Desastre
Capítulo IV
El traqueteo del exterior, producido por los caballos que halan el carruaje le remonta a cuando tenía unos cuantos años de vida.
A la negrura de una noche bañada de sangre; recuerda el reflejo de la luna vislumbrandose en el río que recorría el lugar que la vio nacer, el pueblo que le dió la bienvenida a su primera inhalación, el pequeño pueblo que no fue creado para existir.
Eso le da fuerza para seguir con aquello, para no flaquear.
Sabe de donde proviene, y, que además de ese lugar en donde se encuentra no tiene ningún otro destino al cual dirigirse.
Más allá de la okiya, no existe ningún lugar al que pueda regresar si decide escapar. Ha sido vendida como se les vende a los esclavos, la han vendido como un animal domesticado; pero ella no es así, Sakura no es un conejo domesticado; es, en su defecto como un camaleón. Alguien que puede adaptarse a su entorno. Ella puede ser dulce si así lo amerita la situación, pero también poseé una lengua afilada.
Y no va a ser la esposa sumisa que espera aquel hombre que sea. No va a ceder.
—Mi señora —escucha la voz de un joven. De aquel pequeño muchacho que venía con su futuro suegro —. Hemos llegado.
El muchacho no la mira al rostro, se mantiene con los ojos puestos en el suelo. Afuera, el barullo de los hombres descargando sus caballos es suficientemente alto, pero ninguno de ellos parece ponerle atención a la interacción entre el muchacho y Sakura.
—Gracias —dice ella por mera cortesía.
La voz de Sakura, es para aquel muchacho una especie de estimulante que lo obliga a levantar el rostro, incluso cuando se le ordenó que tenía prohibido ver directamente a la cara a la futura esposa de su señor. Pero es inevitable, la curiosidad le carcome.
El rubor se instala de inmediato en sus mejillas, a pesar de que esta vez Sakura lleva consigo el maquillaje que oculta completamente su faz, aquel muchacho no ha visto nunca una belleza igual.
El color blanco esparcido sobre la piel de Sakura, tan diferente a la línea negra que delinea sus párpados. Los labios no son dos líneas rojas, son como una apetitosa cereza.
En un plano simple, podría ser Sakura como cualquier otra geisha; sin embargo, en lugar de un par de pozos oscuros un par de joyas jade sobre salen debajo de un abanico de rizadas pestañas.
—L-lo lamento —se escusa el joven de inmediato conciente de su impertinencia—. No era mi intención.
Pero sí la era.
—No tienes por qué disculparte —dice Sakura sintiendo ternura —. Dime —lo incita, acercándose a él, casi colocándose en la entrada del carruaje —, ¿tienes algún nombre?
Una vez más, seducido por la voz de la geisha el muchacho la observa, la cercanía que ahora mantienen ella y él le ha generado bastante calor.
—Idate —contesta —, mi señora.
Una risa armoniosa sale de la boca de Sakura, quien, nuevamente introduce su tronco dentro del carruaje, dejando que su espalda vuelva a tener la postura recta que debe.
—Así que Idate —dice —. Es un gusto.
Es astuta.
Sakura, es bastante astuta como para saber cómo ganarse la atención de un hombre.
Desde un principio lo ha notado, como aquel joven muchacho se encuentra nervioso ante su presencia. Tal vez sea una pequeñez, pero en un mundo, dónde todos son extraños para ella; tener un aliado puede ser de mucha ayuda.
—Idate —se escucha un voz gruesa, la piel se le ha puesto como de gallina al creer que ha sido pillado espiando a la geisha.
—Hermano, yo —contesta sobre exaltado queriendo fundirse con la penumbra de la noche.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le riñe el mayor.
Sakura no puede ver el rostro del recién llegado ya que no se encuentra en un ángulo que le favorezca espiar y, como debe de mantener el porte de geisha decide esperar.
—Yo solo —repite Idate bastante espantado.
—Déjate de escusas y ve a ayudar a los demás a descargar.
—Sí, hermano —Idate realiza una reverencia y sale disparado.
Los pasos pesados, cadentes se escuchan diferentes a los pequeños pasos torpes de Idate, se acerca. Aquel hombre se acerca.
—Lo lamento —se escusa una vez está frente a Sakura —. Mi hermano menor algunas veces puede ser bastante irritante.
A diferencia de Idate, aquel hombre muestra una edad mucho mayor. Su estatura sobre pasa los dos metros, o eso cree Sakura en ese momento, y aquel rostro no presenta la jovialidad de Idate, las cicatrices que le marcan la piel le hacen saber, que aquel es un hombre de combate.
—Mi nombre es Ibiki Morino, mi señora —dice —. Estoy a cargo de la seguridad de la familia Otsutsuki. Y a partir de ahora, también estoy a cargo de su seguridad.
Ibiki realiza una reverencia digna de un soldado de élite. Aquello deja a Sakura bastante sorprendida, porque hasta hace unas horas no sabía la importancia que representa aquella familia. El poder que tiene su futuro esposo, y al parecer, tanta faramalla la tiene a la expectativa.
—Se lo agradezco. Por favor, cuide de mí.
Ibiki asiente todavía sin verla, manteniendo la reverencia.
—¡Por fin, hemos llegado! —escucha Sakura la voz de su comprador. A diferencia de la solemnidad que presentó en la okiya ahora se escucha indescifrablemente animado.
No tarda en aparecer en su campo de visión aquel que le fue presentado como Hogoromo Otsutsuki. Sus ropajes blancos le visten por completo.
Ibiki, se quita de su camino, todavía manteniendo la vista ajena a ambos, mientras aquel hombre mayor le tiende una mano a Sakura.
—¿Me permite? —habla cauteloso.
Por un segundo Sakura duda, pero es solo un instante antes de darle la mano para que la ayude a bajar.
Con delicadeza desciende, sin saber qué es lo que le espera.
Su piernas se desdoblan, el kimono cae bajo sus tobillos, el color negro no es quizá el indicado para una futura novia, pero quiere mostrar que se encuentra de luto. Porque en ese momento una parte de ella ha muerto al ser vendida.
La vista le impresiona, frente a ella dos líneas paralelas de personas se encuentran alumbrando con lamparas de aceite mientras hacen una reverencia.
No son unos cuantos, no son diez o veinte; son por lo menos más de cincuenta mujeres y hombres esperando su llegada.
Todo es silencio.
Ninguno levanta el rostro.
Haciéndole compañía su futuro suegro, la guía.
Sakura no puede evitar recorrer los rostros de algunos, pero no repara mucho en ellos, no los puede detallar ya que son demasiadas personas que no puede grabar en su memoria las facciones de cada uno.
Al fondo, la casa se extiende majestuosamente. Es más grande que la okiya en donde vivía con tantas geishas. Parece una mansión tradicional, con hermosos árboles rodeando los límites.
Está anonadada, sorprendida en gran manera.
Todo le llama la atención, pero no puede mantener sus ojos puestos tanto tiempo en la fachada del lugar, porque al final de su camino. De pie frente a la puerta, un par de siluetas se encuentran situadas.
Sobresaliendo entre la multitud.
Como un par de principes de mármol.
Su garganta se siente seca de un minuto a otro resultandole imposible pasar saliva. Por un momento olvida los lujos, la calurosa bienvenida y se concentra en que sus piernas no colapsen ahí, delante de todos.
La luz envuelve a los hombres frente a ella dándole todavía una apariencia más impresionante.
Dos expresiones contrastantes la observan, un rostro con una sonrisa y otro, mostrando una línea recta. Y ella lo sabe, que su futuro esposo no es el que la mira con curiosidad, no es el que parece feliz de que esté ahí.
Es aquel que mantiene una mueca de disgusto. Y la observa con un profundo resentimiento, o tal vez no a ella. Tal vez solo es porque sus ojos se fijan en los negros del varón de blanco. Pero él más que verla a ella ve a su padre. Le reta con la mirada, le hace saber que aquella ofrenda que representa Sakura ha sido rechazada desde ese primer momento.
No sabe si eso sea favorable, o un problema.
La distancia se acorta.
Sus pasos se detenien en medio del silencio.
Frente a ella, con el mentón bastante elevado está él.
—Indra —habla Hogoromo con orgullo —. Mi hijo mayor. He traído a ti, la mujer que he elegido para que puedas desposarla.
Sakura siente la garganta seca, no puede hablar. No sabe que decir. Solo está ahí, intentando parecer imperturbable, indiferente. Mostrando ese mismo orgullo reflejado en los ojos.
Pero él, Indra; ni siquiera la mira. No es para darle una mirada fugaz. Sus ojos se mantienen fijos en su padre.
—Mi voluntad no ha cambiado, padre —habla por primera vez Indra. Su voz como trueno resonante le quita el aliento. Porque Sakura lo admite, aquel a quien le han presentado como su futuro marido impone en gran manera —. Mantengo mi decisión firme.
—Ya hablamos de esto, hijo.
—No. Tú tomaste una decisión a tu propio beneficio —interrumpe Indra a su padre bastante molesto. —. Yo no te pedí una esposa. Y eso no va a cambiar.
Por primera vez los ojos de aquel joven hombre se posan en ella y un escalofrío le recorre todo el cuerpo. La mirada de Indra es tan penetrante, tan oscura. Por un segundo sus pensamientos se mueven en torno a otro chico con esa misma cualidad, con una mirada densa; pero es diferente, a pesar de que aquel que se hace llamar Inazuma destajó a dos hombres frente a sus ojos, por una extraña razón no sintió ese tipo de rechazo de su parte. En cambió, ahora Indra la observa con un repudio bastante profundo, con un resentimiento que no puede descifrar.
Ella no entiende, no comprende qué es lo que está pasando en aquella presentación. A su parecer, Indra se resiste a tomarla como esposa. Aún frente a tantos espectadores silenciosos aquel joven hombre acaba de contradecir a su padre.
—Hermano —escucha decir al más joven, intentando calmar la furia de Indra.
Pero a pesar de su voz tranquila, suplicante; recibe la misma negativa. La misma mirada ahora sentenciandolo a él a un silencio inexplicable.
—Basta, Ashura —puntualiza.
Sin esperar nada más, Indra se da la media vuelta y avanza en silencio hacia el interior de la casa. Dejando a todos sin nada qué decir.
Sus pasos son tan firmes, que el rechazo se siente real.
Y eso, para Sakura, es una perfecta oportunidad. Sonríe para sus adentros, por primera vez en muchos tiempo tiene un poco de esperanza.
—Lamento el comportamiento de mi hijo —dice el hombre mayor mientras la guía a través del largo pasillo.
El tatami es de color oscuro, adentro, el aroma del sésamo perfuma los rincones.
Ha escuchado la disculpa de Hogoromo, pero no es permitido a las geishas hablar de más delante de un hombre, así, que solamente se dedica a seguirle el paso.
No están solos, después de que aquella presentación resultara desatroza y los empleados fueran despedidos a sus labores, una joven criada los ha seguido durante todo ese trayecto.
Pero la chica, no dice nada.
Los pasos del hombre se detienen frente a un par de puertas corredizas. Sakura quisiera decir que se ha grabado el camino a la perfección; sin embargo, entre tantas vueltas le resulta imposible recordar. De lo que sí está segura es de que aquella casa, es demasiado grande y espaciosa.
Aunque no cree que todos aquellos trabajadores y criados residan dentro del lugar.
—Esta será tu habitación por ahora —señala el hombre corriendo un poco una de las puertas —. Hasta que tú y mi hijo se casen, tendrás que dormir aquí.
El alivio llena el cuerpo de Sakura, porque ella pensaba que desde el primer día en que ella pisara aquel suelo estaría obligada a compartir habitación con su futuro esposo. Y saber eso, le hace pensar que tendrá un poco más de tiempo.
Realiza una reverencia, sin hacer preguntas inecesarias.
—Espero que tengas un buen descanso, y no te preocupes; por el momento no hace falta que te presentes a comer en el comedor. Mandaré a que te traigan alimento. Por lo menos hasta que mi hijo acepte tu presencia.
Las últimas palabras de Hogoromo se vieron perdidas dentro de la cabeza de Sakura, ya que sus ojos observan cada rincón que se le ha presentado. La habitación es bastante espaciosa, muchísimo más que la que compartía con Karin.
Como si todo fuera nuevo en ese lugar y estuviera hecho especialmente para ella.
Un peinador, de madera firme llama completamente su atención; sobre él, acomodados perfectamente en orden hay varios frascos. Sakura no sabe muy bien, quizá sea maquillaje, tal vez botellas caras de perfume.
En medio de la habitación, se encuentra un futón acomodado de manera ordenada, y a su parecer es nuevo. ¡Jamás ha tenido algo así para ella sola!
La decoración es meramente oriental, pero algo que le ha gustado bastante es un bello espejo que abarca su cuerpo por completo.
—Espero la habitación sea de tu agrado —sigue Hogoromo —. Estoy seguro de que todo lo que necesites lo podrás encontrar en este lugar.
Sakura voltea a verlo, y con una mueca completamente sincera responde:
—Gracias, Hogoromo-sama.
—No, no, no. Querida —dice con gracia aquel hombre —. Puedes decirme padre. A partir de este día, eres mi nueva hija.
Aquello que acaba de decir la enternece. Jamás imaginó, que encontraría tanta compasión en un lugar como ese. Jamás creyó, que llegaría a algún lugar en donde alguien la trataría no como una esclava, tampoco como una mujer comprada; sino como un igual. Ha pasado tanto tiempo desde que se sintió de esa manera.
—Si necesitas cualquier cosa puedes decírselo a Matsuri, es la criada que he elegido para ti.
Sus ojos verduzcos pasan a la escuálida figura que se encuentra todavía detrás de ellos, en silencio, atenta a las indicaciones que ha de recibir. Todo ese tiempo ha permanecido como una sombra sin emitir ningun sonido.
—Gracias... —Sakura piensa un par de segundos —. ¿Padre?
Hogoromo sonríe complacido.
—Bueno, te dejo para que descanses.
El hombre da la vuelta y camina por el pasillo, dejando sola a Sakura con su nueva criada. Pero a pesar de la compañía ella se siente sola. En sus pensamientos se encuentran Hinata y Karin.
Sin entusiasmo entra a la habitación sabiendo que está siendo observada, que no está en casa. Que ahora es una intrusa en ese lugar y bastante consciente de que el hombre destinado a ser su esposo no la quiere.
Sus manos se dirigen al peinado alto, poco a poco retira los palillos y broches que le mantiene en perfecto estado el cabello.
Lo odia, detesta tener que peinarse de esa manera. Con delicadeza, las hebras rosadas caen por su espalda, tan suaves como plumas. Sin decir nada se dirige a una pequeña mesa en dónde se encuentra una jarra y un trapo de tela. Vacía un poco de agua sobre la tela y arrastra de su rostro la plasta blanca de maquillaje.
Por fin se empieza a sentir como ella misma. Detrás, las puertas de su habitación han sido selladas.
—Ya no lo soportaba —comenta. Pareciera que habla sola, pero la plática la ha comenzado para escuchar la voz de Matsuri; sin embargo la joven criada se mantiene en silencio —. Esto es horrible, realmente es horrible tener que estar con esta cosa en la cabeza.
Los adornos han quedado sobre la pequeña mesa, la pintura casi sale por completo de su piel.
—Matsuri, ¿verdad? —le llama. Hablarle directo es su único recurso al parecer para hacer que la chica entable una conversación con ella.
Los ojos oscuros de la chica la observan, se encuentra absorta. Asombrada por la apariencia de Sakura, porque, hasta ella siendo mujer puede darse cuenta de que la joven maiko de cabello rosa es aún más hermosa sin la parafernalia que trae consigo.
—Así es, mi señora —contesta reverente.
Sakura tuerce un poco los labios. Que esa joven chica la llamé de esa forma no le agrada en absoluto.
—Sakura —deletrea —. Solo dime Sakura.
Matsuri no luce muy convencida con aquella petición.
—No podría llamarla por su nombre, si mi señor me escucha podría echarme de aquí —responde sincera.
Sakura lo piensa por un par de segundos. Toca su barbilla suavemente con la punta de su dedo índice.
—Entonces tendrá que ser solo cuando estemos a solas —la maiko sonríe.
Matsuri no luce muy satisfecha, se le ve dudosa. Pero si es una orden directa de ella tiene que acceder.
—Está bien, Sakura-san.
La maiko asiente complacida. La idea de tener a una chica que la acompañe le agrada bastante. No es fanática de estar sola.
—¿Tienes mucho tiempo viviendo en este lugar? —pregunta Sakura mientras se saca las telas del kimono. Aquel pesado vestido que la está sofocando.
Piensa que si no tiene necesidad de salir no debe de esmerarse tanto en su papel de geisha.
Toma aquella ligera yukata de color rosado que se encuentra en el futón y la coloca sobre el fondo blanco, lo único que no se ha quitado frente a su nueva criada.
—Desde que tengo memoria, mi... —se detiene al ver la mirada fija de Sakura —. Es decir, Sakura-san.
La expresión, de la joven chica le resulta a Sakura bastante enternecedora. Porque le habla como si ella fuera superior, cuando no se siente realmente así.
Sino fuera por...
Si aquella noche no la hubiesen ayudado, ella definitivamente hubiera muerto junto a Hinata.
Con pasos lentos Sakura se acerca a la joven de cabello castaño, y en un movimiento impredecible toma sus manos.
—Espero podamos ser buenas amigas, Matsuri —dice con bastante entusiasmo.
La joven criada la observa por primera vez de cerca, aquel rostro sin maquillaje que es aún más hermoso al natural. Aunque le llama la atención en gran manera el color rojizo que se asoma, como si la joven maiko de cabello rosa hubiera sido agredida.
Pero aun así, Matsuri se da cuenta de lo hermosa que es Sakura.
—Sí —afirma la de cabello castaño mostrándole una pequeña sonrisa.
Estar en ese nuevo lugar le ha ocasionado insomnio.
Es demasiado tranquilo, de eso no cabe duda. Pero extraña a Hinata y Karin de una manera que no pensó fuera posible. Se pregunta si en ese momento ellas también piensan en ella, como Sakura lo hace.
Por lo menos agradece que las expectativas que tenía resultaran erróneas. No sabría que hacer si en ese momento compartiera la misma cama con su futuro esposo.
En el exterior escucha el sonido de los insectos amenizando la velada, es un sonido relajante. Pero incluso así, no puede dormir.
De pronto, un ruido hace que se levante de golpe sentándose en el futón con las hebras rosadas cayendo por sus hombros. Analiza el lugar y vé, en el rincón de la habitación el futón de Matsuri que se eleva con cada respiración.
Una vez más, el sonido de viento cortante hace que busque la dirección de dónde proviene. Se pone de pie, y con cautela —tratando de no despertar a Matsuri — camina a través de la habitación para salir.
Sale cerrando detrás de sí el shöji de su habitación. El pasillo se encuentra en total silencio y oscuridad, no recuerda el camino que recorrió al llegar pero eso no importa ahora, no va a escapar. No piensa huir, lo que llama su atención es aquel sonido, como de una katana cortando el viento con su filo.
Tal vez para otro ser humano racional sea una locura ir en búsqueda de algo como tal, pero Sakura siempre ha sido una chica bastante curiosa. Además, le recuerda a aquel encuentro con su salvador Inazuma.
Su corazón late desbocado, creyendo tal vez —aunque sea muy remota la idea —, que, aquel joven ha acudido nuevamente a su rescate.
Acelera el paso hasta en final del pasillo en donde encuentra un par de puertas corredizas que reflejan la luz de la luna desde el exterior.
Las corre con cuidado, y observa la tranquilidad de una noche en ese lugar.
Las hojas de los árboles ya no son verdes en su tatalidad, el clima es bastante fresco; le recuerda que el otoño ya llegó. El verano quedó atrás junto con sus dos «hermanas» y esta nueva estación va a cambiar su vida para siempre.
Sale con cuidado, escuchando más audible el sonido que la atrae, que la seduce con su peligro.
Sus pies descalzos se entierran entre las hojas secas, la yukata le roza los tobillos.
Entre los árboles del jardín, en un punto bastante alejado ve una silueta que sobresale entre la naturaleza; imponente con majestuosa elegancia.
No es aquel muchacho con quién Sakura sueña, es para su infortunio, el hombre a quien será atada. Se detiene petrificada al observar como Indra, el hijo mayor de Hogoromo maneja una katana entre las sombras. Como si en ese momento descargara su furia contra el viento.
El haori blanco que presenció al llegar no se encuentra más cubriendo sus brazos; cae descuidado dejando ver la piel de su tronco superior, cada porción blanquecina de músculos firmes, tonificados.
Sakura nerviosa, da un paso hacia atrás cuando aquel hombre da nuevamente una estocada hacia la nada. Su mirada es recia, no se le ve para nada feliz y ella sabe que la causa de su mal humor sea quizá su presencia.
Otro paso en retroceso de Sakura. Pero no se ha percatado de una pequeña rama traicionera que se ha cruzado en su camino crepitando con bastante fuerza. En ese momento Sakura pierde el aire. Se queda paraliza.
—¿Quién está ahí? —escucha a Indra hablar con autoridad. Se ha detenido a buscar entre las sombras a su espía y eso logra poner nerviosa a Sakura.
El joven sostiene con fuerza la Katana, y la expresión feroz pasa a estar en estado de alerta.
Sakura ahora piensa que no fue una buena idea haber salido de su habitación, una vez más avanza hacia atrás intentado huir; pero no es tan rápida como su futuro esposo. Quien en un segundo le da alcance.
Se ha quedado solo con la intención de dar la vuelta porque en cuanto su cuerpo se giró, Indra sostuvo su muñeca con fuerza impidiendo que pueda escapar de él.
—¿Quién eres? —pregunta Indra obligando a Sakura mostrarle la cara. Pero ella se encuentra bastante asustada como para voltear a verlo directamente al rostro —. ¡Te hice una pregunta! —exige jaloneando de manera brusca a la joven chica que tiembla frente a él.
De manera cautelosa, Sakura levanta el rostro viendo la expresión furica de aquel hombre.
Sus largos cabellos estás desordenados, mucho más por el jaloneo que acaba de recibir.
Sus ojos enfocan con decisión la mirada oscura de aquel hombre y mostrando seguridad dice con fuerza:
—Soy Sakura, tu futura esposa.
La expresión molesta de Indra cambiar rápidamente a asombro al ver tan de cerca a aquella mujer que su padre trajo esta tarde para él.
—Sabía que esto pasaría —dice Kurenai frotando sus sienes.
Se encuentra recargada en la mesa de la cocina de su austera posada bebiendo un poco de Sake.
Un golpe nuevamente se escucha afuera, en el patio trasero, y ella presiona con fuerza su cabeza.
De pronto por la puerta de la cocina Sasuke entra ajeno a la situación.
—¿Qué sucede? —le pregunta a la mujer.
Jamás la ha visto beber y verla así le causa consternación. No luce muy bien.
Toda la tarde ha estado afuera, escoltando a dos nuevos clientes que buscaron protección en él. Así que no tiene idea de qué es lo que sucede en ese momento; hasta que nuevamente escucha como afuera, en el patio alguien está armando un gran alboroto.
—¿Qué es eso? —pregunta dirigiendo su mirada al shöji que dá hacia el exterior.
Kurenai, con su dedo índice tembloroso señala hacia ese lugar pero lo dice nada. Se queda ahí masajeando sua sienes, aturdida.
Sasuke deja caer sus cosas en el tatami, sin dejar de lado su Katana, y con la mano bien puesta en el mango, sale de la posada, curioso de qué es lo que encontrará afuera.
Sus ojos se abren grandemente cuando observa en medio del lugar a Itachi golpear un árbol viejo con una espada de madera.
—¿Hermano? —cuestiona.
Lentamente se acerca él.
En cambio, Itachi continúa dando golpes al mullido tronco, uno tras otro. Su expresión muestra una ira incontrolable que solo puede ser saciada golpeando, hiriendo, quizá matando.
El sudor recorre su frente, un sonido gutural se abre paso por su garganta cuando nuevamente golpea con fuerza el tronco.
La mirada de Itachi es tan oscura que alerta a Sasuke. Jamás ha visto en ese estado a su hermano. La forma en la que Itachi mata es muy parecida a la de él, jamás muestra emociones. No como ahora que está descargando toda su furia contra un objeto inanimado.
—Itachi —vuelve a llamarlo Sasuke ahora más cerca, esperando que su hermano se tranquilice.
Otro golpe, otro sonido gutural.
—¡Es un maldito cobarde! —escupe Itachi con furia.
Sasuke no entiende a qué se refiere su hermano.
—¿De qué hablas, hermano? —pregunta con cautela.
Itachi se detiene dándole la espalda, su cuerpo se contraen con las respiraciones profundas que da. Está agitado, pero intenta tranquilizarse un poco.
Las inhalaciones son tan audibles.
—No podrá esconderse por siempre —dice Itachi jadenado por el cansancio pero bastante lleno de coraje. El odio en su mirada es tan profundo, aunque Sasuke no logra verlo —. Lo voy encontrar, aunque me cueste la vida. No voy a descansar hasta que su sangre se encuentre corriendo entre mis manos.
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