JASON XXXIV
Hicieron falta los tres para retener al sátiro.
—¡Quieto, entrenador!—dijo Jason—. Baje un poco la porra.
Un hombre más joven irrumpió en la sala. Jason se imaginó que debía de ser Lit, el hijo del viejo. Iba vestido con unos pantalones de pijama y una camiseta sin mangas en la que ponía CORNHUSKERS, los Deshojadores de Maíz que daban nombre a un equipo de fútbol americano de Nebraska.
Llevaba una espada envainada sujeta a la cintura. Sus brazos, largos y huesudos, estaban llenos de cicatrices, y su cara, enmarcada por un largo cabello blanco, habría sido atractiva de no haber estado también llena de cortes.
Lo más perturbador es que mientras caminaba torpemente tenía los ojos cerrados, roncando y balbuceando cosas al azar.
—¡¿Oooh?! De nuevo... tus melones son muy agradables... ujeje...
Jason parpadeó dos veces.
—¿Está dormido?
El chico respondió chupando y lamiendo el aire mientras roncaba.
—¡¿Oh?!—balbuceó—. Las tuyas son más grandes de lo que esperaba...
Lit se centró inmediatamente en Jason como si fuera la mayor amenaza y se dirigió hacia él con paso airado, colocando una mano sobre la vaina de su espada.
—¡Espere!—Piper se adelantó, tratando de adoptar su tono de voz más tranquilizador—. ¡Es un malentendido! Todo está bien.
Lit se paró en seco, soltando un ronquido.
No resultaba de ayuda que Hedge estuviera gritando:
—¡Yo me encargo ¡No os preocupéis!
—Entrenador—le rogó Jason—, puede que sean amistosos. Además, nos hemos colado en su casa.
—¡Gracias!—dijo el anciano del albornoz—. ¿Quiénes sois y por qué estáis aquí?
—Propongo que bajemos todos las armas—dijo Piper—. Entrenador, usted primero.
Hedge apretó la mandíbula.
—¿Sólo un porrazo?
—No—contestó Piper.
—¿Y si llegamos a un arreglo? Puedo matarlos primero, y si luego resulta que eran amistosos, me disculpo.
—¡No!—insistió Piper.
—Bah.
El entrenador Hedge bajó la porra.
Lit dejó su arma y siguió balbuceando incoherencias.
—Mangos azules... ¿qué le hiciste a las algas? ¡No! Ya sé dónde está el tesoro...
—Eso...—murmuró Leo—. Es simplemente perturbador.
El anciano del albornoz suspiró y dio una patada a la tetera que el entrenador Hedge había hecho pedazos.
—Bueno, ya que estáis aquí, sentaos.
Lit ladeó la cabeza entre sueños.
—Su Majestad...
—No pasa nada, Lit—dijo el anciano—. Nueva tierra, nuevas costumbres. Pueden sentarse en mi presencia. Después de todo, me han visto con la ropa de dormir. Es absurdo conservar las formalidades—hizo todo lo posible por sonreír, aunque le salió un poco forzado—. Bienvenidos a mi humilde hogar. Soy el rey Midas.
—¿Midas? Imposible—dijo el entrenador Hedge—. Murió.
Estaban sentados en los sofás, mientras que el rey se reclinaba en su trono. Era complicado hacerlo con un albornoz, y Jason temía que el anciano se olvidara y descruzara las piernas. Con suerte, llevaría unos calzoncillos dorados debajo.
Lit estaba detrás del trono, con ambas manos sobre la espada, durmiendo plácidamente incluso estando de pie.
Piper se inclinó hacia delante.
—Lo que nuestro sátiro quiere decir, Su Majestad, es que sois el segundo mortal que conocemos que debería estar... perdón... muerto. El rey Midas vivió hace miles de años.
—Interesante.
El rey contempló el radiante cielo azul y el sol invernal a través de la ventana. A lo lejos, el centro de Omaha parecía un grupo de bloques de construcción de juguete: demasiado ordenada y pequeña para ser una ciudad normal.
—Creo que estuve un poco muerto durante un tiempo—dijo el rey—. Es raro. Parece un sueño, ¿verdad, Lit?
—Sueño...—murmuró el chico—. Uno muy largo... Su Majestad.
—Y sin embargo, ahora estamos aquí. Me lo estoy pasando en grande. Me gusta más estar vivo.
—Pero ¿cómo es posible?—preguntó Piper—. ¿Por casualidad no tendréis una... patrona?
Midas vaciló, pero sus ojos tenían un brillo malicioso.
—¿Acaso importa, querida?
—Podríamos volver a matarlos—propuso Hedge.
—Entrenador, no está siendo de ayuda—dijo Jason—. ¿Por qué no sale y monta guardia?
Leo tosió.
—¿No es peligroso? Tienen muchas medidas de seguridad.
—Oh, sí—dijo el rey—. Lo siento, pero son bonitas, ¿verdad? Es increíble lo que se puede comprar todavía con oro. ¡Qué juguetes más extraordinarios tenéis en este país!
Sacó un mando a distancia del bolsillo del albornoz y pulsó unos cuantos botones: una contraseña, supuso Jason.
—Ya está—dijo Midas—. Ahora se puede salir sin peligro.
El entrenador Hedge gruñó.
—Bien. Pero si me necesitáis...
Guiñó el ojo a Jason de forma significativa. A continuación se señaló a sí mismo, señaló a sus anfitriones con dos dedos y se pasó un dedo a través de la garganta. Un mensaje en lenguaje de signos muy sutil.
—Sí, gracias—dijo Jason.
Una vez que el sátiro se hubo marchado, Piper intentó esbozar otra sonrisa diplomática.
—Entonces..., ¿no sabéis cómo llegasteis aquí?
—Oh, sí. Más o menos—respondió el rey. Miró a Lit entrecerrando los ojos, como recordando—. ¿Por qué elegimos Omaha? Sé que no fue por el clima.
—¿Clima...? Ah, sí... el oráculo—balbuceó Lit, mientras seguía lamentando el aire.
—¡Sí! Me dijeron que había un oráculo en Omaha—el rey se encogió de hombros—. Por lo visto, me equivoqué. Pero esta casa es bastante bonita, ¿verdad? Por cierto, Lit es la forma abreviada de Litierses (un nombre horrible, lo sé, pero su madre insistió). Lit tiene mucho espacio para practicar el manejo de la espada. Es muy famoso por ello. En los viejos tiempos lo llamaban el Segador de Hombres.
—Ah—Piper intentó mostrarse entusiasmada—. Qué bien.
La adormilada sonrisa de Lit parecía más bien una mueca cruel. Jason ya estaba completamente seguro de que aquel tipo no le caía nada bien y estaba empezando a arrepentirse de haber mandado a Hedge fuera.
—Bueno—dijo Jason—. Todo este oro...
Los ojos del rey se iluminaron.
—¿Habéis venido por el oro, muchacho? ¡Por favor, toma un folleto!
Jason miró los folletos de la mesita de café. El título rezaba "ORO: Invierta para la eternidad".
—¿Vendéis oro?
—No, no—contestó el rey—. Lo hago. En épocas inciertas como esta, el oro es la inversión más sabia, ¿no crees? Los gobiernos caen. Los muertos resucitan. Los gigantes atacan el Olimpo. ¡Pero el oro conserva su valor!
Leo frunció el entrecejo.
—Ya he visto antes ese anuncio.
—¡Oh, no te dejes engañar por imitadores baratos!—dijo el rey—. Os lo aseguro, puedo mejorar cualquier precio para un inversor serio. Puedo crear un amplio surtido de artículos de oro en un momento.
—Pero...—Piper movió despacio la cabeza, confundida—. Su Majestad, renunciasteis al don de convertir en oro todo lo que tocáis, ¿verdad?
El rey se quedó asombrado.
—¿Qué renuncié a él?
—Os lo ofreció un dios...
—Baco—convino el rey—. Yo había rescatado a uno de sus sátiros, y a cambio, el dios me concedió un deseo. Elegí el don de convertir en oro todo lo que tocara.
—Pero entonces convertisteis a vuestra hija en oro—recordó Piper—. Y os disteis cuenta de lo codicioso que habíais sido, así que os arrepentisteis...
—¡Me arrepentí!—el rey Midas miró a Lit con incredulidad—. ¿Lo ves, hijo? Te ausentas unos cuantos miles de años y toda la historia se tergiversa. Querida muchacha, ¿en algún momento dicen esas historias que perdí mi don?
—Supongo que no. Sólo dicen que aprendió a invertirlo con agua corriente y que resucitó a su hija.
—Todo eso es verdad. A veces todavía tengo que invertirlo. En esta casa no hay agua corriente porque no quiero accidentes—señaló sus estatuas—, pero decidimos vivir al lado de un río por si acaso. De vez en cuando, me olvido y le doy a Lit una palmada en la espalda...
Lit retrocedió unos pasos, incluso estando completamente dormido.
—N-no... no quiero...—balbuceó.
—Te dije que lo sentía, hijo. En todo caso, el oro es maravilloso. ¿Por qué iba a renunciar a él?
—Bueno...—Piper parecía verdaderamente perdida—. ¿No es ese el propósito de la historia? ¿Qué aprendisteis la lección?
Midas se echó a reír.
—¿Puedo ver tu mochila un momento, querida? Lánzamela.
Piper vaciló, pero no deseaba ofender al rey. Vació la mochila y se la arrojó a Midas. En cuanto él la tocó, la bolsa se volvió de oro, como escarcha esparciéndose sobre la tela. Seguía pareciendo flexible y blanda, pero decididamente era de oro. El rey se la lanzó de nuevo.
—Como ves, todavía puedo convertir cualquier cosa en oro—dijo Midas—. Ahora esa mochila también es mágica. Adelante, mete dentro a tus enemigos, los espíritus de la tormenta.
—¿En serio?
Leo se interesó de repente. Le quitó a Piper la mochila y la acercó a la jaula. Tan pronto como abrió la cremallera, los vientos se agitaron y protestaron aullando. Los barrotes de la jaula empezaron a vibrar. La puerta de su prisión se abrió y los vientos fueron aspirados directamente por la mochila. Leo cerró la cremallera y sonrió.
—¡Genial!
—¿Has visto?—dijo Midas—. Mi don, ¿una maldición? Por favor. No aprendí ninguna lección, y la vida no es ningún cuento, muchacha. Sinceramente, mi hija Zoë era mucho más simpática convertida en estatua de oro.
—Hablaba mucho...—comentó Lit entre sueños—. No dejaba dormir...
—¡Exacto! Así que volví a convertirla en oro.
Midas señaló con el dedo. En el rincón había una estatua dorada de una chica con expresión de sorpresa, como si estuviera pensando: "¡Papá!".
—¡Es terrible!—exclamó Piper.
—Bobadas. A ella le da igual. Además, si hubiera aprendido la lección, ¿habría acabado con esto?
Midas se quitó su enorme gorro de dormir, y Jason no supo si echarse a reír o vomitar.
Midas tenía unas largas orejas peludas que le sobresalían entre el pelo blanco, como las de Bugs Bunny, pero no eran orejas de conejo. Eran de burro.
—Vaya—dijo Leo—. No tenía necesidad de ver eso.
—Terrible, ¿verdad?—prosiguió Midas suspirando—. Unos años después del incidente del oro, hice de juez en una competición de música entre Apolo y Pan, y declaré vencedor a Pan. Apolo, que tenía mal perder, dijo que yo debía tener orejas de burro, y voilà. Esta fue la recompensa que obtuve por ser sincero. Intenté mantenerlas en secreto. Sólo mi barbero lo sabía, pero no pudo evitar chismorrear—Midas señaló otra estatua: un hombre calvo con una toga sujetando unas tijeras—. Es él. Ya no volverá a contar los secretos de nadie.
El rey sonrió. De repente, a Jason dejó de parecerle un hombre inofensivo con un albornoz. Sus ojos tenían un brillo alegre: la mirada de un loco que sabía que estaba loco, que aceptaba su locura y qué disfrutaba de ella.
—Sí, el oro tiene muchos usos. Creo que por eso me trajeron de vuelta, ¿verdad Lit? Para financiar a nuestra patrona.
Lit asintió con la cabeza.
—Aja... eso... y mi puerta celestial...
Jason lanzó una mirada a sus amigos. De repente, el aire de la sala parecía mucho más frío.
—Así que tienen una patrona—dijo Jason—. Trabajan para los gigantes.
El rey Midas agitó la mano despectivamente.
—Bueno, los gigantes no me resultan simpáticos, por supuesto. Pero incluso los ejércitos sobrenaturales necesitan ser remunerados. Tengo una gran deuda con mi patrona. Intenté explicárselo al último grupo que vino, pero no eran nada amistosos. Se negaron en redondo a colaborar.
Jason se metió la mano en el bolsillo y tomó su moneda de oro.
—¿El último grupo?
—Cazadoras...—balbuceó Lit—. Las condenadas hijas de Artemisa...
Jason notó una chispa de electricidad—una chispa real— que le recorrió la columna. Percibió un olor a fuego eléctrico, como si acabara de derretir unos muelles del sofá.
Su hermana había estado allí.
—¿Cuándo?—preguntó—. ¿Qué pasó?
Lit se encogió de hombros, era simplemente demasiado inquietante verlo interactuar estando dormido.
—¿Hace unos días...? Por desgracia... no llegué a matarlas. Estaban buscando a unos lobos malvados... Dijeron... que estaban siguiendo un rastro en dirección al sur... Un semidiós que había desaparecido... No me acuerdo...
Perseus Jackson, pensó Jason. Annabeth había dicho que las cazadoras lo estaban buscando. Y en el sueño de la casa incendiada entre las secuoyas, Jason había oído aullar a unos lobos enemigos. Hera los había llamado los guardianes. Tenía que guardar alguna relación.
Midas se rascó las orejas de burro.
—Unas jovencitas muy desagradables, esas cazadoras—recordó—. Se negaron en redondo a que las convirtiera en oro. Gran parte de las medidas de seguridad de fuera las instalé para evitar que volviera a pasar algo así. No tengo tiempo para los que no son inversores serios.
Jason se levantó con recelo y lanzó una mirada a sus amigos. Ellos captaron el mensaje.
—Bueno—dijo Piper, esbozando una sonrisa—. Ha sido una visita estupenda. Bienvenido a la vida. Gracias por la mochila de oro.
—¡Oh, pero no podéis marcharos!—dijo Midas—. ¡Ya sé que no sois inversores serios, pero no hay ningún problema! Tengo que reconstruir mi colección.
Lit estaba sonriendo cruelmente. El rey se levantó, y Leo y Piper se apartaron de él.
—No os preocupéis—les aseguró el rey—. No tenéis por qué convertiros en oro. Siempre doy a mis invitados a elegir entre dos opciones: formar parte de mi colección o morir a manos de Litierses. De las dos maneras está bien.
Piper intentó usar la embrujahabla.
—Su Majestad, no podéis...
Midas arremetió contra ella y la agarró de la muñeca más deprisa de lo que debería haber podido moverse cualquier anciano.
—¡No!—gritó Jason.
Pero una capa de oro se esparció sobre Piper, y en un abrir y cerrar de ojos se convirtió en una estatua reluciente. Leo intentó invocar el fuego, pero se había olvidado de que su poder no funcionaba. Midas le tocó la mano, y Leo se transformó en metal sólido.
Jason se quedó tan horrorizado que apenas pudo moverse. Sus amigos... acababan de morir. Y él no había podido impedirlo.
Midas sonrió como pidiendo disculpas.
—Me temo que el oro supera al fuego—señaló con la mano las cortinas y los muebles de oro—. En esta sala, mi poder anula al resto: el fuego... incluso la embrujahabla. Lo que me deja un sólo trofeo más por conseguir.
—¡Hedge!—gritó Jason—. ¡Necesito ayuda aquí dentro!
Por una vez, el sátiro no irrumpió en la sala. Jason se preguntó si le habían alcanzado los láseres o si estaba en el fondo de un foso.
Midas se rió entre dientes.
—¿La cabra no viene al rescate? Qué pena. Pero no te preocupes, muchacho. No es nada doloroso. Lit te lo puede contar.
Jason se decidió por una opción.
—Elijo pelear. Habéis dicho que podía elegir luchar contra Lit.
Midas se quedó un poco decepcionado, pero se encogió de hombros.
—He dicho que podíais morir luchando. Pero, cómo no, si lo deseas...
El rey retrocedió, y Lit se adelantó sosteniendo su arma por la hoja, aún teniéndola envainada.
—Vamos, Deshojador de Maíz—provocó Jason.
Invocó su nudillera, sus ojos se tiñeron de negro y sus músculos se hincharon hasta adoptar su forma de batalla.
—¡Oh, un arma de oro!—dijo Midas—. Muy bonita.
Entonces sucedió lo más aterrador, Lit abrió los ojos de golpe y se irguió en toda su altura. Jason sintió una enorme presión a su alrededor, como si aquel chico delgaducho fuese aún más grande que él mismo en su forma gigante.
—Mmm...—se rascó el cuello, adormilado—. Supongo que debo trabajar...
—Buenos días, Lit—dijo Midas.
—Sí, buenos días...—dijo el chico, saludando con la mano.
Midas miró a Jason fijamente.
—Aun si se enfrentara a muchos enemigos, podría hacerse con la victoria perfectamente incluso mientras duerme—dijo—. Sin embargo... es la primera vez que veo que alguien le despierta con tan sólo pararse frente a él.
Jason miró a su oponente fijamente, podía sentir algo encendiéndose en su interior, la adrenalina, la emoción, el deseo de entrar en combate una vez más.
El hijo de Zeus duplicaba la altura de su enemigo y era inmensamente más pesado, pero aún así, podía sentir el poder que aquel Segador de Hombres desprendía.
—¡Así que tú serás mi compañero de juegos?—dijo, mirando a Jason a los ojos—. Sí... veo que eres un tipo muy bueno. A todo esto, ¿de verdad eres humano?
Una sonrisa se extendió en el rostro de Jason. Sus músculos comenzaron a temblar y sus ojos amarillos relucieron entre sus charcos negros.
—Terminaré esto antes de que lo sepas...
El espadachín sonrió.
—Bueno, pequeñín, vayamos entonces a jugar.
Jason hizo crujir sus nudillos.
—Después de lo que han hecho, no me voy a contener.
Litierses le sostuvo la mirada con una macabra diversión refulgiendo en sus ojos.
—Bien, veo que lo entiendes.
Una cosa era clara para Jason:
¡¡LA INTENCIÓN ASESINA ERA EL ÚNICO IDIOMA QUE COMPARTÍAN!!
...
Aclaración:
Al igual que con Medea, estoy basando las habilidades de Litierses en un personaje de otro manga de peleas ajeno a Shuumatsu. En este caso en Kamiizumi Ize-no-Kami Nobutsuna de Tenkaichi.
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