Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

LEO XLV


El plan fracasó casi en el acto. Piper avanzó gateando a lo largo de la cresta, procurando mantener la cabeza gacha, mientras Leo, Jason y el entrenador Hedge entraban directamente en el claro.

Jason invocó su nudillera dorada. Hizo girar los brazos rápidamente para calentar los músculos y rugió: "¡Gigante!", un grito que sonaba muy bien y mucho más lleno de seguridad de lo que habría conseguido Leo. Él pensaba más bien en algo del tipo: "¡Somos unas hormigas patéticas! ¡No nos mates!".

Encélado dejó de cantar ante las llamas. Se volvió hacia ellos y sonrió, mostrando unos colmillos como los de un tigre dientes de sable.

—Vaya—rugió el gigante—. Qué bonita sorpresa.

A Leo no le gustó cómo sonaba aquello. Su mano se cerró sobre el artilugio de cuerda. Dio un paso a un lado, dirigiéndose poco a poco hacia la excavadora.

—¡Suelta a la estrella de cine, pastelito grande y feo! ¡O te plantaré la pezuña en...!

—Entrenador—dijo Jason—. Cállese.

Encélado se echó a reír a carcajadas.

—Me había olvidado de lo graciosos que son los sátiros. Cuando dominemos el mundo, creo que me quedaré con vosotros. Me entretendréis mientras me como a los demás mortales.

—¿Es un cumplido?—Hedge miró a Leo con el entrecejo fruncido—. Me parece que era un cumplido.

Encélado abrió mucho la boca, y los dientes le empezaron a brillar.

—¡Dispérsense!—gritó Leo.

Jason y Hedge se lanzaron a la izquierda cuando el gigante escupió una llamarada de fuego tan caliente que habría dado envidia incluso a Festo. Leo se escondió detrás de la excavadora, dio cuerda a su artilugio casero y lo soltó en el asiento del conductor. A continuación echó a correr hacia la derecha, en dirección a la cosechadora forestal.

Con el rabillo del ojo, vio que Jason se levantaba y cargaba contra el gigante. El entrenador Hedge se arrancó la chaqueta amarilla, que ahora estaba ardiendo, y se quejó airadamente:

—¡Me gustaba ese traje!

Luego levantó la porra y cargó también.

Antes de que llegaran muy lejos, Encélado golpeó el suelo con su lanza. Toda la montaña se sacudió.

La onda de choque derribó a Leo por el suelo. El chico parpadeó, momentáneamente aturdido. A través de una bruma de hierba incendiada y humo amargo, vio que Jason se levantaba tambaleándose en el otro lado del claro. El entrenador Hedge había perdido el conocimiento. Se había caído hacia delante y se había dado con la cabeza contra un tronco. Sus peludos cuartos traseros sobresalían en lo alto, con los pantalones de color amarillo canario caídos a la altura de las rodillas: una imagen que Leo no tenía necesidad de ver.

—¡Te veo, Piper McLean!—bramó el gigante.

La criatura se volvió y escupió fuego a la hilera de arbustos situados a la derecha de Leo. Piper entró corriendo en el claro como una codorniz a la que levantan de su refugio, mientras la maleza ardía detrás de ella.

Encélado se echó a reír.

—Me alegro de que hayas llegado. ¡Y me has traído mis premios!

A Leo se le revolvieron las entrañas. Ese era el momento sobre el que les había advertido Piper. Habían caído de lleno en las manos de Encélado.

El gigante debió de leerle el pensamiento, porque se echó a reír todavía más alto.

—Así es, hijo de Hefesto. No esperaba que siguierais vivos tanto tiempo, pero no importa. Trayéndoos aquí, Piper McLean ha sellado el trato. Si os traiciona, cumpliré lo prometido. Podrá quedarse con su padre y marcharse. ¿Qué más me da una estrella de cine?

Leo veía mejor al padre de Piper en ese momento. Llevaba una camisa de vestir andrajosa y unos pantalones rotos. Sus pies descalzos estaban cubiertos de barro. No estaba del todo inconsciente, ya que levantó la cabeza y gimió: sí, efectivamente era Tristan McLean. Leo había visto esa cara en bastantes películas. Pero tenía un corte muy feo en un lado de la cara, y estaba delgado y pálido; un aspecto nada heroico.

—¡Papá!—gritó Piper.

El señor McLean parpadeó, tratando de enfocar la vista.

—¿Pipes...? ¿Dónde...?

Piper desenfundó media decena de cuchillos y se enfrentó a Encélado.

—¡Suéltalo!

—Por supuesto, querida—rugió el gigante—. Júrame lealtad, y no habrá ningún problema. Sólo estos deben morir.

Piper desplazó la vista de Leo a su padre repetidamente.

—Te matará—le advirtió Leo—. ¡No te fíes de él!

—Venga ya—rugió Encélado—. ¿Sabes que fui destinado para luchar contra la mismísima Atenea? Cuando fuimos derrotados en la Gigantomaquia, Madre Gaia salvó a unos cuantos de nosotros y nos dio un objetivo específico, mejorados para luchar y destruir a un dios concreto. Yo soy el rival de Atenea, el anti-Atenea, se podría decir. Comparado con algunos de mis hermanos... ¡Soy pequeño! Pero soy listo. Y mantengo el trato que hice contigo, Piper McLean. ¡Es parte de mi plan!

Jason estaba ya de pie, con los puños preparados, pero, antes de que pudiera actuar, Encélado rugió: un grito tan alto que resonó por el valle y probablemente llegó hasta San Francisco.

En el linde del bosque aparecieron media docena de criaturas que parecían ogros. Leo se dio cuenta, asqueado, de que no habían estado allí escondidos. Habían salido directamente de la tierra.

Los ogros avanzaron arrastrando los pies. Eran pequeños comparados con Encélado, de unos dos metros de altura. Cada uno tenía seis brazos: un par en el lugar habitual, otro que le brotaba de los hombros y otro que le salía de los lados de la caja torácica. Iban vestidos únicamente con taparrabos de piel andrajosos, y Leo podía olerlos incluso a través del claro. Seis tipos que no se bañaban nunca, con seis axilas cada uno. Leo decidió que, si sobrevivía, tendría que darse una ducha de tres horas para olvidar aquella peste.

Se dirigió hacia Piper.

—¿Qué... qué son esas cosas?

Las hojas de sus cuchillos reflejaba la luz púrpura de la hoguera.

Gegeneis.

—¿Los para qué cosa de qué?—preguntó Leo.

—Los terrígenos—dijo—. Los gigantes con seis brazos que lucharon contra Jasón: el primer Jasón.

—¡Muy bien, querida!—Encélado parecía encantado—. Vivían en un lugar deprimente de Grecia llamado Monte Díndimo. ¡El Monte del Diablo es mucho más bonito! Hay menos hijos de la Madre Tierra, pero cumplen su cometido. Manejan bien las herramientas de construcción...

—¡Run, run!—bramó uno de los terrígenos, y los otros continuaron con el cántico, moviendo sus seis manos como si condujeran un coche, como si se tratara de un extraño ritual religioso—. ¡Run, run!

—Sí, gracias, chicos—dijo Encélado—. También tienen cuentas pendientes con los héroes. Sobre todo con uno llamado Jasón.

—¡Ja-són!—gritaron los terrígenos. Todos recogieron terrones del suelo, que se solidificaron en sus manos y se convirtieron en desagradables piedras puntiagudas—. ¿Dónde Ja-són? ¡Matar Ja-són!

Encélado sonrió.

—¿Lo ves, Piper? Tienes una oportunidad. Salva a tu padre o, ejem, intenta salvar a tus amigos y enfréntate a una muerte segura.

Piper avanzó. Sus ojos centelleaban con tal ira que incluso los terrígenos retrocedieron. Irradiaba fuerza y belleza, pero no tenía nada que ver con su ropa o su herencia.

—No te llevarás a las personas que quiero—dijo—. A ninguno de ellos.

Sus palabras atravesaron el claro con tal fuerza que los terrígenos murmuraron: "Vale. Perdón", y empezaron a retirarse.

—¡Manteneos firmes, idiotas!—bramó Encélado. A continuación gruñó a Piper—: Ese es el motivo por el que te queríamos viva, querida. Podrías habernos sido muy útil. Pero como desees. ¡Terrígenos! Os enseñaré dónde está Jasón.

A Leo se le cayó el alma a los pies, pero el gigante no señaló a Jason. Señaló al otro lado de la hoguera, donde se hallaba Tristan McLean, indefenso y semiinconsciente.

—Allí está Jasón—dijo Encélado con regocijo—. ¡Hacedlo pedazos!







Lo que más sorprendió a Leo fue que una sola mirada de Jason bastó para que los tres supieran el plan. ¿Cuándo habían adquirido ese grado de compenetración?

Jason cargó contra Encélado, mientras Piper corría junto a su padre y Leo se dirigía a toda prisa a la cosechadora forestal, que se encontraba entre el señor McLean y los terrígenos.

Los terrígenos eran rápidos, pero Leo corría como un espíritu de la tormenta, con su nueva bata/saco/gabardina hondeando al viento. Saltó hacia la cosechadora desde una distancia de un metro y medio y cayó en el asiento del conductor. Manipuló rápidamente los mandos, y la máquina respondió a una velocidad inusitada, encendiéndose como si supiera lo importante que era.

—¡QED!—gritó Leo, y balanceó el brazo de la grúa a través de la hoguera volcando unos troncos encendidos sobre los terrígenos y lanzando chispas por todas partes.

Dos gigantes cayeron bajo una avalancha de fuego y se fundieron de nuevo en la tierra; con suerte, para no volver durante un buen rato.

Los otros cuatro ogros atravesaron torpemente los troncos encendidos y las ascuas candentes mientras Leo hacía girar la cosechadora. Golpeó un botón, y las temibles cuchillas giratorias empezaron a zumbar en el extremo del brazo de la grúa.

Con el rabillo del ojo, vio a Piper ante la estaca, liberando a su padre. En el otro lado del claro, Jason había cargado a una velocidad simplemente impresionante contra el gigante y lo había mandado a volar de espaldas con un puñetazo al rostro.


0.01 SEGUNDOS

¡¡¡AKŌSOKU JABU: NEAR LIGHTSPEED JAB!!!


Ecélado giró sobre sí mismo en el aire y se apoyó en sus gigantescos brazos para darse la vuelta con un golpe al suelo, aterrizando nuevamente sobre sus pies. Había perdido su lanza tras el impacto.

—Oh, vaya... sentí eso.

Jason sonrió y dio un par de saltitos.

—No está mal...

Había destrozado su nuevo traje, quedando con el pecho descubierto y las piernas expuestas. Por suerte, la prenda de Afrodita era resistente, y la parte superior de sus pantalones se había mantenido en su sitio a forma de taparrabos. El entrenador Hedge, por su lado, seguía heroicamente desmayado con su cola de cabra asomando en el aire.

Toda la ladera de la montaña no tardaría en estar en llamas. A Leo no le preocupaba el fuego, pero si sus amigos se quedaban atrapados allí arriba... No. Tenía que actuar deprisa.

Uno de los terrígenos—al parecer, no el más inteligente—embistió contra la cosechadora forestal, y Leo balanceó el brazo de la grúa en dirección a él. En cuanto las cuchillas tocaron al ogro, se deshizo como barro húmedo y salpicó todo el claro. La mayor parte de él salió volando contra la cara de Leo.

Escupió el barro e hizo girar la cosechadora hacia los tres terrígenos que quedaban, que retrocedieron rápidamente.

—¡Run run malo!—gritó uno.

—¡Sí, eso es!—les gritó Leo—. ¿Queréis un poco de run run malo? ¡Vengan aquí!

Por desgracia, sí que querían. Cuando se vio ante tres ogros con seis brazos, cada uno de los cuales lanzaba rocas grandes y duras a supervelocidad, Leo supo que era el fin. Se lanzó de la cosechadora dando una voltereta hacia atrás medio segundo antes de que un canto rodado arrasara el asiento del conductor. Las rocas se estrellaron contra el metal. Cuando Leo se levantó dando traspiés, la cosechadora parecía una lata de refresco aplastada hundiéndose en el barro.

—¡Excavadora!—gritó Leo.

Los ogros estaban recogiendo más tierra, pero esa vez miraban con ojos asesinos en dirección a Piper.

A diez metros de distancia, la excavadora se encendió rugiendo. El artilugio improvisado de Leo había cumplido con su tarea metiéndose en los controles de la excavadora y dándole vida propia temporalmente. La máquina rugía en dirección al enemigo.

En el mismo instante en que Piper liberó a su padre y lo tomó entre sus brazos, los gigantes lanzaron una segunda lluvia de piedras. La excavadora giró en el barro y se deslizó para interceptar los proyectiles, y la mayoría de las rocas se estrellaron contra la pala. Las piedras tenían tanta fuerza que hicieron retroceder a la excavadora. Dos rocas rebotaron y alcanzaron a quienes las habían lanzado. Otros dos terrígenos más se derritieron en el barro. Por desgracia, una roca impactó en el motor de la excavadora, levantó una nube de humo oleaginoso, y la máquina se paró chirriando. Otro juguete genial estropeado.

Piper llevó a su padre a rastras debajo de la cresta. El último terrígeno cargó contra ella.

Leo se había quedado sin trucos, pero no podía permitir que el monstruo alcanzara a Piper. Avanzó corriendo a través de las llamas y tomó algo—cualquier cosa—del cinturón portaherramientas.

—¡Eh, imbécil!—gritó, y lanzó un destornillador al terrígeno.

No mató al ogro, pero desde luego captó su atención. El destornillador se clavó hasta la empuñadura en la frente del terrígeno, como si estuviera hecho de plastilina.

La criatura gritó de dolor y patinó hasta detenerse. Se sacó el destornillador, se volvió y lanzó una mirada asesina a Leo. Desgraciadamente, aquel último ogro parecía el más grande y el más malo del grupo. Gaia no había escatimado esfuerzos en su creación, dándole una musculatura mejorada, una cara fea de lujo... de todo.

"Genial"—pensó Leo—. "He hecho un amigo".

—¡Muere!—rugió el terrígeno—. ¡Muere, amigo de Ja-són!

El ogro recogió unos puñados de tierra, que inmediatamente se endurecieron hasta convertirse en bolas de cañón de roca.

A Leo se le quedó la mente en blanco. Metió la mano en el cinturón, pero no se le ocurría nada que fuera de ayuda. Se suponía que era listo, pero no sabía qué podía fabricar, o construir, o arreglar para salir de esa.

"Bien"—pensó—. "Me lo montaré en plan llamarada de gloria"

Estalló en llamas, gritó "¡Hefesto!" y cargó contra el ogro sin armas.

No llegó hasta él.

El ogro se paró muy tensó, gruñó de dolor y se volvió hacia su espalda. Tenía encajados seis cuchillos en el cuerpo, que se hundían en su... ¿carne? ¿Lodo?

Acto seguido, un destello borroso de color turquesa y negro brilló frente ogro. Una reluciente hoja de bronce subió por un costado del terrígeno y bajó por el otro.

Seis grandes brazos cayeron al suelo, y los cantos rodados escaparon rodando de sus manos inservibles. El terrígeno miró abajo, muy sorprendido.

—Adiós, brazos—farfulló.

Acto seguido se derritió en el suelo.

Piper estaba allí, con la daga cubierta de barro. Su padre estaba en la cresta de la montaña, aturdido y herido, pero todavía vivo.

—Que colores tan primitivos—gruñó—. Ni siquiera una pizca de temor, que desagradable...

Piper tenía una expresión feroz en el rostro: como un animal acorralado. Leo se alegraba de estar en su bando.

—Nadie hace daño a mis amigos—dijo, y una agradable sensación embargó a Leo al darse cuenta de que estaba hablando de él. A continuación gritó—: ¡Vamos!

Leo vio que la batalla todavía no había acabado. Jason seguía luchando contra el gigante Encélado... y no le iba muy bien.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro