PIPER XV
Piper despertó y enseguida tomó un espejo. Había muchos en la cabaña de Afrodita. Se sentó en su litera, miró su reflejo y dejó escapar un gemido.
Seguía guapísima.
La noche anterior, después de la fogata, lo había intentado todo. Se había despeinado, se había quitado el maquillaje de la cara y había llorado para que se le enrojecieran los ojos, pero nada funcionaba. Su cabello volvía a estar en perfecto estado. Su maquillaje mágico se aplicaba de nuevo. Sus ojos se negaban a hincharse y a irritarse.
Se habría cambiado de ropa, pero no tenía nada que ponerse. Las otras hijas de Afrodita le ofrecieron algunas prendas (riéndose a sus espaldas, estaba segura), pero cada conjunto era más elegante y ridículo que el que llevaba.
Después de haber dormido espantosamente, seguía sin sufrir cambios. Normalmente, Piper parecía una zombi por la mañana, pero esa vez tenía el cabello peinado como una supermodelo y la piel perfecta. Incluso el horrible acné de la base de su nariz, que tenía desde hacía tantos días que había empezado a llamarlo Bob, había desaparecido.
Gruñó de frustración y se pasó los dedos por el pelo. Era inútil. El peinado volvía a colocarse en su sitio. Parecía la Barbie Cherokee.
Desde el otro lado de la cabaña, Drew gritó:
—No va a desaparecer, cielo—su voz estaba teñida de falsa simpatía—. La bendición de nuestra madre te durará como mínimo otro día. A lo mejor una semana, si tienes suerte.
Piper apretó los dientes.
—¿Una semana?
Los otros hijos de Afrodita—aproximadamente una docena de chicas y cinco chicos—sonrieron socarronamente y se burlaron de su incomodidad. Piper sabía que debía aparentar tranquilidad y no dejar que ellos la irritaran. Había tratado con chicos superficiales y populares muchas veces. Pero esa vez era distinto. Aquellos eran sus hermanos y hermanas, aunque no tuviera nada en común con ellos. Se preguntaba cómo había conseguido Afrodita tener tantos hijos de una edad tan próxima, una buena cantidad de ellos eran rubios y con el el cabello ondulado, aunque habían de todo tipo de apariencia. El de donde habían salido, no quería saberlo.
"Falsedad, condescendencia, desdén, repulsión, incredulidad..."—leyó—. "Debería purificarlos en este mismo momento..."
Sin embargo, se contuvo de ponerse violenta, su sinestesia le permitía ver las cosas a un nivel más profundo, nadie podía ocultar sus emociones de ella: veía simpatía, lástima, curiosidad, interés, esperanza.
—No te preocupes, cielo.—Drew se quitó su lápiz de labios fluorescente—. ¿Crees que este no es tu sitio? No podríamos estar más de acuerdo, ¿verdad, Mitchell?
Uno de los chicos se sobresaltó.
—Ejem, sí. Claro.
—Ajá.—Drew sacó el rímel e inspeccionó sus pestañas. El resto de los presentes miraba, sin atreverse a hablar—. Bueno, faltan quince minutos para el desayuno. ¡La cabaña no se va a limpiar sola! Mitchell, creo que ya has aprendido la lección, ¿verdad, tesoro? Hoy recogerás la basura, ¿vale? Enséñale a Piper cómo se hace, porque me da la impresión de que pronto se encargará de ese trabajo... si sobrevive a la misión. ¡Y ahora a trabajar todos! ¡Es mi hora del cuarto de baño!
Todo el mundo empezó a correr de un lado al otro, haciendo camas y doblando ropa, mientras Drew recogía su neceser del maquillaje, su secador y su cepillo, y entraba resueltamente en el cuarto de baño.
Alguien chilló dentro, y una niña de unos once años salió echada a patadas, envuelta apresuradamente en toallas y con el pelo todavía enjabonado de champú.
—¿Es esto una broma?—exclamó Piper, sin dirigirse a nadie en concreto—. ¿Permiten que Drew os trate así?
Unos cuantos chicos lanzaron miradas nerviosas a Piper, como si estuvieran de acuerdo con ella, pero no dijeron nada.
Los campistas siguieron trabajando, pero Piper no veía qué necesidad tenía la cabaña de tanta limpieza. Era una casa de muñecas de tamaño real, con las paredes rosa y los marcos de las ventanas blancos. Las cortinas de encaje eran de color azul y verde pastel, y naturalmente hacían juego con las sábanas y los edredones de plumas de todas las camas.
Los chicos tenían una hilera de literas separadas por una cortina, pero su sección de la cabaña estaba tan limpia y ordenada como la de las chicas. Había algo sin duda antinatural en ello. Cada campista tenía un baúl de madera al pie de su litera con su nombre pintado en él, y Piper se imaginó que la ropa metida en los baúles estaba perfectamente doblada y ordenada por colores. La única parcela de individualidad era la decoración de los espacios privados de las literas. Cada uno tenía distintas fotografías clavadas con chinchetas de los famosos que admiraba. Unos cuantos también tenían fotos personales, pero la mayoría eran actores, cantantes u otras cosas.
Piper esperaba no ver "El póster". Había pasado casi un año desde el estreno de la película, y seguro que todo el mundo ya había arrancado aquellos viejos carteles gastados y los había sustituido por algo más reciente. Pero no tuvo esa suerte. Vio uno en la pared junto al armario, en medio de un collage de ídolos famosos.
El título estaba escrito en rojo chillón: El rey de Esparta. Debajo, el cartel mostraba al protagonista: una imagen ampliada de un torso descubierto color bronce, con unos pectorales bien definidos y unos abdominales marcados. Iba vestido únicamente con una falda de combate y una capa morada, y llevaba una espada en ristre. Parecía que se acabara de embadurnar de aceite, con su corto cabello moreno reluciente e hilillos de sudor chorreando por su cara de rasgos duros, mirando a la cámara como diciendo: "¡Mataré a vuestros hombres y secuestraré a vuestras mujeres! ¡Ja, ja, ja!".
Era el cartel más ridículo de todos los tiempos. Piper y su padre se habían reído de lo lindo la primera vez que lo vieron. Luego la película había recaudado un montón de dólares. El grafismo del póster promocional aparecía por todas partes. Piper no podía escapar de él en el colegio, andando por la calle o incluso en internet. Se convirtió en "El póster", lo más vergonzoso de su vida. Y sí, era una foto de su padre.
Se apartó para que nadie pensara que se lo quedaba mirando. Tal vez cuando todos se fueran a desayunar pudiera arrancarlo y nadie se daría cuenta.
Intentó parecer ocupada, pero no tenía ropa de sobra que doblar. Alisó su cama y se dio cuenta de que la manta de arriba era la que Jason había usado para envolverle los hombros la noche anterior. La recogió y la pegó a su cara. Olía a humo de leña, pero por desgracia no tenía rastro de Jason. Él era la única persona que se había portado verdaderamente bien con ella después de que la reconocieran, lo había visto con su ojo, le importaba cómo se sentía, y no sólo le importaba por su estúpida ropa nueva. Le habían entrado ganas de besarlo, pero él parecía muy incómodo, como si ella le diera miedo. En el fondo, lo entendía perfectamente. Después de todo, le había salido un aura rosa brillante.
—Perdona—dijo una voz a sus pies.
El chico de la basura, Mitchell, estaba a cuatro patas recogiendo envoltorios de chocolate y papeles arrugados de debajo de las literas. Al parecer, los hijos de Afrodita no eran tan obsesos de la limpieza.
Piper se apartó.
—¿Qué has hecho para enfurecer a Drew?
Él echó un vistazo a la puerta del cuarto de baño para asegurarse de que seguía cerrada.
—Anoche, después de que te reconocieran, dije que a lo mejor no eras tan inepta.
No se podía considerar un cumplido, pero Piper se quedó pasmada. ¿Un hijo de Afrodita la había defendido?
—Gracias—dijo.
Mitchell se encogió de hombros.
—Sí, bueno, mira cómo he acabado. Pero, por si sirve de algo, bienvenida a la cabaña diez.
Una chica con coletas rubias y aparato dental se acercó corriendo con un montón de ropa en los brazos. Miró a su alrededor furtivamente, como si estuviera entregando material nuclear.
—He traído esto—susurró.
—Piper, te presento a Lacy—dijo Mitchell, gateando todavía por el suelo.
—Hola—dijo Lacy jadeando—. Puedes cambiarte de ropa. La bendición no te lo impedirá. Sólo es una mochila, unas raciones y Néctar para las emergencias, unos vaqueros, unas camisetas de sobra y una chaqueta de abrigo. Es posible que las botas te aprieten un poco. Pero... bueno... hemos hecho una colecta. ¡Buena suerte en tu misión!
Lacy dejó caer las cosas sobre la cama y comenzó a alejarse a toda prisa, pero Piper la tomó del brazo.
—Espera. ¡Por lo menos déjame darte las gracias! ¿Por qué te vas tan deprisa?
Parecía que a Lacy le fuera a dar una crisis nerviosa.
—Bueno...
—Drew podría enterarse —explicó Mitchell.
—¡Podría hacerme llevar los zapatos de la vergüenza!
Lacy tragó saliva.
—¿Los qué?—preguntó Piper.
Lacy y Mitchell señalaron un estante negro fijado en el rincón de la pared como un altar. Expuestos encima había unos horrorosos zuecos ortopédicos de vivo color blanco con la suela gruesa.
—Una vez tuve que llevarlos una semana—dijo Lacy lloriqueando—. ¡No pegan con nada!
—Y hay castigos peores—advirtió Mitchell—. Drew puede embrujahablar, ¿sabes? No hay muchos hijos de Afrodita que tengan esa capacidad, pero, si se empeña, puede conseguir que hagas cosas bastante vergonzosas. Piper, eres la primera persona que veo desde hace mucho tiempo capaz de plantarle cara.
—Embrujahablar...
Piper se acordó de la noche anterior y del modo en que los presentes en la fogata se habían debatido entre la opinión de Drew y la de ella.
—¿Te refieres a convencer a alguien para que haga algo? ¿O... para que te dé alguna cosa?
—¡Oh, no le des ideas!—exclamó Lacy con voz entrecortada.
—Pero sí—contestó Mitchell—. Drew podría hacer eso.
—¿Por eso es la líder?—dijo Piper—. ¿Los convenció a todos?
Mitchell cogió un desagradable envoltorio de chicle de debajo de la cama de Piper.
—No, heredó el cargo cuando Silena Beauregard murió en la guerra. Drew era la segunda campista más mayor. El miembro más mayor del campamento recibe automáticamente el cargo, a menos que alguien mayor en edad o con más misiones completadas quiera desafiarlo, en cuyo caso se organiza un duelo, pero eso no pasa casi nunca. El caso es que llevamos aguantando a Drew en el cargo desde agosto. Decidió hacer unos... cambios en la forma de llevar la cabaña.
—¡Así es!
De repente Drew estaba allí, apoyada contra la litera. Lacy chilló como un conejillo de Indias e intentó escapar, pero Drew estiró un brazo para detenerla. La líder miró a Mitchell.
—Creo que te has dejado basura, tesoro. Será mejor que des otra pasada.
Piper echó un vistazo al cuarto de baño y vio que Drew había tirado el contenido del cubo de la basura—algunas cosas muy desagradables—por todo el suelo.
Mitchell se sentó en cuclillas. Fulminó con la mirada a Drew como si estuviera a punto de atacarla (algo que Piper habría pagado por ver), pero finalmente soltó:
—Vale.
Drew sonrió.
—¿Lo ves, Piper? Somos una buena cabaña. ¡Una buena familia! Pero Silena Beauregard... Que te sirva de advertencia lo que le pasó. Estaba pasando información en secreto a Cronos en la guerra de los titanes y ayudando al enemigo.
Drew sonrió, toda dulzura e inocencia, con su reluciente maquillaje rosa y su cabello moldeado con el secador, que lucía exuberante y olía a nuez moscada. Parecía una adolescente popular cualquiera de un instituto de secundaria cualquiera, pero sus ojos eran fríos como el acero. A Piper le dio la impresión de que Drew estaba mirando directamente su alma, arrancándole sus secretos.
"Ayudando al enemigo"
—Oh, nadie de las otras cabañas habla de ello—le confesó Drew—. Hacen como si Silena Beauregard fuera una heroína.
—Sacrificó su vida para arreglar las cosas—gruñó Mitchell—. Fue una heroína.
—Ajá—dijo Drew—. Otro día de recogida de basura, Mitchell. En fin, Silena perdió de vista lo que hacemos en esta cabaña. ¡Formamos bonitas parejas en el campamento! ¡Y luego las rompemos y empezamos otra vez! Es divertidísimo. Nosotros no pintamos nada en asuntos de guerras y misiones. Desde luego, yo no he estado en ninguna misión. ¡Son una pérdida de tiempo!
Lacy levantó la mano con nerviosismo.
—Pero anoche dijiste que querías participar en...
Drew le lanzó una mirada asesina, y la voz de Lacy se apagó.
—Desde luego la mayoría de nosotros no necesitamos que nuestra imagen se empañe por culpa de los espías, ¿verdad, Piper?
Piper trató de contestar, pero fue incapaz. Era imposible que Drew estuviera al tanto de sus sueños o del secuestro de su padre, ¿verdad?
—Es una lástima que no vayas a quedarte—dijo Drew suspirando—. Pero si sobrevives a tu pequeña misión, no te preocupes, porque buscaré a alguien para emparejarte con él. Por ejemplo, uno de esos vulgares hijos de Hefesto. O Clovis. Es repulsivo—Drew la miró con una mezcla de compasión y repugnancia—. Sinceramente, no creía posible que Afrodita tuviera una hija fea, pero... ¿quién es tu padre? ¿Una especie de mutante o...?
—Tristan McLean—le espetó Piper.
Tan pronto como lo dijo se odió a sí misma. Nunca jugaba la carta del "padre famoso", pero Drew la había sacado de sus casillas. Era eso o cortarle la yugular en ese mismo momento, y supuso que al director campamento no le gustaría demasiado.
—Mi padre es Tristan McLean.
El silencio de estupefacción resultó agradable por unos breves segundos, pero Piper se avergonzó de sí misma. Todo el mundo se volvió y miró "El póster", en el que su padre aparecía flexionando los músculos para que todo el mundo para que todo el mundo lo viera.
—¡Dios mío!—gritaron la mitad de las chicas al unísono.
—¡Genial!—exclamó un chico—. ¿El tipo de la espada que mató al otro tipo en esa película?
—Está buenísimo para ser tan mayor—dijo una chica, y acto seguido se ruborizó—. Lo siento. Ya sé que es tu padre. ¡Qué raro se hace!
—Y tanto que es raro—convino Piper.
—¿Podrías conseguirme un autógrafo?—preguntó otra chica.
Piper forzó una sonrisa. No podía decir: "Si mi padre sobrevive..."
—Sí, no hay problema—logró decir.
La chica se puso a gritar de emoción, y más chicos avanzaron en tropel, haciendo un montón de preguntas al mismo tiempo.
—¿Alguna vez has estado en un rodaje?
—¿Vives en una mansión?
—¿Comes con estrellas de cine?
—¿Has tenido tu rito de paso?
Esa última pilló a Piper desprevenida.
—¿Rito de qué?—preguntó.
Las chicas y los chicos se echaron a reír entre dientes y se empujaron unos a otros como si fuera un tema incómodo.
—El rito de paso de los hijos de Afrodita—explicó uno—. Haces que alguien se enamore de ti y luego le partes el corazón. Lo plantas. Hasta que no lo haces no demuestras que eres digna de Afrodita.
Piper se quedó mirando al grupo para ver si estaban bromeando.
—Admito que se me da bien manipular las emociones de otros. Disfruto el terror más que ninguna otra cosa, pero... ¿partir el corazón a alguien a propósito? No suena a mi estilo.
Los otros se quedaron confundidos.
—¿Por qué?—preguntó un chico.
—¡Dios mío!—exclamó una chica—. ¡Apuesto a que Afrodita le partió el corazón a tu padre! Apuesto a que no volvió a querer a nadie, ¿verdad? ¡Qué romántico! ¡Cuando superes tu rito de paso, podrás ser como nuestra madre!
—No pienso hacer eso—insistió Piper con dureza—. El color del amor verdadero dentro del ser humano es muy raro de ver, es hermoso y casi perfecto. Romper un corazón no sería más que echarlo a perder, remplazarlo por un turbio sufrimiento. No... si voy a destruir el amor... sería sólo para teñirlo de mi color favorito.
Jadeaba, había comenzado a sudar y el corazón le latía con fuerza mientras apretaba los dientes para contener aquella desbordante emoción que sentía de tan sólo imaginarlo.
Eso brindó a Drew la oportunidad de retomar el control.
—Estás muy loca—la interrumpió, confundida y asqueada—. Allí lo tienen, Silena dijo... más o menos lo mismo, rompió la tradición, se enamoró de aquel chico, Beckendorf, y siguió enamorada. Para mí, ese es el motivo por el que tuvo un final trágico.
—¡Eso no es verdad!—chilló Lacy, pero Drew la fulminó con la mirada, e inmediatamente la chica retrocedió hasta desaparecer entre el grupo.
—Da igual—prosiguió Drew—, porque, Piper, cielo, tú tampoco podrías romperle el corazón a nadie. Y esa tontería de que Tristan McLean es tu padre... es una forma de mendigar atención.
Varios chicos parpadearon con indecisión.
—¿Quieres decir que su padre no es su padre?—preguntó uno.
Drew puso los ojos en blanco.
—Por favor... Venga, es la hora del desayuno, y Piper tiene que emprender su misión. ¡Ayudadla a recoger sus cosas y sacadla de aquí!
Drew disolvió el grupo, y todo el mundo se puso en movimiento. Los llamaba "cielo" y "cariño", pero su tono dejaba claro qué esperaba que la obedecieran. Mitchell y Lacy ayudaron a Piper a recoger sus cosas. Incluso vigilaron el cuarto de baño cuando Piper entró y se puso un conjunto más adecuado para el viaje. Afortunadamente, las prendas usadas no eran elegantes: unos vaqueros gastados, una camiseta, un cómodo abrigo de invierno y unas botas de montaña que le quedaban perfectamente. Ajustó las correas de sus bolsas mágicas de cuero y estuvo lista.
Cuando salió, casi volvió a sentirse normal. Los otros campistas estaban de pie ante sus literas mientras Drew se paseaba y hacía la inspección. Piper se volvió hacia Mitchell y Lacy y pronunció con los labios la palabra "Gracias". Mitchell asintió con la cabeza seriamente. Lacy le dedicó una sonrisa mostrando su aparato dental. Piper dudaba que Drew les hubiera dado las gracias alguna vez por algo. También se fijó en que el póster de El rey de Esparta había sido enrollado y tirado a la basura. Órdenes de Drew, sin duda. Aunque la propia Piper había querido quitar el cartel, eso la enfureció.
Cuando Drew la vio, comenzó a aplaudir con falsedad.
—¡Muy bien! Nuestra chica de la misión vestida otra vez con ropa del vertedero. ¡Y ahora lárgate! No hace falta que desayunes con nosotros. Buena suerte con... lo que sea. ¡Adiós!
Piper se echó la mochila al hombro. Notó las miradas de todos los demás posadas en ella al dirigirse a la puerta. Podía marcharse y olvidarse de todo. Eso habría sido lo más fácil. ¿Qué más le daban aquella cabaña y aquellos chicos superficiales?
Sólo que algunos habían intentado ayudarla. Algunos incluso se habían enfrentado a Drew por ella. Veía sus emociones, no todos eran tan repulsivos por dentro.
Se volvió ante la puerta.
—No tienen por qué obedecer las órdenes de Drew, ¿sabéis?
Los otros chicos se movieron. Varios lanzaron una mirada a Drew, pero ella se quedó demasiado perpleja para contestar.
—Bueno—logró decir uno—, es nuestra líder.
—"Excelente cosa es tener la fuerza de un gigante, pero usar de ella como un gigante es propio de un tirano"—citó Piper—. Podéis pensar por vosotros mismos. Afrodita representa más que esto.
—¿Más que esto?—repitió un chico.
—¿Pensar por nosotros mismos?—murmuró otro.
—¡Chicos!—chilló Drew—. ¡No sean estúpidos! ¡Los está embrujahablando!
—No—replicó Piper—. Sólo estoy diciendo la verdad.
Al menos, eso pensaba Piper. No entendía exactamente cómo funcionaba el asunto de la embrujahabla, pero no tenía la sensación de estar dotando sus palabras de ningún poder especial. No quería ganar una discusión engañando a la gente. Eso no la haría mejor que Drew. Piper simplemente hablaba en serio.
Además, aunque intentara embrujahablar, tenía la sensación de que no funcionaría bien en otra embrujahabladora como Drew.
Drew se burló de ella.
—Puede que tengas un poco de poder, señorita estrella de cine, pero no sabes nada de Afrodita. ¿Conque tienes muy buenas ideas? ¿Qué crees que representa esta cabaña, entonces? Cuéntanos. Tal vez entonces yo les cuente unas cuantas cosas sobre ti.
A Piper le entraron ganas de soltar una réplica fulminante, pero su ira se convirtió en pánico. Ella era una espía del enemigo, igual que Silena Beauregard. Una traidora de Afrodita. ¿Lo sabía Drew o estaba tirándose un farol? Su seguridad empezó a desmoronarse bajo la mirada colérica de Drew.
—Esto, no—dijo finalmente—. Afrodita no puede... no debería representar esto. El color del amor... es demasiado hermoso como para que los sucios y desagradables colores de esta cabaña tan siquiera osen comparársele.
Entonces se dio la vuelta y salió de la cabaña tratando de controlar sus tendencias homicidas.
Detrás de ella, Drew se echó a reír.
—¿"Esto, no"? ¿"Colores"? ¿Lo oyeron? ¡Esta loca de remate! ¡Ay...!
Un cuchillo se había enterrado profundamente en su hombro izquierdo.
—En eso, estamos completamente de acuerdo... my fair lady.
Piper se prometió que jamás volvería a esa cabaña. Cruzó el prado hecha una furia, sin saber adónde iba... hasta que vio al dragón lanzándose en picado desde el cielo.
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