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JASON LIX


El consejo no era como Jason se lo había imaginado. En primer lugar, se celebró en la sala de recreo de la Casa Grande, alrededor de una mesa de ping-pong, y uno de los sátiros estaba sirviendo nachos y refrescos. Alguien había sacado a Seymour, la cabeza de leopardo, de la sala de estar y lo había colgado en la pared. De vez en cuando, un líder le arrojaba una galleta para perros.

Jason echó un vistazo a la sala e intentó acordarse del nombre de todos. Afortunadamente, Leo y Piper estaban sentados junto a él: era la primera reunión a la que asistían como líderes.

Por un lado estaba Clarisse, la jefa de la cabaña de Ares, una chica enorme y muy fornida de largo cabello rubio y mirada seria, llevaba una gran capa roja a la espalda sobre la camiseta de campamento y estaba sentada muy derecha mientras bebía café con tranquilidad.

Luego estaba Clovis, de la cabaña de Hipnos, roncando en el rincón mientras Butch, de la cabaña de Iris, comprobaba cuántos lápices podía meterle a Clovis en los agujeros de la nariz. Travis Stoll, de la cabaña de Hermes, se mantenía de pie junto a Quirón, a pesar de tener un asiento en la mesa. Vestía con un traje de etiqueta y llevaba el cabello negro bien peinado hacia atrás. Sus ojos color guindo observaban el espectáculo de la sala y parecía hacer esfuerzos por contener una disimulada risa.

Will Solace, de la cabaña de Apolo, se enrollaba y desenrollaba distraídamente una venda alrededor de la muñeca. La líder de la cabaña de Hécate, Lou Ellen No-sé-qué, estaba jugando con Miranda Gardiner, de la cabaña de Deméter, a atraparle la nariz, sólo que Lou Ellen había conseguido desacoplar mágicamente la nariz de Miranda, y esta estaba tratando de recuperarla.

Jason esperaba que Thalia apareciera en cualquier momento. Al fin y al cabo, lo había prometido, pero no se la veía por ninguna parte. Quirón le había dicho que no se preocupara. Thalia solía despistarse luchando contra monstruos o llevando a cabo misiones para Artemisa, y probablemente no tardaría en llegar. Pero, aun así, Jason se sentía preocupado.

Rachel Dare, el oráculo, estaba sentada junto a Quirón a la cabecera de la mesa. Llevaba puesta una camiseta sin mangas y pantalones cortos, tenía los pies enfundados en sandalias sobre la mesa, pero a nadie parecía importarle, lo que resultaba un tanto raro, pero sonreía a Jason.

Annabeth no parecía tan relajada. Llevaba una armadura sobre la ropa del campamento, con su cuchillo a un lado y el cabello rubio recogido en una cola de caballo. Tan pronto como Jason entró, le clavó una mirada expectante, como si estuviera intentando sacarle información simplemente con su fuerza de voluntad.

—Se abre la sesión—dijo Quirón—. Lou Ellen, devuélvele la nariz a Miranda, Travis, por favor, insisto en que tomes asiento, y Butch, creo que veinte lápices son demasiados para cualquier orificio nasal humano. Gracias. Como podéis ver, Jason, Piper y Leo han regresado con éxito... más o menos. Algunos de vosotros ya habéis oído fragmentos de su historia, pero dejaré que os pongan al corriente.

Todo el mundo miró a Jason. Él carraspeó y comenzó a relatar la historia. Piper y Leo intervenían de vez en cuando, aportando los detalles de los que él no se acordaba.

Sólo le llevó unos minutos, pero le pareció más tiempo porque todos lo estaban mirando. Había un intenso silencio, y Jason sabía que la historia debía de sonar bastante disparatada para que tantos semidioses con déficit de atención se quedaran quietos escuchando. Acabó con la visita de Hera que había tenido lugar justo antes de la reunión.

—Así que Hera ha estado aquí—dijo Annabeth—. Hablando contigo.

Jason asintió.

—Oye, no estoy diciendo que me fíe de ella...

—Muy inteligente—dijo Annabeth.

—... pero no se ha inventado lo de que hay otro grupo de semidioses. Yo vengo de allí.

—Romanos—Clarisse arrojó una galleta para perros a Seymour—. ¿Esperas que creamos que hay otro campamento de semidioses, pero que obedecen a las formas romanas de los dioses? ¿Y nunca hemos oído hablar de ellos?

Piper se inclinó hacia delante.

—Los dioses han mantenido a los dos grupos separados porque cada vez que se ven intentan matarse.

—Tiene sentido—concedió Clarisse—. No obstante, ¿por qué no nos hemos encontrado en nuestras misiones?

—Sí que os habéis encontrado—dijo Quirón tristemente—. Muchas veces. Pero siempre acaba en tragedia, y los dioses siempre hacen todo lo posible por borrar los recuerdos de los que se ven implicados. La rivalidad que existe entre los dos grupos se remonta a la guerra de Troya, Clarisse. Los griegos invadieron Troya y la redujeron a cenizas. Eneas, el héroe troyano, escapó y llegó a Italia, donde fundó la raza que un día se convertiría en Roma. Los romanos se volvieron más y más poderosos, adorando a los mismos dioses pero con distintos nombres e imaginándolos con personalidades ligeramente distintas.

—Más guerreros—dijo Jason—. Más unidos. Más centrados en la expansión, la conquista y la disciplina.

—Suena interesante—terció Travis, como si la idea le agradase.

Otros líderes se mostraron incómodos, pero Clarisse se encogió de hombros como si también le pareciera bien.

Annabeth hizo girar su cuchillo sobre la mesa.

—Y los romanos odiaban a los griegos. Se vengaron al conquistar las islas griegas y las incorporaron al Imperio Romano.

—No los odiaban exactamente—la corrigió Jason—. Los romanos admiraban el helenismo y, hablando claro, le envidiaban un poco. Por su parte, los griegos pensaban que los romanos eran unos bárbaros, pero respetaban su poderío militar. Así que, durante la época romana, los semidioses empezaron a dividirse: o griegos o romanos.

—Y ha sido así desde entonces—aventuró Annabeth—. Pero es una locura. Quirón, ¿dónde estaban los romanos durante la guerra de los titanes? ¿No querían ayudar?

Quirón se tiró de la barba.

—Sí que ayudaron, Annabeth. Mientras tú y Percy dirigíais la batalla para salvar Manhattan, ¿quién crees que conquistó el monte Otris, la base de los titanes en California?

—Un momento—dijo Travis—. Señor Quirón, usted nos dijo que el monte Otris se derrumbó cuando vencimos a Cronos.

—No—dijo Jason.

Recordaba fragmentos de la batalla: un gigante con una armadura de estrellas y un yelmo con cuernos de carnero. Recordaba a su ejército de semidioses escalando el monte Tamalpais, luchando entre hordas de monstruos serpiente.

—No se cayó sin más. Nosotros destruimos su palacio. Yo mismo vencí al titán Críos.

Annabeth tenía la mirada tormentosa de un ventus. Jason casi podía ver sus pensamientos moviéndose, encajando las piezas.

—El Área de la Bahía. A los semidioses siempre nos han dicho que no nos acerquemos allí porque allí está el monte Otris, pero no era el único motivo, ¿verdad? El campamento romano... tiene que estar en algún sitio cerca de San Francisco. Apuesto a que lo colocaron allí para vigilar el territorio de los titanes. ¿Dónde está?

Quirón se movió en su silla de ruedas.

—No lo sé. Sinceramente, ni siquiera a mí me han confiado esa información. Mi colega, Lupa, no es precisamente alguien dada a compartir secretos. Y la memoria de Jason también ha sido borrada.

—El campamento está muy oculto por medio de magia—dijo Jason—. Y muy vigilado. Podríamos pasarnos años buscándolo y no encontrarlo.

Rachel Dare entrecruzó sus dedos, un palito de paleta asomó de entre sus dientes. De entre todas las personas de la sala, ella era la única a la que la conversación no parecía ponerla nerviosa.

—Pero lo intentaréis, ¿me equivoco? Construiréis el barco de Leo, el Argo II. Y, antes de que os dirijáis en él a Grecia, zarparéis hacia el campamento romano. Necesitaréis su ayuda para enfrentaros a los gigantes.

—Es un mal plan—advirtió Clarisse—. Si esos romanos ven acercarse un buque de guerra, supondrán que vamos a atacarlos.

—Probablemente tengas razón—convino Jason—. Pero tenemos que intentarlo. Me mandaron aquí a estudiar el Campamento Mestizo y a tratar de convenceros de que los dos campamentos no tienen por qué ser enemigos. Una prenda de paz.

—Ajá...—dijo Rachel—. Porque Hera está convencida de que necesitamos los dos campamentos para ganar la guerra contra los gigantes. Siete héroes del Olimpo: unos griegos y otros romanos.

Annabeth asintió.

—Tu Gran Profecía. ¿Qué decía el último verso?

—"Y los enemigos en armas ante las Puertas de la Muerte"

—Gaia ha abierto las Puertas de la Muerte—dijo Annabeth—. Está dejando salir a la peor escocía de la humanidad del Valhalla para que luchen contra nosotros. Medea, Midas... y habrá más, estoy segura. Tal vez ese verso quiere decir que los semidioses romanos y griegos se unirán, que encontrarán las puertas y que las cerrarán.

—O puede querer decir que lucharán unos contra otros en las Puertas de la Muerte—apuntó Clarisse—. No dice que vayamos a colaborar.

Se hizo el silencio mientras los líderes de cada cabaña asimilaban aquella feliz idea.

—Yo iré—dijo Annabeth—. Jason, cuando hayáis construido el barco, déjame ir con vosotros.

—Esperaba que te ofrecieras—comentó Jason—. Te vamos a necesitar más que a nadie.

—Un momento—Leo frunció el entrecejo—. O sea, me parece genial y eso, pero ¿por qué a Annabeth más que a nadie?

Annabeth y Jason se observaron el uno al otro, y Jason supo que ella había atado cabos. Sabía la peligrosa verdad.

—Hera dijo que vine aquí para que hubiera un intercambio de líderes—dijo Jason—. Una forma de que los dos campamentos se enteraran de la existencia del otro.

—¿Sí?—dijo Leo—. ¿Y qué?

—Un intercambio funciona en dos direcciones—explicó Jason—. Cuando llegué aquí tenía la memoria borrada. No sabía quién era ni cuál era mi sitio. Por suerte, vosotros me acogisteis y encontré un nuevo hogar. Sé que no sois mis enemigos. En el campamento romano no son tan amistosos. Allí o demuestras lo que vales deprisa o no sobrevives. Puede que no sean tan amables con él, y si se enteran de dónde viene, van a haber problemas.

—¿Él?—dijo Leo—. ¿A quién te refieres?

—A mi novio—contestó Annabeth seriamente—. Desapareció en la misma época en que apareció Jason. Si Jason vino al Campamento Mestizo...

—Exacto—convino Jason—. Perseus Jackson está en el otro campamento, y probablemente no se acuerde de quién es.

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