HAZEL XXXIII
Hazel consideró huir.
No se fiaba de la reina Hylla, y desde luego tampoco se fiaba de la otra señora, Otrera. Sólo quedaban tres guardias en la sala. Todas se mantenían a distancia.
Hylla estaba armada sólo con una daga, o al menos eso aparentaba. A tanta profundidad bajo tierra, Hazel podría provocar un terremoto en la sala del trono o desenterrar un gran montón de esquisto o de oro. Si pudiera crear una distracción, podría escapar y encontrar a sus amigos.
Lamentablemente, había visto pelear a las amazonas. Aunque la reina sólo tenía una daga, prácticamente triplicaba el tamaño de Hazel. Y ella estaba desarmada. No la habían registrado, de modo que afortunadamente no le habían sacado el palo de Frank del bolsillo del abrigo, pero su espada había desaparecido.
La reina pareció leerle el pensamiento.
—Olvídate de escapar. Te respetaríamos si lo intentaras, por supuesto, pero tendríamos que matarte.
—Gracias por avisarme.
Hylla se encogió de hombros.
—Es lo mínimo que puedo hacer. Creo que venís en son de paz. Creo que Reyna os ha enviado.
—Pero ¿no está dispuesta a ayudar?
La reina observó el collar que le había quitado a Percy.
—Es complicado—dijo—. Las amazonas siempre hemos tenido una relación inestable con los semidioses... sobre todo con los hombres. Luchamos por el rey Príamo en la guerra de Troya, pero Aquiles mató a nuestra reina, Pentesilea. También, Heracles robó el cinturón de la reina Hipólita: el mismo cinturón que yo llevo. Tardamos siglos en recuperarlo. Mucho antes, al principio de la nación de las amazonas, un héroe llamado Belerofonte, hijo de Poseidón ni más ni menos, mató a nuestra primera reina, Otrera...
—¿Se refiere a la señora...?
—Que acaba de marcharse, sí. Otrera, nuestra primera reina, hija de Ares.
—¿Ares?
Hylla adoptó una expresión avinagrada.
—Sí, Ares. Los hijos de Ares... son siempre los peores. Y eso sumado a que, lamentablemente, algunos de nuestros guerreros todavía prefieren las antiguas costumbres...
—¿Las antiguas costumbres?
Hazel había oído rumores acerca de los semidioses griegos. Octavio creía que existían y que conspiraban en secreto contra Roma, pero ella nunca lo había creído, ni siquiera cuando Percy había aparecido en el campamento. No le parecía un griego malvado y maquinador.
—¿Quiere decir que las amazonas son una mezcla... griega y romana?
Hylla siguió examinando el collar: las cuentas de barro, la placa de probatio... Extrajo el anillo de plata del cordón y se lo puso en el dedo.
—Supongo que en el Campamento Júpiter no os enseñan nada de eso. Los dioses tienen muchas apariencias. Marte, Ares. Plutón, Hades. Son griegos, romanos, estadounidenses... una combinación de todas las culturas en las que han influido a lo largo de los eones. ¿Lo entiendes?
—No... no estoy segura. ¿Son semidiosas todas las amazonas?
La reina extendió las manos.
—Todas tenemos sangre inmortal, pero muchas de mis guerreras descienden de semidioses. Algunas han sido amazonas durante innumerables generaciones. Otras son hijas de dioses menores. Kinzie, la que os trajo aquí, es hija de una ninfa. Ah... por ahí viene.
La chica con el cabello castaño rojizo se acercó a la reina, habiéndose ya vendado el estómago, e hizo una reverencia.
—Los prisioneros están bien encerrados—informó Kinzie—. Pero...
—¿Sí? —dijo la reina.
Kinzie tragó saliva como si tuviera mal sabor de boca.
—Otrera se ha encargado de que sus seguidoras vigilen las celdas. Lo siento, mi reina.
Hylla frunció los labios.
—No importa. Quédate con nosotras, Kinzie. Estábamos hablando de nuestro... problema.
—Otrera—aventuró Hazel—. Gaia la resucitó para meter a las amazonas en una guerra civil.
La reina suspiró.
—Si su plan era ese, está dando resultado. Otrera es una leyenda entre nuestra gente. Tiene pensado retomar el trono y llevarnos a la guerra contra los romanos. Muchas de mis hermanas la seguirán.
—No todas—masculló Kinzie.
—¡Pero Otrera es un espíritu!—repuso Hazel—. Ni siquiera es...
—¿Real?—la reina observó detenidamente a Hazel—. Trabajé muchos años con la hechicera Circe. Reconozco a un alma que ha vuelto del Valhalla cuando la veo. ¿Cuándo moriste, Hazel? ¿En los años veinte? ¿En los treinta?
—En 1942—respondió—. Pero... pero no me envía Gaia. He vuelto para detenerla. Esta es mi segunda oportunidad.
—Tu segunda oportunidad...—Hylla contempló las hileras de carretillas de batalla vacías—. Yo sé de segundas oportunidades. Ese chico, Perseus Jackson, destruyó mi antigua vida. No me habrías reconocido en aquel entonces. Llevaba vestidos y maquillaje. Era una secretaria con pretensiones, una puñetera muñeca Barbie.
Kinzie formó una garra con tres dedos sobre su corazón, como los gestos de vudú que su madre utilizaba para protegerse contra el mal de ojo.
—La isla de Circe era un lugar seguro para Reyna y para mí—continuó la reina—. Éramos hijas de la diosa de la guerra, Belona. Yo quería proteger a Reyna de toda esa violencia. Entonces Perseus Jackson liberó a los piratas, quienes nos secuestraron, y Reyna y yo aprendimos a ser duras. Descubrimos que se nos daban bien las armas. Yo tengo músculos y ella tiene esa extraña cosa en la cabeza. Durante los últimos cuatro años he deseado matar a Perseus Jackson por lo que nos obligó a soportar.
—Pero Reyna se convirtió en pretor del Campamento Júpiter—dijo Hazel—. Y usted se ha convertido en reina de las amazonas. Tal vez su destino fuera ese.
Hylla toqueteó el collar en su mano.
—Puede que no siga siendo reina mucho tiempo.
—¡Usted triunfará!—insistió Kinzie.
—Lo que decreten las Moiras—dijo Hylla sin entusiasmo—. Verás, Hazel, Otrera me ha retado en duelo. Toda amazona tiene ese derecho. Hoy a medianoche lucharemos por el trono.
—Pero... usted es... bueno, enorme. Se le da bien luchar, ¿verdad?—preguntó Hazel.
Hylla forzó una sonrisa sardónica.
—Sí, pero Otrera es la fundadora de las amazonas.
—Es mucho más mayor. Y ha estado muerta tanto tiempo que tal vez no esté en forma.
—Espero que estés en lo cierto, Hazel. Porque es un combate a muerte...
Esperó a que la chica asimilara la información. Hazel recordó lo que Fineas había dicho en Portland: que había vuelto de la muerte por un atajo gracias a Gaia. Y recordó que las gorgonas habían intentado volver a formarse en el Tíber.
—Aunque la mate, volverá—dijo Hazel—. Mientras Thanatos esté encadenado, no seguirá muerta.
—Exacto—convino Hylla—. Otrera nos ha dicho que no puede morir. Así que aunque consiga vencerla esta noche, regresará y volverá a retarme mañana. No hay ninguna ley que impida retar a la reina en mútiples ocasiones. Puede empeñarse en luchar conmigo cada noche, hasta que por fin me agote. No puedo ganar.
Hazel contempló el trono. Se imaginó a Otrera sentada allí con su elegante túnica y su cabello plateado, ordenando a las guerreras que atacaran Roma. Se imaginó la voz de Gaia resonando en la caverna.
—Tiene que haber una forma—dijo—. ¿Tienen las amazonas... poderes especiales o algo por el estilo?
—No más que otras semidiosas—contestó Hylla—. Podemos morir, como cualquier mortal. Hay un grupo de arqueras que siguen a la diosa Artemisa. A menudo las confunden con amazonas, pero las cazadoras renuncian a la compañía de los hombres a cambio de la vida casi eterna. Las amazonas preferimos vivir la vida al máximo. Amamos, luchamos y morimos.
—Creía que odiaban a los hombres.
Hylla y Kinzie se echaron a reír.
—¿Que odiamos a los hombres?—dijo la reina—. No, nos gustan los hombres. Sólo nos gusta demostrar quién manda. Pero eso no viene al caso. Si pudiera, reuniría a nuestras tropas y acudiría en ayuda de mi hermana. Lamentablemente, mi poder es escaso. Cuando me maten en combate, y es cuestión de tiempo que eso ocurra, Otrera será la reina. Ella marchará al Campamento Júpiter con nuestras fuerzas, pero no irá a ayudar a mi hermana. Irá a unirse al ejército del gigante.
—Tenemos que detenerla—dijo Hazel—. Percy mató a Fineas, uno de los sirvientes de Gaia en Portland. ¡Tal vez podamos ayudar!
La reina negó con la cabeza.
—No podéis interferir. Como reina, debo librar mis propias batallas. Además, tus amigos están encarcelados. Si los libero, quedaré como débil. O bien ordeno que os ejecuten a los tres por intrusos, o bien lo hará Otrera cuando se convierta en reina.
A Hazel se le cayó el alma a los pies.
—Entonces supongo que las dos estamos muertas. Yo por segunda vez.
En la jaula del rincón, el corcel Arión relinchó airadamente. Se encabritó y golpeó los barrotes con los cascos.
—El caballo parece percibir tu desesperación—dijo la reina—. Qué interesante. Es un dios, ¿sabes? Hijo de Poseidón y de Deméter.
Hazel parpadeó.
—¿Dos dioses han tenido un hijo caballo?
—Es una larga historia.
—Ah.
A Hazel se le encendió el rostro de la vergüenza.
—Es el caballo más rápido del mundo—dijo Hylla—. Pegaso es más famoso, con sus alas, pero Arión corre como el viento por tierra y por mar. No hay criatura más rápida que él. Nos llevó un año capturarlo; es uno de nuestros premios más valiosos. Pero no nos ha servido de nada. El caballo no deja que nadie lo monte. Creo que odia a las amazonas. Y es muy caro mantenerlo. Come cualquier cosa, pero prefiere el oro.
Hazel notó un hormigueo en la nunca.
—¿Come oro?
Se acordó del caballo que la había seguido en Alaska hacía muchos años. Le había parecido que estaba comiendo las pepitas de oro que aparecían a su paso.
Se arrodilló y pegó la mano al suelo. La piedra se agrietó enseguida. Un pedazo de mineral de oro del tamaño de una ciruela brotó de la tierra. Hazel se levantó y examinó su premio.
Hylla y Kinzie se la quedaron mirando.
—¿Cómo has...?—la reina se quedó boquiabierta—. ¡Ten cuidado, Hazel!
Hazel se acercó a la jaula del caballo. Introdujo la mano entre los barrotes, y Arión comió con cautela el pedazo de oro de su palma.
—Increíble—dijo Kinzie—. La última chica que intentó hacer eso...
—Ahora tiene un brazo de metal—concluyó la reina. Observó a Hazel con un nuevo interés, como si estuviera decidiendo si debía seguir hablando o no—. Hazel... nos hemos pasado años buscando ese caballo. Según la profecía, la guerrera más valiente de todas domesticará a Arión y lo llevará a la victoria, marcando el comienzo de una nueva era de prosperidad para las amazonas. Sin embargo, ninguna amazona puede tocarlo, y no digamos controlarlo. Hasta Otrera lo probó y fracasó. Otras dos murieron intentando montarlo.
Eso debería haber preocupado a Hazel, pero no se podía imaginar que aquel precioso caballo le hiciera daño. Introdujo la mano entre los barrotes otra vez y acarició el hocico de Arión. El caballo le rozó el brazo, murmurando con satisfacción, como si estuviera preguntando: "¿Más oro? Ñam, ñam".
—Te daría de comer más, Arión—Hazel señaló intencionadamente a la reina—. Pero creo que me espera una ejecución.
La reina Hylla desplazó la vista repetidamente de Hazel al caballo.
—Increíble.
—La profecía—dijo Kinzie—. ¿Es posible...?
Hazel casi podía ver cómo los engranajes de la cabeza de la reina daban vueltas, formulando un plan.
—Tienes valor, Hazel Levesque. Y parece que Arión te ha elegido. ¿Kinzie?
—¿Sí, mi reina?
—¿Has dicho que las seguidoras de Otrera están vigilando las celdas?
Kinzie asintió con la cabeza.
—Debería haberlo previsto. Lo siento...
—No, no pasa nada—los ojos de la reina brillaban, como los de Aníbal el elefante cuando lo soltaban para que destruyera una fortaleza—. Otrera pasaría vergüenza si sus seguidoras no cumplieran con su deber: si una intrusa las venciera y se produjera una fuga, por ejemplo.
Kinzie empezó a sonreír.
—Sí, mi reina. Mucha vergüenza.
—Por supuesto, ninguna de mis guardias sabría una palabra del asunto—continuó Hylla—. Kinzie no divulgaría la noticia para permitir que se produjera la escapada.
—Desde luego que no—convino Kinzie.
—Y no podríamos ayudarte—la reina arqueó las cejas mirando a Hazel—. Pero si de algún modo derrotaras a las guardias y liberaras a tus amigos... si, por ejemplo, tomases una de las tarjetas de Amazon de las guardias...
—Con opción de compra con un sólo clic incorporada—dijo Kinzie—, lo que abriría las celdas con un sólo clic.
—Si, los dioses no lo quieran, algo así ocurriera—continuó la reina—, encontrarías las armas y las provisiones de tus amigos en la garita que hay al lado de las celdas. Y ¿quién sabe? Si volvieras a la sala del trono mientras yo estoy fuera preparándome para el duelo... Bueno, ya te he dicho que Arión es un caballo muy rápido. Sería una lástima que lo robaran y lo usaran para escapar.
Hazel se sentía como si la hubieran conectado a un enchufe. La electricidad recorría todo su cuerpo. Arión... Arión podría ser suyo. Lo único que tenía que hacer era rescatar a sus amigos y abrirse paso a la fuerza entre un país entero de guerreras sumamente adiestradas.
—Reina Hylla—dijo—, no... no se me da muy bien luchar. Poseo gran fuerza, pero no he pulido mi técnica.
—Oh, hay muchas formas de luchar, Hazel. Tengo la sensación de que eres bastante ingeniosa. Y si la profecía es correcta, ayudarás al país de las amazonas a alcanzar la prosperidad. Si tienes éxito en tu misión de liberar a Thanatos, por ejemplo...
—Otrera no volvería si la mataran—dijo Hazel—. Usted sólo tendría que vencerla... todas las noches hasta que tengamos éxito.
La reina asintió con la cabeza seriamente.
—Parece que a las dos nos aguardan tareas imposibles.
—Pero está confiando en mí—dijo Hazel—. Y yo confío en usted. Usted vencerá, por muchas veces que haga falta.
Hylla alargó el collar de Percy y lo dejó caer en las manos de Hazel.
—Espero que estés en lo cierto—dijo la reina—. Pero cuanto antes tengáis éxito, mejor.
Hazel se metió el collar en el bolsillo. Estrechó la mano de la reina preguntándose si era posible hacerse amiga de alguien tan rápido, sobre todo de alguien que estaba a punto de meterla en la cárcel.
—Esta conversación no ha tenido lugar—le dijo Hylla a Kinzie—. Lleva a nuestra prisionera a las celdas y entrégasela a las guardias de Otrera. Y, Kinzie, asegúrate de marcharte antes de que pase alguna desgracia. No quiero que nadie responsabilice a mis fieles seguidoras de una fuga.
La reina sonrió con picardía, y por primera vez Hazel sintió envidia de Reyna. Ojalá ella tuviera una hermana como la suya.
—Adiós, Hazel Levesque—dijo Hylla—. Tienes materia para ser reina. Si las dos morimos esta noche... me alegro de haberte conocido.
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