HAZEL XXXI
Antes de llegar al bote, a Hazel le entraron náuseas.
No se quitaba de la cabeza la imagen de Fineas, con el rostro deformado y la sangre brotándole como si fuesen las llamas de un demonio salido desde el mismísimo Infierno. Percy le había asegurado que ella no era como Fineas, pero se equivocaba. Ella había hecho algo todavía peor que torturar a unas arpías.
"¡Tú empezaste todo esto!"—había dicho el viejo—. "¡De no haber sido por ti, Alcioneo no estaría vivo!"
Mientras el bote avanzaba a gran velocidad por el río Columbia, Hazel trató de olvidar. Ayudó a Ella a preparar su nido con viejos libros y revistas que había robado del cubo de reciclaje de la biblioteca.
Lo cierto era que no tenían pensado llevar a la arpía con ellos, pero Ella se comportaba como si el asunto estuviera decidido.
—Amigos. Friends—murmuraba—. "Diez temporadas. De 1994 a 2004". Los amigos han deshecho a Fineas y le dan cecina a Ella. Ella irá con sus amigos.
En ese momento estaba posada cómodamente en la popa, mordisqueando trozos de cecina y recitando frases al azar de Charles Dickens y Cincuenta trucos para enseñarle a su perro.
Percy estaba arrodillado en la proa, conduciéndolos hacia el mar con los extraños poderes que le permitían controlar mentalmente el agua. Hazel estaba sentada al lado de Frank en el banco central, tocándose mutuamente con los hombros, cosa que la ponía nerviosa como una arpía.
Se acordaba de cómo Frank la había defendido en Portland gritando: "¡Ella es buena persona!", como si estuviera dispuesto a enfrentarse a cualquiera que lo negara.
Recordaba su aspecto en la ladera de Mendocino, solo en un claro de hierba envenenada con la lanza en la mano, el fuego ardiendo a su alrededor y los cadáveres aplastados de tres basiliscos a sus pies.
Hacía una semana, si alguien hubiera insinuado que Frank era hijo de Ares, Hazel se habría echado a reír. Ciertamente tenía los músculos, pero Frank era demasiado dulce y encantador. Él siempre le había despertado un sentimiento protector debido a su torpeza y su facilidad para meterse en problemas.
Desde que se habían marchado del campamento, lo veía de forma distinta. Frank era más valiente de lo que ella creía. Él era el que cuidaba de ella. Tenía que reconocer que era un cambio bastante agradable.
El río se ensanchó en el mar. El Pax giró hacia el norte. Mientras navegaban, Frank la animó contándole chistes tontos: "¿Por qué el minotauro cruzó la calle?", "¿Cuántos faunos hacen falta para cambiar una bombilla?". Y le señalaba los edificios repartidos a lo largo del litoral que le recordaban lugares de Vancouver.
El cielo empezó a oscurecerse, y el mar se tiñó del mismo color de orín que las alas de Ella. El 21 de junio estaba casi encima de ellos. La fiesta de Fortuna tendría lugar por la noche, exactamente al cabo de setenta y dos horas.
Finalmente Frank sacó comida de su mochila, refrescos y magdalenas que había recogido de la mesa de Fineas, y los repartió entre ellos.
—No te preocupes, Hazel—dijo en voz baja—. Mi madre solía decir que uno no debe cargar con los problemas solo. Pero si no te apetece hablar del tema, no pasa nada.
Hazel respiró entrecortadamente. Le daba miedo hablar, pero no porque le diera vergüenza. No quería desmayarse y retrotraerse al pasado.
—Tenías razón cuándo dijiste que he vuelto del Valhalla—contestó al cabo—. En realidad, soy... soy una fugitiva. No debería estar viva.
Se sintió como si una presa se hubiera roto. La historia brotó atropelladamente. Explicó que su madre había invocado a Hades y se había enamorado del dios. Explicó que su madre había deseado todas las riquezas de la tierra y que eso se había convertido en la maldición de Hazel. Describió su vida en Nueva Orleans; todo menos a su novio Sammy. Al mirar a Frank le faltó el valor para hablar de esa parte.
Describió la Voz y cómo Gaia se había apoderado poco a poco de la mente de su madre. Explicó que se habían mudado a Alaska, que Hazel había ayudado a despertar al gigante Alcioneo y que había muerto hundiendo la isla de Resurrection Bay.
Sabía que Percy y Ella la estaban escuchando, pero se dirigía principalmente a Frank. Cuando hubo terminado, le dio miedo mirarlo. Esperó a que él se apartara de ella o le dijera que era un monstruo.
En cambio, Frank le tomó la mano.
—Te sacrificaste para impedir que el gigante despertara. Yo jamás podría ser tan valiente.
Ella notó que el pulso le palpitaba en el cuello.
—No fue valor. Dejé morir a mi madre. Ayudé a Gaia demasiado tiempo. Estuve a punto de dejar que venciera.
—Hazel—dijo Percy—. Te enfrentaste tú sola a la Diosa Primordial. Hiciste lo correcto...—su voz se fue apagando, como si le hubiera asaltado un pensamiento desagradable—. ¿Qué pasó en el Valhalla... después de que murieras? Si Nico te resucitó...
—Por favor, no preguntes...—dijo Hazel, sentía la boca llena de arena.
Pero era demasiado tarde. Recordó su descenso en la oscuridad, su llegada a los cielos y al tribunal de los dioses.
—¿Hazel?—dijo Frank.
—Se desvanece. Slip Sliding Away—murmuró Ella—. Single número cinco en las listas de Estados Unidos. Paul Simon. Frank, ve con ella. Simon dice: Frank ve con ella.
Hazel no tenía ni idea de lo que Ella estaba diciendo, pero se le oscureció la vista mientras aferraba la mano de Frank.
Se encontró de nuevo frente a las puertas de los cielos, y esa vez Frank estaba a su lado.
Estaban rodeados por ángeles armados con lanzas que les apuntaban directamente, estaban siendo conducidos a travez del Jardín del Edén hacia una gran sala de juicio.
—¿Do... dónde estamos?
Frank estaba al lado de ella, brillando con una espectral luz morada, como si se hubiera convertido en un lar. Parecía capaz de ver todo claramente, aunque aún poseía su venda sobre el rostro.
—Es mi pasado—Hazel se sentía extrañamente serena—. Sólo es un eco. No te preocupes.
Un dios se abrió paso entre los ángeles y la miró fijamente. Sus rasgos eran confusos, Hazel jamás le había puesto atención, pero su indumentaria rememoraba de alguna u otra forma al antiguo Egipto.
—Tu padre se aseguró de que tu juicio fuera justo—decía.
Una vez dentro de las puertas, entraron en un gran pabellón y se situaron ante el estrado de los jueces. Tres figuras ataviadas con túnicas negras y cubiertas con máscaras doradas miraban a Hazel.
Frank se puso a gimotear.
—¿Quién...?
—Ellos decidirán mi destino—dijo ella—. Observa.
Del mismo modo que antes, los jueces no le hicieron preguntas. Simplemente sondearon su mente, sacando pensamientos de su cabeza y examinándolos como si fueran una colección de viejas fotos.
—Has frustrado los planes de Gaia—dijo el primer juez—. Has impedido que Alcioneo despierte.
—Pero antes resucitó al gigante—alegó el segundo juez—. Es culpable de cobardía y debilidad.
—Es joven—dijo el tercer juez—. La vida de su madre pendía de un hilo.
—Mi madre—Hazel se armó de valor para hablar—. ¿Dónde está? ¿Cuál es su destino?
Los jueces la observaron, con unas horripilantes sonrisas congeladas en sus máscaras doradas.
—Tu madre...
La imagen de Marie Levesque relució encima de los jueces. Estaba congelada en el tiempo, abrazando a Hazel mientras la cueva se desplomada, cerrando los ojos apretándolos.
—Una pregunta interesante—dijo el segundo juez—. La división de la culpa.
—Sí—dijo el primer juez—. La niña murió por una causa noble. Evitó muchas muertes retrasando la aparición del dios gigante. Tuvo el valor de enfrentarse al poder de Gaia.
—Pero actuó demasiado tarde—terció tristemente el tercer juez—. Es culpable de ayudar e instigar a una enemiga de los dioses.
—La madre influyó en ella—dijo el primer juez—. La niña puede ir al Valhalla. Castigo eterno para su madre. Marie Levesque ha rotó el tabú de los dioses.
—¡No!—gritó Hazel—. ¡Por favor, no! No es justo.
Los jueces ladearon sus cabezas al unísono.
"Máscaras de oro"—pensó Hazel—. "El oro siempre ha estado maldito para mí".
Se preguntaba si el oro estaba envenenando sus pensamientos de forma que jamás recibiera un juicio justo. Aquel dios de antes le había prometido que su padre había hecho arreglos para una sentencia imparcial, pero no daba fe de ello.
—Cuidado, Hazel Levesque—le advirtió el primer juez—. ¿Aceptarías toda la responsabilidad? Podrías descargar la culpa sobre el alma de tu madre. Sería razonable. Tú estabas destinada a grandes cosas. Tu madre desvió tu camino. Mira lo que podrías haber sido...
Otra imagen apareció sobre los jueces. Hazel se vio a sí misma de niña, sonriendo, con las manos cubiertas de pintura para pintar con los dedos. La imagen envejeció. Hazel se vio creciendo: su cabello se volvió más largo y sus ojos más tristes. Se vio en su decimotercer cumpleaños, cruzando el campo sobre su caballo prestado. Sammy se reía corriendo detrás de ella: "¿De qué huyes? No soy tan feo, ¿no?". Se vio en Alaska, avanzando penosamente por Third Street en medio de la nieve y la oscuridad, volviendo a casa del colegio.
Entonces la imagen envejeció todavía más. Hazel se vio a los veinte años. Se parecía mucho a su madre, con el cabello recogido en unas trenzas y los ojos brillando de diversión. Llevaba un vestido blanco: ¿un traje de novia? Sonreía tan afectuosamente que Hazel supo instintivamente que debía de estar mirando a alguien especial, alguien a quien amaba.
La imagen no le despertó rencor. Ni siquiera se preguntó con quién se habría casado. En lugar de ello pensó: "Mi madre podría haber sido así si se hubiera librado de la ira, si Gaia no la hubiera trastornado".
—Perdiste tu vida—sentenció el primer juez—. Circunstancias especiales. El Valhalla para ti. El Tártaro para tu madre.
—No—repuso Hazel—. No, no todo fue culpa suya. La engañaron. Ella me quería. Al final intentó protegerme.
—Hazel—susurró Frank—. ¿Qué estás haciendo?
Ella le apretó la mano, instándolo a callarse. Los jueces no le prestaron atención.
Finalmente, el segundo juez suspiró.
—No hay acuerdo. No es lo bastante buena ni lo bastante mala.
—La culpa debe dividirse—convino el primer juez—. Las dos almas serán enviadas al Valhalla, pero confinadas en solitario, sin voz ni memoria para Marie Levesque. Lo siento, Hazel Levesque. Podrías haber sido una heroína.
Ella fue llevada a travez de los jardines y palacios hasta una pequeña y confinada isla flotante, sin absolutamente nadie más a su alrededor. A sabiendas que en alguna parte del cielo, su madre sufría del mismo aislamiento, pero sin conservar memoria alguna de lo que había sido su vida.
—¿Renunciaste al paraíso eterno para que tu madre no sufriera?—dijo Frank asombrado.
—Ella no se merecía el castigo eterno—contestó Hazel—. Incluso el olvido es mejor que el Tártaro.
—Pero... ¿qué pasa ahora?
—Nada—dijo Hazel—. Nada... durante toda la eternidad.
Deambularon sin rumbo. A su alrededor, en las otras islas del Valhalla se alcanzaban a ver fiestas, almas que recibían el tratamiento de héroes y toda clase de dioses yendo de un lado a otro. Todo siempre demasiado lejano y ajeno como para que Hazel pudiese tan siquiera disfrutar un poco de ello.
—Los recuerdos me hicieron más difícil la otra vida—le dijo a Frank, quien seguía flotando a su lado como un reluciente lar morado—. Cuántas veces intenté llamar a gritos a los dioses, ángeles y almas de humanos. Cuántas veces habré rezado a mi padre con la esperanza de que me hiciese una visita. No pude salir de esta isla.
—¿Volviste a ver a tu madre?
Hazel negó con la cabeza.
—Aunque de alguna forma se me hubiese aparecido, ella no me reconocería. Esos espíritus sin memoria... es como un sueño eterno para ellos, un trance eterno. Esto es todo lo que pude hacer por ella.
El tiempo carecía de sentido, pero después de una eternidad, ella y Frank permanecieron sentados bajo un árbol de manzanas, escuchando las fiestas de los dioses y las celebraciones de los héroes que llegaban a los cielos a la distancia. Las islas donde residían las otras almas brillaban como esmeraldas. Barcos de vela blancos surcaban los y ríos azules, y las almas de grandes héroes disfrutaban en las playas en una dicha perpetua.
—No te merecías esto—protestó Frank—. Deberías estar con los héroes en sus palacios, o disfrutando de los jardines, o...
—Esto es sólo un eco—dijo Hazel—. Despertaremos, Frank. Sólo parece eterno.
—¡No es eso!—protestó él—. Te arrebataron la vida. Ibas a crecer para convertirte en una mujer hermosa. Ibas...
Su rostro se tiñó de un tono morado más oscuro.
—Ibas a casarte con alguien—dijo en voz baja—. Habrías tenido una buena vida. Y lo perdiste todo.
Hazel reprimió un sollozo. La primera vez que había visitado aquella isla, cuando estaba sola, no había sido tan duro. Tener a Frank a su lado le hacía sentirse mucho más triste, pero estaba decidida a no enfadarse por su destino.
Hazel pensó en la imagen de sí misma de adulta, sonriendo y enamorada. Sabía que no necesitaría mucho rencor para que su expresión se avinagrara y se volviera idéntica a la Reina Marie. "Me merezco algo mejor", siempre decía su madre. Hazel no podía permitirse sentirse así.
—Lo siento, Frank—dijo—. Creo que tu madre se equivocaba. A veces compartir un problema no hace que sea más fácil cargar con él.
—Yo creo que sí—Frank se metió la mano en el bolsillo del abrigo—. De hecho... ya que tenemos alrededor de setenta años para hablar, hay algo que quiero contarte.
Sacó un objeto envuelto en tela, aproximadamente del tamaño de unas gafas. Cuando lo desdobló, Hazel vio un trozo de madera medio quemado que emitía una luz morada.
Frunció el entrecejo.
—¿Qué es...?—entonces la verdad la asaltó, fría y dura como una ráfaga de viento invernal—. Fineas dijo que tu vida depende de un palo quemado...
—Es cierto—dijo Frank—. Esta es mi línea de la vida, como suena.
Le contó que la diosa Hera había aparecido cuando era un bebé y que su abuela había sacado el palo de la chimenea.
—Mi abuela me dijo que tenía un don: un talento que nos viene de nuestro antepasado, el argonauta. Entre eso, la familia de mi abuelo y que mi padre sea Ares...—se encogió de hombros—. Se supone que soy muy poderoso o algo así. Por eso mi vida se puede consumir fácilmente. Iris dijo que moriría conservando esto, viendo cómo se quema.
Frank giró el palo entre los dedos. Incluso bajo su fantasmal forma morada, tenía un aspecto muy grande y robusto. Hazel se imaginaba que sería enorme cuando se hiciera adulto, fuerte y saludable como un buey. Le costaba creer que su vida dependiera de algo tan pequeño como un palo.
—Frank, ¿cómo puedes llevarlo por ahí contigo?—preguntó—. ¿No te da miedo que le pase algo?
—Por eso te lo cuento—alargó el trozo de leña—. Ya sé que es mucho pedir, pero ¿me lo guardarías?
A Hazel le empezó a dar vueltas la cabeza. Hasta ese momento había aceptado la presencia de Frank en su regresión. Lo había llevado de la mano, evocando aturdida su pasado, pues le parecía que lo mínimo que podía hacer era mostrarle la verdad. Pero en ese instante se preguntaba si Frank estaba realmente compartiendo la experiencia con ella o si simplemente ella estaba imaginando su presencia. ¿Por qué le confiaría su vida?
—Frank, sabes quién soy—dijo—. Son hija de Hades. Todo lo que toco perece. ¿Por qué ibas a confiar en mí?
—Eres mi mejor amiga—le colocó el palo en las manos—. Confío en ti más que en nadie.
Ella quería decirle que estaba cometiendo un error. Quería devolvérselo. Pero antes de que pudiera decir algo, una sombra cayó sobre ellos.
—Ha llegado nuestro transporte—aventuró Frank.
Hazel casi se había olvidado de que estaba reviviendo su pasado. Nico di Angelo se alzaba por encima de ella con su saco blanco y su lanza de hierro estigio a un lado. No reparó en la presencia de Frank, pero miró fijamente a Hazel y pareció descifrar su vida entera.
—Eres distinta—dijo—. Una hija de Hades. ¿Recuerdas tu pasado?
—Sí—dijo Hazel—. Y tú estás vivo.
Nico la examinó como si estuviera leyendo un menú, decidiendo si pedir o no.
—Soy Nico di Angelo—dijo él—. He venido en busca de mi hermana. La Muerte ha desaparecido, así que he pensado... he pensado que podría traerla de vuelta y que nadie se enteraría.
—¿De vuelta a la vida?—preguntó Hazel—. ¿Es eso posible?
—Debería—Nico suspiró—. Pero ya no está. Eligió volver a nacer en una nueva vida. Llego demasiado tarde.
—Lo siento.
Él alargó la mano.
—Tú también eres mi hermana. Te mereces otra oportunidad. Ven conmigo.
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