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HAZEL VIII


Por lo menos la comida del campamento estaba buena. Espíritus del viento invisibles—aurai— servían a los campistas y parecían saber exactamente lo que quería todo el mundo. Hacían volar platos y tazas tan rápido que el comedor parecía un delicioso huracán. Si te levantabas demasiado deprisa, era probable que te mancharas de judías o de pollo asado a la cazuela.

Hazel pidió sopa de camarones: su comida casera favorita. Le recordaba cuando era una niña en Nueva Orleans, antes de que cayera sobre ella la maldición y de que su madre se volviera tan resentida. Percy pidió una hamburguesa con queso y un extraño refresco de vivo color azul. Hazel no lo entendía, pero Percy lo probó y sonrió muy levemente.

—Esto me pone de buen humor—dijo—. No sé por qué... pero es así.

Por un instante, uno de los aurai se hizo visible: una chica con aspecto de duende que llevaba un vestido de seda blanco. Soltó una risita al llenar el vaso de Percy y desapareció en una ráfaga.

El comedor parecía especialmente bullicioso esa noche. Las risas resonaban en las paredes. Los estandartes de guerra susurraban desde las vigas de cedro del techo mientras los aurai iban y venían, manteniendo llenos los platos de todos. Los campistas cenaban al estilo de los romanos, sentados en divanes alrededor de mesas bajas. Los chicos se levantaban continuamente y cambiaban de sitio, difundiendo rumores sobre a quién le gustaba quién y otros chismes.

Como siempre, la Quinta Cohorte ocupaba el lugar menos honorable. Sus mesas estaban al fondo del comedor, al lado de la cocina. La mesa de Hazel siempre era la menos concurrida. Esa noche la ocupaban ella y Frank, como de costumbre, además de Percy, Nico y su centurión Dakota, quien se sentó allí, supuso Hazel, porque se sentía obligado a dar la bienvenida al nuevo recluta.

Dakota se recostó con aire taciturno en su diván mientras echaba azúcar en su bebida y bebía a grandes tragos. Era un chico fornido con el cabello moreno rizado y unos ojos que nunca estaban del todo alineados, de forma que cada vez que Hazel lo miraba se sentía como si el mundo estuviera inclinado. No era una buena señal que estuviera bebiendo tanto a una hora tan temprana de la noche.

—Bueno—eructó, agitando su copa—. Bienvenido a la Perseus, fiesta—frunció el ceño—. Fiesta, Perseus. En fin.

Percy lo ignoró, toda su atención estaba centrada en Nico.

—Me preguntaba su podríamos hablar, ya sabes... de dónde he podido verte antes.

—Claro—contestó Nico con demasiada rapidez—. El caso es que paso la mayor parte del tiempo en el Helheim. Así que a menos que haya coincidido contigo allí...

Dakota eructó.

—Lo llaman el Embajador de Plutón. Reyna nunca sabe qué hacer con este sujeto cuando viene de visita. Deberías haber visto la cara que puso cuando apareció con Hazel y le pidió que la acogiera. Sin ánimo de ofender.

—Tranquilo—Nico pareció alegrarse de cambiar de tema—. Dakota fue muy amable respondiendo por Hazel.

Dakota se ruborizó.

—Sí, bueno... Parecía una buena chica. Y no me equivoqué. El mes pasado me salvó de... ya sabes.

Hâo!—Frank alzó la vista de su pescado con patatas—. ¡Deberías haberla visto, Percy! Así es como Hazel recibió su raya. Los unicornios decidieron salir en estampida.

—No fue nada—dijo Hazel.

—¿Nada?—protestó Frank—. ¡Dakota habría acabado pisoteado! Te plantaste delante de ellos, los espantaste y le salvaste el pellejo. En mi vida había visto algo parecido.

Hazel se mordió el labio. No le gustaba hablar del tema, y la forma en que Frank contaba la anécdota, como si ella fuera una heroína, la incomodaba. En realidad, lo que más había temido era que los unicornios se hicieran daño al dejarse llevar por el pánico. Sus cuernos eran de metal precioso—plata y oro—, de modo que había conseguido apartarlos concentrándose simplemente, conduciendo a los animales por los cuernos y guiándolos de vuelta a las cuadras. Su intervención le había valido el puesto de miembro de pleno derecho de la legión, pero también había originado rumores sobre sus extraños poderes; unos rumores que le recordaban los malos tiempos.

Percy la observó. Aquellos ojos azules la inquietaban.

—¿Tú y Nico crecisteis juntos?—preguntó.

—No—respondió Nico por ella—. No descubrí que Hazel era mi hermana hasta hace poco. Ella es de Nueva Orleans.

Eso era verdad, por supuesto, pero no toda la verdad. Nico dejaba que la gente creyera que se había tropezado con ella en el moderno Nueva Orleans y que la había llevado al campamento. Era más sencillo que contar la verdadera historia.

Hazel había intentado hacerse pasar por una chica moderna, pero no era fácil. Afortunadamente, los semidioses no usaban mucha tecnología en el campamento. Sus poderes acostumbraban a averiar los aparatos electrónicos. Pero la primera vez que fue de permiso a Berkeley estuvo a punto de darle un ataque. Televisiones, computadores, smartphones, internet... Se alegró de volver al mundo de los fantasmas, los unicornios y los dioses, mucho menos fantástico que el siglo XXI.

Nico seguía hablando de los hijos de Hades.

—No hay muchos de los nuestros—dijo—, así que tenemos que mantenernos unidos. Cuando encontré a Hazel...

—¿Tienes más hermanas?—preguntó Percy, como si supiera la respuesta.

Hazel se preguntaba dónde habrían coincidido él y Nico, y qué estaba ocultando su hermano.

—Una—reconoció Nico—. Pero murió hace tiempo. La he visto como espíritu varias veces en el Valhalla, menos la última vez que subí...

"Para traerla de vuelta"—pensó Hazel, pero Nico omitió esa parte.

—Había desaparecido—La voz de Nico se volvió ronca—. Solía pasear por los jardines del cielo, pero eligió volver a nacer y llevar una nueva vida. No volveré a verla. Tuve mucha suerte de encontrar a Hazel... en Nueva Orleans, claro.

Dakota gruñó.

—Siempre que no hagas caso a los rumores. No digo que sea mi caso.

—¿Rumores?—cuestionó Percy.

—¡Hazel!—gritó Don el fauno desde el otro lado de la sala.

Hazel nunca se había alegrado tanto de ver al fauno. No se le permitía acceder al campamento, pero siempre conseguía entrar. Iba avanzando poco a poco hacia su mesa, sonriendo a todo el mundo, tomando furtivamente comida de los platos y señalando con el dedo a los campistas:

—¡Eh, llámame!

Una pizza voladora le dio en la cabeza, y desapareció detrás de un diván. A continuación apareció otra vez, sonriendo aún, y se acercó.

—¡Mi chica favorita!—olía a cabra mojada envuelta en queso rancio. Se inclinó por encima de los divanes y miró su comida—. Dime, chico nuevo, ¿vas a comerte eso?

Percy frunció el entrecejo. Como si estuviese decidiendo si valía la pena atravesarlo con su lanza o no. Al final, pareció considerar que hacerlo podría meter en problemas a Hazel.

—¿Los faunos no sois vegetarianos?

—¡La hamburguesa no, tío! ¡El plato!—olfateó el pelo de Percy—. Oye... ¿qué es ese olor?

—¡Don!—dijo Hazel—. No seas maleducado.

—No, colega, yo sólo...

El dios doméstico Vitelio apareció titilante, medio incrustado en el diván de Frank.

—¡Faunos en el comedor! ¿Adónde iremos a parar? ¡Centurión Dakota, cumple con tu deber!

—Estoy cumpliendo con él—masculló Dakota contra su copa—. ¡Estoy cenando!

Don seguía olfateando alrededor de Percy.

—¡Tío, tienes una conexión empática con un fauno!

Percy se apartó de él, nuevamente parecía desconcertado, como si le hubieran dado una descarga eléctrica y su rostro de seguridad y orgullo temblase.

—¿Una qué...?

—¡Una conexión empática! Es muy débil, como si alguien la hubiera reprimido...

—¡Ya sé lo que haremos!—Nico se levantó súbitamente—. Hazel, ¿qué tal si os damos tiempo a Frank y a ti para que ayudéis a Percy a orientarse? Dakota y yo iremos a visitar la mesa de los pretores. Don y Vitelio, podéis venir también. Discutiremos las estrategias de los juegos de guerra.

—¿Estrategias para perder?—murmuró Dakota.

—¡El Chico Muerte tiene razón!—convino Vitelio—. Esta legión pelea peor que nosotros en Judea, y fue la primera vez que perdimos el águila. Si yo estuviera al mando...

—¿Puedo comerme la vajilla primero?—preguntó Don.

—¡Vamos!

Nico se levantó y agarró a Don y a Vitelio por las orejas.

Sólo Nico podía tocar a los lares. Vitelio farfulló indignado mientras se lo llevaba a rastras a la mesa de los pretores.

—¡Ay!—protestó Don—. ¡Cuidado con el peinado, tío!

—¡Vamos, Dakota!—gritó Nico por encima del hombro.

El centurión se puso en pie de mala gana. Se limpió la boca, pero fue en vano, ya que estaba permanentemente manchada de rojo.

—Vuelvo enseguida.

Sacudió todo el cuerpo, como un perro intentando secarse. Luego se marchó tambaleándose, derramando el líquido de la copa.

—¿Qué le sucede a ese sujeto?—preguntó Percy.

Frank suspiró.

—Está bien. Es hijo de Baco, el dios del vino. Tiene un problema con la bebida.

Percy ladeó la cabeza, molesto.

—¿Y le dejáis beber vino?

—¡Dioses, no!—dijo Hazel—. Eso sería catastrófico. Está enganchado a un refresco rojo en polvo. Se lo bebe con el triple de azúcar necesaria, y tiene un trastorno por déficit de atención con hiperactividad. Un día de estos le va a explotar la cabeza.

Percy echó un vistazo a la mesa de los pretores. La mayoría de los oficiales de alto rango estaban enfrascados en una conversación con Reyna. Nico y sus dos cautivos, Don y Vitelio, permanecían en la periferia. Dakota corría de un lado para el otro a lo largo de una hilera de escudos amontonados, golpeándolos con su copa como si fueran un xilófono.

—Déficit de atención con hiperactividad—dijo Percy—. No me digas.

Hazel trató de contener la risa.

—Bueno... la mayoría de los semidioses lo somos. O disléxicos. El simple hecho de ser semidioses significa que nuestros cerebros están conectados de forma distinta.

—¿Vosotros también sois así?—preguntó Percy.

—No lo sé—reconoció Hazel—. Tal vez. En mi época, a los chicos como yo simplemente nos llamaban "vagos".

Percy frunció el entrecejo.

—¿En tu época?

Hazel se maldijo.

Por suerte para ella, Frank intervino:

—Ojalá yo tuviera déficit de atención o fuera disléxico. Lo único que tengo es una enfermedad en los ojos e intolerancia a la lactosa.

Percy sonrió levemente.

—¿En serio?

Frank podría haber sido el semidiós más tonto de la historia, pero a Hazel le parecía adorable cuando hacía mohínes. El chico dejó caer los hombros.

—Y encima me encanta el helado...

Percy se echó a reír, el primer verdadero rastro de emoción que daba. Hazel no pudo evitar reírse con él. Era agradable estar cenando y sentir que se encontraba entre amigos.

—Eres gracioso, pececillo—decidió Percy—. Decidme, ¿por qué es tan malo estar en la Quinta Cohorte? Fuera de vosotros, este campamento está lleno de parásitos.

El cumplido provocó un hormigueo a Hazel en los dedos de los pies.

—Es... complicado. Aparte de ser hija de Hades, quiero montar a caballo.

—¿Por eso usas una espada de la caballería?

Ella asintió con la cabeza.

—Supongo que es ridículo. Ilusiones. En el campamento sólo hay un pegaso, el de Reyna. Los unicornios sólo se crían por motivos médicos, porque las virutas de sus cuernos curan el veneno y cosas parecidas. El caso es que los romanos siempre luchan a pie. A la caballería la desprecian un poco. Así que a mí también me desprecian.

—Caballería...—murmuró Percy, como si quisiese recordar algo, pero fuese incapaz de ello—. ¿Y tú, Frank?

—Como ya mencioné, tengo una enfermedad en los ojos—murmuró Frank—. Es difícil moverse de este modo, la venda me vuelve torpe, pero si me la quito... Bù Hâo.

—Que animado eres, grandote—dijo Percy—. Puedo ver algo en ti... aunque aún no sabría decir qué es. Lo importante es que me agradas, y sé que eso no se consigue fácilmente.

Frank se puso colorado como el refresco en polvo de Dakota.

—Gracias, yo...—pareció querer decir algo, pero prefirió guardárselo—. Ejem. Todos creen que mi cuerpo grande y corpulento es un desperdicio por la condición de mis ojos... pero no soy ciego, aún puedo ver y moverme. Aún así, nadie me toma en serio. A lo mejor si mi padre me reconociera...

Cenaron en silencio durante varios minutos. Cuando tu padre se negaba a reconocerte... Hazel conocía esa sensación. Intuía que Percy también podía identificarse con eso.

—Has preguntado por la Quinta—dijo finalmente—. Por qué es la peor cohorte... En realidad, todo empezó mucho antes de nosotros.

Señaló la pared del fondo, donde estaban expuestos los estandartes de la legión.

—¿Ves el palo vacío del medio?

—El águila—dijo Percy.

Hazel se quedó pasmada.

—¿Cómo lo has sabido?

Percy soltó un bufido.

—Vitelio habló de cuando la legión perdió el águila hace mucho... la primera vez, dijo. Se comportaba como si fuera una desgracia terrible. Supongo que eso es lo que falta. Y por la forma en que tú y Reyna hablabais antes, supongo que habéis perdido el águila por segunda vez, más recientemente, y que tiene algo que ver con la Quinta Cohorte.

Hazel tomó nota mentalmente de que no debía subestimar a Percy Jackson. Cuando había llegado, le había parecido poco más que un sujeto arrogante: poderoso, pero nada más. Sin embargo, estaba claro que era más listo de lo que uno podría pensar a primera vista.

—Sí—dijo ella—. Eso es exactamente lo que ha pasado.

—¿Y qué es el águila? ¿Por qué es tan importante?

Frank miró alrededor para asegurarse de que nadie escuchaba, aunque Hazel dudaba que pudiese distinguir realmente algo tras esa venda.

—Es el símbolo de todo el campamento: una gran águila hecha de oro. Nos protege en la batalla e inspira temor a nuestros enemigos. El águila de cada legión les daba toda clase de poderes, y la nuestra venía del mismísimo Zeus. Supuestamente, Julio César apodó a nuestra legión "Fulminata" (armada con el rayo) por las cosas que el águila podía hacer.

—Rayos...—murmuró Percy—. No me agrada como suena eso.

—Sí, bueno—dijo Hazel—, tampoco nos hizo invencibles. La Duodécima perdió el águila por primera vez hace muchísimo tiempo, durante la rebelión judía.

—Creo que he visto una película sobre el tema—dijo Percy.

Hazel se encogió de hombros.

—Podría ser. Se han hecho muchos libros y películas sobre legiones que pierden sus águilas. Por desgracia, ocurrió muchas veces. El águila era tan importante... Bueno, los arqueólogos no han recuperado ni una sola águila de la antigua Roma. Cada legión protegía la suya hasta el último aliento porque estaba cargada del poder de los dioses. Preferían esconderla o fundirla a entregársela a un enemigo. La Duodécima tuvo suerte la primera vez. Recuperamos el águila. Pero la segunda vez...

—¿Vosotros estabais allí?—preguntó Percy.

Los dos negaron con la cabeza.

—Yo soy casi tan nuevo como tú—Frank se tocó la placa de probatio—. Llegué el mes pasado. Pero todo el mundo ha oído la historia. Incluso hablar del tema trae mala suerte. En los ochenta hubo una gran expedición a Alaska...

—¿Te acuerdas de la profecía en la que te fijaste en el templo—continuó Hazel—, la de los siete semidioses y las Puertas de la Muerte? Nuestro primer pretor era Michael Varus, de la Quinta Cohorte. En aquel entonces la Quinta era la mejor cohorte del campamento. Él pensó que la legión alcanzaría la gloria si resolvía la profecía y la hacía realidad: salvar al mundo de la tormenta y el fuego, y todo lo demás. Habló con el augur, y el augur le dijo que la respuesta estaba en Alaska. Pero advirtió a Michael de que todavía no era el momento. La profecía no estaba destinada a él.

—Pero fue de todas formas—supuso Percy—. Y por intentar leer la voluntad de los dioses, fue aplastado como un insecto.

Frank bajó la voz.

—Básicamente. Es una historia bastante larga y horripilante. Casi toda la Quinta Cohorte fue aniquilada. La mayoría de las armas de oro imperial de la legión se perdieron, junto con el águila. Los supervivientes se volvieron locos o se negaron a hablar de lo que les había atacado.

"Yo lo sé"—pensó Hazel seriamente. Pero se mantuvo callada.

—Desde que el águila se perdió—prosiguió Frank—, el campamento se ha ido debilitando. Las misiones son más peligrosas. Los monstruos atacan las fronteras más a menudo. La moral está más baja. Desde el mes pasado más o menos, la situación ha empeorado mucho, y mucho más deprisa.

—Y la Quinta Cohorte ha cargado con la culpa—comprendió Percy—. Así que ahora todo el mundo cree que estamos malditos.

Hazel se dio cuenta de que la sopa estaba fría. Sorbió una cucharada, pero la comida no resultaba muy reconfortante.

—Hemos sido los marginados de la legión desde... desde la catástrofe de Alaska. Nuestra reputación mejoró cuando Jason se convirtió en pretor...

—¿El chico que ha desaparecido?—preguntó Percy.

—Sí—respondió Frank—. No llegué a conocerlo. Estuvo aquí antes que yo. Pero he oído que era un gran líder. Prácticamente se crió en la Quinta Cohorte. No le importaba lo que la gente opinara de nosotros. Empezó a restaurar nuestra reputación. Y entonces desapareció.

—Lo que nos ha dejado cómo al principio—dijo Hazel amargamente—. Parecemos otra vez unos malditos. Lo siento, Percy. Ahora ya sabes dónde te has metido.

Percy bebió un sorbo de su refresco azul y se quedó mirando pensativamente a través del comedor.

—Ni siquiera sé de dónde vengo... pero tengo la sensación de que no es la primera vez que estoy en una situación desfavorecida—se centró en Hazel y su expresión se suavizó—. Además, pertenecer a la legión es mejor que ser perseguido por monstruos en el monte. He hecho nuevos compañeros. Tal vez juntos podamos dar la vuelta a la situación de la Quinta Cohorte.

Un cuerno sonó al final de la sala. Los oficiales de la mesa de los pretores se pusieron en pie; incluso Dakota, con la boca roja como un vampiro debido a su refresco.

—¡Qué empiecen los juegos!—anunció Reyna.

Los campistas prorrumpieron en vítores y corrieron a recoger sus pertrechos de los montones repartidos a lo largo de las paredes.

—Entonces... ¿nosotros somos el equipo atacante?—preguntó Percy por encima del ruido—. ¿Es eso bueno?

Hazel se encogió de hombros.

—La buena noticia es que contamos con el elefante. La mala...

—A ver si lo adivino—dijo Percy—. La Quinta Cohorte siempre pierde.

Frank dio una palmada a Percy en el hombro.

—Me encanta este sujeto. Venga, amigo. ¡Vamos a sumar mi decimotercera derrota consecutiva!

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