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Final.Goodbye...I guess

Sentía que era un sueño. Que había encontrado la forma de quedarme dormido y esto no era real. 

Pero sí lo era. Era real.

Roman podía verme. 

Ambos estábamos paralizados, viéndonos a los ojos mediante el espejo retrovisor de la camioneta y tan solo escuchando el sonido de los autos pasar a las afueras de nuestra ubicación. 

Miles de cosas pasaban por mi mente, pero ninguna de ellas era capaz de ser articulada por mi boca inmóvil.

El samoano por su parte tan solo parpadeaba, incontables y rápidas veces que podía visualizar a través del retrovisor de su camioneta. 

De alguna manera pude juntar un poco de valor, abriendo la boca y disponiéndome a sacar un sonido de ella. Al menos algo que no fuera tan estúpido. 

—Roman, escucha yo...

Pero el moreno movió su mano hacia la manija de su puerta y casi saltó del asiento del piloto. 

Bien...Gran inicio, Ambrose. 

A pesar de que pensaba que había salido corriendo hacia cualquier sitio gritando que se había vuelto loco, o llamando a la policía, ocurrió algo totalmente diferente. 

La puerta junto a mí se abrió con brusquedad, y sin dejarme decir absolutamente nada o hacer algo, los brazos de Roman me rodearon con una fuerza que nunca antes había usado. 

—¡Dean! ¡Dean, en serio eres tú! ¡No puedo creerlo!

En cuanto la temblorosa pero aliviada voz del hombre que amaba llegó a mis oídos, no me tomé ni el tiempo de pensar el cómo todo estaba sucediendo, simplemente cerré mis ojos con fuerza y rodeé su espalda con mis brazos. 

Podía abrazarlo, podía verme, podía escucharme también...

Tenía la oportunidad de estar a su lado una vez más. 

Sentía que las lágrimas querían volver a salir, pero una sonrisa se dibujó en mis labios cuando nos separamos lenta y suavemente de los brazos del otro. Él ya había comenzado a llorar aunque sonriera ampliamente. 

—¿En serio...?—murmuré, sabiendo que mi voz no tardaría en romperse con tan solo tener sus manos acariciando mis brazos cubiertos por la chaqueta.—¿En serio puedes verme, Rome?

No fue necesaria respuesta cuando él soltó una respiración, probablemente aguantando un sollozo y conteniendo una sonrisa aún más grande si fuera posible. 

—Por supuesto que puedo, lunático.—dijo, causando que las esquinas de mis ojos comenzaran a arder ante las posibles lágrimas.—Pero ¿cómo es posible? Tú...moriste en ese accidente...

—Sigo muerto.—me encogí ligeramente de hombros, tomando un poco de aire aunque no fuera realmente necesario.—Pero eso no quiere decir que te abandonara, Rome. 

Él solo negó con suavidad, como si el hecho de tenerme frente a sí todavía no fuera creíble a sus ojos. Solo dejé que volviera a abrazarme, correspondiéndole con la misma fuerza esta vez y deleitándome con aquella calidez que tanto tiempo extrañé cerca de mí. 

—Todo este tiempo...—susurró, enviando un cosquilleo por mi piel al tener su cálido aliento tan cerca de mi piel.—¿de verdad estuviste aquí?

Me separé delicadamente, lo suficiente como para encontrar su mirada con la mía. 

—Todo este tiempo...intentaste darme señales y... ¿cómo no pude notarlo?—hizo una pausa, en la que solo dejé que mis ojos se perdieran en los suyos mientras hablaba.—JoJo...Jon...—asentí ante aquello que buscaba respuesta, lo cual pareció ser suficiente para que el ceño de Roman se frunciera un poco.—Todo este tiempo, y yo no...

—No tenías como saberlo, Rome. No es tu culpa.—me atreví a poner una de mis manos sobre su mejilla, sintiendo que volvía a deleitarme por el tacto de este—No tienes la culpa de nada en realidad...

Hubo un cómodo silencio entre nosotros, en el cual solo podíamos perdernos en nuestras miradas, sin intención de romper el contacto visual en algún momento. 

—No sé muy bien como explicarlo, si te soy honesto—volví a hablar después de algunos minutos.—Pero puedo hacer un esfuerzo por contarte todo lo que pueda. 

Roman asintió con delicadeza, a lo cual le respondí con una sonrisa de lado y me dispuse a bajar de la camioneta. Pero su mano atrapó mis dedos que iban a alejarse de su pómulo, haciéndome levantar la vista nuevamente y encontrarme con sus brillantes ojos bajo el cielo nocturno. 

Su rostro se acercó lentamente al mío, tan solo cerrando sus ojos en el momento justo en que sus labios se juntaron con los míos. 

Nuestras bocas encajaban de una forma que habría hecho mi corazón latir a mil por hora, no pudiendo negarme a aquella sensación que hace tiempo ansiaba y seguir el ritmo de su beso. 

Nuestro primer beso. 

No tenía forma de explicarlo, pero era casi como si mi corazón hubiese comenzado a latir nuevamente, volviéndose completamente loco. 

De alguna forma sentí la calidez subiéndome por el cuerpo al momento en que su boca se alejó de la mía con lentitud, dejando un último y tentador contacto que no parecía querer desaparecer de mis labios inmóviles. No sabía si había sido posible el sonrojarme, pero si fuera así, probablemente ahora estaría más rojo que un tomate. 

Roman mordió la comisura de su labio inferior, sin apartar sus ojos de mí en lo que reprimía una tímida sonrisa. 

—Soy un tarado ¿no es así?—murmuró casi en un susurro perdiéndose en la oscuridad nocturna a nuestro alrededor.—No pude decirte que te quería hasta que...te fuiste...

Negué con suavidad, reuniendo todo mi valor y besándolo nuevamente, solo que esta vez fui capaz de llevar un fuerte ritmo que decía más que las propias palabras. 

El samoano me respondió de inmediato, devorando mis labios al punto que creí perder la compostura. 

—Estuve aquí todo este tiempo, Rome—dije una vez nos separamos, manteniendo mi frente contra la suya y mis ojos cerrados.—Olvida lo que pasó. Solo me importa esto ahora mismo. 



Abrazaba mis piernas contra mi pecho, agradeciendo el poder tomar asiento en el sofá todavía a pesar de mi condición en este limbo. 

No podía evitar el mantener mis ojos en el televisor encendido, apegando mi mentón a mis rodillas flectadas mientras me dedicaba a ver aquella entrevista que se estaba transmitiendo. 

Renee se dedicó a saludar formalmente a la audiencia, para a continuación darle la bienvenida a aquella pareja formada por el traidor de WWE y la afamada Anti Diva. 

Respondieron varias de las preguntas que los fans hacían respecto a lo especulado respecto a su compromiso, confirmándolo frente a todo el universo WWE con el anillo decorando el delgado dedo de Paige y la sonrisa estúpida en el rostro de mi amigo. 

Pero algo dentro de mí volvió a derribarse ante una pregunta en especial. 

—La siguiente dice; Seth ¿Cómo has manejado la muerte de De-?

La entrevistadora se interrumpió a sí misma, mirando la pantalla con una mueca pasmada y claramente frustrada de no saber el por qué dejaron pasar aquel tweet hacia el luchador que ahora se mordía los labios. 

—D-Disculpa, Seth—balbuceó nerviosa la rubia, negando con la cabeza en lo que la pantalla detrás de ellos se apagaba lentamente.— En serio que no debería aparecer una pregunta como esa. 

Paige alcanzó la mano que el agotado bicolor dejaba descansar sobre uno de sus muslos, ayudándolo a levantar ligeramente la mirada y pareciendo lograr su objetivo de reconfortarlo. 

—Renee, ha sido difícil para todos—habló la pelinegra, mientras tan solo podía ver a Seth apretar suavemente su mano en completo silencio.—Nos hemos visto sacudidos por la pérdida de un gran luchador...pero principalmente perdimos a un amigo. 

Mi garganta se sintió extraña con tan solo estar viendo todo a través de un televisor, por lo que me vi obligado a tragar en busca de lograr recuperar el ritmo normal de mi aliento. 

—Es...—Paige hizo una pausa, parpadeando un par de veces con su mirada hacia arriba, probablemente tratando de evitar lágrimas a juzgar por el temblor de su voz.—es difícil pensar en el hecho de que hace tan solo unas semanas lo veíamos molestando por los pasillos, llamándome cuervo y diciéndome que era un estorbo...

Mi pecho dolió cuando la vi pasar sus dedos debajo de uno de sus ojos, parpadeando sin parar frente a la preocupada mirada de la pelirrubia en el sofá rojo. 

—Pero extraño a ese lunático. Extraño sus bromas, y que sonriera cada vez que salía a perseguirlo con un zapato en alto para romperle la cabeza.—Renee sonrió de lado, casi al mismo tiempo en que yo intentaba hacerlo.—Es por eso, que todavía no puedo creerlo, Renee. Todavía no...no afronto el hecho de que si voy a buscarlo a su casillero, encontraré velas y un montón de flores. 

Fruncí mis labios, tratando de reprimir el llanto que ya comenzaba a nublarme la vista. 

—Un día lo vi sonriendo, diciendo bromas y preguntando cuándo me comprometería con Seth...—otra pausa, en la que pude ver claramente como las lágrimas comenzaban a caer por sus pálidas mejillas.—y al otro escucho que muere en un jodido accidente...

La voz de la negriazul acabó por romperse, a lo que solo pudo fruncir sus labios con fuerza antes de apartar su rostro hacia el lado contrario a las cámaras. 

Fue en ese instante que Rollins se acercó un poco a ella, levantando su rostro y pasando sus pulgares por el rostro de su sollozante novia. 

—La pregunta era hacia mí—susurró, para a continuación volver a mirar a Young.—¿Podrías repetir la pregunta, por favor?

Podía ver los ojos de la entrevistadora algo brillantes, pero luego de pasar su mano casualmente bajo su nariz, volvió a asentir y concentrarse en la petición de mi ex compañero de equipo. 

—Seth...—pareció tomar aire, volviendo a mirar al expectante bicolor que no dejaba de sostener la mano de su prometida.— ¿Cómo has manejado la muerte de Dean Ambrose? 

Pude ver que abría la boca, como si fuera a responder, pero tan solo volvió a hablar luego de soltar una respiración hacia un lado de la cámara. 

—Aún no puedo manejarlo...—comenzó a decir, relamiéndose los labios antes de lograr continuar.—¿cómo podría manejar el perder a mi mejor amigo? Es imposible que pueda. 

Cerré mis ojos, dejando que mi frente se apegara a la tela de los jeans en tanto escuchaba un suspiro por parte de Seth en la transmisión. 

—Ese día perdí una parte importante de mí, y muchos lo saben. Ese día perdí a uno de mis hermanos, y sin pensarlo si quiera. 

Rollins pareció sorbetear entre sus palabras, lo cual no hacía más que añadir más peso a mi pecho mediante escuchaba sus palabras destrozándome. 

—Muchos dicen "No valoras lo que tienes hasta que lo pierdes"—levanté mi mirada por tan solo un segundo, pero lo justo para ver al ex campeón con sus ojos brillantes en la entrevistadora—Creo que es muy cierto, y ahora estoy seguro de que me habría gustado pasar muchísimo más tiempo con mi amigo. En serio...me gustaría tenerlo aquí ahora mismo...

El silencio se propagó en la habitación en cuanto el televisor se apagó. Tragué con fuerza, pasando rápidamente el dorso de una de mis manos por mis ojos mientras escuchaba la suave respiración del samoano de pie cerca del sofá. 

Él soltó un pequeño suspiro, para acto seguido encaminarse hacia mí y tomar asiento a mi lado en el sofá. 

—Deja de martirizarte así, Dean. Te lo ruego.

Sorbeteé contra el dorso de mi mano, parpadeando con rapidez y procurando no voltear hacia él. 

Aunque ya había notado que no utilizaba nada más que sus boxers y que el cabello húmedo le caía por el pecho luego de tomar una ducha. 

Si no me encontrara con el corazón siendo estrujado, probablemente le habría dicho como broma que se veía sumamente atractivo. Para así ocultar el hecho de que en realidad deseaba fervientemente el volver a estar vivo para ser capaz de hacer todas las cosas que en más de alguna instancia pensé. 

Pero claramente este no era el momento...ni tampoco era como si mágicamente volviera a respirar. 

—¿Lo extrañas?—murmuró el moreno, sacándome de mi trance a pesar de seguir parpadeando para alejar las lágrimas y sorbetear de vez en cuando contra mi mano. 

—Por supuesto que lo hago...—sentía que tenía un nudo horrible en mi garganta, pero no fue impedimento para que una sonrisa se dibujara lentamente en mis labios—Los voy a extrañar a todos.

Entonces sentí que los ojos del moreno se movían alarmados hacia mí, por lo que no tuve más opción que volver a alzar la vista y verme reflejado en aquellas iris cristalinas. 

—Dean...¿de verdad te vas a ir? ¿en serio no volveré a verte?

Sus preguntas me lastimaban, pero me veía en la labor de responderlas por más doloroso que me resultara. 

—Creo que así son las cosas.—susurré, sintiendo que poco a poco lograba recuperar mi tono de voz mientras apegaba mis antebrazos a mis rodillas.—No sé muy bien cómo funciona, pero creo que tengo una teoría. 

Roman me observó, pareciendo prestarme su completa atención a pesar de la amargura que podía encontrar en su mirada. 

—Cuando volví a abrir los ojos...no hay nada más en lo que pudiera pensar que no fuera en ti...—comencé a decir, tratando de ordenar cada día que perdía el control en mi mente en esos instantes—En cómo lo había jodido todo y que gracias a eso no podría volver a estar así contigo...

—Pero lo estamos, Dean—me interrumpió, sonriendo de lado y agarrando una de mis manos que reposaba inmóvil.—No sé porqué, pero estamos juntos de nuevo. Y esta vez no pienso dejarte ir. 

Por un lado sonaba la promesa más hermosa que podría escuchar, y me hacía sentir como el hombre más afortunado. Pero sabía que solo quedarían en palabras que se las llevaría el aire. 

—Es sobre eso, Rome—dije, inseguro en mis propias palabras pero negándome a soltar su mano.—Le he dado vueltas al tema por mucho tiempo, todo el que intenté llamar la atención de la gente...—levanté la mirada, sintiendo que el aire me faltaba de alguna manera frente a su rostro.—Y he llegado a la conclusión de que lo que me mantiene aquí es el deseo que tuve antes de morir. 

—¿Tu deseo?—asentí, a lo que él se quedó en silencio en espera de más información. 

—Estaba molesto con todos, en especial contigo aunque yo fuera el verdadero egoísta...—solté un suspiro, temiendo que sus dedos se alejasen de mi mano en cuanto soltaría lo que tenía en mente.—Pero a pesar de todo, lo que yo más deseaba era que notaras que seguía ahí para ti. 

Sentí los ojos de Roman abrirse con alarma, pero estaba demasiado asustado como para atreverme a mirarlo. 

—Sin importar lo que ocurriera, qué títulos tuviéramos en la empresa, cualquier cosa...siempre rogaba para que recordaras que yo estaría para ti siempre. 

Una extraña sensación me recorría la garganta, a lo que solo podía tragar y cerrar mis ojos en ese silencio que parecía querer torturarme. 

Por fin había descubierto la razón de que siguiera deambulando por este mundo, y aunque estaba frente a mis ojos por mucho tiempo, lo que realmente necesitaba era que Roman supiera de ella. 

Que supiera que ni la muerte me impediría estar a su lado. 

—Supongo...—murmuré bajito, sintiendo que mi voz no quería recuperarse gracias a la presión en mi pecho.—supongo que de alguna manera me iré muy pronto. Después de todo...mi deseo se cumplió. 

—No, Dean.

Volteé inmediatamente hacia el samoano, encontrando su ceño ligeramente fruncido generando una expresión completamente determinada. 

—¿Crees que es simplemente así?

—Rome...

—No. Rome ni que nada—su mano se apartó de la mía, pero solo para mover ambas hacia mi cara y así acoger mis mejillas en sus cálidos dedos.—Tu deseo no se ha cumplido hasta que pases al menos otro día conmigo. 

A pesar de no tener pulso, podía imaginar que este se aceleró. 

—Un último día, cariño—murmuró, pareciendo que el ruego comenzaba a reflejarse en sus iris grisáceas.—¿Podrías concederme eso al menos?

Mis labios se curvaron lentamente, sin dejar de pensar en lo tonto que había sido por no darme cuenta antes de lo mucho que lo amaba. 

—No es cosa mía...yo no manejo esto, Rome—logré decir, pero mis ojos se abrieron con esperanza y osadía de un minuto a otro.—Pero estoy seguro que puedo controlarlo lo suficiente como para tener mi último día junto a la persona que amo. 

La boca de Reigns dibujó una perfecta sonrisa que no hacía más que agitar mi corazón que ya no latía, para a continuación acercarme rápidamente hacia sí y besarme con fuerza. No dudé en responderle a pesar de la sonrisa todavía en mis labios, deleitándome por el simple hecho de probar estos y sentirme en el puñetero cielo. 

—Rome...—murmuré como pude entre nuestros labios, pero él se negaba a separarse de mí mientras le escuchaba reír bajito.—Roman, tienes que dormir—insistí entre risas. 

El pelinegro solo siguió besándome aunque me estuviera riendo también, pero en un par de minutos se resignó y se separó lentamente de mi boca. 

—Supongo que tienes razón—dijo, sin poder evitar mostrarme aquella sonrisa que tanto amaba.—Pero dormirás conmigo. 

—Uh...sí...sobre eso...—empecé a balbucear, poniéndome de pie y jugueteando con mis manos a mis espaldas mientras el tatuado seguía mis movimientos.—¿te comenté que ya no duermo ni puedo agarrar objetos?

Roman se quedó en silencio un par de minutos, tan solo mirándome antes de curvar una esquina de su boca, causando que su mejilla se rellenara de una forma bastante adorable. 

—¿Puedo abrazarte mientras duermo entonces?

El que hablara con esa maldita cara de cachorro bajo la lluvia solo me hizo fruncir los labios, teniendo que resignarme y solo rodar un poco los ojos antes de dirigirme a su dormitorio en completo silencio. 

Hace un tiempo que no estaba ahí, y si lo había estado, era en estado invisible. Pero ahora los brazos de Roman me rodeaban por detrás y solo podía reír mientras esparcía besos en la curvatura de mi cuello. 

—Rome...—alargué la última sílaba de su nombre, en lo que sentí la curvatura de sus labios formarse sobre mi piel. 

—Okay, okay. Ya entendí—dijo con tono de niño regañado, besando por última vez mi mejilla antes de darme la espalda y encaminarse hacia su cama.— A dormir, ya entendí. 

El samoano se dejó caer como peso muerto contra el colchón, a lo que solo pude reír mientras comenzaba a fingir ronquidos.

Entonces estiró su mano en mi dirección, abriendo y cerrándola en señal de que la agarrara. 

—Ya estoy dormido, ven aquí.—habló por sobre las colchas, pero solo conseguía seguir riéndome de la escena frente a mis ojos. 

Extrañaba al Roman adorable, el cual hacía lo que sea para provocarme una sonrisa cuando había un mal día y que yo hiciera lo mismo por él. 

Sonreí de lado, para a continuación agarrar la mano que tenía estirada y dejar que jalara de ella, hasta finalmente obligarme a tumbarme a su lado en la cama. 

Sus ojos se mantenían en los míos, siendo la escena que más extrañaría una vez que me fuera de este limbo. 

¿Qué me pasaría exactamente? ¿Existía el cielo y el infierno? ¿Como sería...desaparecer? ¿Como quedarse dormido o simplemente me esfumaría? 

Eran demasiadas preguntas que tan solo decidí olvidar cuando Roman nos cubrió a ambos con las colchas y por mi parte apagué la lamparita en la mesilla de noche. 

Una vez que la oscuridad se expandió por la habitación, sentí el suave aliento del samoano contra mi cuello, mientras que sus brazos rodeaban con fuerza mi cintura y me apegaban contra él a pesar de estar paralizado. 

¿En serio podía estar un día junto a él? ¡Pues entonces, alabado sea el que maneja esta mierda del limbo! 

No me di cuenta cuando, con una sonrisa en el rostro, apoyé mi cabeza sobre la almohada y apretando ligeramente las manos del moreno, cerré los ojos. 



—Y entonces el fabuloso sapo fue besado por la princesa , devolviéndole su forma de humano y viviendo felices para siempre...Hasta que un lanzallamas acabó con el reino. Fin. 

Cerré el libro con una sonrisa victoriosa, la cual no tardó en desaparecer bruscamente al encontrarme con la morenita de coletas que me miraba con una mueca de aburrimiento mientras apoyaba su mejilla sobre su puño cerrado. 

—¿Qué tienes, JoJo? ¿No te gustó el cuento? 

Ella solo negó, soltando un pequeño suspiro que solo me hizo sentir algo nervioso junto con el que desviara brevemente sus ojos a la puerta cerrada. 

—P-Podemos hacer otra cosa—exclamé rápidamente, captando de inmediato su atención y que así volteara—Tienes razón, estos libros son demasiado aburridos. 

Coloqué aquel libro de cuentos sobre todos los otros, frunciendo mis labios de forma extraña, palmeando mis muslos con la esperanza de que la morena al menos sonriera un poco. 

—Tío Dean, no necesitas seguir mintiéndome—giré ante sus palabras, viéndola tan solo fruncir ligeramente sus pequeños hombros cubiertos por su sweater amarillo.—Ya hemos leído todos los libros, y...sé que me tienes aquí porque mamá está discutiendo con papá. 

Dentro de mí sabía que era la niña más inteligente que he conocido en mi vida. No conocía muchos niños, pero aseguraba que Joelle era demasiado madura para su corta edad de cinco años. 

Por lo que tenerla engañada había sido un completo fracaso. 

—Lo siento. Creo que no sirvo para mentir. 

Rasqué mi hombro con cierto nerviosismo, pero Joelle logró mirarme con una pequeña sonrisita apareciendo en sus labios. 

—No tienes nada de lo que disculparte, tío Dean. Papi no quiere que me meta en asuntos que son de adultos, supongo. 

La fémina soltó un suspiro, para a continuación cruzar nuevamente sus piernas como indio, tal y como yo había estado todo este tiempo. 

—Es por mi bien.

Fruncí mis labios, sintiendo que en mi pecho se creaba una terrible presión de angustia mientras observaba sus ojitos brillar cabizbajos. 

—No todo es malo, nenita—comencé a hablar, acercándome como pude hasta ella y envolviendo mi brazo detrás de su pequeña espalda.—Podrás ver a tu madre cuando nosotros viajemos, pero pasarás la mayor parte del tiempo con Rome y conmigo ¿no te gusta eso?

—Claro que sí me gusta—sonrió ampliamente, mostrando sus dientecitos de una forma bastante adorable. Pero esta mueca lentamente desapareció para mi mala fortuna.—Es solo que...

—¿Qué, bebita?

—¿Qué pasa si mi papá se queda solo?

No dudé ni un segundo en sonreír hacia ella, negando con suavidad en cuanto sus ojos se encontraron con los míos con algo de temor en su interior. 

—No hay forma de que eso vaya a pasar, JoJo. Ambos estamos aquí ¿no?—dije con tono suave, acariciando cariñosamente su hombro con mis dedos casi cubiertos por la manga de mi sudadera. Recibí un asentimiento por su parte, dándome luz verde a continuar hablando— Además, quién sabe y tengas una madrastra en un par de meses. 

Intenté bromear pero eso solo la hizo inflar sus pómulos y mirarme con un mohín en lo que aguantaba las risitas en mi interior. 

—No es divertido, tío Dean—refunfuñó, a lo que solo pude fruncir una sonrisa para no matarme de risa sobre la alfombra de la habitación.—Yo no quiero una "madrastra". Simplemente quiero alguien que sea bueno, alguien que me cuide a mí y le guste jugar...Pero más que nada, que cuide de mi papá. 

Asentí a lo que decía, soltando un "ajá" mientras seguía moviendo mi cabeza de forma extraña. Pero hubo un extraño silencio, por lo que me vi obligado a voltear nuevamente hacia la pequeña de sangre Reigns. Había una sonrisa en sus pequeños labios. 

—Alguien...—colocó sus brazos alrededor de mi cuello, abrazándome mientras reía bajito contra este.—Alguien como tú, tío Dean. 

Tan solo cerré la boca y fruncí mis labios de forma extraña, tan solo balbuceando cosas sin sentido antes de ceder a solamente corresponder su abrazo con lentitud. 

A pesar de lo esperanzados que se veían sus ojitos al decir eso, sus palabras solamente causaron un huracán en mi cabeza y que mi corazón pareciera dar un vuelco enorme. 

¿Alguien como yo con Roman? 

—M-Mejor no hablemos de esas cosas ahora, JoJo—dije después de una pausa, separándome delicadamente de sus brazitos y mirándola con la mejor sonrisa que logré fruncir en ese instante.— ¿Tienes hambre? Ya pasa la hora de la cena y mi estómago gruñe. 

Joelle asintió poniendo sus manitas en su estómago, a lo que me puse de pie y, luego de ayudarla, me dispuse a ir a la puerta de su dormitorio. 

Moví el cerrojo, y tras darle una señal a la pequeña de que esperara, asomé mi cabeza por el pequeño corredor. Había completo silencio, por lo que supuse que las cosas se habían calmado de alguna manera o habían salido al jardín a matarse a golpes. 

Prefería que fuera la primera, de lo contrario tendría que enterrar a mi mejor amigo en el jardín y decir a gritos que yo no lo he asesinado, con la esperanza de que me crean. 

Vaya, demasiada imaginación. Debería ser escritor. 

—No parece haber moros en la costa, preciosa—susurré, para luego oler un poco el ambiente.—Y huele a pizza. 

Sentí un extraño sonido proveniente de mi panza, por lo que estiré mi mano hacia la pequeña y ella no tardó en tomarla, siguiéndome cautelosamente por el pasillo hasta que llegamos a las escaleras. 

Puse mi dedo sobre mis labios, en signo de que siguiera igual de calladita mientras empezaba a bajar escalón por escalón intentando no causar ningún ruido. Pude ver un par de cajas de cartón apiladas una sobre la otra en la barra de la cocina, por lo que rápidamente levanté mi mano hacia Joelle, en gesto de que me esperara. 

Terminé por deslizarme a través del pasamanos de la escalera, caminando lentamente en dirección a la cocina mientras fruncía mis labios algo nervioso. 

Era una escena bastante divertida, pero temía cualquier cosa cuando se trataba de la comida. 

Con cuidado acerqué mis dedos a la primera caja de cartón, levantando la tapa con suma delicadeza y que el delicioso aroma casi me golpeara en el rostro. 

Me dispuse a agarrar un trozo, olvidándome por completo del hecho que podía ser veneno o algo por el estilo. 

—¡Ni pienses en mover tu mano o te la corto, Ambrose!

Aquel grito casi me hizo saltar sobre mis pies, cerrando bruscamente la caja y girando sobre mis botas lo más rápido que pude. 

Mis hombros cayeron en cuanto vi a la pelinegra en la puerta principal, mirándola con sarcasmo. Pero mi rostro no tardó en fruncir una alarmada mueca ante el samoano a su lado, el cual oprimía sus dedos contra su labio notoriamente herido. 

—Oh, no...—murmuré casi para mí, dejando de lado el tema de la comida y comenzando a caminar, o más bien casi correr, hacia él.—Rome ¿qué te pasó?

—Papi ¿estás bien?—chilló la morenita, bajando lo que restaba de escaleras luego de percatarse de la escena. 

Reigns asintió, quitándose los dedos del labio por un par de segundos bajo la mirada de todos en la sala. 

—Parece que golpean muy fuertes las gallinas, eh.

Joelle no hizo caso a mi broma, viéndose abrumada del estado de su padre mientras que Paige me miraba con regaño en el rabillo de sus ojos delineados. 

—¡Traje los rollitos de canela!—exclamó orgulloso el bicolor, enseñando un par de cajas con una sonrisa que no tardó en desvanecerse ante nuestras miradas.—¿De qué me perdí? ¡Mierda, Rome! ¿¡Qué demonios te pasó en el labio!?

—Vocabulario, tarado—murmuré, manteniendo una mano contra mi frente algo exasperado. 

—¿¡A quién le vienes a decir tarado, lunático hijo de puta!? 

—Auch. Eso me dolió, mal teñido de mierda. 

—Oigan—interrumpió Paige, estirando sus manos hacia cada uno de nosotros.—Seth, dame ya esas cajas y tú cierra la boca. Hay que olvidarnos de esto porque traje la favorita de Joelle. 

La pelinegra volteó hacia la morena, sonriéndole con dulzura y logrando calmar un poco la tensión que había en el ambiente. 

—¿Puedo ayudarte a cortarla en trocitos, tía Paige?—dijo con inocencia, a lo que solo me hice a un lado para que pudieran pasar a través de la puerta de una vez por todas. 

—Por supuesto que sí, caramelito. Sabes que soy un completo asco en eso.

La hija de mi mejor amigo se encaminó lejos de nosotros de la mano de la negriazul, la cual solo nos dio una pequeña mirada de regaño antes de quitarle las cajas de las manos a su novio y guiar a la pequeña hacia algún sitio de la sala. 

Mordí mi mejilla, levantando levemente mis ojos del suelo y encontrando los de Seth. Este solo abrió la boca y volvió a cerrarla, soltando un suspiro frente a mi ligera mueca de desagrado en su dirección. 

—No me digas que sigues molesto por lo de la silla.

—Sigo molesto por lo de la silla. 

Rollins parecía soltar constantes respiraciones, mientras que por mi parte controlaba mis deseos de golpearle en la cara. 

Entendía que el storyline consistía en la separación de The Shield, pero seguía doliendo física y un poco sentimentalmente. 

—Ya me disculpé con los dos... miles de veces, Dean ¿qué más quieres? En serio que no fue mi elección. 

—Pero somos tus hermanos—lo ataqué, golpeándole el pecho con poca delicadeza, a lo cual se tambaleó un poco todavía de pie en el pórtico. 

—Siguen siéndolo, joder.

—¿Se pueden callar los dos?—gruñó Roman que, hasta hace poco, solo estaba en silencio frunciendo muecas de dolor por su labio lastimado.—Ya lo hablamos ¿recuerdan? Seth hizo algo que nos beneficiará a todos, y no cambia nada entre nosotros ¿no es así? 

Ambos nos miramos, pero opté por alejar mis ojos de los suyos para que mi sangre dejase de calentarse con el enfado que tenía desde hace casi una semana.

—Me duele el maldito labio, así que cierren la boca y entren a la casa antes de que los golpee a ambos. 

Volví a juguetear con el interior de mi mejilla, girando sobre uno de mis pies mientras escuchaba los pasos del bicolor sobre el cerámico seguido del cerrar de la puerta principal. 

—De todo modos me sigue doliendo la jodida espalda—susurré para mí. 

Pero fui golpeado exactamente ahí con fuerza, volteando con mis labios fruncidos y una mirada envenenada hacia el bicolor. 

—Ups. 

Ups te voy a hacer yo, maldito hijo de la...

—¡Tío Dean! ¡Trajeron rollitos de queso también!

—Perdono al traidor solo porque me ha traído queso—exclamé con burla, caminando rápidamente hasta él para comenzar a alborotarle el cabello entre las risas de ambos. 

Supongo que las cosas estaban bien después de todo. 

Paige se encontraba sobre sus rodillas en la alfombra, acomodando algunas cosas sobre la mesilla de café. Algunos vasos con refresco y platos para dejar las rebanadas de pizza. 

—Diablos, olvidé las servilletas—dijo Paige, dándole una mirada a la bolsa de plástico ya vacía.—Lunático ¿puedes traer algunas o te pesa mucho ese culo?

—Ha-Ha, muy divertida. 

Ella solo sonrió con sarcasmo tras lograr que la morena se carcajeara antes de volver a tomar un sorbo de su vaso de soda. Me dispuse a ir por lo que me pidió hasta que vi el vaso de cristal con gaseosa frente a Seth, mientras que este estaba distraído leyendo algún mensaje en su teléfono. 

Sonreí de lado, y con un rápido movimiento, agarré el vaso para echárselo encima sin remordimiento alguno. 

—¡Dean!—exclamó este, tirando el celular hacia algún sitio y tratando de quitarse el cabello pegajoso de la cara.

—Por lo de la silla. 

Dejé el vaso de cristal vacío sobre la primera encimera que vi, escuchando las estridentes risas de Paige a mis espaldas, los insultos de Seth y cómo Joelle probablemente le jalaba del brazo para que no saliera detrás de mí a partirme la madre. 

Caminé hacia la cocina, sintiendo que mi pecho se tensaba al encontrarme con la escena de mi mejor amigo sentado en el suelo con un filete congelado contra su labio. Sonreí un poco, dejando de lado las servilletas que había tomado y acercándome cautelosamente hacia él. 

No dijo nada, incluso cuando me senté a su lado apoyando mi espalda contra los compartimientos de la alacena, siguió en silencio con sus ojos cerrados. 

Preferí mantener mi boca cerrada también, tan solo dejando salir un pequeño respiro. 

—Me golpeó porque me negué a entregarle a JoJo—dijo bajito el samoano después de unos minutos, captando inmediatamente mi atención.—Ahora que se muda a California, quiere llevarla con ella. 

—Eso no va a pasar. 

—Lo evité, acabo de decírtelo.

—No, Roman. Esta vez hablo por mí.

Sus ojos bizarramente cristalinos giraron en mi dirección, por lo que procuré mantenerme firme a pesar del extraño aumento en mi pulso. 

—Mientras yo esté aquí, más vale que ni piense en que podrá llevarse a Joelle a ningún sitio. Ni mucho menos voy a dejar que vuelva a lastimarte así. 

Admito que había un poco de ira en mis palabras, pero Roman no pareció verse afectado por ello al fruncir una sonrisita por debajo del alimento congelado con el que intentaba aliviar el dolor. 

—Estás muy loco después de todo ¿no? 

Sonreí de lado, abrazándolo brevemente por los hombros en lo que le escuchaba soltar algunas risitas. 

—¡Oigan ustedes dos!—el grito de la Diva irrumpió desde la sala.—¡Levántense ya de ahí que me muero de hambre!

Roman solo exclamó un "ya vamos" antes de volver a mirarme con dulzura en sus iris brillando bajo la luz de su cálido hogar. 

Estar a su lado me brindaba aquello, la calidez de un hogar. 

—Gracias, Dean. 

No pude hacer más que bajar ligeramente mi vista, y con un fruncir de labios extraño susurrar un "de nada" casi inaudible hasta para mí mismo mientras él se colocaba de pie. 

Lo dejé alejarse con una pequeña sonrisa, molestando a Paige por el romper su dieta y que esta le respondiera con un insulto. 

Por alguna razón, las palabras de Joelle cuando estábamos en su dormitorio me sonaron bastante tentadoras, pero al mismo tiempo algo tan inalcanzable. 



—¡Dean! ¡Dean, cariño! ¿¡Dónde estás!?

Abrí los ojos ante aquellos gritos, encontrándome con mi mejilla en la rasposa alfombra de la habitación y mi cuerpo tumbado como peso muerto. 

Me levanté como pude hasta estar sobre mis rodillas, rascando mi nuca con tal de desperezarme y volver en mis casillas pronto. Estaba en el dormitorio de Roman, eso lo recordaba. 

Pero ¿por qué estaba en el suelo, y con los ojos cerrados? 

Podría ser que...¿había dormido? 

Todos mis pensamientos se interrumpieron ante el sonido de unos fuertes pasos, los cuales se hicieron más cercanos hasta ser capaz de ver a Roman entrar alarmado a su propio dormitorio. 

—¿Dean?—murmuró bajito, pareciendo cansado a juzgar por su pecho desnudo subiendo y bajando por las constantes respiraciones. Fruncí el ceño al verlo de esa manera.—¿Dónde estás? No me hagas esto, por favor ¿¡Dean!?

Esperen...¿otra vez no podía verme?

—Rome, estoy justo....—me interrumpí levantándome del alfombrado lo más rápido posible—Rome, estoy justo aquí. 

Pero él seguía paseándose por la habitación, como si en serio no pudiera verme otra vez. 

Joder, no puede pasar esto ahora. No ahora. 

—¡Roman!—grité, pero el samoano continuaba buscándome en cada rincón con el horror en su rostro.—¡Roman, escúchame!

Ya me harté de eso, así que decidí caminar hasta él casi a pisotones y envolví mis brazos por sobre su pecho con la mayor fuerza y determinación que pude.

Sentí el mayor de los alivios cuando las manos de Roman agarraron mis puños cerrados, justo antes de darse la vuelta y abrazarme con fuerza contra él. 

—Joder, Dean—murmuró algo cansado, respirando todavía agitado.—Creí que te habías ido, mi amor...

—Yo creí que de nuevo no me veías—susurré, sintiendo que mi corazón se estrujaba con el simple hecho de pensar en que pasara de nuevo. 

Ya había tenido suficiente con todo este tiempo de invisibilidad y silencio. 

—Cuando desperté ya no estabas—siguió hablando, apartándose delicadamente de mi cuello y mirándome con angustia todavía reflejada en sus ojos.— Pensé que te habías ido de nuevo sin decirme adiós al menos...

—No, Roman—dije, más brusco de lo que quería pero manteniendo mi mirada en la suya.—Estoy aquí...y aunque llegue el momento en que volveré a ser invisible para ti...—me relamí los labios, sabiendo que lo que seguía me dolería en el corazón pero era la verdad.— quiero que sepas que no voy a irme nunca. Siempre te voy a estar cuidando, Romie. 

Los ojos del samoano parecían brillar más que antes, y aunque me dolía decir aquellas cosas, sentí que mi pecho se llenaba de calidez cuando se acercó repentinamente a mis labios y los besó con fuerza. 

No me quejaba, de hecho, creo que el pasar mi último día junto a él era lo mejor que se me había podido conceder. 

—Solo no vuelvas a darme ese susto de nuevo, cariño—dijo él, acariciando brevemente mi mejilla.—No hay forma de que te deje ir antes de que tengamos el día juntos que te prometí. 

Sonreí ampliamente, para luego dejar un último besito en la comisura de mis labios y provocar una sonrisa en ellos. 

—Por supuesto que no. 

Hubo una pausa, en la que dejé que soltara una larga respiración y que así recuperara el aire que necesitaba luego de aquel susto. 

—Bien—juntó sus manos, aplaudiendo un par de veces con un extraño fruncir de labio bastante infantil.—¿Qué quieres hacer? 

Muchas cosas pasaron por mi cabeza, en especial más de alguna indecorosa que sabía que era inadecuada al considerar mi condición y la situación, pero no pude evitar tener esas ideas. 

A pesar de ello, sonreí de lado al encontrar algo que en serio había olvidado hacer desde el día en que estuve velando por mi propio cuerpo en el hospital. 

—¿Podrías hacerme un favor, Rome?—él asintió, a lo que seguí sonriendo.—¿Puedes llevarme al coliseo?



Caminé al lado del samoano, sosteniendo su mano con suavidad en lo que giraba mi cabeza de izquierda a derecha, en busca de aquel luchador al que nos dijeron estaría por ahí. 

—¿Crees que habrá venido a trabajar hoy?

—Nunca se pierde ningún entrenamiento ¿recuerdas?—dijo Roman, a lo que asentí frunciendo mi boca.—Tal vez esté en los casilleros. 

Decidí seguirle hacia la puerta que se encontraba al final del pasillo, entrando rápidamente a la habitación en la que varias cosas estaban dispersas en cada sitio de almacenamiento. 

Pero no había rastros de ningún hombre, sino que de una delgada fémina que se encontraba sobre sus rodillas encendiendo varias velitas de colores nuevas alrededor de mi fotografía como tributo. 

Dejé caer mis hombros con una respiración, para acto seguido ver a Reigns sonreír frente a la imagen de la gemela Bella. 

—Brie—la llamó este, pillando de inmediato a la castaña de forma desprevenida.—Hey. 

—Hola, Roman—murmuró algo más tranquila, dejando de lado el encendedor y soltando un pequeño suspiro.—¿te molesta que esté aquí?

—Para nada. 

El pelinegro soltó delicadamente mi mano, para acercarse de la misma manera a la fémina y sentarse junto a ella. 

Hice algo parecido, solo que fui lo suficientemente osado como para sentarme frente a la hermana de Nikki, aunque esta mantuviera sus ojos en el cerámico bajo sus rodillas. 

—Ya ha pasado mucho ¿no?—susurró, más para ella que para el moreno a su lado.—Rusev dijo que las velitas se habían gastado ayer, así que me animé a venir a cambiarlas. 

—Eso es muy lindo de tu parte, Brie. 

La Diva correspondió a su sonrisa, quedándose en un cómodo silencio mientras mis curvaturas se alzaban lentamente. 

—Supongo que es lo menos que puedo hacer, ahora que dentro de poco no los veré tan seguido.

—¿Estás segura de hacerlo?—dijo Roman, a lo que ella siguió sonriendo mientras asentía. 

—Sabes que siempre ha sido mi sueño el tener una familia, Roman. 

Reigns solo asintió lentamente, mientras que me resignaba a mirar la escena con ternura. Sabía que Brie pronto abandonaría la empresa al menos por un tiempo para formar su soñada familia con Daniel, por lo que ellos pasarían menos tiempo viéndola por ahí. 

—¿Estabas buscando algo, Roman?—Retomó el habla la gemela Bella, causando que el pelinegro alzara la cabeza.—Digo, parecías estarlo cuando me encontraste aquí. 

—Uh, sí. Estaba buscando a Rusev. 

—¿A Rusev? Lo vi hace un rato, andaba gruñendo en los pasillos porque se peleó con Alberto. 

—Eso no es novedad—dije rodando los ojos, recibiendo una mirada de soslayo por parte de Roman.—¿Qué? Es un imbécil. 

—Gracias, Brie. Es muy importante que hable con él, así que lo siento si no puedo hablar más. 

—No te preocupes, Reigns—dijo la castaña, poniéndose de pie a la par del pelinegro.—Me quedaré tan solo un ratito más y luego iré a hablar con Paige. Creo que necesita consejos de antigua novia a futura novia. 

—Estoy seguro que eres la indicada para esa tarea, nena—sonrió hacia ella, poniendo una mano en su hombro y dejando un par de palmaditas.—Nos vemos luego. 

—Nos vemos. 

Con mis manos dentro de los bolsillos de mi sudadera, me dispuse a seguir al samoano fuera del cuarto de casilleros. Pero me detuve de un segundo a otro, volteando suavemente por sobre mi hombro. 

Brie terminaba de acomodar la coronilla de flores que había dentro de mi casillero, sonriendo delicadamente cuando sus dedos tocaban los pétalos color rojo. 

Aproveché que se mantuvo quieta durante unos instantes, y sin pensar en absolutamente nada, me acerqué hacia ella con delicadeza en mis pasos. Me quedé de pie a su lado, dándole una pequeña mirada a su rostro. 

Extrañamente, el ver que una lágrima caía de su ojo al observar mi fotografía, me hizo sonreír de lado con calidez expandiéndose por mi pecho. Con cautela me incliné hacia ella, para así dejar un suave beso sobre su lacio cabello castaño. 

—Adiós, Brie—murmuré apenas audible, aunque fuera posible que mis palabras solo fueran audibles para el chico que sostenía la puerta abierta en espera de que lo siguiera. 

Pero pasó algo extraordinario, que Brie volteara un poquito sobre su hombro y sonriera luego de desviar sus ojos al suelo al no encontrar nada detrás de ella.

—Adiós, lunático.

Su susurrada despedida estrujó mi corazón, pero provocó que pudiera salir del cuarto con una sonrisita emanando en mis labios. 

Salí finalmente de aquel cuarto, encontrando la mirada de Roman mientras este cerraba suavemente la puerta en cuanto estuvimos nuevamente en el pasillo. 

—¿Estás bien?—preguntó él, a lo que solo pude sonreír en afirmación antes de besar su mejilla. 

—Vamos a buscar a RuRu. 

Roman solo rió ligeramente por mi broma, volviendo a agarrar mi mano y encaminándonos por los corredores en busca del búlgaro. 

Cruzábamos uno de los pasillos cercanos a la entrada al ring cuando escuché a lo lejos unos gritos en idioma extraño, al igual que las exclamaciones exasperadas de cierta pelirrubia. Compartí una miradita de soslayo con el moreno, para a continuación acelerar nuestro paso en dirección a la que provenían aquellas voces. 

Nos detuvimos lo suficientemente cerca, tan solo asomando nuestras cabezas para poder ver la escena que estremecía en los pasillos. 

Lana parecía cansada de intentar calmar a Rusev, el cual solo gritaba cosas en su idioma incomprensible. 

Volteé hacia mi emperador romano con el ceño ligeramente fruncido reflejando mi perplejidad, pero él solo se encogió de hombros con aquel fruncir de labios tan característico de él. 

—RuRu, tienes que calmarte ¿sí? No quiero que Stephanie vuelva a enojarse—dijo la pelirrubia, bastante agotada de los gritos a juzgar por su expresión. 

—¿¡Por qué no me dejaste machacarlo, mujer!? ¿¡Acaso te gusta ese imbécil!?—Exclamó el búlgaro, haciéndola rodar los ojos. 

—¿Cómo va a gustarme Alberto? Estoy comprometida contigo ¿recuerdas?

Pero a pesar de que Lana enseñara la brillante joya adornando su delgado dedo, su prometido volvió a gritarle en la cara cosas en otro idioma que parecieron enfurecerla más. 

—¡Basta ya! ¡Deja de gritarme que no te entiendo ni un pepino!—chilló ella, golpeando su tacón color blanco contra el cerámico ante el ataque de ira. 

—¡Porque nunca entiendes nada, mujer!

Fruncí mis labios al verlos de esa manera, pero dejé de hacerlo al ver a la rubia inclinarse un poco y quitarse los tacones rápidamente. 

Uno de ellos fue a parar no sé a dónde y el otro golpeó el pecho del luchador, el cual se cubrió con una pequeña mueca de dolor. 

No pude evitar soltar mis estridentes carcajadas, agradeciendo que solo fueran audibles para el samoano que hacía lo posible por no dejar escapar las suyas. 

—¡Perfecto! ¡Iré por un batido, maldito mastodonte! ¡Después de todo, no entiendo nada!

Y sin otra cosa que decir, le regaló una última mirada envenenada a su futuro esposo y se largó por el pasillo completamente descalza. 

Por una parte sentí pena por el búlgaro, pero sabía que Lana era una chica con el carácter suficiente como para no ser pasada a llevar. Por más que lo amara y todo. 

—A veces le tengo miedo a la rubia—murmuré, escuchando como Roman reía bajito. 

Vi cómo Rusev maldecía nuevamente en ese idioma extraño, para a continuación agarrar el tacón de su futura esposa entre sus manos y resignarse a tomar asiento sobre un montón de baúles negros que había cerca. 

—Creo que puedo hacerlo—dije, más para mí mientras me colocaba derecho una vez más y miraba al moreno junto a mí.—Rome, no sabes lo mucho que te agradezco. 

Reigns sonrió de lado, para luego agarrarme suavemente de las mejillas y atraerme a sus labios. Dejó un par de caricias sobre estos antes de dejarme ir con una mueca cariñosa en su perfecto rostro. 

—Lo que sea por ti, Dean. 

Le sonreí por última vez, comenzando a caminar en dirección al abrumado búlgaro y disponiéndome a tomar asiento a su lado en la caja. 

—Hola, grandulón—le saludé con una sonrisa de lado. 

Rusev seguía con la vista baja, por lo que solo solté una respiración antes de sentarme junto a él en el baúl de utilería pintado de color negro. 

Me quedé en silencio un par de minutos, pensando en qué demonios sería lo adecuado en esta clase de situaciones. Y aunque sabía que era un desperdicio el pensar tanto las palabras cuando estas no serían escuchadas, una pequeña parte de mí tenía la fe de que servirían de algo. 

—Hace tiempo que no te veía Rusev—comencé, relamiéndome los labios y dándole una mirada casual al lugar poco agitado.— Veo que tuviste problemas con Alberto. No te preocupes, a mí también me molestaba siempre y quise partirle la cara un montón de veces. 

Solté una risa nerviosa, la cual simplemente se perdió en un eco silencioso para mí mismo. Decidí ponerme serio, aclarándome fugazmente la garganta antes de volver a hablar. 

—Pero no es eso de lo que quería hablarte, amigo...Sonará tonto, pero quiero despedirme—tomé un poco de aire.—También sé que no me escuchas y que si lo hicieras probablemente me gritarías que me fuera a la mierda en ese idioma que no entiendo.

Otra pausa. Esto se me estaba haciendo difícil. 

—Como sea, mi punto es que...quiero agradecerte, grandote—comencé a sonreír mientras hablaba, viendo la forma en que los ojos de mi ex compañero de trabajo estaban fijos en algún punto que no me di el trabajo de identificar.—Tú me encontraste cuando fue el accidente, y te preocupaste como nadie todo este tiempo. Me haz dejado flores todos los días, y lo sé porque te he estado viendo. 

Sonreía mientras hablaba, tratando de ignorar el nudo ya formado en mi tráquea. 

—Pero en especial...gracias por preocuparte tanto por este pequeño alborotador, Rusev. Nada de esto fue tu culpa, así que espero que no sigas martirizándote con ello porque eres un héroe—puse mi mano sobre su hombro, palmeándolo suavemente un par de veces.—Te voy a  extrañar muchísimo, RuRu. 

Solté una carcajada ante lo último, recordando lo mucho que se molestaba cuando usaba ese apodo y siempre terminaba lanzándome el objeto que tuviera más a la mano. 

Sin dejarme abatir por aquellos recuerdos lindos en mi memoria, di un pequeño salto y me dispuse a alejarme luego de esa pequeña despedida. O al menos eso quería hacer hasta que escuché un sollozo a mis espaldas. 

No pude evitar voltear suavemente por sobre mi hombro, encontrando al búlgaro con sus labios temblorosos y con abundantes lágrimas recorriéndole el rostro sin control alguno. 

Oh, mierda...

—¡RuRu!—chillaron de pronto, por lo que moví alarmado mis ojos hacia la rubia que llegó corriendo hasta él.—RuRu ¿qué tienes? ¿Por qué estás llorando?

Pero el siguió con su salvaje llanto, tratando de quitarse las lágrimas con sus manos pero siendo inútil al soltar más. 

Lana dejó como pudo el par de vasos de batido sobre el baúl vacío, para a continuación rodear a su novio con sus brazos y que él se apegara a ella con su lloriqueo desconsolado resonando en mi cabeza. 

¿Podría ser posible que...?

—¡Lo escuché!—exclamó con un agudo sollozo el búlgaro, apegándose a los delgados brazos de la rubia.—¡Lo escuché, Lana! ¡Al pequeño Jonathan!—mi aliento se trabó por un par de segundos, mirando al luchador y sintiendo que mis ojos ardían.—¡Juro que es como si lo hubiera escuchado!

—Tranquilo, amorcito—murmuró su pareja, acariciando la parte trasera de su cabeza en lo que este seguía llorando.—Todos lo extrañamos mucho...

—Te juro que lo oí...—volvió a chillar, cerrando con fuerza sus ojos al no lograr parar las lágrimas.—Él...dijo un montón de cosas bonitas y se despidió de mí...El pequeño Jonathan me habló y yo ni puedo verlo...Lana, lo quiero mucho. Y lo voy a extrañar muchísimo. 

Terminó aquella frase apegándose al pecho de su futura esposa, la cual procuraba no soltarlo aunque viera sus ojos brillar. 

—Yo también, Rusev—susurré, regalándole una última sonrisa antes de comenzar a retroceder.—Espero tengas una bonita vida. Te la mereces, grandote.

A pesar de sentir que el corazón se me hizo trizas de verlo tan afectado por mis palabras que lograron llegar a él de alguna forma, no podía hacer más que sonreír frente a la posibilidad de decirle todo lo que no pude antes de que mis ojos se cerraren para siempre. 



—Y...—alargué infantilmente, viendo la forma en que la manecilla por fin se movía al número doce.—medianoche. 

Me puse de pie casi como un resorte, acercándome al sofá que se encontraba en un rincón del pequeño cuarto y sonriendo de lado antes de dejarme caer como peso muerto sobre el cuerpo dormido del emperador romano. 

Él gruñó algo entre dientes, pero permanecí sobre su costado sin importar las cosas que decía. Aunque en realidad ni las entendiera si quiera. 

—Dean...pesas un montón...—balbuceó con su mejilla todavía pegada a la cuerina. 

—Y eso que soy un fantasma—me encogí brevemente de hombros con un mohín divertido.—Creo que me siento ofendido. 

A pesar del sueño todavía presente en él, le vi fruncir una tierna sonrisa que levantó su pómulo. 

—Como sea, ya es hora. 

Me quité de encima, dejando que comenzara a levantarse luego de un pequeño bostezo y que se tallara los ojos. 

—¿Estás seguro de que esto es lo que quieres hacer? Digo, podría llevarte a dónde quieras si me lo pides. 

Negué con una pequeña sonrisita de lado, sintiendo que mi decisión era la correcta al tener aquel sentimiento llenándome el pecho. 

—Completamente seguro, Rome. Esto es lo que quiero. 

Reigns solo frunció un poco su labio hacia un lado, para a continuación agarrar su sudadera de un lado del sofá y comenzar a colocársela. 

—Entonces vamos. 

Asentí, siguiéndole en cuanto abrió la puerta y me dejó pasar al oscuro pasillo. 

Las luces de emergencia no tardaron en encenderse con un sonidito que hizo saltar un poco al samoano, soltando una respiración antes de cerrar la puerta de su camerino y comenzar a caminar con nuestros dedos entrelazados. 

Agradecía internamente el que Roman convenciera al narizotas de dejar el coliseo sin la alarma de seguridad y las luces de emergencia en los pasillos, prometiéndole que se encargaría de cerrar luego. También el jefe preguntó para qué lo necesitaba precisamente, pero se vio distraído cuando su café se derramó por "accidente" sobre su computadora. 

Caminamos en silencio por el pasillo, logrando llegar hasta aquella entrada que tanto tiempo frecuenté hasta hace unas semanas. 

Solté la mano de Roman, acercándome lentamente hacia las cortinillas que nos separaban de las rampas en dirección al ring. Mis dedos tocaron temblorosos la tela oscura, sintiendo que solo podía soltar una profunda respiración. 

Aquellos días en los que salía a través de esa entrada eran los mejores, hacía lo que tanto tiempo había amado y era bueno en ello. Era un sueño. 

Tenía la compañía de mis mejores amigos, con los cuales compartía una relación casi como la de una familia. 

Pero era cierto...no sabes lo que tienes hasta que lo pierdes. Y lo entendía demasiado bien ahora que era tan solo un fantasma que desaparecería en muy poco tiempo. 

Mi atención volvió a aquella rampa, la cual se iluminó junto con el ring en cuanto el samoano apretó algunos botones y me sonrió de soslayo. Me las arreglé para responderle de la misma manera, pero ahora que estaba a punto de caminar por ese lugar una última vez, mi interior temblaba salvajemente. 

—¿Estás listo para salir, Lunatic Fringe?—dijo Roman, abriendo la cortinilla por mí y mirándome con una sonrisa de lado. 

Tomé una bocanada de aire, y tras cerrar los ojos brevemente, logré comenzar a mover mis pies en dirección a las rampas que me dirigirían al cuadrilátero. 

Caminaba lentamente, al contrario a como hacía en mis días de vida en los que me sentía a punto de entrar a un campo de batalla, con el desafío de salir respirando costara lo que costara. 

Ahora era capaz de ver todas las cosas, escuchar todos mis pensamientos y que estos se perdieran en silencio mientras avanzaba con una sonrisa en mis labios hasta llegar a aquel ring al que muchas veces subí de un salto. 

No fue distinto, di un salto sosteniéndome de las cuerdas y pude poner mis pies sobre la lona. 

Diablos, sí que extrañaba esto. 

—Hace mucho que no estabas aquí ¿no?—dijo el samoano, sacándome de mis pensamientos en lo que pasaba entre las cuerdas y pisaba el suelo del ring.—Es extraño sin el ruido, o sin tener que golpear a nadie. 

Asentí con suavidad, mirando a mi alrededor las tribunas vacías y oscuras por la poca luz. 

—¿Por qué quisiste venir aquí?—agregó, a lo que solo pude sonreír un poco antes de mirarle. 

—Mis mejores años están en este lugar. En un ring, junto al hombre que amé todo este tiempo sin darme cuenta. 

Roman dejó caer sus hombros, acercando lentamente sus manos hasta encontrar las mías, temblando. 

—Dean...

—Quería venir aquí al menos una última vez. Quedarme con aquellos recuerdos, aquellas peleas...

—Dean. 

—Quiero...—me relamí los labios, sintiendo ese picor tan familiar en mis ojos y el nudo en mi garganta.—quiero recordar todo, aunque después nadie me recuerde si quiera. 

—Dean—esta vez agarró con fuerza mis manos, al mismo tiempo en que sus ojos se encontraban directamente en los míos.—no hay forma de que alguien vaya olvidarte ¿entiendes? Sabes que no será así—su pulgar talló mi tembloroso labio con delicadeza, al mismo tiempo en que sentía una lágrima recorrerme traicioneramente la mejilla.—Y si llega a pasar...tienes que tener por seguro que yo no voy a hacerlo nunca. 

Sollocé, tan solo pudiendo parpadear frente a sus lindas palabras estrujándome el corazón. 

—¿Y sabes por qué?

Esa hermosa sonrisa que siempre me alegró el día estaba frente a mí, y esperaba que esa imagen que quedara conmigo por siempre antes de desaparecer. 

—Porque te amo, Dean. Te amo como nunca amaré a nadie más. 

No pude hacer más que soltar un pequeño chillido, pero dejando que una sonrisa se dibujara en mis labios frente a aquella mirada llena de calidez en sus ojos cristalinos. 

—Yo también te amo, Roman...—negué con suavidad, sintiéndome como un verdadero tonto.—y siempre voy a hacerlo. 

Nuestros labios no tardaron en chocar, fusionándonos en un beso que podría haber sido mi verdadero fin. 

Ese fue el mejor último día que alguna vez podría haber pedido. 



Hablamos por horas, de nuestras antiguas jugadas como The Shield o alguna que otra anécdota durante ese tiempo en que estuvimos molestos el uno con el otro. 

Le conté sobre el accidente, sobre cómo intenté llamar la atención todo este tiempo y fue un caso perdido. Sobre cómo su hijita tuvo la dulzura de guardar en secreto mi existencia en ese limbo y ayudarme a través de mi identidad como su amigo imaginario. 

Pero en especial, hablé de lo mucho que lo sentía por todo, viendo cómo sus ojos se llenaban más y más de lágrimas hasta el punto en que pudo soltarlas cuando nos abrazamos. 

Caminábamos hacia las afueras el coliseo, riendo de todas las bromas que había pensado hacer el día que Seth se casara y haciéndole prometer a Rome que intentaría hacerlas por mí. 

El frío viento nocturno me golpeó el rostro, dando un par de pasos por el pavimento algo húmedo en tanto escuchaba la puerta de metal cerrarse a mis espaldas. 

Volteé a verlo, encontrando aquel brillo en sus ojos grisáceos que solo me decía una cosa. 

Ya era la hora de decir adiós. 

—¿Qué pasa?—dijo Roman, a lo que procuré respirar profundo para no caer destrozado sobre mis rodillas. 

—Rome, no sé cuánto queda para que...desaparezca...—el samoano se separó de inmediato de la puerta, acercándose a pesar de mi notable angustia entre mis agitadas respiraciones constantes.—por eso que...creo que este es el adiós. 

Hubo una larga pausa entre ambos, en la que el sonido de los automóviles que pasaban por ahí era lo único que retumbaba contra mis oídos. Y, aunque sonara imposible, casi podía escuchar mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho al verme reflejado en los ojos de Roman. 

—¿Qué harás ahora?—preguntó nuevamente. 

—Supongo que esperar...—me encogí suavemente de hombros, tratando de mantener el aliento.—ver qué sigue y...simplemente desaparecer. 

Reigns bajó la mirada, tan solo asintiendo hacia el suelo mientras pasaba distraídamente sus dedos por sus labios. 

—Rome, en serio que esto es lo más difícil que he tenido que hacer...

—Lo sé, Dean—me interrumpió con delicadeza, pareciendo tomar aire para poder continuar.—Entonces... ¿es el adiós?

Asentí, negándome a volver a llorar aunque mi interior lo pidiera a gritos. 

—Nunca te olvidaré—dijo con su voz en un hilo. 

—Yo tampoco—murmuré, frunciendo mis labios entre sí con tal de evitar el llanto. 

—Te amo. 

—Yo más. 

Comencé a caminar hacia atrás, sabiendo que si me quedaba por más tiempo...no sería lo suficientemente fuerte. 

—Adiós, Rome. 

El samoano hizo una pausa, en la que solo pude guardar en mi memoria la imagen de su rostro una última vez. 

—Adiós, Dean. 

Opté por voltear luego de relamerme los labios de manera temblorosa, comenzando a caminar a rápidos pisotones y alejarme del lugar lo antes posible. 

No mires atrás. 

Él debía de estar destrozado. 

No mires atrás. 

Si yo lo hacía no dudaría en volver para decirle que lo que menos quería era volver a alejarme de él. 

No mires atrás. 

¡Quería mirar atrás, joder!

—¡Dean!

Todo fue como el flash de una cámara al tomar una fotografía. 

Había cruzado una de las calles sin darme cuenta, por lo que las luces fueron lo suficientemente fuertes como para cegarme momentáneamente. 

Fui capaz de escuchar su voz, llamándome, justo antes de que el estridente y familiar sonido del derrape de unos neumáticos estremeciera contra mis oídos. 

Mis ojos no podían creer lo que veían, pero en especial, sentía que ese mismo dolor que cuando me vi a mí mismo bajo mi automóvil estrellado. 

Mentía. Esto era más doloroso que la muerte misma. 

Ver a Roman inmóvil en medio del húmedo cemento de la carretera me había terminado de destruir. 

—¿Rome?—logré susurrar, pero el choque de los acontecimientos no tardó en golpearme con fuerza.—¡Roman!

Corrí casi a tropezones hasta el lugar del accidente, cayendo sobre mis rodillas y acercando rápidamente mis temblorosos dedos hasta su rostro volteado. 

Mis ojos ya habían comenzado a soltar lágrimas, e incluso era peor tras ver sus ojos cerrados y la sangre saliendo de su cabeza. 

—Por favor...no...—negaba una y otra vez, pero no se movía.—No puede ser posible, Roman. ¡No!

Escuchaba los chillidos de la mujer que probablemente conducía el auto, hablando y pidiendo casi a gritos una ambulancia al lugar del accidente. 

Pero, como un deja vú que me golpeó con crueldad, ya no había sentido en que vinieran. 

El amor de mi vida estaba muerto. 

No pude hacer más que soltar un último sollozo, dejando suavemente su cabeza descansar sobre el cemento y cubriéndome la boca comencé a llorar a mares. 

Esto no podía ser posible...¡No podía ser cierto! ¡Tenía que ser otro sueño del cual despertaría! 

Volvería a ser invisible y tendría que simplemente desaparecer. 

¡Ha muerto por mi culpa!

Fue en ese momento que una mano se posó sobre mi cabeza, haciéndome voltear con suma brusquedad a pesar del río de lágrimas que caía por mis mejillas. 

—¿Qué-? ¿¡Roman!?

Mi chillido solo le hizo sonreír de lado. Sin importar nada más, me levanté como resorte y me lancé a sus brazos. 

—¡Roman! ¡Roman!

Apretaba mis brazos detrás de su cuello con toda la fuerza que tenía, mientras que sentía su aliento impactar delicadamente con la piel de mi cuello y sus brazos rodear mi cadera. 

—¿C-C-Cómo es que...? ¿Pero tú...? ¿Yo...?

Él permaneció en silencio, por lo que simplemente seguí la dirección en la que sus ojos se mantenían. 

Un hombre, que parecía ser paramédico, golpeaba sus manos sobre el pecho del inmóvil samoano a unos metros de nosotros, pero no había ninguna respuesta por su parte. 

—Estás muerto...—susurré, casi inaudible hasta para mí mismo antes de voltear nuevamente hacia él.—Roman, estás muerto. 

—Digamos que quise seguirte...—suspiró, para luego acompañarlo de una pequeña mirada de regaño en sus iris grises.—pero ya habías cruzado la calle demasiado rápido y...yo tampoco vi el auto que venía...

Tenía una mezcla extraña de emociones. Todo había sido mi culpa, pero al mismo tiempo no podía evitar tener el egoísmo de estar alegre de que estuviera a mi lado una vez más. 

Ambos nos quedamos viendo el llegar de la ambulancia, y cómo se llevaban su cuerpo sin vida luego de identificarlo. 

—No sabes lo que tienes hasta que lo pierdes...¿verdad?

Tuve la valentía de sonreír. 



Flores de colores eran dejadas sobre aquel ataúd de caoba, el silencio prevalecía luego del discurso llevado a cabo por Seth y yo seguía sosteniendo la mano de Roman. 

Tragué con suavidad, respirando con suavidad ante el recuerdo de mi propio funeral. Esta vez era el turno del samoano junto a mí. 

La muerte repentina de otra super estrella golpeó nuevamente al universo WWE, comenzando a rumorearse cosas de que había sido yo el responsable de haber venido a buscar a mi mejor amigo para llevarlo a la tumba. 

Prefería tomarme aquellas cosas como un chiste.

Apoyé mi cabeza sobre el hombro de Roman, sintiendo que su pulgar acariciaba delicadamente el dorso de mi mano en lo que veíamos su ataúd comenzando a ser bajada con lentitud. 

Habíamos pasado un par de días de tristeza cuando su muerte fue noticia, tal y como pasó conmigo y dejó un desastre para aquellos que nos han amado. 

Pero extrañamente, la escena no parecía entristecer a Roman. 

—¿Es en serio?—escuché la voz sollozante del bicolor junto a nosotros, el cual era abrazado por su novia tal y como el día de mi funeral.—Primero Dean...¿y ahora Rome? ¿¡Cómo puedo perder así a mis amigos!? ¿¡Cómo!?

Seth seguía llorando, mientras que la negriazul acariciaba con delicadeza su espalda cubierta por la chaqueta de esmoquin. 

—Velo por el lado amable...—murmuró ella, quitándose una última lágrima antes de continuar hablando.—tal vez ahora se reunió con Ambrose y pueden tener sexo fantasmal. 

No pude evitar comenzar a carcajearme, a lo que Roman solo rodó los ojos con una pequeña risa entre dientes y el bicolor la observó con su mandíbula tensa, pero esta no tardó en volver a temblar como gelatina. 

—N-No digas tonterías, Sara...yo...

Pero había vuelto a sollozar, sin conseguir soltar ninguna otra palabra y que Paige solo cerrase sus ojos mientras lo apegaba contra ella para reconfortarlo. 

—Solo bromeaba, bebé. Yo también los voy a extrañar mucho, pero nadie sabe las consecuencias que nos pondrá la vida. 

Aquellas palabras se quedaron dando vueltas por mi cabeza incluso todo el tiempo en que tardó en acabar el funeral, dándolo por terminado luego de una última oración por el samoano y que las personas vestidas de negro poco a poco fueran abandonando el lugar. 

Vi como Roman pasaba brevemente su dedo bajo sus párpados, probablemente quitándose un poco del llanto que le vi contener durante todo ese tiempo en que estuvimos simplemente en silencio admirando la escena. 

Le di un pequeño apretón a su mano, haciéndole saber que estaba ahí a través de la ligera sonrisa que había dibujado en mis labios. 

Reigns correspondió a mi acción, para a continuación soltar cuidadosamente mi mano y encaminarse hacia la lápida recientemente colocada. 

Le seguí lentamente, sabiendo que esto requería ser asimilado adecuadamente. 

Ahora él estaba como yo. Atrapado en este limbo sin explicación y confundido, más que nada muy confundido. Intenté explicarle todo lo que pude respecto a su condición estos días, pero seguía siendo algo que no podía aceptarse a la ligera. 

Aunque en realidad, supe que solo había algo de lo que en verdad se veía realmente atormentado luego de morir en ese accidente. 

Y esa razón justo venía caminando sobre sus zapatitos color negro pisando suavemente la yerba hasta llegar a la tumba de su padre. 

Me acerqué a Roman justo a tiempo en que noté sus ojos comenzar a brillar frente a la escena de su pequeña colocándose de rodillas en frente de la lápida, mirándola con un ligero ladear de cabeza que balanceó su cabello. 

—Joelle—habló aquella fémina de vestido ajustado negro, sollozando un poco pero tratando de disimularlo bajo sus delgados dedos morenos.—Ya tenemos que irnos. 

—Iré en un segundo, mamá—dijo la fémina, mirando a la mujer por sobre su hombro con una pequeña sonrisita.—Quiero despedirme de papi de nuevo ¿puedo?

Galina frunció sus labios pintados de fucsia, viendo que apretaba ligeramente sus puños y asentía a pesar del brillito en sus ojos. 

—Sí...—murmuró, con su voz casi perdiéndose con el viento que soplaba ligeramente aquella mañana.—claro que puedes, cariño. Esperaré en la entrada. 

Joelle asintió, dejando que su madre se marchara pasando una mano por debajo de sus ojos. 

Fuera de todo, había tenido la consideración de traer a la pequeña al funeral de Roma. 

Tomé un último suspiro antes de alejar mis ojos del camino que la mujer había tomado, para así volver a concentrarme en el samoano que miraba angustiado a la pequeña de cabello castaño. Lentamente me senté a su lado, poniendo mi mano sobre su hombro y sonriéndole de lado cuando giró hacia mí. 

—Por fin se fue—suspiró Joelle, para sonreír en nuestra dirección.—¡Hola, papi! ¡Hola, tío Dean!

Vi cómo los ojos de Roman se abrían con alarma, mirándome y luego a Joelle con notoria sorpresa. 

—¿Qué...? ¿JoJo...? ¿¡Puedes verme!?—Ella asintió, haciéndome sonreír aún más grande. 

—Te veo, al lado del tío Dean—sonrió, mirándonos a ambos con aquella dulzura característica de ella.—Me alegro mucho de que estén juntos por fin. 

—JoJo...—murmuró el moreno, negando un poco antes de volver a encontrar sus ojos con los de su hija.—de verdad lo siento. No quería dejarte. 

—Tú no me has dejado, papá. Sigues aquí.

Sus palabras tenían emoción, y recordaba no haberla visto llorar durante la ceremonia. 

—Y si...llega el día en que no pueda verte—hizo una pausa, tomando un respiro y soltándolo con una chistosa mueca.—siempre estarás aquí—puso su mano sobre su pecho, sin dejar de sonreír.—El tío Dean y tú siempre estarán aquí. 

Sonreí, sintiendo que mi pecho se liberaba de una enorme carga de tan solo verla con esa brillante expresión en su angelical carita. 

—Exacto, nena—dije, palmeando la espalda de Roman.—Y siempre te estaremos cuidando, no te olvides de eso. Si algún tarado se te acerca, piensa en que le partiremos la cara incluso siendo fantasmas. 

Joelle soltó una risita, logrando así que su padre también curvara sus labios lentamente. 

—Sonríe, papi—insitió JoJo, mirando a Reigns.—Voy a estar excelente. Y seguiré viviendo feliz sabiendo que ustedes están juntos al fin—sus ojos pasaron a mí, frunciendo sus ojos con diversión.—Vas a cuidarlo ¿no es verdad?

Levanté mis dedos como un arma, guiñando hacia ella al mismo tiempo en que simulaba disparar. 

—Sabes que sí, bebita. 

Otra risa, pero esta vez ella comenzó a ponerse de pie. Sacudió el césped de sus rodillas, para a continuación volver a mirarnos a ambos con dulzura en sus ojitos castaños.

—Siempre van a estar juntos ¿verdad? 

Roman agarró mi mano, regalándome una de sus sonrisas antes de volver a ver a su hija. 

—Sí, caramelito. Lo estaremos. 

Sonreí también, volviendo mi mirada hacia Joelle que sonreía encantada. 

—Estoy demasiado feliz por ustedes—hizo una pausa, probablemente al escuchar los lejanos llamados de su madre.—Debo irme. 

Se inclinó por última vez, para así colocar su manita sobre la lápida tallada con el nombre y fechas de su papá, mirando a este con sus bonitas mejillas abultadas por la sonrisa. 

—Te amo, papi. Mucho, y no lo olvides nunca. 

—Yo te amo más, pequeña. Tampoco olvides que te amo demasiado, bebé. 

Nos regaló una última sonrisita, y tras apartar su mano del mármol, volteó sobre sus pies y comenzó a encaminarse en dirección a la entrada donde su mamá la esperaba. 

Casi sentí mi corazón apretujarse cuando la vi a lo lejos girar sobre su hombro, moviendo su manito como despedida y que nosotros hiciéramos igual. 

Ella era sin duda la niña más dulce y fuerte que he podido conocer. 

Hubo un largo tramo de tiempo en el que solo nos quedamos en silencio, con nuestras manos tomadas y el viento soplando silenciosamente alrededor. 

Era algo indescriptible el pensar cómo todo se convirtió en esto. Pero ambos tratábamos de pensar en lo mejor, de alguna manera. 

—Mi deseo siempre fue llamar tu atención—dije, probablemente sacándolo de su trance y que levantase la cabeza.—Tú también has terminado como yo, Rome. Así que debes de tener un deseo en especial...—hice una pausa, girando hacia él y dejando que mis ojos se reflejasen en los suyos.—¿cuál fue tu primer pensamiento cuando...cuando volviste a despertar?

El samoano pareció tomar aire, para a continuación dejar que sus ojos vagaran un rato por la yerba que retorcía en su mano libre.

—Pensé en JoJo—susurró, soltando el aire por la nariz mientras volvía sus ojos a la nada.—pensé en que debía seguir cuidándola, sin importar lo que pasara. 

No pude evitar sonreír, apretando ligeramente su mano una vez más. 

—Mi deseo ya se ha cumplido, Rome...—comencé a ponerme de pie, jalándolo junto a mí para que ambos quedásemos frente a frente.—Por eso ahora tendremos que cumplir el tuyo. 

Rome sonrió de lado, deleitándome con la imagen que tanto tiempo extrañé.

—Pues, supongo que nos queda mucho tiempo juntos ¿no? 

Me acerqué lentamente a sus labios, besando estos con delicadeza y sintiendo rápidamente que él respondía con aquella fuerza que lo caracterizaba. 



—¿Qué quieres hacer ahora? 

—Hm...¿qué tal si vamos a molestar a alguien en el coliseo?—sugerí, chasqueando mis dedos junto a la idea. 

—Dean, todos dejaron de trabajar por mi funeral—dijo él, casi rodando los ojos con risa contenida. 

—Yo no vi al amargado de Owens ahí—me encogí de hombros, para luego mirarlo con un extraño fruncir de labios.—¿no quieres ir a robarle sus papitas y verlo enloquecer? 

Roman pareció pensárselo una milésima de segundo, pero eso solo resultó en que estirara su puño y sonriente lo chocara. 

—Vamos, medio lunático. 

Entonces, con nuestras manos agarradas, seguimos caminando hacia el rumbo que decidiéramos.  

Siendo simplemente un par de fantasmas del amor. 




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¡No quiero decir nada! 

Les hablaré en el siguiente apartado, así que sigue leyendo 7u7

Atentamente, Rock. 

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