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Primera clave...

El maestro se despidió dándole las llaves de esa sala a Gian. Mañana sería otro día, otro día de grupo sin grupo.

A Gian le salía más fácil, podría ir al cuartel más temprano, no le estorbaba. Pero le preocupaba que todos estuviesen tan ensimismados sobre esa pérdida general. Decidió probar algo: Un afecto profundo.

Al siguiente día. Antes de sonar la campana y tener un acto cívico normal, Gian entró al salón sin ser visto.

Cuando las filas se organizaron para ingresar a las aulas, todos entraron melancólicos y callados con la mirada abajo, cada uno de pie apoyando su mochila detrás o a los lados del asiento. El maestro tomó asiento e inconsciente tomó el borrador para limpiar la pizarra. Cuando entró en razón de que no debería de haber escritos en la pizarra, atónito dejó caer el borrador.

El eco del objeto al caer, hizo que todos dirigieran la atención al maestro, quién miraba un poco triste e impresionado el escrito.

"Los extraño a todos, deben de seguir esforzándose"

Gian se sintió culpable cuando muchos de los chicos comenzaron a regar lágrimas. Las chicas tomaron un pañuelo para que su maquillaje no se corriera de forma trágica y solo dos chicos se abrazaron...

¡Bingo! El plan de Gian funcionó. A parte de lograr confirmar el aprecio verdadero, notó a los que seguramente eran más cercanos al chico que saltó.

No estaba seguro de qué palabras usar, pero si el chico era como el maestro lo había descrito, esas palabras eran de su tipo. El maestro se dio media vuelta a la clase con los ojos llorosos, miró a un chico específico y concedió un deseo:

— Puedes retirarte Yao— pronunció.

Tenía la piel de un moreno muy claro, tenía las mejillas rojas, las lágrimas ya habían escapado, y sus labios estaban un tanto temblorosos. No dudó en salir corriendo una vez la orden fue dictada tal vez directo a los baños.

Gian era el único que solo bajó el rostro por respeto a todos dentro del salón, y siendo él, no hablaría, pero luego de que el chico corriera lejos del salón, Gian pidió el permiso de salir para cuidarle. El maestro dudó y luego lo concedió.

Y el plan de Gian marchaba según el curso planeado.

Luego de que Gian saliera, el maestro pidió a todos sentarse en silencio. Todos los jóvenes se sentaron rectos, reteniendo el mar a punto de correr por los ojos, tal vez de allí venía el sabor salado de las lágrimas, algunos pechos y gargantas sentían un nudo inextricable, espantoso...

Feo, horrible...

Gian corrió tras el chico. Su atlético físico lo dejó subir 3 pisos en solo 10 minutos. Y encontró a Yao sentado en una banca en la azotea... Gian respiró hondo y se acercó a él.

— No sé acerca de nada, cualquier cosa que quieras soltar, podrás hacerlo, no entenderé pero te puedo escuchar...— consoló Gian.

Más que consolar, manipulaba; estaba pensando con la cabeza fría. Pero sus palabras funcionaron, y para cuando el chico iba a comenzar hablar, un azabache se hizo presente:

— Lee, era lo mejor que tenía en este lugar

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Sassán...

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