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LEO LVI


Leo no había estado tan intranquilo desde que había ofrecido hamburguesas de tofu a los hombres lobo. Cuando llegó al risco de piedra caliza que había en el bosque, se volvió hacia el grupo y sonrió nervioso.

Consiguió que le ardiera la mano a fuerza de voluntad y la colocó contra la puerta.

Sus compañeros de cabaña dejaron escapar un grito ahogado.

—¡Leo!—gritó Nyssa—. ¡Sabes utilizar el fuego!

—Sí, gracias—dijo él—. Lo sé.

Le habían quitado el yeso a Jake Mason pero seguía usando muletas, igual que Leo, mientras se recuperaba por las perforaciones en sus piernas y hombro.

Jake miró a su hermano, anonadado.

—Santo Hefesto. Eso significa... es muy poco habitual que...

La enorme puerta de piedra se abrió, y todo el mundo se quedó con la boca abierta. La mano llameante de Leo parecía ahora insignificante. Hasta Piper y Jason parecían atónitos, y últimamente habían visto bastantes cosas increíbles.

El único que no parecía sorprendido era Quirón. El centauro arqueó sus cejas pobladas y se acarició la barba, como si el grupo estuviera a punto de atravesar un campo de minas.

Eso puso a Leo todavía más nervioso, pero ya no podía echarse atrás. Su instinto le decía que tenía que compartir aquel lugar—al menos con la cabaña de Hefesto—, y no podía escondérselo a Quirón ni a sus dos mejores amigos.

—Bienvenidos al búnker 9—dijo, con la mayor confianza posible—. Pero ustedes pueden llamarle "La Casa Kilo-Mega-Giga-Genial del Dios Leo"







El grupo permaneció en silencio mientras recorrían la instalación. Todo estaba tal como Leo lo había dejado: máquinas gigantescas, mesas de trabajo, viejos mapas y esquemas. Sólo una cosa había cambiado. La cabeza de Festo reposaba sobre la mesa central, todavía abollada y chamuscada de su accidente fatal en Omaha.

Leo se acercó a ella, con un sabor amargo en la boca, y acarició la frente del dragón.

—Lo siento, Festo. Pero no te olvidaré.


Jason le posó una mano en el hombro.

—¿Hefesto la ha traído aquí para ti?

Leo asintió.

—Pero no puedes repararlo—conjeturó Jason.

—Es imposible—dijo Leo—, pero voy a reutilizar la cabeza. Festo vendrá con nosotros.

Piper se acercó y frunció el entrecejo.

—¿A qué te refieres?

Antes de que Leo pudiera contestar, Nyssa gritó:

—¡Mirad esto, chicos!

La chica de la cabaña de Hefesto se encontraba ante una de las mesas, hojeando un bloc de dibujo que contenía diagramas de cientos de máquinas y armas distintas.

—Nunca he visto nada parecido—dijo Nyssa—. Aquí hay ideas más increíbles que en el taller de Dédalo. Llevaría un siglo hacer prototipos de todas.

—¿Quién construyó este sitio?—preguntó Jake Mason—. ¿Y por qué?

Quirón se quedó callado, pero Leo se centró en el plano de la pared que había visto en su primera visita. En él aparecía el Campamento Mestizo con una hilera de trirremes en el estrecho de Long Island, catapultas encaramadas en las colinas alrededor del valle y puntos señalados para trampas, trincheras y lugares de emboscada.

—Es un centro de mando para época de guerra—dijo—. Este campamento fue atacado en el pasado, ¿no?

—¿En la guerra de los titanes?—preguntó Piper.

Nyssa negó con la cabeza.

—No. Además, ese plano parece muy viejo. La fecha..., ¿pone 1864?

Todos se volvieron hacia Quirón.

La cola del centauro se meneaba frenéticamente.

—Este campamento ha sido atacado en muchas ocasiones—reconoció—. Ese plano es de la última guerra civil.

Al parecer, Leo no era el único confundido. Los otros miembros de la cabaña de Hefesto se miraron los unos a los otros con caras de aturdimiento.

—Guerra civil...—dijo Piper—. ¿Se refiere a la guerra de Secesión, la que se produjo hace unos ciento cincuenta años?

—Sí y no—respondió Quirón—. Los dos conflictos (el mortal y el de los semidioses) fueron parecidos, como suele ocurrir en la historia occidental. Fíjate en cualquier guerra civil o en cualquier revolución posterior a la caída del Imperio Romano y verás que tuvo lugar en una época en la que los semidioses también se enfrentaron entre ellos. Pero esa guerra civil fue especialmente terrible. Para los mortales estadounidenses, sigue siendo el conflicto más sangriento de todos los tiempos, con unas bajas superiores a las de las dos guerras mundiales. Para los semidioses, fue igual de devastadora. Ya entonces este valle era el Campamento Mestizo. En este bosque se produjo una espantosa batalla que duró dos días, con unas pérdidas terribles en los dos bandos.

—Los dos bandos—repitió Leo—. ¿Se refiere a que el campamento se dividió?

—No—dijo Jason—. Se refiere a dos grupos distintos. El Campamento Mestizo formaba un sólo bando durante la guerra.

Leo no estaba seguro de desear una respuesta, pero preguntó:

—¿Cuál era el otro?

Quirón alzó la vista al letrero destrozado en el que se leía BÚNKER 9, como si se estuviera acordando del día que se colocó.

—La respuesta es peligrosa—advirtió—. Es algo de lo que juré sobre la laguna Estigia que no hablaría nunca. Después de la guerra de Secesión, los dioses estaban tan horrorizados por el número de víctimas infantiles que hubo, que juraron que no volvería a pasar. Los dos grupos se separaron. Los dioses dedicaron toda su voluntad y utilizaron la Niebla para asegurarse de que los enemigos no se acordarían nunca los unos de los otros, ni coincidirían en sus búsquedas, para evitar, así, que se derramara más sangre. Ese plano es del final de la época oscura de 1864, la última vez que lucharon los dos bandos. Desde entonces, ha estado a punto de estallar algún conflicto en varias ocasiones. Los años sesenta del siglo XX fueron especialmente peligrosos. Pero hemos conseguido evitar otra guerra civil... al menos hasta ahora. Como Leo ha adivinado, este búnker era un centro de mando para la cabaña de Hefesto. En el siglo pasado, fue reabierto en varias ocasiones, normalmente como escondite en épocas de gran inquietud, pero es peligroso venir aquí. Despierta viejos recuerdos y reaviva las viejas enemistades. Ni siquiera el año pasado, cuando los titanes nos amenazaron, pensé que mereciera la pena arriesgarse a utilizar este sitio.

De repente, la sensación triunfal de Leo se convirtió en sentimiento de culpa.

—Oiga, este sitio me encontró a mí. Estaba destinado a pasar. Es algo bueno.

—Espero que tengas razón—dijo Quirón.

—¡Pues claro que la tengo!

Leo sacó su viejo dibujo del bolsillo y lo extendió sobre la mesa para que todos lo vieran.

—Aquí está—dijo orgullosamente—. Eolo me lo devolvió. Lo dibujé cuando tenía cinco años. Es mi destino.

Nyssa enarcó una ceja.

—Leo, es un dibujo de un barco hecho con lápices de colores.

—Mira.

Señaló el esquema más grande que había en el tablero de anuncios: el proyecto de un trirreme griego. Poco a poco, los ojos de sus compañeros de cabaña se fueron abriendo cada vez más al comparar los dos diseños. El número de mástiles y de remos, incluso los adornos de los escudos y las velas, eran exactamente iguales a los del dibujo de Leo.

—Es imposible—dijo Nyssa—. Ese diseño debe de tener cien años como mínimo.

—"Profecía. Poco clara. Vuelo"—leyó Jake Mason en las notas del proyecto—. Es un diagrama de un barco volador. Mira, eso es el tren de aterrizaje. Y las armas... ¡Santo Hefesto! Balistas giratorias, ballestas montadas, blindaje de bronce celestial. Ese cacharro sería una máquina de guerra alucinante. ¿Se llegó a construir?

—Todavía no—contestó Leo—. Fíjate en el mascarón de proa.

No había duda: la figura situada en la parte delantera del barco era una cabeza de dragón. Un dragón muy especial.

—Festo—dijo Piper.

Todo el mundo se volvió y miró la cabeza del dragón colocada sobre la mesa.

—Tiene que ser nuestro mascarón de proa—dijo Leo—. Nuestro amuleto de la suerte, nuestros ojos en el mar. Tengo que construir este barco. Voy a llamarlo Argo II. Y necesito vuestra ayuda, chicos.

—El Argo II—Piper sonrió—. Por el barco de Jasón.

Jason parecía un poco incómodo, pero asintió.

—Leo tiene razón. Ese barco es justo lo que necesitamos para el viaje.

—¿Qué viaje?—preguntó Nyssa—. ¡Si acabáis de volver!

Piper pasó los dedos por encima del viejo dibujo de colores.

—Tenemos que enfrentarnos a Porfirión, el rey de los gigantes. Dijo que destruiría a los dioses de raíz.

—Por supuesto—dijo Quirón—. Muchos detalles de la Gran Profecía de Rachel siguen siendo un misterio para mí, pero una cosa está clara. Vosotros tres (Jason, Piper y Leo) estáis entre los siete semidioses que deben emprender la misión. Debéis enfrentaros a los gigantes en su patria, donde son más fuertes. Debéis detenerlos antes de que despierten del todo a Gaia, antes de que destruyan el monte Olimpo.

—Ejem...—Nyssa se removió—. No se refiere a Manhattan, ¿verdad?

—No—dijo Leo—. Al monte Olimpo original. Tenemos que viajar a Grecia.

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