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JASON XIV


Jason se despertó sobresaltado con el sonido de un trueno. Entonces se acordó de dónde estaba. En la Cabaña Uno siempre estaba tronando.

Sobre su catre, el techo abovedado estaba decorado con un mosaico azul y blanco, como un cielo nublado. Los azulejos de nubes cambiaban a través del techo y pasaban del blanco al negro. Un trueno retumbó a través de la estancia, y los azulejos dorados lanzaron destellos como venas de relámpago.

Exceptuando el catre que sus compañeros le habían llevado, la cabaña no tenía muebles corrientes: ni sillas, ni mesas, ni cómodas. Qué Jason supiera, ni siquiera tenía cuarto de baño. En las paredes había huecos, como hornacinas, cada uno de los cuales contenía un brasero de bronce o una estatua de un águila real sobre un pedestal de mármol. En el centro de la sala, una estatua de Zeus en color, de seis metros de altura, se alzaba con una clásica túnica griega, un escudo a un lado y un relámpago en alto, dispuesto a castigar a alguien. En su cuello colgaba de una cadena un pequeño frasco intrincadamente detallado que, según le habían dicho, hasta el verano pasado contenía Ambrosía, la sangre del propio Zeus.

El qué había sido de esa sangre, no lo sabía.

Jason observó la estatua, buscando algo que tuviera en común con el señor del cielo. ¿Cabello moreno? No. ¿Expresión gruñona? Bueno, tal vez. ¿Barba? No, gracias. Con su túnica y sus sandalias, Zeus parecía un hippy muy musculoso y enfadado.

Sí, la cabaña uno. Un gran honor, le habían dicho los otros campistas. Claro, si te gustaba dormir solo en un templo frío con el Zeus hippy mirándote con el entrecejo fruncido toda la noche.

Jason se levantó y se frotó el cuello. Tenía todo el cuerpo agarrotado de haber dormido mal y haber invocado el rayo. El pequeño truco de la noche anterior no había sido tan fácil como había fingido. Casi se había desmayado... y eso por no mencionar que le ardían los músculos y le temblaban los huesos, como si esa forma de batalla que podía adoptar pusiera mucha presión sobre su cuerpo.

Junto al catre le habían dejado ropa nueva: unos vaqueros, unas zapatillas de deporte y una camiseta naranja del Campamento Mestizo. Necesitaba cambiarse de ropa, sí, pero de alguna manera no le parecía bien ponerse la camiseta del campamento.

Todavía le costaba creer que su sitio estuviera allí, a pesar de todo lo que le habían dicho.

Pensó en su sueño, confiando en recordar más cosas sobre Lupa o sobre la casa en ruinas de las secuoyas. Sabía que había estado allí antes. La loba era real. Pero al intentar hacer memoria le entró dolor de cabeza. Parecía que las marcas de su antebrazo le quemaran.

Si pudiera encontrar aquellas ruinas, podría encontrar su pasado. Fuera lo que fuese lo que crecía dentro de aquella espiral de roca, Jason tenía que detenerlo.

Miró al Zeus hippy.

—Me puedes ayudar cuando quieras.

La estatua no dijo nada.

—Gracias, papá—murmuró Jason.

Se cambió de ropa y miró su reflejo en el escudo de Zeus. Su cara tenía un aspecto acuoso y extraño en el metal, como si se estuviera disolviendo en un charco de oro. Desde luego, no tenía tan buen aspecto como Piper la noche anterior, después de su repentina transformación.

Jason todavía no estaba seguro de lo que opinaba al respecto. Se había comportado como un idiota anunciando delante de todos que estaba preciosa . Y no es que ella estuviera mal antes. Cierto, estaba espectacular después de someterse a la modificación de Afrodita, pero tampoco parecía ella misma; era como si estuviera incómoda siendo el centro de atención.

Jason había sentido lástima por ella. Tal vez era una locura, considerando que la acababa de reconocer una diosa y que se había convertido en la chica más despampanante del campamento. Todo el mundo había empezado a hacerle la pelota, diciéndole lo impresionante que estaba y que era evidente que ella debía participar en la misión, pero esa atención no tenía nada que ver con quién era ella. Nueva ropa, nuevo maquillaje y un aura rosa brillante y ¡zas!: de repente a la gente le gustaba. Jason sentía que la entendía.

La noche anterior, cuando había provocado el rayo, las reacciones de los otros campistas le habían parecido familiares. Estaba convencido de que se había pasado mucho tiempo lidiando con esa situación: las personas lo miraban asombradas sólo porque era hijo de Zeus y lo trataban de forma especial, pero eso no tenía nada que ver con él. A nadie le importaba él, sólo su terrible padre, situado detrás de él con el rayo fatídico como diciendo: "¡Respeta a este chico o te comerás una buena descarga!".

Después de la fogata, cuando la gente había empezado a regresar a sus cabañas, Jason se había acercado a Piper y le había pedido formalmente que lo acompañara en la misión.

Ella todavía se encontraba en estado de shock, pero asintió con la cabeza mientras se frotaba los brazos, que debía de tener helados con el vestido sin mangas.

—Afrodita me ha robado el forro polar—murmuró—. Atracada por mi propia madre.

En la primera fila del anfiteatro, Jason encontró una manta y le envolvió los hombros con ella.

—Te conseguiremos una chaqueta nueva—le prometió.

Ella esbozó una sonrisa. A él le entraron ganas de rodearla con los brazos, pero se contuvo. No quería que ella pensara que era tan superficial como el resto y que intentaba ligar con ella porque se había vuelto muy guapa.

Se alegraba de que Piper fuera con él en la misión. Jason había intentado aparentar valentía, pero no era más que eso: una apariencia. La idea de enfrentarse a una fuerza maligna lo bastante poderosa para secuestrar a Hera le daba un miedo espantoso, sobre todo al no conocer su propio pasado. Necesitaría ayuda, y le parecía lo correcto: Piper debía acompañarle. Pero la situación ya era bastante complicada aun no sabiendo cuánto le gustaba y por qué. Él ya le había dado suficientes quebraderos de cabeza.

Suspiró, lo que más le aterraba era lo emocionado que estaba. Como si la idea misma de ponerse en peligro y ponerse a dar golpes fuese lo mejor del universo. Sabía que amaba las peleas, no tenía duda de ello, pero le inquietaba no saber el por qué.

Se puso sus zapatillas nuevas, preguntándose cuánto tardaría en destrozarlas. Estaba listo para salir de aquella cabaña fría y vacía, cuando vio algo en lo que no se había fijado la noche anterior. Alguien había sacado un brasero de uno de los huecos de la pared para usarlo de dormitorio, con un saco de dormir, una mochila e, incluso, unas fotos pegadas a la pared.

Jason se acercó. Quienquiera que hubiera dormido allí, lo había hecho hacía mucho tiempo. El saco de dormir olía a rancio. La mochila estaba cubierta por una fina capa de polvo. Algunas de las fotos pegadas a la pared con cinta adhesiva se habían desprendido y se habían caído al suelo.

En una foto aparecía Annabeth; era mucho más pequeña, con unos siete años, pero Jason sabía que era ella: el mismo cabello rubio, los mismos ojos grises y la misma mirada distraída de estar pensando en un millón de cosas al mismo tiempo. Estaba al lado de un chico delgado de cabello negro de unos catorce o quince años, con una sonrisa pícara y una coraza de cuero sobre la camisa. Estaba señalando un callejón detrás de ellos, como si estuviera diciendo al fotógrafo: "¡Vamos a enfrentarnos a ellos en un callejón oscuro y a matarlos!".

Una segunda foto mostraba a Annabeth y al mismo chico sentados ante una fogata, riéndose histéricamente.

Finalmente Jason tomó una de las fotos que se habían caído. Era una tira de fotos como las de un fotomatón: Annabeth y el chico de cabello negro, pero con otra chica en medio de ellos. Debía de tener unos doce años, muy fornida, con un puntiagudo cabello blanco—cortado de forma desigual como el de Piper—, una cazadora de cuero negra y joyas de plata, de modo que parecía punk, pero la habían pillado en plena carcajada, y saltaba a la vista que estaba con sus dos mejores amigos.

—Es Thalia—dijo alguien.

Jason se volvió.

Annabeth estaba mirando por encima de su hombro. Tenía una expresión triste, como si la foto le trajera malos recuerdos.

—Es la otra hija de Zeus que vivió aquí... pero no mucho tiempo. Lo siento, debería haber llamado a la puerta.

—No pasa nada—dijo Jason—. No es que este sitio me parezca mi hogar.

Annabeth iba vestida de viaje con un abrigo de invierno sobre la ropa del campamento, un cuchillo en el cinturón y una mochila al hombro.

—Me imagino que no habrás cambiado de opinión con respecto a lo de acompañarnos—dijo Jason.

Ella negó con la cabeza.

—Ya tienes un buen equipo. Me voy a buscar a Percy.

Jason se quedó un poco decepcionado. Habría agradecido tener a alguien en el viaje que supiera lo que estaban haciendo y que no le hiciera sentirse como si estuviera arrastrando a Piper y a Leo por el borde de un precipicio.

—Lo harás bien—le prometió Annabeth—. Algo me dice que esta no es tu primera misión.

Jason tenía la ligera sospecha de que ella estaba en lo cierto, pero eso no le hacía sentirse mejor. Todo el mundo parecía creer que él era muy valiente y seguro, pero no veían lo perdido que se sentía en realidad. ¿Cómo podían fiarse de él si ni siquiera sabía quién era?

Miró las fotos de Annabeth sonriendo. Se preguntó cuánto tiempo hacía que no sonreía. Debía de gustarle mucho aquel tal Perseus para buscarlo tan concienzudamente, y eso le dio un poco de envidia. ¿Estaba buscándolo alguien a él en ese momento? ¿Y si le importaba tanto a alguien y se estaba volviendo loco de la preocupación, y él ni siquiera era capaz de recordar su antigua vida?

—Tú sabes quién soy—aventuró—, ¿verdad?

Annabeth agarró la empuñadura de su daga. Buscó una silla para sentarse, pero no había ninguna.

—Sinceramente, Jason... no estoy segura. Creo que eres un solitario. A veces pasa. Por un motivo u otro, el campamento no te había encontrado, pero sobreviviste moviéndote continuamente de aquí para allá. Te entrenaste a ti mismo para luchar. Te encargaste de los monstruos solo. Venciste las dificultades.

—Lo primero que me dijo Quirón—recordó Jason— fue "Deberías estar muerto".

—Ese podría ser el motivo—dijo Annabeth—. La mayoría de los semidioses no consiguen sobrevivir solos. Y un hijo de Zeus... no hay nada más peligroso que eso. Las posibilidades de que cumplas los quince sin encontrar el Campamento Mestizo o sin morir... son microscópicas. Pero, como he dicho, a veces pasa. Thalia se escapó cuando era pequeña. Sobrevivió sola cuatro años. Incluso cuidó de mí durante un tiempo. Así que a lo mejor tú también eras un solitario.

Jason extendió el brazo.

—¿Y estas marcas?

Annabeth echó un vistazo a los tatuajes. Era evidente que le preocupaban.

—Bueno, el águila es un símbolo de Zeus, así que tiene sentido. Las doce rayas... tal vez representen años, si llevaras haciéndotelas desde que tenías tres. SPQR es el lema del antiguo Imperio Romano: Senatus Populusque Romanus, el Senado y el Pueblo de Roma. Aunque no sé por qué te ibas a grabar eso en el brazo. A menos que tuvieras un profesor de latín muy severo...

Jason estaba convencido de que ese no era el motivo. Tampoco parecía probable que hubiera estado solo toda la vida. Pero ¿qué otra cosa tenía sentido? Annabeth había sido muy clara: el Campamento Mestizo era el único lugar seguro del mundo para los semidioses.

—Anoche yo... ejem... tuve un sueño raro—dijo.

Le parecía una confesión estúpida, pero Annabeth no se sorprendió.

—A los semidioses les pasa continuamente—respondió—. ¿Qué viste?

Le habló de los lobos, la casa en ruinas y las dos espirales de roca. Mientras él hablaba, Annabeth empezó a pasearse con aspecto cada vez más agitado.

—¿No te acuerdas de dónde estaba la casa?—preguntó.

Jason negó con la cabeza.

—Pero estoy seguro de que he estado allí antes.

—Secuoyas—meditó ella—. Podría ser el norte de California. Y la loba... He estudiado a las diosas, los espíritus y los monstruos toda mi vida. Nunca he oído hablar de Lupa.

—Dijo que el enemigo era una mujer. Pensé que tal vez sería Hera, pero...

—Yo no me fiaría de Hera, pero no creo que ella sea el enemigo. Y esa cosa que salía de la tierra...—la expresión de Annabeth se ensombreció—. Tienes que detenerla.

—Sabes lo que es, ¿verdad?—dijo él—. O por lo menos te lo imaginas. Anoche vi tu cara en la fogata. Miraste a Quirón como si de repente estuvieras cayendo en la cuenta, pero no quisieras asustarnos.

Annabeth vaciló.

—Jason, lo malo de las profecías... es que cuanto más sabes, más intentas cambiarlas, lo que puede ser desastroso. Quirón cree que es mejor que encuentres tu camino, que descubras las cosas a su debido momento. Si me hubiera contado todo lo que sabía antes de mi primera misión con Percy... Tengo que reconocer que no estoy segura de que hubiera podido cumplirla. En el caso de tu misión, es todavía más importante.

—¿Tan grave es?

—No si tienes éxito. Al menos... espero que no.

—Pero ni siquiera sé por dónde empezar. ¿Adónde se supone que tengo que ir?

—Sigue a los monstruos—propuso Annabeth.

Jason pensó en ello. El espíritu de la tormenta que le había atacado en el Gran Cañón había dicho que lo estaba llamando su jefa. Si Jason pudiera seguir a los espíritus de la tormenta, podría dar con la persona que los controlaba. Y tal vez eso le llevara hasta la cárcel de Hera.

—Está bien—dijo—. ¿Cómo encuentro a los vientos de tormenta?

—Personalmente, yo preguntaría a un dios del viento—dijo Annabeth—. Eolo es el señor de todos los vientos, pero es un poco... impredecible. Nadie puede encontrarlo a menos que él quiera que lo encuentren. Yo probaría con uno de los cuatro dioses de los vientos estacionales que trabajan para él. El más cercano, el que tiene más trato con los héroes, es Bóreas, el dios del viento del norte.

—Así que si lo busco en Google Maps...

—Oh, no es difícil de encontrar—le aseguró Annabeth—. Se ha instalado en Norteamérica, como el resto de los dioses griegos. Por supuesto, eligió la región más antigua del norte, prácticamente todo lo lejos que se puede llegar al norte.

—¿Maine?—aventuró Jason.

—Más lejos.

Jason trató de visualizar un mapa. ¿Qué había más al norte de Maine? La región del norte más antigua...

—Canadá—decidió—. Quebec.

Annabeth sonrió.

—Es bueno que al parecer Leo hable francés.

Jason sintió una pizca de emoción. Quebec: por lo menos ahora tenía un objetivo. Encontrar al dios del viento del norte, localizar a los espíritus de la tormenta, averiguar para quién trabajaban y dónde estaba la casa en ruinas. Liberar a Hera. Todo en cuatro días. Pan comido.

—Gracias, Annabeth—miró las fotografías de fotomatón que todavía tenía en las manos—. Así que... es peligroso ser hijo de Zeus. ¿Qué le pasó a Thalia?

—Oh, está bien—contestó Annabeth—. Se convirtió en Cazadora de Artemisa: una de las sirvientas de la diosa. Vagan por el campo matando monstruos. La vemos poco en el campamento.

Jason echó un vistazo a la enorme estatua de Zeus. Entendía por qué Thalia había dormido en aquel hueco. Era el único sitio de la cabaña que quedaba fuera de la línea de visión del Zeus hippy. Y ni siquiera había bastado con eso. Ella había decidido seguir a Artemisa y formar parte de un grupo en lugar de quedarse en aquel templo frío y lleno de corrientes a solas con su padre de seis metros —el padre de Jason—, mientras este la miraba echando chispas por los ojos. "¡Cómete una buena descarga!" Jason entendía perfectamente los sentimientos de Thalia. Se preguntaba si había un grupo de cazadores para chicos.

—¿Quién es el chico de la foto?—preguntó—. El de pelo negro.

La expresión de Annabeth se tensó. Un tema delicado.

—Es Luke—respondió—. Está muerto.

Jason decidió que era mejor no hacer más preguntas, pero, por la forma en que Annabeth pronunció el nombre de Luke, se preguntó si Perseus Jackson sería el único chico que le había gustado a Annabeth.

Se centró de nuevo en la cara de Thalia. No dejaba de pensar que aquella foto era importante. Estaba pasando algo por alto.

Jason sentía una extraña conexión con aquella hija de Zeus: alguien que podría entender su confusión y tal vez incluso responder a algunas preguntas. Pero una voz dentro de él, un susurro insistente, dijo: "Es peligroso. No te acerques".

—¿Cuántos años tiene ella ahora?—preguntó.

—Es difícil saberlo. Fue un árbol durante un tiempo. Ahora es inmortal.

—¿Qué?

Debió de poner una cara muy graciosa porque Annabeth se rió.

—No te preocupes. No es algo por lo que pasen todos los hijos de Zeus. Es una larga historia, pero... estuvo fuera de servicio mucho tiempo. Si hubiera cumplido años regularmente, ahora tendría veintitantos, pero se ve sólo un poco mayor que en esa foto, como si tuviera... más o menos tu edad. Quince o dieciséis.

A Jason le obsesionaba algo que había dicho la loba. Se sorprendió preguntando:

—¿Cómo se apellida?

Annabeth se mostró inquieta.

—La verdad es que no usaba apellido. Cuando no le quedaba más remedio, usaba el de su madre, pero no se llevaban bien. Thalia se escapó cuando era muy pequeña.

Jason permaneció a la espera.

—Grace—dijo Annabeth—. Thalia Grace.

A Jason se le entumecieron los dedos. La foto cayó balanceándose al suelo.

—¿Estás bien?—preguntó Annabeth.

Un retazo de memoria se había activado: tal vez un fragmento diminuto que Hera se había olvidado de robar. O tal vez lo había dejado a propósito, lo justo para que él se acordara de ese nombre y supiera que desenterrar su pasado era terriblemente peligroso.

"Deberías estar muerto", había dicho Quirón. No era un comentario que hiciera pensar que Jason había vencido las dificultades estando solo. Quirón sabía algo: algo sobre la familia de Jason.

Las palabras que la loba había pronunciado en su sueño, el chiste ingenioso a costa de él, finalmente cobró sentido. Se imaginó a Lupa soltando una risa lobuna.

—¿Qué pasa?—insistió Annabeth.

Jason no podía guardárselo. Acabaría con él, y necesitaba la ayuda de Annabeth. Si conocía a Thalia, tal vez ella pudiera aconsejarle.

—Tienes que jurarme que no se lo dirás a nadie—advirtió.

—Jason...

—Júralo—la apremió—. Hasta que descubra lo que está pasando, lo que significa todo esto...—se frotó los tatuajes quemados del antebrazo—. Tienes que guardar un secreto.

Annabeth vaciló, pero la curiosidad la pudo.

—Está bien. Hasta que tú me lo permitas, no le diré a nadie lo que me cuentes. Lo juro por la laguna Estigia.

Un trueno retumbó en la cabaña, más fuerte aún de lo habitual.

"Eres nuestra gracia salvadora", había gruñido la loba.

Jason recogió la foto del suelo.

—Me apellido Grace—dijo—. Esta es mi hermana.

Annabeth palideció. Jason notó que estaba haciendo frente al desaliento, la incredulidad y la ira. Pensaba que él estaba mintiendo. Aquella afirmación era imposible. Y una parte de él opinaba lo mismo, pero nada más pronunciar las palabras, supo que eran ciertas.

Entonces las puertas de la cabaña se abrieron repentinamente. Media docena de campistas entraron en avalancha detrás del chico calvo de la cabaña de Iris, Butch.

—¡Deprisa!—dijo, y Jason no supo si su expresión era de emoción o de miedo—. El dragón ha vuelto.

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