PIPER LV
Piper no recordaba gran cosa sobre el resto de la noche. Les contaron su historia y respondieron a un millón de preguntas de los otros campistas, pero al final Quirón vio lo cansados que estaban y les mandó que se acostaran.
Era tan agradable dormir en un colchón de verdad y estaba tan agotada, que se durmió enseguida, lo que le evitó cualquier preocupación sobre su regreso a la cabaña de Afrodita.
A la mañana siguiente se despertó en su litera, sintiéndose con nuevas fuerzas. El sol entraba por las ventanas acompañado de una agradable brisa. Podría haber sido primavera en lugar de invierno. Los pájaros cantaban. Los monstruos aullaban en el bosque. Del pabellón comedor venían aromas del desayuno: tocino, tortitas y toda clase de alimentos deliciosos.
Drew y su grupo estaban observándola con mirada ceñuda, cruzados de brazos.
—Buenos días—Piper se incorporó y sonrió—. Hace un día precioso.
—Vamos a llegar tarde al desayuno por tu culpa—dijo Drew—, lo que significa que limpiarás la cabaña para la inspección.
Una semana antes, Piper le habría rajado la garganta a Drew o se hubiera vuelto a esconder debajo de las mantas. Sin embargo, en ese momento pensó en los cíclopes de Detroit, en Medea en Chicago y en Midas convirtiéndola en oro en Omaha. Miró a Drew, que antes tanto la fastidiaba, y se echó a reír.
La expresión de suficiencia de Drew se descompuso. Sus colores pasaron a la incredulidad, confusión y pánico. Retrocedió y acto seguido se acordó de que se suponía que estaba enfadada.
—¿Qué estás...?
—Retándote—dijo Piper—. ¿Qué tal al mediodía en la palestra? Puedes elegir las armas.
Salió de la cama, se estiró sin prisa y sonrió a sus compañeros de cabaña. Vio a Mitchell y a Lacy, que la habían ayudado a hacer el equipaje para la misión. Los dos sonreían tímidamente, desplazando la vista rápidamente de Piper a Drew como si fuera un partido de tenis muy interesante.
—¡Os he echado de menos, chicos!—anunció Piper—. Nos lo vamos a pasar en grande cuando yo sea la líder.
Drew se puso como un tomate. Incluso sus lugartenientes más cercanos parecían estar un poco nerviosos. Aquello no figuraba en el guion.
—Tú...—farfulló Drew—. ¡Bruja fea! Yo soy la que lleva aquí más tiempo. No puedes...
—¿Retarte?—dijo Piper—. Claro que puedo. Según las normas del campamento, Afrodita me ha reconocido. He completado una misión, que es más de lo que tú puedes decir. Si considero que puedo trabajar mejor, puedo desafiarte. A menos que quieras dimitir. ¿Lo he entendido bien, Mitchell?
—Perfectamente, Piper.
Mitchell estaba sonriendo. Lacy daba saltos como si estuviera intentando despegar.
Unos cuantos chicos más empezaron a sonreír, como si estuvieran disfrutando viendo los distintos colores que estaba adquiriendo la cara de Drew.
—¿Dimitir?—chilló Drew—. ¡Estás loca!
Piper se encogió de hombros.
—En ese caso, venid a por mí. My fair lady.
Extendió los brazos, exponiendo por completo su guardia. Drew apretada los puños, como si estuviera dispuesta a darla una bofetada.
Piper rió entre dientes mientras observaba sus colores.
—Qué gran maldad...
Drew se abalanzó sobre ella con la palma abierta.
—¡Maldita rata asquerosa!—le espetó—. ¡Te voy a matar!
SSSSSSLIT
La mano derecha de Drew cayó al suelo en medio de un charco de sangre, tan rápido que ni siquiera le dio tiempo de reaccionar.
—¡¿Qué...?!—abrió los ojos como platos y se puso a chillar histérica.
El resto de los presentes retrocedieron rápidamente. Un chico se chocó contra un tocador y lanzó una nube de polvo rosa.
Piper sonrió con satisfacción mientras enseñaba entre sus dedos un fino cable que goteaba de líquido rojo.
—Je, je, je... las cuerdas de los pianos viejos son inútiles, pero no para mis métodos—sonrió—. Cortesía de la cabaña de Apolo...
Drew había caído al suelo y se retorcía contra la pared mientras que Piper se inclinaba sobre ella y le tomaba delicadamente el rostro.
—Te diré qué es lo que más me gusta de ti, querida hermana—le susurró—. ¿Sabes cual es la cosa más hermosa del mundo?
Su mirada se ensombreció.
—Es... el momento donde todas tus emociones te abandonan y sólo te llenas de miedo.
—¡¿Qué estás diciendo...?! ¡Maldita demente...!
—Orgullo, desprecio, ira, arrogancia y ahora que has perdido tu mano, hay una ligera sensación de impaciencia. Es un color sucio muy bonito. He estado buscando a alguien bañado... en todas esas emociones, y tú eres la mejor de todos.
Desenfundó su daga, Katoptris, y la alzó en alto para que reflejase la luz del sol.
—Ahora, vas a mostrarme lo que deseo, mi querida hermana, o dimitirás en este momento. Después de todo, al atacarme tú primero has iniciado un duelo, y yo siempre acepto un duelo, porque esa es la verdadera esencia de lo que haría un caballero.
Drew temblaba, estaba en shock y apenas y se podía mover.
Piper encajó su daga levemente en su frente y empezó a presionar, sacándole unas gotas de sangre que pronto se convirtieron en un chorro.
—¡¡AAAAHH!! ¡¡Por... por favor detente!!—gritaba.
Piper se llevó un dedo a los labios.
—Shhh...—luego, puso el dedo sobre los labios de Drew—. Dimite ahora, es tu última oportunidad. Has convertido esta cabaña en una dictadura, Drew. Silena Beauregard sabía lo que no había qué hacer. Afrodita es amor y belleza. Ser cariñoso. Propagar la belleza. Buenos amigos. Buenos momentos. Buenos actos. No sólo buena apariencia. Silena cometió errores, pero al final apoyó a sus amigos. Por eso era una heroína. Voy a arreglar las cosas, y tengo la sensación de que mamá estará de mi parte. ¿Quieres averiguarlo?
Presionó con un poco más de fuerza, lágrimas corrían por el rostro ensangrentado de Drew mientras ella gritaba sin poder detenerse.
—¡YA BASTA! Por favor... basta... te lo ruego... detente... ¿por qué...? ¡¿Por qué me está pasando esto a mí?!
Pasó un segundo. Dos. A Piper le daba igual. Estaba pletórica de felicidad y confianza. Debía de notarse en su sonrisa.
—¡Yo... dimito!—sollozó Drew—. ¡Déjame ir!
Piper suspiró resignada, pero rápidamente volvió a sonreír satisfecha, y extrajo su arma.
—¿Lo vez? ¿Tan difícil era?
Limpió felizmente la sangre de su cuchillo y lo guardó una vez más en su bolsa.
Drew se llevó la mano que le quedaba a la cabeza, sintiendo un inmenso dolor.
—Si crees que voy a olvidarme de esto, McLean...
—Espero que no lo olvides—dijo Piper—. Y ahora ve a la enfermería, y ya de paso explícale a Quirón por qué llegamos tarde. Ha habido un cambio de liderazgo.
Drew se arrastró hacia la puerta. Ni siquiera sus lugartenientes más cercanos la siguieron. Se disponía a marcharse cuando Piper dijo:
—Ah, una cosa más, Drew, cielo.
La ex líder miró atrás de mala gana.
—Por si acaso crees que no soy una auténtica hija de Afrodita—dijo Piper—, ni se te ocurra mirar a Jason Grace. Puede que él todavía no lo sepa, pero es mío. Si alguna vez intentas dar un paso... bueno, mis cuchillos aún tienen tu nombre gravado.
Drew se dio la vuelta tan rápido que se chocó contra el marco de la puerta. Acto seguido se tan rápido como pudo, dejando un reguero de sangre a su paso.
La cabaña se quedó en silencio. Los otros campistas miraban fijamente a Piper. Esa era la parte de la que no estaba segura. No quería mandar inspirando miedo... quería inspirar miedo, sí, pero no al mandar, no en sus hermanos. Ella no era como Drew, pero no sabía si la aceptarían.
Entonces, espontáneamente, los campistas de Afrodita prorrumpieron en vítores tan alto que debieron de oírles por todo el campamento. Sacaron a Piper de la cabaña, la auparon sobre sus hombros y la llevaron hasta el pabellón del comedor, todavía en pijama y con el pelo hecho un desastre, pero le daba igual. En su vida se había sentido mejor.
Por la tarde, Piper ya se había puesto la cómoda ropa del campamento y había dirigido a los miembros de la cabaña de Afrodita a lo largo de sus actividades matutinas. Estaba lista para disfrutar del tiempo libre.
Se le había pasado parte del entusiasmo de la victoria porque tenía una cita en la Casa Grande.
Quirón se reunió con ella en el porche en forma humana, apretujado en su silla de ruedas.
—Entra, querida. La videoconferencia está lista.
El único ordenador del campamento estaba en el despacho de Quirón, y toda la habitación estaba protegida con placas de bronce.
—Los semidioses y la tecnología mortal no se mezclan—explicó Quirón—. Llamar por telefóno, enviar mensajes de texto, incluso curiosear en internet... todas esas cosas pueden atraer a los monstruos. Este mismo otoño, en un colegio de Cincinnati, tuvimos que rescatar a un joven héroe que buscó información de las gorgonas en Google y acabó recibiendo más de lo que esperaba, pero olvídate de eso. Aquí, en el campamento, estás protegida. Aun así, intentamos tener cuidado. Sólo podrás hablar unos minutos.
—Entendido—dijo Piper—. Gracias, Quirón.
Él sonrió y salió rodando del cuarto. Piper vaciló antes de apretar el botón de llamada. El despacho de Quirón tenía un ambiente desordenado y acogedor. Una de las paredes estaba cubierta de camisetas de distintas convenciones: PONIS JUERGUISTAS '09 LAS VEGAS, PONIS JUERGUISTAS '10 HONOLULU, etcétera. Piper no sabía lo que eran los "ponis juerguistas", pero a juzgar por las manchas, las quemaduras y los agujeros de pistola de las camisetas, debían de celebrar unas reuniones bastante salvajes. En el estante situado encima de la mesa de Quirón había un anticuado radiocasete con cintas en las que ponía "Dean Martin", "Frank Sinatra" y "Grandes éxitos de los cuarenta". Quirón era tan viejo que Piper se preguntó si se referiría a los años cuarenta del siglo XX, del XIX o tal vez a los años cuarenta antes de Cristo.
Sin embargo, la mayor parte de las paredes estaban llenas de fotos de semidioses, como un salón de la fama. En una de las imágenes más recientes aparecía un adolescente con el cabello rubio ondulado y los ojos de un frío azul. Como Annabeth estaba cómodamente recargada sobre él, Piper supuso que debía de ser Perseus Jackson. En otras fotos más antiguas, reconoció a personas famosas: hombres de negocios, atletas, incluso algunos actores que su padre conocía.
—Increíble—murmuró.
Piper se preguntó si algún día habría una foto suya en esa pared. Por primera vez, sentía que formaba parte de algo más grande que ella misma. Los semidioses existían desde hacía siglos. Hiciera lo que hiciese, lo hacía por todos ellos.
Respiró hondo y marcó. La pantalla de vídeo apareció de repente.
Gleeson Hedge le sonrió desde el despacho de su padre.
—¿Has visto las noticias?
—Es un poco difícil no enterarse—dijo Piper—. Espero que sepa lo que hace.
Quirón le había enseñado un periódico en la comida. El regreso inesperado de su padre de la nada había aparecido en primera plana. Su ayudante personal, Jane, había sido despedida por ocultar su desaparición y no avisar a la policía. El "entrenador personal" de Tristan McLean, Gleeson Hedge, había contratado e investigado al nuevo personal. Según el diario, el señor McLean afirmaba no recordar nada de la semana anterior, y los medios de comunicación estaban entusiasmados con la noticia. Algunos creían que era una ingeniosa estratagema de marketing de una película: ¿tal vez McLean iba a interpretar a un amnésico? Otros creían que había sido secuestrado por terroristas, o admiradores fanáticos, o que había escapado heroicamente de unos buscadores de rescates utilizando las increíbles dotes de lucha del Rey de Esparta. Fuera cual fuese la verdad, Tristan McLean era más famoso que nunca.
—Todo va estupendamente—prometió Hedge—. Pero no te preocupes. Vamos a mantenerlo alejado de la atención pública durante el siguiente mes más o menos, hasta que la situación se calme. Tu padre tiene cosas más importantes que hacer, como descansar y hablar con su hija.
—No se acomode demasiado en Hollywood, Gleeson—dijo Piper.
Hedge resopló.
—¿Bromeas? Esta gente hace que Eolo parezca cuerdo. Volveré lo antes posible, pero tu padre tiene que recuperarse antes. Es un buen tipo. Ah, por cierto, me he ocupado de otro asuntillo. El Servicio de Parques del Área de la Bahía acaba de recibir una donación anónima de un nuevo helicóptero. Y la piloto que nos ayudó ha recibido una oferta muy lucrativa para trabajar de piloto del señor McLean.
—Gracias, Gleeson—dijo Piper—. Por todo.
—Sí, bueno. No tengo que esforzarme para ser maravilloso. Me sale de forma natural. Y hablando del territorio de Eolo, te presento a la nueva ayudante de tu padre.
Alguien apartó a Hedge de un codazo, y una joven guapa sonrió a la cámara.
—¿Mellie?—Piper la miró fijamente, pero sin duda era ella: el aura que les había ayudado a escapar de la fortaleza de Eolo—. ¿Ahora trabajas para mi padre?
—¿A qué es estupendo?
—¿Sabe que eres un... ya sabes... un espíritu del viento?
—Oh, no. Pero me encanta este trabajo. Es... un soplo de aire fresco.
Piper no pudo evitar reírse.
—Me alegro. Es fabuloso. Pero ¿dónde...?
—Un momento—Mellie besó a Gleeson en la mejilla—. Venga, cabra vieja. Deja de acaparar la cámara.
—¿Qué?—preguntó Hedge, pero Mellie lo apartó y gritó—: ¿Señor McLean? ¡Su hija está al aparato!
Un segundo más tarde, apareció el padre de Piper.
Tristan McLean sonrió abiertamente.
—¡Pipes!
Estaba estupendo: había vuelto a la normalidad, con sus relucientes ojos marrones, su barba de medio día, su sonrisa llena de seguridad y su cabello recién cortado como si estuviera listo para rodar una escena. Piper se sintió aliviada, pero también un poco triste. Que su padre volviera a la normalidad no era necesariamente lo que ella había deseado.
En su mente se puso en marcha un reloj. En una llamada normal como esa, hecha en un día laboral, apenas captaba la atención de su padre más de treinta segundos.
—Hola—dijo débilmente—. ¿Te encuentras bien?
—Cariño, siento haberte preocupado con mi desaparición. No sé...—su sonrisa vaciló, y Piper notó que estaba intentando hacer memoria, aferrarse a un recuerdo que debería haber estado allí, pero no estaba—. Sinceramente, no estoy seguro de lo que pasó, pero estoy bien. El entrenador Hedge ha sido un regalo de los dioses.
—Un regalo de los dioses—repitió ella.
Curiosa elección de palabras.
—Me ha hablado de tu nueva escuela—dijo su padre—. Siento que las cosas no salieran bien en la Escuela del Monte, pero tenías razón. Jane estaba equivocada. Fui tonto haciéndole caso... no estuvo bien que la atacases de esa forma pero... estabas intentando protegerme.
Quedaban diez segundos, tal vez. Pero por lo menos su padre parecía sincero, como si de verdad estuviera arrepentido.
—¿No te acuerdas de nada?—dijo ella, un poco triste.
—Claro que sí—contestó él.
Un escalofrío recorrió el cuello de Piper.
—Ah, ¿sí?
—Me acuerdo de que te quiero—dijo él—. Y de que estoy orgulloso de ti. ¿Eres feliz en tu nueva escuela?
Piper parpadeó. No iba a llorar ahora. Después de todo lo que había pasado, sería ridículo.
—Sí, papá. Es más un campamento que una escuela, pero... Sí, creo que voy a ser feliz aquí. Es... un buen sitio para redirigir mis... tendencias violentas de forma provechosa.
—Me alegro. Llámame tanto como te sea posible—dijo él—. Ven a casa por Navidad. Y, Pipes...
—¿Sí?
Su padre tocó la pantalla como si estuviera intentando llegar hasta su hija a través de la superficie.
—Eres una jovencita maravillosa. No te lo digo muy a menudo. Me recuerdas mucho a tu madre. Ella estaría orgullosa de ti. Y el abuelo Tom—se rió entre dientes— siempre dijo que tenías la voz más potente de la familia. Algún día me eclipsarás, ¿sabes? Me recordarán como el padre de Piper McLean, y ese es el mejor legado que me puedo imaginar.
Piper intentó contestar, pero tenía miedo de venirse abajo. Se limitó a tocar los dedos de él en la pantalla y asintió. No podía ver sus colores a través de la pantalla, pero se imagino que serían tan brillantes, puros y hermosos como los de la misma Afrodita.
Mellie dijo algo al fondo, y su padre suspiró.
—Una llamada del estudio. Lo siento, cariño.
Parecía sinceramente molesto por tener que colgar.
—No pasa nada, papá—logró decir ella—. Te quiero.
Él guiñó el ojo. A continuación, la pantalla de vídeo se apagó.
¿Cuarenta y cinco segundos? ¿Tal vez un minuto entero?
Piper sonrió. Sólo era una pequeña mejora, pero suponía un progreso.
—Me pregunto... ¿cuál debe ser mi color ahora...?
En el área comunitaria encontró a Jason descansando en un banco con un balón de baloncesto entre los pies. Estaba sudoroso de hacer ejercicio, pero tenía un aspecto estupendo con su camiseta de tirantes naranja y sus pantalones cortos. Las distintas cicatrices y cardenales de la misión se estaban curando, gracias a la atención médica de la cabaña de Apolo. Tenía los brazos y las piernas musculosos y bronceados, lo que distraía la atención de Piper como siempre. Su largo cabello rubio caía por su espalda y reflejaba la luz de la tarde de tal forma que parecía que se estuviera convirtiendo en oro, al estilo de Midas.
—Hola—dijo—. ¿Qué tal ha ido?
Ella tardó un segundo en centrarse en la pregunta.
—Hummm... Ah, sí. Bien.
Se sentó junto a él y observaron el ir y venir de los campistas. Un par de chicas de la cabaña de Deméter estaban gastando bromas a dos chicos de la cabaña de Apolo haciéndoles crecer hierba alrededor de los tobillos mientras lanzaban a canasta. No muy lejos de allí, un par de hijos de Hermes tocaban el violín apaciblemente mientras contemplaban el cielo. Los hijos de Ares tomaban café con sus pequeñas tazas y discutían sobre las actividades del día. Los miembros de la cabaña de Hipnos estaban roncando. Un día normal en el campamento.
Mientras tanto, los hijos de Afrodita estaban observando a Piper y a Jason, fingiendo que no miraban. Piper estaba convencida de que vio dinero cambiando de manos, como si estuvieran apostando a ver si se besaban.
—¿Has dormido?—preguntó Piper.
Él la miró como si le hubiera leído el pensamiento.
—No mucho. He tenido sueños.
—¿Sobre tu pasado?
Él asintió.
Ella no le presionó. Si quería hablar, perfecto, pero sabía que no debía insistir en el tema. Ni siquiera le preocupaba que su conocimiento de él estuviera basado en tres meses de falsos recuerdos. "Tú puedes ver las posibilidades", le había dicho su madre. Y Piper estaba decidida a hacer realidad esas posibilidades.
Jason hizo girar el balón de baloncesto.
—No son buenas noticias—advirtió—. Mis recuerdos no son buenos para... para nadie en el campamento.
Piper estaba segura de que había estado a punto de decir "para nosotros", refiriéndose a ellos dos, y se preguntaba si se habría acordado de una chica de su pasado. Pero no dejó que eso le molestara. No iba a permitirlo en un día de invierno soleado como aquel, con Jason a su lado.
—Ya lo resolveremos—le aseguró.
Jason la miró con aire vacilante, como si tuviera muchas ganas de creerla.
—Annabeth y Rachel van a venir a la reunión de esta noche. Debería esperar hasta entonces para...
—Está bien.
Piper arrancó una brizna de hierba situada a sus pies. Sabía que a los dos les aguardaban peligros. Ella tendría que competir con el pasado de Jason, y puede que no sobrevivieran a la guerra contra los gigantes. Pero en ese preciso instante los dos estaban vivos, y ella estaba decidida a disfrutar del momento.
Jason la observó con recelo. El tatuaje de su antebrazo se veía de color azul claro a la luz del sol.
—Estás de buen humor. ¿Cómo puedes estar tan segura de que las cosas se solucionarán?
—"El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos"—citó—. Tú vas a ser nuestro líder. Te seguiría a cualquier parte.
Jason parpadeó. Acto seguido, sonrió.
—Es un comentario peligroso.
—Soy una chica peligrosa.
—Te creo.
Él se levantó y se limpió el pantalón corto. Le ofreció la mano.
—Leo dice que tiene algo que enseñarnos en el bosque. ¿Vienes?
—No me lo perdería por nada del mundo.
Le tomó la mano y se levantó.
Por un instante, se quedaron con las manos entrelazadas. Jason ladeó la cabeza.
—Deberíamos ponernos en marcha.
—Sí—dijo ella—. Un momento.
Piper le soltó la mano y sacó una tarjeta del bolsillo: la tarjeta plateada que le había dado Thalia para que se uniera a las Cazadoras de Artemisa. La dejó caer en un fuego eterno que ardía cerca de ellos y la observó quemarse. A partir de entonces, no habría corazones rotos en la cabaña de Afrodita. Era un rito de paso que no necesitaban.
Al otro lado del prado, sus compañeros de cabaña se quedaron decepcionados al no presenciar ningún beso. Empezaron a cobrar sus apuestas.
Pero no pasaba nada. Piper era paciente y veía montones de buenas posibilidades.
—Vamos—le dijo a Jason—. Tenemos aventuras que planear.
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