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Kimono

Capítulo III

—De verdad, te ves hermosa.

Aquella frase con un fin de halago no le causa la emoción que debiera.
Los tintes que refleja se asemejan a la rendición mezclados con lastima y tristeza. Las palabras son completamente ciertas.

Sakura luce hermosa, al igual que cada día. Aún con aquel color rojizo en parte de su rostro, tan parecido a las manchas de vino de Oporto, pero, a diferencia de su razón de ser no es a causa de un problema de pigmentación congénito. Fue por el descuido, por querer darle la cara a su okasan mientras era reprendida en plena vía pública.

Por no desmentir la conjetura que formuló la mujer mayor al verla llegar hasta la okiya acompañada de un hombre joven.

«Una cualquiera»

Se repite en su cabeza.

Si tan solo supiera qué, por poco; de no ser por aquel joven muchacho realmente aquella afirmación sería cierta.

—Gracias —musita a Karin, quien continúa pasando la peineta por su espeso y sedoso cabello rosado.

Como una madre que cepilla a su pequeña hija para que pueda estar presentable.

Pero es evidente que la palabra le ha salido tan vacía. Como si no estuviera en ese lugar, como si sus verdes ojos que se clavan en sus manos puestas sobre su regazo pudieran ver la existencia de otros universos, lejos de su realidad.

—La fiebre de Hinata ha cedido —comenta Karin intentando mostrar un tono animado. Sakura solamente mueve su cabeza de manera vertical mostrando una pequeña sonrisa que parece más una línea nebulosa.

—Me alegra oírlo.

Y es tan cierto, realmente se encuentra feliz de que su pequeña hermana ya no tenga tan alta fiebre; sin embargo, lo que la mantiene con la expresión taciturna es saber que su tiempo en ese lugar se ha acabado, que esa misma tarde irán por ella y jamás volverá a ver a Hinata, ni a Karin.

—No soporto verte así —dice en un arrebato Karin —. Es injusto, no pueden obligarte. No puedes irte.

—Sabes que sí puede, además; si no lo hago Chiyo okasan echará fuera a Hinata de la okiya.

—Eso lo entiendo, pero de igual manera me parece algo demasiado bajo —la labor de Karin es  interrumpida de manera abrupta. Con fiereza se sienta a un lado de Sakura sin poder evitar que el disgusto deje de reflejarse en su rostro, sin que la furia abandone sus ojos escarlata —. Es una completa estupidez —bufa cruzándose de brazos.

Sakura solo asiente, pero no dice nada porque ya está cansada de la misma plática. Ya no quiere seguir dándole vueltas al asunto, eso no va a solucionar nada, de eso está segura.

Pasan unos segundos en los cuales ninguna es capaz de emitir palabra alguna, sentadas una junto a la otra perpetuado el silencio.

—Sakura —llama la de cabello rojizo. El tono que ha empleado es completamente diferente al de hace apenas unos segundos. Es aquel que utiliza como cuando quiere preguntar algo sobre Tayuya, la geisha que tanto odia de la okiya vecina. Con esa curiosidad que finje indiferencia, sin embargo es evidente que la maiko mayor no puede ocultar que quiere saber más sobre lo que cotillean las viejas chismosas que pasan por la calle. Sobre lo que han visto esta mañana. —. ¿Es cierto lo que dicen las mujeres?

Pero la pregunta no exalta a Sakura, se mantiene en la misma posicion; observando sus manos sobre su regazo. Quizá las palabras le han entrado por un oído y salido por otro, porque, sus pensamientos se encuentran lejos de esas paredes. Quizá perdidos en algún lugar de sus recuerdos, arraigados a la imagen de una vieja posada del otro lado de pueblo.

—¿Es verdad que aquel hombre que te trajo es tan guapo como si fuera hijo de los dioses?

Insiste Karin logrando esta vez una reacción en Sakura. El resto de la piel, que no se encuentra lastimada de su rostro ha adquirido un tono también rojizo. Pero no es a causa de una herida, de un descuido. Es, porque la sangre se le ha subido hasta el cuero cabelludo, y poco a poco se extiende hacia sus orejas. Tal expresión no pasa desapercibida por Karin quien no puede evitar observarla de manera inquisitiva.

—No sé de qué hablas —asegura la de cabello rosa de forma reacia. Arrugando la nariz, cambiando por fin su expresión pensativa.

—No sabía que eras tan mustia —comenta Karin con diversión logrando que Sakura dé un respingo.

—¡Onesan!

Una carcajada sale de la boca de la peliroja, quién intenta cubrir con la manga de su kimono la sonrisa llena de dicha que estira sus mejillas, esa misma que contagia a Sakura cuando las cosas no van bien para ella.

—Eso es lo que se dice en las calles —musita la de ojos escarlata.

Sakura agacha la mirada, pero no mantiene la expresión ausente de hace unos momentos, por el contrario, sus facciones se han relajado y un ligero color rosa acompaña sus mejillas.

—Sí es muy guapo —afirma sin ver directamente a Karin, pero es quizá un mal recuerdo lo que la hace juntar las cejas y arrugar la frente  —. Aunque es un maleducado.

Una vez más Karin se ríe de las expresiones tan cambiantes des Sakura. Pero ese ligero rayo de felicidad poco a poco se disuelve porque es imposible que Sakura pueda mantener una mueca diferente a la que últimamente gobierna su rostro; llena de desdicha.

—¿Cómo es? —pregunta la pelirroja para ver si de esa manera puede alejarla de sus preocupaciones.

Sakura lo piensa por un par de segundos, y, por primera vez en ese día decide hablar con Karin viéndola directamente a los ojos.

—Es orgulloso, grosero y sin modales —contesta la de cabello rosa de manera digna.

—¿Justo como cierta niña de ojos verdes que fue traída a la okiya? —recuerda Karin —. ¿Tan salvaje como ella?

Sakura hace un puchero al recordar cómo era en sus primeros meses dentro de la okiya, aquella niña que encontraron al lado de otra pequeña que casi muere.

Una completa rebelde que veía a todos con odio y desprecio, porque aquellos que le arrebataron todo la hicieron ser desconfiada.

—Mas o menos  —dice intentando ocultar la vergüenza.

El ambiente cambia por un momento, Sakura nuevamente vuelve a lucir ausente. Pero sabe, que si en alguien puede confiar es es su hermana mayor; aquella que se ha encargado de defenderla a capa y espada durante toda su vida. Quizá sea la última oportunidad que tenga de hablar con ella y además, necesita que alguien sea su portavoz porque de cierta manera quiere agradecerle a «Inazuma» por lo que hizo por ella y Hinata.

—No es verdad lo que Chiyo okasan dice —comienza de manera firme. Karin la observa en silencio —. No pasé la noche con él. No soy una cualquiera.

—De eso estoy segura —interrumpe Karin al percatarse de como la voz de Sakura poco a poco adquiere más volumen —. Entonces, ¿qué pasó? —le anima.

La de cabello rosa suelta el aire de sus pulmones dejando que escape de su boca y de manera inquieta se remueve en su lugar, preparándose para relatar el encuentro que tuvo con aquel muchacho que le salvó la vida, aquel joven de expresión ambigua que atravesó a dos hombres con una katana sin sentir ningún remordimiento.

Y es así, como Sakura poco a poco le cuenta a su hermana mayor todo lo acontecido.  Sin omitir detalle alguno, cómo aquellos hombres intentaron abusar de ella; desde la manera en que la acorralaron, su encuentro con el joven muchacho que accedió a ayudarla; le cuenta que, por culpa de aquella persecución perdió la medicina que le había dado el viejo Tazuna y que aquel muchacho se había ofrecido muy a regañadientes a proporcionarle aquel frasco que le dieron a Hianta, le revela que fue aquello lo que le ayudó a que su fiebre disminuyera favorablemente; le cuenta que, de no ser por él muy probablemente Sakura hubiese sido víctima de una violación.

—Vaya... —dice Karin sofocada por toda la palabrería que su pequeña hermana le ha soltado. Jamás hubiera imaginado por todo lo que había pasado para conseguir la medicina de Hinata —. No debí mandarte sola.

También ella se siente culpable, quizá si la hubiese acompañado Sakura no habría pasado por tan mal momento.

—No te disculpes onesan —Sakura sonrie o quizá solo lo intenta —. No fue culpa tuya.

Aunque le ha dicho aquello Karin no luce muy convencida. Pero por lo menos sabe que algo bueno salió de eso.

—Realmente de no haber sido por él, creo que no hubiera regresado a la okiya —dice Sakura taciturna.

—Fue una suerte que te hayas topado con él —reconoce Karin.

—Onesan —el tono que ha empleado Sakura se ha escuchado tan profundo, tanto que Karin pone su completa atención en ella. En sus ojos perdidos —, ¿puedo preguntarte cómo es que sabes cuándo alguien te gusta?

La voz de la chica de cabello rosa se pierde al igual que su cuello se esconde entre sus hombros. Karin sonrie con ternura.

—¿Por qué lo preguntas, Sakura?

Quiere saber porque ella tampoco cree conocer ese tipo de sentimientos, no son emociones que una geisha tenga permitidas.

—Creo, que me gusta alguien —confiesa Sakura —. Creo que me gusta él... O quizá solo me siento agradecida.

—¿Y qué es lo que sientes? —pregunta Karin indagando más, creyendo que de esa manera Sakura podrá liberar sus emociones.

—Aquí —la mano de la de cabello rosa baja hasta la altura de su vientre —, como un enjambre de abejas volando de un lado a otro, bastante inquietas.

Karin suelta una risa armoniosa pero eso no cambia la expresión avergonzada de Sakura.

—Desearía poder sentir algún día algo así por alguien —acepta. Pasan unos segundos en los cuales ninguna dice nada, afuera el sonido de los pajarillos le recuerdan a ambas que todavía no pasa del medio día —. Debes  de ir a verlo.

Salta Karin decidida, tan repentinamente que ha aturdido a Sakura, tomándola por sopresa.

—¿De qué hablas onesan? Lo sabes, ¿no? Hoy vendrán por mí. Esta noche estaré en camino a conocer a quien será  mi futuro esposo —las palabras que pronuncia le traen a la boca un sabor amargo. Apenas hace un par de días eso era algo que no le preocupaba y ahora... Todo se ha complicado, todo es diferente —. Además... No creo que él guste de mí.

Karin casi pega un brinco en su lugar, y con prontitud toma ambas manos de Sakura.

—¿A caso estás loca? —dice casi echándosele encima —. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Basta con que te mires en el espejo solamente!

Karin pasa a estar nuevamente detrás de ella y toma su rostro de manera en que Sakura pueda observarse directamente al espejo.

El cabello le corre por los hombros, es tan largo que las puntas se le doblan al culminar en el piso. Sakura es hermosa, y ella misma lo sabe. Sabe que, muchísimos hombres pagan por su compañía. Que no existe ninguno que no le haya proporcionado ningún cumplido. Todos saben que Sakura es la geisha más bella de esa okiya.

Los ojos verdes se observan expectantes, pero en ese momento solo le llama la atención la marca roja que sigue en su pómulo, resaltando entre su piel lechosa, no puede evitar llevarse la mano hasta ahí. En ese momento teme por Hinata, porque no está muy segura de que ella pueda sobrevivir en esa casa siendo tan blanda.

—Tranquila —dice Karin creyendo que la preocupación de Sakura es sobre la marca en su piel —. Pronto va a desaparecer.

Sakura solo asiente dándole la razón.

—Esta misma tarde, iremos a ver a ese... —Karin se queda pensando, porque hasta el momento su pequeña hermana menor no ha revelado el nombre de su salvador —. ¿Tendrá algún nombre nuestro amigo?

Sakura asiente y entre sus labios se escurre el nombre de aquel joven arisco.

Inazuma.

El nombre, que refiere a la velocidad de los relámpagos transforma la mirada de Karin, de aquellos ojos escarlata que hasta hace apenas unos segundos mostraban esperanza a una mirada oscura, llena quizá de temor. Su boca se ha quedado ligeramente abierta y su expresión no es más la decidida que hasta ese momento había mantenido; por el contrario, Sakura no puede desifrar qué es exactamente lo que pasa por la cabeza de su hermana mayor.

—¿Onesan? —pregunta confundida —. ¿Sucede algo?

Con los labios temblorosos Karin se adelanta antes de que Sakura vuelva a insistir.

Alejaté de ese hombre.

—Partiremos esta tarde —afirma de manera segura el menor.

Sentado en el tatami con las piernas cruzadas y los brazos a la altura de su pecho, también cruzados. Se le ve bastante inquieto. Tan diferente al muchacho que pareció ser la noche anterior, imperturbable. La katana, que pareciera una extensión más de su cuerpo se encuentra esta vez tendida en el piso, inerte; es un cuerpo metálico, sin ningún fin, cuando no se encuentra entre sus manos no tiene ningún poder. Es, solamente su portador quien le da vida, quién le da esa capacidad de cobrar las vidas de quienes lo acechan.

—Te lo dije antes de regresar, Sasuke —dice el hombre que se mantiene con los ojos cerrados, portando una yukata de un tono cromo.

Sentado, de manera tradicional, mantiene su postura erecta, como si fuera una columna fuerte, incapaz de que un fuerte viento lo mueva. Sus manos relajadas recaen sobre sus piernas. Y, sus ojos, enmarcados por unas líneas oscuras se mantienen cerrados. La larga cabellera, que esta mañana traía atada ahora se encuentra suelta.

Aquel hombre, luce tan tranquilo, armonioso a los cantos de los pajarillos que revolotean en el jardín; tan contrastante al más joven que destella —en ese momento — ansiedad.

—No podemos quedarnos aquí esperando, hermano —dice algo agresivo Sasuke —. Mientras nosotros estamos aquí es muy probable que Kakashi se encuentre en problemas.

—Deberías de tener más confianza en nuestros aliados —musita con la voz grave aquel hombre sin abrir siquiera los ojos —. Además, lo que tengo que hacer aquí es una algo demasiado importante.

El menor, sin poder entender las razones de su hermano se pone de pie sin hacer mucho ruido, sin lograr que aquel de cabello largo lo observé, porque la manera pacífica en qué el mayor mantiene los ojos cerrados no cambia a absoluto. El viento cálido de esa mañana mueve sus largos cabellos , haciendo revolotear las hebras oscuras; sin embargo, sigue sin perturbarse.

Los pasos ligeros sobre el piso de madera causan unos rechinidos sobre la superficie ya algo vieja; pasos que se detienen al llegar al marco de la la puerta, antes de que el shöji sea corrido.

—Confiaré en ti, Itachi —dice Sasuke con la voz más tranquila —. Espero que sepas lo que haces.

El sonido de cómo el shöji roza al ser abierto anuncia su salida, pero, ni siquiera de esa manera el mayor voltea a ver a su hermano menor. Itachi se mantiene en la misma posición, bastante tranquilo.

Esa mañana en particular, Sasuke luce diferente a cualquier otro día, no tan sereno. Camina por el corredor dispuesto a ir a la habitación que Kurenai le proporcionó, sabiendo que a esa hora es muy probable que aquella mujer se encuentre en el mercado, pero, antes de que pueda doblar por el pasillo visualiza el espacio abierto de la habitación que fue ocupado la noche anterior por aquella geisha tan peculiar.

El lugar  se encuentra completamente limpio, el futón en el cual hubo de haber dormido está acomodado en medio de la habitación junto con la ropa que usó la muchacha para dormir.

Su mano se posa en el marco de la entrada, y son quizá solo un par de minutos los que se detiene para observar el lugar vacío.

—Sakura es la geisha más famosa de la okiya de la vieja Chiyo —escucha a sus espaldas la voz de Kurenai. Pese a que lo ha tomado por sopresa no se exalta en absoluto.

Aunque sí se siente molesto consigo mismo, ya que sus sentidos siempre están alerta, pero específicamente esa mañana parece como si su cabeza no estuviera en ese lugar.

Sasuke observa en las manos de Kurenai la tela doblada del kimono que la mujer de cabello rosado traía puesto la noche anterior, aquel fino trozo de tela cubierto de sangre se encuentra ahora limpio, y puede apreciar más los colores, la textura y brillo.

También, se da cuenta de que Kurenai trae consigo la cesta que suele utilizar cuando sale al mercado a comprar. Sus ojos intentan enfocarse en la canasta para que no sepa que ha reparado mucho en el kimono de la geisha.

—Salí a comprar vegetales para la cena —dice la mujer mostrándole una sonrisa —. Deberías de ir a entregarle esto —alza la mano con el kimono. Su voz denota un ligero tinte de diversión, porque en efecto, se ha dado cuenta que Sasuke está de pie en ese lugar por Sakura.

—Sería una pérdida de tiempo —habla por fin el muchacho de ojos negros.

La sonrisa de Kurenai se desvanece, sus ojos que antes demostraban diversión ahora han perdido su brillo. Su mano sigue arriba, sosteniendo la tela fuertemente, y Sasuke como a quién no le interesa hablar sobre ese tema pasa de largo, dejando a la mujer solamente con la intención.

—Desearía que de alguna manera tu inocencia regresara —dice Kurenai ahora con la voz cargada de nostalgia.

Sasuke se detiene, pero no es capaz de responderle. Solo escucha.

—Espero que algún día tu hermano y tú encuentren la paz. Quizá si te das una oportunidad de conocer a alguien que te haga feliz puedas empezar de nuevo...

—No tienes por qué cuestionar las decisiones que mi hermano y yo tomamos —dice Sasuke interrumpiendo a Kurenai.

Sus pasos por el corredor se reanudan, tranquilos.

—Solo por si quieres saberlo —insiste la mujer —, Sakura debe de estar esta noche en la casa de té de Chiyo-san. Por si quieres llevarle su kimono.
Dicho esto Kurenai entra en la habitación solitaria para dejar la prenda sobre el futón y Sasuke sigue su camino.


—«Simplemente no puedes, él te traerá problemas. No preguntes, solo aléjate de él y olvídalo».

El sonido de caballos relinchando le producen una ansiedad que se puede leer en su lenguaje corporal. La voz que recuerda perfectamente la escucha tan cerca en ese momento, tan real. Las voces se filtran desde el jardín, escucha como su okasan le da la bienvenida a aquel hombre y sus acompañantes. Pero ella, definitivamente no puede dejar de temblar.

Y por un segundo cruza por su cabeza una loca idea. Quizá pueda fugarse, quizá pueda buscar refugio en la posada de Kurenai. Pero Hinata; ¿qué será de ella si decide huir?

¿Cómo podrá sobrevivir su pequeña hermana?

Ni siquiera es apta para ser una geisha, ni siquiera...

—¿Qué es lo que está sucediendo?

Escucha desde la puerta de su habitación la voz de aquella que se ha convertido en su más grande preocupación.
—Hinata —dice sintiendo como las palabras se le atoran en la garganta.

La joven mujer frente a sus ojos tiene mejor aspecto que la noche anterior, no presenta las mejillas arreboladas ni el sudor profuso. Se ve tranquila, sin la respiración raquítica.

Sakura observa directamente al blanco profundo de sus ojos, faltos de conos y bastones, como si estuviera viendo hacia una puerta abierta en dónde no hay nada.

—Sakura-chan —musita la mujer de cabello largo oscuro —. ¿Por qué hay tanto alboroto? ¿Sucede algo?

La expresión de Sakura cambia por completo, de esa seriedad que ha mantenido toda la mañana a una llena de miedo, resignación... Desesperación. Todos los músculos de su rostro se contraen, sus ojos verdes poco a poco se llenan de lágrimas.

—Lo lamento —dice Sakura.

Con cuidado Hinata camina a tientas, buscando con qué guiarse hasta el silencio de Sakura.

—¿Por qué llorar onesan? —pregunta bastante preocupada Hinata, y a Sakura se le rompe el corazón verla con esa expresión que no puede evitar acortar las distancia entre las dos.

Y como cuando eran un par de niñas olvidadas por el mundo; muertas de miedo, la abraza, aferrándose a ella como la última esperanza que le queda. Sakura no solamente derrama lágrimas, su cuerpo se contraen con fuerza, sus brazos ejercen bastante presión.

—Onesan...

—Perdoname, Hinata...—llora Sakura —. No puedo hacer nada...

—¿De qué hablas, hermana? ¿Qué es lo que sucede? —cuestiona Hinata comenzando a desesperarse porque no puede entender por qué su hermana mayor, la que siempre le levanta el ánimo y le dice palabras llenas de convicción ahora llora de esa manera. Ni siquiera cuando recién llegaron a ese lugar escuchó a Sakura llorar así.

Su oído, que es más fino que el de cualquier mujer de esa casa le anuncia que alguien se acerca. Los pasos toman su atención por un segundo.

—Sakura —escucha a Chiyo-san hablarle  a su hermana y a causa de eso la fuerza de los brazos de Sakura incrementa por una fracción de segundo —. Es hora.

Con suavidad, Sakura se separa de Hinata, enjugando las lágrimas que humedecieron sus mejillas, regresando a su expresión con la que suele encarar a esa mujer que pronto las separará.

—Un segundo —carraspea con la garganta lastimada de tanto llorar.

—Te espero afuera.

Los cortos pasos de Chiyo se pierden por el corredor y, nuevamente están solo ellas dos.

—¿Irás a la casa de té? —inocentemente pregunta Hinata.

Sakura niega, aunque está conciente de que ella no la verá. Sus manos blancas descansan en los brazos de la joven de cabello oscuro. Sorbe por la nariz y con toda su fuerza de voluntad habla:

—Esta noche no, Hinata. Escúchame bien —sus pulgares acarician los brazos de su hermana —: A partir de hoy no voy a vivir aquí, en la okiya.

—¿De qué hablas, onesan? —esta vez, es Hinata la que no puede ocultar el desconcierto en su tono de voz.

—He tomado una decisión —miente —. Tengo que pagar una deuda, y no puedo seguir más es este lugar.

No puede decir: es por ti, porque debo más de lo que puedo pagar.

Porque ni siquiera con el dinero que consigo en la casa de té puedo pagar las deudas que he generado a causa de los medicamentos que tengo que comprar.

Nuevamente, Sakura llorar en silencio.

—¿A dónde irás? —cuestiona Hinata llorando también, sus ojos observan hacia un universo lejano, ocultó entre nubes espesas.

—A otra okiya... —responde Sakura.

Separadas.

Por primera vez en muchos años.

Cada una vivirá lejos de la otra, tomarán diferentes caminos y no volverán a verse.

Porque Sakura, muy pronto se convertirá en esposa de un hombre al que jamás ha visto, a quién no conoce. Pero tampoco quiere preocupar a su pequeña hermana con esas cuestiones.

Aunque el tiempo ha pasado, aunque los años corrieron de prisa, todavía detalla el rostro de la niña cubierta de suciedad y ceniza. Y no solo de ella, de todos aquellos que la acogieron como una hija, como una más de un clan extinto.

—No será para siempre, volveré —forza una risa que no ha resultado en absoluto creíble para Hinata.

—No quiero quedarme aquí sola —dice Hinata, pero muy en el fondo también ella tiene conocimiento de cómo su hermana ha tenido que sacrificar tanto por ella y cree, que tal vez de esa forma Sakura pueda librarse de aquella atadura que las une —. Pero confío en que tú decisión es acertada. Ve con cuidado, Sakura. No te olvides de mí —ruega la más pequeña abrazando por última vez a su hermana.

—No te preocupes, en cuanto pueda vender a visitarte.

Y, aunque no cree que aquello sea cierto, Sakura alberga la esperanza de que algún día pueda regresar por Hinata.

Sus cuerpos se separan, el aroma a vainilla de su pequeña hermana menor se queda en su registro olfativo para siempre, de alguna manera esa esencia siempre le recordará a su pequeña hermana.

Sin poderlo evitar, se da cuenta del miedo que expresa Hinata con su rostro, porque ahora no sabe que va a ser de ella, que ahora no existirá quien la defienda, quien la proteja.

Sale de la habitación sintiendo como si sus piernas fueran a colapsar en cualquier momento. No siente que sus pasos sean tan firmes como suelen ser, a pesar de la seguridad que se ve en su vestuario, esta vez Sakura luce bastante frágil.

Las voces externas del final del pasillo le anuncian que con cada paso que da está más lejos de Hinata. Más lejos de lo único que la hizo sentir segura durante tanto tiempo. Pero es conciente, que solamente de esa manera podrá protegerla.

En un segundo las voces cesan, y la luz del final se vuelve más intensa, al punto de parecer segadora.

Ahí, de pie en la entrada, con un traje digno de un emperador se encuentra aquel hombre al que vio hace unos días, el de cabello blanco y líneas de expresión marcadas.

El silencio permanece, aún cuando varios soldados se encuentran detras de él, como estatuas inertes y, por un segundo la curiosidad invade a Sakura, de saber cuál de todos ellos será su esposo. Pero los ojos de Sakura no se quedan solo en el gran número de hombres, también observan que ahí, entre el tumulto se encuentra el resto de las geishas de la okiya, entre ellas Karin la cual no puede ocultar la preocupación en sus ojos.

—Sakura-san —habla el hombre mayor tomando nuevamente su atención —. Permítame presentarme, mi nombre es Hagoromo Otsutsuki y he venido a escoltarla personalmente hasta nuestro hogar para que mi hijo mayor pueda desposarla.

Un escalofrío recorre todo el cuerpo de Sakura, por instinto realiza una reverencia porque no es siquiera capaz de hablar. Ahora todo se siente más real.

El hombre mayor extiende su mano para que ella pueda bajar los escalones que separan el suelo del tatami y ella, con la mano temblorosa acepta.

Se siente como si todo aquello no estuviese pasando en ese momento, pero conforme avanza y deja la okiya se da cuenta que también su vida se queda en ese lugar, de repente sin que tenga conciencia de ello percibe como alguien la envuelve entre sus brazos; efectivamente, Karin le da un último abrazo olvidando por completo su papel de geisha. Quizá después de esto se gane una reprimienda, pero tampoco quiere quedarse con aquella inquietud, tampoco quiere arrepentirse el día de mañana.

—No te olvides de nosotros —le dice a Sakura en voz baja —. Siempre serás mi pequeña hermana.

Sakura le devuelve el abrazo con la misma calidez, colocando una mano en la espalda de la geisha de cabello rojizo de la misma manera que se abraza a un ser querido, de esos con los cuales se ha generado un lazo tan fuerte que solo basta eso, un abrazo para sentir todo el cariño.

—Gracias, onesan —responde Sakura. Ambas se separan y con la mirada transmiten todos aquellos te quiero que ya no podrán ser dichos —. Cuida de Hinata —ruega.

Karin asiente con convicción, haciéndole una promesa con la mirada. Reafirmando su compromiso de cuidar desde ese día de ella.

Con cuidado voltea una última vez para ver aquella casa, de estilo tradicional que tantos días la vio correr y jugar; aquel lugar lleno de reglas y doctrinas que la llevaron a ser una geisha, aunque jamás cedió, hasta ese momento.
Los árboles le parecen más frondosos que otros días, osberva más allá, los jardines en dónde creó tantos juegos divertidos para niños como ella; bajo las sombras en dónde hubo contado los cuentos mágicos con los que hacía olvidar los recuerdos de abandono y maltrato.

—Es hora —dice el hombre mostrando una sonrisa afable.

Y así, entre miradas de buenos deseos, de admiración se aleja Sakura; con el mentón en lo alto, con los pasos delicados; se aleja con la mirada desafiante porque aún, cuando hayan decidido por ella, definitivamente no va a ceder. No le dará el gusto a su esposo de ser una mujer débil.

Porque quizá... Bastó una sola acción para que alguien generara en ella una gran admiración.

La parsimonia de su andar no lo hace letal ante los ojos de aquellos pueblerinos que dan un último paseo antes de que el ocaso llegue.

Su hermano desapareció hace unas cuantas horas y él aprovechó para escapar, porque, aunque no lo admitió frente a Kurenai, realmente sentía esa curiosidad por volver a ver a la geisha sin modales que conoció.

Sonrie perdido dentro de sus pensamientos al recordar la forma en que la muchacha le daba frente a aquel hombre que destazó. Su voz directa, sus ideales inmóviles. Recuerda la osadía de la muchacha al golpearlo y también, la súplica de su mirada.

Sus pies se detiene frente a la casa de té que le señalaron cuando preguntó y por un minuto siente una emoción que no quiere dejar salir al pensar en que pronto verá los ojos destellantes de Sakura. Pero entre los hombres ebrios y las mujeres de kimono que regalan sonrisas no alcanza a ver a la muchacha de cabello rosa.

—Eso es de Sakura-chan —escucha a su izquierda.

Con tranquilidad voltea, siguiendo con su imagen de sujeto frío. Es imposible ver dentro de su expresión si aquella afirmación logró en él alguna emoción.

Observa con tranquilidad la tela que sostiene; el kimono perfectamente doblado.

—He venido a traerle esto a Sakura —dice, la excusa perfecta para ver una vez más a la geisha del cabello como las flores de cerezo.

Pero la expresión de la mujer frente a él no es para nada agradable. Tiene unos ojos color escarlata que observan el kimono con dolor.

—Imagino que eres ese, del cual los hombres hablan. Aquel que contratan para protegerlos y no teme manchar sus manos de sangre —recita Karin y antes de que él lo confirme afirma —: eres Inazuma, ¿cierto?

Sasuke asiente confirmando su sospecha. Karin había escuchado hablar de Inazuma, especialmente a los hombres que visitan la ochaya, muchos de ellos narran historias de aquel muchacho. Aunque por las expresiones que suelen utilizar quizá se lo hubiera imaginado de otra forma; no como un joven muchacho guapo.

—Ahora entiendo por qué le gustas a ella —dice Karin sin pudor regalándole una pequeña sonrisa.

Sasuke no se sobre exalta, no demuestra que aquello lo ha ilusionado un poco. No demuestra absolutamente nada porque no sabe qué es lo que realmente debe sentir.

—¿Crees que pueda verla? — pregunta de manera directa y ante esto Karin niega mostrando una expresión indescifrable para él.

—Lo lamento —dice —. Sakura no se encuentra más aquí. Ella... No va a regresar.

Aquello confunde grandemente a Sasuke. Tanto que por primera vez se apresura a preguntar:

—¿Por qué? ¿Le sucedió algo?

—No puedo decirte —admite directamente.

La poca información lo confunde todavía más. Pero crea en él un sentimiento parecido al vacío; poco a poco se extingue aquella pequeña flama que por un instante ardió en su interior.

«Es lo mejor»

Piensa para sí mismo.

Podría preguntar, quizá insistir. Pero no es algo que él esté dispuesto a hacer.

—Solamente quería regresarle su kimono —dice tranquilo. Porque realmente no le afecta.

Extiende la mano con firmeza y Karin, sin apartar los ojos de sus pozos oscuros lo acepta. La mujer jamás ha visto una mirada tan oscura como la de él, jamás ha presenciado como una persona puede estar tan ajena a las emociones del ser humano.

—Te lo agradezco —dice ella presionado con fuerza el kimono contra su pecho.

Y antes de sopesar en su presencia se da cuenta de qué se encuentra sola en ese lugar.





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