con una lluvia de poderosas estocadas frontales que la joven esquivó ladeando su cuerpo. Un corte sangrante apareció en su hombro derecho.

—Ey, lo has esquivado—murmuró el gigante—. No está mal...

Volvió a atacar una y otra vez, a lo que Reyna sólo pudo responder navegando entre los ataques, esquivando y desviando a duras penas. Su rostro perlado de sudor mostraba su cansancio acumulado.

Se había metido en una pelea que sabía que no podría ganar, pero eso no la detenía en lo absoluto.

La joven se ladeó hacia la izquierda para evitar otro embate y comenzó a correr para cerrar las distancias con su oponente.

Después de enfrentarse contra incontables oponentes en su carrera por sobrevivir, siendo impulsada por su sangre como hija de Belona, Reyna había aprendido a combatir contra sus enemigos dentro de su mente.

Observaba a su objetivo desde el instante en el que se mostraba ante ella. Analizaba su manera de caminar, su respiración e incluso sus parpadeos. Toda esa información le permitía formular una imagen mental de su oponente.

Y de ese modo, enfrentó incontables veces a esa imagen, simulando los miles de patrones de ataque que posee.

Lamentablemente para ella, Polibotes contaba con una facultad tremendamente similar.

Él simulaba el próximo movimiento y procedía a evitarlo. Diseñado para acabar con el mismo Poseidón, el gigante había perfeccionado la habilidad de leer cada pequeño movimiento en el calor de la batalla.

Aquel poder que ambos oponentes, criados y entrenados en contextos tan distintos, compartían poseía un nombre...


¡¡¡SENJU MUSŌ: DEFENSA DE MIL IMÁGENES!!!


Polibotes trazó un arco de izquierda a derecha con su tridente, Reyna alzó su espada para bloquear el impacto, pero la fuerza del mismo la derribó y la hizo rodar por el suelo.

Antes de poder recomponerse, Polibotes trató de aplastarla con un movimiento descendente.

La joven pegó un salto a la desesperada, arreglándoselas para girar sobre sí misma en el aire y aterrizar de cuclillas a una distancia segura de su oponente.

El gigante estalló en carcajadas.

—¿Eres un mono o algo así, niña?

La joven alzó su sable de nueva cuenta, respirando con dificultad, y volvió a atacar. Los ojos blancos de Polibotes se fijaron en ella mientras apuntaba su lanza.

—Adiós...

El gigante lanzó un golpe con una potencia simplemente abrumadora.

Reyna balanceó su hoja en un intento de protegerse, pero fue en vano, su defensa fue rota y terminó siendo arrastrada varios metros hacia atrás por el suelo, con sus pies dejando marcas en la tierra.

—N-no...

Se agachó para esquivar una nueva estocada, sus ojos se habían abierto como platos.

—Se mueve... más rápido de lo que puedo leer...

Polibotes estalló en carcajadas.

—Conozco a la perfección las capacidades del Senju Musō—le espetó—. Tientes potencial, chiquilla, pero no has evolucionado lo suficiente para estar a mi nivel.

El gigante atacó de nueva cuenta, Reyna lo esquivó a duras penas con un leve quiebro hacia la izquierda.

—Hablas demasiado...—murmuró.

Polibotes rugió y comenzó a trazar arcos y lanzar estocadas con su tridente a toda velocidad. No obstante, Reyna no dejó de esquivarlo con la vista fija todo el tiempo en su oponente.

"Lo sabía"—pensó mientras se ladeaba bajo un ataque—. "Lo sabía. Este. Y este... ¡Esos también!"

Se impulsó con toda la fuerza que le quedaba en las piernas y salió disparada como una bala contra su oponente.

—¡Esta mocosa...!

Polibotes trató de interceptar su movimiento, pero fue muy lento. Reyna reapareció a su espalda, con la espada en alto y mirando perdidamente a la nada.

La joven cayó de rodillas, exhausta, mientras que una profunda herida se abría en el hombro izquierdo del gigante.

Polibotes rugió de dolor y se volvió hacia Reyna para terminarla.

Ella agachó la cabeza, aceptando la derrota. Había quemado el poco combustible que le quedaba, apenas y podía evitar desplomarse en el suelo.

Entonces, la hija de Belona vio que la Quinta Cohorte acudía en su ayuda con el águila. Se quedó tan pasmada que el gigante estuvo a punto de aplastarla, pero sacando fuerzas de donde no las había, la joven logró rodar por el suelo y evadir el golpe. La mirada de Reyna coincidió con la de Percy, y le sonrió de oreja a oreja.

—¡Romanos!—su voz resonó a través de los campos—. ¡Acudid al águila!

Tanto semidioses como monstruos se volvieron y miraron boquiabiertos como Percy avanzaba a lomos de su perra infernal.

—¿Qué pasa?—preguntó Polibotes—. ¿Qué pasa?

Percy notó que una oleada de energía recorría el bastón del estandarte. Levantó el águila y gritó:

—¡Duodécima Legión Fulminata!

Un trueno sacudió el valle. El águila soltó un destello cegador, y miles de rayos como zarcillos estallaron de sus alas doradas y describieron un arco por delante de Percy, como las ramas de un enorme árbol mortal. Los rayos conectaron a los monstruos más cercanos, saltando de uno a otro, sin alcanzar a un sólo soldado de las fuerzas romanas.

Cuando los rayos cesaron, la Primera y la Segunda Cohorte se vieron ante un gigante con cara de sorpresa y varios cientos de montones de cenizas humeantes. La línea central del enemigo había caído carbonizada.

La expresión de Octavio no tenía precio. El centurión se quedó mirando a Percy conmocionado y, acto seguido, indignado. Luego, cuando sus tropas prorrumpieron en vítores, no tuvo más remedio que unirse al griterío:

—¡Roma! ¡Roma!

El gigante Polibotes retrocedió con paso vacilante, pero Percy sabía que la batalla no había terminado.

La Cuarta Cohorte seguía rodeada de cíclopes. Hasta a Aníbal el elefante le estaba costando abrirse paso entre tantos monstruos. Su armadura de Kevlar negra estaba tan rota que en la etiqueta sólo ponía FANTE.

Los veteranos y los lares del flanco oriental estaban siendo empujados hacia la ciudad. La torre de asedio de los monstruos seguía lanzando bolas explosivas de fuego verde a las calles. Las gorgonas habían dejado fuera de combate a las águilas gigantes y estaban volando sin trabas sobre los centauros y los nacidos de la tierra que quedaban, tratando de reunirlos.

—¡No cedáis terreno!—gritaba Esteno—. ¡Tengo muestras gratuitas!

Polibotes rugió. Una docena de nuevos basiliscos cayeron de su cabello y tiñeron la tierra de un amarillo venenoso.

—¿Crees que esto cambia algo, Perseus Jackson? ¡Soy indestructible! Avanza, hijo de Poseidón. ¡Te destruiré!

Percy desmontó. Entregó a Dakota el estandarte.

—Eres el centurión de mayor rango de la cohorte. Cuida de esto.

Dakota parpadeó y acto seguido se enderezó orgullosamente. Soltó su termo de refresco y tomó el águila.

—La llevaré con mucho honor.

—Frank, Hazel, Tyson—dijo Percy—, ayudad a la Cuarta Cohorte. Tengo que matar a un gigante.

Alzó a Contracorriente, pero antes de que pudiera avanzar, sonaron unos cuernos en las montañas del norte. Otro ejército apareció en la cordillera: cientos de guerreros con camuflaje negro y gris, armados con lanzas y escudos. Entre sus filas había una docena de carretillas elevadoras de combate, con sus dientes afilados reluciendo al atardecer y flechas en llamas en sus ballestas.

—Amazonas—dijo Frank—. Bù Hâo...

Polibotes se echó a reír.

—¿Lo veis? ¡Nuestros refuerzos han llegado! ¡Roma caerá hoy!

Las amazonas bajaron sus lanzas y cargaron montaña abajo. Sus carretillas entraron en combate a toda velocidad. El ejército del gigante prorrumpió en vítores... hasta que las amazonas cambiaron de rumbo y fueron directas al flanco oriental de los monstruos.

—¡Amazonas, avanzad!

En la carretilla más grande había una chica que parecía una versión mayor y mucho más fornida de Reyna, equipada con una armadura de combate negra con un reluciente cinturón de oro alrededor de la cintura.

—¡La reina Hylla!—dijo Hazel—. ¡Ha sobrevivido!

—¡Acudid en ayuda de mi hermana!—gritó la reina de las amazonas—. ¡Destruid a los monstruos!

—¡Destruir!

El grito de sus tropas resonó a través del valle.

Reyna cojeó herida y cansada hacia Percy. Le brillaban los ojos. Su expresión decía: "Te daría un abrazo ahora mismo".

—¡Romanos! ¡Avanzad!

El campo de batalla se convirtió en un absoluto caos. Las filas de amazonas y romanos giraron hacia el enemigo como las mismísimas Puertas de la Muerte.

Sin embargo, Percy tenía un solo objetivo. Señaló al gigante.

—Tú y yo. Hasta el final.







Se encontraron junto al acueducto, que de algún modo había sobrevivido a la batalla. Polibotes se encargó de corregir ese detalle. Blandió su tridente, golpeó el arco de ladrillo más cercano y desencadenó una cascada.

—¡Adelante, hijo de Poseidón!—dijo Polibotes a modo de provocación—. ¡Déjame ver tu poder! ¿Te obedece el agua? ¿Te cura? Pues yo he nacido para enfrentarme a Poseidón.

El gigante metió la mano bajo el agua. Cuando el torrente pasó entre sus dedos se tiñó de verde oscuro. Lanzó un poco de agua a Percy, quien la esquivó instintivamente. El líquido salpicó el terreno situado delante de él. La hierba se marchitó y empezó a echar humo siseando de forma desagradable.

—Puedo convertir el agua en veneno con solo tocarla—dijo Polibotes—. ¡Veamos lo que le hace a tu sangre!

El viento rugió a su alrededor, sacudiendo el cabello de Percy, que miraba fijamente a la nada con rostro de indiferencia.

—¡Ahora!

Polibotes se cernió sobre él, trazando un arco descendente con su tridente a toda velocidad.

Percy ladeó su cuerpo levemente, y con el rostro ensombrecido, alzó su lanza para apuñalar al monstruo en el cráneo.

No obstante, cuando lanzó su estocada, no hizo más que abanicar el aire.

Polibotes se había encogido hasta la altura de un humano normal, una sonrisa adornaba su horrendo rostro.

—No creías que me enfrentaría a la velocidad de Poseidón con el tamaño de una mole, ¿o sí?

El gigante lanzó un golpe que Percy esquivó retrocediendo con un ligero salto, negándose a mirar al monstruo a los ojos. Su calmo rostro bullía en ira.

Comenzó a caminar lento e imparable hacia su enemigo, quien lo esperó con los brazos abiertos.

—Vamos, muéstrame que tienes.

El chico adoptó su poción de carrera y desató una terrible tormenta de estocadas frontales a toda velocidad intentando arrollar a su oponente con poder puro.


¡¡¡ANFITRITA: OLAS IRACUNDAS!!!


Polibotes desvió el primer golpe con su lanza y procedió a acortar el terreno mientras esquivaba las miles de estocadas con una facilidad increíble.

—¡Lento!—rió el gigante—. ¡Muy lento!

El monstruo estaba listo y deseoso de luchar contra Poseidón, había preparado su mente y cuerpo para ello. Una versión descafeinada de él no le supondría ningún problema.

Ambos tridentes chocaron en el aire una y otra vez, echando chispas en todas direcciones.

Con un salto hacia la derecha, Polibotes esquivó una nueva estocada y sonrió al frustrado chico, que aún mantenía su rostro sereno.

Más golpes cayeron alrededor del gigante, pero este lento pero seguro continuo acercándose a su enemigo.

Percy cambió de táctica, golpeó el suelo con su lanza y luego trazó un poderoso arco ascendente. Polibotes retrocedió con un salto y gruñó.

—¿Qué más tienes, diosecillo?

Percy comenzó a silbar aquella vieja melodía. Su padre solía entonarla en batalla, sí, pero ahora recordaba quien se la había enseñado. Hades lo había entrenado en el manejo de la lanza y le había hablado sobre su familia durante su primera misión.

Aquel recuerdo le dio fuerzas. Tenía que vencer al gigante para así poder salvar a Nico. Se lo debía no sólo al rey de los fantasmas, sino que también al propio rey del Helheim.

Ese silbido no era otra cosa que una promesa.

Percy se preparó.

Polibotes simuló los eventos en su mente.

"Aquí viene"—pensó—. "El próximo movimiento es... ¡Este!"

Percy atacó a una velocidad muchísimo superior a cualquiera de sus ataques previos. No obstante, y sin ninguna dificultad, Polibotes desvió el golpe hacia un costado.

—¿Eso es todo?

El chico habló con tono frío y calmo.

—A eso... se le llama distracción.

Polibotes abrió los ojos de par en par cuando la espada dorada de Reyna atravesó su espalda y sobresalió por su estómago.

La joven retrajo su arma y se posicionó al lado de Percy, parecía haber ingerido Néctar, porque se veía en mucho mejor estado.

—Pececillo—saludó Percy.

—Jackson—respondió ella.

El gigante rugía de dolor. El golpe habría destruido a cualquier monstruo inferior, pero Polibotes simplemente se tambaleó y miró la sangre que le brotaba de la herida. El corte se estaba cerrando.

—Buen intento, semidioses—gruñó—. Pero los destruiré de todas formas.

Percy y Reyna atacaron al mismo tiempo, desconcertando los sentidos del gigante. Escanear y simular se volvía complicado cuando las posibles acciones de sus oponentes se multiplicaban por dos.

Reyna balanceó su espada a toda velocidad, obligando a Polibotes a protegerse. Momento en el cual una herida sangrante apareció en el costado izquierdo de su abdomen y otra más en el lado derecho de su cabeza.

Percy sonrió con crueldad.

—Creí que eras capaz de leer mis movimientos... insignificante pedazo de mierda.

Ambos semidioses se miraron y de inmediato comprendieron lo que el otro quería decir. No podrían vencer a Polibotes por sí mismos. No obstante, tenían un plan.

Reyna corrió en un ataque frontal y, al mismo tiempo, Percy dio un poderoso salto, elevándose sobre Polibotes con su tridente en ristre.

—¡Desaparece!


¡¡¡QUÍONE-TIRO-DEMÉTER: RAYO DIVINO QUE AZOTA LOS MARES!!!


Los ataques del hijo de Poseidón cayeron desde arriba como una tormenta, destrozando el suelo y resquebrajando el campo de batalla.

Polibotes se vio obligado a moverse a toda velocidad, esquivando y desviando golpes con toda su concentración puesta en ello. Dejándole vía libre a Reyna para acercarse y atacar.

La joven balanceó su hoja a dos manos en un poderoso movimiento descendente que debería haber partido al gigante por la mitad. No obstante, el monstruo se las arregló para esquivar el movimiento a duras penas mientras desviaba las interminables estocadas de Percy con su tridente.

Aún así, la investigación y entrenamiento de Reyna le habían revelado la existencia de una técnica definitiva, creada hacía unos cuatrocientos años por un espadachín del periodo Sengoku de Japón con el nombre de Sasaki "Ganryū" Kojirō.

Esta técnica era capaz de atrapar a una golondrina con velocidades de giro superiores a los 200 km/h.

Con sus fuertes músculos, Reyna batió la nodachi con facilidad. Su peso hacía imposible el protegerse de ella. E Incluso cuando el gigante la esquivo, como si el tiempo retrocediera, otro movimiento llegó volando hacia el punto ciego del monstruo.

El segundo ataque fue producido con una velocidad cegadora, eliminando todas las opciones de escape de Polibotes. Un ataque supremamente veloz.


¡¡¡TSUBAME GAESHI: CORTE DE LA GOLONDRINA GIRATORIA!!!


Lamentablemente para los semidioses, su rival no era otro que la misma Perdición de Poseidón.


"EVOLUCIONAR MEDIANTE LOS INCONTABLES INTERCAMBIOS DE GOLPES"

ESO ES LA DEFENSA DE MIL IMÁGENES.


Polibotes trazó un arco con su lanza, se agachó para esquivar una estocada de Percy y bloqueó el embate de Reyna al mismo tiempo.

El gigante simuló el movimiento de ambos oponentes.

"¡Lo siguiente será eso!"

Golpeó a Reyna con la base de su tridente, mandándola a volar de espaldas mientras apuntaba su lanza hacia Percy.

Los ojos del hijo de Poseidón se habían convertido en cuencas vacías.

Polibotes lanzó su golpe, pero no le dio a nada, Percy lo había rodeado y ya estaba detrás de él.

—¡¿Qué demonios?!

Se hizo a un lado en el último segundo, esquivando una estocada lanzada a su cráneo.

"¡Previó mi movimiento y pretende atacar mi punto ciego!"

Trazó un arco lateral con su arma, pero nuevamente falló.

Percy se elevó sobre él. El tiempo pareció congelarse por un microsegundo.

Luego, los ataques volvieron a llover sobre él.

"Que rápido... es muy rápido... no... muy profundo..."—pensó Polibotes, para que acto seguido una sonrisa se extendiese sobre su rostro—. "¡Cuando termine contigo, Poseidón no tendrá oportunidad alguna contra mí!"

Su cuerpo se movió aún más rápido, sus sentidos se agudizaron y pronto la lluvia de ataques dejó de suponer una amenaza para él.

Acortó las distancias tan deprisa que Percy abrió los ojos en un gesto de completa incredulidad.

Polibotes lanzó una estocada que Percy evadió arqueando el cuerpo.

Aún así, el chico estaba acorralado. Un paso más y el gigante acabaría con él.

"¡Lo alcancé!"—pensó el monstruo.

Entonces una sombra se cernió sobre él. Reyna se había lanzado de frente, habiendo cambiado el agarre de su espada a uno inverso y con los ojos totalmente en blanco por la concentración.


¡¡¡TORAKIRI: GARRA DE TIGRE!!!


La joven quedó de espaldas al gigante.

Polibotes había sido atravesado en el pecho por el tridente de Percy y su cabeza había sido cortada por Reyna.

No obstante, su cuerpo se volvió a recomponer rápidamente.

—Ve con tu hermana—ordenó Percy—. Me haré cargo desde aquí.

Reyna lo miró, indecisa.

—¿Estás seguro?

El chico sonrió levemente.

—No me pasará nada, pececillo.

Polibotes se recompuso con un bramido de furia. Reyna y Percy echaron a correr en direcciones distintas.

—¡¿Qué?!—gritó el gigante con incredulidad, mientras adoptaba su tamaño completo—. ¿Huyen, cobardes? ¡Quédense quietos y mueran!

Percy utilizó su máxima velocidad, y aún así se estaba quedando corto. El gigante rápidamente le estaba dando alcance.

Pasó por delante de la Señorita O'Leary, que alzó la vista con curiosidad mientras una gorgona se retorcía dentro de su boca.

—¡Estoy bien!—gritó Percy al pasar corriendo, seguido de un gigante que clamaba sangre.

Saltó por encima de un escorpión incendiado y se agachó cuando Aníbal lanzó un cíclope a través de su camino. Con el rabillo del ojo, vio que Tyson hundía a un nacido de la tierra de un golpe en el suelo como en el juego de la maza y el topo. Ella revoloteaba encima de él, esquivando misiles y gritando consejos:

—¡La entrepierna! ¡La entrepierna de los nacidos de la tierra es un punto sensible!

¡ZAS!

—Bien. Sí. Tyson le ha dado en la entrepierna.

—¡¿Percy necesita ayuda?!—gritó Tyson.

—¡No! ¡Sigue con lo tuyo!—respondió él.

—¡Muere!—bramó Polibotes, acercándose velozmente.

Percy no paró de correr.

A lo lejos, vio a Hazel y a Arión galopando a través del campo de batalla, eliminando a centauros y karpoi. Un espíritu de los cereales gritó: "¡Trigo! ¡Te daré trigo!", pero Arión lo pisoteó y lo convirtió en un montón de cereales de desayuno. La reina Hylla y Reyna unieron fuerzas, montadas en su carretilla y su pegaso, desperdigando las siluetas oscuras de guerreros abatidos. Frank se transformó en un elefante y se abrió camino a pisotones entre unos cíclopes, y Dakota sostenía el águila dorada en alto, lanzando rayos a cualquier monstruo que osaba desafiar a la Quinta Cohorte.

Todo eso estaba muy bien, pero Percy necesitaba otro tipo de ayuda. Necesitaba a un dios.

Miró atrás y vio al gigante casi al alcance de la mano. Para ganar tiempo, se escondió detrás de una columna del acueducto. El gigante blandió su tridente. Cuando la columna se desmoronó, Percy utilizó el agua que se había desbordado para guiar el desplome e hizo caer varias toneladas de ladrillo sobre la cabeza del gigante.

Percy se lanzó hacia el perímetro urbano.

—¡Término!—gritó.

La estatua del dios más cercana se encontraba a unos veinte metros más adelante. Sus ojos de piedra se abrieron de golpe mientras Percy corría hacia él.

—¡Es totalmente inaceptable!—protestó—. ¡Edificios incendiados! ¡Invasores! ¡Llévatelos de aquí, Percy Jackson!

—Cierre la boca y escuche—espetó—. Hay un gigante...

—¡Sí, ya lo sé! Espera... Disculpa un momento.

Término cerró los ojos concentrándose. Una bala de cañón verde en llamas voló por lo alto y de repente se volatilizó.

—¿Por qué no somos un poco civilizados y atacamos más despacio? Sólo soy un dios.

—Ayúdeme a matar al gigante, y todo habrá terminado—dijo Percy—. Un dios y un semidiós colaborando: es la única forma de matarlo.

Término resopló.

—Yo vigilo las fronteras. No mato gigantes. No es mi trabajo.

—¡Término!

Percy dio otro paso adelante, y el dios chilló indignado.

—¡Detente ahí, jovencito! ¡No se permiten armas dentro de la línea del pomerio!

—Nos están atacando, gusano.

—¡Me da igual! Las normas son las normas. Cuando la gente no obedece las normas, me enfado mucho.

Percy sonrió levemente.

—No me diga.

Corrió hacia atrás en dirección al gigante.

—¡Escoria!

—¡Grrr!

Polibotes surgió de las ruinas del acueducto. El agua seguía cayendo sobre él, convirtiéndose en veneno y creando un pantano humeante alrededor de sus pies.

—Tú... morirás lentamente—prometió el gigante.

Recogió su tridente, que ahora goteaba veneno verde.

Alrededor de ellos, la batalla estaba tocando a su fin. Cuando acabaron con los últimos monstruos, los legionarios empezaron a reunirse, formando un cerco alrededor del gigante.

—Te haré prisionero, Perseus Jackson—gruñó Polibotes—. Te torturaré bajo el mar. Cada día el agua te curará, y cada día te llevaré más cerca de la muerte.

—Conoce tu lugar, gusano...

El tridente de Percy pasó como un rayo junto al cuerpo de Polibotes. Heridas sangrantes se le abrieron en el lado derecho de la cabeza y en el hombro izquierdo.

Polibotes abrió los ojos y rugió mientras trataba de enfocar sus sentidos.


¡¡¡SENJU MUSŌ: DEFENSA DE MIL IMÁGENES!!!


Creó miles de simulaciones, pero ni siquiera le dio tiempo a analizarlas para cuando la lanza de Percy ya le había pasado al lado del cráneo. A muy duras penas había desviado el ataque.

"Aún no"—pensó el monstruo—. "Aún no estoy listo. Necesito más tiempo para entrenar..."

Percy se cernió sobre él, indispuesto a darle tal tiempo, y le sonrió con burla.

—Je...

Los romanos retrocedieron cuando cientos de reflejos de velocidad rodearon el campo de batalla, tragándose al gigante.

Polibotes rugió a todo pulmón mientras se esforzaba por desviar los ataques. Pero mientras más leía, más confundido se sentía. Percy lo miraba sombríamente a través de las cuchillas, como si fuese un depredador de las profundidades.

Polibotes intentó apuñalarlo, pero no golpeó a nadie. Percy lo rodeó y golpeó desde múltiples ángulos casi simultanea mente. El gigante vomitó sangre por el esfuerzo.

El monstruo bramó airadamente. Sacudió la cabeza, y más basiliscos salieron volando de su cabello.

—Atrás—advirtió Frank.

Un caos renovado se extendió a través de las filas. Hazel espoleó a Arión y se situó entre los basiliscos y los campistas. Frank cambió de forma y se encogió hasta transformarse en algo fino y peludo... una comadreja.

Percy pensó distraídamente que Frank se había vuelto loco, pero cuando Frank atacó a los basiliscos, estos se pusieron histéricos. Los monstruos huyeron deslizándose mientras Frank los perseguía de cerca.

Polibtes tuvo suficiente, soltó un bramido y golpeó su tridente contra el suelo, sacudiendo todo el campamento.


¡¡¡POLYBṒTĒS: MUCHO ALIMENTO!!!


La explosión de luz azul detuvo a Percy en seco, como si lo hubiesen congelado. Mientras más rápido intentaba moverse, más lento iba. Se vio obligado a detener por completo sus embates con tal de recuperar su velocidad normal.

Aquella era la técnica definitiva de Polibotes, aquella que lo hacía tan peligroso para Poseidón: la capacidad de invertir el funcionamiento de la velocidad.

Percy se paró frente al gigante, tratando de procesar lo que acababa de pasar. El monstruo apuntó con su tridente y echó a correr hacia él.

Cuando el gigante llegó a la línea del pomerio, Percy se hizo a un lado con un quiebro. Polibotes atravesó a toda velocidad los límites de la ciudad.

—¡SE ACABÓ!—gritó Término—. ¡ESO VA CONTRA LAS NORMAS!

Polibotes frunció el ceño, visiblemente confundido al ser regañado por una estatua.

—¿Qué eres tú?—gruñó—. ¡Cállate!

Derribó a la estatua y se volvió atrás hacia Percy.

—¡Ahora sí que estoy FURIOSO!—gritó Término—. Te voy a estrangular. ¿Lo notas? Son mis manos alrededor de tu cuello, pedazo de matón. ¡Ven aquí! Te voy a dar un cabezazo tan fuerte que...

—¡Basta!—el gigante pisó la estatua y partió a Término en tres trozos: pedestal, cuerpo y cabeza.

—¡No has ACABADO CONMIGO!—gritó Término—. ¡Trato hecho, Perseus Jackson! Vamos a matar a este presuntuoso.

El gigante se rió tan fuerte que no se dio cuenta de que Percy iba a atacarle hasta que fue demasiado tarde. Percy saltó, introdujo a Contracorriente a través de una de las aberturas metálicas del desgarrado peto de Polibotes y le clavó el bronce celestial en el pecho hasta la base de los horcones. El gigante retrocedió tambaleándose, tropezó con el pedestal de Término y cayó al suelo con gran estruendo.

Mientras intentaba levantarse lanzando zarpazos a la lanza que tenía en el pecho, Percy levantó la cabeza de la estatua.

—¡Jamás vencerás!—dijo el gigante gimiendo—. No puedes derrotarme tú solo.

—No estoy solo—Percy levantó la cabeza de piedra por encima de la cara del gigante—. Te presento a mi amigo Término. ¡Es un dios!

La toma de conciencia y el miedo asomaron tardíamente al rostro del gigante. Percy golpeó a Polibotes en la nariz lo más fuerte que pudo con la cabeza del dios, y el gigante se deshizo en un montón humeante de algas, piel de reptil y fango venenoso.

Percy se apartó tambaleándose, totalmente agotado.

—¡Ja!—dijo la cabeza de Término—. Así aprenderá a obedecer las normas de Roma.

Por un momento, el campo de batalla permaneció en silencio a excepción del rumor de unos cuantos fuegos que ardían y los gritos de pánico de algunos monstruos que se retiraban.

Alrededor de Percy había un corro irregular de romanos y amazonas. Tyson, Ella y la Señorita O'Leary se encontraban entre ellos. Frank y Hazel le sonreían con orgullo. Arión mordisqueaba con satisfacción un escudo dorado.

—¡Perseus, Perseus!—empezaron a cantar los romanos.

Él los detuvo con una mala mirada. Sin embargo, una sonrisa tiró de sus labios.

—¿Saben qué? Olvídenlo. Yo no soy mi padre.

Los romanos volvieron a vitorear con aún más ímpetu. Se apiñaron en torno a él. Y antes de que se diera cuenta, lo levantaron sobre un escudo. Entonces el grito se convirtió en "¡Pretor! ¡Pretor!".

Entre los que cantaban estaba la propia Reyna, quien levantó la mano y tomó la de Percy para felicitarlo. A continuación, la multitud de romanos que lo vitoreaban se lo llevaron alrededor de la línea del pomerio, evitando con cuidado las fronteras de Término, y lo acompañaron de vuelta al Campamento Júpiter.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro