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PIPER XLIX


El departamento de control aéreo se negaba a conceder permiso de aterrizaje a un helicóptero no programado en el aeropuerto de Oakland... hasta que Piper habló por radio. Entonces no tuvieron ningún problema.

Descargaron en la pista de aterrizaje, y todo el mundo miró a Piper.

—Y ahora, ¿qué?—le preguntó Jason, con el muñón chamuscado que solía ser su mano derecha vendado precariamente.

Ella se sentía incómoda. No quería estar al mando, pero por el bien de su padre tenía que aparentar seguridad. No tenía ningún plan. Acababa de acordarse de que él había volado a Oakland, lo que significaba que su avión privado seguiría allí. Pero ese día era el solsticio. Tenían que salvar a Hera. No tenían ni idea de adónde ir ni de si llegaban demasiado tarde. ¿Y cómo podía dejar marchar a su padre en ese estado?

—En primer lugar—dijo—. Tengo... tengo que llevar a mi padre a casa. Lo siento, chicos.

Los rostros del grupo se descompusieron.

—Ah—dijo Leo—. Es decir, claro. Te necesita ahora mismo. Nosotros podemos seguir sin ti.

—No, Pipes—su padre había estado sentado en el hueco de acceso del helicóptero, con los hombros cubiertos por una manta, pero se levantó dando traspiés—. Tienes una misión. Una búsqueda. No puedo...

—Yo cuidaré de él—dijo el entrenador Hedge.

Piper se lo quedó mirando. El sátiro era la última persona que esperaba que se ofreciera.

—¿Usted?—dijo.

—Soy un protector—declaró Gleeson—. Ese es mi trabajo, no luchar.

Parecía un poco abatido, y Piper se dio cuenta de que quizá no debería haber contado que se había quedado inconsciente en la última batalla. Tal vez el sátiro era tan sensible como su padre.

Entonces Hedge se enderezó y apretó la mandíbula.

—Por supuesto, también se me da bien pelear.

Los fulminó a todos con la mirada, desafiándolos a que le llevaran la contraria.

—Sí—confirmó Jason.

—Es usted tremendo—añadió Leo.

El entrenador gruñó.

—Pero soy un protector, y puedo hacerlo. Tu padre tiene razón, Piper. Tienes que seguir con la misión.

—Pero...—a Piper le escocían los ojos, como si estuviera otra vez en el incendio del bosque—. Papá...

Él alargó los brazos, y ella lo abrazó. Lo notaba frágil. Temblaba tanto que se asustó.

—Vamos a dejarlos solos—dijo Jason, y llevaron a la piloto a varios metros de distancia por la pista de aterrizaje.

—No me lo puedo creer—dijo su padre—. Te he fallado.

—¡No, papá!

—Las cosas que me hicieron, Piper, las visiones que me mostraron...

—Escucha, papá—sacó el frasco del bolsillo—. Afrodita me dio esto para ti. Borra los recuerdos recientes. Parecerá que no ha pasado nada de esto.

Él la miró fijamente, como si estuviera traduciendo sus palabras de un idioma extranjero.

—Pero eres una heroína. ¿Me olvidaría de eso?

—Sí—susurró Piper. Forzó un tono tranquilizador—. Lo olvidarías. Será como... como antes.

Él cerró los ojos y respiró de forma temblorosa.

—Te quiero, Piper. Siempre te he querido. Te... te mandé lejos porque no quería exponerte a mi estilo de vida. No quería que te criaras como yo me crié: la pobreza, la desesperanza... Ni tampoco la locura de Hollywood. Pensé... pensé que te estaba protegiendo—dejó escapar una risa frágil—. Como si tu vida sin mí fuera mejor o más segura.

Piper le tomó la mano. Ya le había oído decir antes que quería protegerla, pero nunca lo había creído. Siempre había pensado que sólo estaba racionalizando. Su padre parecía muy seguro y relajado, como si su vida fuera un paseo. ¿Cómo podía decir que necesitaba protegerla de eso?

Al final Piper entendió que había estado actuando en beneficio de ella, procurando no mostrar lo asustado que estaba y lo inseguro que era. Realmente había intentado protegerla. Y ahora su capacidad para hacer frente a la situación había quedado destruida.

Le ofreció el frasco.

—Tómalo. Tal vez algún día estemos preparados para volver a hablar de esto. Cuando estés listo.

—Cuando esté listo—murmuró él—. Parece que... que yo fuera el que está creciendo. Se supone que soy el padre—sujetó el frasco. En sus ojos brillaba una pequeña esperanza teñida de desesperación—. Te quiero, Pipes.

—Yo también te quiero, papá.

McLean se bebió el líquido rosado. Sus ojos se pusieron en blanco, y se desplomó hacia delante. Piper lo atrapó, y sus amigos se acercaron corriendo a ayudarla.

—Ya lo tengo—dijo Hedge. El sátiro se tambaleó, pero era lo bastante fuerte para mantener a McLean erguido—. Le he pedido a nuestra amiga la guardabosques que avise a su avión. Viene para aquí. ¿La dirección de casa?

Piper se disponía a decírsela. Entonces se le ocurrió una idea. Rebuscó en el bolsillo de su padre y comprobó que su BlackBerry seguía allí. Resultaba extraño que conservara algo tan normal después de todo lo que había pasado, pero supuso que Encélado no había visto ningún motivo para quitárselo.

—Todo está aquí—dijo Piper—. La dirección y el número de su chófer. Tenga cuidado con Jane.

Los ojos de Hedge se iluminaron, como si intuyera una pelea.

—¿Quién es Jane?

Cuando Piper se lo explicó, el impecable Gulfstream blanco de su padre había ido rodando por la pista hasta situarse junto al helicóptero.

Hedge y la auxiliar de vuelo subieron al padre de Piper a bordo. Luego Hedge bajó por última vez para despedirse. Dio a Piper un abrazo y fulminó con la mirada a Jason y a Leo.

—Cuidad de esta chica, ¿me oís, pastelitos? Como no lo hagáis, os pondré a hacer flexiones.

—Eso está hecho, entrenador—dijo Leo mientras una sonrisa tiraba de las comisuras de su boca.

—Nada de flexiones—prometió Jason.

Piper dio otro abrazo al sátiro.

—Gracias, Gleeson. Cuide de él, por favor.

—Entendido, McLean—le aseguró él—. En el avión tienen cerveza de raíz, enchiladas vegetarianas y servilletas de lino puro... ¡Ñam, ñam! No me costaría acostumbrarme a esto.

Al subir la escalera trotando perdió un zapato, y su pezuña resultó visible por un instante. La auxiliar de vuelo abrió los ojos como platos, pero apartó la vista y aparentó que no pasaba nada. Piper supuso que había visto cosas más extrañas trabajando para Tristan McLean.

Cuando el avión avanzó por la pista de despegue, Piper se echó a llorar. Había estado aguantando demasiado y no pudo contenerse más. Antes de que se diera cuenta, Jason la estaba abrazando mientras Leo permanecía cerca, incómodo, sacando pañuelos de papel de su cinturón.

—Tu padre está en buenas manos—dijo Jason—. Has estado increíble.

Ella sollozó contra su pecho quemado Se dejó abrazar mientras respiraba hondo seis veces. Siete. Luego se negó a seguirse recreando. Ellos la necesitaban. La piloto del helicóptero parecía incómoda, como si estuviera empezando a preguntarse por qué los había llevado allí.

—"El sabio no se sienta para lamentarse, sino que se pone alegremente a su tarea de reparar el daño hecho"—dijo Piper, con voz entrecortada—. Gracias, chicos. Yo...

Quería decirles lo mucho que significaban para ella. Lo habían sacrificado todo, tal vez incluso la misión, para ayudarla. No podía corresponderles, ni siquiera demostrar su gratitud con palabras. Pero la expresión de sus amigos le decía que lo entendían.

Entonces el aire empezó a vibrar justo al lado de Jason. Al principio, Piper pensó que era el calor que desprendía la pista de aterrizaje, o tal vez gases del helicóptero, pero había visto algo parecido en la fuente de Medea. Era un mensaje de Iris. Una imagen apareció en el aire: una chica de pelo blanco vestida de camuflaje invernal plateado con un arco en la mano.

Jason retrocedió dando traspiés, sorprendido.

—¡Thalia!

—Gracias a los dioses—dijo la cazadora.

La escena que había detrás de ella era difícil de distinguir, pero Piper oía gritos, metal entrechocando y explosiones.

—La hemos encontrado—dijo Thalia—. ¿Dónde estáis?

—En Oakland—respondió él—. ¿Dónde estás tú?

—¡En la Casa del Lobo! Oakland está bien; no estáis muy lejos. Estamos impidiendo entrar a los secuaces del gigante, pero no podremos aguantar eternamente. Venid antes de que se ponga el sol o todo habrá acabado.

—Entonces, ¿no es demasiado tarde?—gritó Piper.

La embargó la esperanza, pero la expresión de Thalia se la hizo perder rápidamente.

—Todavía no—dijo Thalia—. Pero Jason... es peor de lo que yo creía. Porfirión está alzándose. Date prisa.

—Pero ¿dónde está la Casa del Lobo?—preguntó.

—Nuestro último viaje—contestó Thalia mientras la imagen empezaba a parpadear—. El parque. Jack London. ¿Te acuerdas?

Aquello no tenía sentido para Piper, pero parecía que a Jason le hubieran pegado un tiro. Se tambaleó, con la cara pálida, y el mensaje de Iris desapareció.

—¿Estás bien, amigo?—preguntó Leo—. ¿Sabes dónde está?

—Sí—dijo Jason—. En el valle de Sonoma. No está lejos, al menos por aire.

Piper se volvió hacia la piloto, que había estado mirando con una expresión de desconcierto cada vez mayor.

—Señora—dijo Piper con su mejor sonrisa—. No le importará ayudarnos una vez más, ¿verdad?

—No me importa—convino la piloto.

—No podemos llevar a una mortal a la batalla—dijo Jason—. Es demasiado peligroso—se volvió hacia Leo—. ¿Crees que podrías pilotar ese trasto?

—Bueno...

La expresión de Leo no fue precisamente tranquilizadora para Piper. Pero a continuación el hijo de Hefesto posó la mano en un lado del helicóptero, concentrándose intensamente, como si estuviera escuchando a la máquina.

—Helicóptero Bell 412HP—dijo—. Rotor principal compuesto de cuatro palas; velocidad de crucero, veintidós nudos; techo práctico, mil metros. El depósito está casi lleno. Claro que puedo pilotarlo.

Piper sonrió de nuevo a la guardabosques.

—No le molesta que un chico menor de edad sin permiso de piloto se lleve prestado el helicóptero, ¿verdad? Se lo devolveremos.

—No...—a la piloto por poco se le atragantaron las palabras, pero las expulsó—: No me molesta.

Leo sonrió.

—QED. Subid, niños. El tío Leo os va a llevar de viaje.

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