PIPER IV
Piper no tardó en darse cuenta de que el corazón de Annabeth no estaba en el tour.
Habló de todo el material increíble que ofrecía la magia del campamento, tiro con arco, montar a pegaso, la pared de lava, lucha contra monstruos, pero no mostraba emoción alguna, como si su mente estuviera en otra parte. Señaló el pabellón comedor al aire libre que daba a Long Island Sound. (Sí, Long Island, Nueva York; ellos habían viajado así de lejos en el carro). Annabeth explicó cómo el Campamento Mestizo era principalmente un campamento de verano, pero algunos chicos se quedaban allí durante todo el año, y que habían añadido ya a tantos campistas que ahora estaba lleno incluso en invierno.
Piper se preguntó quién dirigía el campamento y cómo sabía que ella y sus amigos pertenecían allí. Se preguntaba si tendría que estar a tiempo completo, o si le iría bien en las actividades. ¿Podía reprobar lucha contra monstruos? Un millón de preguntas burbujeaban en su cabeza, pero dado el estado de ánimo de Annabeth, decidió guardar silencio.
A medida que subía una de las colinas en las afueras del campamento, Piper se volvió y tuvo una impresionante vista del valle, un tramo importante de bosques en el noroeste, una hermosa playa, el arrollo, el lago de canoas, exuberantes campos verdes y todo el diseño de las cabañas, una extraña variedad de edificios dispuestos en forma de Omega, Ω, con un lazo de cabañas alrededor de una zona verde central y dos alas que salían de la parte inferior de cada lado. Piper contó veinte en total. Una brillaba como el oro, otra como la plata. Una tenía hierba en el techo. Otra asemejaba un estilo romano más bien elegante. También había una de color negro y de un estilo arquitectónico extraño y opresivo.
Todo parecía un mundo distinto a las colinas cubiertas de nueve y campos externos.
—El valle está protegido contra los ojos de los mortales—dijo Annabeth—. Como puedes ver, el clima es controlado, también. Cada cabaña representa a un dios griego: un lugar para que vivan los hijos de cada dios.
Miró a Piper, como si estuviera tratando de juzgar como ella tomaba la noticia.
—Estás afirmando que mi madre... ¿se trataba de una diosa?
Annabeth asintió con la cabeza.
—Te lo estás tomando con calma.
Piper no podía decirle por qué. No podía admitir que acababa de confirmar algunos sentimientos extraños que había tenido durante años, las discusiones que había tenido con su padre acerca de por qué no habían fotos de su madre en la casa, y por qué él nunca le diría exactamente cómo o por qué ella los había dejado. Pero sobre todo, el sueño le había advertido que se avecinaba ese momento.
"Pronto te encontrarán, semidiosa"—había retumbado esa voz—. "Cuando lo hagan, sigue nuestras instrucciones. Coopera, y tu padre vivirá"
Piper tomó aire entrecortadamente.
—Asumo que después de está peculiar mañana, esto resulta ligeramente más sencillo de creer. Así, pues, ¿quién es mi madre?
—Deberíamos saberlo pronto—respondió Annabeth—. Tú eres de ¿qué...? ¿quince años? Se supone que te deberían haber reclamado cuando tuvieras trece. Ese era el acuerdo.
—¿El acuerdo?
—Ellos hicieron un juramento el verano pasado... bueno, es una larga historia. Lo importante es que prometieron dejar de seguir ignorando a sus hijos semidioses, reclamándolos a tiempo cuándo cumpliesen trece años. A veces tardan un poco más, pero ya viste lo rápido que Leo fue reclamado una vez llegó aquí. Debería de sucederte pronto. Esta noche, en la fogata, apuesto a que vemos a tener una señal.
Piper se preguntó si habría un gran martillo de fuego sobre su cabeza, o con su suerte, algo peor. Un wombat en llamas, por ejemplo. Quienquiera que fuese su madre, Piper no tenía razón para pensar que ella estaría orgullosa de reclamar a una hija psicópata, mentalmente trastocada y asesina.
—¿Por qué a los trece años?
—Cuanto mayor te hagas—explicó Annabeth—, más se fijarán los monstruos en ti e intentarán matarte. Por lo general inicia rondando los trece. Por eso enviamos protectores a las escuelas, para encontrar a los chicos y traerlos al campamento antes de que sea demasiado tarde.
—¿Cómo el entrenador Hedge?
Annabeth asintió con la cabeza.
—Él era un sátiro: mitad hombre, mitad cabra. Se encargan del trabajo de campo, búsqueda de semidioses, protección de ellos, trayéndolos en cuanto es el momento oportuno.
Piper no tenía problemas para creer que el entrenador Hedge fuera mitad cabra. Lo había visto comer. Nunca le había agradado mucho, pero no se hacía la idea de que hubiese sacrificado su vida para salvarlos.
—¿Qué pasó con él?—preguntó—. Cuando subió por las nubes... ¿se ha ido para siempre?
—Es difícil de saber—la expresión de Annabeth era de dolor—. Los espíritus de la tormenta... son difíciles de combatir. Incluso nuestras mejores armas de Bronce Celestial pasan a través de ellos, a menos que puedas tomarlos por sorpresa.
—Jason los convirtió en polvo a pura fuerza—recordó Piper.
—Tuvo que ser muy rápido o muy suertudo. Normalmente es más difícil lidiar con los monstruos salidos del Helheim.
—¿Helheim?
—Es una palabra de origen escandinavo—señaló Annabeth—. Verás, el mundo está dividido en tres partes. El mundo habitado por dioses y almas, el Valhalla. El lugar que habitan los humanos y animales, Midgard y... el tercero. Se le llama Infierno, Reino de los Demonios, Ne-No-Kumi, La Tierra del Origen, entre muchos otros nombres . Es el mundo donde los seres sobrenaturales deambulan. El Inframundo. Helheim.
—Ah...
—De todos modos. Cuando ese espíritu de la tormenta, Dylan, escapó... bueno, no sé por qué habría de mantener con vida a Gleeson. Él era un protector, conocía los riesgos. Los sátiros no tienen almas mortales. Va a reencarnar como un árbol o una flor.
Piper trató de imaginar al entrenador Hedge como una mata de pensamientos violentos. Eso la hizo sentir aún peor.
Contempló las cabañas y la invadió una sensación de inquietud. Hedge había muerto para llevarla allí sana y salva. La cabaña de su madre estaba allí abajo, en alguna parte, lo que significaba que tenía hermanos y hermanas, más personas a las que tendría que traicionar.
"Haz lo que te mandamos"—le había dicho la voz—. "O las consecuencias serán dolorosas". Se metió las manos bajo los brazos, tratando de evitar temblar.
—Todo irá bien—prometió Annabeth—. Tienes amigos aquí. Todos hemos pasado por un montón de cosas raras. Sabemos lo que estás pensando.
"Lo dudo"—pensó Piper.
—He sido expulsada de cinco escuelas distintas en los últimos cinco años—dijo—. Mi padre se está quedando sin lugares a dónde enviarme.
—¿Sólo cinco?—Annabeth no parecía estar bromeando—. Piper, todos hemos sido etiquetados como fenómenos. Me escapé de casa cuando tenía siete años.
—¿En serio?
—Oh, sí. La mayoría de nosotros nos han diagnosticado trastorno de hiperactividad por déficit de atención o dislexia, o ambas cosas.
—Leo tiene déficit de atención—dijo Piper.
—Exacto. Eso es porque estamos preparados para la batalla. Somos inquietos, impulsivos... no congeniamos con los chicos normales. Deberías oír la cantidad de problemas que Percy...—su rostro se ensombreció—. En fin, todos los semidioses tenemos mala reputación. ¿En qué problemas te metiste?
Normalmente, cuando alguien le hacía esa pregunta, Piper comenzaba una pelea, o cambiaba de tema, o causaba algún tipo de distracción. Pero por alguna razón, se sorprendió a sí misma diciendo la verdad.
—Disfruto... de provocar miedo en las personas—inició—. El hacer daño a otros... el llevarlos al borde de la muerte...
Annabeth frunció el ceño, mientras de forma inconsciente acercaba la mano a su cuchillo. Aún así, dejó que Piper prosiguiese.
Ella abrió su ojo derecho, mostrando la heterocromía de sus orbes.
—A lo largo de mi vida... he podido ver el remolino de emociones que se retuerce dentro de los corazones de los demás. Sin embargo, al momento de estar al borde de la muerte, sólo cuando el cuerpo está lleno del terror más absoluto, ese remolino desaparece, removiendo todas las impurezas—explicó, sintiendo como su respiración se agitaba más con cada palabra—. De verdad es... una vista muy hermosa.
Annabeth le sostuvo la mirada en todo momento, mientras que el ojo rojizo de Piper comenzaba a refulgir.
—Increíble... ¡Qué orgullo tan desbordante tienes! Mezclado con una pizca de curiosidad... sin embargo, a pesar de lo que te he dicho, no hay señal de temor. Eres la primera en conseguir eso.
—Tú... ¿puedes ver mis emociones con ese ojo?—cuestionó la hija de Atenea.
Piper hizo una reverencia mientras hacia el gesto de quitarse un sombrero imaginario.
—Así es, señorita... en medio de toda la maldad que inunda mi alma, esta se ha convertido en mi razón de vivir... el regalo que Dios... no, que los dioses decidieron darme... los colores que puedo ver, son una obra de arte que sólo yo puedo crear. Es capaz de hacer que cualquiera brille... sin importar lo oscura que haya sido su vida.
Annabeth no dejó de estudiarla en ningún momento, Piper sonaba cada vez más excitada con cada palabra que salía de sus labios.
— Pinturas de Emociones, así es cómo las llamo. ¿No es maravilloso?
—¿Has estado a punto de matar a alguien... por una razón como esa?—inquirió Annabeth.
—Sé bien que está más allá de tu comprensión... pero aquellos cuyos corazones se unen con la emoción del miedo poseen una belleza que no cambiaría por nada en el mundo.
Piper recordó todos los pequeños "accidentes" que había tenido los últimos cinco años. Casi asfixiar a una profesora, sacarle los ojos a un compañero, arrancarle los dedos al director de una de sus escuelas, poner un arma de fuego directamente en la boca de un policía... y por supuesto, casi asesinar con un cuchillo a la asistente de su padre. Se abrazó a sí misma, tratando de contener el placer casi sexual que sentía con sólo recordar aquellos gritos de horror.
—"Los placeres violentos terminan en la violencia y tienen en su triunfo su propia muerte"—terminó citando—. Romeo y Julieta, acto dos, escena seis.
Annabeth la miró en silencio por casi un minuto.
—Ya veo...—murmuró—. ¿Vienes de alguna familia con problemas? ¿Bajos recursos?
Piper se echó a reír con amargura.
—Nada más alejado de la realidad. No obstante, admito que descubrí ésta... sinestesia, la llama Leo, en un intento de llamar la atención. Mi padre únicamente tenía tiempo para mí cuando me metía en problemas.
Annabeth asintió.
—Puedo relacionarme... sólo con la última parte. Dices que descubriste tú... "arte" en uno de los intentos de meterte en problemas. ¿Qué hacías antes de eso?
—Robaba cosas... o bueno, no exactamente.
—¿Qué quieres decir?
—Nadie nunca me ha creído, ni la policía, ni los maestros.... Incluso a la gente de quien tomaba cosas lo negaba, era demasiado vergonzoso. Sin embargo la verdad es que no robaba nada. Pedia las cosas a las personas, y ellas me las daban. Sólo tenía que pedirlo y la gente decía "Claro. Tómalo". Más tarde, se daban cuenta de lo que habían hecho, supongo yo, y llamaban a la policía.
Piper esperó. Estaba acostumbrada a que la gente la llamase de todo, desde mentirosa hasta monstruo, pero cuando volvió la mirada, Annabeth se limitó a asentir una vez más.
—Interesante. Jamás había visto a alguien como tú. Si tu padre fuera un dios, yo diría que eres hija de Hermes, dios de la elocuencia, o quizá de Fobos o Deimos, dioses del miedo y el pánico. Sin embargo, tu padre es humano...
—Muy humano—coincidió Piper.
Annabeth negó con la cabeza, aparentemente desconcertada.
—En algunas ocaciones, los dioses han llegado a tener hijos biológicos con personas de su mismo sexo. ¿Acaso tu padre no será...?
Piper hizo una mueca.
—No lo sé, no lo creó... no lo descarto, yo misma he llegado a sentir tendencias homoeróticas en el pasado, pero en su caso, lo dudo.
—Entonces no lo sé. Con suerte, tu madre... o padre, te reclamará esta noche.
Piper casi esperaba que no sucediera. Si su madre fuera una diosa, ¿sabría acerca de ese sueño? ¿Sabría lo que le habían pedido a Piper que hiciera? Se preguntó su los dioses del Olimpo alguna vez castigaban a sus hijos por portarse mal lanzándoles rayos o encerrándolos en el Inframundo.
Annabeth la estudiaba, pero no parecía temerle, como si fuese plenamente consciente de que aún si Piper intentase atacarla, no sería una amenaza para ella. Aún así, Piper decidió que iba a tener que andarse con cuidado respecto a lo que decía de ahora en delante. Annabeth era obviamente muy inteligente. Nadie podía conocer el secreto de Piper...
—Vamos—dijo Annabeth finalmente—. Tengo que comprobar una cosa.
Siguieron caminando un poco más hasta que llegaron a una cueva situada cerca de la cima de la colina. El suelo estaba sembrado de huesos y espadas viejas. La entrada estaba flanqueada por antorchas y cubierta con una cortina de terciopelo con bordados de serpientes. Parecía el escenario de una macabra función de marionetas.
Piper no podía negar que le gustaba la idea, amaba todo tipo de teatro, por extraño que fuera.
—¿Qué hay ahí dentro?—preguntó.
Annabeth asomó la cabeza y acto seguido suspiró y descorrió las cortinas.
—Ahora mismo, nada. Es la casa de una amiga. Llevo varios días esperándola, pero hasta ahora no he sabido nada de ella.
—¿Tu amiga vive en una cueva?
Annabeth casi logró esbozar una sonrisa.
—En realidad, solía vivir en un piso de lujo en Queens e ir a un colegio privado para chicas en Connecticut.
—¿Solía?
—Nació como la hija de uno de los empresarios más poderosos del país. La mejor posición, la mejor ropa, la mejor comida, la mejor vivienda, la mejor educación—explicó la hija de Atenea—. Sin embargo, hace un año, tras convertirse en el receptáculo del Espíritu de Delfos, renunció a su lujoso hogar, a su cara escuela, a sus vestidos elegantes y todo aquello que poseía. Es nuestro oráculo: nos revela el futuro. Esperaba que pudiera ayudarme a...
—Encontrar a Perseus—aventuró Piper.
Annabeth se quedó sin energía, como si hubiera estado aguantando lo máximo posible. Se sentó en una roca con una expresión de dolor sordo, y Piper se sintió como una mirona.
Se obligó a apartar la vista. Su mirada se desvió a la cima de a colina, donde había un pino solitario que dominaba el horizonte. Algo relucía en la rama más baja, como una alfombra de baño dorada y rizosa.
No... no era una alfombra de baño. Era vellón de oveja.
"De acuerdo"—pensó Piper—. "Un campamento griego. Tienen una réplica del Vellocino de Oro"
Entonces se fijó en el pie del árbol. Al principio pensó que estaba envuelto en un montón de enormes cables morados, pero los cables tenían escamas de reptil, patas con garras y una cabeza de serpiente con los ojos amarillos y unos orificios nasales humeantes.
—Es... un dragón—dijo tartamudeando—. ¿Es el auténtico Vellocino de Oro?
Annabeth asintió con la cabeza, pero era evidente que no estaba escuchando. Dejó caer los hombros. Se frotó la cara y aspiró de forma temblorosa.
—Lo siento. Estoy un poco cansada.
—Sin duda pareces a punto de caer redonda—dijo Piper—. ¿Cuánto tiempo hace que buscas a tu novio?
—Tres días, seis horas y doce minutos
—¿Y no posees idea alguna de que ha sido de él?
Annabeth negó tristemente con la cabeza.
—Estábamos felices porque los dos empezábamos las vacaciones de invierno pronto. Nos reunimos en el campamento el martes y calculamos que teníamos unas tres semanas para estar juntos. Iba a ser genial. Entonces, después de la fogata, él... me dio un beso de buenas noches, volvió a su cabaña y por la mañana había desaparecido. Buscamos por todo el campamento. Contactamos con su madre. Intentamos ponernos en contacto con él de todas las formas que se nos ocurrieron. Nada. Desapareció sin dejar rastro.
"Hace tres días"—pensó Piper. La misma noche que ella había tenido el sueño.
—¿Cuánto tiempo han estado juntos?
—Desde agosto—contestó Annabeth—. El 18 de agosto.
—Casi cuando yo conocí a Jason—murmuró Piper—. Pero nosotros sólo hemos estado juntos unas cuantas semanas.
Annabeth hizo una mueca.
—Piper... con respecto a eso... tal vez deberías sentarte.
Ella sabía lo que iba a suceder. Empezó a invadirle el pánico, como si sus pulmones se estuvieran llenando de agua.
—Soy consciente de que Jason cree... que ha aparecido hoy mismo en el autobús, pero no es la verdad. Hace meses que lo conozco.
—Piper—dijo Annabeth con tristeza—, es la Niebla.
—¿Cuál nieve?
—N-i-e-b-l-a. Una especie de velo que separa el mundo de los mortales del mundo mágico. Las mentes mortales no pueden procesar conceptos como los de los dioses o los monstruos, así que la Niebla altera la realidad. Hace que los mortales vean cosas de una forma que puedan entender: por ejemplo, sus ojos pasarían totalmente por alto este valle o mirarían a ese dragón y verían un montón de cables.
Piper tragó saliva.
—No... Tú misma lo has dicho, no soy normal. Soy una semidiosa. Puedo ver más allá que un humano... incluso que otros semidioses. Mi ojo...
—Incluso los semidioses se pueden ver afectados. Lo he visto muchas veces. Los monstruos se infiltran en un sitio como un colegio, se hacen pasar por humanos, y todo el mundo cree acordarse de esa persona. Cree que siempre ha estado allí. La Niebla puede cambiar los recuerdos, incluso puede crear recuerdos de cosas que nunca han pasado...
—¡Pero Jason no es un monstruo!—insistió Piper, aunque la sádica sonrisa que el chico había adoptado cuando hizo crecer su musculatura sugería lo contrario—. Es un humano, o un semidiós, o como quieras llamarlo. Mis recuerdos no son falsos. Son muy reales. El día que prendimos fuego a los pantalones del entrenador Hedge. El día que Jason y yo vimos una lluvia de meteoritos en el tejado de la residencia y por fin conseguí que el imbécil me besase...
Se vio divagando, hablándole a Annabeth de todo el semestre en la Escuela del Monte. Le había gustado Jason desde la primera semana que se habían conocido. Él no le tenía miedo como los demás, era amable y muy paciente, pero era capaz de inclusive igualar a Leo en el nivel de hiperactividad cuando se emocionaba. La había aceptado por quién era no la había juzgado por las atrocidades que había hecho. Se habían pasado horas hablando, contemplando las estrellas y, con el tiempo... por fin... tomados de la mano. Todo eso no podía ser falso.
Annabeth frunció los labios.
—Piper, tus recuerdos son mucho más nítidos que los de la mayoría. Lo reconozco, y no sé por qué, pero si tan bien lo conoces...
—¡Pero por supuesto que lo hago!
—Entonces, ¿de dónde es?
Piper sintió como si le hubiesen dado un golpe entre ceja y ceja.
—Debe de habérmelo dicho, pero...
—¿Te habías fijado alguna vez en su tatuaje antes hoy? ¿Te ha hablado alguna vez de sus padres, o de sus amigos, o del último colegio al que ha ido?
—No... no lo sé, pero...
—Piper, ¿cómo se apellida?
Se quedó con la mente en blanco. No sabía el apellido de Jason. ¿Cuál podía ser?
Sintió las lágrimas bajar por su rostro. Era una perfecta idiota, pero se sentó en la roca al lado de Annabeth y se desmoronó. Aquello era demasiado. ¿Tenían que quitarle una de las pocas cosas buenas que tenía en su estúpida y deprimente vida?
"Sí"—le había dicho el sueño—. "A menos que hagas exactamente lo que te decimos".
Piper siempre había sido dura de roer, pero había sido superada con creces. ¿Qué podía hacer una pequeña psicópata de calle en contra de la mitología griega entera que se cernía sobre ella.
—Oye—dijo Annabeth—. Lo resolveremos. Ahora Jason está aquí. ¿Quién sabe? A lo mejor lo suyo funcione de verdad.
"Lo dudo"—pensó Piper. No cuando el sueño la había contado la verdad. Pero no podía decirlo.
Se enjugó una lágrima de la mejilla.
—Me has traído hasta aquí arriba para que nadie me viese lloriquear, ¿no es así?
Annabeth se encogió de hombros.
—Imaginé que sería duro. Sé lo que es perder a tu novio.
—Pero sigo sin poder creer... Sé que teníamos algo. Y ahora ha desaparecido, como si él ni siquiera me reconociera. Si de verdad ha aparecido hoy por primera vez, entonces, ¿por qué? ¿Cómo ha acabado así? ¿Por qué no es capaz de recordar nada?
—Buenas preguntas—dijo Annabeth—. Con suerte, Quirón podrá resolverlo. Pero de momento tenemos que instalarte. ¿Estás lista para bajar?
Piper contempló la disparatada colección de cabañas del valle. Su nuevo hogar, una familia que supuestamente la entendía... pero que al cabo de poco sería otro grupo de personas a las que decepcionaría, otro sitio de que la echarían. "Los traicionarás por nosotros"—le había advertido la voz—. "O lo perderás todo".
No tenía alternativa.
—Sí—mintió—. Estoy lista.
En el prado central había un grupo de campistas jugando baloncesto. Eran unos tiradores increíbles. Ningún lanzamiento rebotaba en el aro. Los triples entraban automáticamente.
—La cabaña de Apolo—explicó Annabeth—. Una bola de presumidos naricitas arrogantes amantes de la belleza... pero que son jodidamente fuertes. No te recomiendo meterte con ellos, si sabes lo que te conviene.
Pasaron por delante de un foso para fogatas, en donde dos chicos estaban luchando entre ellos con espadas.
—Son armas genuinas—comentó Piper—. No parece importarles mucho el peligro por aquí.
—De eso mismo se trata—dijo Annabeth—. Mira, esa de ahí es mi cabaña. La número seis.
Señaló con la cabeza una construcción gris con una lechuza tallada en la puerta. A través de la puerta abierta, Piper vio estanterías, armas expuestas y una de esas pizarras informatizadlas que tienen en las aulas. Dos chicas estaban dibujando un mapa que parecía un esquema de guerra.
—Hablando de armas—dijo Annabeth—, ven aquí.
Llevó a Piper por el contorno de la cabaña, en dirección a un gran cobertizo metálico que parecía hecho para guardar herramientas de jardinería. Annabeth lo abrió con una llave, pero dentro no había ninguna herramienta de jardín, a menos que quisieras hacer la guerra en tus tomateras. El cobertizo estaba lleno de toda clase de armas, desde espadas a lanzas, pasando por porras cómo la del entrenador Hedge.
—Todo semidiós necesita un arma—dijo Annabeth—. Hefesto confecciona las mejores, pero nosotros también disponemos de una selección muy buena. En la cabaña de Atenea sabemos mucho de estrategia: cómo encontrar el arma adecuada para la persona adecuada. Veamos...
—¿Estás segura de que quieres darme un arma... a mí?—preguntó Piper, algo insegura.
Annabeth se encogió de hombros.
—Dije que jamás había visto a un semidiós con tus habilidades, no que jamás hubiese visto a asesinos en potencia. Al menos un terció de los chicos aquí están igual de locos que tú, te sentirás como en casa.
A Piper le animó la idea de buscar objetos mortales.
—Muy bien, ¿qué tenemos por aquí?
Annabeth le entregó una espada tan grande que Piper era incapaz de apenas levantarla.
—No—dijeron las dos al unísono.
Annabeth urge un poco más en el cobertizo y sacó otra cosa.
—¿Un rifle?—preguntó Piper.
—Es un fusil estándar M28 Pystykorva—Annabeth comprobó el sistema de carga como si no fuera nada del otro mundo—. No te preocupes. No hace daño a los humanos. Está modificado para disparar bronce celestial, así que sólo mata monstruos.
—Me parece que no es de mi estilo—dijo Piper.
—Hummm, sí—convino Annabeth—. Demasiado moderno. Tú eres más vintage, ¿no es así?
Se agachó y extrajo algo de la esquina del cobertizo.
—Esto te va a gustar.
Piper ladeó la cabeza.
—Son... bolsas.
En efecto, se trataban de dos bolsas de cuero con correa, hechas para colgar a lado de la cintura del portador una vez ajustadas.
—Son sólo un prototipo, por eso nadie las usa—explicó la hija de Atenea—. Estas bolsas sin fondo fueron hechas para crear herramientas mágicas. Lamentablemente, no pueden crear armas más grandes que ellas mismas, y no permiten utilizar objetos prefabricados, todo tiene que ser personalizado.
Piper metió la mano y extrajo un pequeño cuchillo, similar a un bisturí, extremadamente afilado e intrincadamente detallado en el mango.
—Esa... suena a la verdadera esencia de un caballero—murmuró Piper—. ¿Por qué nadie más las quiere?
Annabeth suspiró.
—La magia necesaria para que la bolsa cree Bronce Celestial estuvo fuera de nuestro alcance. Así que estás pequeñas solamente pueden crear armas con materiales humanos.
—¿Y eso es malo debido a que...?
—Escucha, la habilidad de forjar armas divinas ha sido perfeccionada en los cielos. En comparación, para los dioses, las armas de los humanos no son más que juguetes. Simple y llanamente la piel de los dioses y monstruos es más fuerte que cualquier metal conocido por el hombre.
—Por eso mi viejo cuchillo se rompió en pedazos cuando intenté apuñalar al demonio tormenta.
—Debiste de poner mucha fuerza en ese golpe, pero en esencia sí. A menos que poseas una fuerza realmente monstruosa, es casi imposible para un mortal derrotar a un dios o un monstruo, o cualquier ente sobrenatural, sin empuñar un arma divina.
Piper miró las bolsas, no podía negar que le fascinaba su diseño retro, pero la explicación de Annabeth dejaba claras sus falencias.
—¿Entonces de qué sirve crear armas infinitas si no puedo usarlas para defenderme?
—Esa es la cuestión, Piper—sonrió Annabeth—. No las puedes usar para atacar directamente, pero aún pueden ser usadas de mil y un maneras. Son herramientas virtualmente infinitas, después de todo. Creo que alguien tan retorcido como tú puede darles un buen provecho.
Piper sonrió, inclusive tomaba el adjetivo "retorcido" como un alago. Se colocó las bolsas y ajustó las correas, notando como estás ahora colgaban a los lados de su cintura, pero apenas y sentía algún peso extra.
—Es increíble... Annabeth, te lo agradezco.
La joven descartó con una mano.
—No me agradezcas aún, todavía tenemos que buscarte algo bueno de Bronce Celestial...
Empezó a rebuscar en una hilera de ballestas cuando algo situado en el rincón del cobertizo llamó la atención de Piper.
—¿Qué es eso?—preguntó—. ¿Otro cuchillo?
Annabeth lo sacó y sopló el polvo de la vaina. Parecía que no hubiera visto la luz del día desde hacía siglos.
—No lo sé, Piper—Annabeth parecía inquieta—. No creo que te interese. Las espadas suelen ser mejores.
—Personalmente, prefiero la precisión y ligereza de un cuchillo—insistió—. Además, tú también pareces tener predilección por las armas cortas.
Piper señaló el cuchillo que Annabeth llevaba sujeto al cinturón.
—Sí, pero...—Annabeth se encogió de hombros—. Bueno, échale un vistazo si quieres.
La vaina era de piel negra gastada, ribeteada de bronce. Nada lujoso ni llamativo. El mango de madera pulida encajaba perfectamente en la mano de Piper. Cuando desenvainó, halló una hoja triangular de unos cincuenta centímetros de largo; el bronce relucía como si lo hubieran bruñido el día anterior. Los bordes tenían un filo mortal. El reflejo de sí misma en la hoja la sorprendió. Parecía mayor, más seria, no tan asustada como se sentía.
—Te sienta bien—reconoció Annabeth—. Este tipo de cuchillo se llama parazonio. Tenía un uso principalmente ceremonial y lo llevaban los oficiales de alto rango de los ejércitos griegos. Demostraba que eras una persona con poder y riqueza, pero en una pelea te podía proteger perfectamente.
—"Aquellos que sienten un amor sincero, son los que se enamoran a primera vista"—citó Piper—. Lo adoro. ¿Por qué no te parecía adecuado?
Annabeth suspiró.
—Este cuchillo tiene una larga historia. A la mayoría de la gente le daría miedo reclamarlo. Su primera dueña..., bueno, las cosas no le fueron muy bien. Se llamaba Helena.
Piper asimiló la información.
—Un momento, ¿no te referirás a la misma Helena en la que estoy pensando? ¿La misma Helena de Troya?
Annabeth asintió.
De repente, Piper pensó que debería manejar la daga con guantes de cirujano.
—¿Y se encuentra en tu cobertizo?
—Estamos rodeados de cosas de la Antigua Grecia—dijo Annabeth—. Esto no es un museo. Las armas como esta están pensadas para ser usadas. Son nuestra herencia como semidioses. Esta daga fue un regalo de boda de Menelao, el primer marido de Helena. Ella la llamó Katoptris.
—¿Cuál es su significado?
—Espejo—contestó Annabeth—. Probablemente porque era para lo único que la usaba Helena. No creo que haya sido usada nunca en combate.
Piper miró de nuevo la hoja. Por un momento, su imagen la observó fijamente, pero luego el reflejo cambió. Vio llamas y una cara grotesca que parecía tallada en un lecho de roca. Oyó la misma risa que en su sueño. Vio a su padre encadenado, atado a un poste delante de una hoguera ardiente.
Se le cayó el cuchillo.
—¿Piper?—Annabeth gritó a los hijos de Apolo que jugaban en el campo de deporte—. ¡Un médico! ¡Necesito ayuda!
—No, no pasa... nada—logró decir Piper.
—¿Estás segura?
—Sí. Sólo...—Tuvo que controlarse. Recogió la daga con los dedos temblorosos—. Sólo me he sentido abrumada. Hoy han pasado muchas cosas. Pero... deseo quedarme la daga, si es que no hay ningún inconveniente.
Annabeth vaciló. A continuación despachó con la mano a los hijos de Apolo.
—De acuerdo, si estás segura. Te has quedado muy pálida. Creía que te había dado un ataque o algo parecido.
—Estoy bien—aseguró Piper, aunque todavía tenía el corazón acelerado—. ¿Hay... algún teléfono en el campamento? ¿Puedo llamar a mi padre?
Los ojos grises de Annabeth eran casi tan inquietantes como la hoja de la daga. Parecía estar calculando un millón de posibilidades, intentando leerle el pensamiento a Piper.
—No nos está permitido tener teléfonos—dijo—. Para la mayoría de los semidioses, usar un móvil es como mandar una señal que avisa a los monstruos de dónde estás. Pero... yo tengo uno.—Lo sacó del bolsillo—. Va contra las normas, pero si lo mantenemos en secreto...
Piper lo aceptó con gratitud, procurando que no le temblaran las manos. Se apartó de Annabeth y se volvió hacia la zona de recreo.
Llamó a la línea privada de su padre, aunque sabía lo que pasaría. El buzón de voz. Llevaba intentándolo tres días desde que había tenido el sueño. En la Escuela del Monte sólo permitían usar el teléfono una vez al día, pero ella había llamado cada noche y no había conseguido nada.
Marcó el otro número a regañadientes. La ayudante personal de su padre contestó inmediatamente.
—Oficina del señor McLean.
—Señorita Jane...—dijo Piper, apretando los dientes—, solamente preguntaré esto una vez. ¿Dónde está mi padre?
Jane permaneció callada un momento, probablemente preguntándose si le pasaría algo si colgaba.
—Piper...—siseó—. Creía que no podías llamar desde el reformatorio.
—Tal vez no me encuentre en el reformatorio—dijo Piper—. Quizá he escapado y voy de camino a terminar lo que empecé esa noche que te saqué los intestinos.
—Hummm.—Jane no parecía preocupada—. Bueno, le diré que has llamado.
—¿Dónde está?
—Fuera.
—No lo sabes, ¿verdad?—Piper bajó la voz, con la esperanza de que Annabeth fuera lo bastante educada para no escuchar a escondidas—. ¿Cuándo serás tan sensata de llamar a la policía, Jane? Podría encontrarse en grave peligro.
—Piper, no vamos a convertir esto en un circo para los medios de comunicación, otra vez. Estoy segura de que está bien. De vez en cuando desaparece, pero siempre vuelve.
—Así que es verdad. No lo sabes...
—Creo que voy dejarte, Piper—le espetó—. Que te lo pases bien en el psiquiátrico, porque recuerda, esta llamada va en contra de uno de los estatutos del juez, cuando la policía llegue por ti, podrás contarles todo lo que quieras sobre tu padre.
La voz de Piper sonó dura, fría y desafiante.
—Que vengan a buscarme entonces, my fair lady.
La línea se cortó. Piper soltó una maldición, algo impropio de ella. Volvió junto a Annabeth y le devolvió el teléfono.
—¿No ha habido suerte?—preguntó Annabeth.
Piper no contestó. Tenía miedo de echarse a llorar otra vez.
Annabeth echó un vistazo a la pantalla del teléfono y vaciló.
—¿Te apellidas McLean? Perdona, no es asunto mío, pero me resulta muy familiar.
—Es un apellido común.
—Sí, supongo. ¿A qué se dedica tu padre?
—Es licenciado en bellas artes—dijo Piper automáticamente—. Es un artista cherokee.
Su respuesta habitual. No era una mentira; simplemente no era toda la verdad. Al oírlo, la mayoría de la gente se imaginaba que su padre vendía recuerdos indios junto a la carretera en una reserva. Muñecos de Toro Sentado a los que se le balanceaba la cabeza, collares de conchas, cuadernos con un gran jefe en la portada... esa clase de cosas.
—Ah—Annabeth no parecía convencida, pero guardó el teléfono—. ¿Te encuentras bien? ¿Quieres que sigamos?
Piper se guardó su nueva daga en uno de los bolsos y se prometió que más tarde, cuando estuviera sola, averiguaría cómo funcionaba.
—Claro—dijo—. Quiero verlo todo.
Todas las cabañas eran estupendas, pero a Piper ninguna se le antojó suya. No aparecieron señales en llamas—marsupiales o no— encima de su cabeza.
La cabaña ocho era totalmente plateada y brillaba como la luz de la luna.
—¿Artemisa?—aventuró Piper.
—Sabes de mitología griega—dijo Annabeth.
—El año pasado leí algo cuando mi padre estaba trabajando en un proyecto.
—Creía que hacía arte cherokee.
Piper reprimió una segunda maldición.
—Y así es, pero un buen artista debe conocer más de una disciplina, ¿no lo crees así?
Piper pensó que la había pifiado: McLean, mitología griega... Afortunadamente, Annabeth no pareció establecer ninguna relación.
—En fin—continuó Annabeth—. Artemisa es la diosa de la luna y de la caza. Pero no tiene campistas. Fue una doncella eterna, así que no tiene hijos.
—Ah.
Eso decepcionó un poco a Piper. Siempre le habían gustado las historias de Artemisa, y se imaginaba que sería una madre genial.
—Bueno, están las Cazadoras de Artemisa—se corrigió Annabeth—. A veces vienen de visita. No son hijas de Artemisa, sino sus criadas: un grupo de adolescentes inmortales que se aventuran a cazar monstruos y cosas por el estilo.
Piper se animó.
—Eso suena maravilloso. ¿Son acaso ellas inmortales?
—A menos que mueran en combate o rompan sus juramentos. ¿Te he dicho que tienen que renunciar al amor romántico? Nada de citas... nunca. Durante toda la eternidad.
—Oh—dijo Piper—. Da igual.
Annabeth se echó a reír. Por un momento pareció casi feliz, y Piper pensó que sería una amiga estupenda con la que pasar mejores momentos.
"Olvídalo"—se recordó a sí misma—. "Aquí no vas a hacer amigos. No cuando se enteren".
Pasaron a la siguiente cabaña, la número diez, que estaba decorada como una casa de Barbie con cortinas de encaje, una puerta rosa y tiestos con claveles en las ventanas. Pasaron por delante de la puerta, y el olor a perfume casi provocó arcadas a Piper.
—Uf, ¿es aquí donde vienen a morir las supermodelos?
Annabeth sonrió burlonamente.
—Es la cabaña de Afrodita, la diosa de la belleza. Drew es la líder.
—Lógico—gruñó Piper.
—No todas son malas—dijo Annabeth—. La última líder que tuvimos era estupenda.
—¿Qué fue de ella?
La expresión de Annabeth se ensombreció.
—Deberíamos seguir.
Examinaron las otras cabañas, pero Piper se deprimió más. Se preguntaba si podía ser hija de Deméter, la diosa de la agricultura. Sin embargo, con excepción de ser buena podando setos, Piper mataba todas las plantas que tocaba. Atenea era genial. O tal vez Hécate, la diosa de la magia. Pero en realidad daba igual. Incluso allí, donde se suponía que todo el mundo encontraba a un padre perdido, ella acabaría siendo la hija no deseada. No le hacía ninguna ilusión la fogata de esa noche.
—En un principio empezamos con los doce dioses del Olimpo—explicó Annabeth—. Los dioses a la izquierda y las diosas a la derecha. Pero el año pasado añadimos un grupo de cabañas nuevas para otros dioses que no poseen trono en el Olimpo: Hécate, Hades, Iris...
—¿De quién son las dos cabañas grandes del final?—preguntó Piper.
Annabeth frunció el entrecejo.
—De Zeus y Hera, el rey y la reina de los dioses.
Piper se encaminó en esa dirección, y Annabeth la siguió, aunque no se mostraba muy entusiasmada. La cabaña de Zeus le recordaba un banco. Era de mármol blanco con grandes columnas en la fachada y puertas de bronce bruñido decoradas con relámpagos.
La cabaña de Hera era más pequeña, pero tenía el mismo estilo de construcción, salvo que en las puertas había tallados dibujos de plumas de pavo real que relucían en distintos colores.
A diferencia de las otras cabañas, que eran todas ruidosas y estaban abiertas y llenas de actividad, las de Zeus y Hera parecían cerradas y silenciosas.
—¿Están vacías? —preguntó Piper.
Annabeth asintió.
—Zeus pasó mucho tiempo sin tener hijos. Bueno, casi. Hades, Zeus y Poseidón, los tres hermanos más poderosos de toda Grecia, son conocidos como los Tres Grandes. Sus hijos son muy poderosos y peligrosos. Durante los últimos setenta años más o menos, han intentado evitar tener hijos semidioses.
—¿Han "intentado evitar"?
—A veces... ejem... han hecho trampa. Tengo una amiga, Thalia, que es hija de Zeus, el Dios Padre del Cosmos. Pero abandonó la vida en el campamento y se hizo Cazadora de Artemisa. Mi novio, Percy, es hijo de Poseidón, el Tirano de los Mares. Y hay un chico que aparece a veces, Nico, que es hijo de Hades, el Rey del Inframundo. Exceptuando a ellos, los Tres Grandes no tienen hijos semidioses. Por lo menos, que nosotros sepamos.
—¿Y Hera?
Piper miró las puertas decoradas con motivos de pavos reales. La cabaña la incomodaba, pero no estaba segura del motivo.
—La diosa del matrimonio—Annabeth empleó un tono cuidadosamente mesurado, como si estuviera intentando evitar soltar un juramento—. Ella sólo tiene hijos con Zeus, así que tampoco hay semidioses. Su cabaña sólo tiene un uso honorífico.
—No te agrada en lo absoluto—señaló Piper—. Detecto ira, rencor... mucho rencor, en realidad, angustia y... ¿es eso que veo decepción?
—Tenemos una larga historia—reconoció Annabeth—. Creía que habíamos hecho las paces, pero cuando Percy desapareció... tuve una extraña visión de ella.
—Y te dijo que vinieses en nuestra búsqueda—asumió Piper—. Pero creías que encontrarías a Perseus.
—Prefiero no hablar de ello—advirtió Annabeth—. Ahora mismo no tengo nada bueno que decir de Hera.
Piper miró la base de las puertas.
—Entonces, ¿quién entra ahí?
—Nadie. La cabaña solo tiene un uso honorífico, como ya he dicho. No entra nadie.
—Sí que entran.
Piper señaló una huella que había en el umbral. Empujó las puertas instintivamente y se abrieron con facilidad.
Annabeth retrocedió.
—Esto..., Piper, no creo que debamos...
—Se supone que hacemos cosas peligrosas, ¿no es así?
Y Piper entró.
La cabaña de Hera no era un lugar en el que a Piper le apeteciera vivir. Era fría como una nevera, con un círculo de columnas alrededor de una estatua central de la diosa de tres metros de altura, sentada en un trono con una holgada túnica dorada. Piper siempre había creído que las estatuas griegas eran blancas y tenían una mirada vacía, pero aquella estaba pintada con llamativos colores, de tal forma que parecía casi humana..., sólo que era enorme. Los ojos penetrantes de Hera parecían seguir a Piper.
A los pies de la diosa había un brasero de bronce en el que ardía fuego. Piper se preguntó quién se ocupaba de él si la cabaña siempre estaba vacía. Un halcón de piedra descansaba en el hombro de Hera, y su mano sostenía un báculo rematado con una flor de loto. La diosa tenía el cabello peinado con trenzas negras. Su rostro sonreía, pero sus ojos eran fríos y calculadores, como si estuviera diciendo: "Madre sabe lo que es bueno. No me hagas enfadar o tendré que darte lo que te mereces"
No había nada más en la cabaña: ni camas, ni muebles, ni cuarto de baño, ni ventanas. Nada que pudiera utilizarse para vivir. Para ser la diosa del hogar y el matrimonio, lo cierto es que la casa de Hera recordaba una tumba.
No, aquella no era su madre. Al menos, Piper estaba segura de eso. No había entrado allí porque sintiera una buena conexión, sino porque la sensación de temor era más intensa allí. Su sueño—el terrible ultimátum que le habían dado—guardaba alguna relación con aquella cabaña.
Se quedó paralizada. No estaban solas. Detrás de la estatua, en un pequeño altar situado a sus espaldas, había una figura cubierta con un chal negro. Solo sus manos resultaban visibles, con las palmas hacia arriba. Parecía estar recitando algo parecido a un hechizo o una plegaria.
Annabeth lanzó un grito ahogado.
—¿Rachel?
La otra chica se volvió. Al soltar el chal quedó a la vista una una cara pecosa que no se correspondía en absoluto con la seriedad de la cabaña ni con el chal negro. Aparentaba unos diecisiete años, poseía una larga cabellera rojiza recogida en un peinado estilo moño, dejando un mechón colgando frene a su rostro. Sus ojos eran verdes, parecía una adolescente totalmente normal con una blusa verde y unos vaqueros raídos cubiertos de garabatos hechos con rotulador. Pese a lo frío que estaba el suelo, iba descalza.
Llevaba un par de anteojos levemente oscurecidos en la cara, el palito de una paleta le asomaba de entre los dientes y llevaba con sigo un largo bastón que se apoyaba sobre el hombro.
—¡Pequeña-Annie!—corrió a abrazar a Annabeth—. ¡Lo siento mucho! He venido lo más rápido que he podido.
Hablaron unos minutos del novio de Annabeth, de la falta de noticias y demás asuntos, hasta que por fin Annabeth se acordó de Piper, que estaba sintiéndose incómoda.
—Qué maleducada soy—se disculpó Annabeth—. Rachel, esta es Piper, una de los mestizos que rescatamos hoy. Piper, esta es Rachel Elizabeth Dare, nuestro oráculo.
—La amiga que vive en la cueva—adivinó Piper.
Rachel sonrió.
—La misma.
—¿Así que es un oráculo?—preguntó Piper—. ¿Puede adivinar el futuro?
—Más bien, el futuro me asalta de vez en cuando—contestó Rachel—. Anuncio profecías. El espíritu del oráculo me secuestra alguna que otra vez y me dice cosas importantes que no tienen sentido para nadie. Pero sí, las profecías adivinan el futuro.
—Oh...—Piper desplazó el peso de un pie al otro—. Eso es... interesante.
Rachel se echó a reír.
—No te preocupes. A todo el mundo le da un poco de repelús. Incluso a mí. Pero normalmente soy inofensiva—sus ojos refulgieron levemente con un patrón brillante—. Eso es, claro, mientras no busques problemas.
—Mensaje recibido—aseguró Piper—. ¿Es usted una semidiosa?
—No—respondió Rachel—. Yo soy quien soy, y nada más.
—De acuerdo... ¿y qué está...?
Piper señaló la estancia con la mano.
La sonrisa de Rachel desapareció, apretó los dientes alrededor de su paleta. Lanzó una mirada a Annabeth y luego de nuevo a Piper.
—Es sólo una corazonada. Algo relacionado con esta cabaña y la desaparición del pequeño Percy. Las dos cosas están relacionadas de alguna forma. He aprendido a hacer caso de mis corazonadas, sobre todo desde el mes pasado, cuando los dioses se quedaron callados.
—¿Se quedaron callados?—preguntó Piper.
Rachel miró a Annabeth con los ojos entornados.
—¿Todavía no se lo has contado?
—Iba a hacerlo—dijo Annabeth—. Piper, durante el mes pasado... Bueno, es normal que los dioses no hablen mucho con sus hijos, pero por lo general recibimos algún mensaje de vez en cuando. Algunos de nosotros incluso podemos visitar el Olimpo. Yo me he pasado prácticamente todo el semestre en el Empire State.
—¿Qué dices?
—Una forma de subir al Valhalla, es la actual entrada del palacio del Olimpo.
—Ah—dijo Piper—. Claro, ¿por qué no?
—Annabeth estaba remodelando el Olimpo después de los daños que sufrió durante la Guerra de los Titanes—explicó Rachel—. Es una arquitecta increíble. Deberías ver su mostrador de ensaladas...
—En fin—dijo Annabeth—, el caso es que, desde hace cosa de un mes, el Olimpo se quedó en silencio. La entrada se cerró, y nadie ha podido entrar. Nadie sabe por qué. Es como si los dioses se hubieran aislado. Ni siquiera mi madre responde a mis plegarias, y el director del campamento, Baco, fue llamado.
—¿El director del campamento era el dios del... vino?
—Sí, es una...
—Larga historia—aventuró Piper—. Está bien. Por favor sigue.
—En realidad, eso es todo—dijo Annabeth—. Los semidioses siguen siendo reconocidos, pero nada más. Ni mensajes. Ni visitas. Ni señales de qué los dioses escuchan siquiera. Es como si hubiera pasado algo... algo muy malo. Y entonces Percy desapareció.
—Y Jason apareció en nuestra excursión—añadió Piper—. Sin recuerdos.
—¿Quién es Jason?—preguntó Rachel.
—Mi...—Piper se interrumpió antes de decir "novio", pero el esfuerzo le provocó una punzada en el pecho—. Mi amigo. Pero tú dijiste que Hera te envió una visión, Annabeth.
—Así es—dijo ella—. La primera comunicación de un dios en un mes, y es de Hera, la diosa menos servicial. Y encima se pone en contacto conmigo, la semidiosa viva que más odia. Me dice que averiguaré lo que le pasó a Percy si voy a la plataforma del Gran Cañón y busco a un chico con un pie chamuscado. Y en lugar de eso, los encuentro a ustedes, y el chico con un pie chamuscado es Jason. No tiene sentido.
—Está pasando algo malo—convino Rachel.
Miró a Piper, y esta sintió el deseo irresistible de hablarle de su sueño, de confesarle que sabía lo que estaba pasando... Al menos parte de la historia. Y que en verdad lo malo no había hecho más que comenzar.
—Chicas—dijo—. Yo... necesito...
Antes de que pudiera seguir, el cuerpo de Rachel se puso rígido. Los ojos le empezaron a brillar con una luz amarillenta, y agarró a Piper por los hombros.
Piper intentó retroceder, pero las manos de Rachel eran como abrazaderas de acero.
"Libérame"—dijo. Pero no era la voz de Rachel. Sonaba como una mujer mayor, hablando desde algún lugar lejano por un tubo con eco—. "Libérame, Piper McLean, o la tierra nos engullirá. Debe ser en el solsticio".
La habitación empezó a dar vueltas. Annabeth intentó separar a Piper de Rachel, pero era inútil. Un humo verde las envolvió, y Piper ya no supo si estaba despierta o soñando. La gigantesca estatua de la diosa pareció levantarse de su trono. Se inclinó por encima de Piper, atravesándola con los ojos. La boca de la estatua se abrió, y su aliento era como un perfume terriblemente fuerte. Habló con la misma voz resonante:
"Nuestros enemigos están despertando. El del fuego es sólo el primero. Si te pliegas a su voluntad, su rey se alzará y nos condenará a todos. ¡LIBÉRAME!"
A Piper le flaquearon las piernas y todo se volvió negro.
...
Diccionario:
My fair lady: mi bella dama
Aclaración:
La única mención de Dioniso en Shuumatsu no Valkyrie fue al comienzo de la quinta ronda como uno de los patrocinadores del Ragnarök bajo el siguiente texto: "Restaurante Baco", por lo tanto ese será el nombre que tomaré para esta historia.
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