Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

PERCY LIV


A la mañana siguiente, Percy, Hazel y Frank desayunaron temprano y se dirigieron a la ciudad antes de la hora señalada para la sesión del senado. Como Percy había sido nombrado pretor, podía ir prácticamente adonde le viniera en gana y cuando le viniera en gana.

De camino, pasaron por delante de las cuadras donde estaban durmiendo Tyson y la Señorita O'Leary. Tyson roncaba sobre un lecho de heno al lado de los unicornios, con una expresión de felicidad en el rostro como si estuviera soñando con ponis. La Señorita O'Leary se había tumbado boca arriba y se había tapado los oídos con las patas. En el techo de la cuadra, Ella dormía posada en un montón de viejos pergaminos romanos, con la cabeza metida debajo de las alas.

Cuando llegaron al foro, se sentaron junto a las fuentes y observaron como salía el sol. Los ciudadanos ya estaban atareados recogiendo imitaciones de pastelitos, confeti y gorros de fiesta de la celebración de la noche anterior. El cuerpo de ingenieros estaba trabajando en un nuevo arco que conmemoraría la victoria sobre Polibotes.

Hazel comentó que había oído que les iban a dedicar un triunfo formal—un desfile alrededor de la ciudad seguido de una semana de juegos y celebraciones—, pero Percy sabía que no tendrían ocasión de disfrutarlo. No tenían tiempo.

Percy les explicó el sueño en el que había aparecido Hera.

Hazel frunció el entrecejo.

—Los dioses debieron de estar ocupados anoche. Enséñaselo, Frank.

Frank metió la mano en el bolsillo de su abrigo. Percy pensó que sacaría su trozo de madera, pero en lugar de ello extrajo un fino libro en rústica y una nota escrita en papel rojo.

—Estaban encima de mi almohada esta mañana—se los pasó a Percy—. Como si me hubiera visitado el Ratoncito Pérez.

El libro era El arte de la guerra, de Sun Tzu. Se imaginaba quién lo enviaba. La carta decía: "Buen trabajo, hijo. La mejor arma de un hombre es su mente. Este era el libro favorito de tu madre. Léelo. P.D.: Espero que tu amigo Percy ya me haya recordado".

—Hmph—Percy le devolvió el libro, con una ligera sonrisa—. Ares, tan ridículo como siempre. Me sorprende que no se haya caído mientras dejaba el libro, despertando a toda la cohorte.

Frank hojeó el libro.

—Aquí se habla mucho del sacrificio y de ser consciente del precio de la guerra. En Vancouver, Ares me dijo que tendría que anteponer mi deber a mi vida o la guerra daría un vuelco. Yo creía que se refería a liberar a Thanatos, pero ahora... No sé. Sigo vivo, así que a lo mejor lo peor todavía está por llegar.

Se volvió nerviosamente hacia Percy, y a Percy le dio la impresión de que Frank se estaba callando algo. Se preguntaba si Ares le había dicho algo sobre él, pero no estaba seguro de querer saberlo.

Además, Frank ya había renunciado a bastantes cosas. Había visto incendiarse el hogar de su familia. Había perdido a su madre y a su abuela.

—Has arriesgado la vida, rey de los hombres—dijo Percy—. Estuviste dispuesto a consumirte para salvar la misión. Nadie puede aspirar a más.

—Tal vez...—dijo Frank poco convencido.

Hazel apretó la mano de Frank.

Esa mañana parecían más cómodos el uno en presencia del otro, no tan nerviosos ni inquietos. Percy se preguntaba si quizá habían empezado a salir. Esperaba que así fuera, pero le pareció mejor no preguntar.

—¿Y tú, Hazel?—preguntó Percy—. ¿Alguna noticia del hermano Hades?

Ella bajó la vista. Varios diamantes brotaron del suelo a sus pies.

—No—reconoció—. Creo que me envió un mensaje a través de Thanatos. Mi nombre no estaba en la lista de almas que habían escapado, aunque debería haber estado.

—¿Crees que tu padre te ha concedido un permiso?—preguntó Percy.

Hazel se encogió de hombros.

—Hades no puede visitarme ni hablar conmigo sin reconocer que estoy viva. Tendría que hacer cumplir las leyes de la muerte y obligar a Thanatos a devolverme al Valhalla. Creo que mi padre está haciendo la vista gorda. Creo... creo que quiere que encuentre a Nico.

Percy contempló el amanecer con la esperanza de ver un buque de guerra descendiendo del cielo. Hasta el momento, nada.

—Encontraremos a nuestro hermano—prometió—. En cuanto llegue el barco, zarparemos hacia Roma.

Hazel y Frank se cruzaron una mirada de inquietud, como si ya hubieran hablado del tema.

—Percy...—dijo Frank—. Si quieres que vayamos, cuenta con nosotros. Pero ¿estás seguro? Quiero decir, sabemos que tienes muchos amigos en el otro campamento. Y ahora podrías elegir a cualquiera del Campamento Júpiter. Si nosotros no formáramos parte de los siete, lo entenderíamos...

—¿Bromeas, chico?—dijo Percy—. ¿Crees que dejaría a mi equipo? ¿Después de sobrevivir al germen de trigo de Fleecy, de huir de caníbales y de escondernos debajo de traseros azules de gigantes en Alaska? ¡No me jodas!

La tensión se rompió. Los tres se troncharon de risa, tal vez demasiado, pero era un alivio estar vivo, mientras el cálido sol brillaba, y no tener que preocuparse—al menos de momento—por rostros siniestros que aparecían en las sombras de las montañas.

Hazel respiró hondo.

—La profecía que dijo Ella, la de la hija de la sabiduría y la marca de Roma que arde a través de Roma... ¿Sabéis lo que significa?

Percy recordó su sueño. Hera le había advertido que a Annabeth le aguardaba una difícil tarea y que entorpecería la misión. Le costaba creerlo, pero aun así le preocupaba.

—No estoy seguro—reconoció—. Creo que la profecía no acaba ahí. Tal vez Ella se acuerde del resto.

Frank se guardó el libro en el bolsillo.

—Tenemos que llevarla con nosotros... por su propia seguridad. Si Octavio descubre que Ella ha memorizado los libros sibilinos...

Percy frunció el ceño. Octavio utilizaba las profecías para mantener su poder en el campamento. Como Percy le había arrebatado la oportunidad de convertirse en pretor, el augur buscaría otras formas de ejercer su influencia. Si le echaba el guante a Ella...

—Tienes razón—dijo Percy—. Tenemos que protegerla. Espero que podamos convencerla...

—¡Percy!

Tyson venía corriendo a través del foro seguido de Ella, que revoloteaba tras él con un manuscrito en las garras. Cuando llegaron a la fuente, Ella soltó el pergamino sobre el regazo de Percy.

—Entrega especial—dijo—. De un aura, un espíritu del viento. Sí, Ella ha recibido una entrega especial.

—¡Buenos días, hermanos!—Tyson tenía heno en el pelo y mantequilla de cacahuete en los dientes—. El manuscrito es de Leo. Es pequeño y gracioso.

El manuscrito parecía corriente, pero cuando Percy lo desplegó sobre su regazo, una grabación en vídeo parpadeó en el pergamino. Un chico con una bata de laboratorio les sonreía. Tenía una expresión traviesa, el cabello moreno rizado y ojos de desenfreno, como si se hubiera tomado varias tazas de café. Estaba sentado en una habitación oscura con paredes de madera, como el camarote de un barco. Una paloma robótica ladeaba la cabeza, parada sobre su hombro. Lámparas de aceite se balanceaban de un lado al otro en el techo.

Hazel contuvo un grito.

—¿Qué?—preguntó Frank—. ¿Qué pasa?

Poco a poco, Percy se dio cuenta de que el chico del pelo rizado le resultaba familiar... y no sólo de haberlo visto en sus sueños. Había visto esa cara en una vieja foto.

—¡Hola!—saludó el chico del vídeo—. Saludos de vuestros amigos del Campamento Mestizo, etc. Soy Leo. Soy el...—miró fuera de pantalla y gritó—: ¿Cuál es mi cargo? ¿Soy almirante o capitán o...?

Una voz de chica contestó:

—Mozo de las reparaciones.

—Muy graciosa, Piper—gruñó Leo. Se volvió de nuevo hacia la pantalla del pergamino—. Bueno, soy... esto... el comandante supremo del Argo II. ¡Sí, me gusta! En fin, llegaremos a vuestro campamento en este gran buque nodriza dentro de aproximadamente, no sé, una hora. Os agradeceríamos que no nos dispararais al cielo ni nada por el estilo. ¡Así que tranquilos! Si podéis avisar a los romanos... Hasta pronto. Saludos semidivinos y todo ese rollo. Nos vemos.

La imagen se fue del pergamino.

—No puede ser—dijo Hazel.

—¿Qué?—preguntó Frank—. ¿Conoces a ese chico?

Parecía que Hazel hubiera visto un fantasma. Percy comprendía el motivo. Se acordó de la foto que había visto en la casa abandonada de Hazel en Seward. El chico del buque era idéntico al ex-novio de Hazel.

—Es Sammy Valdez—dijo—. Pero ¿cómo... cómo...?

—No puede ser—dijo Percy—. Se llama Leo. Y han pasado setenta y tantos años. Tiene que ser una...

Quería decir "casualidad", pero ni siquiera él se lo creía. Durante los últimos años había lidiado con muchas cosas: el destino, profecías, magia, monstruos, el destino otra vez. Pero jamás se había tropezado con una casualidad.

Unos cuernos sonaron a lo lejos y les interrumpieron. Los senadores entraron en el foro encabezados por Reyna.

—Es la hora de la sesión —dijo Percy—. Vamos. Tenemos que avisarles de la llegada del buque.







—¿Por qué debemos fiarnos de esos griegos?—estaba diciendo Octavio.

Había estado paseándose por el suelo del senado cinco minutos, hablando sin parar, tratando de responder a lo que Percy les había contado acerca del plan de Hera y la Profecía de los Siete.

Los miembros del senado se removían inquietos, pero a la mayoría de ellos les daba miedo interrumpir a Octavio cuando estaba en pleno discurso. Mientras tanto, el sol subió en el cielo, brillando a través del techo destruido del senado y brindando a Octavio un foco natural.

El senado estaba abarrotado. La reina Hylla, Frank y Hazel estaban sentados en la primera fila con los senadores. Veteranos y fantasmas ocupaban las filas de atrás. Incluso habían permitido a Tyson y a Ella sentarse al fondo. Tyson no paraba de saludar con la mano y sonreír a Percy.

Percy y Reyna ocupaban unas sillas de pretor idénticas en el estrado. Percy mantenía el rostro firme y serenó, con los brazos cruzados sobre el pecho. Al igual que Nico, se las había arreglado para convencer al senado de utilizar ropa formal más de su estilo.

En ese momento llevaba su viejo traje de gala militar que Tyson le había llevado (por alguna razón): un saco y pantalones blancos junto con una camisa y cinturón intrincadamente detallados. Era el conjunto formal que siempre usaba cuando no tenía que combatir u hacer alguna actividad física. Le hacía sentirse respetable y tranquilo. Quizá por esa misma razón Nico solía estar todo el tiempo de saco.

Sumado a su traje, ahora también llevaba una capa morada igual a la de Reyna sobre la espalda, aunque no le gustaba del todo cómo combinaba con su viejo atuendo.

—El campamento está a salvo—continuó Octavio—. ¡Yo seré el primero en felicitar a nuestros héroes por habernos devuelto el águila de la legión y tanto oro imperial! Verdaderamente nos ha sonreído la buena fortuna. Pero ¿para qué hacer más? ¿Para qué tentar al destino?

—Me alegro de que lo preguntes.

Percy se levantó, aprovechando la oportunidad que le brindaba la pregunta.

—No estaba...—dijo Octavio tartamudeando.

—En la misión—terció Percy—. Sí, lo sé. Y haces bien dejando que me explique, pues yo sí que estaba presente.

Algunos senadores se rieron disimuladamente. A Octavio no le quedó más remedio que sentarse y procurar no mostrarse avergonzado.

—Gaia está despertando—dijo Percy—. Hemos vencido a dos de sus gigantes, pero eso es sólo el principio. La auténtica guerra tendrá lugar en la antigua patria de los dioses. La misión nos llevará a Roma y al final a Grecia.

Una oleada de inquietud recorrió el senado.

—Lo sé—dijo Percy—. Siempre habéis considerado a los griegos vuestros enemigos. Y tenéis motivos para ello. Creo que los dioses han mantenido los dos campamentos separados porque cada vez que coincidimos nos peleamos. Pero esa situación puede cambiar. Tiene que cambiar si queremos vencer a Gaia. Eso es lo que quiere decir la Profecía de los Siete. Siete semidioses, griegos y romanos, tendrán que cerrar las Puertas de la Muerte juntos.

—¡Ja!—gritó un lar de la fila de atrás—. ¡El último pretor que intentó interpretar la Profecía de los Siete fue Michael Varus y perdió nuestra águila en Alaska! ¿Por qué íbamos a creerte ahora?

Octavio sonrió con suficiencia. Algunos de sus aliados en el senado empezaron a asentir con la cabeza y a gruñir. Incluso algunos veteranos no parecían estar seguros.

—Yo llevé a Juno a través del Tíber—les recordó Percy, hablando con la mayor firmeza posible—. Ella me dijo que la Profecía de los Siete se va a cumplir. Marte también se os apareció en persona. ¿Creéis que dos de los dioses más importantes aparecerían en el campamento si la situación no fuera tan grave?

—Tiene razón—dijo Gwen desde la segunda fila—. Por una vez, confío en la palabra de Perseus. Puede que sea griego, pero ha restablecido el honor de la legión. Anoche lo visteis en el campo de batalla. ¿Alguno de los presentes se atrevería a decir que no es un auténtico héroe de Roma?

Nadie le llevó la contraria. Unos cuantos asintieron con la cabeza.

Reyna se puso en pie. Percy la miró. Su opinión sería decisiva, para bien o para mal.

—Afirmas que es una misión conjunta—dijo—. Afirmas que Hera pretende que colaboremos con ese... ese otro grupo, el Campamento Mestizo. Sin embargo, los griegos han sido nuestros enemigos durante eones. Son famosos por sus engaños.

—Puede—convino Percy—. Pero los enemigos pueden convertirse en aliados. ¿Hace una semana habríais pensado que romanos y amazonas lucharían codo con codo?

La reina Hylla se echó a reír.

—Tiene razón.

—Los semidioses del Campamento Mestizo ya han colaborado con el Campamento Júpiter—dijo Percy—. Sólo que no nos hemos dado cuenta. Durante la guerra de los titanes del año pasado, mientras vosotros atacabais el monte Otris, nosotros defendíamos el monte Olimpo en Manhattan. Yo mismo luché contra Cronos.

Reyna retrocedió y estuvo a punto de tropezar con su toga.

—¿Que tú... qué?

—Sé que es difícil de creer—dijo Percy—. Pero creo que me he ganado vuestra confianza. Estoy de vuestra parte. Estoy seguro de que Hazel y Frank están destinados a venir conmigo en la misión. Los otros cuatro vienen ahora mismo del Campamento Mestizo. Uno de ellos es Jason Grace, vuestro antiguo pretor.

—¡Venga ya!—gritó Octavio—. Se lo está inventando.

Reyna frunció el ceño.

—Nos pides que creamos lo increíble. ¿Que Jason vuelve con un grupo de semidioses griegos? ¿Dices que van a aparecer en el cielo en un buque de guerra fuertemente armado, pero que no debemos preocuparnos?

—Sí—Percy echó un vistazo a las filas de espectadores nerviosos e indecisos—. Dejadles aterrizar. Escuchadles. Jason confirmará todo lo que os estoy contando. Lo juro por mi vida.

—¿Por tu vida?—Octavio miró de forma significativa al senado—. Lo recordaremos si resulta ser una treta.

En el momento justo, un mensajero entró corriendo en el senado jadeando como si hubiera venido corriendo desde el campamento.

—¡Pretores! Lamento interrumpir, pero nuestros vigías informan de que...

—¡Barco!—dijo Tyson alegremente, señalando el agujero del techo—. ¡Viva!

Efectivamente, un buque de guerra griego salió de las nubes a unos ochocientos metros de distancia, descendiendo hacia el senado. A medida que se acercaba, Percy pudo ver relucientes escudos de bronce a lo largo de los costados, velas ondeando al viento y un mascarón de proa de aspecto familiar con la forma de un dragón metálico. En el mástil más alto, una gran bandera blanca de tregua chasqueaba al viento.

El Argo II. Era el barco más increíble que había visto en su vida.

—¡Pretores!—gritó el mensajero—. ¿Cuáles son vuestras órdenes?

Octavio se levantó de golpe.

—¿Hace falta que lo preguntes?—tenía la cara roja de ira. Estaba estrangulando a su oso de peluche—. ¡Los augurios son terribles! Es una treta, un engaño. ¡Cuidado con los griegos que traen regalos!

Señaló a Percy con el dedo.

—Sus amigos nos están atacando en un buque de guerra. Él los ha traído aquí. ¡Debemos atacar!

—No—dijo Percy con firmeza—. Todos me habéis ascendido a pretor por un motivo. Lucharé para defender este campamento con mi vida. Pero esos no son enemigos. Propongo que estemos preparados, pero no que ataquemos. Dejémosles aterrizar. Dejémosles hablar. Si es una treta, lucharé con vosotros, como hice anoche. Pero no lo es.

Todas las miradas se desviaron hacia Reyna.

La pretora examinó el barco que se acercaba. Su expresión se endureció. Si vetaba las órdenes de Percy... él no sabía lo que pasaría. Cundiría el caos y la confusión, como mínimo. Lo más probable era que los romanos siguieran su ejemplo. Ella había sido su líder durante mucho más tiempo que Percy.

—No disparéis—dijo Reyna—. Pero que la legión esté preparada. Perseus Jackson es vuestro pretor y ha sido elegido debidamente. Debemos confiar en su palabra, a menos que tengamos motivos claros para no hacerlo. Senadores, pasemos al foro y recibamos a nuestros... nuevos amigos.

Los senadores salieron en desbandada del auditorio; Percy no sabía si de emoción o de pánico. Tyson corría detrás de ellos gritando: "¡Viva! ¡Viva!", mientras Ella revoloteaba alrededor de su cabeza.

Octavio miró a Percy con indignación y acto seguido lanzó su oso de peluche y siguió a la multitud.

Reyna permaneció junto a Percy.

—Yo te apoyo, Percy—dijo—. Confío en tu juicio. Pero por el bien de todos nosotros, espero que podamos mantener la paz entre nuestros campistas y tus amigos griegos.

—Así será—prometió él—. Ya lo verás.

Ella levantó la vista al buque. Su expresión se tornó un poco melancólica.

—Dices que Jason está a bordo... Espero que sea verdad. Lo he echado de menos.

Salió resueltamente, dejando a Percy solo con Hazel y Frank.

—Están aterrizando directamente en el foro—anunció Frank nerviosamente—. A Término le va a dar un infarto.

—Percy, lo has jurado por tu vida—dijo Hazel—. Los romanos se toman esas cosas en serio. Si algo sale mal, aunque sea sin querer, Octavio te va a matar. Lo sabes, ¿verdad?

Percy sonrió. Sabía que había mucho en juego. Sabía que ese día todo podía salir terriblemente mal. Pero también sabía que Annabeth estaba a bordo de ese barco. Si las cosas salían bien, sería el mejor día de su vida.

—Puede intentarlo si quiere.

Rodeó a Hazel con un brazo y a Frank con el otro.

—Hermanita, rey de los hombres—dijo—. Os presentaré a mi otra familia.

...

Imagen de referencia para el traje de gala:

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro